PRÓLOGO


Él se hallaba allí sentado, solo, enclaustrado.

Fuera estaban las estrellas. Y una estrella específica con su pequeño sistema de mundos. Él podía verla en la mente con más claridad que si pudiera abrir la opaca ventana para contemplarla tal cual era.

Una estrella pequeña, rojiza, color de sangre, que evocaba destrucción y había sido bautizada con un nombre apropiado:

¡Némesis!

Némesis, diosa de la venganza divina.

Reflexionó de nuevo sobre la historia que oyó cierta vez cuando era niño… una leyenda, un mito, un cuento acerca de un diluvio universal que barrió a una Humanidad pecadora, degenerada, dejando sólo una familia con la cual recomenzar.

En esta ocasión, nada de inundaciones. Sólo Némesis.

La degeneración de la Humanidad había retornado y el Némesis que la visitaría era un juicio apropiado. No sería un diluvio. No una cosa tan simple como un diluvio.

Incluso el resto que pudiera escapar… ¿adónde iría? ¿Por qué no le inspiraba lástima alguna? La Humanidad no podía continuar tal cual era. Estaba muriendo lentamente por culpa de sus propios desafueros. Y si trocase una muerte lenta, atroz, por otra mucho más rápida, ¿sería eso motivo suficiente para entristecerse?

Aquí, girando a todas luces, un planeta, Némesis. Girando alrededor del planeta, un satélite. Girando alrededor del satélite, Rotor.

Aquel diluvio antiguo arrastró consigo hacia la salvación un arca. Él tenía una noción muy vaga de lo que era un arca: pero Rotor podría ser su equivalente. Contenía una muestra de la Humanidad que permanecería a salvo y sobre cuya base se construiría un mundo nuevo y mucho mejor.

Para el mundo antiguo sólo habría… ¡Némesis!

Volvió a reflexionar acerca de ello. Una estrella enana roja moviéndose en su trayectoria. Ella y sus mundos estaban a salvo. No así la Tierra.

Némesis se hallaba en camino… ¡hacia la Tierra!

¡Descargando su vengan!

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