Mientras tomaban el postre, Eugenia sonrió a Genarr:
— Pareces tener una vida grata aquí.
Genarr sonrió a su vez.
— Bastante grata pero propensa a la claustrofobia. Vivimos en un mundo inmenso; sin embargo, me hallo circunscrito a la Cúpula. La gente de aquí tiende a ser introvertida. Cuando conozco a alguien interesante, se marcha al cabo de dos meses o tres como máximo. Por lo general esta gente de la Cúpula me aburre casi todo el tiempo, aunque tal vez no tanto como yo a ella. Por esa razón tu llegada y la de tu hija habría sido una buena noticia para holovisión, aunque se hubiera tratado de cualquier otra persona. Imagina siendo tú…
— Adulador — respondió entristecida Insigna.
Genarr se aclaró la garganta.
— Marlene me previno por mi propio bien…, compréndelo, diciendo que no has superado todavía…
Pero Insigna le cortó la palabra de golpe.
— No puedo decir que la holovisión me haya prestado atención.
Genarr desistió.
— Fue sólo una manera de hablar — explicó —. Preparamos una pequeña fiesta para mañana noche y entonces se te presentará oficialmente y todo el mundo tendrá la oportunidad de conocerte.
— Y comentar mi apariencia, mi gusto para vestirme, y murmurar sobre lo que quiera que se sepa acerca de mí.
— Estoy seguro de ello. Pero Marlene recibirá también una invitación, y eso significa, supongo yo, que podrás saber mucho más sobre nosotros que nosotros sobre ti. Además, tu información será mucho más fiable.
Insigna pareció intranquila.
– ¿Es que Marlene actuó?
– ¿Quieres decir que si leyó mi lenguaje del cuerpo? Sí, señora.
— Le advertí que no lo hiciera.
— No creo que pueda evitarlo.
— Tienes razón. No puede. Pero le advertí que no te lo revelara. Y al parecer lo hizo.
– ¡Ah, sí! Le ordené que lo hiciera. A decir verdad, se lo mandé en mi calidad de comandante.
— Bueno, lo siento. Puede llegar a ser muy molesto.
— Pero no lo fue. Para mí no. Compréndelo, Eugenia, por favor. Me gusta tu hija. Me gusta mucho. Tengo la impresión de que la chica tiene una vida miserable por ser alguien que sabe demasiado, y no gusta a nadie. Y el que ella haya desarrollado lo que calificaste de virtudes antipáticas es poco menos que un milagro.
— Quedas advertido. Ella te cansará. Y tiene sólo quince años.
Genarr dijo:
— Según tengo entendido hay cierta ley que impide para siempre a las mujeres evocar su vida cuando tenían quince años. Ella mencionó por casualidad a un muchacho, y tal vez sepas que el tormento de un amor no correspondido suele ser tan hondo a los quince como a los veinticinco, quizás incluso más. Si bien tus años adolescentes pueden haber sido soleados, teniendo en cuenta tu apariencia. Recuerda también que Marlene se halla en una situación adversa. Sabe que no es bien parecida y sabe al mismo tiempo que es inteligente. Ella siente que la inteligencia debería compensar con mucho la falta de belleza; pero comprende que no es así, por tanto se subleva inútilmente, sabiendo muy bien que eso no le favorece.
— Vaya, Siever — dijo Insigna afectando despreocupación —, estás hecho un psicólogo.
— No, ni mucho menos. Es sólo que lo entiendo. Yo mismo he pasado por ello.
– ¡Oh…!
Insigna pareció confusa.
— No te preocupes, Eugenia. No me propongo lamentar mi mala suerte ni intento inducirte a que simpatices con un alma lastimera, rota…, porque no lo soy. Tengo cuarenta y cinco años, no quince, y, he hecho las paces conmigo mismo. Si hubiese sido apuesto y estúpido cuando tenía quince años o veintiuno, como deseaba por aquellos días, ahora habría dejado de ser apuesto sin la menor duda; pero sería todavía estúpido. Así que, a largo plazo, yo he triunfado, y lo mismo le ocurrirá a Marlene, estoy seguro… si es que hay un largo plazo.
– ¿Qué quieres decir, Siever?
— Marlene me ha dicho que habló con nuestro buen amigo Pitt, y que se antagonizó adrede con él para que se sintiera deseoso de enviarte a Erythro porque así se desembarazaba también de ella.
— No lo apruebo — declaró Insigna —. No porque manipule a Pitt, pues creo que Pitt no es tan fácil de manipular. Sino por intentar hacerlo. Marlene está llegando a unos extremos en que se cree capaz de manejar marionetas, y eso puede acarrearle serios percances.
— No quiero asustarte, Eugenia, pero creo que Marlene afronta ya un serio percance. Por lo menos, así lo espera Pitt.
— Vamos, Siever, eso es imposible. Tal vez Pitt sea obstinado y autoritario, pero no tiene nada de malévolo. No atacará a una chica adolescente sólo porque ésta se aventure a practicar con él unos juegos disparatados.
Entre tanto, la cena había concluido pero las luces continuaron algo amortiguadas en el alojamiento más bien elegante de Genarr. Eugenia reaccionó con un leve fruncimiento de ceño cuando su interlocutor se inclinó hacia delante para cerrar el contacto que activaba el escudo.
– ¿Secretos, Siever? — inquirió con una risa forzada.
— Sí, la verdad, Eugenia. Tendré que jugar otra vez a la psicología. Tú no conoces a Pitt tanto como yo. He competido con él y ésa es la razón de que yo esté aquí. Él quiso desembarazarse también de mí. Sin embargo, en mi caso la separación fue suficiente. Puede no serlo en el de Marlene.
Otra risa forzada.
— Vamos, Siever. ¿Qué estás diciendo?
— Escucha, y lo entenderás. Pitt es reservado. Tiene una aversión contra cualquiera que adivine lo que él intenta hacer. Experimenta una sensación de poder al marchar por un camino ignoto y arrastrar consigo a otros, todos ellos desprevenidos.
— Quizá tengas razón. Él guardó el secreto de Némesis, y me obligó a mí a hacerlo.
– É1 posee muchos secretos, más de los que tú y yo sabemos, estoy seguro. Pero ahí tenemos a Marlene, para quien los móviles y pensamientos ocultos de una persona están tan claros como el día. Nadie se siente a gusto con eso, y Pitt menos que nadie. Por eso la ha enviado aquí, y también a ti, puesto que no podía despacharla sin ti.
— Está bien. ¿Y qué resulta de eso?
– ¿No supondrás que él quiera que vuelva, verdad?
— Eso es paranoia, Siever. ¿Acaso crees que él intenta mantenerla en un exilio permanente?
— Puedes creerlo, en cierto modo. Mira, Eugenia, no conoces la historia inicial de la Cúpula como yo la conozco, y como la conoce Pitt. Muy pocos más la conocen. La que sí conoces es la propensión de Pitt a lo secreto, y eso funciona también aquí. Primero necesitas comprender por qué permanecemos encerrados en la Cúpula sin hacer el menor esfuerzo para colonizar Erythro.
— Ya me lo explicaste. La naturaleza de la luz…
— Esa es la explicación oficial, Eugenia. Descarta la luz; es algo a lo que podemos habituamos. Considera todo lo demás que tenemos: un mundo con una gravedad normal, una atmósfera respirable, una escala de temperaturas agradables, ciclo climático que recuerda la Tierra, ninguna forma de vida por encima de la fase prokaryote y con nada infeccioso por parte de esas prokaryotes. Sin embargo, no movemos ni un dedo para colonizar este mundo aunque sólo sea de forma limitada.
— Bien. Entonces dime por qué no lo hacéis.
— En los primeros días de la Cúpula, la gente salió con libertad absoluta para explorar el exterior. Nadie tomó precauciones especiales, se respiró el aire y se bebió el agua.
— Bueno ¿y qué?
— Y algunos de ellos cayeron enfermos. Mentalmente y de forma crónica. No fue una locura violenta…, sino divorciada de la realidad. Unos cuantos mejoraron con el tiempo; pero ninguno, que yo sepa, se ha recuperado por completo. Al parecer no es nada contagioso, y se les cuida en Rotor, sin llamar la atención.
Eugenia frunció el ceño.
– ¿No te lo estarás imaginando, Siever? Yo no he oído ni palabra al respecto.
— Te recuerdo otra vez la propensión de Pitt al secreto. Eso no era nada que tuvieses necesidad de saber. No era cosa de tu departamento. Yo sí tenía necesidad de saberlo, porque se me había enviado aquí para solucionarlo. Si yo fracasara, quizá nos viésemos obligados a abandonar por completo Erythro, y entonces nos envolvería a todos un velo de temor y descontento.
Genarr quedó silencioso un momento y luego añadió:
— No debiera contarte esto. En cierto modo estoy quebrantando mi juramento oficial. No obstante lo hago por Marlene.
Un gesto de honda aprensión ensombreció el rostro de Eugenia.
– ¿Qué estás diciendo? ¿Que Pitt…?
— Estoy diciendo que Pitt puede haber pensado que Marlene caiga con lo que llamamos «plaga erythrótica». Eso no la mataría. Ni siquiera la haría caer enferma de la forma convencional sino que le causaría el suficiente desorden cerebral para anular quizá su peculiar don, que es lo que Pitt quiere.
— Pero eso es horrible, Siever. Inconcebible. Someter a una niña…
— No estoy diciendo que haya de suceder así, Eugenia. El hecho de que Pitt lo quiera no significa que lo consiga. En cuanto llegué aquí, implanté métodos drásticos de protección. Nosotros no salimos al aire libre sin ponernos un equivalente de los trajes protectores, y no permanecemos fuera más tiempo del necesario. Además, hemos mejorado los procedimientos de filtración en la Cúpula. Desde que impuse esas medidas hemos tenido sólo dos casos, ambos leves.
– ¿Pero cuál es la causa, Siever?
Genarr soltó, no sin esfuerzo, una breve carcajada.
— Lo ignoramos. Eso es lo peor. No podemos reforzar nuestras defensas. Minuciosos análisis demuestran que no hay nada en el aire ni en el agua que parezca ser el causante. Ni en el suelo, después de todo tenemos el mismo suelo aquí, en la Cúpula; no nos es posible aislarnos de él. Por otra parte, filtramos escrupulosamente el aire y el agua. No obstante, muchas personas han respirado el aire puro erythróitico y bebido el agua pura erythrótica sin consecuencia alguna.
— Entonces serán las prokaryotes.
— Es posible. Todos nosotros las hemos ingerido o respirado sin darnos cuenta, y las hemos utilizado en experimentos con animales. No sucedió nada. Además, si fueran las prokaryotes se supone que la plaga sería contagiosa y, como te he dicho, no lo es. Hemos experimentado con la radiación de Némesis, y eso no parece causar daño. Es más, una vez, sólo una, alguien que no había salido nunca, la contrajo dentro de la Cúpula. Es un misterio
– ¿No tienes ninguna teoría?
– ¿Quién, yo? No. Me conformo con haberla detenido virtualmente. Sin embargo, mientras desconozcamos la naturaleza y la causa de la plaga, no podemos estar nunca seguros de que no se reproduzca. Se hizo una sugerencia…
– ¿Cuál?
— Un psicólogo me trasladó esa sugerencia y yo se la pasé a Pitt. Él adujo que quienes contraían la dolencia eran más imaginativos que los indemnes, más por encima de lo común en cuestiones mentales. Más inteligentes, más creativos, menos corrientes. Según su sugerencia, cualquiera que fuese la causa, los cerebros más notables fueron los menos resistentes, los más afectados por los trastornos.
– ¿Crees que puede ser así?
— No lo sé. Lo malo es que no hay otra distinción. Ambos sexos fueron atacados más o menos por igual, y no se pudo encontrar ninguna propensión clara en función de la edad, la educación y los rasgos físicos generales. Desde luego, las víctimas de la plaga constituyen una muestra relativamente pequeña, así que las estadísticas no son reveladoras. Pitt pensó que podríamos seguir adelante guiándonos por esa sugerencia; y, en años recientes, no ha venido a Erythro nadie que no fuera un palurdo, no sin inteligencia, entiéndeme, pero un empollón. Como yo. Soy el sujeto idóneo para la inmunidad de la plaga, un cerebro ordinario ¿No crees?
— Vamos, Siever, tú no eres…
— Por otra parte — dijo Genarr sin hacer caso de su protesta —, yo diría que el cerebro de Marlene se sale de lo ordinario.
– ¡Ah, sí! Ya veo a dónde vas a parar.
— Es posible que cuando Pitt descubrió la facultad de Marlene y escuchó la solicitud de ésta para ir a Erythro, viera sin tardanza que, accediendo a esa petición, podría librarse de una mente que él había reconocido instantáneamente como peligrosa.
— Es evidente, pues, que debemos marchamos…, volver a Rotor.
— Sí; pero estoy seguro que Pitt os lo impedirá durante algún tiempo. Puede aducir que esas mediciones tuyas son vitales y deben completarse; entonces no podrás utilizar la plaga como una excusa. Si lo intentas, él te someterá a un examen mental. Sugiero que termines lo antes posible esas mediciones y, en cuanto a Marlene, tomaremos todas las precauciones concebibles. La plaga se ha extinguido, y la sugerencia de que los cerebros poco comunes son particularmente vulnerables es sólo eso, una sugerencia y nada más. No hay ninguna razón para pensar que no podamos salir del atolladero. Cuidaremos la seguridad de Marlene y lograremos frustrar a Pitt.
Insigna miró con fijeza a Genarr sin verlo realmente; sintió que se le hacía un nudo en el estómago.