Capítulo20

Lori no se acordaba de haber salido del hospital ni de haber ido a su casa, pero, súbitamente, se encontró allí. Reid le rodeaba la cintura con un brazo. La llevó hasta el sofá y quiso que se sentara, pero ella se resistió. No podía pensar ni moverse. Casi no podía respirar. Era como si se hubiera quedado sin aliento vital. Sentía un dolor tan abrumador que ni siquiera tenía ganas de llorar. Era como si llorar fuera una reacción insignificante para lo que había pasado. Madeline estaba muerta. La frase le daba vueltas en la cabeza como la letra de una canción obsesiva. El dolor le brotaba de lo más profundo y supo que todo sería distinto. Madeline ya no estaba. Su hermana, graciosa, hermosa y perfecta no había sobrevivido a la operación que debería haberte salvado la vida.

– ¿Quieres que te traiga algo? -le preguntó Reid.

Ella negó con la cabeza. Le parecía imposible poder hablar. La puerta de la calle se abrió y Walker y Cal entraron con Evie entre ellos. Su madre había envejecido un millón de años en una hora. Las arrugas habían convertido su cara en una máscara de dolor. Lori la abrazó con todas sus fuerzas.

– No puedo creérmelo -dijo su madre con un hilo de voz-. No me lo creo. No ha podido morir. No es posible.

Lori estaba de acuerdo, pero la verdad era innegable; era como una criatura sombría que la atenazaba por dentro. Estaba temblorosa y sabía que había que hacer mil cosas, pero no se le ocurría ninguna.

El resto de la familia de Reid entró en la casa. Estaban en silencio y se quedaron sin entrar en la sala. Lori sabía que debía decirles algo: darles las gracias y permitirles que se fueran. Antes de que pudiera reaccionar, Reid rodeó a su madre y a ella con los brazos.

– Nosotros nos ocuparemos de todo. Vosotras, quedaos juntas.

Lori asintió con la cabeza. Llevó a su madre al sofá y la anciana se derrumbó. Dani se acurrucó a sus pies y le tomó las manos.

– ¿Quieres una taza de té o café?

– De té, gracias -contestó la madre de Lori.

– La traeré -Dani se levantó-. ¿Lori?

Lori sacudió la cabeza. Reid la sentó junto a su madre. Las dos estaban muy pálidas y él nunca había visto esa expresión de desolación en los ojos de Lori.

– ¿Conoces a algún médico? -preguntó él-. Alguien que pueda recetaros algo.

– ¿Qué? No lo sé -Lori sacudió la cabeza y fue a levantarse-. No…

– Mi bolso -dijo su madre-. Ahí tengo el nombre del médico.

Reid encontró el bolso y llamo al médico. En cuestión de minutos, Walker había salido a recoger la receta y el medicamento. Penny salió de la cocina y se acercó a Reid.

– No hay comida. Tengo lo que hice para pasar el día en el hospital, pero no es suficiente. Le haré una lista a Cal y me quedaré para preparar algunas cosas.

Penny siempre había creído que la comida era la solución de todos los problemas. Era una de sus mejores virtudes.

– Gracias -le dijo él-. Vendrá muy bien.

– De acuerdo. Haré la lista y Cal puede hacer la compra y traerla. Luego, irá a recoger a Allison. Elissa se la ha llevado a casa con Zoe. Lo siento, Reid. Por ti, por Lori y por su madre. Es espantoso.

Él asintió con la cabeza. No existían palabras para expresar lo que había sucedido. Le horrorizaba lo que estaba pasando Lori y lo que tendría que pasar. Esa perdida inesperada sería demoledora.

Dani descolgó el teléfono y lo llamó con la mano.

– He hablado con el hospital y me han dicho que necesitan el nombre de la funeraria. No en este momento, pero, seguramente, mañana. También he hablado con mi jefe. Me ha dado libre hoy y mañana, así que puedo quedarme para organizarlo todo.

Reid se inclinó y la besó en la cabeza. Penny era perfecta con la comida y Dani podía organizar un ejército entero. Entre las dos, todo iría sobre ruedas.

– Gracias -le dijo él.

– Quiero ayudar.

– Yo también.

Él quería facilitar las cosas, pero ¿cómo? Notó que le tocaban delicadamente el brazo y cuando se dio la vuelta, se encontró con Lori.

– Deberíamos llamar a algunas personas -le comentó ella-. Amigos y conocidos. También tenemos algunos familiares.

– Yo lo haré -se ofreció Dani-. Si me dices dónde puedo encontrar los nombres y los números de teléfono, los llamaré.

– Muy bien -Lori estaba pálida y parecía como si no supiera muy bien dónde estaba-. Habrá un entierro. Tiene que haberlo.

– Te ayudaremos con eso -intervino Reid-. Podemos ocuparnos de esas cosas. No tienes que hacer nada.

A Lori le tembló el labio inferior. Reid la abrazó y ella se derrumbó. La tomó en brazos y la llevó a su dormitorio. Por el rabillo del ojo vio que Dani se sentaba con la madre de Lori y le pasaba un brazo por los hombros.

– Se ha ido -susurró Lori-. No puedo creérmelo. Esto no era lo que tenía que pasar.

– Lo sé. Lo siento…

La dejó en la cama y se tumbó a su lado. Ella se acurrucó contra su costado y él la abrazó.

– Duele mucho -susurró ella con la voz temblorosa-. No quiero que esté muerta. Es espantoso y no puedo llorar.

– Ya llorarás. Tienes mucho tiempo para llorar.


Un par se horas más tarde. Reid fue a casa de Gloria. Dani y Penny se quedarían un rato con Lori y su madre para que él pudiera ocuparse de otras cosas.

La rabia estaba adueñándose de él. La rabia, el sentimiento de culpa y las ganas de enfadarse con alguien. Pero ¿con quién? Él era el único culpable.

– ¿No podías haber llamado? -pregunto Gloria en cuanto lo vio-. He estado pegada el teléfono. No podría haber ido a ninguna parte, pero estaba preocupada. Es una operación complicada y… -ella contuvo la respiración-. ¿Qué ha pasado? Tienes un aspecto horrible…

Él se sentó en el borde de la cama y tomó la mano de su abuela.

– Madeline murió durante la operación.

Gloria se quedó pálida. En cuestión de segundos envejeció y pareció muy frágil.

– No -susurró ella-. No es posible. Tendría que estar bien. Tendría que haberse curado. Pobre Lori… y su madre. Tienen que estar destrozadas.

– Lo están.

– Pobrecilla.

– No vendrá a trabajar durante algún tiempo. Intentaré ocuparme de todo lo que pueda. Sandy ha dicho que se quedará un poco más. ¿Es suficiente o quieres que contrate a otra enfermera?

– No… -los ojos de Gloria se empañaron de lágrimas-. Estoy bien. Cada día estoy más fuerte.

– Sé que saldrás adelante -Reid se inclinó y la besó en la frente.

– Quiero ayudar -dijo su abuela-. ¿Necesitan algo?

– No. Dani está organizando el entierro y llamando a la familia y amigos. Penny se ocupa de la comida de la casa, y Cal y Walker están haciendo recados.

– Quiero ir al entierro. Puedo ir -aseguró ella antes de que él dijera algo.

– Entonces irás -Reid la soltó-. Voy al piso de arriba a hacer algunas llamadas, pero volveré dentro de una hora o así. ¿Quieres algo?

– Vete. Estoy bien.

Ella agitó una mano y él se marchó. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta y se dejó caer en el sofá. Entonces, dejó brotar todos sus sentimientos. Lo abrumaron y le dijeron la verdad a un volumen que tuvo que oír. Madeline había muerto por su culpa. La había matado como si él mismo hubiera parado su corazón. Se había empeñado en encontrarle un donante. Había estado muy orgulloso de sí mismo. Había querido ser un héroe y había privado a Madeline del año que le quedaba de vida. En ese momento, podría estar viva, podría estar charlando y riendo con Lori. Quizá podrían haber encontrado una curación o un donante mejor.

Había oído lo que dijo el día antes de la operación. Dijo que quería más tiempo; que había decidido operarse porque se sentía responsable de que él hubiera ido a la televisión.

Era culpa suya. Tuvo que empeñarse en intentar arreglarlo todo. Tuvo que alardear. Tuvo que intentar compensar todo lo que había hecho mal. Sin embargo, el resultado…

Lo fastidió todo cuando no quería participar y lo empeoró cuando hizo todo lo que pudo. Se quedó un buen rato sintiendo rabia y arrepentimiento. Lori nunca le perdonaría que le hubiera arrebatado lo más preciado que tenía en la vida. Había querido ayudar a la mujer que amaba, pero la había destrozado.


Después del entierro, los amigos de Madeline fueron a casa de Lori. Era pequeña y en seguida se lleno de compañeros de trabajo y amigas, de gente que la había tratado durante su breve vida. Lori los saludó y recibió sus condolencias. Evie se mantuvo cerca de ella, pero al cabo de un rato, se excusó. Lori sabía que los días pasados habían sido muy difíciles para ella. Parecía como si su madre hubiera encogido. Esperaba que el tiempo la ayudara, pero ella también seguía conmocionada y era difícil imaginarse que alguna vez se sentirían mejor.

– Lo siento muchísimo -dijo Gloria cuando entró apoyada en un bastón y en Cal-. No sé qué decir.

– No tienes que decir nada -Lori la abrazó-. Gracias por haber venido. No te canses, sigues recuperándote.

– No te preocupes por mí -Gloria tenía los ojos llenos de lágrimas-. Estoy bien.

Lori asintió con la cabeza y Gloria y Cal se alejaron. Miro alrededor y se quedó asombrada de la cantidad de gente que había ido. Había tantas sonrisas como lágrimas, y los amigos contaban anécdotas divertidas o conmovedoras de Madeline. Penny estaba en la cocina preparando comida como para alimentar a toda la ciudad durante tres días.

– Vamos bien -le dijo Penny mientras levantaba la mirada de una fuente-. La comida está hecha y Dani está ocupándose de todo lo demás. He hecho algunos postres. El azúcar viene bien en estas situaciones, ¿no crees?

– A mí, sí -confirmó Lori-. Has estado maravillosa. Todos vosotros. No sé cómo agradecéroslo.

– No tienes que hacerlo. Eres una de nosotros. Naturalmente, queremos ocuparnos de ti.

¿Una de ellos? Pensó que ojalá lo fuera, pero no lo dijo. Volvió a darle las gracias a Penny y fue a la sala. Reid estaba junto al mueble bar que habían improvisado en un rincón. Fue hasta allí y aceptó una copa de vino blanco.

– ¿Qué tal estás? -preguntó él-. Mejor dicho, ¿te sientes capaz de aguantar todo esto?

– No tengo nada que hacer -contestó ella-. Tu familia se ha ocupado de todo. Quiero darte las gracias. También por tenerte aquí. Significa mucho para mí.

No habría podido soportar todo aquello sin Reid. Desde la muerte de Madeline, habían pasado los días juntos y luego, por la noche, se quedaba con ella y la abrazaba hasta que se quedaba dormida. Sentía cierto remordimiento por no haberle dado nada más, pero, sinceramente, no le quedaba nada dentro, ni un sentimiento. Se dijo, con tristeza, que se la acabaría pasando y que seguiría adelante.

Quiso decirle algo, algo que lo retuviera hasta que ella empezara a recuperarse, pero no le salían las palabras, aunque tenía que intentarlo. Sin embargo, antes de que se le ocurriera algo, se acercó una mujer y empezó a hablar de Madeline.

– Te adoraba -dijo la mujer con una sonrisa y lágrimas en los ojos-. Todavía me acuerdo de lo feliz y emocionada que estaba cuando le pediste que viniera a vivir aquí. Me dijo que ya no estaba asustada. Sabía que estarías con ella para todo. Sabía cuanto la querías.

Lori asintió con la cabeza y un nudo en la garganta.

– Era mi hermana -consiguió decir.

– Lo siento -la mujer sollozó-. Tiene que ser infinitamente más doloroso para ti que para mí, y yo casi no puedo soportarlo. Sólo quería que supieras que Madeline hablaba de ti todo el rato.

– Gracias.

Otras personas se acercaron para contarle otras historias. Hasta que Lori ya no pudo asimilar más palabras amables. Se refugió en el cuarto de su hermana. Cerró la puerta y se apoyó en ella, pero se dio cuenta de que no estaba sola. Su madre salió de detrás de la puerta del armario con una blusa roja en un brazo.

– Me acuerdo de cuando se la compró -comentó Evie mientras se enjugaba las lágrimas-. Acababa de firmar el divorcio y dijo que quería comprarse algo alegre. Sin embargo, la blusa le quedaba fatal y no pude disimularlo. Me acuerdo de que estábamos en el cuarto de estar de mi casa y de que nos reímos de que no fuera capaz de elegir la blusa adecuada -se secó las lágrimas que le rodaron por las mejillas-. Siempre estaba dispuesta a reírse de sí misma.

– Me acuerdo. Intentó que me quedara la blusa, pero le dije que era imposible que me sentara mejor que a ella.

– Siempre fue muy guapa -su madre suspiró-. Incluso de bebé era una preciosidad.

– Lo sé. No salió mal en ninguna foto. Salía bien hasta en esas fotos espantosas del colegio. Me fastidiaba muchísimo.

Lori se dejó caer en la cama y abrazó el oso de peluche viejo y desgastado.

– La odiaba -siguió ella-. Que Dios me perdone. A veces no soportaba que fuera tan guapa y encantadora: que todo el mundo la quisiera tanto.

Su madre se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.

– Tranquilízate. No te atormentes. No odiabas a tu hermana. Nunca lo hiciste. Querías lo que ella tenía, pero eso es muy distinto. Nunca le diste ningún mérito. Sé que tengo la culpa y lo siento.

– No lo sientas -la tranquilizó Lori-. No pasa nada. Estoy bien. Me habría gustado… -tragó saliva-. Me habría gustado ser más simpática o algo así. Me habría gustado que ella hubiese sabido cuánto me importaba.

– Lo sabía. ¿Crees que no lo sabía? Le pediste que viniera a vivir contigo cuando más lo necesitaba. Le abriste tu corazón y tu vida. Ahorrabas para no tener que trabajar durante sus últimos meses. Ella lo sabía. Te habría querido en cualquier caso, pero también te quería por eso. Te respetaba y admiraba. Me lo dijo.

Lori lloró, por primera vez desde que su hermana había muerto. Unas lágrimas enormes y ardientes le cayeron por las mejillas.

– La… echo de menos -balbució entre sollozos-. La echo mucho de menos. Quiero que vuelva. Sé que tenía que intentar el trasplante y siempre estaré agradecida de que muriera con esperanza, pero la añoro.

– Lo sé.

Se abrazaron unidas por un dolor que pareció interminable. Sin embargo, las lágrimas cesaron y Lori se secó la cara.

– Mamá, ¿quieres venir a vivir conmigo?

– Te lo agradezco -su madre sonrió-, pero las dos somos demasiado cabezotas para que salga bien. Sin embargo, me gustaría que no nos alejáramos. Nos tenemos la una a la otra y no quiero perderme ni un minuto de eso.

– Yo tampoco.


Entre su trabajo nuevo y los preparativos del entierro, Dani no había tenido ni un segundo libre. Pasó una semana antes de que pudiera encontrar una tarde libre y el valor para ver a Gloria.

Aparcó delante de la enorme casa y se quedó mirando las ventanas iluminadas. De niña, la casa la aterraba. De joven, represento un sitio del que tenía que escapar. Nunca se había sentido cómoda entre aquellas paredes y no esperaba sentirse mejor después de esa reunión, pero tenía que intentarlo.

Había llamado a Gloria y le había pedido una cita. Le explicó el motivo y, aunque su abuela se portó muy civilizadamente durante el entierro, supuso que le colgaría el teléfono. Sin embargo, esa mujer a la que siempre consideraría su abuela, aceptó.

– Eso no significa nada -se dijo Dani en voz baja mientras se acercaba a la puerta-. Sólo quiere torturarme personalmente.

No había otra explicación lógica para que Gloria hubiera aceptado verla. Aun así, no pudo evitar que un rayo de esperanza la iluminara por dentro.

Reid le abrió la puerta, la acompañó hasta el cuarto de Gloria y le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.

– Hola, Dani -la saludó Gloria desde su butaca de orejas-. Siéntate.

– Gracias -Dani se sentó en la otra butaca que había en la habitación-. Estás mucho mejor. Te apañaste bastante bien en el entierro de Madeline.

– Estoy reponiéndome -Gloria se encogió de hombros-, pero cada día estoy más vieja. Es un incordio, pero es lo que hay.

Dani parpadeó. Nunca la había oído hablar de forma tan natural y sincera, y le asustó un poco oírla en ese momento.

– Creo que has entrado a trabajar en Bella Roma… Una elección interesante.

– Estoy contenta. Se trabaja muy bien con Bernie.

– Su madre puede ser un poco pesada.

Dani se acordó de que Lucia Giuseppe tampoco había tenido palabras muy amables para con Gloria y se preguntó qué habría pasado en otros tiempos.

– Disfruto con mi empleo nuevo -Dani decidió no tomar partido-. Es complicado, pero divertido. Los empleados son fantásticos, los clientes son fantásticos y la comida increíble.

– Hacía mucho que no sabía nada de ti -comentó Gloria mirándola fijamente.

– Lo sé.

– ¿Qué ha pasado?

Dani también la miró fijamente, como si no pudiera creerse la pregunta.

– Dejaste muy claro y muy cruelmente que no soy de la familia. Me hiciste daño a conciencia. ¿Para qué iba a venir a recibir más y para qué ibas a querer que viniera?

Gloria bajó la mirada

– Claro, visto de esa manera…

Se hizo un silencio incomodo y Dani se sintió casi culpable, algo que la sacó de quicio. Ella no tenía la culpa de nada. No había hecho nada mal. ¿Por qué iba a tener que sentirse responsable?

– No quiero entretenerte -Gloria le señaló una carpeta que estaba en una estantería-. Eso es para ti. Hay alguna información elemental sobre tu padre. No me he molestado con nada más porque serás capaz de encontrar lo que más te interese.

Dani miró la carpeta, pero no la agarró.

– Vas a decirme su nombre.

– Naturalmente, Dani. Entiendo por qué haces esto, pero, por favor, ten cuidado. Un hombre en la posición de tu padre… -Gloria suspiró-. No será fácil y tienes que entenderlo.

Dani se levantó y tomó la carpeta, pero no la abrió.

– ¿Qué me ocultas? ¿Es un asesino o algo parecido?

– En absoluto. Es… -hizo un gesto con la mano-. Ábrela de una vez. Entenderás lo que quiero decir.

Dani tomó aliento y abrió la carpeta. En la primera página vio la foto de un hombre de cincuenta y tantos años. Era guapo, sonriente y le pareció increíblemente conocido. Se quedó petrificada. No pudo leer lo que decía debajo ni pasar la página. Miró a Gloria.

– ¿Mark Canfield? -preguntó con un hilo de voz-. ¿El senador Mark Canfield?

– Sí.

– ¿Es mi padre?

– Sí.

Dani se quedó atónita.

– Aspira a ser presidente de Estados Unidos. ¿Quieres decir que mi padre puede ser el presidente?

– Todavía está calculando sus posibilidades, pero eso tengo entendido.

Dani se dejó caer otra vez en la butaca. No podía asimilar ese cambio en su vida.

– No puedo creérmelo -susurró-. Mark Canfield… Sé quién es. Le he votado.

– Estoy segura de que le encantará saberlo -comentó Gloria con una sonrisa.


Reid se despertó a mitad de la noche y se encontró solo en la cama. Se quedó tumbado un instante antes de levantarse e ir a la sala. Lori estaba acurrucada en un rincón del sofá. Las luces de la calle se filtraban por la ventana entreabierta y pudo comprobar que estaba despierta.

– ¿Has tenido pesadillas? -le preguntó mientras se sentaba a su lado.

– Eso cuando me quedo dormida -ella se encogió de hombros-, que es muy pocas veces.

– Podrías tomar algo.

– No estoy preparada para automedicarme, aunque estoy a punto de hacerlo -Lori tomó aliento-. ¿Por qué estás levantado?

– No estabas en la cama.

Ella no contestó y él la abrazó, pero estaba rígida. Reid se sintió intranquilo. Ella seguía sufriendo por la muerte de su hermana y no era el momento adecuado para hablar de su relación, pero se sintió obligado a decir algo.

– Has estado muy callada -dijo él-. Sé que estás pasándolo muy mal. Me he quedado para ayudarte, pero ¿preferirías que me marchara?

Ella lo miró con unos ojos indescifrables en la penumbra.

– Creo que sería lo mejor. En estos momentos, necesito algo de espacio.

Fue como si ella se hubiera infiltrado en su pecho y le hubiera pateado el corazón. No supo qué pensar ni qué decir. Lori no lo quería cerca; no lo quería.

– Está bien -Reid se levantó-. Me marcharé.

Él esperó un segundo, pero ella no dijo nada y no le quedó más remedio que marcharse. Mientras se vestía, se acordó de todas las veces que ella se había preocupado porque él podía hacerle daño. Al parecer, Lori se había preocupado demasiado y él demasiado poco.

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