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Pero, ¿por qué quiere David Selig recuperar su poder? ¿Por qué no dejar que vaya desapareciendo? Siempre ha sido una maldición para él, ¿no es cierto? Lo ha aislado de sus semejantes y lo ha condenado a vivir una vida sin amor. Déjalo en paz, David. Deja que desaparezca. Deja que desaparezca. Pero, sin el poder, ¿qué eres? Sin ese único medio de contacto vacilante, caprichoso e insatisfactorio con ellos, ¿cómo podrás tocarlos? Para bien o para mal, tu poder te une a la humanidad, es la única forma de unión que posees: no puedes tolerar la idea de renunciar a él. Admítelo: amas y desprecias este don tuyo. A pesar de todo lo que te ha hecho, temes perderlo. Aunque, sabes que la lucha es inútil, lucharás por aferrarte a sus últimos vestigios. Sigue luchando, pues. Vuelve a leer a Huxley. Si te atreves, prueba con ácido. Prueba la flagelación. Al menos, prueba el ayuno. Muy bien, el ayuno. Decididamente no al guisado chino, ni al rollo de carne y verduras picadas. Coloquemos una hoja nueva en la máquina de escribir y pensemos en Odiseo como símbolo de la sociedad.

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