RACHELLE TREPÓ la duna que divisaba el campamento de las hordas cuando el sol se hallaba bien alto en el cielo oriental.
Encuentra a Thomas, había dicho Justin. Las palabras la habían obsesionado mientras andaba a tropezones sobre la arena. No importa cuán terrible, había dicho él. ¿Qué podría ser tan terrible?
Ella bajó corriendo la duna hacia el campamento de las hordas. A decir verdad, se le levantó el ánimo. Sí, Thomas se hallaba en el campamento de las hordas, como virtual prisionero, y sí, había peligro en cada lado… ella lo podía sentir como al sol sobre su espalda.
¡Pero había encontrado a Elyon! Justin era el niño; ella estaba segura de eso. Él le había cambiado la piel de gris a un tono color carne, y le había sanado las heridas con una sola palabra. ¡Elyon había venido a salvar a su pueblo! Le costaba esperar para contárselo a Thomas.
Era consciente de que Monique había hecho conexión con ella. No tenía idea de qué estaba haciendo ella ahora. A diferencia de Thomas, que parecía tener conciencia en ambos mundos en todo momento, aparentemente la conexión entre ella y Monique era esporádica y dependía de Thomas.
Rachelle comenzó a gritar cuando aún se hallaba a doscientos metros de distancia, antes de que nadie la viera. Pasara lo que pasara, no se podía arriesgar a que le malinterpretaran las intenciones como hostiles.
– ¡Thomas! ¡Debo ver a Thomas de Hunter!
Debió de haberlo gritado una docena de veces antes de que los primeros soldados aparecieran en el perímetro. Y luego hubo cien de ellos, mirando la extraña escena. Esta mujer desarmada que venía gritando por el desierto, exigiendo ver a Thomas de Hunter.
Se detuvo jadeando a veinte pasos de la línea de bestias horribles.
– He sido enviada a hablar con Thomas de Hunter. Urge que lo vea.
Ellos la miraron como si ella hubiera enloquecido. ¿Y por qué se avendrían a dejar que lo viera? Thomas era el seguro de ellos.
– ¿Qué asunto le trae? -le preguntó uno de ellos.
– Estoy aquí porque mi señor me necesita -contestó ella, recordando lo que Thomas le había contado acerca del modo en que las mujeres de las hordas hablaban de los hombres. Algunos parecieron asombrados por la solicitud de ella. ¿Pasaba algo con Thomas?
– Estoy aquí para asegurarme de que no pasa nada con él. Me ha enviado nuestro Consejo para saber que él está en buenas condiciones.
– ¡Váyase, muchacha! Dígale a su comandante que no aceptamos espías.
– ¡Entonces Mikil le cortará la garganta a Qurong! -gritó Rachelle, presa del pánico.
Eso los hizo echarse atrás.
– Si ustedes me hacen volver iré directo hacia ellos y les diré que ustedes los han traicionado, y Qurong morirá. Si no regreso en buenas condiciones, entonces sucederá lo mismo. Ni siquiera piensen en lastimarme.
El líder, un general, según la banda del brazo, la analizó por un momento.
– Espere aquí.
Él se alejó, consultó con otros guerreros, envió a uno de ellos con el mensaje, luego regresó.
– Sígame.
Ella entró al campamento, rodeada por un pequeño ejército. El hedor era casi insoportable y tantos ojos envueltos mirándola le hicieron sentir una sensación desagradable. Intentó respirar de manera superficial, pero esto solamente la mareó. Entonces respiró profundamente y obligó a la mente a no pensar en la fetidez.
No había mujeres a la vista. Naturalmente, las hordas no permitían pelear a sus mujeres. Ella no soportaba mirar a los hombres a los ojos, pero se negó a parecer menos que un guerrero, así que anduvo erguida y de frente, orando porque en el siguiente momento posible la llevaran a una tienda para ver a Thomas.
La condujeron a una tienda enorme en medio del campamento. Si tenía razón, esta era la tienda real donde Thomas había hallado los libros de historias.
Un guardia separó las portezuelas y ella entró. El general que la vio se llamaba Woref, si ella comprendía correctamente a los guardias. Los ojos de él tenían la mirada de una serpiente y su rostro parecía como si fuera a romperse si intentaba sonreír.
– ¿Dónde está Thomas?
– No le hicimos nada. Usted debería saberlo. Sus heridas son auto infligidas.
– ¿Qué heridas? ¡Llévenme donde él!
Woref inclinó la cabeza y la condujo por un pasillo. El serpenteante murciélago que ellos adoraban estaba por todas partes: en pinturas decorativas sobre las paredes, en estatuas moldeadas en los rincones. Teeleh. Elyon, protégeme. Entraron a un salón grande donde se hallaba dispuesta media docena de guardias. Una enorme mesa estaba extendida con una selección de frutas, vinos y quesos.
Pero ¿dónde…?
Un cuerpo yacía sobre una colchoneta a lo largo de una de las paredes. Tenía la cabeza ensangrentada.
¿Thomas? Sí, era él; ella reconoció inmediatamente la túnica. ¡Estaba herido!
Rachelle corrió hacia él, se puso de rodillas y vio horrorizada que tenía en la cabeza un hueco redondo del grosor del dedo de ella. La sangre se le había corrido hacia el cabello. Seca.
– ¿Thomas?
Pero estaba muerto. ¡Muerto! Y por su aspecto, había muerto hace rato.
Ella no podía respirar. ¡No era posible! No, ¡eso no podía estar sucediendo! Justin la había encontrado y la acababa de salvar, además Samuel y Marie aún eran niños, y…
¿Qué le pudo haber causado esta clase de herida? Ninguna arma de este mundo.
Algo le había sucedido a Thomas en la otra realidad. Ella recordó que Monique había estado durmiendo al lado de él debajo de la roca. ¡Carlos debió de encontrarlos! Ahora Thomas estaba muerto. ¡Pero ella aún estaba viva!
Los pensamientos le retumbaron dolorosamente en la cabeza. No sintió que se le moviera el corazón. Y detrás de ella los encostrados observaban. Dio la vuelta.
– ¡Fuera! ¡Salgan! -gritó; la visión se le nubló con el dolor-. ¡Váyanse! El general puso mala cara, pero la dejó sola con el cadáver.
Rachelle se hundió más sobre sus rodillas, sabiendo exactamente lo que debía hacer. Elyon le había dicho que hallara a Thomas, no a este cuerpo muerto. Justin la había curado casi de la muerte. Él llevaba en sus manos el poder de la fruta, decían, porque él era el poder de la fruta.
Y ahora ella usaría ese mismo poder.
Colocó las dos manos en las mejillas de Thomas. Sus lágrimas caían sobre el rostro masculino.
– Despierta, Thomas -susurró-. Thomas, por favor. Pero no despertó.
Ahora la voz de ella se levantó en un suave gemido.
– Por favor, por favor. Sálvalo, Elyon. Despiértalo de los muertos. Despertarlo de los muertos no es igual a curar.
– Sí, ¡eso es! -gritó ella-. Despierta, ¡Thomas! ¡Despierta! Pero él seguía sin despertar. Aún tenía un hoyo en la frente. Aún estaba muerto.
Ella besó los fríos labios de él y comenzó a sollozar. ¿Y si Justin no supiera que él estaba muerto? No, eso era imposible.
– Despierta -volvió a gritar, dándole una palmadita en el rostro-. ¡Despierta!
Justin tenía que saberlo. Él lo sabía todo. Ellos no sabían; ellos ni siquiera recordaban…
Recuérdame. Recuerda mi agua.
Su agua. Ella agarró frenéticamente la cantimplora que aún estaba enganchada al cinturón de Thomas. La soltó del gancho. Hizo girar la tapa.
Le roció un poco en el rostro antes de considerarlo detenidamente. El claro líquido le recorrió los labios y los ojos, y le llenó la pequeña herida en la frente.
Ella vertió más.
– Por favor, por favor, por favor… De pronto la boca de Thomas se abrió.
Rachelle gritó y saltó hacia atrás. La cantimplora voló de sus manos.
Thomas jadeó. La herida se cerró, como si su piel estuviera formada de cera que se hubiera derretido para rellenarse a sí misma. Ella no había visto nada así en quince años, cuando escogió a Thomas sanándolo de las heridas mortales que había sufrido en el bosque negro.
Los ojos de Thomas se abrieron.
Rachelle se llevó las dos manos a los labios para contener un grito de alegría. Luego tendió los brazos alrededor de él y hundió el rostro en la garganta de su esposo.
– Quíteseme de encima, quíteseme de encima, usted…
¡Él no sabía quién era ella! Así que Rachelle levantó la cabeza para que él pudiera verle el rostro.
– ¡Soy yo, Thomas! -exclamó ella y le besó los labios-. Recuerda mi boca si no recuerdas mi rostro.
– ¿Qué… dónde estamos? -preguntó él esforzándose por pararse.
– Tranquilo; ellos están afuera -susurró-. Estamos en el campamento de las hordas.
Él se puso en pie de un salto. En el rostro aún tenía sangre, pero la herida había desaparecido. Ella apenas podía dejar de mirarle la frente.
– Estuviste muerto -informó ella-. Pero el agua de Elyon te curó.
– ¿Su agua cura otra vez? Yo… cómo es que…
– No, no creo que el agua haya cambiado. Creo que la acaba de usar para curarte. Justin es el niño, Thomas.
Él se llevó una mano al cabello, sintió la sangre y se miró los dedos.
– Me dispararon. Pero no soñé. No tengo recuerdo de un sueño.
Cerró los ojos y se frotó la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo era volver a la vida? Seguramente él estaba poniendo en su lugar los fragmentos de su memoria.
– ¿Qué quieres decir con que Justin es el niño?
– Quiero decir que él es. ¿No ves? Todas las señales estaban allí. Él ha venido…
– Él no puede ser Elyon. Él se crió en el Bosque Sur. ¡Era un guerrero bajo mi mando!
Estaban susurrando, pero en alta voz.
– ¿Y quién dice que él no es Elyon? Lo vi…
– ¡No! ¡No es posible! Sé cuándo veo…
– ¡Basta, Thomas!
Él la miró, con la boca aún abierta, listo para terminar su declaración de incredulidad. Luego cerró la mandíbula.
Rachelle le contó lo que había sucedido en el desierto. Narró de prisa los acontecimientos en un susurro y, cuando terminó, él la miró con el rostro pálido.
– Y te acabo de salvar con el poder de él. ¿Cómo te atreves a cuestionarme?
– ¿Pero Elyon? ¿Luché contra Elyon?
– Él ha venido a salvarnos de nosotros mismos, como aseguró que lo haría, cuando creyéramos que las cosas no podrían estar peor.
– Yo… -titubeó él, alejando el rostro-. Oh Dios mío. Mi amado, amado Dios, ¡Elyon! ¡Lo he traicionado!
– Todos lo hicimos. Y él te derrota fácilmente.
– No, ¡con Johan!
– ¿Qué quieres decir? -indagó ella tirándole del brazo.
– Quiero decir que hice un trato con Johan que lo convertiría en el rey de las hordas.
– Entonces…
– Entonces él insistió en traicionar tanto a Qurong como a Justin. Yo… estuve de acuerdo.
Estas palabras no tenían sentido para ella. ¿Cómo podía alguien traicionar ahora a Justin?
– Pero no habría tal cosa, pues ya sabían que Justin era Elyon.
– ¡Ya han empezado! Deben llegar a la selva esta tarde y llevar a cabo la traición. Mikil ha informado al Consejo. Johan pretende matar a Justin.
De repente, a Rachelle se le clarificó la situación. Qurong y Johan estaban influidos por los shataikis. Por Teeleh. La criatura los estaba usando como instrumentos en contra de Justin. Esto no solo era con los habitantes del bosque; ¡era con Justin!
– ¡Tenemos que detenerlos!
– ¿Cuántos hay afuera? -preguntó Thomas mirando frenéticamente alrededor.
Como en respuesta, la portezuela se abrió y entró el general Woref. Sus ojos centellearon al ver a Thomas de pie.
– ¿Cuál de sus hombres intentó matarme? -preguntó Thomas yendo hacia el encostrado.
– Ninguno.
Thomas se movió rápidamente. Saltó hacia la espada del guerrero, la extrajo de la vaina y corrió hacia la pared opuesta.
– ¡Rápido!
Hizo oscilar la hoja sobre la cabeza y la descargó, partiendo la pared de arriba a abajo, abriéndola a la luz del día. Rasgó el corte a lo ancho y extendió la espada para detener al general.
– Si nos sigue, muere -advirtió y luego pasó por la rotura hacia el corredor entre las tiendas.
Ya corrían por el campamento antes que el asombrado general diera la alarma.
– ¡Los caballos! -exclamó Thomas, señalando varias cabalgaduras atadas al lado de la tienda.
Cada uno saltó sobre un corcel. Luego salieron del campamento al galope, esquivando guerreros agarrados totalmente desprevenidos por los dos caballos.
Nadie intentó detenerlos… naturalmente, lo más probable es que les dieran instrucciones estrictas de no tocar a Thomas de Hunter. Solo el general, y tal vez ahora sus hombres, sabían lo que en realidad estaba ocurriendo. Quizás de todos modos esto no habría hecho ninguna diferencia. Los caballos dejaron atrás todas las palabras de advertencia.
Galoparon desde el campamento de las hordas directo hacia la selva lejana.
– ¿Podremos lograrlo? -quiso saber ella.
Él simplemente galopó con fuerza hacia el frente, inclinado hacia adelante, con el rostro demacrado.
– ¡Thomas!
– ¡No lo sé! -contestó bruscamente Thomas; espoleó el caballo, extrayendo hasta la última onza de fortaleza de las frescas patas del animal-. ¡Arre!
EL GENERAL de quien Thomas y Rachelle habían escapado miró las dunas que llevaban a la selva. Woref, director de inteligencia militar, despreciaba quizás más a los guardianes del bosque que a Qurong.
Representaba el papel de general leal, pero bajo su dolor no pasaba un día en que no maldijera al padre de la mujer que en algún momento sería suya. Qurong había prohibido a todo hombre casarse con su hija, Chelise, hasta que las selvas hubieran caído. Era la manera del líder de motivar a una docena de generales de rango superior que rivalizaban por la mano de ella. Si hubieran dejado a Woref la decisión, habrían quemado las selvas mucho tiempo atrás, luego habrían matado hasta la última mujer y el último niño que se bañaban en los lagos y se habrían dado un festín con la carne de ellos por la victoria. Pero Qurong parecía más interesado en conquistar y esclavizar que en matar.
– ¿Salimos tras ellos? -inquirió su asesor.
– No -respondió Woref.
Habían planeado esta contingencia. Sería muy tarde para Thomas mientras lo demoraran durante cuatro o más horas. El ejército del occidente marcharía.
– Prepare a los hombres para marchar al anochecer -ordenó Woref mirando al sol-. Entraremos a la selva.
Para el fin de semana, Chelise, la hija de Qurong, sería suya. Y luego él buscaría convertirse en el mismo Qurong.