Capítulo 6

Durante un momento nadie dijo nada.

– Kenneth -dijo Angus por fin, mirando a su sobrino como si fuera un fantasma.

– Se supone que estabas muerto -gruñó Kenneth.

– Pues no lo estoy -dijo el conde con cautela, agarrando su botella de oxígeno.

– Telefoneé a ese maldito doctor la semana pasada y me dijo que ayer ibas a ingresar en una residencia y que te estabas muriendo.

– Dije que si nadie se preocupaba lo suficiente por venir, entonces moriría.

Kirsty no se había percatado de que Jake había llegado, y de repente lo vio detrás de Kenneth.

– Tú -dijo el sobrino del conde, enfureciéndose cada vez más-. Tú mentiste.

– Kenneth, ten cuidado -dijo Jake en tono de advertencia-. No tienes por qué pensar que la gente aquí está en tu contra. ¿Te gustaría conocer a mis gemelas?

Kirsty se dio cuenta de que Jake estaba tratando de calmar la situación. La cara de Kenneth reflejaba una furia desmedida y ella pensó que se trataría de alguna enfermedad mental.

– Ella está embarazada -susurró Kenneth-. Embarazada.

– Susie está embarazada del hijo de Rory, sí -dijo Jake-. Todos pensamos que es estupendo.

– Y ella heredará… -Kenneth se ahogó al hablar-. Ella heredará de Rory…

– Rory está muerto, Ken -dijo Jake sin alterarse-. Susie no va a heredar nada de nadie.

– Elb…

– Sal de mi jardín -dijo Angus, completamente pálido-. Si insultas a la esposa de Rory, no eres bienvenido en mi casa.

– No es tu casa. Deberías estar muerto.

– Jake -dijo Angus, cansado.

– Ken, vamos -dijo el doctor suavemente, agarrando a Kenneth-. No eres bienvenido aquí, compañero. No puedes hablarle a la gente de esa manera y ser bienvenido -entonces lo apartó de los demás-. Algo me dice que no te has tomado la medicación. Puedo ayudarte si vienes conmigo. Vuelve a hablar con tu tío cuando te sientas más calmado.

– No me toques -Kenneth trató de soltarse con furia.

Jake le soltó, ya que se estaba dirigiendo hacia la puerta. Pero de repente trató de dirigirse de nuevo hacia los demás, ante lo que Jake, que había esperado tal reacción, lo agarró de nuevo.

– Ken, vamos al hospital, compañero -dijo suavemente.

– No necesito…

– Necesitas ayuda -dijo Jake, que hablaba como si nada indigno hubiese ocurrido-. Sabes que se supone que tienes que tomar medicación. Me lo dijiste la última vez.

– Ella está embarazada. Es mío.

– Kirsty, ¿me podrías ayudar a llevar a Ken al hospital? -Preguntó Jake, sonriendo a sus pequeñas-. El señor Douglas está enfermo. Le duele la cabeza y le hace decir cosas que en realidad no quiere decir. La doctora Kirsty y yo nos lo vamos a llevar y vamos a hacer que se sienta mejor. Margie, el señor Boyce, Susie y Angus se van a quedar y van a cuidar de vosotras. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -susurró Penelope… ¿o era Alice?

– Estupendo -dijo Jake, mirando a Kirsty-. ¿Quiebres conducir o prefieres sentarte en la parte trasera con nuestro pasajero?

– Creo que conduciré -contestó ella débilmente-. Si te parece bien.

Se dirigieron al hospital en un nefasto silencio. Parecía que Ken no se oponía, lo que hizo preguntarse a Kirsty lo frecuente de aquellos arrebatos.

En el hospital, Jake le suministró una pequeña dosis de medicación y preparó una cama, sentándose al lado de Ken mientras éste se dormía. Kirsty podía haber desaparecido en ese momento, pero no lo hizo. Necesitaba saber acerca del enfado de aquel hombre; la manera en la que había tratado a Susie había sido espantosa.

Fue a prepararse un café y esperó a que Jake saliera de la habitación. Cuando finalmente lo hizo, tenía un aspecto nefasto y trató de hacer un esfuerzo para relajar la expresión de su cara.

– Pensaba que te habrías ido a casa.

– Sólo tenemos tu coche -le recordó-. Si me hubiese ido, te hubiese dejado tirado.

– Hay coches al servicio del hospital, o alguien del pueblo me hubiese llevado.

– Quiero que me cuentes sobre Ken. Odia a Susie. ¿Por qué?

– Ken odia al mundo entero -dijo Jake sin rodeos, empezando a prepararse un café-. Ken nació con un desorden de la personalidad que le hace pensar que el mundo está en contra suya. Angus me ha dicho que cuando venía a visitarles de pequeño era una pesadilla… estaba tan celoso de Rory que le hizo la vida insoportable a todos. Últimamente me ha estado dando la lata sobre la salud de su tío. Me figuro que piensa que Angus va a morir pronto y que heredará. Su actuación de hoy lo confirma. Pero su comportamiento está más allá de los límites normales. Está realmente enfermo.

– ¿Qué puedes hacer al respecto?

– No estoy seguro -dijo Jake-. Su comportamiento de hoy ha sido tan extraño que en otra época habría hecho que le encerraran.

– Hoy en día no es tan fácil poder hacerlo, ¿verdad?

– Supongo que será igual en Estados Unidos que aquí. Tiene que haber evidencia de una perturbación psiquiátrica grave, y el informe de dos psiquiatras que establezcan que es un riesgo para la sociedad. Debería haber dejado que pegara a alguien. Entonces le habrían arrestado.

– Entiendo -Kirsty dudó si seguir preguntando-. ¿Y ahora qué?

– Puedo tenerle aquí durante la noche. Probablemente me he pasado de la raya dándole una dosis de droga que le dejará dormido durante horas. Me puede demandar alegando que no accedió a ello. Pero espero que tras dormir mucho esté más calmado. Voy a telefonear a la base de datos psiquiátrica del estado para ver si alguien lo conoce.

– ¿Puede llevar una vida normal?

– ¿Quieres decir que si suele ponerse al límite y casi agredir físicamente sin ninguna razón? No. Angus me ha contado lo que le pasa. Desde que era niño sufre una furia aparentemente incontrolable, pero que de alguna manera mantiene controlada y puede llevar una vida normal. Es un buen contable y trabaja en Sidney. Debe aparentar ser normal la mayor parte del tiempo.

– Hoy desde luego que no -dijo ella, estremeciéndose.

– No. Quizá él vio las repercusiones que tendrá el bebé de Susie más claro que lo que Angus o Susie lo han visto. Están tan emocionados de haberse conocido que todavía no se han percatado de lo que es obvio.

– ¿El qué?

– Angus es un hombre extremadamente rico. Aunque trata de no darle importancia, tiene un título por el que mucha gente daría lo que fuera. También tiene propiedades en Escocia y una renta que te haría marear si supieras la cantidad. Angus me dijo que nunca lo quiso, pero su título establece las cosas de tal manera que no pudo evitar heredarlo. Dijo que Rory sentía lo mismo. Se quedó destrozado cuando su sobrino murió, porque la siguiente línea sucesoria…

– Es Kenneth -Kirsty suspiró-. Oh, no.

– Quizá ya no sea Kenneth -dijo Jake-. Quizá lo sea el bebé de Susie.

– Entonces hoy… -comenzó a decir Kirsty, a la que le faltaba el aliento al percatarse de la situación.

– Durante los últimos meses, desde que Rory murió, Kenneth ha debido de haber estado creyendo que él sería el próximo conde de Loganaich, con toda la riqueza y privilegios que ello conlleva. Hoy ha visto que Susie está embarazada y que había estado equivocado. Vi su cara. Cuando vio que Angus estaba utilizando oxígeno, parecía enfadado, ya que ello suponía un retraso en recibir su herencia. Pero cuando se dio cuenta de que Susie estaba embarazada, casi se desmaya.

– Mi hermana no querrá ninguna riqueza -susurró Kirsty-. Nunca la querría.

– Me lo suponía -dijo Jake amablemente-. Sólo hay que conocerte a ti para saber lo encantadora y generosa que debe de ser Susie.

– No -dijo ella, angustiada-. No sabes nada sobre nosotras. Rory y Kenneth eran hermanos y eran muy diferentes.

– Kenneth está enfermo, y tú no lo estás -dijo él con suavidad-. Kirsty…

– Déjalo, Jake -dijo severamente-. ¿Qué hacemos entonces con Kenneth? Quiero decir…

– No hay mucho que podamos hacer -dijo él con los ojos todavía reflejando amabilidad-. Como ya he dicho, voy a tratar de encontrar un psiquiatra que lo conozca y que me aconseje. Trataré de que lo trasladen a una de las mejores instituciones psiquiatritas. Sólo podemos esperar que cuando despierte se someta al nuevo orden.

– Nunca antes había pensado que heredaría -dijo ella-. No hasta que Rory murió.

– Nos aferraremos a eso. Tal vez funcione.

– ¿Cómo va a funcionar?

– Así es -dijo él, preocupado al mirar su reloj-. Quizá les diga a los Boyce y a las niñas que se queden en el castillo el resto del día. Hará que se distraigan y…

– ¿Y será más seguro para Angus y Susie?

– Sí. El castillo es muy grande. Hay muchas habitaciones.

– ¿Estás pensando en llenarlas?

– Quizá sea divertido para los Boyce y las chicas -dijo Jake-. Por no mencionar a Susie y Angus. Voy a telefonear a Angus. Tal vez le diga que de esa manera tú estarás libre para ayudarme.

– Si las gemelas se quedan allí…

– Yo también lo haré -dijo él-. Sólo hasta que sepa que Kenneth está fuera de la región -Jake dudó antes de seguir hablando-. Me pone nervioso.

– A mí también.

– Tendremos que ser capaces de mantener las manos apartadas el uno del otro durante un par de días.

Kirsty se puso tensa y se preguntó a qué estaría jugando Jake.

– No sé nada sobre tus manos, pero mis manos no tienen la mínima tendencia a tocarte -espetó-. A no ser que sea para darte un tirón de orejas. De todas las frases arrogantes y egocéntricas…

– Tú también sientes algo.

– Piérdete -contestó ella, enfadada-. Vete a jugar a otra parte con tus podridos sentimientos. No sé de qué estás hablando -dijo, dándose la vuelta y saliendo del hospital.

– ¿Cómo vas a llegar a casa? -Gritó él detrás de ella.

– Andando.

– Espera un momento y te llevo en coche.

– No confiaría en mí misma -logró decir-. Tú y yo juntos en un coche con toda esa pasión fundida… seríamos un peligro para la seguridad vial, Jake Cameron.

Kirsty siguió andando y se cruzó con Babs, que entraba en ese momento.

– ¿Pasión fundida? -Preguntó la enfermera-. ¿Me estoy perdiendo algo?

– Las dos lo estamos haciendo -le dijo Kirsty, sonriendo cansinamente-. El doctor Cameron y yo acabamos de ingresar a un paciente con un desorden psiquiátrico, pero si fuera tú, me preocuparía por saber quién está tratando a quién -dijo, marchándose de allí sin mirar hacia atrás.


Fue un paseo muy largo, pero lo necesitaba. Al llegar al castillo, entró y se dirigió al cuarto de baño, pensando que todo saldría bien. Kenneth sería una amenaza, pero aquel lugar era como una fortaleza.

Entonces se dirigió a buscar a los demás habitantes del castillo. Angus, Susie y las gemelas estaban dormidos. Se dirigió a la cocina, donde Margie estaba pelando patatas bajo la supervisión de Ben.

– Parece que no tienes a nadie más con quien hablar que nosotros -dijo Margie, dándole la bienvenida-. Espero que no te importe, pero pensé en hacer empanada para cenar.

– ¿Ha hablado Jake contigo?

– El doctor Jake ha hablado con Su Excelencia y él ha hablado con nosotros. Todos pensamos que es una buena idea, ¿verdad, Ben?

– Kenneth supone una preocupación para todos nosotros -dijo él tras asentir con la cabeza-. Angus está muy disgustado. Ni siquiera ha pensado en su calabaza.

– Pero nosotros le hemos tranquilizado -aseguró Margie-. Hemos tenido a todos distraídos tomando fresas para hacer un pastel. Hemos comido tanto que vamos a reventar. Hay un poco en la despensa para ti, muchacha.

Kirsty tomó un trozo de pastel y se lo comió, pensando que aquello era auténtica medicina y que tal vez era lo que Jake necesitaba. Había sido una idea excelente que todos se quedaran allí.

– ¿Cómo habéis podido simplemente mudaros al castillo? -Preguntó Kirsty, confusa.

– ¿No lo harías tú si te lo pidieran? -Respondió Margie, impresionada-. No hay una sola persona en esta zona que no diera su brazo derecho por una invitación así. Mi Ben y Su Excelencia se conocen desde hace mucho tiempo. Han estado comparando calabazas desde siempre y ahora, con la artritis de Ben, ya no salimos tanto. Cuando Jake telefoneó y sugirió que nos quedáramos aquí, pensamos que sería como tener unas vacaciones. Ahora que has llegado, iré a casa a tomar nuestro neceser…

– Riega nuestro huerto -dijo Ben.

– Ayer llovió, así que no hay necesidad -contestó su esposa con serenidad-. Ves, no hay problema.

– Pero… Jake… -dijo Kirsty, a la cual todo aquello le parecía increíble.

– Creo que nuestro Kenneth ha asustado a nuestro doctor -dijo Margie-. Pero tengo que decir que a Jake le vendrá bien estar aquí unos días. Su apartamento del hospital es un lugar deprimente.

– ¿Por qué no busca un lugar más agradable donde vivir?

– Porque es práctico, querida -contestó Margie-. Cuando llegó al pueblo, se compró una casa encantadora a poca distancia del hospital pero claro, él es el único médico y, si le llamaban en medio de la noche, no había nadie que se ocupara de las niñas.

– ¿Y qué es lo que hace ahora?

– Su apartamento es parte del hospital. Cuando le llaman de madrugada, las enfermeras se ocupan de las gemelas. Pero vivir en el hospital hace que las niñas tengan que estar calladas. No pueden gritar al bajar las escaleras como hacen aquí. Les vendrá muy bien salir de allí. Aunque lo que Jake realmente necesita es una esposa. Pero no esperamos milagros.

– Yo tampoco los esperaría -dijo Kirsty-. Le gusta estar solo.

– Él piensa que eres muy atractiva -dejó caer Ben.

– Todos pensamos que Kirsty es muy guapa -dijo Margie, mirando con severidad a su marido-. No seas casamentero, Ben. Sabes que sólo trae problemas.


Para sorpresa de Kirsty, los días que siguieron fueron muy tranquilos.

Jake y su familia se mudaron al castillo pero, aparte de en las comidas, apenas vio al doctor. Lo evitaba todo lo que podía y quizá él también estaba haciéndolo.

Kenneth no estaba causando problemas.

Jake explicó que lo había enviado en ambulancia hasta Melbourne para que le hicieran una evaluación psiquiátrica. Las autoridades telefonearon diciendo que parecía estar en su sano juicio y que no veían ninguna razón por la que tenerle allí ingresado. Le dieron el alta y en el castillo todos esperaron que regresara echando chispas, pero no fue así.

– Puedes marcharte a tu casa -le dijo Susie a Jake mientras cenaban la tercera noche de su estancia, pero lo dijo a regañadientes.

Jake sonrió al notar que no lo decía de buena gana. Kirsty pensó que debía de estar dándose cuenta de lo agradable que era estar allí todos juntos.

– Si a Angus le parece bien, prolongaremos nuestra estancia unos días más. Todavía tengo ciertos reparos acerca de Kenneth.

– Y tus niñas se lo pasarán en grande -dijo Angus, satisfecho-. En este lugar ahora se escucha lo que debe escucharse; ruido y vida.

– Si estás seguro de que no molestamos…

– Apenas te veo, Jake -dijo Angus claramente-. Veo a los demás, pero tú nunca estás aquí.

– Estoy trabajando.

– Entonces deja que nuestra Kirsty lo comparta. Está deseándolo.

– Kirsty está ayudando.

– No lo suficiente -replicó Angus-. Deja que te ayude con las consultas.

– Hoy ha puesto vacunas.

Así había sido. Había visitado el colegio de primaria y había administrado setenta vacunas. Le había ahorrado a Jake algunas horas para que así pudiera llegar al castillo antes y estar con sus hijas. Pero en realidad podría ayudarle en la clínica; el único problema era que estaría a su lado.

– Tengo que marcharme -dijo repentinamente Jake-. Tengo que pasar consulta esta tarde. ¿Dejaréis que Margie os acueste? -Preguntó a sus gemelas.

– Susie me va a leer un cuento esta noche -le dijo Alice-. Y Kirsty se lo va a leer a Penelope. Y mañana lo haremos al revés.

– Yo puedo leerles un cuento a ambas si necesitas que Kirsty te ayude -se atrevió a decir Susie.

– Estoy bien solo -contestó él, marchándose de la sala.


Los días transcurrieron. Cuando Jake había dicho que estaba bien solo, lo había dicho de verdad. Junto con Kirsty, había operado a Dorothy Miller, a Mark Glaston y a Scotty Anderson, pero habían sido pequeñas operaciones y, cuando ella había ofrecido ayudar más, él no lo había aceptado.

– Tu mayor preocupación debe ser que Angus y Susie sigan saludables -le había dicho él.

Pero se le escapaba el detalle de que Angus y Susie se cuidaban el uno al otro.

No sabía qué le ocurría. Debía estar contenta; Susie y Angus mejoraban cada día y no sabían nada de Kenneth. La única razón por la que el castillo estaba lleno de gente aún en aquel momento, era porque todos estaban de acuerdo en que era beneficioso para su hermana y el conde, que habían comenzado a hacer «carreras» entre ellos por el huerto.

Todo era perfecto, pero lo único que podía hacer era pensar dónde estaría Jake, que no estaba en la casa en aquel momento. Se estaba volviendo loca.

– Creo que voy a salir a ver a Mavis -decidió.

– Jake va a verla la mayoría de las tardes -le dijo Ben.

– Si no se me necesita, no entraré -dijo ella de manera profesional, sin entrar en el juego.

– Entra de todas maneras, chica, y examina a Mavis -dijo Margie firmemente-. Y, Ben, no te metas en lo que no te llaman.

– ¿Os ocuparéis de Susie y de Angus? -Preguntó Kirsty, tratando de ignorar a ambos.

– La tortuga contra la tortuga -dijo Margie, refiriéndose a las «carreras» que hacían los dos enfermos-. ¡Qué emocionante! Desde luego que les vigilaremos. Márchate, querida, a ver si tú puedes moverte un poco más deprisa que esta extraña pareja. Tendré la cena preparada en una hora, pero si no regresas a tiempo, no hay problema. Voy a hacer muchos perritos calientes.

Al sentarse en el coche, Kirsty pensó que era un alivio salir del castillo. Necesitaba tiempo. Necesitaba… no sabía lo que necesitaba.

Al salir a la carretera, observó el mar y a los delfines saltando sobre las olas. Era un espectáculo maravilloso.

Cuando llegó a la granja de Mavis, se dio cuenta de que Ben había tenido razón; el coche de Jake estaba allí aparcado. Mientras se acercaba al porche, Jake salió de la casa.

– Hola -dijo ella.

– ¿Qué haces aquí?

– Pensaba que me habías dicho que me mantuviera en contacto con Mavis.

– Y lo hice. Pero pensaba que estabas en el castillo.

– Bueno, pues no lo estoy -dijo ella, enfadada-. ¿Cómo está nuestra paciente?

– Sentada en la cama con sus dos nietos y un equipo de pintura -dijo Jake, permitiéndose sonreír-. Hay pintura por todas partes. ¿Quieres verlo?

– Sí -dijo, sonriendo a su vez. Pero al recordar con quién estaba hablando, dejó de sonreír-. Pero no te entretendré. Obviamente estás ocupado.

– No estoy tan ocupado como para perderme tu reacción ante lo que has conseguido -dijo, apartándose y dejándola pasar-. Lo has hecho estupendamente, doctora McMahon.

Kirsty se ruborizó. Pensó que tenía que regresar a Estados Unidos. Estaba perdiendo el juicio.

Entonces entró en la casa y, al llegar a la habitación de Mavis, se quedó impresionada. La habitación estaba repleta de familiares. Mavis estaba recostada en unas almohadas, con sus nietos a ambos lados, y tenía una bandeja sobre las rodillas donde pintaba. Había tanta pintura sobre la colcha como en los lienzos, pero parecía que a nadie le importaba. Al ver a Kirsty llegar, todos la miraron y sonrieron.

– ¿Así que no me necesitas para que ajuste nada? -Dijo Kirsty dulcemente.

– Oh, no, querida. Estoy muy bien -dijo Mavis, sonriendo.

Kirsty sabía que la metástasis en los huesos haría que el dolor tuviese que ser tratado cada día, pero por lo menos la anciana estaba disfrutando de la vida.

– Me enseñarás antes de irte -dijo Jake suavemente.

– Claro -dijo Kirsty, que sabía que él estaba pensando lo mismo que ella-. Te enseñaré lo último en manejo del dolor para este tipo de enfermedad -entonces se acercó a Mavis-. ¿Puedo interrumpir la pintura para reconocerte rápidamente? ¿Tienes algún punto dolorido?

– Me duele un poco la cadera -admitió Mavis-. Pero está mucho mejor que la semana pasada y no me gusta quejarme.

– Doctor Cameron, ¿por qué no se lleva a estos dos aspirantes a pintor a dar un paseo? -Dijo Kirsty a la desesperada-. Así su abuela y yo podremos tener una conversación sobre caderas doloridas.

Una vez que Jake se hubo marchado, se relajó. No sólo ayudó a la señora Mavis con el dolor de su cadera, sino que estuvo hablando con ella, asegurándole que mantendrían controlado el dolor.

– Quizá tengamos que cambiar la combinación de analgésicos una y otra vez -le dijo-. Pero podemos hacerlo. Incluso cuando me vaya, dejaré instrucciones de cómo actuar. Y siempre estaré al otro lado del teléfono.

– Ojala que te pudieras quedar -dijo Mavis con nostalgia.

Cuando salió de la casa, el sol ya no calentaba tanto. Se encontró a Jake sentado en la galería con un granjero de más o menos sesenta o setenta años.

– Ésta será la otra doctora -dijo el hombre, satisfecho-. Dos por el precio de uno. Bárbara dijo que el médico vendría esta noche y he estado vigilando la carretera para ver cuándo venía. Y ahora os tengo a los dos.

– Herbert vive justo allí arriba -dijo Jake con sequedad, casi disculpándose con la mirada-. Herbert, ésta es la doctora McMahon. A Herbert no le gustan las clínicas porque no le gusta esperar.

– Mi parienta me hace bañarme antes de ir a la clínica. Un hombre podría perder un día entero en una visita así -dijo Herbert, indignado-. Tengo la pierna un poco mal y mi parienta ha dicho que me iba a llevar mañana, quisiera o no. Pero ahora que os he encontrado… si me pudiera arreglar la pierna.

Se remangó el pantalón y enseñó un ensangrentado hematoma, con un profundo corte en el centro. Era obvio que se había herido hacía algunos días y que lo había ignorado.

– ¿Qué ocurrió? -Preguntó Jake.

Tenían público. Bárbara estaba allí de pie, observando, con un niño en cada mano.

– Una maldita vaquilla me dio un golpe el pasado lunes -dijo Herbert agriamente-. La parienta lo vio anoche y me dijo que se me caería la pierna si no te lo enseñaba. Así que aquí estoy.

– Supongo que no hay ninguna posibilidad de que vengas al hospital -dijo Jake, que parecía divertido en vez de enfadado. No se sorprendió cuando Herbert negó con la cabeza.

– Antes se me tendría que poner la pierna negra.

– La pierna se te pondrá negra si no la cuidas más -dijo Jake sin rodeos. Entonces miró a Bárbara-. ¿Está bien si la doctora McMahon y yo practicamos una pequeña cirugía en tu galería?

– Es la galería de mamá -dijo Bárbara, sonriendo y señalando hacia la ventana de su madre.

Mavis estaba observando todo.

– Mientras no os importe tener público, adelante.

Kirsty pensó que aquello era muy extraño.

Jake acomodó al granjero sobre unos cojines, puso papel de periódico bajo su pierna y comenzó a limpiar y a examinar la herida, que necesitaba puntos. Herbert estuvo todo el rato hablando con Bárbara sobre el mercado de ganado.

Kirsty se percató de que en aquella comunidad todos se tenían mucho afecto entre sí. Jake tenía razón; era el lugar adecuado para criar niños. Se planteó si Susie decidiría quedarse allí tras dar a luz. En realidad, no tenía a nadie por quien volver a Estados Unidos; sólo se tenían la una a la otra. Y allí su hermana tenía tanto… Angus, los Boyce, Jake, las gemelas, el huerto…

Observó cómo Jake tapaba la pierna del granjero y decidió que tenía que regresar al castillo en ese momento. Pero antes le administró al hombre una dosis de antibiótico en vena.

– Mañana por la mañana tengo que practicarte una pequeña cirugía para comprobar cómo está la herida -le dijo Jake a Herbert.

– ¡Ah! Sabes que no tengo tiempo para acudir al hospital.

– Telefonearé a Maudie y le pediré que tire la cerveza que fabricas si no estás allí -replicó Jake.

Entonces Bárbara y Herbert comenzaron a bromear y a lanzar indirectas sobre una posible relación entre ambos doctores, algo que a Kirsty no le hizo gracia.

En ese momento sonó el teléfono móvil de Jake. Cuando colgó, todos lo estaban mirando.

– Es una tragedia -dijo él, compungido.

– ¿Una tragedia? -Preguntó Kirsty, cautelosa.

– Angus y Susie se encuentran mejor.

– Hum… ¿y eso es una tragedia? -Preguntó ella, intrigada.

– La señora Boyce preparó perritos calientes para cenar -dijo Jake tristemente-. Todos han estado haciendo ejercicio y tenían mucha hambre… y nosotros llegamos tarde. No ha podido lograr que nos esperaran y siento tener que decirte, Kirsty, que se han comido todo. Lo que nos deja sin cena. Margie dice que tenemos que comprar pescado y patatas fritas de vuelta a casa.

– Comed algo aquí -dijo Bárbara-. Yo puedo poner…

– Margie nos puede dar huevos con tostadas -dijo Jake, suspirando como un mártir-. Pero la doctora McMahon y yo somos unos héroes médicos. Sabemos cómo sobrevivir, y pescado con patatas fritas será un lujo.

– Coméroslo en la playa -dijo Herbert-. Como yo y mi parienta. Llevamos una botella de vino a la playa todos los viernes por la noche y nueve de cada diez veces terminamos haciendo jugueteos con las manos -al darse cuenta de lo que estaba diciendo, resopló, avergonzado-. Quiero decir… cuando éramos jóvenes terminaba así. En los viejos tiempos…

– Eso parece ser justo lo que ambos necesitáis -dijo Mavis desde la ventana-. Si tuviera cuarenta años menos, iría con vosotros.

– Compraremos pescado y patatas fritas y lo llevaremos a casa -dijo Kirsty, que no quería meterse en terreno peligroso.

– Puedo adivinar lo que pasaría si hicierais eso, y creo que tú también puedes -dijo Bárbara-. Aunque ya hayan cenado, al veros aparecer con esa comida tan rica, todos tendrán hambre de nuevo y os lo quitarán de las manos. Llévala a la playa, doctor Jake.

– Sí, doctor Jake -dijo Herbert-. Llévala a la playa.

– No necesito pescado y patatas fritas -dijo Kirsty.

Pero todos dijeron que aquello era lo que tenían que hacer. Todos excepto Jake, que no dijo nada mientras los demás planeaban por ellos.

– ¿Tienes hambre? -Preguntó Jake cuando por fin se hizo silencio.

Kirsty tuvo que admitir que sí tenía.

– Entonces vamos -dijo él, resignado-. Pescado y patatas fritas en la playa. Cumpliendo órdenes.

Загрузка...