Charles es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
No me resisto a iniciar de nuevo la presentación de una obra de Sheffield con esta cita de Spider Robinson que me parece sumamente acertada. Los lectores fieles a nuestras publicaciones ya conocen algunas de las obras de Sheffield y mi interés por ellas. Creo que puedo suscribir al pie de la letra el comentario de Robinson, basado en la evidencia de que Sheffield logra recuperar el aspecto lúdico de la ciencia ficción de la época dorada dotando de gran amenidad a sus tratamientos y de un encomiable rigor a sus especulaciones, virtudes patentes en LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS.
En otra de sus mejores obras, LA CAZA DE NIMROD (Ediciones B, Libro Amigo/54 — Ciencia Ficción/14), la brillante trama aventurera está salpicada de exóticas especies galácticas, gadgets tecnológicos y especulaciones sorprendentes, aunque el eje central de la novela radique finalmente en una característica psicológica del personaje central. La diversión inteligente está, como siempre en Sheffield, totalmente garantizada. Sheffield es un autor que se caracteriza por hacer gala de una inventiva desmesurada. Me atrevería a decir que con la tercera parte de las ideas que Sheffield incluye en una sola novela como LA CAZA DE NIMROD, otros autores más conformistas encontrarían tema para una trilogía entera.
La otra novela de este autor que se ha publicado hasta ahora en castellano, ENTRE LOS LATIDOS DE LA NOCHE (1985 — NOVA ciencia ficción, 4), es también una novela de ideas y aventuras, una de esas obras que hoy en día quizá sólo la buena ciencia ficción puede ofrecer. El alcance temporal y galáctico de la trama central (el sueño y su utilización para vencer al tiempo) se complementa con interesantes personajes en cada momento del devenir de la acción narrada. Aunque el eje central del libro se orienta hacia el encanto por lo maravilloso y la fascinación por lo infinito que reconstruye, paralelamente a la acción, los grandes interrogantes de la existencia y las preocupaciones elementales sobre el devenir del ser humano, no sólo como individuo, sino como especie. Con ello entramos en ese indefinible vértigo de lo infinito que sigue siendo uno de los elementos exclusivos de las buenas narraciones de ciencia ficción.
En LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS encontramos todas las características de la obra de Sheffield junto a un valor añadido: la posibilidad de comparar sus tratamiento de un tema fundamental en la ingeniería espacial con el que ha utilizado uno de los viejos maestros de la ciencia ficción: Arthur C. Clarke.
En 1979 aparecieron, con pocos meses de diferencia, dos novelas sobre el tema del ascensor espacial hasta una órbita geosincrónica. Se trata de LAS FUENTES DEL PARAÍSOde Clarke y LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS de Sheffield. Además del tema central sobre el ascensor espacial que se trataba por primera vez en la ciencia ficción, había otras coincidencias: el nombre del protagonista empieza con «M» en los dos casos (aunque Sheffield muestra mayor ironía al darle el nombre de un famoso mago: Merlín) y también la máquina que fabrica el cable del ascensor se llama «Araña» en las dos novelas.
El mismo Arthur C. Clarke escribió una carta al boletín de la Science Fiction Writers Association (SFWA, Asociación de Escritores de Ciencia Ficción de Estados Unidos), comentando el hecho y garantizando que Sheffield (cuya novela apareció en el mercado norteamericano cuatro meses más tarde) no le había plagiado. Dicha carta se incluye al final del libro en un apéndice documental que incluye también una reflexión de Sheffield sobre el futuro y las nuevas ideas en el campo de los ascensores espaciales.
Debo reconocer aquí que, para mí, la obra de Clarke supuso una cierta decepción, y así lo comenté en una reseña crítica publicada en el número 3 del fanzine KANDAMA en verano de 1981, incluso antes de conocer la obra de Sheffield. La novela de Clarke, LAS FUENTES DEL PARAÍSO, se anunciaba como una especulación sobre lo que ocurre cuando una fuerza irresistible (la agresividad y eficiencia del ingeniero Morgan que debe construir el ascensor espacial) se encontraba con un obstáculo inamovible (la resistencia de los monjes de Sri Kanda cuyo santuario ocupa el lugar ideal para el emplazamiento del ascensor espacial). En realidad Clarke escamotea dicho enfrentamiento con la aparición de un tercer elemento, el Velero Estelar, mensajero de otra civilización tecnológica de la galaxia que, literalmente, «altera irrevocablemente los criterios humanos sobre el universo, su origen y el lugar del hombre en todo eso». En cualquier caso, me gusta reconocer (como ya hice en 1981) que, pese a un cierto grado de decepción, la novela de Clarke es buena ciencia ficción y me entretuvo. Aunque quiero repetir aquí lo que ya decía entonces: «posiblemente merezca los premios que ha obtenido (Hugo y Nebula), pero quizá no los hubiera ganado si su autor no se llamara Clarke».
Clarke afirma que no fue plagiado por Sheffield y le creo. Pero el lector curioso debería notar además que: 1) Clarke había recibido el manuscrito de Sheffield, como él mismo confiesa, mucho antes de que se publicara ninguno de los dos libros (la carta es de enero de 1979 y los libros se publicaron varios meses después). 2) Clarke lee con atención las obras de Sheffield como él mismo afirma en su carta y como demuestra el hecho de que la «propulsión cuántica», que se utiliza en otra obra de Clarke CANTOS DE LA LEJANA TIERRA, procede de una idea expresada por Sheffield en su obra LAS CRÓNICAS DE McANDREWy así lo reconoce el mismo Clarke en el capítulo de «Agradecimientos» de dicha novela. 3) En los años setenta el científico en activo, presidente incluso de la Sociedad Astronáutica Norteamericana, es Sheffield y Clarke ya no practica, desde hace años, la ciencia en activo, dedicado como está a su trabajo como divulgador científico y como novelista de ciencia ficción.
Sirva todo ello para aportar datos al lector para que él mismo pueda hacer su propio juicio sobre si pudo haber o no «inspiración» mutua. Tal vez no sea ocioso recordar que, por las características del mundo editorial, un manuscrito de Clarke tarda muy pocos meses en convertirse en libro, mientras que el manuscrito de Sheffield (ya existente bastante antes de enero de 1979) no vio la luz hasta agosto de ese mismo año. Aunque también puede ocurrir, como indica el mismo Clarke, que la idea estuviera ya «madura» para convertirse en el eje central de una novela de ciencia ficción.
En cualquier caso, la discusión sobre la paternidad de llevar la idea del ascensor espacial a una novela de ciencia ficción es ociosa y un tanto irrelevante. El hecho es que ahí está y ha generado (por ahora) nada menos que dos novelas interesantes.
Volviendo a la novela de Sheffield, junto al tema central del ascensor espacial encontramos en ella una abundancia de ideas y especulaciones que sigue siendo lo más característico de las obras de este autor. Sin llegar a la inaudita acumulación presente en LA CAZA DE NIMROD (verdadera maravilla de inventiva), LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS ofrece también esa riqueza habitual en Sheffield.
Encontramos en la novela, sumergidos en una trama de acción, aventura y suspense, prolijas explicaciones de tipo ingenieril que sorprenden por su verosimilitud, especulaciones sobre los viajes espaciales, ideas revolucionarias sobre la minería de los asteroides, hábitats sorprendentes como el de Atlantis, maravillosos resultados de la manipulación genética (Caliban, los Topos Carboneros, tal vez los «Expes») y su simbiosis con los nuevos y potentes ordenadores. También encontramos la reflexión sobre ciertas características de la sociedad del futuro inmediato con su sentido del peligro en la diversión (Camino Abajo), las nuevas enfermedades (Cancer crudelis y Cancer pertinax), las nuevas drogas como la «taliza» y su efecto sobre la memoria, etc. Un sinfín de novedades que amenizan la novela y le dan este toque tan característico de Sheffield que nos retrotrae fácilmente al encanto y la fascinación de la ciencia ficción de la época dorada.
Quisiera destacar también la referencia repetida a las ideas de ese genio del siglo XXI, el gran McAndrew, cuyas ideas han sido utilizadas incluso por el mismo Clarke. En cualquier caso, sirva la referencia para anunciar aquí la próxima publicación en castellano de LAS CRÓNICAS DE McANDREW de próxima aparición en nuestra colección.
Hay que hacer también algunas precisiones en cuanto a la terminología. En el original inglés se utiliza la nueva palabra «beanstalk» como la adecuada para identificar los «cables» del ascensor espacial. En realidad se trata de un término compuesto de bean (habichuela) y stalk (tallo) y por ello la traducción literal (que es la que utilizamos en este libro) es precisamente Tallo-de-habichuela. El origen del término (posiblemente inventado por Sheffield) se encuentra, con toda seguridad, en el famoso cuento tradicional inglés Jack, the Giant Killer («Jack y las habichuelas» en la traducción habitual castellana) en el cual el joven protagonista trepa por el tallo de unas habichuelas mágicas hasta el país donde encontrará al gigante. Con estos precedentes, el nombre beanstalk parece muy adecuado e ingenioso aunque su traducción literal al castellano resulte un tanto larga y extraña. Por eso, hemos acabado abreviándolo a Tallo en la mayoría de los casos.
Otro aspecto de la traducción es la incomodidad que puede producir cierto vocabulario de la física. Por ejemplo, en castellano el producto de la masa por la velocidad (mv) se conoce como «cantidad de movimiento» mucho más largo y farragoso que el «momentum» que se usa en inglés. Aunque algunos traductores utilicen «momento», no es una solución correcta ya que en castellano el término momento se reserva para cuerpos en rotación y así se habla de «momento cinético o angular» cuando la «cantidad de movimiento» viene multiplicada por la distancia al eje de rotación. El engorro del uso de «cantidad de movimiento» (término evidentemente demasiado largo para su uso literario) se ha justificado por el rigor debido a los conceptos de la física, lo que es claramente obligado en novelas como esta de Sheffield.
También ocurre algo parecido con algunos términos de ingeniería. El hilar metales (como hace la Araña) es una operación que los ingenieros llaman «extrusión» y cuya forma verbal no está demasiado clara, aunque muchos utilicen «extrusionar» que suena evidentemente mal (aunque tal vez mejor que «extrudir»,). En esta traducción hemos querido respetar ese habla de los ingenieros pese a que no esté claro que pueda ser del todo correcta en castellano.
Siempre he pensado que éste es un mundo curioso donde una persona que no sepa quién fue Kafka puede ser fácilmente considerada como inculta e ignorante por las mismas personas que desconocen quién fue o qué hizo Lord Rutherford o que no sabrían expresar claramente el primer principio de la termodinámica. Ése es un fenómeno sobre el que ya nos alertó Charles P. Snow en su famoso libro LAS DOS CULTURAS Y LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA (1959) sin que los treinta años transcurridos desde entonces hayan servido de nada. Reconozco que el vocabulario de las ciencias y la tecnología a veces puede ser incómodo pero debería ser respetado y conocido.
Precisamente son algunos brillantes especialistas en el campo de la ciencia y la técnica quienes no ahorran esfuerzos por salvar el abismo entre las dos culturas, la literaria y la científico-técnica. Curiosamente, algunos de los resultados más exitosos se encuentran precisamente en la obra de algunos autores de ciencia ficción de sólida formación científica como Gregory Benford, David Brin, Vernor Vinge y también Charles Sheffield.
Si para muestra vale un botón, en LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS se hace referencia a Ourobouros (capítulo 10), la serpiente emblemática del antiguo Egipto y Grecia que se representa siempre con la cola en la boca, ya que se devora continuamente a sí misma y también renace a partir de sí misma. Generalmente se la presenta rodeando con su cuerpo toda la Tierra. Es un símbolo de la unidad de las cosas que nunca desaparecen sino que cambian perpetuamente en un eterno ciclo de destrucción y recreación. Su asociación metafórica con el Tallo-de-habichuela da una mayor perspectiva a la obra de Sheffield. Así ocurre también con la referencia al Tallo como el puente entre Midgard y Asgard (capítulo 15), entre la casa de los hombres en la tierra (Midgard) y la morada de los dioses en el cielo (Asgard) de que nos habla la mitología escandinava. En dicha mitología el puente entre los dos mundos es precisamente el arco iris que, en esta novela de Sheffield, resulta sustituido por la aportación tal vez más eficiente (aunque menos poética) del propio Tallo.
Estoy plenamente convencido de que Charles Sheffield, junto con Gregory Benford, David Brin, Ventor Vinge y algunos más de los nuevos autores, está llamado a configurar la ciencia ficción de finales de siglo de la misma forma en que los autores clásicos como Asimov, Clarke y Heinlein, ayudados por la labor editora de Campbell, definieron el género en los años cuarenta y cincuenta. Precisamente las obras de Sheffield aúnan de forma maravillosa una capacidad de distracción y entretenimiento inteligente con reflexiones adecuadas e interesantes sobre el futuro y las posibilidades que éste nos depara. Y ése ha sido siempre el objetivo esencial de la mejor ciencia ficción.
MIQUEL BARCELÓ