Fue Ángel quien primero avistó a Benton. Aún estaba a cierta distancia de ellos cuando vio asomar la cabeza por lo alto de una colina. Tocó a Louis para avisarle, y ambos se volvieron para enfrentarse juntos a la amenaza.
Saltaba a la vista que el hombre estaba gravemente herido. Más que caminar, se arrastraba. Parecía desviarse un poco a la izquierda y de pronto, dándose cuenta, corregía el rumbo. Mantenía la cabeza gacha y sujetaba el rifle con la mano derecha. Cuando se acercó, vieron los estragos causados por el fuego en su cara y su cuerpo, y supieron de dónde venía.
– Alguien ha sobrevivido a la explosión -dijo Ángel-. Aunque está muy tocado.
– Tiene un arma -señaló Louis.
– No parece que vaya a servirle de gran cosa.
Louis levantó su pistola y apuntó al herido a la vez que se encaminaba hacia él.
– No -admitió-, supongo que no.
Benton se dio cuenta de que los hombres a quienes perseguía se habían detenido. Por fin. Él también se detuvo, consciente de que no podría avanzar más, ni allí ni en esta vida. El paisaje oscilaba, y los dos hombres a lo lejos aparecían desdibujados y deformes. Intentó levantar el rifle, pero los brazos no le respondieron. Intentó hablar, pero no le salieron las palabras de la garganta abrasada. Todo era dolor; dolor, y el deseo de vengarse de quienes se lo habían causado. Sus heridas lo habían reducido al nivel de un animal. Recuerdos desarticulados de cosas inconexas afloraban a su mente sólo para desaparecer antes de que pudiera identificarlas y comprenderlas: una mujer que quizá fuera su madre; otra que pudo haber sido una amante; un hombre muriendo bajo la lluvia, la sangre como colores corridos en un cuadro…
El rifle continuaba en su mano. Eso lo sabía. Hizo un esfuerzo de concentración intentando fijar la atención en él. Logró poner el dedo índice de la mano derecha en el gatillo y sujetar el cañón con la izquierda. Apretó el gatillo y disparó en vano contra el suelo. Una lágrima le resbaló desde el ojo. Una de las dos figuras se aproximaba. Tenía que matarlos, pero ya no recordaba por qué. No recordaba nada. Se le había borrado todo.
Su cerebro, comprendiendo la inminencia de su propia extinción, se avivó para un esfuerzo final, y la conciencia de Benton brilló por última vez y eliminó de su cabeza el dolor y la ira y la pérdida permitiéndole centrarse sólo en el hombre que se acercaba. Levantó el brazo izquierdo, tenía un pulso firme. Se le despejó la vista y dirigió la mira hacia el negro alto. Volvió a tensar el dedo sobre el gatillo y, cuando se disponía a dejar escapar el aliento, supo que al final todo saldría bien.
La carga era una bala MatchKing de 250 granos, cosa que no habría significado nada para Benton aun cuando no hubiera sido la bala que le atravesó la cabeza, penetrando justo por detrás y por debajo del ojo que le quedaba y saliendo por la oreja izquierda llevándose consigo casi todo el cráneo.
Desde donde estaba tendido en la hierba húmeda, Ventura observó cómo el objetivo se doblaba y caía al suelo. Cambió ligeramente de posición, apartando el ojo de la mira para localizar a los otros. Ya corriendo, ascendían los dos por una pequeña elevación hacia una arboleda al este. Incluso con el XL, pronto estarían fuera de su alcance. Tenía la intención de acabar con Louis cara a cara, porque quería que supiese quién le quitaba la vida, pero el otro, su compañero, le traía sin cuidado. Ventura fijó la mira en un punto un poco por delante del hombre de menor estatura, previendo el ángulo de su trayectoria; a continuación, expulsó despacio el aire de los pulmones y apretó el gatillo.
– ¡Mierda! -dijo Ángel al tropezar en una grieta del terreno y dar un traspié hacia delante y a la izquierda.
Louis, a su lado, se detuvo por un momento, pero Ángel no llegó a caer. Una nube de hierba y polvo se levantó un poco por delante y a la derecha de donde estaba Ángel. Cuando éste recuperó el equilibrio, los dos siguieron corriendo, ahora con la mirada fija en la protección que brindaba el bosque. Ángel oyó otro disparo, pero el terreno empezaba a descender y de pronto se vio rodeado de árboles. Se echó cuerpo a tierra y se refugió detrás del tronco más cercano, encogido, con las rodillas contra el pecho y la boca abierta para tomar aire.
Ángel miró a su izquierda, pero no vio a Louis.
– Eh -gritó-. ¿Estás bien? -No hubo respuesta-. Eh -repitió, ya asustado-. ¿Louis?
Pero todo era silencio. Ángel no se movió. Debía averiguar dónde estaba Louis, pero eso implicaba asomar la cabeza a un lado del árbol, y si el francotirador sabía dónde estaba, y tenía la mira puesta en el árbol, Ángel acabaría muerto. Pero necesitaba saber qué le había ocurrido a su compañero, si es que le había ocurrido algo. Estirándose en el suelo tanto como pudo sin que se le vieran las piernas, empezó a contar mentalmente hasta tres, pero al llegar a dos decidió arriesgarse y echar una rápida mirada desde detrás del tronco del árbol.
Sucedieron dos cosas. La primera fue que vio a Louis tendido de costado justo detrás de una pequeña pendiente que descendía hacia el bosque. No se movía. Lo segundo fue que una bala dio en el tronco y las astillas hirieron a Ángel en la mejilla y lo obligaron a retirar la cabeza de inmediato antes de que otro disparo acabara con sus preocupaciones por Louis, y por las astillas, y por cualquier otra cosa en esta vida.
Estaba desarmado, el hombre que más le importaba en el mundo yacía herido o muerto y no podía llegar hasta él, y alguien lo tenía en la mira de su rifle. Ángel sabía con casi total seguridad quién era esa persona: Ventura. Por primera vez en muchos años, Ángel sintió desesperación.
Había sido un disparo afortunado, pero Ventura no tenía nada en contra de aprovechar las oportunidades cuando se presentaban. Louis, debido a su propio impulso y al movimiento natural del arma de Ventura, había entrado en la mira y recibido el balazo. Ventura había visto trastabillar al negro alto y caer, pero enseguida quedó oculto a causa de la inclinación del terreno. No sabía exactamente dónde le había dado. Sospechaba que en la parte superior de la espalda, en el lado derecho, lejos del corazón. Louis estaría herido, quizá de muerte, pero aún vivía.
Tenía que asegurarse. Había hecho dos promesas a Leehagen. La primera era que Louis moriría en su propiedad, que su sangre se derramaría en la tierra del viejo. La segunda era que le llevaría la cabeza de Louis como trofeo. Había accedido a esta segunda promesa de mala gana. A Ventura se le antojaba excesiva. Era curioso que Hoyle le hubiese pedido eso mismo con Kandic, el hombre enviado para matarlo y cuya posterior eliminación había sido el primer encargo de Ventura al salir de su retiro. De hecho, era una de las razones por las que Ventura había vuelto a la brecha. Tenía una cuenta personal pendiente con Kandic, vestigio de un antiguo conflicto de intereses. Ventura no había tenido ningún reparo en decapitarlo, pero a la hora de la verdad fue más difícil y sucio de lo previsto, y no deseaba que se convirtiera en costumbre. También era consciente de que el elemento personal se había filtrado en todos sus trabajos: él era la imagen especular del hombre que había sido, incapaz ya de distanciarse de aquellos a quienes eliminaba. En cierto sentido, eso representaba cierta ventaja en todo lo que hacía, aunque a la vez lo volvía más vulnerable. Los mejores asesinos eran desapasionados, como lo fue él en otro tiempo. Todo lo demás era debilidad.
Pero Ventura también se daba cuenta de que estaba creando su propia mitología. Kandic, Billy Boy y ahora Louis: serían su legado. Él era Ventura, el asesino de asesinos, el más letal de su estirpe. Lo recordarían cuando ya no estuviera. Nunca más habría otro como él.
Pero era hora de concluir la tarea pendiente. Louis estaba armado. Ventura había alcanzado a ver la pistola en su mano. En cuanto al otro, el tal Ángel, no lo sabía con certeza, pero no le había visto ningún arma. Ventura sospechaba que el hombre de menor estatura sería reacio a moverse por miedo a un balazo. Si actuaba deprisa, Ventura podía cubrir la mayor parte de la distancia que lo separaba de ellos, cambiar de posición para disponer de un ángulo mejor desde el que disparar a Ángel y después rematar a Louis.
Ventura se echó el arma al hombro y empezó a acercarse.
– ¿Y hacia dónde han ido? -preguntó Willie. El Detective y él se hallaban de espaldas a la dirección del humo. Detrás de ellos, los Fulci apartaban el Toyota para que la carretera quedase despejada si decidían seguir por su actual ruta. Jackie Garner contemplaba admirado la destrucción en el almacén de grano. A Jackie le gustaban las cosas que estallaban.
– Lo lógico sería que se alejaran lo máximo posible de aquí -dijo el Detective-. Pero hablamos de Ángel y Louis, y a veces tienden a hacer lo contrario de lo que indica la lógica. Han venido aquí para matar a Leehagen. Podría ser que nada de esto los haya hecho cambiar de idea. Conociéndolos, podría ser que incluso estén más decididos que antes. Se mantendrán apartados de las carreteras por temor a que los vean, y me atrevería a decir que van camino de la casa principal.
En ese momento oyeron el primer disparo.
– ¡Por allí! -exclamó Jackie, señalando por encima del hombro de Willie.
Al oeste, pensó Willie, tal como acababa de decir el Detective.
Se oyeron otros dos disparos en rápida sucesión. El Detective ya se había echado a correr.
– Jackie, los hermanos Fulci y tú coged el cuatro por cuatro -ordenó-. Seguid por la carretera. Buscad la manera más rápida de llegar hasta allí. Willie y yo iremos a pie, por si la pifiáis.
Miró a Willie.
– ¿Te parece bien?
Willie asintió, aunque no sabía qué le apetecía menos: si la idea de tener que ponerse a correr, o la posibilidad de verse obligado a usar el arma otra vez después de parar de correr.
Fue la humedad lo que finalmente obligó a Ángel a moverse. Un detalle tan nimio, una molestia tan insignificante en comparación con todo lo que les había sucedido ese día, y sin embargo allí estaba. La humedad le producía irritación y picor. Movió la mitad inferior del cuerpo intentando despegarse la tela del pantalón de la piel, pero no sirvió de nada.
– ¿Louis? -volvió a llamar, pero la única respuesta fue de nuevo el silencio. Tenía una sensación de escozor en el fondo de los ojos y le ardía la garganta. Había empezado a llorar la pérdida, lo sabía, pero si permitía que el dolor se apoderara de él, estaba acabado. Debía mantener la calma. Tal vez Louis sólo estaba herido. Aún quedaba esperanza.
Analizó la situación. Había dos posibilidades. La primera era que Ventura hubiese decidido permanecer en la misma posición, esperando una oportunidad clara para disparar a Ángel o Louis. Pero Louis no estaba a la vista, y Louis, como bien sabía Ángel, era el objetivo prioritario de Ventura. Ángel sólo le importaba en la medida en que pudiese ser un obstáculo en sus intentos de eliminarlo. Desde su posición inicial, Ventura no debía de ver a Louis abatido, o de lo contrario habría vuelto a disparar. No podía tener la certeza de que la bala que lo había alcanzado hubiera sido letal.
Lo que daba pie a la segunda, y más probable, posibilidad: que Ventura estuviese acercándose, estrechando el cerco en torno a los dos hombres para asegurarse de que el trabajo quedaba concluido a su entera satisfacción. Si era así, quizás Ángel podía abandonar su escondite sin peligro. Así y todo, era una apuesta, y si bien Ángel se había esforzado en cultivar diversos vicios, las apuestas no se contaban entre ellos. El mero hecho de dilapidar cincuenta pavos una vez en Sarasota Springs lo había sumido en una depresión que le duró una semana. Por otro lado, si en ese momento perdía la vida, tendría poco tiempo para lamentar su decisión, y si se quedaba donde estaba, sin duda moriría, y también Louis, si es que no había muerto ya, y ésa era una perspectiva que Ángel, por ahora, se negaba a contemplar.
Necesitaba la pistola de Louis. Si llegaba hasta ella, tendría una oportunidad ante Ventura.
– Mierda -dijo Ángel-. Joder, joder, joder. -Lo asaltó una creciente ira por el egoísmo de Louis-. Justo hoy has tenido que recibir un balazo. Precisamente aquí, en el culo del mundo, dejándome solo y sin arma, y sin ti. -Sintió que se le tensaba el cuerpo y le corría la adrenalina-. Te he dicho que quería la pistola, pero no, tenías que quedártela tú. El gran rey del mambo necesitaba ir armado, y ahora ¿en qué situación estamos? Jodidos, así estamos. Jodidos.
Y en el punto máximo de su ira autoinducida, Ángel se lanzó a correr.
Ventura había avanzado con más facilidad gracias a las irregularidades del terreno, motivo por el que al compañero de Louis le costaría más seguirle el rastro que si hubiese recorrido una zona llana. El inconveniente era que, mientras atravesaba las pequeñas hondonadas, no podía ver la parte más baja del bosque donde se escondía Ángel. También era consciente de que Louis podía haberse recuperado de su herida hasta el punto de buscar un lugar a cubierto, pero en las zonas de buena visibilidad Ventura no había advertido la menor señal de movimiento en el pequeño claro entre el lugar donde Louis había caído y el bosque donde su amante se hallaba encogido de miedo. Ventura supuso que el temor a recibir un disparo obligaría a Ángel a permanecer en el bosque; pero, por si acaso vencía ese miedo, Ventura había recorrido rápidamente la distancia entre su posición original y sus objetivos, pese a avanzar agachado y a rastras casi todo el tiempo. Ahora se encontraba ya a un paso de la elevación que dominaba el bosque. Calculaba que Louis yacía detrás de ella, quizás a unos tres metros a su derecha.
Ventura dejó en el suelo el Surgeon. Lo recuperaría una vez concluido el trabajo. Extrajo la pequeña Beretta Tomcat de la funda bajo la axila. Era el arma perfecta para un tiro de gracia, una calibre 32 relativamente barata pero fiable de la que podía desprenderse en el acto y sin lamentarlo. Despacio y con sigilo, Ventura avanzó en paralelo al borde de la pendiente. Tres metros. Dos. Uno.
Contuvo la respiración. Tenía saliva en la boca, pero no la tragó. Sólo oía los trinos de los pájaros y el suave murmullo de las ramas.
Con un movimiento ágil, Ventura levantó el arma y se preparó para disparar.
Ángel estaba a medio camino entre el bosque y el cuerpo de Louis cuando Ventura se asomó. Se vio sorprendido en campo abierto y desarmado. Se detuvo y al cabo de un segundo siguió corriendo, a pesar de que Ventura cambiaba ya el ángulo de tiro para encañonar al hombre que se acercaba.
De pronto, Ángel oyó dos voces. Las dos las conocía y las dos pronunciaron la misma palabra.
– ¡Eh!
La primera procedía de detrás de Ventura, que volvió la cara hacia la nueva amenaza y descubrió a un hombre arrodillado en la hierba apuntándolo con un arma. A cierta distancia, y realizando un obvio esfuerzo para avanzar por el terreno, lo seguía un sesentón con exceso de peso, también armado.
La segunda voz procedía de debajo de Ventura. Ángel bajó la vista y vio a Louis tendido de espaldas, que apuntaba a Ventura al pecho con su pistola.
En los labios de Ventura casi se dibujó una sonrisa de admiración. «Qué paciencia», pensó, «qué astucia. Un chico listo, muy listo.»
Y acto seguido, al penetrar las balas en su cuerpo, Ventura experimentó una sensación de fuerza y calor y, tras un movimiento de rotación, rodó por la pendiente. Había dejado de llover, y cuando murió, el cielo por encima de él era una esquirla de color azul claro.