Capítulo 4

A las dos de aquella misma tarde, Kirsty iba sentada al lado de Jake en el coche, dirigiéndose a su primera visita a domicilio. Se sentía avasallada.

En el castillo habían quedado Susie, Angus, Ben y Margie, Alice, Penelope y Boris. Quizá ellos también se sentían avasallados, pero habían parecido contentos.

– ¿Cuánto has tardado en arreglarlo todo? -Preguntó ella.

– Trabajo rápido cuando veo la recompensa. Ha salido todo muy bien, ¿verdad?

– Es fantástico -susurró Kirsty.

Había sido fantástico haber visto reír a su hermana al menos una docena de veces. Se había sentado a la mesa con las gemelas y apenas parecía haberse percatado de que estaba comiendo.

Las gemelas, dos alegres diablillos que habían heredado los preciosos rizos castaños de su padre, no dejaban de hablar… ¿y quién podría sentirse desolado a su lado?

– Es excelente -dijo Jake.

– No hay necesidad de ponerse petulante. Si cuando regresemos Boris ha arrancado las calabazas…

– Boris es muy inteligente -dijo él firmemente-. Si fueran piernas de cordero o fresas, entonces me preocuparía.

Se creó un tenso silencio. No sólo eran Susie y Angus los que se estaban beneficiando de aquella situación. Incluso el humor de Kirsty había mejorado. Y quizá tenía que ver con que estuviera sentada al lado de Jake Cameron…

– Háblame del paciente al que vamos a ver -se apresuró a pedir, intentando de esa manera distraerse de aquellos pensamientos.

– Mavis Hipton es un cielo -dijo él con dulzura-. Tiene ochenta años y un cáncer terminal. Cáncer de útero con metástasis ósea. Como Angus, se niega a ir al hospital. Aunque en realidad está mejor que él, ya que su hija, Bárbara, cuida muy bien de ella.

– ¿Entonces por qué quieres que yo la vea?

– Tiene muchos dolores. Yo no puedo controlarlo sin hacer que ella esté tan adormilada que no sea capaz siquiera de leerles a sus nietos. Fui a verla anoche tras salir del castillo. Le subí la dosis de morfina, pero esperaba que tú pudieses darme una solución más imaginativa. Puedo telefonear a un médico de Sidney para que me aconseje, pero sin verla no es muy aconsejable. Y…

– ¿Y?

– Y él piensa que adormilar a los pacientes terminales es la mejor manera de tratarlos -dijo Jake de manera sombría-. Espero que tú no estés de acuerdo. Quizá a Mavis le queden unos pocos meses por delante, y si le puedo dar algún tiempo de calidad con su familia… bueno, estaría condenado si le privara de ello a no ser que tuviera que hacerlo.

Cuando llegaron a la pequeña casucha donde vivía la señora Hipton, les salió a recibir una mujer que se estaba secando las manos con un trapo.

– Jake, no pensé que te fuera a ser posible regresar hoy.

– Te dije que lo haría, Bárbara.

– Sí, pero ayer noche te costó hacernos un hueco, y sabemos lo ocupado que estás.

– ¿Cómo ha pasado la noche?

– Como un bebé -dijo Bárbara-. Fue estupendo que vinieras. Tenía muchos dolores.

– ¿Y hoy?

– Es incluso peor de lo que debería ser. No quiere ponerse más morfina. Dice que se la pondrá esta noche, pero que ahora no. Le hace sentirse somnolienta, y dice que si va a estar todo el tiempo dormida, prefiere morirse ahora mismo.

– Quizá podamos mejorar la situación. Bárbara, ésta es la doctora McMahon. Kirsty es una especialista en alivio del dolor de Estados Unidos. Me preguntaba si a tu madre le importaría verla.

– A mi madre le encanta ver a quien sea -dijo Bárbara, señalando una casa más grande que había en la misma calle-. Ahí es donde vivimos mi maridito y yo -le dijo a Kirsty-. Mi madre se siente muy sola y su homo es mejor que el mío. Ahora mismo estoy haciendo bollitos. Entrad y vedla. Cuando hayáis terminado, tendré preparados los bollitos.

– ¿Quién necesita que le paguen cuando hay bollitos? -Dijo Jake.

El asombro de Kirsty aumentó. Se dio cuenta de que Jake era un médico que tenía corazón.

La habitación de Mavis era encantadora y tenía unas magníficas vistas, pero la señora estaba muy mal. Su mirada reflejaba miedo y dolor; era una mirada que había visto muchas veces.

– Así que usted es una especialista en aliviar el dolor -dijo Mavis al verla entrar en la habitación.

– Hola, señora Hipton -dijo Kirsty, estrechando la seca y agrietada mano que le ofrecía la mujer-. Soy la doctora McMahon. Llámeme Kirsty.

– ¿Qué relación tienes con este lugar? -Susurró Mavis, haciendo un gran esfuerzo-. No me digas que viajaste desde Estados Unidos sólo para pasarme consulta.

– La hermana de Kirsty estaba casada con Rory Douglas -explicó Jake.

– ¿Casada con Rory? ¿Con el Rory de Angus?

– Mi hermana está visitando a Angus -dijo Kirsty-. Así que pensé en ser útil mientras ellos dos se conocen.

– Así que Angus vuelve a tener familia -jadeó Mavis-. Bueno, bueno. ¿No es eso encantador? -Dijo, logrando esbozar una dolorosa sonrisa-. Todo el mundo debería tener familia -miró a Kirsty y después a Jake, para volver a mirar a Kirsty-. Incluso el doctor Cameron.

– Yo creo que las gemelas son suficiente familia para cualquiera -dijo Kirsty, ignorando la insinuación-. Señora Hipton…

– Llámame Mavis.

– Entonces… Mavis -Kirsty sonrió-. ¿Podrías soportar si el doctor… si Jake y tú me contarais con detalle tu historial de dolor?


Kirsty escuchó. Durante un rato no comentó nada. Esperó a que Jake terminara su exploración completa.

– Creo que tal vez pueda ayudar un poco -dijo por fin, vacilando-. Si confías en mí.

– He comprobado las referencias de la doctora McMahon -dijo Jake antes de que la anciana pudiese responder-. Es la mejor.

Aquello hizo sentirse muy bien a Kirsty, que miró a Jake, agradecida.

– ¿Cuándo has recibido morfina por última vez? -Preguntó ella.

– Sobre las cuatro de esta madrugada.

– ¿Por qué no te has suministrado más desde entonces?

– No la he necesitado.

– Ahora mismo tienes dolor. Y mucho.

– Puedo soportarlo -dijo Mavis-. Pensé que… te acostumbras. Te haces adicta a esa medicina y llega un momento en que no es efectiva. Si la cosa empeora mucho…

– Ahora mismo estás muy mal -dijo Jake con delicadeza.

– No me estoy muriendo todavía -dijo Mavis, mirando a Jake, atemorizada.

– No -dijo Kirsty suavemente, tomando la mano de Mavis entre las suyas-. Todavía no te estás muriendo. Pero tienes mucho dolor. La morfina es una droga extraña. Si la tomas para olvidarte de los problemas, como hacen muchos adictos, entonces sí, te volverás adicta. Perderá su efectividad y necesitarás dosis más altas. Pero si tienes dolor de verdad, como tienes tú, nunca pierde efectividad. Te lo prometo. Creo que estás sufriendo innecesariamente un dolor porque tienes miedo de convertirte en adicta y por qué la droga te deja adormilada. Por tus miedos, no estás tomando la droga regularmente, lo que significa que aguantas mucho dolor antes de administrarte la siguiente dosis. Alcanzas el nivel en el que el dolor es insoportable y entonces finalmente tomas la droga. Es así, ¿verdad?

– Yo… sí -murmuró la anciana.

– Mavis, te prometo que la morfina no es adictiva si te suministramos la dosis adecuada al dolor que sientes. También te prometo que seguirá siendo efectiva durante el tiempo que la necesites. Lo que tenemos que hacer es encontrar la dosis adecuada. La dosis es distinta para cada persona, porque el dolor que cada uno siente es distinto. Tienes que comenzar administrándote una dosis de esta mezcla de morfina que Jake te ha preparado cada cuatro horas. Menos de lo que te estás administrando ahora… pero regularmente. Quiero que me prometas que vas a suministrarte estas dosis pase lo que pase. Después de más o menos un día la somnolencia disminuirá. La dosis que te estoy prescribiendo te permitirá disfrutar de la vida. Quiero que me telefonees diariamente y te iré incrementando la dosis hasta que el dolor haya desaparecido por completo, momento en el que te cambiaré a unas pastillas que podrás tomar dos veces al día.

– Pero la morfina me deja tan somnolienta -susurró Mavis-. No quiero tomarla. Me queda tan poco tiempo. No puedo simplemente pasarlo durmiendo…

– La somnolencia frecuentemente ocurre si tomas mucha morfina ocasionalmente -explicó Kirsty-. Esperas tanto que necesitas una dosis muy alta para combatir el dolor y eso te deja adormilada. Lo que tenemos que hacer es darte poca dosis pero frecuentemente. De esa manera será raro que sientas somnolencia -la doctora sonrió.

– ¿Te vas a quedar durante un tiempo? -Preguntó Mavis, mirando a Kirsty.

– Mi hermana sale de cuentas dentro de un mes. No me voy a marchar a ningún sitio.

– Así que nuestro doctor Jake tiene una compañera durante un mes.

– Supongo que así es -dijo Kirsty-. Y tú tienes una médico muy mandona. Si me aceptas como médico.

– ¿No le importa a Jake?

– A Jake no le importa -dijo él mismo firmemente detrás de ella-. Parece que Kirsty es un regalo del cielo, Mavis.

– Bienvenida a Dolphin Bay, amor. Estaría muy agradecida si pudieses lograr que yo estuviera más a gusto.

– Bien -dijo Kirsty alegremente-. Estupendo. Haré que estés llena de vida en muy poco tiempo.


– Ha sido estupendo -dijo Jake mientras se dirigían de regreso al castillo en el coche-. Realmente estupendo.

– Todavía no sabemos si seguirá las instrucciones que le hemos dado.

– Lo hará -dijo él sin rodeos-. ¿Por qué no iría a hacerlo? Ha sufrido tanto que deseaba morirse tan pronto como pudiese… y lo que estaba haciendo yo no era de ayuda.

– Le estabas aliviando el dolor. O dándole la opción de librarse de él.

– Drogándola completamente -Jake agarró el volante con fuerza-. Hay tanto que no sé sobre este trabajo -dijo tristemente-. Parecía que tú sabías todo sobre ello.

– Trabajar con enfermos terminales es lo que hago todos los días. Claro que conozco los detalles. Pero me imagino que mis conocimientos de medicina general son mucho más limitados que los tuyos. Preséntame un caso de varicela y saldré corriendo.

– Cualquier persona en su sano juicio saldría cogiendo ante un caso de varicela -dijo él, sonriendo.

Kirsty pensó que aquello era estupendo. Realmente podía trabajar con aquel hombre, incluso podría divertirse…

– ¿Podrías suministrar anestesia para una pequeña operación? -Preguntó Jake.

– Claro. Hum… ¿qué tienes que hacer?

– Tengo un granjero de mediana edad con una hernia que está desesperado por operarse. Francis está casi incapacitado por la hernia que tiene en la ingle, pero tontamente le tiene miedo a los hospitales de la ciudad. Se le ha metido en la cabeza que, si sale de aquí no volverá con vida, así que aguanta con una hernia que le convierte casi en un invalido. Pero si tengo una anestesista competente, podría operarle aquí. Si tú estás aquí…

– Ya que estoy, aprovéchate de mí, ¿no?

– Es lo que pretendo hacer.

Jake encendió la radio y Kirsty miró hacia el mar que tenía a su izquierda, que era precioso.

– Esto es el cielo -susurró ella.

– Si tú lo dices.

– Realmente sería un sitio estupendo para criar niños.

– Por eso estoy yo aquí.

Kirsty dudó. El coche se estaba acercando al castillo.

– ¿Qué pretendes hacer ahora?

– ¿Esta tarde?

– Sí.

– Dejarte en el castillo, llevarme a los Boyce, a las gemelas y a Boris, y dejarles en casa.

– Pero tienes más trabajo que hacer.

– Sí, pero tú vas a estar en el castillo para cuidar de Angus y de Susie, así que Margie no tiene que quedarse. Margie se encargará de todos en la residencia del hospital.

– ¿Vives en la residencia del hospital?

– Sí.

– ¿Te gustaría dejarlos a todos en el castillo por lo que queda de tarde? -Dijo Kirsty en un impulso, pensando en el montón de comida que había visto en el congelador de Angus-. Vuelve cuando hayas terminado de trabajar y yo os prepararé la cena a todos.

– No -contestó él bruscamente-. Gracias.

Ella se quedó mirándolo, impactada ante el cambio del tono de su voz.

– ¿Qué es lo que he dicho para ofenderte?

– Nada.

– ¿No te gustaría cenar con… con nosotros?

Jake dudó si hablar o no, pero finalmente se decidió.

– Kirsty, será mejor que te diga esto claramente. Quizá parezca tonto al plantear esto tan pronto, pero no quiero que te lleves una idea equivocada. No tengo relaciones con mujeres. Mis gemelas necesitan toda mi atención y no puedo alborotarlas de esa manera.

En ese momento se creó un tenso silencio. Kirsty sintió como si le hubiesen arrojado agua fría.

– ¿No tienes relaciones con mujeres? -Dijo ella por fin.

– Las gemelas y yo nos las apañamos muy bien solos -explicó él-. Tomé la decisión de no alborotar su vida al involucrarme con mujeres. Soy padre, y eso es lo más importante. Después soy médico de este distrito. Mi vida sexual ocupa un triste último lugar.

– No tienes relaciones con mujeres -repitió ella-. ¿Qué quieres decir exactamente con «relaciones»?

– Ya sabes.

– No lo sé -gruñó ella, enfadada-. He estado trabajando contigo durante la última hora. ¿Es eso para ti una relación?

– No, yo…

– He estado hablando contigo. Me he entrometido en tu espacio personal al hacer que me hablases. Incluso has sonreído un par de veces. ¿Constituye eso una relación?

– Sabes perfectamente a lo que me refiero -Jake parecía ruborizado.

– Así que tienes miedo de venir a cenar con mi hermana, con Angus, con las gemelas, con los Boyce, con Boris y conmigo. Tienes miedo porque eso dará pie a lo que tú calificas como una relación. Tienes miedo de que mientras estemos comiendo los postres me suba a la mesa y te arranque la ropa.

– No seas…

– ¿Melodramática? ¿No crees que eres tú el que está siendo melodramático, pensando que invitarte a cenar significa que estoy detrás de tu cuerpo? ¿Y no crees que estás siendo un poco hiriente? No sabes nada de mí. Podría tener marido y seis hijos esperándome en Manhattan, y aquí estás, no sólo diciendo que te estoy haciendo una propuesta, sino que estoy traicionando a mí… a mi querido marido.

– ¿Estás casada? -Preguntó él, deteniendo el coche.

– Eso a ti no te importa -espetó Kirsty una vez se hubo bajado del automóvil-. Oh, quizá haya parecido que te estaba haciendo una proposición, pero, aunque te cueste creerlo, no lo estaba haciendo. No tenemos ninguna relación entre nosotros. Nada.

– Kirsty…

– ¿Qué? -Dijo ella, casi gruñendo.

– ¿Sigues aceptando venir a operar la hernia mañana por la mañana?

Kirsty se tragó su orgullo, ya que no quería seguir aburriéndose como en Sidney.

– Podemos realizar la operación si cada uno nos ponemos a un lado de la camilla y tenemos a un intérprete en medio -murmuró-. Después de todo, si no tenemos una relación, no podemos hablar. Tú estás estableciendo las reglas; no hay relación.

– Lo siento, Kirsty.

– Yo también -espetó ella-. Porque quizá hubiéramos tenido una cena muy agradable todos juntos. Tal vez hubiese sido lo que todo el mundo necesitaba. Y quizá hubiésemos tenido una relación laboral decente. Pero no va a ocurrir.

Dio un portazo muy tuerte a la puerta del coche y entró a toda prisa en el patio trasero del castillo, desde donde se oían risas provenientes de la cocina. Pero no se detuvo y se metió en su habitación. No salió hasta que no oyó arrancar el coche de Jake.


Jake trabajó el resto de la tarde con la sensación de que había sido un estúpido. Un completo idiota. Ella sólo había hecho una invitación a cenar para él, su familia y amigos, y él había reaccionado como si ella se le hubiese lanzado encima para arrancarle la ropa.

Pasó consulta a la señora Bakerson, que siempre tenía la rodilla con problemas, y fue incapaz de distraerle de sus pensamientos.

Estaba pensando en Kirsty.

Ella era preciosa.

Quizá ella no estuviese pensando en tener una relación, pero él sí. Nada más tenía que mirarla y ver la delicadeza con la que trataba a Angus y a Mavis para querer llevar aquello más lejos.

Pero ella estaba casada…

No, no estaba casada. Simplemente lo había sugerido para hacerle sentir aún más estúpido por haber rechazado la invitación para cenar.

– ¿Puedes mirarme el dedo gordo del pie? -Estaba preguntando Connie Bakerson-. La uña se me está hincando en la carne. ¿Piensas que necesito una operación?

Jake examinó el dedo gordo del pie de Connie muy seriamente. El diagnóstico era fácil; era una de las cosas buenas de ser médico rural. Conocía todos los detalles. A pesar de su rodilla, Connie y su marido pasaban todo el tiempo libre que tenían bailando…

No podía concentrarse. No podía dejar de pensar en Kirsty. Si se permitía a sí mismo enamorarse…

No podía hacerlo. No había futuro en amar a nadie más que no fueran las gemelas. Si se enamoraba de Kirsty y luego ella se marchaba…

– No estás muy hablador -comentó Connie.

– Lo siento.

– Estarás pensando en esas jóvenes que están en el castillo -dijo Connie con repentina perspicacia-. ¿No es estupendo que estén aquí? Todo el mundo habla sobre ello. Una de ellas está embarazada del sobrino nieto de nuestro Angus y la otra es médico. ¡Vaya combinación! ¿No sería estupendo si se quedaran? Sería estupendo para Angus y para ti.

– ¿Por qué seria estupendo para mí?

– Bueno, porque una de ellas es médico -respondió Connie, estupefacta-. He oído que ya ha hecho una visita a domicilio contigo, y la gente dice que es encantadora.

Jake pensó amargamente que en una pequeña comunidad como aquélla las noticias volaban.

– Oye, quizá sea un buen partido -continuó diciendo Connie-. He oído que es muy guapa. Dicen que las dos lo son, pero su hermana resultó gravemente herida en el accidente en el que murió su marido. Pobre chica. Pero Harriet, la de la oficina de correos, dice que la doctora es despampanante -levantó las cejas, indagadora-, ¿Qué te parece, doctor? Has estado sin pareja desde hace demasiado tiempo. Esas pobres pequeñinas necesitan una madre.

– He oído que está casada -dijo Jake con cierta divertida malicia-. Y que tiene seis hijos.

– ¿Seis hijos? -Dijo ella, perpleja-. Nadie me ha dicho nada de eso.

– La red de cotilleo del pueblo te está dejando de lado. Me lo dijo ella personalmente. Se ha tomado un tiempo libre para cuidar de su hermana, pero en Estados Unidos tiene un pobre y oprimido marido cambiando pañal tras pañal…

– Me estás tomando el pelo.

– Me lo ha dicho ella misma -aseguró él.

– ¡Vaya! -Connie se levantó, levemente indignada-. Dando vueltas por aquí cuando tiene todos esos pequeñines…

– Terrible, ¿verdad?

– Debe de estar realmente preocupada por su hermana.

– Quizá simplemente esté cansada de cambiar pañales.

– No debemos juzgarla -dijo Connie con resolución-. Necesitamos saber más detalles. Tu Margie ha estado allí esta mañana, ¿no es así?

– Así es.

– Quizá me pase a hacerle una visita de vuelta a casa.

– Hazlo -dijo Jake, que repentinamente se sintió cansado-. Ve a ver si puedes encontrar más trapos sucios. Oh, ¿Connie?

– ¿Mmm?

– Deja de bailar durante una semana.

– Pero…

– Hay algunas cosas de las que estoy seguro -dijo Jake-. No de muchas, pero ésta es una de ellas. Tienes la rodilla dañada, así como el dedo gordo del pie. Te prescribo botas nuevas y descanso.

– No puedo descansar.

Jake observó cómo la señora se marchaba, y pensó que desde luego no podía descansar con tanto cotilla a su alrededor…


Ella iba a ayudar a Jake a operar, pero no estaba muy emocionada. Le pareció sentir un poco de miedo. Tenía que telefonear a Robert, su bondadoso novio de toda la vida. Con él tenía una relación muy insulsa, pero necesitaba aferrarse a algo, y Robert siempre era de utilidad…

A la mañana siguiente, cuando Kirsty se despertó, oyó a su hermana silbando. Incapaz de creer lo que oían sus oídos, se acercó a mirar por la ventana.

El cambio que habían experimentado sus dos pacientes era extraordinario. Susie estaba vestida y echada sobre una colchoneta que habían encontrado el día anterior, plantando zanahorias.

Angus estaba controlando la situación desde su ventana.

– Te vas a hacer daño, chica -grito-. Espera a que yo baje para echarte una mano.

Angus necesitaba que le ayudaran a vestirse y a comprobar el oxígeno… y era Kirsty la que tenía que hacerlo. Le hizo sentirse avergonzada tenerlo esperando.

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