– ¿Dices que en la Tierra tienen una teoría de por qué nos estrellamos? -preguntó Susana a la imagen de Lowell en la pantalla.
Fidel, a su lado, también estaba atento a las palabras del inglés.
– Sólo teorías -dijo Lowell-, pero algunas muy intrigantes…
– ¿En que sentido?
– Como sabes, Marte carece de campo magnético planetario.
Fidel le interrumpió:
– Existen anomalías magnéticas y gravitacionales localizadas. No hay una explicación convincente para esto… Pero ¿qué tiene que ver con…?
– He detectado desde la Ares que la más potente de esas anomalías esta cerca del punto dónde os habéis estrellado. En el fondo del valle Marineris. Se trata de algo tan potente y localizado que muy bien pudiera haber afectado a la operación de los chips en la Belos. En la tierra han estudiado la hipótesis de Baglioni, y están básicamente de acuerdo, sólo que el error en el programa fue externo, no un fallo de programación. Al parecer hubo un array de bits que cambiaron de cero a uno espontáneamente y eso indujo la lectura errónea en la señal de potencia. Y hay algo más.
– ¿De que se trata?
– Oculto bajo esa niebla hay algo. No sabemos lo que es, pero no hay duda de que se trata de algo extraño que coincide con la anomalía magnética… Echadle un vistazo vosotros mismos. Os estoy transmitiendo los datos.
En la imagen en el monitor apareció una indicación de que estaban recibiendo un paquete de datos.
El ruido de la puerta exterior cerrándose hizo sobresaltarse a Susana y a Fidel. Al poco escucharon las bombas dando presión a la esclusa de aire.
– Herbert y los demás están entrando -dijo Susana-. Continuaremos más tarde, Lowell.
Susana dejó la conexión abierta mientras seguían llegando los datos, pero Lowell desapareció de la pantalla.
Al fin se abrió la compuerta interior y entraron Jenny, Luca y Herbert. Los trajes desprendieron un vaho muy frío. Estaban manchados de polvo rojo. Se quitaron las escafandras y respiraron fuerte, como aliviados de dejar de respirar la mezcla de los trajes.
– ¿Cómo ha ido todo? -les preguntó Susana mientras les ayudaba a quitarse los trajes. Jenny dio cabezazos indicando que bien.
– Bien -habló Baglioni, a medio camino de quitarse el casco- Herbert ha recogido algo.
Herbert mostró un pequeño recipiente lleno hasta la mitad de hielo. Lo sacudió ante los ojos de todos para que observen como se había licuado en parte.
– Es hielo, es auténtica agua helada. La descubrí al lado de la tumba. Es el famoso permafrost. Existe de verdad. Todo el subsuelo de Marte debe ser de agua helada. Este planeta no es tan seco como pensábamos…
Susana y Fidel fruncieron el ceño. Herbert no parecía muy entusiasmado cuando hablaba.
Fidel tomó el recipiente y lo miró desde más cerca, entusiasmado. Por un momento olvidó por completo su situación actual. ¡Agua! Allí podría haber vida, esporas, bacterias congeladas que estarían volviendo a la vida en ese preciso momento.
– Agua, al fin era cierta la vieja teoría de que los mares de Marte se congelaron.
– ¿Y cómo vamos a calentar el agua que necesitemos? -preguntó Jenny con amargura-. ¿Aplicándole las manos desnudas?
Susana ignoró el agua y se dirigió directamente a Luca.
– Eso es estupendo, tenemos una nueva fuente de agua… ¿Comprobásteis en qué estado se encuentran los motores y los tanques?
Luca dejó de esforzarse en sacarse una bota y desvió la mirada de Susana mientras hablaba.
– Ya no hay motores, Susana, ni tanques de combustible. Debieron desprenderse durante el choque. Fue un milagro que no estallaran matándonos a todos.
De repente el silencio se hizo intenso. Ya no había forcejeos ni tirones por quitarse los trajes y nadie se movía ni hacía nada.
– No ha sido un milagro, sino una maldición -dijo Fidel, mientras se dejaba caer en el suelo, recostándose contra un mamparo-. Estamos muertos, aún seguiremos respirando durante un año o así pero estamos tan muertos como André.
Susana se volvió hacia Fidel y le hizo un gesto con la mano extendida para que se tranquilizara. Luego se dirigió de nuevo a Baglioni.
– Espera ¿qué quieres decir con que no queda nada del combustible criogenizado?
– Esta pequeña cabina, los sistemas de soporte vital, y lo que hay en su interior es lo único que tenemos para sobrevivir… -Luca negó con la cabeza- y no lo vamos a lograr, Susana.
– Esperad, esperad todos… -dijo Herbert, señalando al pequeño recipiente que desprendía vaho y donde el hielo se estaba convirtiendo en una sopa de agua amarronada -Esto es agua, amigos. No contábamos con ella, pero aquí está. ¿Con cuantas cosas más no contamos y están ahí fuera esperando para ayudarnos a sobrevivir? Tenemos agua…
Jenny hablaba con una voz tranquila, muy relajada.
– El problema, Herb, no es el agua, ni el aire. El problema es que la energía se nos agotará antes de un año, y no tenemos forma de producir más.
– Tenemos que empezar a economizar energía -dijo Susana pensativa-. Ahora mismo. Informaré a Lowell.
Unas horas más tarde la cabina de la Belos estaba casi a oscuras. La temperatura había descendido y los miembros de la expedición se acurrucaban dentro de sus sacos térmicos. La luz roja de emergencia se reflejaba en el aluminio de los sacos produciendo reflejos de hoguera inexistente.
Susana y Herbert estaban despiertos, acurrucados dentro de los sacos y frente a una pantalla donde aparecía Lowell.
– Nuestra única oportunidad es reducir al mínimo el consumo de energía -al hablar, Susana expulsaba vaho-. Hemos bajado la temperatura interior del módulo hasta los siete grados sobre cero y limitado la potencia a la barra de emergencia.
– Muy bien Susana, espero que funcione.
– ¿Qué piensas hacer tú ahora? ¿Alguna novedad sobre nuestro rescate?
– Van a adelantar mi regreso; partiré dentro de dos días. En la Tierra han dado con una trayectoria alternativa. La idea es utilizar una trayectoria hiperbólica sobre Venus para frenar a la Ares en su regreso a la Tierra. Es más arriesgado, pero me permitirá estar de regreso unos meses antes y ganar así tiempo para la misión de rescate. Hay mucho de la Ares que se puede reutilizar para volver a Marte.
– Entonces… ¿te vas?
– En un par de órbitas el ordenador encenderá los motores… Lo siento, yo…
Susana y Herbert no dijeron nada durante un par de segundos, mientras asimilaban lo que su compañero en órbita acababa de decirles.
Lowell dejó de mirar a la cámara y operó en algún panel a su derecha. Su gesto era impasible, muy forzado.
– Bueno… -dijo- debo prepararme para abandonar la órbita y me queda un largo camino por delante. Buena suerte a todos… amigos.
Cuando Susana volvió a hablar, la voz le salió un poco rota al principio pero luego se hizo firme otra vez.
– Gracias Lowell… buen viaje.