XVI. HIPER ESPACIO


32

Adelia era un Establecimiento, mucho más agradable de lo que jamás lo fuera Rotor.

Crile había visitado ya seis Establecimientos aparte de Rotor, y todos habían sido más agradables que éste. (Fisher hizo una pausa momentánea para repasar la lista de nombres y suspiró. Eran siete, no seis. Estaba perdiendo el norte. Quizá todo aquello fuera demasiado para él.)

Cualquiera que fuese el número, Adelia era el Establecimiento más grato de todos los que había visitado. Quizá no por su aspecto. Rotor había sido un Establecimiento más antiguo, que había logrado constituirse en una suma de tradiciones, por decirlo así, lo cual favorecía su eficiencia, dando la impresión de que cada persona conocía exactamente su lugar, estaba satisfecha de eso y laboraba con éxito.

Desde luego, Tessa estaba allí, en Adelia Tessa Anita Wendel. Crile no había puesto manos a la obra todavía, quizá porque la calificación que le diera Tanayama de hombre irresistible para las mujeres le había trastornado. Por mucho que ello pareciera una nota de buen humor (o sarcasmo) le obligaba, casi contra su voluntad, a ir con tiento. Esta vez un fracaso sería doblemente censurable a los ojos de alguien que le creía, aunque sin gran sinceridad, muy hábil en el trato con las mujeres.

Habían transcurrido dos semanas desde que se asentó en el Establecimiento, antes de consiguiera conocerla. Nunca dejaba de maravillarle que, en cualquier Establecimiento, uno lograra arreglárselas siempre para echar el ojo a cualquiera, aunque su experiencia le hubiese acostumbrado a la pequeñez de un Establecimiento, a lo reducido de su población, a la manera en que todo el mundo conocía a todo el mundo dentro de su círculo y también a casi todo el mundo fuera de ese círculo.

Sin embargo, cuando él la vio, Tessa Wendel resultó ser bastante impresionante. La descripción de Tanayama como una mujer de edad mediana, divorciada dos veces (con un rictus en sus marchitos labios al decirlo, como si impusiera una tarea nada grata a Fisher), le había hecho imaginarse una mujer áspera, de facciones duras, quizá con un tic nervioso y una actitud cínica o hambrienta frente a los hombres.

Tessa no se parecía a eso lo más mínimo, desde la moderada distancia a que la vio por primera vez. Era casi tan alta como él y morena, con melena lisa. Parecía muy alerta y tenía la sonrisa fácil. Pudo atestiguarlo. Su ropa era de una sencillez refrescante, como si se desviviera por evitar los perifollos. Era evidente que procuraba conservar la esbeltez y su figura era todavía sorprendentemente juvenil.

Fisher se encontró preguntándose por qué se habría divorciado dos veces aquella mujer. Se apresuró a suponer que se habría cansado de los hombres, más bien que a la inversa; aunque el sentido común le dijera que la incompatibilidad podía darse en contra de toda las probabilidades.

Fue preciso asistir a un acto social en el cual también estuviera presente ella. El hecho de ser un terrícola creó ciertas dificultades; pero en todo el Establecimiento había gente que estaba más o menos a sueldo de la Tierra. Una de esas personas se ocuparía de que se le «lanzara», para emplear la expresión que solía aplicarse a ese rito.

Por fin llegó el momento en que él y la Wendel estuvieron frente a frente, y ella le observó pensativa barriéndolo con la mirada de arriba abajo y luego otra vez hacia arriba, a lo que siguió la inevitable pregunta:

— Usted viene de la Tierra, ¿no es cierto, Mr. Fisher?

— Sí, doctora Wendel. Y lamentaré sobremanera que eso la ofenda.

— No me ofende. Supongo que habrá sido descontaminado.

— Vaya que sí. Casi hasta la muerte.

– ¿Y por qué se ha aventurado a sufrir el proceso de descontaminación para venir aquí?

A lo que Fisher respondió sin mirarla con demasiada insistencia pero atento para detectar el efecto de sus palabras:

— Porque me habían dicho que las mujeres adelianas eran particularmente hermosas.

— Y ahora me imagino que usted volverá allá para desmentir semejante rumor.

— Por el contrario, acaba de ser confirmado

— Usted es un buscador, ¿no lo sabía?

Fisher ignoró lo que significaba «buscador» en el lenguaje coloquial de Adelia; pero como la Wendel sonreía decidió que el primer intercambio había ido bien.

¿Sería porque era irresistible? Recordó de repente que él no había intentado nunca ser irresistible con Eugenia. Sólo había buscado un medio para su lanzamiento en la dificultosa sociedad rotoriana.

«La sociedad adeliana no es tan dificultosa — pensó —; pero mejor será no exagerar mi irresistibilidad.» Sin embargo, sonrió tristemente para sí.


33

Un mes después, Fisher y la Wendel se encontraron ya lo bastante a gusto el uno con el otro para pasar algún rato juntos en un gimnasio de baja gravedad. Fisher casi había disfrutado del entrenamiento; pero sólo casi, porque no había conseguido nunca adaptarse a los ejercicios gimnásticos en baja gravedad lo suficiente para evitar el mal del espacio. En Rotor no se prestaba tanta atención a esas cosas, y en general se le había excluido de ellas porque no era un rotoriano nato. (Eso era legal, pero la costumbre solía ser más fuerte que la legalidad.)

Tomaron un ascensor hasta el nivel de alta gravedad, y Fisher sintió que el estómago se le asentaba. Ambos llevaban el mínimo de ropa. Fisher tuvo la impresión de que la mujer se sentía tan afectada por su cuerpo como por el suyo.

Después de la ducha, ambos se pusieron albornoces y se retiraron a uno de los compartimientos privados, donde encargaron un pequeño refrigerio.

— En la gravedad baja no eres nada malo para un terrícola, Crile— dijo la Wendel —. ¿Estás disfrutando con tu estancia en Adelia?

— Sabes que sí, Tessa. Un terrícola no se podrá acostumbrar nunca por completo a un mundo tan pequeño; pero tu presencia compensa muchas desventajas.

— Sí. Eso es, exactamente, lo que diría un buscador. ¿Cómo es Adelia comparada con Rotor?

– ¿Con Rotor?

– ¿O con los otros Establecimientos donde has estado? Puedo enumerarlos todos, Crile.

Fisher sintió desconfianza.

– ¿Qué has hecho? ¿Investigar mi pasado?

— Claro está.

– ¿Acaso soy tan interesante?

— Yo encuentro interesantes a todos los que se desviven por demostrar su interés hacia mí. Quiero conocer el porqué. Excluyendo la posibilidad del sexo, por supuesto. Eso se toma como una concesión adicional.

— Entonces ¿por qué me intereso yo por ti?

— Supongamos que me lo cuentas. ¿Por qué fuiste a Rotor? Estuviste allí el tiempo suficiente para casarte y tener una hija; luego, te marchaste a toda prisa antes de que el Establecimiento se largara. ¿Temiste quedarte estancado toda tu vida en Rotor? ¿No te gustó aquello?

Fisher pasó de la sensación de desconfianza a la de acoso.

— A decir verdad — respondió —, Rotor no me gustó mucho porque yo no les gusté a ellos, como terrícola, quiero decir. Y tienes razón. No quise quedarme estancado allí toda mi vida como un ciudadano de segunda clase. Otros Establecimientos son más comprensivos con nosotros. Adelia lo es.

— Sin embargo, Rotor tenía un secreto que procuraba preservar de la Tierra, ¿no es cierto?

Los ojos de la Wendel parecieron relucir de puro regocijo.

– ¿Un secreto? Supongo que te refieres a la hiperasistencia.

— Sí, me refiero a eso. Y me figuro que eso era lo que perseguías.

– ¿Quién? ¿Yo?

— Sí, tú, por descontado. ¿Lo conseguiste? Quiero decir que por eso te casaste con una científica rotoriana, ¿no es verdad?

Apoyando la cara en sus puños y afirmando los codos sobre la mesa, la mujer se inclinó hacia él.

Fisher negó con la cabeza y contestó cauteloso:

— Ella no me dijo jamás ni una palabra sobre hiperasistencia. Estás totalmente equivocada acerca de mí.

La Wendel hizo caso omiso de esa observación y continuó:

— Y ahora quieres obtener esa información de mí. ¿Cómo proyectas hacerlo? ¿Piensas casarte conmigo?

– ¿La obtendría si me casara contigo?

— No.

— Entonces el matrimonio parece quedar descartado, ¿no crees?

— Lástima — murmuró sonriente la Wendel.

– ¿Me haces esas preguntas porque eres una hiperespacialista? — inquirió Fisher.

– ¿Dónde te han dicho que yo sea eso? ¿Allá en la Tierra antes de que vinieras aquí?

— Apareces en la lista de Adelian Roster.

– ¡Ah, también me investigaste a mí! Qué extraña pareja somos. ¿Observaste que se me cita como una física teórica?

— Se citan también tus trabajos, y puesto que varios de los títulos contienen la palabra «hiperespacial» te hacen parecer, a mi juicio, una hiperespacialista.

— Sí; pero, así y todo, soy física teórica, y por tanto mi planteamiento del hiperespacialismo es puramente teórico. No lo he llevado nunca a la práctica.

— Pero Rotor lo hizo. Me pregunto si eso no te molestará. Después de todo alguien en Rotor se te adelantó.

– ¿Por qué habría de molestarme? La teoría es interesante; pero su aplicación no lo es. Si leyeras mis trabajos, y no sólo los encabezamientos, verías que digo con toda llaneza que la hiperasistencia no merece esfuerzo alguno.

— Los rotorianos fueron capaces de llevar una nave a la profundidad del espacio y estudiar las estrellas.

— Estás hablando de la Sonda Lejana. Eso permitió a Rotor hacer mediciones de paralaje respecto a diversas estrellas comparativamente distantes, pero ¿les resarce tal cosa del gasto que hicieron? ¿Hasta dónde llegó la Sonda Lejana? ¿Sólo unos pocos meses luz? En verdad, no muy lejos. En cuanto se refiere a la Galaxia, la posición extrema de la Sonda Lejana, la de la Tierra y la línea imaginaria trazada entre ambas equivalen a un punto en el espacio.

— Ellos hicieron algo más que despachar la Sonda Lejana. Todo el Establecimiento se marchó.

— Lo hicieron, es cierto. Eso ocurrió en el 22, así que ahora hace seis años que se han ido. Y todo cuanto sabemos es que se marcharon.

– ¿No te parece suficiente?

— Claro que no. ¿Adónde iban? ¿Siguen todavía vivos? ¿Pueden estar vivos aún? Los seres humanos no se han aislado nunca en un Establecimiento. Han tenido siempre a la Tierra en su vecindad, y también a otros Establecimientos. ¿Pueden sobrevivir unas cuantas decenas de millares de seres humanos solos en el Universo, ocupando un pequeño Establecimiento? No sabemos en absoluto si eso es una posibilidad psicológica. Yo creo que no.

— Según me imagino, ellos tenían el propósito de encontrar un mundo donde les fuera posible la vida. No permanecerían en el Establecimiento.

— Vamos, ¿qué mundo podrían encontrar? Hace seis años que se marcharon. Existen exactamente dos estrellas que ellos podrían haber alcanzado a estas alturas, pues la hiperasistencia puede moverlos tan sólo a una velocidad media equivalente a la de la luz. Una es Alpha Centauri, un sistema de tres estrellas, a 4.3 años luz de aquí; una de ellas es una enana roja. Luego está la estrella de Barnard, una enana roja solitaria a 5.9 años luz de aquí. Cuatro estrellas: una similar al Sol, otra algo similar al Sol y dos enanas rojas. Las dos similares al Sol forman parte de un binario moderadamente próximo, y por consiguiente no es probable que tengan un planeta similar a la Tierra en una órbita estable. ¿Adónde irán, pues? No lo conseguirán, Crile. Lo siento. Sé que tu esposa y la niña están en Rotor, pero no lo conseguirán.

Fisher conservó la serenidad. Él sabía algo que la mujer ignoraba. Lo de la Estrella Vecina, pero ésa era también una enana roja.

— Entonces crees que el vuelo interestelar es imposible ¿no?

— En la práctica, sí, y siempre y cuando que la hiperasistencia sea todo cuanto haya.

— Lo dices como si la hiperasistencia no fuera todo cuanto hay, Tessa.

— Puede ser todo cuanto hay. Pero no hace mucho pensábamos que incluso eso era imposible, y para ir aún más lejos. Ahora bien, al menos podemos soñar con verdaderos vuelos hiperasistenciales y velocidades superlumínicas. Si pudiésemos avanzar tan aprisa como deseamos y durante tanto tiempo como queremos, quizás el Universo se convirtiera en un inmenso sistema solar y todo él podría ser nuestro.

— Es un hermoso sueño. ¿Pero es posible?

— Desde el vuelo del Rotor hemos celebrado conferencias de todos los Establecimientos sobre ese asunto.

– ¿Sólo todos los Establecimientos? ¿Y qué hay de la Tierra?

— Asistieron observadores de la Tierra, pero hoy día la Tierra no es un paraíso para los físicos.

– ¿A qué conclusiones se llegó en esas conferencias?

La Wendel sonrió.

— No eres físico.

— Deja aparte lo más intrincado. Tengo curiosidad.

Ella se limitó a sonreírle.

Fisher apretó el puño sobre la mesa.

— Olvida esa teoría tuya de que soy una especie de agente secreto en busca de tu información. Tengo una hija perdida por ahí, Tessa. Dices que, probablemente, ella esté muerta. Pero ¿y si vive? ¿Hay alguna posibilidad de…?

La sonrisa de Wendel se desvaneció.

— Lo siento. No pensé en eso. Pero sé práctico. Es tarea imposible buscar un Establecimiento en un volumen de espacio representado por una esfera que ahora mismo tiene un radio de seis años luz y crece sin cesar con el tiempo. Se requirió más de un siglo para encontrar el décimo planeta, y éste era mucho más grande que Rotor, y fue preciso peinar un volumen de espacio mucho más reducido.

— La esperanza es lo último que se pierde — objetó Fisher —. ¿Es posible el auténtico vuelo hiperespacial? Te bastará con decir sí o no.

— Muchos dicen que no, si quieres saber la verdad. Puede haber unos pocos que aseguren poder decir sí, pero tienden a susurrarlo.

– ¿Hay alguien que diga que sí en voz alta?

— Sólo una persona, que yo sepa. Yo misma.

– ¿Lo crees posible? — exclamó atónito Fisher, y no tuvo necesidad de fingir —. ¿Lo dices a la luz del día o es algo que murmuras en la oscuridad de la noche?

— Tengo algunas publicaciones sobre el tema. Uno de esos artículos de los que sólo lees el titulo. Nadie osa mostrarse conforme conmigo, claro está; además, me he equivocado antes varias veces. Pero ahora creo estar en lo cierto.

– ¿Por qué suponen los otros que te equivocas?

— Eso es lo peor. Es una cuestión de interpretación. La hiperasistencia según el modelo rotoriano, cuyas técnicas han sido aceptadas y comprendidas en general por los Establecimientos, depende de este hecho: el producto de la relación entre velocidad de la nave y velocidad de la luz multiplicada por el tiempo es una constante donde la relación entre velocidad de la nave y velocidad de la luz es mayor que uno.

– ¿Qué significa eso?

— Significa que, cuando vas más aprisa que la luz, cuanto más aceleres, más breve será el tiempo en que puedas mantener tal velocidad y más largo el tiempo en que debas ir más despacio que la luz antes de recibir un nuevo impulso. En definitiva, resulta que tu velocidad promedio al recorrer una determinada distancia no es mayor que la velocidad de la luz.

– ¿Y qué más?

— Así parece como si interviniera el principio de la incertidumbre y, según sabemos todos, no se debe tontear con el principio de la incertidumbre. Si interviniera el principio de la incertidumbre, el auténtico vuelo hiperespacial sería teóricamente imposible, y casi todos los físicos se han venido abajo en esa parte del argumento mientras que el resto ha seguido perorando. Sin embargo, mi opinión es que lo que interviene ahí «parece» ser el principio de incertidumbre pero no lo es, y que por consiguiente, el auténtico viaje hiperespacial no ha quedado anulado.

– ¿No se puede dar solución al asunto?

— Probablemente no — dijo la Wendel sacudiendo la cabeza —. Los Establecimientos no se hallan interesados ni mucho menos en deambular por ahí con mera hiperasistencia. Nadie está dispuesto a repetir el experimento rotoriano y viajar durante años hasta encontrar la muerte. Por otra parte, no existe tampoco ningún Establecimiento que quiera invertir cantidades increíbles de dinero, recursos y esfuerzos para perfilar una técnica que, según la gran mayoría de expertos en ese terreno, es teóricamente imposible.

Fisher se inclinó hacia delante.

– ¿Y no te molesta eso?

— Claro que me molesta. Soy física y me gustaría probar que mi opinión sobre el Universo es la correcta. Sin embargo, he de aceptar los límites de lo posible. Requerirá sumas enormes, y los Establecimientos no me darán nada.

— Pero, Tessa, aunque los Establecimientos no estén interesados, la Tierra sí lo está, y por cualquier cantidad.

– ¿De verdad? — Tessa sonrió, al parecer divertida, y alargando la mano, acarició con lentitud y sensualidad el pelo de Fisher —. Pienso que algún día podríamos ir a la Tierra.


34

Fisher le cogió la muñeca y le apartó la mano de su cabeza.

– ¿Me has dicho la verdad acerca de tu criterio sobre el vuelo hiperespacial?

— Por completo.

— Entonces la Tierra te necesita.

– ¿Por qué?

— Porque la Tierra quiere el vuelo hiperespacial y tú eres la única física importante que lo cree factible.

— Si sabes eso, Crile, ¿a qué viene el interrogatorio?

— No lo he sabido hasta que me lo has dicho. La única información que se me ha facilitado acerca de ti es que eres la física más genial entre los que viven hoy día.

– ¡Oh, lo soy, lo soy! — exclamó burlona la Wendel —. Y se te envió aquí para reclutarme.

— Se me envió para persuadirte.

– ¿Persuadirme para hacer qué? ¿Para ir a la Tierra? Un lugar superabarrotado, sucio, empobrecido, arrasado por una atmósfera incontrolable. ¡Qué idea tan tentadora!

— Escúchame, Tessa. La Tierra no está hecha de una pieza. Puede ser que tenga todos esos defectos, pero hay partes muy hermosas y pacíficas que son todo cuanto verías. No sabes, realmente, cómo es la Tierra. No has estado nunca allí, ¿verdad?

— Jamás. Soy adeliana, nacida y educada aquí. He estado en otros Establecimientos; pero nunca allí. Gracias.

, — Entonces no puedes saber cómo es la Tierra. No puedes saber que es un mundo inmenso. Un mundo real. Aquí vives enclaustrada en una caja de juguete, una superficie de varios kilómetros cuadrados con un puñado de personas. Vives en una miniatura que has usado hasta el agotamiento y que no puede ofrecerte nada más. En cambio, la Tierra tiene una superficie de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados. Cuenta con ocho billones de seres humanos. Tiene una variedad infinita, gran parte de ella muy mala, pero otra es muy buena.

— Y toda ella muy pobre. Y no tiene ciencia.

— Porque los científicos, y con ellos la ciencia, se han trasladado a los Establecimientos. Por eso te necesitamos a ti y a otros. Regresa a la Tierra.

— Sigo sin ver el porqué.

— Porque nosotros tenemos metas, ambiciones, deseos. Los Establecimientos tienen bastante con sentirse muy satisfechos de sí mismos.

– ¿Qué tienen de bueno esos deseos, ambiciones y metas? La física es una empresa costosa.

— La riqueza percápita de la Tierra es pobre, lo reconozco. Individualmente somos pobres, pero ocho billones de personas contribuyen a salir de la pobreza, pueden amasar una suma tremenda. Nuestros recursos, aun habiendo sido malbaratados, son todavía enormes, y podemos encontrar más dinero y más fuerza laboral que todos los Establecimientos juntos, si son para algo que creamos totalmente necesario. La Tierra siente la necesidad absoluta del vuelo hiperespacial. Ven a la Tierra, Tessa, y se te tratará como al más preciado de esos recursos, necesitamos tener un cerebro genial. Y es lo único que no podemos obtener con nuestros propios medios.

— No estoy segura de que Adelia me deje marchar — objetó la Wendel —. Puede que sea un Establecimiento satisfecho de sí mismo, pero conoce también el valor de los cerebros.

— No pueden prohibirte que asistas a una asamblea científica en la Tierra.

— Y una vez allí quieres decir que no necesitaré volver ¿eh?

— No tendrás queja respecto al trato. Estarás mucho más cómoda que aquí. Se te atenderá a todos tus deseos y preferencias. Más que eso, dirigirás el proyecto hiperespacial y tendrás un presupuesto ilimitado para hacer pruebas de cualquier clase, experimentos, observaciones…

– ¡Vaya! ¡Me propones un soborno principesco!

Fisher dijo muy serio:

– ¿Se te ofrece algo más?

— Me pregunto una cosa — dijo la Wendel —. ¿Por qué te enviaron a ti? ¿Un hombre atractivo como tú? ¿Esperan que lleves a casa una física avejentada, susceptible, frustrada atraída por tu cuerpo como un pez muerde el anzuelo?

— No sé lo que piensa la gente que me envió, Tessa; pero eso no es lo que pienso yo. No estás avejentada, como bien sabes. No creo por un instante que seas susceptible ni que estés frustrada. Esto no tiene nada que ver con el hecho de que seas hombre o mujer, persona avejentada o juvenil.

– ¡Qué lástima! Supongamos que me muestro recalcitrante y reafirmo mi deseo de no ir a la Tierra. ¿Cuál será, entonces, tu última medida de persuasión? ¿Reprimir tu desagrado ante el proceso y hacerme el amor?

La Wendel cruzó los brazos sobre los magníficos senos y le miró inquisitiva.

Fisher dijo cauteloso, eligiendo las palabras:

— Una vez más, me es imposible decir qué habrán pensado quienes me enviaron. Hacer el amor no fue parte de mis instrucciones implícitas y tampoco de mis intenciones; aunque, si lo hubiese sido, te aseguro que no hubiese sentido ningún desagrado ante la perspectiva. Sin embargo, pienso que tú verías las ventajas desde el punto de vista de la física, y yo no te denigraría suponiendo que necesitas algo más.

– ¡Qué equivocado estás! — exclamó la Wendel —. Veo las ventajas desde el punto de vista de la física y ansío aceptar la oferta y perseguir a la mariposa del vuelo hiperespacial por los corredores de lo posible, pero no deseo renunciar a tus mejores esfuerzos de persuasión. Quiero todo.

— Pero…

— En suma, si me quieres, deberás pagarme. Persuádeme como si fuese recalcitrante, lo mejor que sepas. De lo contrario, no iré a la Tierra. ¡Vamos! ¿Para qué supones que estamos aquí, en un compartimiento privado? ¿Para qué crees que son los compartimientos privados? Hemos hecho ejercicio, nos hemos duchado, hemos comido y bebido un poco, conversado y experimentado cierto placer con todas esas cosas, y ahora se nos brinda la oportunidad de experimentar con otras. Insisto. Persuádeme para que vaya a la Tierra.

Al roce de su dedo, la luz del compartimiento privado se amortiguó de forma sugestiva.

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