Capítulo21

Gloria dejó la servilleta con un golpe.

– ¿Qué te pasa? No paras de dar vueltas por la casa. Francamente, estás empezando a sacarme de quicio.

– No me apetece salir -contestó Reid mirando a su abuela.

– No lo entiendo -ella resopló- pero me gustaría saber por qué estás tan alicaído. Madeline era una joven encantadora, pero casi ni la conocías. No puede ser por eso.

– Echo de menos a Lori -reconoció al darse cuenta de que no tenía sentido negar la verdad-. Por fin había encontrado la mujer con la que quería estar y no podemos mantener una relación.

– ¿Por qué? Esa chica está loca por ti. Lo ha estado desde el principio. Intenté disuadirla, pero no me hizo caso. Los jóvenes de hoy en día sois así.

– Ya no está loca por mí. Casi ni me habla. La semana pasada le pregunté si quería que dejara de ir a verla todo el rato y ella me contestó que necesitaba espacio -Reid clavó la mirada en la comida que no había probado-. No puede perdonarme y lo entiendo. Yo no me lo perdonaría.

– ¿El qué? -preguntó su abuela-. ¿Qué delito has cometido?

¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿Cómo podía esperar que lo dijera en voz alta? A menos que quisiera obligarlo a aceptar su responsabilidad.

– Madeline murió por mi culpa.

– Siempre has tenido tendencia a lo dramático -sentenció Gloria-. Por favor, Reid… Tú no estabas en el quirófano y tampoco la atropellaste con el coche. ¿Por qué es culpa tuya?

– Yo encontré el donante y me empeñé en que se operara.

– Para darle una oportunidad. El hígado nuevo debería haberle salvado la vida.

– Pero no se la salvo -Reid notó la rabia de la impotencia-. No conseguí nada. Si hubiera dejado las cosas como estaban, habría vivido otro año. ¿Sabes lo que habría significado otro año para ella, y para Lori y su madre?

– No lo sé -contestó Gloria-, pero estás llevando demasiado lejos tu desproporcionado sentido de ser imprescindible. Intenta ser lógico. Madeline quería un trasplante de hígado. Tú no la obligaste. Lori y su madre también lo querían. Para ellas, hiciste un milagro.

– No puedes saberlo.

– Tengo una idea muy aproximada. Además, según lo que me contaste, Madeline no habría sobrevivido a ninguna operación un poco complicada. Nadie sabía el estado de su corazón. Independientemente de quién encontrara el donante, no lo habría superado.

– Pero no habría muerto ese día. Quizá, con el tiempo, habría podido tener alguna oportunidad.

– O no. Hiciste todo lo que pudiste. Reid, te expusiste al ridículo en público para salvar la vida de alguien. Hiciste lo que hiciste con la mejor intención. Nadie te lo reprocha: ni siquiera Lori.

– Eso no lo sabes.

– Claro que lo sé. ¿No se te ha ocurrido pensar que lo que hace Lori podría no tener nada que ver contigo? ¿No has pensado que su hermana y ella estuvieron muy unidas durante años y que su pérdida la ha destrozado? ¿No has pensado que te ha alejado para poder rumiar su dolor? A lo mejor piensa que no la quieres tanto como para aguantar su sufrimiento. ¿Has hablado con ella?

– No hay nada que decir.

– No me acuerdo de que fueras tan necio antes -ella fue inflexible-. Si no vas a decirle cuánto la amas, le borro de mi testamento.

– No necesito tu dinero, Gloria -Reid estuvo a punto de sonreír-. Tengo más que suficiente.

– Muy bien. Entonces te expulsaré de mi casa.

– Ya me he ido.

– Dejaré de quererte -lo amenazó ella con los ojos entrecerrados.

Eso le impresionó y se puso muy recto.

– No sabía que me quisieras.

– Claro que te quiero -ella miró hacia otro lado-. Eres mi nieto. Te he visto crecer y convertirte, hasta este momento, en un hombre relativamente íntegro.

– No lo habías dicho nunca.

Ella suspiró y volvió a mirarlo.

– De acuerdo. Te quiero. ¿Contento?

Él se quedó boquiabierto, pero, efectivamente, contento. Se levantó rodeó la mesa y la abrazó.

– Yo también te quiero.

– Ya lo sé. Deja de decírmelo a mí y díselo a quien tienes que decírselo.


Lori lamento haber empezado a llorar el día del entierro de Madeline. Había pasado casi una semana y no podía parar. No podía comer ni dormir. Vivía sumida en un mundo de desconsuelo y añoraba a su hermana como nunca se imaginó que sería posible. El desconsuelo era mayor por la pérdida de Reid. Sabía que lo único sensato era dejar que se marchara. No podía querer quedarse con ella entre tanto sufrimiento y cuando él quiso irse, ella lo dejó. Sin embargo, había sido su única agarradera en un mundo aterrador y sin control, por eso, en ese momento, se sentía sola y aterrada. Su madre había vuelto a la caravana. Todas sus amigas la acompañaban y parecía estar bien. Ella, en cambio, no tenía compañía.

– Soy lamentable -se dijo Lori mientras iba a la cocina para prepararse un té-. Tengo que serenarme.

Tenía un trabajo. Aunque había hablado varias veces con Gloria, todavía tenía que decidir volver. Pero también sabía que Gloria estaba bastante recuperada y podía sobrevivir sin ella. Eso significaba que tendría que buscarse otro trabajo. Sin embargo, la idea de empezar con otra familia y en otra casa era superior a sus fuerzas.

Puso el té en la tetera y esperó a que el agua empezara a hervir. Cuando fue por la taza, estuvo a punto de preguntarle a Madeline si quería té, pero se acordó de que ya no estaba allí. Sintió una oleada de dolor muy punzante. La atravesó y la dejó sin fuerzas, como si fuera a caerse al suelo. Sin embargo, en vez de caerse se encontró entre unos brazos muy fuertes. Se dio la vuelta y vio a Reid. La gratitud reemplazó al dolor y se arrojó en sus brazos.

– Has vuelto.

– Tenía que volver -Reid tenía los ojos nublados por la emoción-. Para decirte que lo siento. Sé que todo es culpa mía: que ella murió por mi culpa.

Se oyó el silbido del agua hirviendo. Lori se soltó y fue a apagar el fogón.

¿Culpa de él? ¿Por qué pensaba eso?

– Tú no tienes nada que ver con la muerte de Madeline.

– Yo encontré el donante e insistí en la operación. Ella no estaba preparada. Lo dejó muy claro. Si yo no me hubiera empeñado, habría vivido otro año.

Lori se imaginó que lo apropiado sería una respuesta delicada y amable, pero estaba muy cansada y se cruzó de brazos.

– Siempre había sospechado que te creías el ombligo del mundo, pero nunca me había esperado esto. Madeline se murió porque el corazón dejó de latirle. Ya está. A menos que tengas línea directa con Dios y le pidieras que acabara con la vida de mi hermana, tú no tuviste nada que ver.

– Pero yo…

– Basta -lo interrumpió ella-. Ya está bien. Madeline iba a morir por su enfermedad. Por un motivo u otro, estaba desahuciada. ¿Sabes lo que es vivir día tras día con la certeza de que el final se acerca? Claro, todos vamos a morir antes o después, pero todos llegamos a convencernos de que todavía queda mucho tiempo. Vivimos vidas normales. Sin embargo, eso no pasaba con ella. Cada día estaba más enferma. El hígado depura el cuerpo por dentro. Ella se envenenaba más a medida que pasaba el tiempo. El torso se le cubriría de moratones. Su propio cuerpo la envenenaría hasta matarla.

Lori dejó caer los brazos a los costados del cuerpo, pero no lo tocó. Quería que la escuchara y que nada lo distrajera.

– Reid, le ofreciste lo que nadie había podido ofrecerle. Le diste esperanza. Es más, nos la diste a todos. Nunca le quites el valor que tiene. La esperanza lo es todo. La esperanza es un milagro.

– Entonces, si no me culpas, ¿por qué me dijiste que me marchara?

– ¿Cómo? Yo no hice tal cosa -replicó ella-. Pensé que querías marcharte. Sé que estaba absorta por el sufrimiento y me pareció que querías estar en otro lado.

– ¡Lori! -Reid la miró con rabia-. ¿Por qué haces siempre lo mismo? ¿Por qué das por supuesto que estoy aquí porque me siento obligado? ¿Por qué crees que desapareceré en cuanto surja la primera complicación?

El arrebato de furia de Reid la sorprendió, pero su reacción la sorprendió casi más. Estaba más que dispuesta a discutir.

– Porque tienes un historial bastante largo de escurrir el bulto. Ya hemos hablado de eso. Nunca te quedas cuando las cosas se complican.

– Hablas de mi pasado -le rebatió él-. ¿Cuándo he escurrido el bulto estando contigo?

– No has tenido ocasión…

– Fantástico. ¿Estás esperando a que meta la pata? Es lo que suelo hacer, ¿no?

– No. No quiero decir eso -al menos, no exactamente eso.

– Entonces, ¿qué quieres decir? ¿Me has rechazado antes de que te rechace yo?

– No -contestó ella-. Estoy llorando la pérdida.

– Una excusa muy oportuna.

– Lo sabrás muy bien… Eres un especialista.

– Hablas de mí -Reid sacudió la cabeza-. Es verdad que me he pasado la vida escurriendo el bulto, pero tú te la has pasado sin atreverte a nada. Yo, al menos, he dado la cara.

Lo injusto y certero de la declaración la dejaron cortada.

– ¡No sabes nada de mí! -exclamó ella-. No sabes lo que es vivir a la sombra de alguien.

– ¡Tonterías! -exclamó también él-. Me reprochaste que utilizara lo mal que lo pasé con Jenny para ocultarme. Permíteme que te devuelva el reproche. Hace mucho tiempo que dejaste de estar a la sombra de Madeline. Te vino muy bien cuando eras niña, pero hace mucho tiempo que te vales por ti misma. Tienes una profesión y una casa; eres muy capaz de defenderte sola. Entonces, ¿por qué tienes tanto miedo de dar un paso y arriesgarte un poco?

¿Por qué la acosaba de aquella manera? ¿Acaso no sabía como estaba pasándolo?

– ¿Por qué estabas siempre tan convencida de que no podría quererte? -preguntó él ante el silencio de ella.

– ¡Porque no podrías! -gritó ella.

– Entonces, ¿todo ha sido un juego? ¿Crees que estoy jugando contigo?

– Es posible -susurró ella.

– ¿Es posible?

– Sí. Todo esto es fácil y divertido, pero cuando se complique, tú no estarás aquí.

Ella se puso a llorar al darse cuenta de lo que había dicho. Las semanas pasadas habían sido muy complicadas y él la había acompañado en todo momento. No había eludido ni una dificultad. Ella se había escondido, había tenido miedo de creer que podían quererla.

– Si piensas eso sinceramente -dijo él sin alterarse-, entonces me he equivocado de sitio.

Él se dio la vuelta para marcharse.

Fue como si estuviera ahogándose. En cuestión de segundos, Lori vio toda su vida pasar por delante de sus ojos. Sin embargo, no fueron los años que había vivido, sino los que le esperaban por vivir. Los años vacíos, sólo repletos de arrepentimiento. Años en los que buscaría el nombre de Reid en todos los periódicos; en los que malgastaría la vida preguntándose cómo habría podido cambiar las cosas. Pudo verse escondida entre la multitud para vislumbrarlo con la esperanza de que él la viera y le diera otra oportunidad. Pudo ver años sin correr riesgos.

– ¡No te vayas!

Corrió a la sala y lo agarró del brazo antes que llegara a la puerta.

– No te vayas. Por favor -Lori se secó las lágrimas para poder verlo-. Reid, no te vayas. Te quiero. Te quiero mucho. Me aterra que te marches y que no pueda sobrevivir. Por eso pensé que era mejor olvidarte lo antes posible. Tengo miedo, pero eso no es justo con ninguno de los dos. Siempre me he escondido porque es más fácil y seguro, pero es muy solitario y ya no quiero vivir así.

– ¿Qué pasaría si yo no correspondiera a tu amor? -preguntó él.

Ella se quedó helada.

– Serías un majadero -contestó para intentar una bravuconada, pero sin éxito-. Me dolerá, pero me repondré. Es más fácil reponerse de una decepción amorosa que del arrepentimiento. Yo me arrepentiría de haberte alejado de mí. Me arrepentiría durante el resto de mi vida -Lori decidió ser más sincera con él de lo que lo había sido consigo misma-. He pasado demasiado tiempo sin arriesgarme, tirando la toalla en vez de intentándolo. Se ha acabado. Te quiero, independientemente de todo. Eres parte de mí.

– Yo también te quiero.

– ¿De verdad? -Lori parpadeó.

– De verdad. Te quiero como no había querido a nadie. Haces que sea mejor, Lori. No me consientes nada. No eres fácil, pero tampoco lo había pasado mejor en mi vida -la agarró de las manos y le beso los nudillos-. Te quiero profundamente. Sólo quiero estar contigo. Quiero casarme contigo. Quiero tener hijos contigo.

– Te adoro -Lori lo abrazó con todas sus fuerzas-. ¿Como no iba a adorarte? Lo eres todo para mí.

Él la apartó lo suficiente para verle la cara.

– ¿De verdad?

– De verdad -Lori sonrió.

– ¿Te casarás conmigo?

– Sí.

Ella notó un roce leve y cálido en el brazo. No había sido Reid y la calefacción no estaba encendida. Aun así, lo había notado y supo que había hecho lo que tenía que hacer. Por primera vez desde la muerte de su hermana, sintió el corazón en paz. Dio las gracias para sus adentros.

Volvió a notar el roce y también oyó un susurro: «Que seas feliz».

Si no hubiera estado ahorrando para poder quedarse con Madeline, no habría aceptado el trabajo con Gloria. Si no hubiera aceptado el trabajo con Gloria, no habría conocido a Reid ni habría sabido lo que era sentirse amada por él. Quizá nunca lo habría encontrado, ni a él ni a sí misma. Por primera vez en su vida, supo lo que quería y donde quería estar: con Reid. Por fin había llegado a un punto en el que no sólo podía confiar en él. Podía confiar en los dos.

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