DOMINGO

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Decidieron relajar un poco la tensión que crecía conforme se acercaba el lunes. Todo estaría listo entonces, y Jaime debería encontrar la forma de acceder a Davis sin alertar a nadie de la secta. No era fácil, pero estaba seguro de conseguirlo.

Por la mañana recogieron a Jenny, la hija de Jaime, y los tres fueron a navegar para luego almorzar en uno de los restaurantes marineros de New Port.

Karen y Jenny congeniaron, y la mañana fue estupenda. En la tarde, una vez que dejaron a la niña con su madre, se dirigieron a Montsegur, donde a Jaime le esperaba una sorpresa.

– Buenas tardes, Berenguer, me alegro de verlo.

Allí estaba Andrew Andersen, el presidente de Asuntos Legales de la Corporación.

Superado el asombro inicial, Jaime le saludó mientras pensaba con rapidez: ¡Claro! Una de las piezas que faltaban en el rompecabezas. Andersen era creyente cátaro y quizá máximo responsable y cerebro de la trama que haría caer a los Guardianes y ascendería a los cátaros. Jaime había intuido la existencia de un cátaro con mucho poder en la empresa; por eso Douglas, aun siendo un importante guardián, fue despedido a pesar del apoyo de los altos directivos. Alguien debió de influir en Davis para contrarrestar la presión política de los Guardianes, y Andersen estaba en la posición correcta. También debió de ser él quien alertó a Karen del asesinato de Linda, ya que, como jefe legal de la compañía, sería el primero al que la policía avisara.

Jaime observó con curiosidad el atildado aspecto de deportista náutico de Andersen. Así que éste era el gran jefe cátaro escondido. El que, oculto, movía los hilos. Sorprendente.

– Tenemos cita con Davis mañana a las nueve; le prometí al viejo información muy relevante -anunció Andersen con tono resuelto-. Disponemos de algunas horas para ensayar la presentación.

– Muy bien, ensayemos -dijo Jaime. Se sentía confortado; el presidente de Asuntos Legales era un aliado formidable, y el acceso a Davis estaba ya resuelto.

– ¿Continúa decidido a seguir adelante? -preguntó Andersen mirándolo suspicaz-. ¿Se atreve?

– Por supuesto -contestó Jaime con aparente tranquilidad, pero supo que las horas, antes del inicio de la batalla final, estaban contadas.

Aquella noche velaría de nuevo sus armas antes del juicio de Dios.

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