Cuando salió, Jake observó que había una silla de ruedas boca arriba y una mujer tumbada en medio del fango. Kirsty estaba echada sobre ella. Corrió hacia ellas.
No había duda de que la mujer en el suelo era la hermana de Kirsty. Parecía que era su gemela… y estaba embarazada. Estaba muy pálida y tenía una cicatriz en la frente. La expresión de sus ojos era sombría; él había visto esa misma expresión reflejada en otros ojos, en los ojos de pacientes que no tenían esperanza ni nada por lo que vivir. Y ver aquella expresión en una mujer tan joven era impresionante.
– Oh, Susie, lo siento -estaba diciendo Kirsty, que estaba arrodillada en el fango y tratando de sujetar a su hermana-. Había un surco lleno de agua, y no me di cuenta de lo profundo que era.
– ¿Qué ocurre? -Jake se arrodilló y tomó la muñeca de la mujer-. ¿Se ha caído?
– Realmente es usted muy inteligente -murmuró Kirsty, dirigiéndole una mirada enfurecida-. La he tirado sin querer de la silla de ruedas. Susie, ¿qué te duele? ¿Te has hecho daño en la espalda? No te muevas -Kirsty parecía aterrorizada.
– ¿Se ha hecho daño al caer? -Preguntó Jake, que por fin encontró el pulsó.
La joven agitó la cabeza, amargada.
– Viviré -dijo, tratando de levantarse.
Pero la expresión de terror de Kirsty hizo que Jake le ayudara a mantenerla quieta.
– ¿Qué tenemos aquí? -Jake sujetó a Susie por los hombros para que no se moviera-. ¿Puede quedarse quieta hasta que yo sepa lo que le pasa? No quiero que se haga más daño.
– Se partió la séptima vértebra en un accidente de tráfico hace cinco meses -dijo Kirsty, con el miedo reflejado en la voz-. Parálisis incompleta, pero ha recuperado la sensibilidad.
– Puedo andar -dijo Susie.
– Con muletas -aclaró Kirsty sin soltar a su hermana-. Pero no durante mucho tiempo. Todavía tiene debilidad en la pierna y pérdida de sensibilidad. Permítame ir a por mi bolso. Me puedo levantar -murmuró Susie.
Jake le acarició la mejilla para tranquilizarla.
– No tardaré mucho, pero necesito estar seguro de que do se va a hacer más daño al moverse.
Tardó sólo unos segundos en regresar y en arrodillarse frente a Susie de nuevo. Comprobó que su pulso fuera constante y miró a Kirsty, que estaba aún más pálida que su hermana.
– Voy a recorrer su espina dorsal con mis dedos -le dijo a Susie-. Me imagino que se habrá tenido que someter a tantas revisiones médicas en los últimos meses, que sabrá qué y dónde es lo que tiene que sentir. Quiero que me diga si nota algo diferente. Lo que sea.
– Necesitamos ayuda -espetó Kirsty-. Necesitamos inmovilizarla hasta que se le haga una radiografía. Quiero una camilla y una ambulancia que nos traslade al hospital más próximo.
– Su hermana se fracturó la vértebra hace cinco meses -dijo él con delicadeza-. Los huesos deberían estar completamente soldados.
– Usted no es traumatólogo.
– No, pero sé lo que hago. Y este fango es blando.
– Hurra por el fango blando -dijo entre dientes Susie-. Y hurra por un médico con sentido común. Está bien, doctor cualquiera que sea su nombre, compruébeme la espina dorsal para que así me pueda levantar.
– Susie… -dijo Kirsty, preocupada.
– Cállate, Kirsty, y deja que este doctor tan agradable haga lo que tenga que hacer.
– Sí, señorita -dijo Jake, sonriendo.
Entonces le examinó las vértebras a Susie.
– ¿De cuántos meses está?
– De ocho -respondió ella-. Me quedan cuatro semanas.
– Ya ha tenido una falsa amenaza de parto -murmuró Kirsty.
– Y decide ir de viaje -dijo él secamente-. Muy sensato.
– Métase en sus asuntos -espetó Kirsty.
– Sé agradable -le dijo Susie a su gemela.
Pareció que aquello sorprendió a Kirsty, como si no estuviera acostumbrada a que su hermana hablara por ella misma.
– ¿Ha volado desde Estados Unidos a Australia a los ocho meses de embarazo? -Preguntó Jake a Susie.
Pero ésta no respondió.
– Vinimos hace un mes. Pensamos que a Susie le podía ayudar si encontraba al tío de Rory, Angus, y hablaba con él sobre Rory. Pero Susie tuvo una amenaza de parto y ha transcurrido un mes antes de que hayamos podido dejar Sidney en condiciones de seguridad. Pero ya es suficiente el interrogatorio. ¿Le parece si levantamos a Susie de aquí?
El enfado y la angustia de Kirsty eran palpables; pero se culpaba a ella misma.
Jake ayudó a Susie a sentarse.
– Despacio. No haga movimientos bruscos.
– Este médico es casi tan mandón como lo eres tú. Es agradable -entonces Susie se dirigió a Jake-. Pero sea autoritario con Kirsty; ella necesita más autoridad que yo.
– Me encargaré de su hermana cuando haya terminado con usted -dijo Jake, mirando a ambas hermanas y dándose cuenta de que ocurría algo más.
– ¿Le duele alguna otra parte de su cuerpo?
– Mi orgullo -dijo Susie-. Tengo barro por todas partes.
– ¿Podemos llevarla dentro? -Exigió saber Kirsty, con la tensión reflejada en la voz.
Jake tomó a Susie en brazos; a pesar de su embarazo, estaba tan delgada que preocupó al doctor aún más.
Kirsty puso la silla de ruedas derecha, pero él se dirigió hacia la puerta.
– Oiga -dijo Kirsty-. Póngala aquí.
– La silla está húmeda -dijo él lleno de razón.
– No puede llevarla.
– ¿Por qué no?
– Deberías decir: «suelte a mi hermana, señor» -le dijo Susie a su hermana.
Kirsty se quedó con los ojos abiertos como platos. Parecía que no estaba acostumbrada a que su hermana siquiera hablara, por no mencionar que bromeara.
– Mi estupidez con el coche os bloqueó el camino -le dijo Jake a Kirsty, dirigiéndole una mirada tranquilizadora. Le estaba pidiendo que se relajara.
– Bueno, si cree que puede soportar el peso…
Kirsty estaba tratando de sonreír, pero Jake podía notar lo tensa que estaba.
– Los médicos australianos somos muy fuertes.
– ¿Los médicos australianos tienen que entrenar levantando pesas?
– Es parte de nuestro entrenamiento… justo tras aprender dónde están los pulmones. Pero si quiere ver a alguien fuerte… tengo entendido que el hombre al que están a punto de conocer fue un campeón sin precedente de lanzamiento de troncos cuando era joven. Nuestro lord Angus es pequeño pero fuerte.
– ¿Y cómo se lanzan los troncos? -Preguntó Susie, desconcertada.
– ¿Quién sabe? Eso es un secreto escocés. No sé de esas cosas. Pero entre usted y yo, no creo que sea el mejor deporte para una mujer en su estado.
Susie se rió, y Kirsty dio un grito ahogado, imaginándose la situación, y los tres se dispusieron a entrar en el castillo de Loganaich.
Él había hecho que su hermana sonriera.
Kirsty ayudó a Susie a lavarse y desvestirse, la arropó entre las sábanas de la cama más lujosa que jamás hubiera visto, y se apartó para que Jake pudiese examinarla. Éste lo hizo a conciencia, como si tuviese todo el tiempo del mundo.
Él había hecho reír a Susie.
Normalmente, que la examinaran de aquella manera hubiera hecho que Susie se subiera por las paredes, pero en aquella ocasión lo toleró totalmente e incluso rió un poco más.
Nunca se reía aquellos días.
Aquel hombre bromeaba de una manera tan sutil que era justo lo que Susie necesitaba.
No. Él era lo que ella necesitaba. Por primera vez en meses la gran responsabilidad de la salud de su hermana había pasado a otra persona.
Quizá se podrían quedar allí durante un tiempo.
– ¿Cuándo comiste por última vez? -Estaba preguntando Jake a Susie.
Kirsty observó que Susie estaba en la cama, sonriendo al médico, ante lo que ella misma sonrió.
– ¿Cuándo comiste por última vez? -Volvió a preguntar Jake.
– Hum… al medio día. Hace cuatro o cinco horas -respondió Kirsty al ver que su hermana no lo hacía.
– ¿Y qué comiste, Susie?
– Un sándwich -respondió Susie.
Kirsty fue a decir algo, pero Jake la miró, pidiéndole con los ojos que guardara silencio.
– ¿Te comiste todo el sándwich, Susie?
– Yo…
– Dime la verdad -dijo él, sonriendo. Estaba claro que sabía la verdad.
– Me comí la mitad -susurró Susie-. Bueno, quizá un cuarto.
– ¿Hay alguna razón por la que no comes?
– Comer me hace sentir enferma.
– ¿Te ha ocurrido lo mismo desde que murió tu marido?
Se creó un silencio en la habitación. Aquella pregunta era casi impactante.
– Sí.
– ¿Has hablado con un profesional sobre tus problemas alimenticios?
– ¿Por qué debería hablar con nadie sobre ello? -Susurró Susie-. Kirsty insiste una y otra vez…
Kirsty fue a decir algo, pero de nuevo Jake le hizo callar con la mirada.
– ¿No te parece que el no comer sea un problema? -Preguntó el médico a Susie.
– No.
– ¿Es eso verdad? ¿No es un problema?
– La única persona que piensa que es un problema es Kirsty. Se preocupa. Es simplemente que no me apetece.
– Supongo que no te apetecen muchas cosas…
– En eso tienes razón -dijo Susie amargamente-. Pero la gente me insiste una y otra vez…
– Sabes, Susie, creo que necesitas un descanso -dijo Jake con delicadeza-. Para empezar, tu presión sanguínea es más alta de lo que debería y necesitamos que baje a sus niveles adecuados.
– No voy a ir al hospital.
– No he sugerido que lo hagas -dijo él sin alterarse-. Pero si crees que puedes soportar vivir a lo pobre en este lugar durante un tiempo…
– ¿Aquí?
– Eres familia de Angus. Estoy seguro de que él estará encantado de tenerte aquí durante una semana o algo así. Voy a hablar con él sobre ello, ¿te parece? Pero mientras tanto, necesitas comer y después dormir.
– No tengo hambre.
– Sabes, estoy seguro de que sí tienes -dijo Jake-. Yo cocino la mejor tortilla del mundo.
– No comprendo -se quejó Susie.
– ¿Pero te comerás mi tortilla? Me dolería si no lo hicieras.
Kirsty pensó que ella misma le había preparado muchas comidas a Susie que ésta ni siquiera había probado. Miró a Jake y se percató de que él la estaba mirado con unos ojos grises que reflejaban calma.
– También prepararé para tu hermana -le dijo a Susie.
Kirsty se ruborizó.
– Yo me prepararé la cena -dijo ella-. Si el tío Angus dice que puedo hacerlo. Después de todo, éste es su castillo, ¿no es así?
– Desde luego que sí -dijo Jake con gravedad-. Susie, si nos perdonas, voy a presentarle a Angus a tu hermana. Te disculparemos. Lo podrás conocer por la mañana.
– ¿Con qué derecho…? -Kirsty estaba casi enmudecida, pero en cuanto salieron de la habitación recuperó el habla de una manera casi agobiante-. ¿Con qué derecho invita a Susie a que se quede un tiempo con un hombre que ni siquiera conoce? ¿Con un tío que se está muriendo? ¿Es usted su médico o su cuidador? ¿Quién es usted? ¿Y no tenía antes tanta prisa?
– Soy su médico y su amigo -dijo Jake-. Tenemos a nuestro alcance salvar tres vidas, doctora McMahon, y basándome en eso, ¿quién soy yo para quejarme por llegar más tarde de lo que ya lo voy a hacer?
– No comprendo.
– Susie, su bebé y Angus -explicó Jake mientras se dirigía por los pasillos del enorme castillo hacia la habitación del conde-. No es un palacio muy lujoso -comentó-. La esposa de Angus tenía grandes ideas -dijo, subiendo por las escaleras-. Pero cuando la mansión estuvo construida, Angus dijo que ya era suficiente. Es rico, pero no estúpido. Un día este palacio será un hotel para turistas… simplemente las vistas hacen que valga millones. No escatimó dinero en la construcción en sí, pero la decoración es otra cosa. Así que tenemos un espectacular salón de baile con una estupenda araña de luces… de plástico.
Kirsty pensó que era increíble… pero estupendo.
– ¿Le importa explicarme qué está haciendo, viajando con una mujer que está embarazada de ocho meses? Con una mujer que tiene la espalda destrozada y que es anoréxica. ¿Qué locura le impulsó a traerla al otro lado del mundo? No estoy diciendo tonterías cuando digo que estamos trabajando en salvar tres vidas. Ella está poniendo en riesgo su vida y la de su bebé.
– ¿Cree que no lo sé? Mi hermana hubiera muerto si no la hubiese traído hasta aquí.
– ¿Por qué?
– Usted puede darse cuenta. Se enamoró tan perdidamente de Rory que no le importaba nadie más y, cuando él murió, ella quería morirse también. Creo que todavía quiere.
– ¿Está tomando tratamiento para la depresión?
– Se niega a hacerlo. No puede tomar antidepresivos por el bebé. No habla sobre Rory. Simplemente se sienta. Yo esperaba que trayéndola aquí, donde la gente conocía a Rory, quizá rompiera su silencio.
– Ha dicho que ella es paisajista.
– Eso es parte del problema -explicó Kirsty-. Susie no está en forma como para trabajar. No tiene nada, así que simplemente se sienta a pensar en lo que ha perdido.
– Todavía tiene el bebé -dijo Jake-. No ha sido una tragedia completa.
– Es muy fácil decir eso -dijo Kirsty.
– Lo siento.
– ¿Dónde vamos?
– A que conozca a Angus.
– Usted dijo que estaría dormido.
– Dije que se habría ido a la cama, que es diferente. Estará esperándonos.
– ¿Está tan enfermo que ni siquiera puede salir a comprobar qué está pasando?
– Es un poco como Susie -explicó Jake, cuyo tono de voz se dulcificó-. Debería estar en una habitación de la planta de abajo, pero se niega. Se niega a cualquier cosa que pueda ayudarle. Simplemente se sienta y espera.
– ¿Le queda poco para morir? -Preguntó ella sin rodeos.
– Antes de que usted y su hermana llegaran, hubiera dicho que era cuestión de semanas. Incluso días. Cuando vaya a la residencia supongo que perderá sus últimas ganas de vivir. Este lugar es lo único que le da vida.
– ¿Este castillo?
– No. El castillo Loganaich le gusta pero, aunque él lo construyó, es obra de su esposa. Él no lo ama. Su huerto es otra cosa. Pero ahora…
– ¿Ahora?
Pareció que Jake se paró a pensar un momento antes de seguir hablando.
– Ahora tenemos una paisajista y un médico a mano -dijo por fin-. ¿Quién sabe la diferencia que eso puede suponer?
Entonces entraron en la habitación del conde. Angus mostraba todos los síntomas de un deterioro pulmonar. Al verlos entrar se levantó para recibirlos; era un hombre débil que necesitaba un bastón para poder andar.
– Aquí está mi visita -dijo Angus, obviamente alegre-. Pero no…
Kirsty le tendió la mano y él observó que no llevaba anillo.
– ¿No es la viuda de Rory? Jake ha cometido un error, ¿verdad? Rory nunca se casó.
– Sí que lo hizo -dijo Kirsty, confundida.
– Pero usted no…
– Fue mi hermana la que se casó con su sobrino -aclaró ella.
– Ella no está aquí.
– Susie está aquí, pero está enferma -dijo Jake con suavidad-. La hemos acostado. Está agotada.
– ¿Está enferma? -Preguntó el conde, preocupado por Susie.
– Mi hermana tiene muchas ganas de conocerle -dijo Kirsty-. Parece que Jake piensa que está bien que nos quedemos a pasar la noche.
– Pues claro que sí.
– No le molestaremos. Y nos marcharemos a primera hora de la mañana.
– ¿Tan pronto? -La alegría que había reflejado la cara de Angus se desvaneció.
– No queremos molestarle.
– Nadie quiere molestarme -espetó el conde, tan severamente que le provocó tos-. ¿Por qué no me dijo Rory que estaba casado? ¿Por qué tampoco me lo dijo Kenneth?
Kirsty no tenía respuestas.
– Quizá Susie sepa más de lo que yo sé -murmuró-. Puede hablar con ella por la mañana -entonces miró a Jake, vacilante, para a continuación volver a mirar a Angus.
– Es… es… -trató de decir el conde, pero todo aquello era demasiado para él. Se echó sobre las almohadas de la cama y jadeó.
– Necesita oxígeno -dijo ella con urgencia, dándose la vuelta hacia Jake-. ¿Por qué no se le está suministrando oxígeno? Está claro que ayudaría.
– Gracias, doctora McMahon. Eso quiere decir que en Estados Unidos se ha oído hablar del oxígeno, ¿no es así?
– Lo siento -se disculpó ella-. No es asunto mío. Angus… su… lo siento, no sé cómo referirme a usted.
– No he hecho las presentaciones -dijo Jake-. Doctora Kirsty McMahon, éste es Su Eminencia, el conde de Loganaich.
Kirsty frunció el ceño, para a continuación esbozar una cautelosa sonrisa dirigida a Angus.
– Saber cómo llamarle hace todo más fácil.
– Llámame Angus -logró decir, sonriendo a su vez. Pero entonces comenzó a jadear de nuevo.
– Angus, tienes que dejar que te ayude -dijo Jake con la preocupación reflejada en la voz-. Angus no quiere usar oxígeno -añadió-. Sé que no es problema suyo, doctora McMahon, pero como ha surgido el tema, podemos darle una respuesta a la doctora, ¿no te parece, Angus?
– No -jadeó el conde, luchando para poder respirar.
– Angus no usa oxígeno porque ha decidido morir -dijo Jake-. Como tu hermana. Como Susie.
– ¿Susie quiere morir? -Preguntó Angus, jadeando-. ¿La esposa de Rory quiere morir? ¿Por qué?
– Supongo que por la misma razón que tú -masculló Jake-. Porque no encuentra motivos para seguir adelante.
Entonces el conde comenzó a toser y Jake le tomó la mano, agarrándola con fuerza.
– Angus, déjanos ayudarte. Deja de ser tan testarudo.
Kirsty respiró profundamente y miró de reojo a Jake, decidiendo actuar.
– Usted sabe, por el aspecto que tiene, que si no toma oxígeno, podría morir durante la noche -dijo ella-. Susie ha viajado desde la otra parte del mundo para conocerlo. Estaría tan afligida.
– Yo no… no es probable que muera durante la noche.
Kirsty volvió a mirar a Jake, pero éste se había apartado, señal de su aprobación ante aquello.
– Jake le ha dicho que soy médico.
– Sí, demasiados de esa especie.
– Quiere decir que dos son demasiado -intervino Jake-. Hasta que usted llegó, yo era el único médico que había en cientos de millas. No sé por qué dice que hay demasiados médicos, cuando ni siquiera accede a ver a un especialista…
– No hay ningún motivo para hacerlo -jadeó Angus-. Me estoy muriendo.
– Así es -dijo Kirsty casi cordialmente-. ¿Pero no cree que morirse esta noche, cuando Susie ha recorrido todo ese camino para verlo, sería un poco egoísta por su parte?
A Kirsty le pareció oír que Jake se reía.
– ¿Egoísta? -Angus respiró con dificultad-. Yo no soy… yo no soy egoísta.
– Si deja que el doctor Cameron le administre oxígeno, sin duda vivirá hasta mañana. O incluso durante un año o más.
– No me moriré esta noche. No tendría tanta suerte.
– Tiene los labios azules. Eso es un signo muy malo.
– ¿Cómo lo sabe?
– Ya se lo he dicho; soy médico. Tengo la misma titulación que el doctor Cameron.
– Si mis labios estuvieran azules, Jake me lo hubiera dicho -logró decir el conde.
– Jake te lo ha dicho -murmuró Jake desde la ventana, mirando su reloj.
– Así que tengo los labios azules. ¿Y qué?
Kirsty, que trabajaba en un hospicio y estaba acostumbrada a tratar con personas frágiles y atemorizadas, pudo sentir el miedo que se escondía tras la bravuconería de Angus.
Quizá todavía no estaba preparado para morir.
– Déjenos que le administremos oxígeno -dijo-. Y déjenos que le demos algunos analgésicos -añadió, suponiendo que si había rechazado el oxígeno, habría hecho lo mismo con la morfina-. Se puede lograr una gran mejora, no sólo en el tiempo de vida que le queda por delante, sino también en la calidad de ésta.
– ¿Cómo puede estar segura de todo eso? -Dijo entre dientes el conde.
– Angus, tengo un paciente en América -dijo ella con dulzura-. Ha estado recibiendo oxígeno durante diez años. Le ha dado diez años de vida que de otra manera no habría tenido. Diez años en los que se ha divertido.
– ¿Qué diversión puedes tener si estás atado a una botella de oxígeno?
– Mucha -contestó ella firmemente-. Cyril cuida de su nieto. Trabaja en su jardín. Él…
– ¿Cómo puede trabajar en el jardín? -Interrumpió Angus.
Entonces Kirsty se alegró, ya que aquello denotaba interés.
– Lleva su botella de oxígeno con él donde quiera que va -le explicó-. La considera como una bolsa de la compra. Le he observado quitando la maleza del jardín. Usaba una rodillera porque le dolían las rodillas, pero ni siquiera nota el pequeño tubo de oxígeno que tiene en la nariz.
– Él no es como yo.
– Jake me ha dicho que usted tiene fibrosis pulmonar. Él tiene exactamente el mismo problema.
– Yo no tengo ningún nieto.
– No, pero va a tener un sobrino nieto o nieta en pocas semanas -dijo Kirsty ásperamente-. Creo que sería una pena no hacer el esfuerzo para conocerlo.
Aquello causó un gran efecto en Angus, que se quedó mirándola; la incredulidad se mezclaba con la esperanza en su mirada. Se dejaron de oír sus jadeos, y Kirsty pensó que tal vez había dejado de respirar.
Pero entonces, cuando Jake se estaba acercando y ella supo que tenía la misma preocupación que ella, ataque o paro al corazón, Angus comenzó a respirar de nuevo y recuperó el color.
– Un sobrino nieto. ¿Hijo de Rory? -Dijo el conde.
– Susie está esperando al hijo de Rory.
– Kenneth me lo hubiera dicho…
– Kenneth, el hermano de Rory, no quiere saber nada de Susie -le dijo Kirsty, tratando de ocultar su enfado-. Ha dejado claro que no quiere tener ningún tipo de relación con nosotras. Así que vinimos aquí con la esperanza de que el tío Angus, del que Rory hablaba con mucho cariño, mostrara a su vez cariño al hijo de Rory -hizo una pausa, pensando qué decir a continuación-. Y no podría mostrar cariño si se muere. Así que debería aceptar el oxígeno y una dosis de morfina, debería decir gracias y dormir mucho durante la noche para que así, por la mañana, pueda conocer a la madre de su nuevo pariente.
– La esposa de Rory está embarazada -susurró Angus.
– Sí.
– Y necesito vivir si quiero ver al bebé.
– Sí.
– ¿No está mintiéndome?
– ¿Por qué tendría que mentir? -Exigió saber Jake, acercándose de nuevo a la cama-. Angus, ¿te puedo suministrar oxígeno como sugiere la doctora o no?
Angus miró a Jake y a continuación hizo lo mismo con Kirsty.
– Sí -respondió-. Sí, por favor.
En pocos minutos, Jake le suministró oxígeno y morfina al conde, que al poco rato tuvo mejor color y respiró con normalidad. Estuvieron charlando y pudieron observar cómo la cara de Angus reflejó relajación.
– Te dejaremos para que duermas -le dijo Jake.
El anciano sonrió y cerró los ojos.
– Gracias a Dios -dijo Jake suavemente, indicando a Kirsty que salieran de la habitación-. Un pequeño milagro… casi un gran milagro.
– Realmente le importa -dijo ella.
En aquel momento recordaron que habían dejado pendiente el asunto de la tortilla de Susie.
– Puedo prepararla -murmuró Kirsty mientras él la guiaba a la agradable cocina del castillo-. Ya me puedo ocupar yo sola, doctor Cameron. Estaré bien.
– Llámame Jake.
Boris les había seguido a la cocina y, junto con su dueño, estaba inspeccionando la nevera.
– Si le llevas una tortilla a tu hermana, ¿se la comerá? -Quiso saber Jake.
– Hum… no.
– Lo sabía. Yo se la llevaré.
– Pero tienes que atender más visitas a domicilio.
– Las chicas ya estarán dormidas -dijo él entre dientes-. Así que no me importa quedarme.
– ¿Tu esposa se acuesta pronto? -Peguntó Kirsty.
Jake la miró como si fuera estúpida.
– Olvídalo -dijo-. Tú las tostadas y yo la tortilla -entonces sonrió a un esperanzado Boris-. Y tú… ¡siéntate!
– Una justa repartición.
– Hablando de reparticiones… ¿tú no querrás una asociación médica? -Preguntó él.
– Ni siquiera me conoces -dijo ella, asustada.
– Te conozco lo suficiente como para ofrecerte un trabajo.
– No puedes estar tan desesperado como para ofrecerle a una extraña americana una asociación médica.
– Yo siempre estoy desesperado -dijo, comenzando a preparar la tortilla.
Kirsty lo miró de reojo y decidió callarse.
Durante un momento ambos estuvieron en silencio; ambos estaban pensando.
– ¿Dónde esperas que Susie dé a luz? -Preguntó finalmente Jake, enfadado.
– En Sidney -dijo ella-. La hemos inscrito en el Sidney Central.
– Quieres decir que lo has pensado.
– No soy tonta.
– Has arrastrado a una mujer herida, embarazada y anoréxica por medio mundo…
– Ya te lo he dicho. No me quedaba otra opción. Mi hermana se moría mientras yo observaba. Susie es mi gemela y yo la quiero; no iba a dejar que eso ocurriera.
– ¿Y qué esperabas conseguir aquí?
– Susie amaba muchísimo a Rory. Pensé que tal vez encontraría cosas que la despertarían de nuevo -dijo, poniendo una tostada en un plato-. La sonrisa de Angus… cuando él sonríe, es como ver a Rory sonriendo.
– Él le tenía mucho cariño a Rory.
– Eso es lo que yo esperaba -dijo ella-. Este castillo es justo el tipo de cosa extravagante que Rory hubiera construido. Háblame sobre su edificación.
– Salvó el espíritu de esta zona.
– ¿Perdón?
– Éste es un pueblo pesquero -dijo él-. El pueblo dependía del pescado, pero hace cuarenta años más o menos éste desapareció de la noche a la mañana. La gente estaba desesperada, pero entonces llegaron Angus, el conde de Loganaich, y su excéntrica y maravillosa esposa. Nada más ver el enclave, decidieron construir su castillo. La gente decía que era una locura, pero ahora, diría que Angus sabía que la única manera de salvar al pueblo era dándole unos ingresos fijos durante un par de años mediante la construcción del castillo.
– ¿Crees que fue eso lo que ocurrió?
– ¿Quién sabe? Pero la gente del pueblo jamás hablará mal de él. Nadie se ríe de este castillo. ¿Crees que esto estará bien?
Kirsty miró el plato que él había preparado, presentando apeteciblemente la tortilla y las tostadas. Tenía un aspecto estupendo.
– Quédate aquí -ordenó él-. Tengo que darle de comer a mi paciente. ¿Crees que se lo comerá?
– Yo, hum… creo que sí -susurró ella. Le sonaron las tripas.
– El resto es para ti -dijo él, señalando los huevos que habían sobrado-. Te lo prepararía, pero de verdad que estoy muy ocupado -entonces se marchó.