Capítulo 7

Inclinándose sobre el taco de pool, Brent apuntó la bola tres a la tronera de la esquina, pero en su mente seguía viendo la expresión de Laura mientras observaba el boca a boca que Jimmy Joe le había dado a su noviecita adolescente. Cuando Laura se volvió hacia él con las pupilas dilatadas y una pátina de sudor sobre el cuello encendido, sintió un cortocircuito en el cerebro. En ese momento, quiso poseerla allí mismo, y al diablo con los que estaban a su alrededor.

Con un estruendo salvaje, hundió la bola tres. Sin levantar la vista de la mesa… ya que si miraba a Laura perdería el poco control que le quedaba… caminó alrededor de la mesa para planear el próximo tiro. ¿Cómo podía pensar así de ella? Laura era dulce, decente y recatada en extremo; su noble corazón y su naturaleza generosa la habían llevado a hacerse amiga de un muchacho que el resto del pueblo repudiaba. Sólo por lealtad debía controlar sus pensamientos. Pero no importa cuánto lo intentase, no podía evitar que las imágenes surgieran involuntariamente en su cabeza: imágenes de Laura recostada sobre la mesa de pool delante de él, mientras le hacía un montón de cosas desvergonzadas a su cuerpo.

Centrándose en la bola once, se recordó a sí mismo todos los motivos por los que era imposible sucumbir ni un ápice a ni uno solo de los impulsos que recorrían frenéticamente su cuerpo enardecido. Las mujeres como Laura no hacían el amor con los hombres, salvo que creyeran que la relación terminaría en el matrimonio. Él, por su parte, no tenía ninguna intención de casarse. Jamás. No era una decisión que hubiera tomado a la ligera. Ni una que cambiaría alguna vez. Seducir a una mujer como Laura sería lo mismo que mentir. Lo sabía. Entonces, ¿por qué demonios su cuerpo no obedecía a su cerebro?

Le pegó a la bola blanca con tanta fuerza que la hizo saltar de la mesa.

– Eh, contrólate -Jimmy Joe lanzó una carcajada, al tiempo que atrapaba la bola en pleno vuelo-. Esto es pool, no tiro al plato.

– Es tu turno -apoyándose contra la pared más lejana, Brent tomó su bebida y observó a Laura por encima del borde del vaso. Estaba apoyada sobre una banqueta al lado de Darlene, con el cabello rubio que le enmarcaba el rostro. Aun conservaba el prendedor al cuello que le cerraba la blusa con recato. Había cruzado las largas y sedosas piernas y tenía las manos tomadas sobre la rodilla.

Resopló y sacudió la cabeza. Estaba tan fuera de lugar como un lirio de invernadero en una pila de basura. No podía creer que Laura estuviera siquiera hablando con esa muchacha. Bueno, en realidad, sí. No lo sorprendería si deseara llevar a Darlene de vuelta a casa, asearla y presentarle a algún muchacho respetable del grupo juvenil de la iglesia.

Quería sacudirla, decirle que, por más empeño que pusiera, no podía salvar a todo el mundo. Pero no podía sacudirla, porque si la tocaba, la atraería contra su ingle dolorida, su boca la cubriría y se apoderaría de la suya, y la besaría hasta que ambos terminaran cansados y jadeantes.

– ¡Maldita sea! -Apuró el vaso de hielo derretido y whisky.

En ese momento alguien irrumpió por la puerta de entrada, y un soplo de aire nocturno entró para aliviar a todos.

– ¡Hola JJ! -voceó el recién llegado. Brent alzó la vista y vio al compinche de toda la vida de Jimmy Joe, Bobby-. Espera que te cuente lo que hay afuera en el estacionamiento.

– ¿Te importa? -rezongó Jimmy-. Estoy planeando un tiro.

– Sí, pero debes venir a ver… -Bobby se detuvo cuando vio a Brent-. Puta madre. -En su rostro de chiquillo se esbozó una ancha sonrisa. Con treinta y tres años, Bobby aún parecía el enano de la familia con su cabello rizado color marrón y su nariz respingona-. Hola, Brent. Hace tiempo que no te veíamos por aquí.

– Bobby -Brent hizo un gesto con la cabeza a su vez, mientras hacía sonar los cubos de hielo en su vaso.

– ¡Demonios! -maldijo Jimmy Joe-. ¿No pueden hablar más fuerte, no?

– Sí, claro, no hay problema -dijo Bobby levantando la voz. Miró de nuevo a Brent y sonrió-. Supongo que no tengo que preguntar de quién es -señaló con la cabeza hacia el estacionamiento para indicar el Porsche.

– Supongo que no -Brent sonrió, y aunque reconoció para sí que era inmaduro, se sintió invadido por la placentera emoción de ser propietario.

– ¡Mierda! -dijo Jimmy Joe, errando el tiro. Enderezándose, miró furioso a Bobby:

– ¿Te importa decirme qué era tan importante para quebrar mi concentración?

– Nada -Bobby le guiñó el ojo a Brent-. Sólo una vieja carcocha que vi en el estacionamiento.

– ¿Entonces puedes hacer el favor de cerrar el hocico mientras jugamos al pool?

– No, sigue adelante, Jimmy Joe.

– Oye, Bobby -Darlene se enderezó sobre su banqueta y sus pechos se irguieron.

– Sí, eh… -Bobby escudriñó todo lo que había en el salón excepto a Darlene-. Hola.

– Jimmy Joe me estaba preguntando si te había visto -se estiró hacia atrás, apoyándose con los brazos sobre el bar, mientras giraba sus piernas cruzadas-. Cuando salí, sabes… a tomar aire.

– ¿Ah, sí? -Bobby se movió nerviosamente, y no hubo duda de quién había estado en el asiento trasero del auto cuando Laura y Brent habían llegado-. ¿Qué le dijiste?

– ¿Qué crees?

Los ojos de Bobby revolotearon de Jimmy Joe y Brent a la mesa de pool:

– Oigan, yo juego a ganador.

Sacudiendo la cabera, Brent volvió a concentrarse en el juego. Mientras le durara esta racha, no tendría que sentarse junto a Laura. Si no se sentaba al lado de ella, o le hablaba, o la miraba demasiado, podía convencer a sus hormonas de que guardaran la calma.


Laura advirtió que Brent había tenido razón: el lugar había estado vacío cuando llegaron porque era temprano. A medida que avanzaba la noche, las mesas alrededor de la pista de baile comenzaron a ocuparse. El aire se cargó de humo mientras una melodía lánguida y triste gemía en la máquina de discos. La mayoría de los clientes eran hombres de diferentes edades que parecían venir a beber cerveza y a quejarse de sus mujeres. Aun así, cada tanto entraba una pareja. Algunas hasta se aventuraban a la pista de baile.

Observó con añoranza mientras una pareja se mecía al compás de una melodía de Garth Brooks. Había deseado bailar con Brent esta noche, y tal vez lo habría hecho si se hubieran quedado en el club de campo. Entonces podría haber bailado y hablado con él durante toda la velada.

En lugar de ello, habían venido aquí.

Y Brent había jugado al pool.

No debía sentir rencor… ya que venir a Snake’s había sido idea suya, pero Brent le había sido indiferente toda la noche. No, era más que indiferencia; la había evitado. Quería preguntarle si estaba enojado, pero no lograba captar su atención lo suficiente ni siquiera para eso.

– Oye, cariño -le voceó Snake-, ¿deseas otro whisky?

Laura echó un vistazo a los solitarios cubos de hielo en su vaso. Sin otra cosa que hacer que sentarse sobre la banqueta y hablar con Darlene, que no hablaba de otra cosa que de borracheras y muchachos, o sentarse con Roy, que no hablaba en absoluto, Laura temió haber bebido ya demasiados whiskys con Seven Up.

– No, gracias -dijo-. Creo que me daré una vuelta por el baño de damas.

Al descender de la banqueta, sintió que el piso se movía bajo sus pies, y decidió que definitivamente había bebido demasiado. Caminando con cuidado, se abrió paso hasta el baño, donde se quitó el camafeo que llevaba prendido al cuello y se desabrochó algunos botones de la blusa. Sofocada y con calor, presionó una toalla húmeda de papel sobre la garganta y observó su reflejo en el espejo. Con razón la ignoraba Brent. Al lado de Darlene, era casi invisible.

Buceando en la cartera, encontró un poco de rubor y un color más oscuro de lápiz labial. Se peinó el cabello pero decidió que lograba un efecto contrario al que deseaba. Por lo que se inclinó hacia delante para peinarlo al revés. Al arrojar la cabeza hacia atrás y volverse a enderezar, sintió que el cuarto giraba a su alrededor. Se aferró del lavamanos, riéndose mientras recuperaba la estabilidad. Un vistazo al espejo reveló que se había librado de la palidez, aun si estaba un poco mareada. Y por si acaso lo anterior no fuera suficiente, se arremangó las mangas, se desabrochó un botón más para mostrar el comienzo del escote, y se dirigió de nuevo al bar.

Conseguiría que Brent le prestara atención, de un modo o de otro.

– Oye, linda.

– ¡Oh! -pegó un respingo cuando Jimmy se interpuso en su camino-. Me asustaste.

– Pues es lo último que querría hacerle a una cosita linda como tú -apoyando un brazo contra la pared del estrecho pasillo, su mirada la recorrió de arriba abajo-. Ciertamente, lo último que querría hacerte.

Su absoluta insolencia la hizo sonreír.

– Si buscas a Darlene, está en el bar.

– ¿Por qué habría de buscar a una muchachita cuando tengo a una mujer hermosa parada delante de mí? -se inclinó hacia delante para rodearle la cintura. El hedor de mugre y sudor penetró bruscamente sus fosas nasales-. ¿Qué te parece si frotamos nuestros vientres sobre la pista de baile? ¿Sabes? La hebilla de mi cinturón pide a gritos que le saquen brillo.

Si cualquier otra persona la hubiera invitado a bailar de una manera tan grosera, le habría dirigido una mirada glacial y se habría marchado. Pero Jimmy Joe tenía una manera de sonreírle a una mujer directamente a los ojos, haciendo que la propuesta sonara más a un cumplido. Por una fracción de segundo, pensó en bailar con él; luego se rió:

– No, mejor no.

– ¿Por qué te empeñas en partirme el corazón de esa manera?

– Porque, señor Dean, a pesar de todo su encanto, tengo la clara impresión de que Brent no le tiene en gran estima.

– En realidad -Jimmy esbozó una amplia sonrisa-, Brent no puede ni verme. Motivo justamente por el cual deberías bailar conmigo.

– Eso -dijo ella- no tiene ningún sentido.

– Por supuesto que sí, dado que está prácticamente haciéndolo con mi dulce Darlene sobre la mesa de pool allí dentro.

Laura apartó la vista de Jimmy Jo, la dirigió a la mesa de pool, y sintió que la sangre se le congelaba en las venas.


Brent tenía una mano apoyada sobre la mesa de pool y la otra pegada con firmeza en la mitad de la espalda de Darlene, mientras ésta lo atraía hacia delante. Mientras sucedía todo esto, rogaba que si la idiota perdía el equilibrio, tuviera la sensatez de soltar los dientes de su labio interior. Tuvo que admitir que era más rápida de lo que parecía. Y más fuerte, agregó, con la pierna de ella envuelta alrededor de su cintura.

– Mmm -ronroneó, y lentamente soltó su labio. Su cabeza se echó hacia atrás y se incorporó sobre el borde de la mesa de pool-. Eso fue sensacional.

– Escucha, mi amor… -intentó desenredar sus brazos de alrededor de su cuello-, me halaga, de verdad, pero…

– ¿Qué pasa? -hizo un mohín mientras entrelazaba los tobillos alrededor de su espalda y frotaba la entrepierna contra la suya-. ¿No te gusta hacerlo?

– Me encanta hacerlo, pero no con niñitas que acaban de dejar los pañales.

– Soy lo suficientemente grande -insistió ella, y sus ágiles dedos atacaron los botones de su camisa-. Lo suficientemente grande como para saber un montón de cosas. ¿Quieres que te enseñe?

– En realidad, no -tomó sus muñecas y las sostuvo con fuerza lejos de su pecho. Apestaba a humo rancio y cerveza-. Por si no te diste cuenta, estoy con otra persona. Así que lárgate y ve a practicar tus mañas con alguien que las aprecie. Como Jimmy Joe.

– No puedo -sus ojos saltaron traviesos-. Jimmy Joe se vuelve intratable si lo molesto cuando está ocupado. Y en este momento está muy ocupado… bailando con tu amiga.

Brent giró la cabeza bruscamente hacia la pista de baile y se quedó helado. Laura estaba encerrada en los brazos de Jimmy Joe, el ser más despreciable que haya contaminado jamás a Snake’s con su presencia. Sus cuerpos se rozaban del hombro a la rodilla mientras se mecían al ritmo inmortal de Patsy Cline. Laura se retorció al principio, le pareció, para establecer una distancia respetable. Luego la pareja giró y Laura quedó frente a él. Por un instante, se quedó inmóvil. Pensó que había percibido su mirada de advertencia, pero debió de equivocarse. Cuando se quiso dar cuenta, había moldeado su cuerpo al de Jimmy Joe como si hubiera aprendido de Darlene.

La mano de Jimmy Joe se movió hacia abajo para ahuecar sus nalgas. Brent supo cuál fue el instante en que el hombre sintió el portaligas debajo de la falda de Laura. La mano de Jimmy Joe quedó inmóvil, levantó la cabeza, y una enorme sonrisa apareció en su rostro.

La furia estalló en su cabeza, cegándolo con el calor de la ira, mientras avanzaba brutalmente hacia la pista de baile.

Laura gritó cuando Brent se lanzó sobre Jimmy Joe, golpeándolo contra la máquina de discos. La música se cortó con un tosco chillido y Jimmy Joe se deslizó al piso, sacudiendo la cabeza para despejarse.

Horrorizada, fijó la mirada en Brent, parado encima de Jimmy Joe con los puños crispados:

– ¡Brent! ¿Qué haces?

– Levántate -aulló Brent al hombre tendido.

– No -gritó Laura, corriendo al lado de Jimmy Joe-. No te muevas hasta que sepamos si estás herido.

– Cálmate, cariño -le dijo Jimmy Joe, aunque sus ojos nunca se apartaron de los de Brent-. Nosotros, los hombres, tan sólo vamos a discutir un poco acerca de los derechos territoriales. ¿No es cierto, amigo?

– ¡En mi salón, no! -gritó Snake desde el otro lado del bar. Laura sintió una oleada de alivio que alguien del tamaño de Snake estuviera allí para poner coto a este disparate. Pero para su horror, el dueño del bar les hizo señas hacia la puerta-. Si tienen ganas de romperse el cráneo, chicos, pueden ir afuera.

Laura miró a Brent boquiabierta cuando éste le pateó las botas a Jimmy Joe:

– ¿Te vas a quedar toda la noche acostado, machito? ¿O vas a dejar que te rompa la cara?

– Sólo estoy juntando fuerzas -Jimmy Joe rodó lentamente hasta quedar en cuclillas, como si apenas se pudiera mover. Luego se abalanzó sin previo aviso hacia la cara de Brent.

Brent lo esquivó y embistió a su rival con un sólido puño en la barriga. Jimmy Joe se tambaleó hacia delante, tomando a Brent en la cintura con el codo. Con un gruñido de dolor, Brent descargó un doble golpe de puño en la mitad de la espalda de Jimmy Joe, arrojándolo de cara a la pista de baile.

– ¡Basta! -gritó Laura cuando Jimmy Joe se apuró para ponerse de pie. Snake se acercó con un bate de béisbol, y toda la gente en el bar se paró de un salto. La mitad de los hombres parecían listos para comenzar a pelear, y las mujeres parecían ansiosas por animarlos. Laura se interpuso entre los dos combatientes-. No me voy a cruzar de brazos mientras se comportan de una manera tan infantil.

Brent la miró fijo como si estuviera loca:

– Si no quieres que lo muela a golpes, ¿por qué demonios empezaste esto?

– ¿Por qué lo empecé yo?

– Mierda, Brent -Jimmy Joe soltó una carcajada-. ¿No saben nada estas mujeres de ciudad?

– ¡Tú! -ella señaló un dedo al rostro de Jimmy Joe-. No te metas.

– Lo que digas, cariño. Pero si no quieres ver una pelea, debes quedarte con el tipo que te trajo.

– ¿Qué se supone que es eso? ¿Algún tipo de credo machista? -dijo bruscamente-. Además, que yo sepa, tú no hiciste ningún escándalo cuando tu pareja se besó con Brent.

– ¡Diablos! Darlene no es mi pareja. Y aunque lo fuera, no me puedo enfurecer cada vez que se pone en celo. Vaya, todo el condado sabe que se abre de piernas para cualquiera.

Por un instante, Laura se quedó mirándolo, no creyendo del todo lo que había escuchado. ¿Cómo pudo pensar que este estúpido ignorante era atractivo? Se volvió a Brent y dio un paso al costado:

– Pégale.

Brent tomó envión con el puño.

– Dije… -Snake se interpuso entre los dos hombres-… que se arreglen afuera.

– Yo tengo una idea mejor -intervino Bobby. Cuando todos los ojos se volvieron hacia él, sonrió-. ¿Por qué no arreglamos esto en la Hondonada del Ahorcado?

Brent echó un vistazo a Jimmy Joe, y los ojos se le iluminaron.

– Si te interesa, yo, encantado.

– ¿Estás bromeando? -dijo Jimmy Joe, como si le acabaran de cumplir el sueño de su vida. Cuando Brent asintió, JJ se frotó las manos-. Mierda, muchachos, ¿qué esperan?

Laura se puso de pie confundida, mientras todo el bar enfilaba hacia la salida.

– Busca tu cartera -dijo Brent mientras también él se dirigía a la salida.

– Espera un segundo -se aferró a su brazo-. ¿Por qué vamos a la Hondonada del Ahorcado? ¿Qué tienen pensado hacer?

– Vaya, nada más que ajustar cuentas de acuerdo con una tradición masculina y que se remonta a tiempos inmemorables, por supuesto.

– ¿Se puede saber cuál es?

– Carreras callejeras.


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