Capítulo 23

Brent oyó el sonido de un auto afuera en la entrada y echó una mirada por la ventana de la cocina:

– Escucha, Hal -dijo hablando por el teléfono-. Tengo que colgar. Laura acaba de regresar.

– Oh, claro -respondió su agente, dando fin a un aburrido monólogo. Habían hablado más en las últimas veinticuatro horas que en los dos últimos años. Pero, por otro lado, no habían tenido nada para discutir hasta ayer por la tarde-. Te llamaré el lunes -dijo Hal-, apenas tenga el contrato.

– Hazme un favor -dijo Brent-, no digas nada hasta que esté todo firmado.

Hubo una pausa de silencio.

– ¿No te estarás echando atrás, no? -el tono del agente sonaba alarmado.

– No, por supuesto que no -Brent se apartó de la ventana-. ¿Estás bromeando? Es una oportunidad que se presenta una vez en la vida. Es sólo que prefiero que el canal se entere por mí y no por rumores. Es lo que corresponde.

– Ten cuidado de no demorarte demasiado -dijo Hal-. Y Brent… felicitaciones. Trabajaste duro para conseguir esto.

– Gracias -colgando el teléfono, Brent miró ciegamente el vacío. La gente del canal no era la única que debía saber del proyecto que le habían ofrecido. Laura no sabía ni una palabra. Había intentado contarle anoche, pero el entusiasmo respecto de la mayor oferta laboral que había recibido en su vida se desbordó y se transformó en ardor, y transcurrió la mitad de la noche haciendo el amor. Luego esta mañana habían tenido que preparar la fiesta.

Pero tarde o temprano tenía que contarle y enfrentar su respuesta, ya fuera buena o mala. Cómo le gustaría saber si acogería la noticia con alegría y el consentimiento de mudarse al otro lado del país o con unas simples felicitaciones y deseos cordiales para su vida de allí en más.

La puerta trasera se abrió, y volvió en sí. Tomó rápidamente una tabla de cocina y un cuchillo para simular estar ocupado.

– ¿Encontraste boles? -preguntó por encima del hombro. Al ver que tenía las manos llenas, soltó el cuchillo-. Ven, déjame ayudarte con eso.

– Siento haberme retrasado tanto -se apartó el cabello de la frente, cuando él tomó lo que llevaba en los brazos-. Me demoré en casa de Melody.

– No te preocupes -se inclinó para darle un beso fugaz, se apartó, y luego cambió de parecer y regresó para darle otro. El puñetazo instantáneo de deseo le quitó el aliento, como siempre le sucedía. Ella se irguió para ir a su encuentro, echando un brazo alrededor de su cuello para poder estrecharlo mientras él devoraba su boca dulce y generosa. Jamás podría renunciar a esto. Se marchitaría y moriría si Laura no estaba en su vida.

¿Pero qué sucedía si lo obligaba a elegir entre ella y su carrera? ¿Podría renunciar a todo aquello por lo cual había luchado, para quedarse con ella? Había visto a otros reporteros de noticias que lo hacían: dejaban pasar la oportunidad de avanzar para quedarse en el pueblo donde sus cónyuges trabajaban y sus hijos iban a la escuela.

Pero él y Laura no estaban casados. Lo único que los unía era la amistad, el respeto y esta llamarada de pasión que se encendía cada vez que se tocaban. ¿Sería suficiente? Tenía que serlo, porque no podía imaginarse separado de ella. Su boca se movió oblicuamente sobre la de ella para profundizar el beso, necesitando saborearla por completo.

Ella gimió cuando él finalmente levantó la cabeza.

– Mmm -sus ojos revolotearon abiertos-. Si hubiera sabido que me esperaba esto, me habría apurado más.

– Pues estaba planeando arrancarte la ropa y hacerte mía antes de que llegaran los invitados, pero supongo que ahora es demasiado tarde para hacerlo.

– Siempre está la posibilidad de hacerlos esperar en el porche de entrada -lo instigó, juguetona.

– No me provoques -riéndose, dio un paso hacia atrás a una distancia prudencial y rogó que su cuerpo se apaciguara antes de que llegaran los invitados-. ¿Encontraste alguna salsa decente? -preguntó, llevando los boles a la mesada.

– Sabiendo lo quisquilloso que eres, compré tres tipos de salsa -apoyó la bolsa de supermercado al lado de los boles y procedió a sacar un frasco por vez-. Suave. Gourmet. Y tan picante que saca fuego por la boca. ¿Cuál quieres probar primero?

– Dame la picante -movió las cejas.

– Está bien, hombre rudo. Pero recuerda, tú lo quisiste -abrió la bolsa de nachos, metió uno en el frasco y acercó una porción de salsa a su boca con una mano por debajo para evitar que se chorreara.

– No está mal -dijo él, y enseguida sintió el ardor-. ¡Ahhh! ¡Ahhh! Consígueme una cerveza -echando humo por la boca, se dirigió al congelador y desenroscó la tapa de una cerveza fría que provenía de una bodega local.

– ¿Qué? ¿Demasiado picante?

– No, está buena -se echó un trago de la botella-. Pero asegúrate de que Connie no la pruebe. Podría liquidar a una yanqui como ella.

– Oh, no lo sé. Connie es bastante resistente.

Sí, pensó, Connie era dura como el granito por fuera… y un suave malvavisco por dentro. Iba a extrañarla y a todos los demás. Se había hecho más amigos en este canal que en cualquier otro donde había trabajado, principalmente por Laura y su forma natural de relacionarse con la gente.

– ¿Entonces en qué te ayudo? -preguntó Laura, inspeccionando el caos en la cocina.

Él observó todo el trabajo que restaba por hacer. ¿En qué había estado pensando para invitar a todo el canal a su casa?

– ¿En llamar a todo el mundo para decirle que no venga? -sugirió esperanzado.

– Brent -levantó la mirada, exasperada-. No vamos a pasar por esto de nuevo, ¿no?

Aparentemente su expresión delató el estado de sus nervios, porque caminó hacia él y le tomó el rostro entre las manos:

– Escucha -dijo-. No tiene que estar todo perfecto. Aunque la comida sea horrible, lo cual no será el caso, y la casa sea un desastre, que no lo es, la gente se divertirá porque no viene solamente a comer. Vienen porque les gusta estar contigo. La gente te quiere, Brent. Te admira y te respeta. Eso no va a cambiar porque pases mala música o sirvas mala cerveza. Así que respira hondo y relájate.

– Tengo una idea mejor -dijo mientras pasaba un brazo alrededor de su cintura-. Quítate la bombacha.

– ¿Qué? -lo miró fijo como si hubiera hablado en japonés.

– No puedo pensar en lo nervioso que estoy si tú estás en la misma habitación sin bombacha debajo de los shorts.

– ¡Brent! -se rió, diluyendo el efecto de su expresión escandalizada-. No me quitaré la bombacha.

– Vamos, Laura -apoyó la cerveza sobre la tabla de cocina, le besó el cuello justo debajo de la oreja, justo en el punto que le provocaba un estremecimiento de placer-. Anímate a ser un poco atrevida. Dame tu bombacha.

– No -se rió, al tiempo que él la empujaba hacia atrás, besándole el cuello mientras retrocedían-. No… puedo -su cabeza se inclinó hacia un lado, y él pudo acceder con facilidad a su cuello. Aprisionó el lóbulo de su oreja en la boca y lo mordisqueó con sus dientes-. En serio -dijo con la respiración entrecortada-. Me daría demasiada vergüenza.

– Vamos -la persuadió, quitándole la camisa de dentro de los shorts y deslizando las manos adentro para acariciar la piel tibia y desnuda-. Será divertido.

– Brent, basta -se rió, fingiendo protestar y apretando su cuerpo contra el suyo, excitándolo con la sensación de sus suaves curvas contra la dureza de su cuerpo. Él acercó la boca a sus labios y los cubrió con un beso voraz. Ella abrió los labios deseosa, aceptando y devolviendo cada embestida de su lengua. Sus ágiles dedos desabrocharon sus shorts.

Cuando cayeron al suelo, las puntas de sus dedos acariciaron su piel por encima del borde de la bombacha, y luego se deslizaron entre sus muslos, donde halló la tela húmeda. Levantó su cabeza para mirarla a los ojos y la acarició a través de la seda delgada.

– Cielos, te deseo.

Los ojos de ella se dilataron, excitados.

– No tenemos tiempo.

Él echó una ojeada al reloj.

– Tenemos cinco minutos, por lo menos. Es suficiente.

Ella hizo una pausa breve, y luego arremetió contra los botones de su blusa:

– Entonces, apúrate.

Tomó aliento cuando la blusa se abrió y reveló la ropa interior de encaje blanca. La media copa de su sostén apenas cubría los pezones rosados que él sabía se ocultaban por debajo. Con una mano aún entre sus muslos, él inclinó la cabeza para besar la curva de sus pechos justo encima del encaje.

– Me vuelves loco, ¿lo sabes, no?

Un gemido profundo se escapó de su garganta, y ella se apoyó hacia atrás, contra la mesada, abriendo las piernas. Él la frotó con sus dedos hasta que ninguno de los dos pudo aguantar el suplicio, y luego le bajó la bombacha de seda y encaje.

– Oh, sí -jadeó ella cuando la levantó para sentarla en el borde de la mesada. Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y alargó la mano para desabrochar el botón de sus pantalones-. Quiero sentirte dentro de mí -le dijo con voz ronca-. Apúrate, Brent. Por favor, apúrate.

Juntos intentaron torpemente desabrochar su pantalón. En el instante en que se abrió, él embistió con fuerza la acogedora tibieza de su carne. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, lanzando un grito ahogado de placer. Reclinada a medias sobre la mesada, con la blusa abierta, él recorrió con sus manos la curva de sus caderas y la suave hondonada de su cintura, mientras se movía dentro de ella. Bajó las copas de su sostén para chupar los pechos hasta que los pezones se irguieron como duras crestas en su boca.

No importa cuántas veces se unían sus cuerpos, él jamás se saciaba de ella. Podía seguir tocándola para siempre y sabía que prefería morir que detenerse.

Las piernas de ella se endurecieron alrededor de las caderas de él, suplicándole un impulso más rápido y más fuerte. Él trazó un sendero con su mano por su vientre y halló su capullo sensible con el pulgar. Ella se arqueó contra él cuando el clímax la sacudió. Él la siguió un instante después, derramándose dentro de ella… y todas sus emociones y lo que no podía decir salió a borbotones para entrar dentro de ella en un instante de placer absoluto.

Agotado, se derribó hacia delante y la tomó en sus brazos. Quedaron entrelazados, jadeando, mientras él la acunaba contra su corazón. Luego, lentamente, él se enderezó para pararse entre sus piernas. Ella se sonrojó un poco, cuando él acomodó el sostén de nuevo en su lugar.

– ¿Fue lo suficientemente rápido para ti? -preguntó, con tono burlón.

– Sí -respondió, sonriendo.

Con ternura, le acomodó el cabello en su lugar y sintió que lo invadía la calma. Ella había aportado eso a su vida, una estabilidad que equilibraba el caos. No podía imaginar que no estuviera allí para sostenerlo. Perderla era inconcebible.

Ahuecó su mejilla y sus ojos le transmitieron lo importante que era en su vida. El temor de contarle sus novedades había desaparecido durante el acto de amor, retrocediendo a la oscuridad en donde pertenecía.

– Laura -dijo-, hay algo que debo contarte.

– ¿Sí? -sus ojos buscaron los suyos. Cualquier barrera que hubiera existido entre ellos se derrumbó en aquel instante, cuando él miró sus ojos y vislumbró su corazón. Ella lo amaba. Por qué, era imposible de saberlo, pero lo amaba con una entrega que lo enaltecía y lo envilecía a la vez.

Respiró hondo, y se preparó para contarle acerca de la propuesta laboral.

– Laura, yo…

Sonó el timbre. Ambos se sobresaltaron, al tiempo que la burbuja en donde se encontraban estalló… y advirtieron que estaban medio desnudos, despeinados, y a punto de ser invadidos por todo el equipo del canal.

– ¡Oh, Dios! -dijo Laura jadeando, mientras se apuraba por bajarse de la mesada.

– Está bien; tranquila -Brent se metió la camisa en el pantalón y se abrochó los pantalones.

– Tal vez debas atender la puerta y demorarlos -sugirió, y alargó la mano para recoger la bombacha y el short que se encontraban sobre el suelo.

Él se apuró por agarrar la bombacha primero.

– Ni lo pienses, ésta es mía.

– ¡Brent! -hizo un intento por atraparla, pero él se la metió en el bolsillo del pantalón.

– Te la devolveré… más tarde -ella comenzó a protestar, pero él le entregó el short-. Será mejor que te apures.

Farfullando para sí, Laura agarró el short mientras Brent fue a la pileta a lavarse las manos. A pesar de estar furiosa, había una parte de ella que sintió euforia ante lo que acababa de suceder. ¿Había estado Brent a punto de decir lo que ella creía? Por la forma de mirarla a los ojos, ella advirtió lo que anhelaba ver hace tanto tiempo. La amaba. La amaba de verdad. Más que eso, parecía preparado para decirlo. Si el timbre no hubiera sonado, ¿habría finalmente escuchado las tres palabras más preciosas de toda lengua? Su corazón cobijó la ilusión, mientras se acomodaba la ropa y se alisaba el cabello.

Una vez que estuvieran presentables, abrieron la puerta y hallaron a Keshia y Franklin. La sonrisa eufórica de Laura mutó por una cálida de bienvenida.

– Estoy tan contenta de que pudieran venir -lo dijo con entusiasmo genuino. A lo largo del verano, habían cultivado una amistad casual, y se encontraban después del trabajo para beber unas copas.

– Qué hermosa casa -exclamó Keshia, observando el recibidor.

– Es cierto -añadió Franklin-. Por como la describiste Brent, esperaba encontrarme con una obra con pisos destrozados y paredes a medio pintar.

– Pues, sigue necesitando algunos retoques todavía -insistió Brent.

– No le hagan caso -se rió Laura-. Pasen, y les haremos el tour guiado.

Después de pasearlos por el piso de abajo, Laura y Keshia se dirigieron a la cocina para picar las cebollas y rayar el queso para las fajitas.

– Allá van -se rió Franklin entre dientes-. Para hablar acerca de nosotros a nuestras espaldas.

– Oh, cállate -Keshia sacudió una mano en frente de él-. Ustedes hagan algo viril, como prender el fuego.

Inmediatamente después de cerrar la puerta de la cocina, Keshia se volvió hacia Laura.

– ¿Y? -preguntó, con un brillo de conspiración en la mirada-. ¿Hará algún anuncio importante Brent esta noche?

Laura parpadeó, completamente confundida.

– Oh, lo sé -dijo Keshia, dirigiéndose a la tabla de cocina en la isla-. No debo contárselo a nadie, ¿verdad? Pero tú no eres nadie. Me refiero a que te lo debe de haber contado, aunque sea un poco reservado con todos los demás.

Laura sintió que el piso se movía bajo sus pies. Keshia había mencionado la palabra anuncio. Por lo que sabía Laura, había tres anuncios básicos en la vida de una persona: el nacimiento, la muerte y el matrimonio. ¿Era eso lo que había estado a punto de decirle Brent al sonar el timbre? No sólo “Laura, te amo”, sino “¿Deseas casarte conmigo?”

– Cccomo… -tragó saliva-. ¿Cómo lo sabías?

Keshia se encogió de hombros y eligió una cebolla, arrojándola al aire como una pelota de tenis.

– Lo sorprendí hablando por teléfono ayer cuando pensó que nadie lo estaba escuchando.

Los pensamientos agolparon la mente de Laura mientras rayaba el queso. ¿Con quién podía estar hablando Brent para que Keshia se enterara de lo que tramaba? ¿Con un joyero, tal vez? ¿Estaría Brent preparando una propuesta matrimonial tradicional con anillo de compromiso y todo?

– Oye, Laura -Frank asomó la cabeza por la puerta-. Creo que estamos listos para la carne.

– Oh, claro -aturdida, abrió la heladera y sacó un contenedor de plástico.

Franklin levantó la tapa y la miró confundido.

– No es que no me gusten las sobras de lasaña, pero pensé que esta noche comeríamos fajitas.

Laura se rió cuando vio lo que le había entregado.

– Lo siento -sacudió la cabeza y cambió la lasaña por la carne marinada que sería puesta sobre la parrilla, cortada en tiras, y servida envuelta en tortillas de harina. Con la carne haciendo equilibrio sobre la hielera con bebidas frías, Franklin volvió al patio. Sonó el timbre, y Keshia avisó que iría a abrir.

Laura se halló sola en la cocina. Del otro lado de la puerta, oyó un grupo de gente que llegaba. Brent los llamó desde el patio, invitándolos a pasar. Parecía seguro de sí y animado, el anfitrión perfecto.

Cerró los ojos y saboreó el momento, cada sonido, cada aroma, cada sensación que recorría su piel. El sueño que había pensado que estaba más allá de su alcance estaba a punto de hacerse realidad. Ella y Brent se casarían, formarían una familia, y envejecerían juntos uno en brazos del otro.

El resto de la noche pasó como un torbellino. Se rió y conversó con todos los amigos que había hecho del canal. Pero estaba ajena a todo… a la música y al ánimo festivo. Se sentía como si estuviera flotando por encima de una escena ideal.

Las luces del jardín daban a los canteros alegres en flor el aspecto de un cuento de hadas. El entramado de gente que conformaba el personal de KSET se reían y conversaban unos con otros, mientras se devoraban el festín de comida tex mex. Brent circulaba entre ellos confiado, como si hubiera sido anfitrión en cientos de fiestas. Ella observó mientras aceptaba las felicitaciones por su informe con gracia y humor.

Desde el otro lado del jardín, su mirada se conectó con la suya. Te amo, Brent Michael Zartlich, le dijo con los ojos. Con todo mi corazón. Como si escuchara sus palabras, sus rasgos se suavizaron, y ella sintió la respuesta como si la hubiera pronunciado en voz alta. Cobijó ese sentimiento dentro de sí y lo mantuvo un largo tiempo después de que cada uno se volviera para atender a sus invitados.

No fue hasta la medianoche que el último de los invitados se marchó finalmente. Laura acompañó a Brent en la puerta de entrada, mientras se despedía de ellos. Con un último “gracias por venir y manejen con cuidado”, cerró la puerta. El silencio se instaló en la casa. Apoyándose contra la puerta, la miró y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.

– Gracias a Dios -dijo-. Pensé que jamás se marcharían.

– Y yo que pensé que te estabas divirtiendo -bromeó ella, aunque también hubiera echado a los más rezagados una hora antes-. ¿Te das cuenta de que tu primera reunión fue un éxito total?

– Gracias a ti -dio un paso hacia ella, la levantó en sus brazos y la hizo girar varias veces en el aire-. Y gracias por animarme a hacerla. Me divertí.

Riéndose, ella se aferró a su cuello mientras la boca de él descendía sobre la suya para besarla largamente. Ella suspiró cuando él levantó la cabeza.

– ¿Eso significa que darás otra? ¿Por ejemplo, para Navidad?

– Tal vez -la volvió a apoyar sobre el suelo y le dirigió una mirada tan exuberante que sintió que levitaba-. Pero no hablemos más de fiestas. ¡Tengo una noticia maravillosa!

Con el corazón en la garganta, preguntó:

– No, no aquí -sus ojos brillaron, al tiempo que daba un paso hacia atrás-. Espérame en el cuarto de estar. Vuelvo enseguida.

Intentó calmar sus nervios, y fue a esperar en el sofá. Deseó haber llevado algo más que el conjunto informal que vestía. Una mujer debía lucir especial el día en que su esposo le proponía matrimonio. Cuando las puertas de la cocina se abrieron de par en par, ella se sobresaltó, y luego se tomó las manos sobre el regazo para evitar que temblaran. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando vio que él llevaba una botella de champaña en una mano y dos copas aflautadas en la otra.

– ¿Champaña? -ella apoyó una mano sobre el corazón-. Debe de ser realmente una ocasión muy especial.

Sentándose al lado de ella, descorchó la botella, llenó ambas copas, y le entregó una. Sus ojos bailaban al levantar la copa en alto. Oh, cielos, ahora viene, pensó.

– ¿Qué dices -dijo lentamente-, si te invitó a brindar por el reportero político más reciente de la cadena en Washington, D. C?

Ella parpadeó intentando comprender sus palabras.

– ¿Disculpa?

Su sonrisa se amplió:

– Recibí un llamado de mi agente ayer. Me ofrecieron un empleo como reportero político para la cadena, Laura. ¡Para la cadena!

– No entiendo -¿qué tenía que ver esto con el casamiento?-, pensé que ser reportero era dar un paso atrás respecto de ser un presentador.

– A nivel local, sí. Pero en este caso es a nivel nacional. Es exactamente lo que he estado soñando. Volver al llano, hacer informes de investigación. ¡Oh, cielos! -sacudió la cabeza, riéndose-. ¡No puedo creer que esto esté sucediendo! Aunque me he esforzado por conseguirlo, aún no puedo creer que finalmente suceda.

Sintió un frío recorrer su espalda.

– Entonces… ¿aceptarás el puesto?

– Apenas termine mi agente de negociar un contrato -chocó su copa con la suya y bebió un largo trago.

– Entiendo -sus dedos se entumecieron. Temiendo soltar el vaso, lo apoyó sobre la mesa de centro sin beber un solo trago. Este era el anuncio al que se había referido Keshia. No tenía nada que ver con el matrimonio o la familia, o una vida colmada de amor y de la risa de los niños. Todo lo que había fantaseado durante las últimas horas volvió a aparecer para mofarse de ella.

– ¿Qué sucede? -preguntó él, aparentemente notando un cambio en su estado de ánimo.

– Nada. Me alegra por ti, de verdad -intentó sonreír, pero sus labios temblaron-. Si esto es lo que quieres, me alegro -temiendo llorar, volvió el rostro hacia el otro lado.

– Oye -tomó su mentón y le hizo girar el rostro para que lo mirara a los ojos. Ella tragó saliva al tiempo que las lágrimas se agolparon en sus ojos. Si se había equivocado respecto de la propuesta matrimonial, ¿también se había equivocado respecto de que él la amaba?

– ¿Laura? -dejó la copa a un lado y tomó sus manos entre las suyas-. Estás helada. ¿Qué sucede? ¿Es la idea de mudarte a Washington? Te prometo que te encantará. Es una ciudad fantástica. Estoy seguro de que podrás conseguir un trabajo. Fíjate en lo bien que te fue aquí.

Ella indagó sus ojos buscando un signo de que estaba equivocada, de que sí la amaba y que tenía intenciones de casarse con ella.

– Brent, exactamente, ¿qué me estás pidiendo?

– Maldición -se derrumbó-. Supongo que lo hice todo al revés. -Respiró hondo, y fijó la mirada en sus manos unidas. Ella sintió que el corazón le volvía a latir esperanzado.

– Laura, en estas últimas semanas, he estado pensando acerca de… muchas cosas. Jamás me imaginé metido en una relación a largo plazo, pero las cosas están marchando tan bien entre nosotros. Me refiero a que nos llevamos muy bien y tú pareces feliz. Así que creo que por eso imaginé que… -por fin la miró a los ojos-. Quiero que vengas a Washington conmigo.

Quiero que vengas a Washington conmigo. No “Laura, te amo, por favor, cásate conmigo”, sino “Ven a Washington conmigo”. Ella se puso de pie y caminó hacia las ventanas. El escenario de ensueño con las luces y flores de patio parecía triste y abandonado.

– ¿Laura? -se acercó detrás de ella. Vio su reflejo en el vidrio cuando alargó la mano para tocarla, y luego dudó-. ¿Qué tienes?

– Dijiste que fuera contigo a Washington -su voz sonó tan tranquila-. ¿En calidad de qué quieres que te acompañe, exactamente?

– No te entiendo.

– ¿Quieres que te acompañe como tu amante?

Su reflejo se tornó rígido, como si lo hubiera insultado.

– Si así lo quieres llamar.

– Así se lo llama, Brent -paralizada, se volvió para mirarlo-. Cuando dos personas se acuestan y no están casadas son amantes.

– Laura… -con un suspiro, alargó la mano para apartarle un mechón de la frente-. ¿Qué importa cómo lo llame la gente? Te necesito. Y también quiero estar contigo.

– ¿Durante cuánto tiempo?

Él parpadeó.

– ¿A qué te refieres con durante cuánto tiempo?

– Me refiero a que ¿cuánto tiempo más vas a querer “estar” conmigo?

– No lo sé -se echó hacia atrás-. ¿Cómo es posible saber algo así?

– Está bien, entonces quieres que deje todo lo que estoy haciendo, me mude a Washington, y encuentre un trabajo nuevo y un lugar nuevo para vivir, para que podamos seguir siendo amantes. ¿Es así?

– En realidad -bajó la mirada-, estaba esperando que reconsideraras venir a vivir conmigo. Debes admitir que sería más práctico. Especialmente teniendo en cuenta el valor de las propiedades en Washington.

– Oh -dijo, cruzándose de brazos-. Entonces quieres que sea más que tu amante. Quieres que sea tu concubina.

– ¿Por qué estás haciendo una montaña de un grano de arena? -se alejó de ella, e hizo un gesto de desdén con la mano-. Todo el mundo cohabita. Nadie se lo cuestiona.

– Tal vez sea un poco quisquillosa, pero quiero aclarar algunos puntos antes de tomar una decisión.

– Como quieras -metió con fuerza las manos en los bolsillos y la miró desde el otro lado de la habitación-. ¿Qué quieres aclarar?

– Cuando salgamos con amigos, ¿cómo me presentarás? ¿”Oigan todos, me gustaría presentarles a mi hermosa concubina, Laura Morgan”?

– ¿Por qué haces esto? -fijó la mirada en ella como si estuviera intentando ser difícil deliberadamente. A ella no le importó. Se estaba muriendo por dentro, y sólo podía pensar: “¿Por qué?” ¿Por qué siempre fracasaba en alcanzar el parámetro deseado? ¿Qué le faltaba para ser amada de verdad?

– ¿Y qué piensas de los hijos, Brent? -preguntó, aguantando las lágrimas-. ¿Les presentas a nuestros hijos como Joey y Suzi, nuestros adorables bastardos?

– Basta, Laura. ¡Te digo que basta! -se pasó ambas manos por el cabello-. Cielos -farfulló-, ya te dije que no tengo intención alguna de tener hijos.

– Los accidentes son frecuentes -ella apretó los brazos alrededor de su cintura-. ¿Qué harás si me quedo accidentalmente embarazada? ¿Me dejarás para no tener que volver a sufrir indirectamente el dolor de ser un niño ilegítimo?

– Cielos, no es que sea un estigma tan grande -insistió-. La gente tiene hijos fuera del matrimonio todo el tiempo.

– ¿Entonces haber nacido bastardo no te afecta? -él no respondió, y su paciencia se terminó de evaporar-. Mírame a los ojos, Brent Zartlich, y dime que no te importó ser un niño bastardo.

– No voy a hablar de esto -se volvió como si fuera a marcharse de la habitación.

– Y yo no dejaré que mis hijos se críen sin un hogar como Dios manda y sin padres que los amen.

Él giró de nuevo, con los ojos centelleando furiosos.

– Un certificado matrimonial es lo que menos lo garantiza.

Laura simplemente lo miró, observándolo retomar el control de sí mismo, volviendo a encerrar los demonios en su interior en donde podía fingir que no existían.

– Por el amor de Dios -suspiró él-, ¿acaso no te dije que te necesitaba? No es que te abandonaré ante la primera discusión que tengamos. Pero debes comprender que no puedo casarme contigo.

– ¿Por qué? -su voz tembló confundida y dolida.

– ¡Sencillamente, no puedo! -contrajo la mandíbula, y apareció una fisura en su férreo autocontrol-. No es algo que pueda explicar. Simplemente, no puedo.

– Brent, yo… sé que la idea de ser esposo y padre te atemoriza, pero…

– ¡No me estás escuchando! -gritó, y luego respiró hondo cuando ella retrocedió.

Lo observó frotarse una mano sobre el rostro y supo que no debía temer que le hiciera daño. No importa lo que pensara de sí, no era un hombre que le daría rienda suelta a su ira. Temió, en cambio, sus palabras.

– Está bien -dijo-. Dado que estás decidida a sacarlo todo afuera, te diré de nuevo exactamente lo que pienso. Exactamente lo que pienso. Cada vez que se me cruza la sola idea de casarme, siento una profunda opresión en el pecho y la sensación de que me ahogo. Intenté explicártelo antes; pensé que lo habías comprendido.

Con absoluta claridad, recordó cómo se sentía ella cada vez que pensaba en casarse con Greg: sofocada. Sólo que su aversión era hacia Greg, no hacia el matrimonio. Brent sentía una opresión en el pecho ante la idea de casarse con ella. Las lágrimas le obstruyeron la garganta, al darse cuenta de que realmente no la amaba.

– Entiendo -logró decir, apartando la vista-. Supongo que pensé… Descuida -necesitaba alejarse, rápidamente, antes de que se derrumbara. Ciegamente, caminó a su lado, y se dirigió a la cocina, donde recogió su cartera.

– Espera un segundo -él la siguió, pero se detuvo en la puerta de la cocina-. ¿Qué haces?

– Necesito… necesito irme -ella aferró la cartera al pecho. Había sido una imbécil. ¡Una imbécil absoluta!

– ¡Laura, espera! -se interpuso en su camino pero se detuvo cuando ella retrocedió. Sus ojos cobraron una expresión de terror y de súplica-. ¿Qué haces? No puedes marcharte así sin más.

– No me puedo quedar. No así. No sintiéndome como me siento.

– ¿Cómo qué? Cuéntame -dio un paso hacia ella-. Habla conmigo.

Tragó saliva, lo miró a través de las lágrimas:

– Te amo, Brent. Te amo.

Un silencio absoluto se instaló entre ambos, mientras ella lo miró. Había esperado tanto tiempo para decirlo, y había imaginado un montón de reacciones diferentes. Pero ninguna se parecía ni por asomo a la confusión y al dolor que poblaron su mirada.

– ¿No puedes decirlo, no? -preguntó.

– No es que no sienta afecto por ti -balbuceó-. Tú me importas.

Ella sacudió la cabeza, y sintió que la presión la aplastaba.

– No es lo mismo, y no es suficiente. Si me amaras, te casarías conmigo, sin importar cuánto temor sintieras. Hallarías el coraje… si me amaras.

– Así que ésa es la opción, ¿no? -exigió, y la furia se coló nuevamente en su voz-. ¿Casarme contigo o romper?

Ella apartó la mirada, y supo que lo había perdido.

– ¡No puedo creerlo! -se pasó las manos por el cabello-. Hace tres meses, sentada allí en mi cama, me dijiste que podías manejar una relación de este tipo. ¿Era mentira?

– Hace tres meses no me estabas pidiendo que renunciara a mi empleo y a mis amigos sin ofrecer nada a cambio -le retrucó al instante-. ¿Es demasiado pedir algo tan simple como el amor?

– No tiene nada de simple el amor -dijo-. Y solamente que no pueda pronunciar algunas frases banales o hacer algunas promesas sin sentido no afecta lo que siento por ti.

– Las palabras sí tienen sentido para mí. Y si no lo puedes entender, no tenemos un futuro juntos. -Te amo, Brent Siempre te amaré, pero no permaneceré contigo si no puedes corresponder a ese amor-. No me conformaré con menos de lo que merezco.

Al oír sus palabras, la acalorada pasión desapareció de sus ojos, reemplazada por una frialdad que la heló. Alejó la mirada.

– Sal de aquí -lo dijo tan suavemente, que no estaba segura de haberlo oído bien. Pero cuando se volvió y la atravesó con una mirada que emanaban sus ojos dolidos, ella supo que lo decía de verdad-. Ahora, Laura. Quiero que salgas de mi casa. ¡Ahora!

Ella caminó tropezándose hacia la puerta y se quedó parada un instante en el camino de entrada, con las piernas temblando. Atrás de ella, oyó un estrépito de vidrio, como si él hubiera barrido la mesada con el brazo, y toda la vajilla se hubiera caído al suelo con violencia y se quebrara en miles de pedazos.

De un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, la vida que compartían juntos se había hecho añicos.


* * *
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