Eugenia Insigna acogió la notificación de su hija con una risa entrecortada de incredulidad. ¿Cómo es posible dudar de la cordura de una hija joven si no quieres poner en duda la capacidad de tu propio oído?
—¿Qué dijiste, Marlene? ¿Qué significa eso de que yo voy a Erythro?
— Se lo pedí al comisario Pitt, y él dijo que lo arreglaría. Eugenia pareció confusa.
— Pero ¿por qué?
Dejando entrever un poco de irritación, Marlene contestó:
— Porque dijiste que quieres realizar mediciones astronómicas aquilatadas y que no te es posible conseguirlo con la suficiente precisión desde Rotor. Y sí puedes hacerlo desde Erythro. Pero veo que no estoy respondiendo a tu verdadera pregunta.
— Tienes razón. Te estoy preguntando por qué el comisario Pitt ha dicho que lo arreglará. Se lo he pedido varias veces, y él me lo ha negado siempre. Se muestra reacio a permitir que alguien vaya a Erythro excepto algunos especialistas.
— Yo se lo planteé de otra forma, madre — Marlene vaciló un momento—. Le dije que sabía cuánto deseaba desembarazarse de ti y que ésta era su oportunidad.
Insigna contuvo el aliento con tanto ímpetu que se atragantó un poco y empezó a toser. Luego, con ojos llorosos, inquirió:
—¿Cómo pudiste decir tal cosa?
— Porque es cierto, madre. No lo habría dicho si no lo fuera. Le he oído hablar de ti y te he oído hablar de él; la cosa está tan clara que tú misma podrás verla, lo sé. Él está fastidiado contigo y desea que dejes de molestarle, cualesquiera sean las causas de esa molestia. Tú las conoces.
Insigna apretó los labios y dijo:
—¿Sabes una cosa, querida? Desde ahora voy a confiártelo todo. Me desconcierta que te pases el tiempo indagando para descubrir esto y lo otro.
— Lo sé, madre — Marlene bajó los párpados—. Lo siento.
— Pero sigo sin entender. No necesitabas explicarle que está fastidiado conmigo. Él lo sabe de sobra. Siendo así, ¿por qué no me ha enviado antes a Erythro cuando se lo he pedido tantas veces?
— Porque le repugna tener nada que ver con Erythro, y librarse de ti no le parecía suficiente para vencer su desagrado respecto a ese mundo. Sólo que esta vez no eres únicamente tú. Somos tú y yo Ambas.
Insigna se inclinó hacia delante y plantó las manos sobre la mesa.
— No, Molly… Marlene, Erythro no es el lugar adecuado para ti. Yo no permaneceré allí toda la vida. Haré mis mediciones y volveré, y tú estarás aquí esperándome.
— Me temo que no, madre. Está claro que él está dispuesto a dejarte marchar porque es el único medio de desembarazarse de mí. Por eso se prestó a enviarte allí cuando le pedí que fuéramos ambas, y no dio su conformidad cuando le pediste ir sola. ¿Lo ves?
Insigna frunció el ceño.
— No, no lo veo. De verdad. ¿Qué tienes que ver tú con eso?
— Cuando estábamos hablando y le aseguré saber que le gustaría desembarazarse de nosotras dos, su rostro se quedó de piedra. Ya sabes, él puede borrar toda expresión de él. Supo que yo podía interpretar expresiones y hacer pequeñeces parecidas, y no quiso que le adivinara los sentimientos, supongo. Pero eso es también una revelación involuntaria y me dice muchas cosas, ¿comprendes? Además, uno no puede disimular todo. Por ejemplo, los ojos parpadean, incluso sin que te enteres.
— Así que tú sabías que él quería desembarazarse también de ti.
— Peor que eso. Le asusto.
—¿Por qué habrías de asustarle?
— Porque, según supongo, le revienta que yo sepa lo que él no quiere dejarme saber — y añadió con un suspiro de resignación—: Muchas personas se enfadan por eso conmigo.
Insigna asintió.
— Me es fácil comprenderlo. Tú haces que la gente se sienta desnuda, mentalmente desnuda, quiero decir, como si un viento frío soplase a través de su mente.
Luego, miró con fijeza a su hija.
— A veces yo misma me siento así. Mirando al pasado creo que tú me has perturbado desde que eras muy pequeña. Me dije repetidas veces que eras, sencillamente, de una inteligencia desu…
— Y creo serlo — la interrumpió Marlene.
— Eso también, sí; pero fue a todas luces algo más que tu inteligencia; aunque yo no lo viera con claridad. Dime, ¿te molesta hablar de ello?
— Contigo no, madre — contestó Marlene. Pero hubo una nota de cautela en su voz.
— Bien; entonces, cuando eras más joven y descubriste que tú podías hacer eso y otros niños no e incluso otros adultos, ¿por qué no viniste a mí y me lo contaste?
— A decir verdad lo intenté una vez pero tú te mostraste impaciente. Quiero decir que no abriste la boca, pero pude deducir que estabas muy atareada y no podías ocuparte de tonterías infantiles.
Insigna abrió mucho los ojos.
—¿Dije tonterías infantiles?
— No lo expresaste así, pero lo dejaste ver con tu forma de mirarme y entrelazar las manos.
— Debieras haber insistido en contármelo.
— Yo era sólo una niña pequeña. Y tú te sentías desgraciada casi todo el tiempo acerca del comisario Pitt y acerca de padre.
— Deja en paz eso. ¿Hay algo más que quieras contarme ahora?
— Sólo una cosa — pidió Marlene—. Cuando el comisario Pitt dijo que podríamos marchar, su forma de decirlo me hizo pensar que se dejaba algo en el tintero, algo que no quería decir.
—¿Y qué era, Marlene?
— Ahí está el quid, madre. No sé leer el pensamiento y por tanto lo ignoro. Sólo puedo basarme en cosas externas, y eso deja a veces las cosas entre penumbras. Sin embargo…
—¿Dime?
— Tengo la impresión de que la cosa que él callaba era más bien desagradable tal vez incluso maligna.
Prepararse para ir a Erythro exigió a Insigna bastante tiempo. Hubo asuntos en Rotor que no pudieron ser abandonados a medio resolver. Fue preciso tomar disposiciones en el departamento de astronomía, dar instrucciones a otros, nombrar astrónomo jefe interino a su jefe asociado y celebrar consultas finales con Pitt quien, cosa extraña, no se mostró nada comunicativo respecto a la cuestión.
Por último, Insigna se lo planteó durante su informe final antes de marchar.
— Mañana me voy a Erythro como ya sabrás — dijo.
— Perdón, no te he escuchado.
El hombre levantó la vista del informe que ella le había entregado y que él había estado mirando fijamente, si bien Insigna estaba segura de que no lo había leído. (¿No estaría contagiándose de los trucos de Marlene aunque sin saber cómo aplicarlos? No empezaría a creer que podía penetrar bajo la superficie cuando, en realidad no era cierto.)
Repitió paciente:
— Mañana me voy a Erythro, como sabrás.
—¿Es ya mañana? Bueno, volverás a su debido tiempo, de manera que esto no es un adiós. Cuídate. Considéralo como unas vacaciones.
— Me propongo trabajar en el movimiento de Némesis a través del espacio.
—¡Ah, eso! Bueno — Pitt hizo un ademán con ambas manos como si apartara algo de poca monta—. Como gustes. Un cambio de ambiente es similar a unas vacaciones aunque continúes trabajando.
— Quiero darte las gracias por permitir esto, Janus.
— Tu hija me lo pidió. ¿Sabías que ella me lo pidió?
— Lo sabía. Me lo dijo el mismo día. Yo le contesté que no tenía derecho a molestarte. Fuiste muy tolerante con ella. Pitt gruñó.
— Es una chica poco común. No me importó complacerla. Esto es sólo temporal. Haz tus cálculos y regresa.
Ella pensó: Ha mencionado dos veces mi regreso. ¿Cómo lo interpretaría Marlene si estuviese aquí? ¿Algo maligno, según dice? Pero ¿el qué?
— Volveremos — dijo impávida ella.
— Espero que con la noticia de que Némesis resultará inofensiva dentro de cinco mil años a partir de hoy.
— Eso lo decidirán los hechos — contestó severa. Y se retiró.
Parece extraño, pensó Eugenia Insigna. Ella distaba dos años luz del lugar del espacio en el que había nacido. Sin embargo, había viajado dos veces con naves espaciales y sólo para hacer viajes sencillísimos. Desde Rotor a la Tierra y vuelta a Rotor.
Seguía sin sentir gran deseo de viajar por el espacio. Marlene era la fuerza propulsora de esa travesía. Era ella quien había actuado por su cuenta para ver a Pitt y persuadirle hasta hacerle sucumbir a esa extraña forma de chantaje. Y era ella quien estaba excitada de verdad con ese extraño afán suyo por visitar Erythro. No obstante, cada vez que Insigna se acobardaba ante la idea de abandonar el seguro, pequeño y cómodo Rotor para sumirse en el vasto mundo vacío de Erythro, tan raro y amenazador, a seiscientos cincuenta mil kilómetros de distancia (casi dos veces la que había entre Rotor y la Tierra); el entusiasmo de Marlene era lo que la animaba.
La nave que las llevaría a Erythro no era ni graciosa ni majestuosa. Era funcional. Pertenecía a una pequeña flota de cohetes que servían como transbordadores y salían disparados bajo la consistente atracción gravitatoria de Erythro, o regresaban sin osar ceder a ella lo más mínimo, y en ambas direcciones se abrían paso por una indómita atmósfera, acolchada, ventosa e imprevisible.
Insigna no creía que el viaje fuera placentero. Durante su mayor parte, todos serían ingrávidos, y dos días seguidos de ingravidez resultarían sin duda tediosos.
La voz de Marlene la sacó de sus elucubraciones.
— Vamos, madre. Nos están esperando. El equipaje, y todo lo demás, ha sido ya embarcado.
Insigna se puso en marcha. Cuando pasaba al compartimiento estanco, su último e inquietante pensamiento, como era de prever, fue éste: ¿Pero por qué se mostrará Janus Pitt tan dispuesto a dejarnos marchar?
Siever Genarr gobernaba un mundo tan grande como la Tierra. O, para ser más precisos quizá, gobernaba «directamente» una región bajo una cúpula que cubría tres kilómetros cuadrados. Sin embargo, el resto de ese mundo, más o menos quinientos millones de kilómetros cuadrados de tierra y mar, no estaba ocupado por seres humanos. Asimismo, tampoco lo ocupaba ninguna otra cosa viviente por encima de la escala microscópica. Por tanto, si se consideraba un mundo gobernado por las formas multicelulares de vida que lo ocupaban, los centenares que vivían y trabajaban en la región bajo la cúpula eran los gobernantes, y Siever Genarr la persona que imperaba sobre ellos.
Genarr no era un hombretón pero sus facciones enérgicas le daban un aspecto impresionante. Cuando joven eso le había hecho parecer mayor de lo que era, y ahora, casi cincuentón, las cosas se nivelaban. Tenía nariz larga y bolsas bajo los ojos. El pelo le empezaba a encanecer. La voz, sin embargo, tenía un resonante y musical tono de barítono. (En tiempos había pensado en la carrera teatral, pero su apariencia le condenó a representar ocasionales papeles de carácter, y su talento como administrador tuvo prioridad.)
Era, en parte, ese talento lo que le había mantenido durante diez años bajo la Cúpula de Erythro que él había visto crecer desde una estructura indefinible de tres habitaciones hasta la expansiva estación de minería e investigación que era ahora.
La Cúpula tenía sus desventajas. Pocas personas permanecían largo tiempo. Había turnos, pues casi todos los que llegaban allí se consideraban exiliados y deseaban, con más o menos intensidad, regresar a Rotor. Y muchos encontraban la luz rojiza de Némesis amenazadora o sombría aun cuando la iluminación dentro de la Cúpula fuera alegre y hogareña como la de Rotor.
Tenía también sus ventajas. Genarr celebraba verse apartado de la tumultuosa política rotoriana que, al paso de los años, parecía cada vez más introvertida y anodina. Y lo que era más importante, se veía lejos de Janus Pitt a cuyas opiniones él se oponía de forma general y en vano.
Desde el principio, Pitt se había opuesto enérgicamente a cualquier colonia en Erythro e incluso a que Rotor siguiera una órbita alrededor de éste. Ahí, al menos, Pitt había sido derrotado por una opinión pública abrumadora; pero él se había ocupado de que la Cúpula anduviera por lo general hambrienta de fondos, lo que retardaba su crecimiento. Si Genarr no hubiese desarrollado con éxito la Cúpula como una abastecedora de aguas para Rotor (mucho más barata que la obtenida de los asteroides), Pitt podría haberla aplastado.
Sin embargo, el hecho de que Pitt pretendiera ignorar todo lo posible la existencia de la Cúpula significaba que intervenía raras veces en la gestión administrativa de Genarr lo que convenía a éste en todos sentidos, incluyendo el terreno húmedo de Erythro.
Así pues, fue una sorpresa para él que Pitt se molestara en participarle personalmente la llegada de dos visitantes, en lugar de dejar que esa información siguiera la rutina habitual del papeleo. Por añadidura, Pitt había tratado con todo detalle del asunto a su manera tajante y arbitraria, que no dejaba ningún margen para la discusión ni siquiera el comentario; y además la conversación había sido escudada.
Todavía resultó más sorprendente que una de las personas llegadas a Erythro fuera Eugenia Insigna.
Antaño, varios años antes de la Partida, ambos habían sido buenos amigos; pero luego, tras los felices tiempos universitarios (Genarr los recordaba melancólicos como bastante románticos), Eugenia había ido a la Tierra para obtener su licenciatura y había vuelto a Rotor con un terrícola. Genarr no la había visto apenas (salvo una vez o dos a cierta distancia) puesto que ella se había casado con Crile Fisher. Y cuando el matrimonio optó por la separación poco antes de la Partida, Genarr había tenido su propio trabajo y ella el suyo de modo que no se les había ocurrido jamás renovar viejos lazos.
Genarr había pensado en ello algunas veces, quizá; pero Eugenia, al parecer, estaba sumida en la tristeza y con una hija pequeña por criar, de manera que él había preferido abstenerse de toda intrusión. Luego, se le envió a Erythro, y ello puso fin incluso a la posibilidad de renovar su amistad. Tuvo vacaciones periódicas en Rotor pero ya no se encontró a sus anchas jamás. Subsistieron algunas viejas amistades rotorianas, aunque sólo de una forma tibia.
Ahora Eugenia llegaba con su hija. De momento Genarr no recordaba el nombre de la chica ni creía haberlo conocido jamás. Ahora la muchacha debería tener unos quince años, y él se preguntaba, con un extraño estremecimiento, si estaría empezando a parecerse a Eugenia cuando era joven.
Genarr miró por la ventana de su despacho con un aire casi furtivo. Se había acostumbrado a la Cúpula de Erythro y no la miraba ya con ojo crítico. Era el hogar de unos trabajadores de ambos sexos adultos, ningún niño, Los trabajadores de turno firmaban contrato por un período de semanas, y acaso meses, regresando a veces para cumplir otro turno, y a veces no. Excepto él mismo y cuatro más, que por alguna razón preferían la Cúpula, no había ningún trabajador permanente.
Ni había nadie que se enorgulleciera de la Cúpula como residencia ordinaria. Se la mantenía limpia y ordenada por pura necesidad, pero tenía también cierto aire artificial. Era una exhibición excesiva de líneas y arcos, planos y círculos. Le faltaba irregularidad, le faltaba el caos de la vida permanente en la que una habitación, o incluso sólo una mesa, se adapta a las sinuosidades y fluctuaciones de una personalidad particular.
Y ahí estaba él mismo, por supuesto. Su mesa y su habitación eran fiel reflejo de su persona hecha de ángulos y planos. Eso era, quizás, otra razón por la que se encontraba a gusto en la Cúpula de Erythro, cuya geometría escueta armonizaba con la forma de su espíritu.
Pero ¿qué opinaría sobre ella Eugenia Insigna? (Le reconfortó hasta cierto punto que Eugenia hubiese recobrado su apellido de soltera.) Si ella seguía siendo como la recordaba, se recrearía con la irregularidad, con el toque inesperado de frivolidad, pese a su calidad de astrónomo.
¿Y si hubiese cambiado? ¿Cambiaban esencialmente las personas? ¿No la habría amargado, dislocado, la deserción de Crile Fisher?
Genarr se rascó el pelo de la sien, que ya se había agrisado, y pensó que tales conjeturas eran inútiles, ociosas. Vería pronto a Eugenia, pues había dado orden de que la llevaran a su presencia en cuanto llegase.
¿No debiera haber ido a recibirla?
¡No! Ya lo había discutido consigo mismo media docena de veces. No debería parecer demasiado ansioso; eso no convendría a la dignidad de su cargo.
Pero entonces Genarr pensó que ésa no era ni mucho menos la razón. Él no quiso ponerla violenta; no quiso hacerle pensar que era todavía el mismo admirador incómodo e incompetente que se replegó de manera tan desmañada ante la apariencia gallarda del terrícola. Y después de haber visto a Crile, Eugenia no le había lanzado nunca más ni una mirada, no le había mirado con seriedad jamás.
Genarr repasó por encima el mensaje de Janus Pitt. Seco, condensado, como eran siempre sus mensajes, y con ese tono indefinible de autoridad, como si la posibilidad de desacuerdo no fuese sólo inaudita, sino también inconcebible.
Y ahora percibió que Pitt hacía más hincapié en la joven hija que en la madre. Estaba sobre todo esa explicación suya diciendo que la hija había manifestado profundo interés por Erythro, y por tanto, si deseaba explorar su superficie, se le debería dar el correspondiente permiso.
Y allí apareció ella. Catorce años mayor desde la fecha de la Partida, veinte años mayor que cuando disfrutaba de su juventud con anterioridad a Crile, aquel día en que ambos fueron al Área de Granjas C y alcanzaron los niveles en gravedad reducida, y ella se había reído cuando él intentó dar una voltereta lenta y, habiendo medido mal la distancia, cayó de bruces. (En realidad, pudo haberse hecho daño; pues, aunque la sensación de peso decreciera, no ocurría lo mismo con la masa y la inercia y ello hacía posible una lesión. Por fortuna no hubo de sufrir tal humillación.)
Eugenia pareció también más vieja pero no había engordado demasiado, y su pelo, ahora más corto y liso, le daba cierto aire prosaico, si bien conservaba todavía su animado color castaño oscuro.
Cuando la mujer avanzó hacia él, le hizo latir un poco más aprisa el corazón delator. Eugenia le tendió ambas manos y él las cogió.
— Siever — dijo ella—, te he traicionado y estoy muy avergonzada.
—¿Traicionado, Eugenia? ¿De qué estás hablando? ¿De qué estaría hablando? ¡No se refería a su matrimonio con Crile!
— Debería haber pensado en ti cada día — declaró—. Debería haberte enviado mensajes dándote noticias mías, debería haber insistido en venir a visitarte.
—¡En lugar de ello, no me dedicaste ni un solo pensamiento!
—¡Oh, no soy tan mala! No creas eso ni por un instante. Pensé en ti de tanto en tanto. A decir verdad, no te olvidé jamás. Es sólo que mis pensamientos no me indujeron nunca a hacer nada.
Genarr asintió. ¿Qué remedio le quedaba?
— Sé que has estado muy atareada. Y yo me he pasado el tiempo aquí, perdiéndome de vista y, por tanto condenado al olvido.
— Al olvido no. Apenas has cambiado, Siever.
—Ésa es la ventaja de parecer viejo y rugoso a los veinte años. A tenor de eso no se cambia jamás, Eugenia. El tiempo pasa y uno parece un poco más viejo, un poco más rugoso. No lo suficiente para que importe.
— Vamos, te empeñas en ser cruel contigo mismo para que las mujeres de corazón tierno salten en tu defensa. En eso no has cambiado lo más mínimo.
—¿Qué ha sido de tu hija, Eugenia? Me han dicho que iba a venir contigo.
— Y ha venido. Puedes estar seguro. Erythro es su idea del paraíso por alguna razón que me es imposible desentrañar. Ha ido a nuestro alojamiento para asearlo y desempaquetar nuestros bártulos. Es ese tipo de jovencita. Seria. Sentido de la responsabilidad. Práctica. Obediente. Posee lo que alguien me describió cierta vez como todas las virtudes antipáticas.
Genarr se rió.
— Yo me encuentro a gusto con ellas. ¡Si supieras cuánto me esforcé en mi tiempo por cultivar al menos un vicio atrayente! Pero he fracasado siempre.
— Bueno, me figuro que cuando uno crece necesita más virtudes antipáticas y menos vicios atrayentes. Pero ¿por qué te retiraste permanentemente a Erythro, Siever? Según tengo entendido la Cúpula de Erythro necesita alguien que la administre; pero tú no serás el único en Rotor que puede desempeñar esa función, supongo yo.
— A decir verdad, me agrada pensar que lo soy — contestó Genarr—. Ahora bien, en cierto modo disfruto de esto, y me tomo algunas veces unas vacaciones cortas para ir a Rotor.
—¿Y no se te ocurrió nunca venir a verme?
— El hecho de que yo tenga vacaciones no significa que las tengas tú. Según sospecho, estás mucho más ocupada que yo, y lo has estado desde que descubriste Némesis. Pero me siento decepcionada Quiero conocer a tu hija.
— La conocerás. Se llama Marlene. Para mí es Molly, la verdad; pero ella no me deja llamarla así. A los quince años se ha hecho sumamente intolerante, no temas. Si he de ser sincera, al principio no la quise aquí. ¿Cómo podríamos rememorar el pasado en su presencia?
—¿Quieres rememorar, Eugenia?
— Algunas cosas sí, Genarr titubeó antes de decir:
— Siento que Crile no se uniera a la Partida. La sonrisa de Insigna se petrificó.
— Algunas cosas sí, Siever — dio media vuelta, caminó hasta la ventana y miró por ella—. Por cierto, tienes aquí un lugar muy afiligranado. Lo poco que he visto es impresionante. Luces deslumbrantes. Calles de verdad. Edificios de buen tamaño. Y, no obstante, allá en Rotor apenas se habla de la Cúpula. ¿Cuántas personas viven y trabajan aquí?
— Eso varía. Hay épocas tranquilas y épocas agitadas. Hemos llegado a tener hasta novecientas personas. En este momento, somos quinientas dieciséis. Conocemos a cada individuo presente. No es fácil. Cada día ves que unos llegan y otros se marchan.
— Excepto tú.
— Y algunos más.
—¿Y por qué la Cúpula, Siever? Al fin y al cabo la atmósfera de Erythro es respirable.
Genarr proyectó el labio inferior y, por primera vez, rehuyó su mirada.
— Respirable pero no verdaderamente confortable. El nivel de luz es deficiente. Cuando abandonas la Cúpula te bañas en una luz rojiza tendiendo a anaranjada cuando Némesis está alta en el cielo. Es bastante intensa. Te permite leer. Sin embargo, no parece natural. Después de todo, tampoco parece natural Némesis. Da la impresión de ser demasiado grande. Muchas personas la creen amenazadora y piensan que su luz rojiza la hace parecer colérica. De hecho, Némesis es peligrosa, al menos hasta cierto punto. Como su resplandor no es cegador, hay tendencia a mirarla y buscar manchas solares. Los infrarrojos pueden dañar fácilmente la retina. Por eso las personas que salen al descubierto llevan un casco especial entre otras cosas.
— Entonces la Cúpula es un dispositivo para mantener dentro la luz normal, por decirlo así, más que para preservarse contra lo de fuera.
— No nos preservamos siquiera del aire. El aire y el agua que circulan en la Cúpula provienen de las reservas planetarias de Erythro. Ahora bien, como es natural procuramos preservarnos de algunas cosas — explicó—. Mantenemos fuera las prokaryotes. Ya sabes, las pequeñas células verdiazules.
Insigna asintió pensativa.
—Ésa ha resultado ser la explicación de que haya oxígeno en el aire. Había vida en Erythro, incluso vida omnígena, pero era de naturaleza microscópica, equivalente sólo a las formas más simples de vida celular en el Sistema Solar — y, tras una pausa añadió—: ¿Son de verdad prokaryotes? Sé que se les llama así, pero también reciben ese nombre nuestras bacterias. ¿Son verdaderamente bacterias?
Si son equivalentes a algo en la historia de la vida del Sistema Solar, será a las cianobacterias; es decir, las que hacen la fotosíntesis. Éstas poseen nucleoproteína, pero con una estructura fundamentalmente diferente de la que prevalece en nuestras formas de vida. Ellas tienen también una especie de clorofila que carece de magnesio y actúa de tal forma en los infrarrojos que las células tienden a ser incoloras en vez de verdes. Enzimas diferentes determinan minerales en proporciones diferentes. Sin embargo, por su apariencia externa se asemejan a las células terrestres lo suficiente para ser llamadas prokaryotes. Según tengo entendido, algunos abogan por la palabra «erythryotes». Para nosotros, que no somos biólogos, prokaryotes suena bastante bien.
— ¿Y tienen la suficiente eficacia en su acción para originar el oxígeno en la atmósfera de Erythro?
— Absolutamente. Ninguna otra — cosa podría explicar su existencia aquí. Por cierto, Eugenia, puesto que eres astrónomo ¿puedes decirme cuál es la última noción sobre la antigüedad de Némesis?
Insigna se encogió de hombros.
— Las enanas rojas son inmortales o poco menos. Némesis podría ser tan vieja como el Universo. No obstante, seguirá así sin cambios aparentes durante otro centenar de billones de años. Lo más que podemos hacer es calcularlo mediante el contenido de elementos menores que componen su estructura. Suponiendo que sea una estrella de la primera generación y no haya comenzado con nada salvo hidrógeno y helio, tendrá diez billones largos de años dos veces más que la edad del Sol del Sistema Solar.
Ver a Marlene por primera vez representó un impacto para Siever Genarr, empeorado por el hecho de que la chica lo miró con expresión hosca como si supiese perfectamente que él había recibido un impacto y el porqué.
La realidad fue que no había nada en ella que la pudiese identificar como hija de Eugenia, nada de la belleza, nada de la gracia, nada del encanto. Sólo esos ojos grandes y relucientes que ahora le taladraban, y además no eran tampoco los de Eugenia; pero sí el único rasgo fisonómico en que superaba a su madre.
Sin embargo, hubo de rectificar poco a poco su primera impresión. Las acompañó para el té y el postre, y Marlene se comportó con propiedad absoluta. Una gran señora, e inteligente a todas luces. ¿Qué era lo que había dicho Eugenia? ¿Las virtudes antipáticas? No tanto, no tanto. Le pareció que la muchacha anhelaba amor, como suele ocurrirles a las personas sin atractivo. Como le ocurría a él mismo. Una oleada súbita de compañerismo le invadió.
Al cabo de un rato, Genarr dijo:
— Me pregunto, Eugenia, si me sería posible hablar a solas con Marlene.
— ¿Alguna razón especial, Siever? — preguntó Eugenia intentando expresarse con naturalidad.
— Bueno, fue Marlene quien habló con el comisario Pitt y fue ella quien le indujo a que os permitiera venir aquí. Como comandante de la Cúpula, dependo de lo que diga y haga el comisario Pitt, y apreciaré mucho lo que Marlene pueda decirme sobre esa entrevista. Creo que ella, hablaría con más libertad si estuviéramos solos los dos.
Genarr miró a Insigna mientras ésta se marchaba, y luego se volvió hacia Marlene, quien entre tanto había ocupado una gran butaca en un rincón de la habitación y, se perdía en su mullido porte. Entrelazaba las manos sobre el regazo, al tiempo que sus hermosos ojos oscuros miraban serios al comandante.
Genarr dijo con acento de buen humor en la voz:
— Tu madre parecía un poco nerviosa al dejarte aquí conmigo. ¿Estás también nerviosa?
— Ni mucho menos — repuso Marlene Y si mi madre estaba nerviosa, es por usted, no por mí.
— ¡Por mí! ¿Cuál puede ser la razón?
— Ella teme que yo pueda decir algo ofensivo para usted.
— ¿Lo harías, Marlene?
— No adrede, comandante. Procuraré abstenerme.
— Estoy seguro de que lo conseguirás. ¿Sabes por qué quiero hablar contigo a solas?
— Usted dijo a mi madre que quería averiguar cómo fue mi entrevista con el comisario Pitt. Eso es cierto; pero desea saber también cómo soy.
Genarr frunció algo, el ceño.
— Es natural que quiera conocerte mejor.
— No es eso — se apresuró a contestar Marlene.
— ¿Qué es entonces?
Marlene desvió la mirada.
— Lo siento, comandante.
— ¿El qué, sientes?
Marlene hizo un gesto, de contrariedad y guardó silencio.
— Vamos, Marlene — la animó afable Genarr, ¿hay algo que marche mal? Debes decírmelo. Es importante para mí que hablemos con sinceridad. Si tu madre te advirtió que cuidaras tus palabras, olvídalo. Si te dio a entender que yo soy sensitivo y me ofendo fácilmente, olvídalo también, por favor. De hecho te ordeno que hables con toda franqueza y no te preocupes de mi susceptibilidad.
Debes obedecer mi orden porque soy el comandante de la Cúpula de Erythro.
Marlene rió de repente.
— Le interesa de verdad averiguar cosas sobre mí ¿no?
— Claro que sí.
— Porque usted se pregunta cómo puedo tener esta apariencia siendo hija de mi madre.
Genarr abrió de par en par los ojos.
— Yo no he dicho semejante cosa.
— No necesitó hacerlo. Usted es un viejo amigo de mi madre. Ella me lo contó. Estuvo enamorado de ella. Como no lo ha superado todavía, usted esperaba que yo me pareciera a mi madre de joven, así que cuando me vio, dio un respingo y se replegó en sí mismo.
— ¿Lo hice? ¿Fue tan ostensible?
— Fue un gesto inapreciable porque usted es un hombre educado y procura reprimirse; pero estaba ahí. Me fue fácil verlo. Luego miró a mi madre y otra vez a mí. Y entonces hubo el tono de sus primeras palabras a mí. Todo estuvo muy claro. Usted pensó que yo no me parecía lo más mínimo a mi madre y quedó decepcionado.
Genarr se recostó en su butaca y murmuró:
— Eso es admirable.
Un gran regocijo iluminó el rostro de Marlene.
— Lo dice de verdad, comandante. ¡Lo dice de verdad! No se ha ofendido. Ni se encuentra incómodo. Se siente contento. Usted es la primera persona. ¡La primera persona! Incluso mi madre muestra desagrado,
— Aquí no importa ni el gusto ni el desagrado. Eso es por como se tome lo irrelevante cuando uno se topa con lo extraordinario. ¿Cuánto tiempo has estado facultada para leer el lenguaje de los gestos, Marlene?
— Siempre, pero mejoro sin cesar. Creo que cualquiera es capaz de hacerlo si presta atención y piensa.
— No es así, Marlene. No resulta tan fácil hacerlo. No lo creas. ¿Y dices que amo a tu madre?
— De eso no hay duda, comandante. Cuando usted está cerca de ella lo delata con cada mirada, cada palabra, cada rictus.
— ¿Supones que ella lo nota?
— Lo sospecha, pero no le quiere
Genarr desvió la mirada.
— Nunca me quiso.
— Es por mi padre.
— Lo sé.
Marlene titubeó antes de decir:
— Pero creo que ella se equivoca. ¡Si pudiera verle tal como le estoy viendo ahora!
— Pero, por desgracia, no puede. Sin embargo, me alegra que tú sí. Eres hermosa.
Marlene se ruborizó. Luego exclamó:
— ¡Lo dice de verdad!
— Por supuesto.
— Pero
— Me es imposible mentirte, ¿no es así? Por consiguiente no lo intentaré. Tu cara no es hermosa. Tu cuerpo no es hermoso. Pero tú eres hermosa, y eso es lo que importa. Y puedes decir que lo creo de verdad.
— Sí, lo digo.
Marlene sonrió con una felicidad tan genuina que incluso su rostro mostró un asombro distante y súbito de belleza.
Genarr sonrió también y dijo:
— ¿Qué? ¿Hablamos ya acerca del comisario Pitt? Ahora que te conozco como una jovencita de sagacidad poco común, me parece aún más importante hacerlo. ¿Estás dispuesta?
Marlene apretó un poco las manos sobre el regazo, sonrió modesta y dijo:
— Sí, tío Siever. No te importa que te tutee y te llame así ¿verdad?
— En absoluto. De hecho, me siento honrado. Ahora cuéntame cosas del comisario Pitt. Él me ha enviado instrucciones para que preste a tu madre toda la cooperación posible y ponga a su disposición nuestro equipo astronómico. ¿Para qué supones que es eso?
— Mi madre necesita hacer mediciones aquilatadas del movimiento de Némesis relativo a las estrellas, y Rotor es una base demasiado inestable para tales mediciones. Erythro se presta mucho mejor.
— ¿Es reciente ese proyecto suyo?
— No, tío Siever. Ella ha procurado recoger los datos necesarios durante una larga temporada, según me dijo.
— Entonces ¿por qué no pidió tu madre mucho antes el traslado aquí?
— Lo hizo; pero el comisario Pitt se lo negó.
— ¿Y por qué ha consentido ahora?
— Porque quiere desembarazarse de ella.
— De eso estoy seguro, sobre todo si ella le importuna con sus problemas astronómicos. Pero él estará cansado de eso desde hace mucho. ¿Por qué la envía aquí ahora?
Marlene bajó la voz.
— Quiere desembarazarse también de mí.