Capítulo 11

Cuando Kirsty se despertó, tuvo que agitar la cabeza para asegurarse de que no estaba soñando. Pero no fue una buena idea. No debía agitar nada.

Se quedó muy quieta, y cuando Babs se acercó a su cama de hospital, se dirigió a ella.

– Pensaba que estabas dormida.

– ¿Qué ocurre? -Preguntó Kirsty, ansiosa por saber qué había pasado.

– Tienes todo el cuerpo magullado. Si quieres un diagnóstico más profesional, tendré que ir a por tu médico. Lo que no será difícil, teniendo en cuenta que ha estado andando por el pasillo, esperando a que te despertaras, durante las dos últimas horas. Deja que te tome la tensión y la temperatura e iré a buscarlo -entonces miró a Kirsty a la cara y sonrió-. Está bien. Iré ahora a por él. Algo me dice que tu tensión se alterará tras verlo.

Antes de que Kirsty pudiera decir nada, Babs salió de la habitación. Un minuto después, Jake entró. Su cara reflejaba tanta ansiedad que Kirsty casi rió al verlo.

– Jake.

– Kirsty… -dijo él, acercándose a ella y tomándole la mano.

– Oye, ¿me estoy muriendo? -Logró preguntar débilmente-. Ni siquiera yo actúo así con mis pacientes dos minutos antes de que mueran.

– Podías haber muerto -gruñó él, con la emoción reflejada en la voz. Tomó una silla y se sentó a su lado, sin soltarle la mano-. Kirsty, ¿te casarías conmigo?

– Hum, no -susurró ella-. Bueno, todavía no. Hay cosas que tengo que resolver primero.

– No tengo al oficiante matrimonial esperando en el pasillo -dijo él, esbozando una compungida sonrisa y dándole un beso-. ¿Qué es lo que tenemos que resolver?

– ¿He estado dormida?

– Te inyectamos diez miligramos de morfina antes de bajarte de la roca.

– ¿Me has inyectado morfina?

– Estaba tan preocupado por el bebé, que no me percaté de que tú tenías problemas -dijo Jake-. Entonces te desvaneciste…

– No me desvanecí.

– Ésa es mi chica -dijo él-. Está bien. Cuando llegó el helicóptero y te pusimos el arnés, perdiste el conocimiento.

– Estoy segura de que no lo hice.

– No tienes que avergonzarte por haberte desmayado porque un estúpido médico haya tratado de levantar con un arnés a una paciente con dos costillas rotas. Tienes el pecho destrozado…

– Susie -interrumpió ella, ya que oír todo aquello la estaba alterando aún más de lo que ya estaba.

– Susie está muy bien. Ha estado en todo momento consciente, y cuando te desmayaste, se volvió loca. Nos gritaba que teníamos que llevar más médicos y que yo estaba demasiado involucrado contigo como para tratarte. No paraba de dar órdenes y de sujetar con fuerza a su bebé.

Kirsty sonrió. Aquélla era la Susie que ella conocía. Mandona. Feliz. Dueña de su mundo.

– ¿El bebé está bien de verdad?

– Rose es preciosa. Ella y su madre están durmiendo en la habitación de al lado, donde también está Angus, que se ha negado a ir a Sidney hasta que no compruebe que estás bien. Ambos están durmiendo con la incubadora de Rosie entre sus camas. No te sé decir quién está más orgulloso.

– ¿Incubadora?

– Sólo hasta que estemos completamente seguros de que está suficientemente caliente. Pero estoy seguro de que es una precaución innecesaria. La niña está bien.

– ¡Es maravilloso!

Pero había una cosa más que tenía que preguntar.

– ¿Kenneth?

– ¿Podemos hablar de ello en otro momento? -preguntó Jake, cuya cara se ensombreció.

– No.

– No son buenas noticias -dijo él, apretándole la mano con fuerza.

– Cuéntame.

– Lo vimos cuando nos alejábamos de las rocas. Angus nos dijo dónde buscar y por qué. El sargento telefoneó a la central y, cuando Kenneth llegó a la bahía, le estaban esperando.

– ¿No le arrestaron? -Preguntó Kirsty, que lo intuyó por el tono de voz de Jake…

– Se adentró en alta mar de nuevo y los barcos pesqueros y de reserva natural salieron tras él. Estuvieron persiguiéndole durante media hora sin acercarse, simplemente esperando a que se le acabara la gasolina. Sabían que estaba mareado.

– ¿Y entonces qué pasó?

– Se acercó a la orilla, pero entonces, aceleró la lancha al máximo y se estrelló contra las rocas.

– Dios bendito.

– Las enfermedades mentales son tan malas -dijo Jake tristemente-. Hay muchas cosas que desconocemos. Si pudiera volver atrás en el tiempo, quizá estudiaría psiquiatría.

– Pero entonces Dolphin Bay se quedaría sin el mejor médico de familia del mundo. Oh, Jake…

– He decidido que este lugar necesita otro médico. Lo decidí hace mucho tiempo, pero ahora estoy seguro. Y ese otro médico eres tú, Kirsty McMahon. Te amo tanto…

– No puedes amarme.

– ¿Por qué no?

– Porque ya no amas.

– Sí que lo hago. Ahora sí.

– Yo te acosé y te hice propuestas deshonestas.

– Simplemente pediste un beso. Yo estoy hablando de algo más. Te pido matrimonio.

El dolor estaba volviendo, aturdiéndola. Miró a Jake a los ojos y vio reflejado en ellos amor y deseo…

– Esto no es justo -susurró Jake al ver el dolor y la confusión que reflejaban los ojos de ella-. No te empujaré.

– No puedo pensar con claridad…

– No lo intentes -dijo él, agachándose y besándola en la frente-. Te voy a dar algo con lo que te vas a quedar profundamente dormida. Cuando te despiertes comenzaremos de nuevo.

– Comenzaremos…

– Comencemos de nuevo, Kirsty -dijo Jake con suavidad-. Olvidémonos de que fui un imbécil, y ahora olvidémonos de que te he pedido que te cases conmigo. Pero también… olvidémonos de tu miedo al compromiso, de tu creencia de que la gente que está a tu alrededor morirá, de tu miedo de seguir adelante. Duerme, mí encantadora Kirsty, y despierta a un mundo nuevo. Nuestro nuevo mundo. Que comienza ahora.


Jake cumplió su palabra.

Durante las siguientes semanas, mientras el magullado cuerpo de Kirsty se curaba, él no habló de matrimonio.

Cuando la ambulancia aérea trasladó a Angus a Sidney, también se llevó a Kirsty, ya que necesitaba cirugía torácica. Sólo fue antes de que la subieran al avión que la besó con delicadeza en los labios.

Mientras estuvo en Sidney, no la telefoneó más de lo que hubiera hecho un médico normal. Cuando una semana después regresó a Dolphin Bay, Angus lo hizo con ella. El bypass al que se había sometido éste había sido todo un éxito.

Susie había telefoneado una y otra vez a Kirsty mientras ésta había estado en el hospital, describiéndole lo perfecta que era su hija y lo mucho mejor que podía andar ella sin el peso del embarazo.

– Jake ha estado reponiendo la vía intravenosa a Spike todos los días -le dijo Susie a su hermana al verla-. Está portándose muy bien.

– ¿Todavía duerme en el castillo?

– Esta mañana se ha llevado a las niñas a su casa -dijo Susie, mirando de reojo a su hermana-. Dijo que Angus y tú tendríais que descansar, y sería mejor si no estaban por aquí las gemelas y Boris. Margie ha acordado que venga su hermana a ayudar en las labores de la casa hasta que todos estemos bien.

– Así que Jake vendrá por aquí, ¿cuándo?

– Dijo que vendría esta noche y todas las noches de ahora en adelante mientras lo necesitemos. Por Angus.

Aquella noche, Jake estuvo media hora con el conde. Luego bajó a la planta de abajo y habló un rato con Kirsty y con Susie. Cuando se fue a marchar, Kirsty lo acompañó a la puerta y trató de darle las gracias. Pero él la tomó de los hombros y la besó. Fue un delicado beso en los labios.

– No me des las gracias por ser cariñoso, Kirsty.

Parecía que en aquel momento eran ambos los que necesitaban tiempo y espacio para aceptar lo inevitable. Ella había telefoneado a Robert y le había dicho que tenía que buscar a otra persona.

Jake y ella sabían que la felicidad estaba a la vuelta de la esquina, pero no había que apresurarse…


Pero entonces llegó la fiesta de la cosecha, una gran fiesta en Dolphin Bay.

– El año pasado no pude asistir -les dijo Angus-. Tenía neumonía. Pero este año iré aunque muera en el intento.

Jake no estaba presionando a Kirsty. Era su amigo… el amigo que reía con ella, el amigo que compartía el amor por sus niñas pequeñas…

– No puedes tenerle esperando para siempre -dijo Angus.

– Lo sé.

– ¿Entonces qué es lo que te retiene?

– Es como… he sido tan independiente durante tanto tiempo -susurró-. Pero ahora soy feliz.

– ¿Te aterra que al dar el siguiente paso pierdas lo que has conseguido?

– La muerte de mi madre rompió nuestra familia -explicó Kirsty-. Mis padres estaban enamorados, pero tras la muerte de mi madre, mi padre simplemente… su mundo se detuvo. Y Susie… se entregó por completo y, cuando Rory murió, estuvo a punto de hacerlo ella también.

– Así que no vas a dar ese último paso.

– Lo… lo daré -confesó Kirsty, que sabía que amaba demasiado a Jake.

– Es un obstáculo muy duro -dijo Angus-. Pero es parte de la vida, muchacha. Amas y sufres el riesgo de una pérdida, o no amas… caso en el cual ya has perdido. Deirdre y yo nos lo pasamos estupendamente juntos. Y aquí estoy yo con las arañas de luces de plástico y la vieja reina Victoria en el cuarto de baño. Pero no lo querría de otra manera. Tuve cuarenta maravillosos años junto a mi encantadora Deirdre y aquí estoy, enamorándome otra vez de una chiquitina llamada Rose que me ha robado el corazón…

Angus dejó de hablar al oír un claxon desde el patio delantero, secándose una lágrima.

– Suficiente. Me estoy convirtiendo en un llorón. Pero no pongas en riesgo las cosas por esperar demasiado, muchacha.

No. No lo iba a hacer. Mientras llevaba a Angus, a Susie y a Rosie a la fiesta, pensó que todo lo que tenía que hacer era decir que sí.

Jake ya estaba allí. Alice y Penelope salieron a recibirles en cuanto llegaron. Todos hablaban, pero Kirsty sabía que Jake la estaba mirando. No, no la estaba mirando. Estaba con ella.

Kirsty se apartó un poco del grupo justo cuando Angus subió al escenario y dio un discurso, plagado de humor irónico. Entonces comenzó la competición de calabazas, donde Spike participaba y en la que, para sorpresa de todos, había una calabaza más grande que la de Angus.

– ¿De quién es…? -Preguntó Kirsty.

Entonces una cabeza sobresalió detrás de la enorme calabaza. Ben Boyce.

– Tú… tú… -comenzó a decir Angus, al que parecía que le iba a dar una apoplejía. ¡Traidor!

– ¿Traidor por qué? -Preguntó Ben… inocente.

– Yo cultivé mi calabaza en mi jardín y tú lo hiciste en el tuyo. ¿Qué malo hay en eso?

– ¡Tú ayudaste con mi calabaza!

– Lo hice -dijo Ben-. No hubiera sido deportivo no hacerlo. Se llama Fatso y es mejor que Spike. Tiene más sed.

– ¿No estarás queriendo decir que has utilizado vías intravenosas?

– Claro que sí -respondió Ben-. Cuando vosotros comenzasteis a utilizarlas, observamos cómo la doctora McMahon lo hacía… y mi Maggie es enfermera. Te tenemos que dar las gracias, doctora le dijo a Kirsty.

– Fatso tendrá que ganar -dijo Susie, colocando a su pequeña sobre la calabaza-. Oh, Angus, ¿te molesta mucho?

– Desde luego que me molesta -espetó ante Ben-. Mocoso. Será la octava vez de veinte que me ganes, ¡Espera al año que viene!

– Entonces es un reto -dijo Ben-. En la misma feria el año que viene, Angus Douglas. Apostamos una botella de tu mejor whisky escocés contra una de las tartas de frutas de Maggie.

– Esta hecho.

Todos rieron. Angus le dio unas palmaditas a su amigo en la espalda y ambos se dirigieron dentro de las instalaciones, seguramente a por uno de los whiskys de Angus.

– Es la hora de la carrera de sacos de madres e hijas -anunció alguien por megafonía.

Entonces Jake se acercó a sus gemelas, que estaban admirando las calabazas.

– Vamos a por una limonada, chicas -les dijo.

Kirsty observó cómo todas las madres con sus hijas se metían en un mismo saco. Incluso estaba Mavis en una silla de ruedas, lo que la dejó impresionada.

– Yo puedo hacerlo -dijo Susie, que había ido en su silla de ruedas para poder llevar consigo a Rosie-. Yo soy mamá y, si Mavis puede hacerlo, yo también.

– ¡Tú y Rosie vais a dejarles tirados, chica! -Gritó la señora Grey, arreglando un saco para ellas.

Kirsty fue a ayudar, pero se dio cuenta de que ya había mucha gente ayudando a Susie. Entonces vio que Jake se marchaba de allí con sus niñas, para que no preguntaran nada. Para que no preguntaran por qué ellas no tenían madre. Pero estaba claro que las pequeñas sabían lo que ocurría… y lo odiaban.

– ¡Alice! -Gritó Kirsty-. ¡Penelope!

Las niñas se dieron la vuelta junto con su padre. Parecían esperanzadas.

– ¿Queréis venir en un saco conmigo? -Gritó.

Todos sabían lo que en realidad ella estaba diciendo. Jake se quedó inmóvil. Inexpresivo.

– Tú no eres nuestra madre -gritó Alice.

– No, pero una carrera madre e hija es divertida -gritó Kirsty a su vez-. Así que pensé… que podría ser una amiga que puede ejercer de madre cuando me necesitéis.

Todos se quedaron con la boca abierta ante aquello. Las gemelas soltaron la mano de su padre y corrieron. Se metieron en el saco que Ben les sujetaba, dejando un espacio en medio.

– Éste es tu sitio -le dijo Penelope a Kirsty-. En el medio.

– Ahí es donde van las mejores mamás -dijo Susie delicadamente-. Métete, Kirsty, cariño. Pon todo tu corazón y amor.

Así lo hizo. Se alinearon en la salida junto con todas las demás y Kirsty observó a Jake, que estaba mirando al grupo. Vio cómo Angus le daba unos golpecitos en el hombro y de repente sintió ganas de llorar.

– ¡Salid!

Entonces todos los sacos comenzaron a correr, madres e hijas de todas las generaciones.

– Saltad -les dijo Kirsty a las gemelas.

– ¡Estamos saltando, estamos saltando! -Gritaron las niñas-. Míranos, papi.

– ¡Seguid así! -Chillo Kirsty-. Podemos hacerlo.

Ella podía hacerlo. Podían hacerlo. Llegaron a la meta en decimoctavo lugar… quizá decimonoveno, pero no de las últimas. Fue estupendo. Y entonces, alguien proclamó a Susie y a Rose, ¡Susie y Rose!, ganadoras. Las segundas fueron Mavis y Bárbara.

Kirsty se tumbó en el suelo y abrazó a las niñas. Boris se acercó y le besó la cara y ella se preguntó cómo podría sentirse más ganadora de lo que lo hacía en aquel momento.

Entonces Jake se acercó. La liberó del saco y la abrazó. La besó, sonriendo ante lo que veía. Estaba orgulloso y feliz.

– No ganamos, papi -dijo Alice.

– No ganamos -repitió su hermana-. Pero saltamos muy alto.

– No os preocupéis por ganar -dijo Jake-. Siempre está el año que viene.

Y entonces, frente a todos los habitantes de Dolphin Bay, frente a aquellas personas que serían parte de sus vidas para siempre, el doctor Jake Cameron besó a la doctora Kirsty McMahon.

Los dos se convirtieron en uno.

O… dos pasaron a formar parte de aquella maravillosa población que estaba llena de vida.

Para siempre.

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