Envolvieron el cuerpo de Willie Brew en una sábana blanca y lo pusieron en la caja de una furgoneta aparcada detrás de la casa. Ángel se sentó al volante y el Detective en el asiento contiguo mientras Louis velaba a Willie detrás. Tomaron por la carretera hacia donde esperaban los Fulci y Jackie Garner. Éstos vieron el cuerpo en la caja de la furgoneta y la sábana manchada de sangre, pero no dijeron nada.
– Por aquí no ha pasado nadie -informó Jackie-. Hemos esperado, pero no ha pasado nadie.
De pronto aparecieron unos vehículos a lo lejos: tres camionetas negras y un par de Explorers negros, que se acercaban a toda velocidad. Tensándose, expectantes, los Fulci levantaron las armas.
– No -se limitó a decir Louis.
El convoy se detuvo a corta distancia de ellos y se abrió la puerta del acompañante del primer Explorer. Salió un hombre con un abrigo negro largo y se puso un sombrero de fieltro también negro para protegerse de la lluvia. Louis bajó de la caja de la furgoneta y se acercó a él.
– Parece que has tenido una mañana ajetreada -comentó Milton.
Louis lo miró con semblante inexpresivo. Si bien apenas los separaba medio metro, se abría entre ellos un abismo.
– ¿Qué haces aquí? -quiso saber Louis.
– Harán preguntas. No puedes declarar la guerra a alguien como Arthur Leehagen y esperar que nadie se dé cuenta. ¿Está muerto?
– Está muerto. También su hijo, y la hija de Nicholas Hoyle.
– No habría esperado menos de ti -dijo Milton.
– Ventura también.
Milton parpadeó una vez pero calló.
– Responde a mi pregunta: ¿qué haces aquí?
– Mala conciencia, quizá.
– Tú no tienes conciencia.
Milton agachó ligeramente la cabeza admitiendo que era verdad.
– Pues llámalo como quieras: cortesía profesional, el deseo de atar cabos sueltos. Da igual.
– ¿Ordenaste tú el asesinato de Jon Leehagen? -preguntó Louis.
– Sí.
– ¿Ballantine trabajaba para ti?
– Aquella vez, sí. Era sólo un velo más para negar toda responsabilidad por nuestra parte, un amortiguador entre vosotros y nosotros.
– ¿Gabriel lo sabía?
– Estoy seguro de que lo sospechaba, pero no era propio de él hacer preguntas. Habría sido poco sensato.
Milton miró en dirección a la casa de Leehagen por encima del hombro de Louis. Por un momento se advirtió en sus ojos una expresión ausente.
– He de darte una mala noticia -dijo-. Gabriel murió anoche. Lo siento.
Los dos hombres cruzaron una mirada. Ambos permanecieron imperturbables.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Louis.
– Márchate.
– ¿Cuál será la versión oficial?
– Una guerra de bandas. Leehagen contrarió a quienes no debía. Intervenía en actividades ilegales: drogas, tráfico de personas. Podemos decir que han sido los rusos. Ya sabemos que los conoces. Coincidirás conmigo en que es de lo más verosímil.
– ¿Y los supervivientes?
– Callarán. Sabemos cómo convencer a la gente para que no se vaya de la lengua.
Milton se dio media vuelta e hizo una seña a los equipos de limpieza. Dos de las camionetas enfilaron la carretera hacia la casa de Leehagen.
– Tengo otra pregunta -dijo Louis.
– Creo que ya he contestado a bastantes preguntas por ahora. De hecho, he contestado a todas las preguntas que tenía intención de contestar.
Se encaminó de regreso al Explorer. Louis hizo caso omiso de la respuesta de Milton.
– ¿Querías que Arthur Leehagen muriera? -preguntó Louis.
Milton se detuvo. Al volverse, sonreía.
– Si no lo hubieras hecho tú, habríamos tenido que eliminarlo nosotros. El tráfico de personas tiene sus riesgos. Hay por ahí terroristas dispuestos a aprovechar cualquier resquicio en el sistema. Los Leehagen no eran muy selectivos en cuanto a las personas con quienes trataban. Cometían errores, y después nos tocaba a nosotros ir limpiando detrás de ellos. Ahora vamos a limpiar detrás de vosotros. Por eso debes irte, tú y tus amigos. Según parece, nos has hecho un último encargo.
Se volvió e hizo una seña a la tercera camioneta negra. Se abrió la puerta lateral y se apearon dos hombres: los Harrys.
– La policía local los detuvo -explicó Milton-, probablemente por orden de Leehagen. Era lo mejor que podía pasarles, dadas las circunstancias. Llévatelos, Louis, a los muertos y a los vivos. Nosotros ya hemos acabado aquí.
Dicho esto, Milton subió al Explorer y fue tras el equipo de limpieza hacia la casa de Leehagen. Louis se quedó bajo la lluvia torrencial. Levantó la cara hacia el cielo y cerró los ojos, como si el agua pudiera limpiarlo de todo lo que había hecho.