Dos horas después, Kirsty conducía de vuelta al castillo en un coche del hospital pensando que tal vez, sólo tal vez, las cosas pudieran ir bien.
El electrocardiograma mostró un daño mínimo, así como hicieron las enzimas cardiacas. Nada que no se pudiera reparar. Angus estaba dormido, con una respiración profunda, casi normal.
– Irá a Sidney a que le sometan a un examen cardiaco -había gruñido Jake-. No había conseguido ingresar al viejo loco en el hospital antes de esto, pero me voy a mover tan rápido que no se va a enterar de lo que ocurre -había dudado si seguir hablando-. ¿Kirsty?
– ¿Te gustaría que yo fuera con él?
– Si pudieras… yo me ocuparía de Susie por ti.
– Desde luego que lo harías -había dicho ella en voz baja, habiendo apartado la mirada.
Kirsty pensó que tal vez alejarse un par de días de aquel lugar, del cual se había enamorado, le vendría bien. El plan era que ella acompañara aquella misma tarde a Angus en ambulancia a Sidney, como su médico personal… y como su familia.
– Spike se está muriendo -dijo Susie apenas su gemela hubo llegado al castillo-. Kirsty, Spike se está muriendo. Angus debió de haber estado tratando de decírnoslo…
Susie se estaba balanceando muy peligrosamente sobre las muletas, y Kirsty se acercó a sujetarla para evitar que se cayera al suelo.
– Jake ha telefoneado -dijo Susie-. Ha dicho que Angus se pondrá bien y que tú vas a viajar con él a Sidney. Entonces salí fuera para ver… Kirsty, Spike…
– Susie, tranquilízate.
– Estoy tranquila, pero…
– No estás tranquila. Sé razonable. ¿Dónde está todo el mundo?
– Ben ha ido a su casa para regar su propio huerto. Margie dice que es el primer lugar al que va cuando está disgustado. Entonces, cuando Jake telefoneó, diciendo que quería que fueras a Sidney, Margie dijo que iba a hacer la comprar ahora, ya que no quiere que yo esté sola durante mucho tiempo, y después de que te vayas lo estaré. Así que, junto con las gemelas, se ha ido al pueblo. Pero cuando se marcharon… -comenzó a sollozar.
– Oye, no llores -dijo Kirsty, tratando de calmar a su gemela-. Está bien.
– No lo está -sollozó Susie-. Sé por qué Angus debe de haber sufrido el infarto. Debió haberlo visto. Cuando se marcharon, fui a comprobar el huerto. Alguien ha arrancado a Spike. Han arrancado las raíces. Lo he vuelto a plantar, pero tardarán días en restablecerse.
– Alguien lo ha arrancado de la tierra -susurró Susie-. Supongo que hemos tenido suerte de que no se haya roto toda la plata. Pero ahora mismo, Spike no puede recibir agua y morirá.
– ¿No maduraría de todas maneras? -Preguntó Kirsty sin convicción.
– Es demasiado pronto. Crecerá más antes de madurar. Seguro que Angus miró por la ventana, se apresuró a ayudar y entonces sufrió el ataque. ¿Quién puede haber hecho algo así?
Kirsty fue a decir algo, pero pensó que era una tontería.
– No puedo soportarlo -se quejó Susie-. ¿Cómo se lo vamos a decir a Angus?
– Cállate, Suze -exigió Kirsty, que estaba examinado el tallo-. Suze, si cortas una flor y la pones en agua, la chupa. ¿Se podría hacer lo mismo con este tallo?
– La calabaza chuparía agua -respondió Susie-. Pero no la suficiente, y el tallo se desintegraría.
– Pero si pudiéramos suministrar agua directamente al tallo… -sugirió Kirsty-. Quizá mediante una vía intravenosa. Sólo hasta que el tallo se recupere.
– Oh -dijo Susie, dándose cuenta de ello-. Ooooooh.
– No estoy segura de si funcionará -advirtió Kirsty.
– Será mejor que quedarnos aquí sentadas, observando cómo muere.
– ¿Que has hecho qué? -Preguntó Jake al otro lado del teléfono, incrédulo. Había telefoneado para informar a Kirsty de que el avión salía a las dos.
Susie había respondido a la llamada y le había informado de los procedimientos médicos que habían realizado, pero, demasiado excitada, le había pasado el teléfono a Kirsty.
– Le hemos puesto una vía intravenosa a Spike. Te lo creas o no, quizá funcione.
– Me estás tomando el pelo.
– No eres el único médico que puede ejercer medicina general cuando el caso lo requiere.
– No -dijo Jake, haciendo una pausa-. Kirsty, ¿sabes quién ha arrancado la calabaza?
– No puedo imaginar quién haya sido -respondió-. Quizá… ¿Boris cavando?
– ¿Parece como si Boris hubiera estado cavando en ese lugar?
– No -de repente, Kirsty supo qué estaba pensando Jake.
Había sido alguien que quería causarle un enorme dolor a Angus.
– ¿Quién está ahí en este momento?
– Yo y Susie.
– Meteros en casa y cerrar las puertas con llave. Yo voy para allá.
Cuando Kirsty salió a buscar a su hermana al huerto, a donde había salido tras contestar a la llamada telefónica de Jake, vio que éste no había actuado como un paranoico.
Kenneth estaba allí junto con Susie… apuntándole con una pistola a la cabeza.
– Kenneth -dijo Kirsty bruscamente, tratando de distraerle.
– Tú eres ella -dijo él ininteligiblemente.
Aquello le dejó claro a Kirsty que aquel hombre estaba enfermo y que tener a dos gemelas delante le estaba confundiendo.
– ¿Tú quién eres? -Exigió saber Kenneth.
– Yo soy Susie -dijo Kirsty, desesperada-. Soy la esposa de Rory.
– No. Ella es Susie. Ella está embarazada. El viejo muere y el niño hereda todo. El título, las tierras en Escocia, incluso la mayoría de este lugar -volvió a centrarse en Susie-. Vine esta mañana a haceros sufrir. Vi la calabaza y supe cuánto la quería el viejo. Tenía razón, ¿verdad? Casi se ha muerto de la impresión. Ha sufrido un ataque al corazón y, en cualquier momento, morirá. Todo su testamento será mío. Sólo tengo que librarme de ti.
– Angus no se está muriendo -se apresuró a decir Kirsty.
– Cuando maté a Rory pensé que sería fácil.
Kirsty vio cómo Susie palideció aún más de lo que ya estaba, y pensó que se iba a desmayar. Automáticamente dio un paso adelante, pero Kenneth le apuntó con la pistola.
– Eso es -gruñó él-. Pensasteis que fue un accidente, ¿verdad? Todos lo hicisteis. Fue muy fácil. Sabía que estaba casado, y me tuve que mover rápido. Pero ese lugar donde vivíais… todo lo que tuve que hacer fue amañar la dirección asistida del coche. Esperaba que ambos murierais, pero cuando sólo lo hizo Rory, no me importó. Debería haber sabido que estabas embarazada.
– Esta vez no te saldrás con la tuya -dijo Kirsty, tratando por todos los medios de mantener la voz calmada-. Si le disparas a Susie, todo el país te perseguirá. Kenneth, déjanos. Márchate mientras puedes.
– No te voy a disparar -dijo él-. ¿Crees que soy tonto?
– Lo que creo es que nos estás apuntando con una pistola.
– Y os dispararé si tengo que hacerlo -le dijo Kenneth-. Prefiero que nos muramos todos antes de que el hijo de Rory herede toda la riqueza del viejo, ya que de esa manera Rory seguiría ganando. Pero voy a hacer las cosas de una manera mejor.
– ¿No nos vas a disparar? -Preguntó Kirsty, tratando de distraerle.
– Lo tengo planeado -dijo Kenneth, casi triunfal-. Vine esta mañana y os vi a todos. Pensé que la única manera de seguir adelante con mi plan era tomarla a ella… -dijo, agitando la pistola de nuevo sobre Susie- sola. Hacer que pareciera un accidente. Así que preparé el bote y volví.
– El bote.
– En el fondo del acantilado -dijo él-. Moveos.
– Susie no puede bajar por el acantilado. Apenas puede andar.
– Ahí es donde te incluyo en mis planes. O la bajas por el acantilado o lo hago yo, empujándola. Moveos. Las dos. ¡Ahora!
Lo que siguió a aquello fue una pesadilla. El castillo estaba en lo alto de una colina y justo al otro lado estaba el acantilado. Kirsty podía bajar por el fácilmente, pero para Susie, que apenas había comenzado a aprender a mantenerse en pie con ayuda de las muletas, era casi imposible.
Pero tenían una pistola apuntándoles a la cabeza y no tenían otra opción.
– ¡Daros prisa! -Gritó Kenneth.
Boris les había seguido, preparado para la aventura. Kirsty se preguntó qué tendría planeado hacer con ellas. No le cabía duda de que no dudaría en matarlas.
Cuando Jake regresara al castillo se daría cuenta de que algo marchaba mal y quizá sospecharía que Kenneth las había secuestrado. Pero nunca miraría en la playa. No pensaría que Susie fuese a llegar tan lejos…
– No puedo continuar -gimoteó Susie.
– Sí que puedes -dijo Kirsty, dándole apoyo a su hermana, sujetándola con fuerza.
– Cállate -espetó Kenneth.
– Kenneth, al hacer esto estás arruinándote la vida -murmuró Kirsty, tratando de que él entrara en razón-. Nunca podrás ocultar que fuiste tú el que nos mataste. Déjanos marchar y nos olvidaremos de que ha ocurrido esto.
– Yo maté a Rory -dijo, dándole a Susie un fuerte empujón con la pistola-. ¿Crees que voy a matar a mi hermano para luego dejar que un niño estúpido me quite lo que me pertenece?
– Le pertenece a Angus -dijo Kirsty, percatándose de que Susie había perdido una de las muletas y ella estaba ejerciendo de apoyo lateral para su hermana.
Cuando finalmente llegaron a la playa y bordearon el último acantilado, Kirsty comprobó que Kenneth lo tenía todo preparado. Había dos barcas en la cala; una lancha a motor y un bote de madera unidos por una cuerda.
– Subid al bote -ordenó Kenneth-. Ahora.
– ¿Qué vas a hacer? -Preguntó Kirsty, desesperada.
– Cállate y sube.
Se acercaron al bote y Susie se agarró a su hermana, que pudo sentir cómo temblaba.
De repente, una parte de Kirsty dejó de estar aterrorizada. De repente simplemente se sintió muy enfadada. Fríamente enfadada. Se preguntó si pretendía dispararles en alta mar.
– Sabes, el mar lleva los cadáveres hacia la orilla -dijo, tratando de no mostrar emoción-. Si apareciéramos en la orilla con agujeros de bala, te perseguirían por asesinato.
– No tendrás agujeros de bala a no ser que los pidas -gruñó él-. Subid al bote.
Susie se agarró al bote, pero se resbaló y cayó de rodillas. Kirsty se arrodilló a su lado.
– Tenemos que montarnos -le dijo-. Vamos. Ambas podemos nadar. Lo intentaremos.
– Nos matará.
– ¡Montad! -Gritó Kenneth.
– Lo estamos intentando.
En ese momento volvió a aparecer Boris, que había estado persiguiendo a una gaviota.
– ¡Haced que se marche el perro! -Chilló Kenneth, apuntando con la pistola al animal.
– Si matas al perro, será una evidencia de que nos has hecho daño -gritó Kirsty.
– Entonces apartadlo. No quiero que se suba al bote.
– Ve a buscar a Jake, Boris -ordenó Kirsty… sin esperanza-. Vete a casa, Boris -dijo, poniéndole al perro una hilera de algas marinas que había en la arena en el collar y en el cuello, deseando que se mantuvieran allí para que Jake lo viera y darle así una pista de dónde estaban.
Dos minutos después estaban montadas en el bote. Kenneth estaba en la lancha a motor. Se dirigían a alta mar…
– ¿Dónde están?
Jake llegó al castillo justo cuando lo hicieron Margie y las gemelas.
– ¿Dónde están Kirsty y Susie?
– Estarán en el huerto -dijo Margie tranquilamente-. Penelope, lleva la bolsa de los helados. Alice, encárgate de la de la carne.
– Papi está asustado -dijo Alice perspicazmente.
Pero Jake no estaba escuchando. Se dirigía hacia la puerta del jardín a toda prisa.
No estaban allí. Estarían dentro. Tenían que estar dentro.
Pero tampoco estaban en el castillo…
– No hay nadie en casa, papi -le dijo Penelope a su padre cuando éste entró en la cocina-. Fuimos a ver si Susie quería helado. ¿No están en el jardín?
– ¿Estás preocupado por Kenneth? -Preguntó Margie en voz baja para no perturbar a las niñas.
– ¿Está otra vez aquí aquel hombre repugnante? -Preguntó Alice.
– Creo que no -contestó Jake, sacando su teléfono móvil para telefonear a la policía.
– Aquí está Boris -dijo Alice al ver entrar al perro por la puerta de atrás-. ¡Puaj! Está mojado.
– Y tiene algo pegado en el collar -dijo Penelope-. Algas marinas.
Kenneth aumentó la velocidad y, en un momento dado, cortó el cable de remolque, haciendo que el bote diera un bandazo y provocando que Kirsty y Susie salieran despedidas contra el agua…
Kenneth estaba loco, pero no era estúpido.
Siguió apuntando a Susie con la pistola. Ella era la que no se podía mover rápidamente, y debía saber instintivamente que Kirsty nunca la dejaría.
Mientras se adentraban mar adentro, las pocas esperanzas que había mantenido Kirsty se desvanecieron. Pensó que, aunque saltaran del bote, todo lo que tenía que hacer era dispararles hasta matarlas. O quizá sabía dónde había tiburones, lo que le hizo sentirse enferma.
– ¿Qué va a hacer? -Preguntó Susie.
– No lo sé -respondió su hermana.
Pero entonces miró al horizonte y lo supo. Divisó unas peligrosas rocas, un pequeño arrecife. Kenneth se estaba dirigiendo directamente hacia ellas. Cada vez más rápido. El reflejo de la luz del sol le permitió ver una navaja que llevaba él. Navaja que utilizaría para cortar el cable de remolque.
Iba a provocar que el bote donde ellas iban chocara directamente contra las rocas.
– ¡Nos va a empotrar contra las rocas! -Gritó, abrazando a su hermana con fuerza.
Si saltaban del bote, él podría regresar a alcanzarlas. Su única esperanza era esperar.