XXIX. ENEMIGO


63

Al igual que todos los habitantes que permanecían un tiempo en la Cúpula, Ranay D'Aubisson visitaba con periodicidad Rotor. Era necesario… Un toque hogareño, un retorno a las raíces, una acumulación de energía renovada.

Esta vez, sin embargo, la D'Aubisson se «trasladó hacia arriba» (la expresión usual para el paso de Erythro a Rotor) un poco antes de lo programado. Lo cierto era que el comisario Pitt la había llamado a su presencia.

La doctora se acomodó en el despacho de Janus Pitt, y sus expertos ojos percibieron las leves señales de envejecimiento que se habían producido en aquel hombre desde que lo vio por última vez hacía años. Pues en el curso ordinario no tenía muchas ocasiones de verlo.

Sin embargo, su voz le pareció tan vigorosa como siempre y sus ojos tan penetrantes. Tampoco observó ninguna disminución del vigor mental.

Pitt dijo:

— He recibido su informe sobre el incidente fuera de la Cúpula y apruebo la cautela con que usted expuso su diagnosis de la situación. Pero ahora dígame de forma extraoficial ¿qué le sucedió, exactamente, a Genarr?. Esta habitación está escudada así que puede hablar con plena libertad.

La D'Aubisson dijo con sequedad:

— Temo que mi informe, aun siendo cauteloso, refleje la verdad absoluta. De verdad no sabemos lo que le sucedió al comandante Genarr. La exploración del cerebro reveló cambios, pero éstos fueron minúsculos y no respondieron a nada de lo que conocemos por nuestra experiencia. Además, remitieron en seguida.

– ¿Pero no le sucedió algo?

– ¡Ah, sí! Sin embargo, ésa es la cuestión. No nos podemos referir a nada más que a «algo».

– ¿Quizás alguna variedad de la plaga?

— En este caso no encontramos ninguno de los síntomas que hemos detectado durante el pasado.

— Pero, en tiempos de la plaga, la exploración de cerebro era todavía un procedimiento relativamente primitivo. En el pasado usted no habría podido detectar los síntomas que detecta ahora, así que podría ser una variedad benigna de la plaga, ¿no es cierto?

— Podríamos considerarlo así; pero no existen pruebas evidentes y, sea como sea, ahora Genarr es una persona normal.

— Parece normal, supongo, pero no sabemos si podría haber una recaída.

— Tampoco hay ninguna razón para suponer que la haya.

Una sombra de impaciencia cruzó por el rostro del comisario

— Está usted contradiciéndome, D'Aubisson. Sabe muy bien que el puesto de Genarr tiene considerable importancia. La situación en la Cúpula es siempre precaria, puesto que no sabemos nunca cómo ni cuándo puede presentarse otra vez la plaga. La valía de Genarr estribaba en su aparente inmunidad a ella; pero ahora da la impresión de que ya no se le puede considerar inmune. Ha sucedido algo, y debemos estar preparados para remplazarlo.

— Esa decisión le corresponde a usted, comisario. Yo no puedo sugerir, como médico, que haya necesidad de sustituirlo.

— No obstante, espero que usted lo mantenga bajo estrecha observación y tenga presente la posibilidad de que eso ocurra.

— Lo consideraré como una parte de mis obligaciones.

— Bien. Y, si ha de haber una sustitución, la considero especialmente a usted como posible sustituta.

– ¿A mí?

Un leve destello de emoción animó el rostro de la doctora antes de que pudiera reprimirlo.

— Sí. ¿Por qué no? Se sabe de sobra que no me ha entusiasmado nunca el proyecto de Colonizar Erythro. Siempre he creído necesario conservar la movilidad de la Humanidad y no dejarnos atrapar otra vez por el sometimiento a un gran planeta. No obstante, sería aconsejable colonizar el planeta, no como un lugar elegido fundamentalmente para poblarlo, sino más bien considerándolo una vasta fuente de recursos… Como tratamos a la Luna en el antiguo Sistema Solar. Pero será imposible hacerlo si la plaga pende sobre nuestras cabezas, ¿no le parece?

— No, no podremos, comisario.

— Así pues, nuestra verdadera tarea, para empezar, es solventar ese problema. La plaga se extinguió hace poco, y así lo aceptamos… Pero este último incidente nos demuestra que el peligro no ha pasado. Tanto si Genarr sufrió un ataque de la plaga como si no, le afectó sin duda algo, y quiero que ahora se dé absoluta prioridad al asunto. Usted sería la persona idónea para dirigir tal proyecto.

— Acepto con sumo gusto esa responsabilidad. Significará sólo seguir haciendo lo que intento hacer pero con mayor autoridad. Sin embargo, me cuesta suponer que yo sea comandante de la Cúpula de Erythro.

— Como dice usted, esa decisión me corresponde. Imagino que usted no rechazaría el puesto si se le ofreciera ¿eh?

— No, comisario. Me sentiría muy honrada.

— Sí, estoy seguro — dijo con sequedad Pitt —. ¿Y qué le sucedió a la chica?

Por unos instantes la D'Aubisson pareció turbada ante el cambio súbito del tema. Le faltó poco para tartamudear, al repetir:

– ¿La chica?

— Sí, la chica que salió con Genarr de la Cúpula, la que se quitó el traje protector.

– ¿Marlene Fisher?

— Sí, así se llama. ¿Qué le sucedió?

La D'Aubisson titubeó.

– ¡Pues nada, comisario!

— Ya lo dice en el informe. Pero ahora se lo pregunto. ¿Nada?

— Nada detectable por la exploración de cerebro o cualquier otro reconocimiento.

— Es decir, mientras que Genarr, con el traje «E» era víctima de un mal misterioso, la chica, esa Marlene Fisher, sin traje «E» no sufría daño alguno. ¿Es eso?

La D'Aubisson se encogió de hombros.

— Así es. No fue afectada lo más mínimo, que yo sepa.

– ¿No lo considera extraño?

— Ella es una joven extraña. Su exploración de cerebro…

— Conozco su exploración de cerebro. Y conozco también sus peculiares facultades. ¿Las ha percibido usted?

– ¡Ah, sí! Por descontado.

– ¿Y cómo interpreta usted esas facultades? ¿Adivinación del pensamiento tal vez?

— No, comisario. Eso es imposible. El concepto de telepatía es mera fantasía. La verdad es que me gustaría que fuese adivinación del pensamiento, porque entonces no sería peligroso. Siempre es posible controlar los pensamientos.

— Entonces, ¿qué tiene ella de peligroso?

— Aparentemente, lee el lenguaje del cuerpo, y esto no podemos controlarlo. Cada gesto y ademán hablan por sí solos.

La doctora habló con cierta amargura que no escapó a la percepción de Pitt, el cual preguntó:

– ¿Tuvo usted alguna experiencia personal al respecto?

— Sin duda — la D’Aubisson pareció sombría —. Es imposible estar cerca de esa joven sin experimentar desasosiego ante su hábito de la percepción.

— Sí. ¿Pero qué sucedió?

— Nada que tuviera excesiva importancia; pero resultó fastidioso

La D'Aubisson se sonrojó por un momento y apretó los labios como si se propusiera desafiar a su interrogador. Pero ese momento pasó, y ella dijo casi susurrante:

— Después de que hube examinado al Comandante de la Cúpula, Genarr, Marlene me preguntó por su estado. Le dije que él no había sufrido ningún daño grave y que, se esperaba su recuperación total. Entonces ella me dijo, «¿por qué se siente usted decepcionada?». Eso me aturdió, y respondí, «no estoy decepcionada, sino complacida». Ella asintió, «pero usted está decepcionada. Se ve muy claro. E impaciente». Era la primera vez que me encontraba frente a su modo de reaccionar, aunque lo hubiera oído comentar a otros, y no se me ocurrió nada más que desafiarla. «¿Por qué habría de estar impaciente yo? ¿Por qué?» Entonces ella me miró solemne con esos ojos suyos tan enormes, tan oscuros y tan inquietantes, y dijo: «parece ser que es acerca del tío Siever…».

Pitt la interrumpió.

– ¿Tío Siever? ¿Hay algún lazo familiar?

— No. Creo que es sólo una expresión afectuosa. Ella dijo, «parece que es acerca del tío Siever, y me pregunto si usted no querrá remplazarlo como comandante de la Cúpula». Al oír aquello, di media vuelta y me alejé.

– ¿Cómo se sintió usted cuando ella le dijo eso? — pregunt6 Pitt.

— Furiosa. Naturalmente.

– ¿Porque ella la había calumniado? ¿O porque tenía razón?

— Bueno, en cierto modo…

— No, no evada la pregunta, doctora. ¿Tenía ella razón o no? ¿Estaba usted lo bastante decepcionada con la recuperación de Genarr como para que esa joven lo captara, o fue simple acierto de su peculiar imaginación?

Las palabras parecieron salir forzadas de los labios de la D'Aubisson.

— Ella percibió algo que estaba realmente ahí — la doctora miró desafiante a Pitt —. Soy sólo humana y tengo también mis impulsos. Usted mismo ha insinuado ahora que podría ofrecerme el puesto, y de ello se deduce que me considera cualificada para desempeñarlo.

— Estoy seguro de que se la calumnió de espíritu… si no de hecho— dijo Pitt sin la menor muestra de buen humor —. Pero ahora veámoslo así… Tenemos a esta joven que es peculiar, que es muy extraña, como lo demuestra la exploración de cerebro y su propio comportamiento… y además, parece no estar afectada por la plaga. Evidentemente, debe de haber una conexión entre su patrón neurónico y su resistencia a la plaga. ¿No podría sernos una herramienta útil para estudiar la plaga?

— No puedo decirle. Aunque lo admito como concebible.

– ¿Y no podríamos ponerlo a prueba?

— Quizá. Pero ¿cómo?

Pitt dijo en voz baja:

— Exponiéndola todo lo posible a la influencia de Erythro.

— Eso es lo que ella quiere, en definitiva — dijo cavilosa la D'Aubisson —. Y el comandante Genarr parece dispuesto a permitírselo

— Bien. Entonces usted prestará el apoyo médico ¿no?

— Ya entiendo. ¿Y si la joven contrae la plaga?

— Debemos recordar que la solución del problema es más importante que el bienestar de un individuo. Hemos de conquistar un mundo, y para eso habremos de pagar un precio, triste pero necesario.

– ¿Y si Marlene resulta destruida sin que ello nos ayude a entender la plaga o combatirla?

— Debemos afrontar ese riesgo — afirmó Pitt —. Al fin y al cabo, podría ser también que ella quedara incólume, y que al ser analizadas concienzudamente las causas, descubriéramos el medio para abrirnos paso en el desentrañamiento de la plaga. En tal caso, ganaremos sin pérdida alguna.

Después de que la D'Aubisson se marchara a su apartamento rotoriano, fue cuando la resolución férrea de Pitt le permitió pensar en sí mismo como el enemigo declarado de Marlene Fisher.

La victoria auténtica debería significar la destrucción de Marlene y la inalterabilidad de la plaga. Con un solo golpe se desembarazaría de una muchacha enojosa que algún día podría engendrar criaturas como ella, y de un mundo enojoso que algún día podría producir una población nada deseable, tan dependiente e inmovilista como lo fue en su día la población de la Tierra.


64

Los tres se sentaron juntos en la Cúpula de Erythro. Siever Genarr vigilante, Eugenia Insigna profundamente preocupada y Marlene Fisher impaciente a todas luces.

Insigna dijo:

— Ahora recuérdalo Marlene, no mires fijamente a Némesis. Sé que te han advertido del peligro de los infrarrojos; pero también es un hecho que Némesis es una estrella de fulgor moderado. A veces hay una explosión en su superficie y una ráfaga de luz blanca. Sólo dura un minuto o dos; pero no obstante es suficiente para dañarte la retina; y no puedes saber cuándo sucederá.

– ¿Saben los astrónomos cuándo sucederá? — inquirió Genarr.

— Hasta ahora no. Es uno de los muchos aspectos caóticos de la naturaleza. No hemos descubierto todavía las leyes que rigen la turbulencia estelar, y algunos de entre nosotros creen que no las podremos deducir nunca por completo. Son demasiado complejas.

— Interesante — comentó Genarr.

— No es que no estemos agradecidos a los fulgores. El tres por ciento de la energía que alcanza a Erythro desde Némesis resulta de esos fulgores.

— No parece gran cosa.

— Lo es, sin embargo. Sin los fulgores, Erythro sería un mundo glacial donde la vida resultaría mucho menos fácil. Los fulgores crean problemas para Rotor, el cual debe ajustar rápidamente su uso de la luz solar siempre que hay un fulgor, así como fortalecer su campo de absorción de partículas.

Mientras ambos hablaban, Marlene miró de uno a otro, y finalmente terció con cierta exasperación:

– ¿Cuánto tiempo pensáis continuar así? Sólo lo hacéis para tenerme sentada aquí. Lo intuyo sin el menor esfuerzo.

Insigna se apresuró a decir:

– ¿A dónde irás cuando estés ahí fuera?

— Sólo a dar una vuelta. Hasta el pequeño río o arroyuelo o lo que quiera que sea.

– ¿Por qué?

— Porque es interesante. Agua fluyendo en campo abierto, y no puedes ver el final, y sabes que no se la impulsa hasta sus orígenes.

— Pero se hace así — dijo Insigna —. De ello se encarga el calor de Némesis.

— Eso no cuenta. Quiero decir que no lo hacen seres humanos. Además sólo quiero plantarme allí y contemplarlo.

— No bebas de él — ordenó tajante Insigna.

— No pienso hacerlo. Puedo aguantar una hora sin beber. Si tengo hambre, sed… o cualquier otra cosa, regresaré. Estás organizando un alboroto por nada.

Genarr sonrió.

— Supongo que aspiras a reciclar todo aquí, en Cúpula.

— Sí, desde luego. ¿No lo querría cualquiera?

La sonrisa de Genarr se ensanchó.

— Escucha, Eugenia, estoy seguro de que vivir en los Establecimientos ha cambiado de forma permanente a la Humanidad. Ahora se nos ha inculcado a todos la necesidad de reciclaje. En la Tierra tirábamos las cosas suponiendo que se reciclarían por sí solas aunque a veces no lo hicieran, por descontado.

— Eres un soñador, Genarr — dijo Insigna —. Es posible que los seres humanos aprendan buenos hábitos si se les presiona; pero apenas aflojas la presión reaparecen las malas costumbres. Es más fácil ir cuesta abajo que cuesta arriba. Eso se llama la segunda ley termodinámica; y si alguna vez colonizamos Erythro, creo que en un instante lo llenaremos de inmundicias desde un extremo al otro.

— No, no lo haremos.

– ¿Por qué no, querida? — dijo Genarr con un cortés tono inquisitivo

Marlene contestó imperiosa e impaciente:

— Porque no lo haremos. ¿Puedo salir ahora?

Genarr miró a Insigna y le aconsejó:

— Dejémosla marchar, Eugenia. No podremos retenerla siempre. Además, por si te sirve de consuelo, Ranay D'Aubisson, que acaba de regresar de Rotor, repasó todos los antecedentes desde el principio y me dijo ayer que la exploración del cerebro de Marlene parece tan estable que ella está convencida de que no sufrirá ningún daño en Erythro

Marlene, que se había vuelto hacia la puerta como si dispusiera a atravesar la recámara, dio media vuelta.

— Aguarda, tío Siever, casi me olvido. Debes tener mucho cuidado con la doctora D’Aubisson.

– ¿Por qué? Es una excelente neuróloga.

— No me refiero.a eso. Cuando tuviste esos trastornos después de tu paseo ahí fuera, ella pareció complacida. Y muy decepcionada cuando mejoraste.

Insigna se mostró sorprendida y se apresuró a preguntar:

– ¿Por qué piensas eso?

— Porque lo sé.

— Pero sigo sin entenderlo. ¿Te llevas bien con la D'Aubisson, Siever?

— Claro que sí. Nos entendemos muy bien. Nunca hubo una palabra más alta que otra. Pero si Marlene dice…

– ¿Es que no se puede equivocar Marlene?

— En este caso, no — aseguró sin tardanza la joven.

— Estoy seguro de que tienes razón, Marlene — convino Genarr, y dirigiéndose a Insigna añadió —: La D’Aubisson es una mujer ambiciosa. Si me sucede algo, ella representará la opción lógica para mi sucesión. Ha acumulado una gran experiencia aquí abajo, y es sin duda la persona mejor dotada para enfrentarse a la plaga si ésta levantara otra vez la cabeza. Por añadidura, ella es mayor que yo y tal vez piense que no puede perder mucho más tiempo. Yo no le reprocharía que deseara sucederme ni que se le ensanchara el corazón durante mi dolencia. Hay muchas probabilidades de que ella no perciba a conciencia sus propios sentimientos.

— Sí los percibe — dijo agorera Marlene —. Los conoce de pe a pa. Ten cuidado, tío Siever.

— Bien, lo tendré. ¿Estás ya dispuesta?

— Claro que lo estoy.

— Entonces te acompañaré hasta la recámara. Ven con nosotros, Eugenia, e intenta mostrarte menos trágica.

Y así fue como Marlene salió por primera vez a la superficie de Erythro, sola y sin protección. Era el 15 de Enero de 2237, a las 9:20 horas de la Tierra, y al mediodía, hora de Erythro.

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