Selma Lagerlöf tenía cuarenta y dos años y Sophie Elkan, en su época reputada escritora de un género por entonces nuevo, la novela histórica, hoy recordada únicamente por su relación con Lagerlöf, cuarenta y cinco cuando en marzo del año 1900 llegaron a Palestina para entrevistar a los protagonistas de aquel éxodo.
Aunque Jerusalén es la novela más documental de todas cuantas escribió Selma Lagerlöf, no es una novela realista; Nås, por ejemplo, no se menciona ni una sola vez, y la American Colony aparece bajo otro nombre. Marguerite Yourcenar, gran admiradora de Jerusalén, dice de ella que es «una epopeya-río, que surge de las fuentes mismas del mito.» Y Lagerlöf confirma que su estilo -sencillo y cristalino-, y la caracterización de los personajes -hombres y mujeres parcos, que se rigen por un código ético ancestral ligado a la tierra-, bebe de las sagas islandesas, los relatos tan admirados por Borges que, aunque escritos en el siglo xiii, narran en clave épica la emigración y las gestas de los campesinos noruegos a Islandia a mediados del siglo x. Y es que, curiosamente, el protagonista principal de lo que podríamos llamar saga de los Ingmarsson, es uno de los campesinos que no emigró, que en esa pugna entre la tradición y los nuevos tiempos que Lagerlöf retrata, obedece la voz de sus ancestros y toma el partido de la tierra. Los que se enfrentan son, de hecho, dos sistemas opuestos: el patriarcal que rige la vida en el campo desde tiempos inmemoriales, y el sistema igualitario e idealista, donde se ha abolido la propiedad privada, de la colonia Gordonista, en cierto modo, un matriarcado. Quien encabeza esta nueva vía es la hermana de Ingmar, Karin Ingmarsdotter, notable personaje que lidera el éxodo. En el corazón de este duelo entre hermanos, y en el centro del libro, está la granja familiar que ha ido pasando de primogénito en primogénito, cuyo nombre obligado es siempre Ingmar, y que por su gran protagonismo, en esta versión castellana de la obra, en ocasiones aparece con su nombre propio original: Ingmarsgården.
Pero que nadie se asuste, lejos de ser una novela de ideas, Jerusalén es una historia de personajes vivos, llenos de cuitas, dilemas y pasiones. En última instancia, o tal vez, ante todo, Jerusalén contiene también una inolvidable historia de amor de la que aquí no se anticipará nada.