Como ya se ha dicho, Jerusalén fue un éxito en todos los sentidos y se vertió a varias lenguas desde la primera edición. Cuando en 1909 Selma Lagerlöf reescribió la segunda parte, la obra ya se había editado siete veces en sueco. Tras recibir el premio Nobel ese mismo año y entrar en la Academia Sueca en 1914, como la primera mujer en ambos casos, las traducciones de sus obras no hicieron más que proliferar; así, hasta existe una versión en catalán del gran poeta novecentista Josep Carner, de 1919, aunque ésta sólo conste de «Los Ingmarsson», el preludio de Jerusalén. En Dalecarlia, que originariamente era una novela corta independiente y que Selma Lagerlöf decidió incorporar a la historia que acababa de concebir porque no se veía con ánimos para crear una nueva dinastía de labriegos cuando la de los Ingmarsson le había salido bordada.
En castellano, según me consta, sólo se ha traducido anteriormente la primera parte, Jerusalén. En Dalecarlia, aunque en dos versiones, la primera, a cargo de Pedro Llerena, es de 1910, y la segunda, de Vicente Díaz de Tejada, de 1925.
Entre 1925 y 1930 se traducen la mayoría de los títulos de Lagerlöf, y cabe especular si este boom no va estrechamente ligado a la historia del cine. Resulta que entre 1917 y 1924 se llevaron a la pantalla nada menos que siete obras de Lagerlöf, y no por unos artesanos cualesquiera sino por dos gigantes pioneros del cine mudo: Victor Sjöström, paisano de Lagerlöf que comparte su fascinación por los paisajes de Värmland, y el suecofinlandés Mauritz Stiller. Victor Sjöström consiguió extraer dos guiones de Jerusalén. En Dalecarlia; así, en 1919 aparece Ingmarsönerna o La voz de los antepasados y en 1920 Karin Ingmarsdotter o el reloj roto. Y en 1921 filma La carreta fantástica, basada en Körkarlen (El cochero), de 1913, donde el motivo de la muerte representada como el conductor de una carreta ya aparece en Jerusalén. En Tierra Santa. El mismo año, 1921, Mauritz Stiller, famoso descubridor de Greta Garbo, llevó a la pantalla otras dos novelas: Herr Arnes penningar o el Tesoro de Sir Arne [sid], considerada una obra maestra que contiene una de las imágenes más memorables de la historia del cine sueco, y en 1924 La expiación de Gösta Berling, que le abrió a Greta Garbo las puertas de Hollywood. Entre paréntesis, diremos que el descontento de Selma Lagerlöf ante ésta y otras versiones de sus relatos fue considerable.
La estrecha conexión entre el cine y las novelas de Selma Lagerlöf tiene su lógica, ya que la prosa de Lagerlöf es de una gran potencia visual; de hecho, el verbo «ver» resulta clave en su producción literaria, donde los personajes, a través de los ojos, no sólo ven el mundo de los sentidos sino, a menudo, viajan a las profundidades de la memoria y de su verdadero ser. Epifanía y revelación, pues. Es muy simbólico, entonces, que Ingmar Ingmarsson regrese del viaje iniciático a Tierra Santa, que liga las dos partes de la epopeya, con un ojo de menos: Ingmar Ingmarsson, como el dios nórdico Odín, cuyo ojo depositado en la fuente del pasado y del futuro todo lo sabe y todo lo ve, es, al final, un hombre que se conoce a sí mismo.