—Senta y Corrie estarán de regreso en cualquier momento. —Howard Anson, sentado junto a la ventana, miraba el interminable flujo de tránsito que iba en dirección a la base del Tallo. Había una expresión especulativa en sus nobles rasgos—. ¿Qué han diagnosticado los médicos, Rob? ¿Te estás recuperando?
—Eso me han dicho. Incluso estoy empezando a creerlo. ¿Podrías revisar tu banco privado de datos, Howard, y decirme si es posible morir de dolor?
—Claro que sí. Nunca oirás a un doctor denominarlo de esa manera, dicen que te ha fallado el corazón o que has perdido el deseo de vivir, o alguna otra tontería por el estilo. Antes, morir de dolor era frecuente. —Anson se estremeció—. Gracias al cielo por los calmantes modernos. ¿Pero por qué lo preguntas? ¿Tienes ganas de probar?
—No. Ya lo he hecho. Si Corrie no hubiera ignorado al resto de la nave y no me hubiera cortado lo que me quedaba de mano con el láser quirúrgico, no estaría hablando contigo en este momento.
—Le debes mucho. Infringió todas las reglas del Sistema para traerte de regreso rápidamente. Llevabais un promedio de dos ges, había alarmas de tránsito todo el camino desde el Cinturón. ¿No me habías dicho que eso —Anson señaló la mano amputada de Rob— podía desconectarse cuando lo desearas? Deberías pedir una indemnización.
—Lo he intentado, pero los que me la instalaron no esperaban que yo me la arrancara para usarla como destornillador, y yo no sabía que Morel iba a fundir parte de Atlantis y salpicarme con las gotas. —Rob estaba sentado en la cama cerca de la amplia ventana, apoyado en varias almohadas. Estaba muy delgado pero tenía buen color. Anson estaba contento con tan rápido restablecimiento.
—¿Te han explicado qué fue lo que te sucedió? —preguntó—. Una vez me dijiste que esas manos eran a prueba de tontos.
Rob sonrió.
—Depende de lo tonto que sea uno. Hemos descubierto sólo una manera de estropearla, pero uno no hace esas cosas a menudo. Primero hay que pelar la capa protectora de piel, hasta el hueso. Luego se le agrega una gota de níquel líquido, justo al lado de la terminal del nervio cubital, dentro de la mano. Lo único que falta entonces es agregar unas gotitas de agua, provistas por Caliban en su lucha con Morel, y ya tienes una hermosa microbatería. No debió de generar más de un milivoltio, pero fue directamente a mis nervios.
—Espero que hagas modificar el diseño de tu nueva mano, para que no vuelva a sucederte —Anson sonreía, imperturbable ante las muecas de Rob al recordar.
—No sucederá. Te apuesto lo que quieras. Vuelvo a la vida tranquila, a trabajar con acero, o a pintar el Tallo, para que no se oxide —Rob miró por la ventana a la base del Tallo—. ¿De verdad piensas subir? Creía que te oponías a la idea de viajar por el espacio.
—No estoy seguro. Senta sigue intentando convencerme —Anson había perdido la sonrisa y parecía esperar algo—. Te responderé a tu pregunta si tú contestas a una mía —dijo después.
Rob dejó de mirar la ventana.
—Creo que ya sé cuál es tu pregunta. Y me parece que serás más feliz sin la respuesta. Pero, si insistes, te lo diré.
—Debo saberlo. No es sólo curiosidad. Tengo que tomar una decisión por mí mismo, según la respuesta que me des.
Los dos hombres miraron los vagones, con sus pasajeros y su carga, subiendo y bajando por el Tallo. Era de noche y los vagones desaparecían de la vista en pocos minutos cuando subían hacia el crepúsculo púrpura, y volvían a dejarse ver cuando emergían de la sombra de la Tierra. Rob esperó, dejando que el otro marcara el ritmo de la conversación.
—Es una pregunta sencilla —prosiguió Anson por fin—. Me he dado cuenta de que has hablado mucho con la gente, pero siempre has eludido un tema. ¿Qué hacía Joseph Morel con los Duendes, en definitiva? Ya sabemos que no tenía interés en saber qué tipo de estructura social crearían. Habrá tenido una buena razón para sus experimentos. ¿Cuál era?
—En cierto modo, desearía no haberlo averiguado nunca. Ya sabes lo que ganó Senta con saberlo: un lavado de cerebro y la adicción a la taliza. Suponíamos que llevaba doce años siendo adicta, pero ahora estoy convencido de que ha sido más del doble de ese tiempo. Ellos la convirtieron en adicta inmediatamente después del lavado de cerebro. —La cara de Rob tenía huellas de cansancio y pena; se hacía más patente lo que acababa de vivir—. Y tienes razón, a Morel sólo le interesaban los Duendes en el aspecto biológico y médico. Eso había sido toda su vida. ¿Recuerdas la primera vez que Senta me habló del Cancer crudelis y del Cancer pertinax? Nos contó que Morel había hallado un tratamiento para el crudelis, pero no para el pertinax. Sus remedios eran eficaces en los animales, pero en los humanos tenían efectos secundarios mortales que los convertían en inútiles. Las diferencias entre animales y seres humanos son mínimas, desde el punto de vista químico, pero son cruciales. Ahora pongámonos en el pellejo de Morel. Regulo le dio la seguridad que necesitaba para todos sus experimentos. Si Regulo moría, esa seguridad desaparecería. Había que hallar un remedio para el Cancer pertinax, una cura eficaz en los seres humanos, antes de que fuera demasiado tarde. Regulo empeoraba más y más; yo mismo llegué a advertir cambios en él, a pesar de lo breve de nuestra relación.
—¿Pero no me dijiste que los tratamientos de Morel ayudaban a Regulo?
—Cierto. Sin ellos habría muerto hace años. Morel se estaba acercando, pero todavía no había descubierto la solución. Aunque sí otra cosa: la manera de inducir progeria en seres humanos. En Atlantis pudo producir una raza de Duendes, pequeños, de breve vida, y controlados completamente por él.
Se hizo un largo silencio. Anson estaba asqueado y no tenía ganas de hablar.
—¿Criaba a los Duendes para estudiar la enfermedad? —preguntó por fin.
—Peor que eso —la cara de Rob había perdido el color—. ¿Recuerdas que los llamaba Expes? Eran animales experimentales. Morel podía inducir la enfermedad en un Duende. Cuando vi el laboratorio, algunos estaban sanos, el grupo de control, y los otros sufrían de Cancer pertinax. ¿Cuál es el animal ideal en un laboratorio si se quiere encontrar un tratamiento que dé los mismos efectos secundarios que provocaría en un ser humano?
Anson no dijo nada.
—El mejor animal de laboratorio es otro ser humano —dijo Rob, respondiendo su propia pregunta—. Por eso Morel criaba a los Duendes, ésa era la única razón de su existencia. Podía tener una generación completa en apenas dos años. Y Regulo lo sabía.
Anson miraba por la ventana, reacio a mirar a Rob a los ojos.
—Tenías razón, Rob —exclamó—. En realidad, habría preferido no saberlo jamás. Ahora entiendo por qué parecías quince años más viejo cuando llegaste a la Tierra. ¿Estás seguro de que Regulo lo sabía?
Rob asintió.
—Seguro. Ojalá pudiera sentir por Regulo lo que sentía por Morel. Sabes, yo quería a Regulo. En cierto sentido, fue lo más cercano a un padre que he tenido en mi vida. No sé si tuvo algo que ver con la muerte de mi padre y mi madre, y creo que prefiero no enterarme nunca. Pero estoy seguro de que Regulo sabía lo que Morel hacía con los Duendes. Su enfermedad lo había hecho cruzar un límite. ¿Recuerdas que Senta nos habló de sus «ganas de vivir»? Regulo no quería morir. Había llegado a un punto en el que era capaz de cualquier cosa para seguir viviendo, de cualquier cosa.
—Pero, ¿por qué Morel hacía todo eso? Él no tenía la enfermedad de Regulo, no ganaba nada con esos experimentos.
—No conociste a Morel. Si había algo por lo que estaba dispuesto a dar la vida era por Caliban. Ése era el experimento importante para él. No creo que jamás haya pensado en los Duendes como otra cosa que útiles animales para experimentar. Quizá creyera que Regulo no iba a aceptar la idea, pero una vez puesta en práctica, debían guardar el secreto.
—De modo que no fue sugerencia de Regulo, él carecía de los conocimientos médicos —Anson se restregaba pensativo el puente de la nariz—. Pero supongo que aceptar algo así es casi tan grave como sugerirlo. ¿No estás de acuerdo?
—No necesariamente —Rob miró a Anson con fijeza—. Esa pregunta no es de tu estilo, Howard. ¿Adónde quieres llegar?
—He oído todo lo que has explicado sobre Atlantis. Parte de la historia no me parece racional. Quiero que admitas otra posibilidad, Rob —Anson, traicionando una emoción que Rob Merlin no había visto antes, tamborileaba nervioso con los dedos sobre el marco de la ventana—. ¿No es posible que Corrie también conociera esos experimentos? Ha vivido mucho tiempo en Atlantis y estaba muy cerca de todo lo que sucedía allí.
—Te escucho, Howard. No tienes por qué ser tan cauto —Rob suspiró—. Yo pensé lo mismo, hace mucho. Apenas regresé del laboratorio, después de que Caliban mató a Morel, encontré a Corrie con Regulo. Me habían dejado solo durante cuatro horas, y no pude evitar pensar en lo que había estado haciendo Morel durante tanto tiempo. La única respuesta que tenía sentido era una que no me gustaba nada: Morel estaba discutiendo con Regulo qué hacer conmigo. Corrie pudo haber estado allí durante la conversación.
—No lo creo, Rob. Estás insinuando que Corrie y Regulo estuvieron de acuerdo en que Morel debía matarte.
—No he dicho eso, y no creo que sea la verdad. Ésa fue una decisión de Morel, en contra de las órdenes de Regulo. Regresaría al estudio y le diría a Regulo que yo lo había atacado. Alegaría defensa propia. Creo muchas cosas de Darius Regulo, pero no puedo creer que quisiera matarme.
Anson no dijo nada, pero su expresión hacía innecesarias las palabras.
—Lo sé —soltó Rob—. Caramba, Howard, necesito alguna ilusión. Si estoy equivocado, jamás lo sabremos. Regulo ha muerto. No podremos preguntarle nada. ¿Has averiguado si Corrie es de verdad hija de Regulo?
—Eso es lo que me hizo sospechar. Lo es, sin duda. Pero te dijo que no. ¿Por qué? —Anson comenzó a caminar por la habitación, alisando con las manos arrugas imaginarias en las solapas—. ¿Por qué no quería admitir que Regulo era su padre?
—Puedo darte dos razones. Tú eliges. No quería que la asociaran con Regulo porque le molestaba mucho que la gente pudiera pensar que se acogía al privilegio de ser su hija para alcanzar el éxito en Empresas Regulo. O deseaba apartarse de él porque sabía lo que Regulo había hecho y no podía soportar la idea. Hay una tercera posibilidad, pero ésta me gusta menos aún.
—Quería que tú pensaras que ella no tenía ningún lazo fuerte que la atara a Regulo, nada más. Porque conocía los experimentos, y quería que tuvieran éxito, tanto como él.
Rob asintió. Se apoyaba en las almohadas, con los ojos cerrados.
—Ésa es la posibilidad que temo, Howard. ¿Recuerdas otra cosa que descubrimos sobre el Cancer pertinax? Que tiene una fuerte tendencia a ser hereditario.
Howard Anson se puso rígido.
—¿Piensas que Corrie puede…?
—Estoy casi seguro. Está aún en la primera etapa, pero tiene los primeros síntomas del Cancer pertinax. Obsérvala cuando se toca el tema. Se controla bien, pero se le nota en los ojos. Pasarán años antes de que se adviertan las primeras señales, pero así ocurrió con Regulo.
—¿Te das cuenta de que estás inventando una historia que no es muy consistente? —Anson se había acercado a la ventana y miraba el cielo del Este. Habían salido las primeras estrellas, pero él no las veía. Buscaba a Atlantis, aún a treinta millones de millas de distancia y que se acercaba lentamente desde el Cinturón. Pasarían meses antes de que llegara a la órbita de la Tierra—. Me dijiste que Corrie odiaba a Morel —exclamó por fin—. Ahora sugieres que hasta podía estar recibiendo tratamiento de él.
—Lo sé. ¿Te parece una combinación poco probable?
—De ninguna manera, pero creía que a ti sí. —Anson rió, pero produjo un sonido sin alegría—. Hace mucho que descubrí que la gente es compleja. Casi no hay límite para los niveles de incoherencia que uno puede hallar en una sola persona. Me alegra que tú también lo estés aprendiendo. ¿Qué vas a hacer ahora?
—¿Ahora? —Rob volvió a abrir los ojos. Se encogió de hombros—. Construir más Tallos. Desarrollar más las Hondas, achicar el Sistema Solar. Regulo ha dejado mucho trabajo sin hacer, estaré ocupado toda la vida.
—Estás eludiendo mi pregunta. ¿Qué vas a hacer con Corrie? ¿Qué vas a hacer con Caliban y con los Duendes? El problema son ellos, no la ingeniería. Eso puede solucionártelo Keino.
Rob negó con la cabeza. El silencio se alargó, y fue roto al fin por el ruido de la puerta de la sala contigua al abrirse.
—Senta y Corrie —dijo Rob—. Howard, creo que todavía no tengo respuestas. Según los Laboratorios Antigeria, se puede tratar la progeria de los Duendes hasta un punto tal que puedan recuperar casi por completo una vida normal. El Cancer pertinax es otro tema. Hay treinta casos entre los Duendes. Es tanto como en el resto del Sistema. Deberemos iniciar un programa sistemático, un programa legal, para buscar una cura. En cuanto a Caliban, dímelo tú. ¿Qué se hace con una nueva inteligencia, una vez que se la ha creado?
—Estudiarla. A mí me gustaría, por motivos egoístas. —Anson hizo una mueca—. ¿Por qué te crees que me estoy dejando convencer por Senta para ir al espacio? Al parecer Caliban y Sycorax han desarrollado métodos de almacenamiento y búsqueda de información diferentes a los que tenemos en los bancos de datos en la Tierra, no secuenciales, no casuísticos, casi no lógicos. Me gustaría trabajar con ellos, y eso implica ir a Atlantis. Caliban ya habrá regenerado los dos brazos que perdió.
Mientras Anson hablaba se había abierto la puerta a sus espaldas. Corrie y Senta estaban juntas de pie en el umbral. Senta estaba en uno de sus malos días de abstención, pálida y aterrorizada. Se aferraba al brazo de Corrie, y había una mirada nerviosa y huidiza en sus ojos. El parecido entre las dos mujeres era asombroso. Howard Anson se acercó para ayudar a Corrie.
—«Sois el espejo de vuestra madre» —citó con suavidad—. «Y en vos ella evoca el delicioso abril de su juventud.» A ver, Corrie, permíteme que yo me ocupe de Senta. Yo sé lo que hay que hacer.
Tal vez fuera su imaginación, pero en la cara de la mujer más joven, Anson creyó ver la primera sombra, el atisbo de la enfermedad. Tomó a Senta del otro brazo.
—Hemos ido a preguntar —le dijo Corrie—. Y no era cierto. El grupo de Chryse ha descubierto un nuevo tratamiento para la drogadicción, pero no sirve en el caso de la taliza. Era un informe erróneo.
Anson asintió.
—Me lo temía. Danos diez minutos, y le daré a Senta lo suficiente para que se sienta mejor. Parecía demasiado bueno para ser cierto. Hasta que no haya un tratamiento deberemos seguir como hasta ahora.
Con mucha ternura tomó a Senta de la cintura y comenzó a llevarla al dormitorio donde guardaba la droga.
—Howard —Anson se detuvo cuando Corrie lo llamó. Se volvió.
—¿Piensas que habrá… que alguien realmente descubrirá un tratamiento? ¿A tiempo? ¿Una solución de verdad? —La voz se le quebró hasta llegar a un susurro en las últimas palabras.
Mientras Corrie hablaba, Rob se levantó de la cama y se aproximó. Le colocó la mano en el hombro, tanto para apoyarse él como para animarla a ella. Anson los contempló un momento. Rob parecía exhausto pero lleno de determinación, con una mirada en los ojos que le dijo a Anson cuál debía ser su respuesta.
—Estoy completamente seguro, Corrie —dijo—. No será mañana, y tal vez tampoco el año que viene. Pero seguiremos trabajando hasta que la encontremos. Encontraremos una cura para las dos.