Capítulo8

Dani pidió su café y se apartó del mostrador para esperar a que la llamaran. Miró alrededor y se puso un poco tensa al ver a Gary. Estaba inclinado, con un bolígrafo rojo en la mano, sobre lo que parecía un montón de exámenes.

Dani se dio la vuelta e hizo un gesto con la mano al oír su nombre. Recogió el café y vaciló. Lo había pasado bien hablando con Gary hacía un par de semanas, pero no sabía si le apetecía saludarlo. A ella no le interesaba una relación sentimental con un hombre y, según su escasa experiencia, a los hombres no les interesaba ser amigos. Antes de que pudiera escabullirse, oyó que la llamaba. Se dio la vuelta y sonrió.

– Hola, Gary.

– Hola -él se cambió al asiento vacío que había al otro lado de la diminuta mesa-. ¿Tienes un momento?

Ella no dudó en asentir con la cabeza. Gary tenía algo especial, se dijo ella mientras se sentaba.

– Tienes mucho trabajo -dijo señalando los papeles-. ¿Son buenos?

– Algunos. Tenían que comparar tres religiones, pasadas y presentes, y encontrar similitudes y diferencias. Hay algunas páginas web que dan listas muy aceptables. Algunos de los alumnos las copiaron. No les va a gustar la nota.

– Me lo imagino. Acudir a Internet es más fácil que acudir a la biblioteca.

– Efectivamente. No me parece mal acudir a Internet para investigar, pero espero que asimilen lo que han aprendido y lo expresen con sus palabras.

– Parece razonable…

– A ellos no se lo parecerá -Gary sonrió-. ¿Qué tal tu búsqueda de trabajo?

– No tan bien como me habría gustado -Dani se encogió de hombros-. Rechacé un empleo muy tentador. Era un restaurante muy conocido y muy bueno. La comida era exquisita y el sueldo magnífico. En teoría, tenía todo lo que quería.

– Pero…

– Pero tuve una sensación curiosa. No me gustó el dueño. Ni siquiera puedo explicar por qué concretamente. Estaba un poco pagado de sí mismo, pero eso es muy normal en ese sector. Tenía algo, algo…

– ¿Sombrío? ¿Peligroso? ¿Amenazante?

– Gracias por la ayuda -contestó ella con una sonrisa-. En realidad era… frío. Los empleados parecían temerlo, pero no de una forma respetuosa. Era más bien como si creyeran que iba a fusilarlos al amanecer. Además, la cocina era demasiado silenciosa.

– ¿Como puede ser silenciosa una cocina? -preguntó Gary con el ceño fruncido.

– ¿Has trabajado en un restaurante?

– No.

– Son sitios disparatados; sobre todo, las cocinas. Es difícil trabajar con tanta presión. La gente que trabaja en la cocina es ruidosa y dada a los insultos, sobre todo si tiene talento. Sin embargo, ésa no era así y no me sentí a gusto. Rechacé el empleo y todavía no puedo creérmelo.

– A mí me parece que hiciste caso a tu intuición. Es importante encontrar el trabajo idóneo. Ayuda a definirte como persona. ¿Por qué ibas a querer pasar casi todo el tiempo en un sitio donde no estabas a gusto?

– Dicho de esa forma, me siento en sintonía con el universo -Dani lo miró fijamente.

– Lo estás. Dani, has hecho bien. No estás desesperada, no te conformes.

Él tenía una mirada firme y una expresión amable. Ella asintió lentamente con la cabeza.

– Tienes razón. Buscaré hasta dar con el trabajo idóneo. Quizá entonces no lamente los años que he desperdiciado.

– Eres demasiado joven para lamentaciones -replicó él con las cejas arqueadas.

– Te sorprenderías -Dani dio un sorbo de café-. Mi familia tiene restaurantes. Toda mi vida quise entrar en el negocio. Mis padres murieron cuando era pequeña y mi abuela me crió con mis tres hermanos. Mi relación con Gloria siempre tuvo algo tortuoso. Es mi abuela, pero era como si le cayera mal -se calló un instante-. Creo que debería dejar de hablar…

– Por mí no lo hagas -le tranquilizó él-. Escucho muy bien.

– Es verdad… -ella frunció el ceño levemente-. ¿Cómo lo haces?

Por un instante, habría jurado que él se sintió incómodo, pero luego, sonrió.

– Es un don. Sigue. Gloria era un bicho.

– Peor -ella sonrió-. Hice unos masters y volví a casa para trabajar en la empresa familiar. Tiene cuatro restaurantes. Dos de comida elaborada, un bar dedicado a los deportes y un sitio que se llama Burger Heaven. Me puso a trabajar allí y me pareció bien. Yo misma estaba deseando ponerme a prueba. Pero el tiempo fue pasando y yo no conseguía que me dijera nada de cambiarme a los otros restaurantes. Nada de lo que hacía la satisfacía -sacudió la cabeza-. Al final, me despedí.

– Hay algo más, Dani -él la miró con detenimiento-, pero si no te apetece hablar de ello, lo entiendo.

Ella le creyó. A él no le importaría que se marchara. Aun así, le apetecía contarle toda la historia, contársela a alguien que no fuera de la familia.

– Gloria y yo tuvimos una discusión terrible. Le exigí que me dijera por qué me tenía marginada. Me dijo que yo no era una verdadera Buchanan. Mi madre tuvo una aventura y yo fui el fruto. Nunca dejaría que trabajara en otro sitio que no fuera el Burger Heaven. Me dijo que yo no lo valía. Me despedí.

– Parece una mujer muy amargada.

– ¿Estás de su lado? -Dani parpadeó.

– No. Digo que si te crió y luego se negó a valorar tus posibilidades por algo que no es culpa tuya, es que su vida está llena de normas. Eso, normalmente, hace que la gente no sea feliz.

– No lo había pensado. Sinceramente, aunque te parezca una persona despreciable, no me importa que sea infeliz. Ha sido malvada conmigo durante mucho tiempo.

– Bueno, te despediste y ahora buscas algo que te guste.

– Sí, no me importa cuánto tarde.

– ¿Y tu padre? ¿También estás buscándolo?

– No -Dani dio un sorbo de café-. Me da miedo. Supongo que no sabía nada de mi existencia, pero ¿y si lo sabía y se desentendió?

No quería más rechazos por el momento.

– ¿Es motivo suficiente para no buscarlo? -preguntó Gary.

– Hasta ahora ha dado resultado.

– Es tu familia. ¿Hay algo más importante?

Ella pensó que era una buena pregunta.

– ¿Qué me dices de la tuya?

– Tengo dos hermanas casadas. Entre las dos tienen siete hijos -sonrió-. Me encanta ser tío.

– ¿No tienes hijos?

Se puso serio, pero en seguida se relajó.

– No me he casado.

Ella pensó que debía tener treinta y muchos años. Aunque no todo el mundo se casaba, era raro que Gary no lo hubiera hecho. Era estupendo. Era amable, sensible y se podía hablar cómodamente con él. El tipo de hombre que… ¡Claro! Era homosexual.

Lo miró con atención. Tenía todos los rasgos. Un trabajo normal, un aspecto impecable, interés en la conversación sobre asuntos reales, ausencia de chispa sexual…

El alivio dio paso a la satisfacción. Si era homosexual, podrían ser amigos.


– Habría cocinado… -dijo Madeline mientras Lori preparaba unos fideos con carne.

– Ya está -replicó Lori-. Tú has cocinado toda la semana.

– Cociné dos días, otros dos trajimos comida de fuera y el que queda comimos restos. No estoy abrumada por el trabajo.

– Tienes que descansar.

– Y tú tienes que intentar recuperar la respiración.

Lori metió la fuente con pasta en el homo.

– Respiro perfectamente.

– Pareces aterrada, como si fueran a bombardearnos en cualquier momento

– No sé de qué estás hablando -contestó Lori con una sonrisa forzada.

Era una mentira como una casa. Madeline sería muchas cosas, pero no era tonta. Era perfecta en todos los sentidos. Era como el resto del mundo querría ser. Lori ya lo había asimilado y sólo se permitía una ambivalencia mínima. Madeline no podía evitar ser guapa, lista y encantadora. De modo que cuando se dio cuenta de que no sabía cómo dominar sus sentimientos hacia Reid, decidió hacer lo único que se le ocurría hacer en esas situaciones: presentarle a su hermana. Él había estado insistiendo durante un tiempo y, al final, ella cedió. Lo había invitado a cenar y él había aceptado. Sabía perfectamente lo que pasaría en cuanto cruzara la puerta. Pasaría lo que había pasado siempre que había llevado a un chico, aunque no habían sido muchos. Miraría a Madeline y se quedaría prendado al instante. Después de la tercera vez, ella había dejado de llevar chicos a casa. Hasta ese momento.

Sería como quitarse un vendaje, se dijo a sí misma. Dolería un instante, pero se pasaría muy pronto. Vería que Reid caía rendido ante los encantos de su hermana y podría aniquilar sus sentimientos hacia él.

– No va a pasar -le advirtió Madeline.

– No sé de qué estás hablando.

– Curioso, porque yo sé perfectamente lo que estás pensando. No puedes soportar la idea de sentir algo hacia Reid y lo has traído porque crees que se quedará cautivado conmigo.

– Es una buena idea -Lori se encogió de hombros.

– Es una idea estúpida. Él no va a interesarse.

– No lo sabes -Lori sonrió-. Yo apostaría a que sí.

– ¿No se te ha ocurrido pensar que los otros chicos no se interesaron tanto como tú te imaginabas y que los ahuyentaste por imaginarte lo peor?

– ¿Cómo dices? -aquello le llegó al alma-. En cuanto te conocieron, sólo hablaban contigo. Acéptalo, Madeline, nunca pasaste una fase difícil, naciste guapa. Yo tuve que hacer maravillas para parecer normal. Ya lo he digerido y estoy orgullosa de mi vida. Hago todo lo que puedo.

– No es verdad. Te ocultas. No te expones porque es más fácil no tener esperanzas.

– Gracias, doña Perfecta -las palabras de Madeline le habían dolido-. Es muy estimulante saber tu opinión profesional sobre las cosas. Te guste o no, la conclusión es que los hombres te adoran.

– No sería Vance…

Dijo esas tres palabras casi con un hilo de voz. Lori tragó saliva y su furia se esfumó.

– Vance es un inútil y, seguramente, el hombre más cretino del planeta.

– No digas eso -le pidió Madeline con los ojos empañados de lágrimas-. Fue mi marido.

Lori no podía soportar que su hermana siguiera sintiendo algo por Vance. El muy canalla desapareció en cuanto le dieron el diagnóstico a Madeline. Llamaron a la puerta antes de que se le ocurriera algo que decir.

– Es tu joven amigo… -bromeó Madeline.

– No me obligues a matarte -Lori la miró con furia-. Soy perfectamente capaz.

– Palabrería…

Lori resopló, fue a la puerta precipitadamente y abrió.

Todos los saludos ingeniosos que se le habían ocurrido se esfumaron en cuanto lo vio sonriendo en su diminuto porche. La luz del techo iluminaba el maravilloso rostro. La chaqueta de cuero resaltaba unos hombros anchos y las estrechas caderas. Estaba sexy, viril y tan lejos de su alcance como los anillos de Saturno.

– Hola -saludó él mientras le ofrecía un ramo de flores-. Iba a traer vino, pero miré en Internet y vi que alguien con la enfermedad de tu hermana no puede beber.

Ella miro fijamente las flores.

– Entontes son para Madeline.

– No… Son para ti. Esto también -le dio una caja de chocolates.

Estaba desconcertada. ¿Le había llevado flores y chocolate? ¿A ella?

– Pasa -le dijo mientras se apartaba.

– Gracias.

Él entró en la casa, se dio la vuelta y la besó. Como si tal cosa. Fue un fugaz roce en los labios y ella intentó quitarle nerviosamente la chaqueta mientras miraba alrededor.

– Es muy bonita -dijo él.

Lori no podía moverse ni pensar ni respirar, casi, ni seguir viva durante mucho tiempo más. La había besado. Como si… No sabía como qué, pero fue muy raro. No se besaban. Se habían besado una vez, pero nunca más. No salían juntos. ¿Pensaría él que aquello era una cita?

Antes de que pudiera reponerse, Madeline entró en la habitación.

– Debes de ser Reid. Yo soy Madeline.

– Encantado de conocerte.

Se estrecharon las manos. Lori se preparó para el fogonazo. Asombrosamente, Reid dejó de mirar a su hermana.

– Estaba diciéndole a Lori que la casa es muy bonita.

– ¿Verdad que sí? -Madeline sonrió-. Lori y yo fuimos muy pobres de pequeñas. Vivimos en una caravana hasta que nos mudamos. Las dos nos propusimos tener una casa propia. Yo quería un piso elegante, pero Lori siempre dijo que quería ser dueña del terreno de su casa.

Lori se sintió abochornada, pero Reid sonrió.

– Tiene sentido -él le dio la espalda a Madeline y la miró a ella-. Te espantaría mi casa. Es una casa flotante, sin tierra siquiera.

Ella no sabía qué decir ni qué hacer. Estaba hablándole a ella, no a Madeline. Era imposible.

– Yo… -empezó a decir Lori antes de cerrar la boca-. La… casa flotante parece fantástica. Todo el mundo quiere vivir en el agua, ¿no?

– Mentirosa -Reid sonrió.

Ella parpadeó. ¿Estaba provocándola? Súbitamente, todo le pareció desconcertante.

– Debería meter las flores en agua.

Lori se fue a la cocina. Si Reid y Madeline se quedaban solos, quizá prendiera la chispa. Sin embargo, él la siguió y la observó mientras intentaba alcanzar un florero de la balda más alta. La apartó delicadamente y lo agarró él mismo.

– Zeke y yo hemos estado hablando -le comentó mientras le daba el florero-. Sobre la forma de recobrar mi reputación.

– ¿Quién es Zeke?

– Mi administrador. He despedido a Seth: se ocupaba de los compromisos y las reservas, y no habrá ninguno durante un tiempo. Hemos hablado de lo que podría hacer para mejorar mi imagen. ¿Qué te parece?

Ella metió las flores en el florero.

– Es un gesto. ¿No crees que la gente pensara lo mismo? Tienes que hacer algo más. Algo que pueda durar un poco.

Quiso recuperar las palabras en cuanto salieron de su boca o que se la tragara la tierra, ¿«Durar un poco»? ¿Por qué había dicho eso? Se parecía demasiado a lo que había dicho la periodista en aquel artículo espantoso.

– Quiero decir… -empezó a disculparse antes de darse cuenta de que él estaba sonriendo.

– Sé lo que quieres decir. Algo más consistente.

– Eso…

– No te referías a mi capacidad para…

– En absoluto -replicó ella atropelladamente-. Estoy segura de que es…

Él esperó con las cejas arqueadas.

– Correcta -terminó Lori.

– Mejor que correcta.

– De acuerdo. Impresionante.

– Efectivamente -Reid sonrió.


– Me encanta todo en esta casa menos que no tenga lavaplatos -se lamentó Madeline.

Habían terminado de cenar y de recoger la mesa. Había mandado a Lori a descansar y Reid se había ofrecido a ayudarla.

– Es una cocina original -siguió Madeline-. De los años cuarenta. Ella compró los fogones en un sitio donde los restauran. Me deja tener un microondas en la encimera, pero se niega rotundamente a quitar uno de los maravillosos armarios para poner un lavaplatos.

Él miró alrededor. Las paredes eran amarillas, los armarios blancos y las baldosas blancas y rojas con manchas amarillas.

– Típico de ella -comentó él.

– Sí, estoy de acuerdo.

Reid agarró un paño de cocina y un plato mojado.

– Creí que tendrías otro aspecto.

– ¿De enferma…? -preguntó ella.

– Algo así.

– Lo tendré. Por el momento casi todos los síntomas son invisibles. Tengo algunos moratones en el torso porque el hígado no me funciona bien. Mi aspecto empeorará a medida que la enfermedad avance.

– ¿Te importa que hable de esto?

– No me importa nada -contestó ella-. Ahora mismo es parte de mi vida.

Él no había conocido a nadie que estuviera muriéndose. Gloria era muy mayor y se acercaba al momento de la muerte, pero era distinto. Madeline tenía treinta y pocos años.

– Pareces tranquila.

– También tengo días malos…

– Creo que yo no estaría tranquilo nunca.

– Nunca sabes de qué eres capaz hasta que te pasa -ella sonrió-. Me quedé paralizada y no sabía qué hacer. Lori se ocupó de casi todo. Me acompañó al médico e hizo las preguntas adecuadas. Mi marido se marchó y ella persiguió al abogado para cerciorarse que no me machacara.

– ¿Se marchó porque estabas enferma?

– Sí, fue un encanto.

– Lo siento -Reid no sabía qué decir.

– Yo también. Por lo menos, no tuvimos hijos. Dejarme cuando se complicaron las cosas fue duro, pero imagínate con niños… -Madeline aclaró un vaso-. Muy bien, ha llegado el momento de cambiar de tema. Hablemos de algo alegre.

En ese momento, Lori entró en la cocina.

– ¿Puedo ayudar?

– No, no puedes -Madeline suspiró-. Tú hiciste la cena. Vete a descansar.

– No estoy cansada.

– Entonces puedes ver la televisión, leer un libro o contemplar la expansión del universo.

– Me voy -dijo Lori antes de marcharse.

Reid se quedó mirándola.

– Se comporta de una forma rara, hasta para ella.

Madeline sonrió como si supiera un secreto.

– Se le pasará -aclaró un plato y se lo dio a Reid-. Lori es muy especial.

– Estoy de acuerdo.

– No me gustaría que le hicieran daño.

Madeline no estaba dando conversación, estaba indagando y avisándole. Normalmente, aquello hacía que quisiera salir corriendo, pero en ese caso, estaba deseando mantener esa conversación. ¿Por qué sería? Supuso que en parte era porque le gustaba Lori. Le gustaba hablar con ella, incordiarla y hasta besarla. El beso había estado bien. Mejor que bien. En otras circunstancias, habría seguido adelante. El deseo lo dominó. Hacía tiempo que no se acostaba con nadie y, dadas las circunstancias, pasaría bastante más. Después de aquel artículo, no le apetecía estar con nadie. Sabía lo que estaría pensado la mujer en cuestión. Sin embargo, Lori era distinta. Era… Se dio cuenta de que Madeline estaba mirándolo fijamente.

– Perdona -dijo él-. ¿Qué me habías preguntado?

– Nada.

– Es verdad. Ibas a advertirme que no me acercara a Lori.

– ¿Porqué iba a hacer tal cosa? Soy la mayor. Lori lo pasó mal de pequeña. Yo era más lista, más guapa y más apreciada -hizo una pausa y arrugó la nariz-. Vaya, parezco una egocéntrica, pero es verdad. Mamá estaba borracha todo el tiempo y papá había desaparecido. Se largó cuando mi madre estaba embarazada de Lori. No teníamos dinero y todo era muy complicado. A eso, añádele que Lori se crió a mi sombra. No me extraña que no sepa si me quiere o me odia.

– Lori no te odia -Reid la miró fijamente.

– Lo sé. Eso es lo maravilloso de ella. Si lo hiciera, nadie podría reprochárselo. Yo menos que nadie. Sin embargo, me propuso vivir con ella en cuanto se enteró de que estaba enferma. Cuando dudé, ella, personalmente, lo embaló todo y llamó a una empresa de mudanzas. Es mi bastón -agarró una cazuela-. Tiene que ser muy difícil para ella. Soy el motivo de que tuviera una infancia desdichada, me quiere más que nadie en el mundo y estoy muriéndome. ¿Cómo se puede conjugar todo eso?

Reid no sabía qué hacer con toda la información que le había echado encima, pero no dudó que fuera verdad.

– ¿Cómo has llegado a esa conclusión? -preguntó él-. Lori no te lo ha dicho.

– Claro que no. No querría que yo cargara con el peso de sus conflictos. Pero observo y escucho. Es mucho más de lo que ella cree que puede ser.

– Lo sé.

– Me lo imaginaba -ella lo miró-. ¿Qué vas a hacer con ella?

– No tengo ni idea.

Lori no era su tipo. No era una mujer para pasar una noche ardiente y desaparecer, pero él no sabía hacer otra cosa. Lo que significaba que eludirla sería lo mejor para los dos. Sin embargo, se dio cuenta de que quería estar con ella. No sólo en la cama: fuera también.

– Ya lo sabrás -lo tranquilizó Madeline-. Pero intenta no hacerle daño, es más frágil de lo que parece.

Él pensó que Lori era una roca, pero quizá fuera algo más que puro sarcasmo y la fuente de energía de todo el mundo. Quizá tuviera aspectos que nadie veía.

– No sé qué va a pasar -reconoció él-. No se me dan bien este tipo de cosas.

– Entonces quizá sea el momento de aprender.


Reid estaba sentado en su despacho del bar repasando facturas. Normalmente, dejaba que los tres directores adjuntos se ocuparan del papeleo, pero ese día, por algún motivo, quiso ser útil.

Ordenó los documentos según proveedores, fue al ordenador y comparó las facturas de ese mes con las de los tres meses anteriores. No sabía muy bien qué estaba buscando, pero le pareció una manera lógica de saber si alguien estaba robando o intentando ocultar comisiones. Oyó unos pasos en el pasillo.

– Yo estoy de su parte, digan lo que digan -dijo una mujer a su amiga mientras iban al cuarto de baño-. Es muy guapo. Además, no me importa lo que dijera esa periodista asquerosa, se portó de maravilla en la cama.

– A mí también me lo pareció. Podría haber durado un poco más, pero siempre podrían durar un poco más…

Se rieron y se hizo el silencio cuando la puerta se cerró detrás de ellas. Reid volvió a centrarse en el ordenador, pero estaba desconcertado. No sabía quiénes eran esas mujeres ni cuándo se había acostado con ellas. Sólo supo que habían hecho un trío. Al menos no se quejaron…

Sin embargo, no era un gran consuelo. Apagó el ordenador. Ya nada le parecía bien, se dijo mientras se ponía la chaqueta y salía. Tenía que hacer algo ese día, algo que valiera la pena. Fingir que dirigía el bar y esconderse de Gloria no servía para nada.

Tomó el coche y se dirigió hacia el este hasta que llegó, sin propósito alguno, a Bellevue. Se detuvo delante de una tienda enorme de artículos deportivos y se quedó mirando el escaparate. Añoraba el béisbol. Los deportes siempre habían sido una vía de escape para él. Le habían dado firmeza y un objetivo. Sacó el teléfono móvil y marcó un número conocido.

– ¿Qué tal? -preguntó al oír la voz de Cal.

– Bien. ¿Dónde estás?

– No estoy en el bar -contestó él-. ¿Hay algún sitio en Seattle que necesite material deportivo? Un colegio en alguna zona pobre, un club…

– Claro. Espera -Reid oyó que tecleaba algo-. Hay un par de sitios a donde van los niños pobres después del colegio. Seguramente necesiten material. ¿Por qué?

– Voy a hacer una cosa. ¿Tienes una dirección?

Cal se la leyó junto al número de teléfono. Reid colgó, llamó y pidió hablar con el director. Una mujer se puso al teléfono.

– ¿Tienen un patio donde juegan los niños? -le preguntó.

– Sí… -contestó ella con cautela.

– ¿Qué tal están de material? Me gustaría mandarles unos bates, pelotas y otras cosas. ¿Les vendrían bien?

– Claro. Naturalmente. ¿Quién es?

Reid colgó.

Dos horas después, estaba aparcado ante un edificio viejo y medio derruido. Había unos treinta niños alrededor de un camión enorme de reparto. Los niños gritaron de alegría cuando descargaron el material.

– No lo entiendo -dijo una mujer bastante mayor-. Un hombre llamó y preguntó si lo necesitábamos. ¿Está seguro de que es gratis?

– Todo está pagado -le confirmó el repartidor-. Firme el recibo y en paz.

La mujer sonrió y firmó. Reid metió la primera y se marchó.

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