Capítulo 5

El hospital de Dolphin Bay era una pequeña e impecable edificación de piedra gris. Tenía un encantador jardín, y cuando Kirsty aparcó su coche en la entrada pensó que era un lugar maravilloso para morir. Y para vivir…

Todos sabían quién era ella; los pacientes, las enfermeras, los jardineros…

– Usted debe de ser la doctora Kirsty. Yo soy Babs. La estaba esperando.

– El doctor Cam… el doctor Jake me dijo que estuviera aquí a las diez.

– Sí, pero Francis está en tal estado que, si no le dejamos sin sentido pronto, va a salir corriendo -dijo Babs, apresurando a Kirsty a meterse en el quirófano-. Está bien, Jake. Kirsty está aquí.

Jake, que ya estaba preparando todo, se dio la vuelta y sonrió a Kirsty, provocando que a ésta le diera un vuelco el corazón y que se preguntara por qué no le ocurriría lo mismo cuando Robert sonreía.

– ¿Estabas esperándome?

– Tenemos al paciente más asustadizo del mundo -dijo él-. Francis tiene sesenta años. Hasta que su hernia empeoró, era nuestro jefe de bomberos. Si le enfrentas a un violento fuego, actúa con mucha calma, pero enséñale una gota de sangre y se desmaya. Todavía está en su habitación. Pensé que si le traíamos en silla de ruedas, vería el quirófano y quizá muriera de la impresión.

– Entonces le reconoceré allí, ¿está bien? -Preguntó ella.

– Si fueras tan amable. ¿Hay algo aquí que necesites? -Ofreció Jake, sonriendo.

Kirsty inspeccionó con la mirada. Aquello debía ser un proceso simple… una anestesia sin complicaciones.

Francis era un hombre grande, pero se mantenía en forma, no fumaba y no tenía enfermedades. El único problema era el miedo que tenía.

– Hola. Soy la doctora Kirsty, su anestesista. Estoy aquí para que se relaje lo suficiente como para que Jake le arregle el bulto. ¿Doy tanto miedo?

– N… no, pero…

– ¿Va su esposa alguna vez a la peluquería? ¿Se sienta alguna vez bajo un secador?

– Claro -susurró el hombre, sin saber adonde llevaba todo aquello.

– Bueno, no quiero asustarle más de lo que ya está, pero su esposa tiene más probabilidades de electrocutarse bajo el secador de las que tiene usted de salir perjudicado por mi anestesia. Pero el doctor Jake me dice que usted tiene miedo.

– No lo tengo… no es…

– No, es lógico -dijo Kirsty, sonriendo y levantándole la muñeca, aparentemente para tomarle el pulso, pero en realidad en un intento de reconfortarle-. Lo sé. A mí me dan miedo las mariposas. No puedo soportarlas; hacen que se me erice el pelo. Pero si tuviera que enfrentarme a ellas para arreglar mi vida…

– ¿Lo haría?

– En realidad, no -concedió, sonriendo compungida-. No sin gritar y correr mucho, no sin perder la dignidad. Lo que sí que haría, sería pedirle a un médico agradable que me diera algo que me adormilara y que me hiciera soñar con hadas, para que así se me pudieran acercar las mariposas y yo simplemente saludara y sonriera.

– Está diciendo que puede darme algo así.

– Oh, la más agradable de las drogas -dijo Kirsty-. Garantiza que sonreirá hasta que las vacas regresen a casa.

– Hasta que las vacas regresen a casa -repitió él, aturdido-. ¿No era usted de Nueva York?

– Estoy aprendiendo la jerga local -dijo ella-. ¿Me va a dejar que le suministre mi sustancia alucinógena?

– ¿Hará que me quede dormido? -Logró preguntar el hombre, que parecía incluso más aturdido.

– No -respondió Kirsty-. No, simplemente hará que se relaje. Entonces, si le parece bien, sólo si le parece bien, le daré algo para que se duerma un poco mientras el doctor Jake le repara el bulto. Puede decidir lo que quiera, pero… quiere que le arregle la hernia, ¿verdad?

– Verdad -susurró Francis.

– ¿Realmente lo quiere?

– S… sí.

– Bien -dijo ella, soltándole la muñeca y tomándole la mano, comenzando a llamarle de tú para crear cercanía-. Eres valiente, Francis. ¿Quieres que empecemos ahora?

– S… tal vez.

– Entonces vamos a comenzar por el primer paso -dijo Kirsty-. Cierra los ojos mientras Babs te sujeta la mano. Sentirás un pequeño pinchazo y veremos si mis polvos de hada funcionan.

En ese momento le administró el sedante y charló con el hombre, observando cómo los ojos de éste reflejaban confusión, pero no terror. Incluso estaba sonriendo.

– ¿Pasamos al siguiente paso? -Preguntó ella.

Francis asintió con la cabeza. Entonces se oyó un ruido desde la puerta, y Kirsty se giró para ver quién era, encontrándose con que era Jake, que la estaba mirando con ostensible admiración.

– Eres buena -le dijo.

– Lo sé -contestó ella, luchando para controlarse; aquel hombre poseía la capacidad de desestabilizarla-. Francis y yo estamos desarrollando una relación muy agradable entre nosotros. ¿No te da pena que tú no estés involucrado en tener relaciones?

No debía haber dicho aquello.


La operación se desarrolló en un silencio casi completo. El ambiente era tan tenso, que era casi insoportable.

Al ver cómo operaba Jake, Kirsty decidió que le encantaría trabajar con él; era muy meticuloso en todo lo que hacía y tenía mucha seguridad en sí mismo. Era un magnífico cirujano, y la operación fue todo un éxito.

Jake tenía una lista.

Kirsty se percató de que la hernia había sido una prueba. Cuando se quitó la bata del hospital, vio a Jake, esperándola. Le acercó una hoja de papel.

Dorothy Miller: venas.

Mark Glaston: carcinoma.

Scotty Anderson: osteoporosis.

– ¿Qué es esto? -Preguntó ella cautelosamente desde el pasillo de fuera del quirófano.

– Mira, lo siento -dijo él, que parecía exasperado-. Ayer me excedí.

– Lo hiciste.

– No hace falta que me lo restriegues por la nariz.

– Cuéntame qué es esta lista -pidió ella fríamente.

Entonces Jake le explicó los tres casos de la lista, casos que, estando ella en aquel momento allí, podrían ser operados en el pueblo sin necesidad de trasladar a los pacientes.

– Realmente me necesitas -dijo ella, animándose.

– Hum… sí. Lo que hiciste con Mavis… he estado visitándola esta mañana y me ha dicho que ya habías telefoneado y ajustado la dosis. El cambio es milagroso. Y como estás aquí y no estás ocupada…

– Utilízame -estuvo de acuerdo ella, decidiendo llevar las cosas hacia delante un poco más-. Pero hay una cosa que deberías aprender, y es a hablar conmigo. No estoy acostumbrada al silencio. Quizá podríamos poner hilo musical en el quirófano. O cotillear. A eso es a lo que estoy acostumbrada en donde trabajo.

– El silencio ayuda a concentrarse.

– Claro. Y tienes que concentrarte mucho con una hernia. Es para ponerse muy nervioso.

– Estás siendo muy tonta.

– ¿No crees que eres tú el que está siendo tonto?

– ¿Lo soy? -Exigió saber-. Déjalo, Kirsty.

La mirada de Jake estaba enfureciendo de nuevo a Kirsty. Era como si él le tuviera miedo.

– No quiero esto -añadió él.

– No lo hagas.

– ¿Que no haga el qué?

– No sigas adelante con esto -advirtió ella-. Si vas a decir que yo estoy sintiendo lo que tú estas sintiendo o que yo quiero tu cuerpo pero tú no quieres el mío, o que te encantaría hacerme el amor locamente pero eres homosexual…

Se oyó la risa de alguien. Babs estaba detrás de ellos con los ojos como platos.

– No me tengáis en cuenta -logró decir Kirsty, dándose la vuelta y sonriendo a Babs-. Soy estadounidense. Se nos conoce por ser directos, cuando no descaradamente ridículos -se dirigió a Jake-. Desde luego que cumpliré con su lista, doctor Cameron. En cualquier momento. En cualquier lugar. Pero ahora no, ya que me voy a nuestro castillo a ver cómo están Angus y Susie.

Entonces tomó aire y se dirigió a la enfermera.

– No te preocupes por haber escuchado nuestra conversación. Pero ten claro que lo que has oído no ha sido ninguna proposición que yo le estuviera haciendo a tu doctor Jake.


De regreso al castillo, trató de entender por qué estaban reaccionando de aquella manera sus hormonas.

Jake no era el único que no quería tener una relación; ella misma tampoco quería. Había aprendido muy rápido. Cuando su hermana y ella habían tenido diez años, su madre había muerto trágicamente de una hemorragia interna. Todos se habían quedado deshechos, pero su padre, apasionadamente enamorado de su esposa, nunca se había recuperado, y dos años después se hubo suicidado. Entonces sus niñas habían pasado de una casa de acogida a otra.

En ese momento, Kirsty había razonado que el amor debía de ser algo horroroso, pues tenía aquel efecto en las personas, y había decidido que ella nunca iba a sentir algo así salvo hacia su hermana.

Cuando Susie había conocido a Rory, Kirsty se hubo permitido por un breve espacio de tiempo pensar en los finales felices… pero entonces Rory falleció. El terrible círculo había comenzado de nuevo.

Pero a ella no le iba a ocurrir. Ella había tenido citas con hombres agradables, pero que no suponían una amenaza para su libertad emocional. Ése era el camino de la supervivencia. El agradable y seguro Robert…

Pensó que Jake estaba amenazando seriamente su tranquilidad mental y, justo en ese momento, entró con el coche al patio del castillo, donde las dos pequeñinas de Jake salieron a recibirla.

– Vimos desde arriba que venías -dijo Alice… ¿o era Penelope?-. Angus se fue a dormir, y Susie nos dijo que teníamos que subir para decirle que Spike ha ensanchado media pulgada desde ayer. El señor Boyce dice que Spike va a ser «imorme».

– Y Boris ha dejado las marcas de sus patas por toda la cama de Angus cuando le dejamos entrar -anunció su gemela-. Margie gruñó, y entonces vio nuestros zapatos cubiertos de barro. Nos dijo que somos unas granujas… pero Angus dijo que le gustan las granujas. Entonces vimos tu coche y pensamos en bajar a recibirte.

– Y bajamos las escaleras saltando -continuó diciendo la otra gemela, sonriendo-. Aquí las escaleras son precioooosaaaaaas. Penelope puede saltar tres de golpe, y yo casi puedo hacerlo también. Pero no todo el rato.

– Tienes que practicar -dijo Kirsty, sonriendo mientras salía del coche. Vio a Susie en la puerta, apoyándose en las muletas, y se sorprendió al ver la misma sonrisa en su hermana que cuando era niña.

– Margie ha dicho que en cuanto regresaras nos tenemos que marchar a casa -dijo una de las gemelas-. Pero primero tienes que ver a Spike. Te lo queremos enseñar nosotras. Está «enogme» y Susie dice que se va a poner «requeteenogme».

– ¿«Requeteenogme»? -Dijo Kirsty, viendo a su hermana reírse desde la puerta-. Es una calabaza estupenda -logró decir.

– Por favor, ¿nos podemos quedar a comer? -Suplicó una de las gemelas-. Telefonearemos a papi y le diremos que tenemos que hacerlo. El señor Boyce está ocupándose de Spike, y Margie dice que está más feliz que un marrano en un charco y nos podemos quedar a comer, siempre y cuando tú digas que está bien y lo mismo diga papi.

– ¿Qué piensas? -Le preguntó Kirsty a su gemela.

– Creo que estas niñas son estupendas.

– Yo creo que este lugar es estupendo -dijo Kirsty.

– ¿Te lo has pasado bien con Jake esta mañana?

– Practicamos una operación muy buena -contestó Kirsty, que sabía que su gemela la conocía lo suficiente.

– Eso está bien -dijo Susie recatadamente.

– ¿Nos podemos quedar? -Preguntaron lastimeramente las gemelas de nuevo.

– Telefonea a Jake y pregúntale si las chicas se pueden quedar a comer -le dijo Kirsty a Susie.

– ¿No quieres hacerlo tú?

– El doctor Cameron y yo tenemos lo que se está convirtiendo en una relación muy fría -replicó-. Así que no te hagas ideas.

– ¿Yo? -Dijo Susie-. ¿Cuándo he hecho yo eso? Oh, se me olvidaba, Robert ha telefoneado. Ha dicho que siente no haber podido hablar contigo esta mañana. Va a salir de fin de semana, pero ha dicho que a ver si te telefonea el lunes. Así es… -comenzó a decirle a las niñas mientras éstas le acercaban a Kirsty-. Así es como debe ser una relación apasionada.

– Susie… -dijo Kirsty, advirtiéndole.

– Lo sé. Estoy metiendo las narices donde no debería. Pero me estoy divirtiendo y, oh, Kirsty, me hace sentir tan bien.


Las gemelas y los Boyce se quedaron a comer.

– Jake parecía muy reacio -dijo Susie tras haber telefoneado-. No dejaba de decir que no quería que las gemelas molestaran, pero… ¿cómo van a hacerlo estando Margie y Ben aquí? Margie es encantadora, y dice que prefiere cuidar a las niñas aquí antes que en el pueblo.

Kirsty pensó que era difícil saber quién cuidaba a quién. Después de comer, por acuerdo común, volvieron al huerto para supervisar el crecimiento de Spike.

– Las ventajas del hogar -dijo Kirsty.

– Jake debería estar aquí. Es triste que pase tan poco tiempo con sus niñas. Deberías ayudarle más mientras estés aquí, Kirsty, para que así tenga más libertad -dijo Susie.

– Hago lo que puedo.

El timbre sonó.

– No estamos en casa -dijo Susie, bostezando-. Esto es perfecto. No necesitamos a nadie más.

Pero quizá fuese Jake… que tal vez pudiese quedarse un rato. Kirsty se levantó para abrir.

Pero al dirigirse hacia la puerta se percató de que no sería Jake; él tenía llaves.

Al abrir la puerta se quedó petrificada al ver a un hombre que era igual que Rory.

– Rory -dijo, atónita.

– Soy Kenneth Douglas -dijo el hombre. Era el hermano de Rory.

– Hola -dijo ella, tendiéndole la mano-. Soy la hermana de Susie, Kirsty.

– ¿Susie? -Dijo él sin comprender.

– La esposa de Rory, Susie.

– ¿La esposa de Rory está aquí? -Preguntó él, paralizado.

– Sí.

– No tiene ningún derecho.

– Parece que Angus piensa que es muy bienvenida -dijo Kirsty, forzándose a mantener la sonrisa-. Estamos todos en el huerto. ¿Quiere que le acompañe dentro?

– ¿Quién está en el huerto?

– Su tío…

– Angus no está aquí -dijo Kenneth entre dientes-. Está en una residencia de ancianos. Le trasladaron ayer. Se está muriendo.

– No creo que se esté muriendo -dijo Kirsty con delicadeza-. Le hemos convencido de que el oxígeno le ayudará y es maravilloso. Ha vuelto a trabajar en el jardín.

– El doctor dijo que iba a ingresar en una residencia de ancianos.

– Ahora que nosotras estamos aquí, no tiene que marcharse. Se puede quedar todo el tiempo que quiera.

– ¿Nosotras? -Dijo el hombre, enfadado-. ¿Quiénes son «nosotras»?

– Mi hermana y yo.

– Su hermana no tiene ningún derecho -gruñó él-. ¿Quién demonios se cree que es? Pensaba que estaba demasiado herida para viajar. Pensé que estaba hundida.

Kirsty deseaba cerrarle la puerta en las narices, pero era demasiado tarde; ya había entrado.

– Mire, señor Douglas…

– Quiero verla -dijo, dirigiéndose hacia el huerto a toda prisa-. Si está tratando de ganarse al viejo… si cree que aquí hay algo para ella… Rory está muerto y soy yo el único que puede decir algo sobre cómo debe tratarse al viejo. Yo.

– Lo siento, pero…

Kirsty no pudo detenerle. Kenneth abrió la puerta del huerto y se quedó perplejo ante la escena doméstica que tenía delante de él.

Angus y Ben charlando sobre calabazas.

Las gemelas jugueteando.

Margie tejiendo.

Y Susie, apoyándose sobre un codo para ver quién era. Reconoció a Kenneth y trató de sonreír.

– Kenneth -susurró.

Kirsty miró al hermano de Rory y vio que se había quedado pálido. Si no se hubiera acercado y lo hubiera sujetado, éste se hubiera caído.

– Estás embarazada -dijo, con la aversión y el odio reflejados en la voz-. Del hijo de Rory.

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