Susana y Fidel escalaban en busca del aterrazamiento que habían divisado desde abajo. El ascenso no era fácil. En algunos tramos debían apoyarse en rocas y elevar el cuerpo unos metros tirando de los brazos.
Estaban tan cansados que esos pequeños obstáculos casi los dejaban al borde del desmayo. A una indicación de Susana, los dos hicieron que el traje les suministrase sustancias estimulantes.
– Aumentará un poco nuestro consumo de oxígeno -dijo Susana-, pero sin ayuda química no llegaremos allí.
Fidel asintió. En realidad ya hacía mucho que había dejado de plantearse las cosas. El aire se agotaría de un momento a otro -su indicador de CO2 llevaba mucho rato en amarillo-, y entonces todo acabaría rápidamente. Casi lo deseaba. Estaba agotado, aturdido. Herbert no parecía haber sufrido en absoluto.
El ordenador del traje comenzó a difundir estimulantes en la corriente de aire que respiraban y, al instante, Fidel se sintió un poco mejor y se esforzó en seguir ascendiendo.
El Sol estaba en el cénit cuando llegaron a esa plataforma rocosa. Se alzaron desde el borde y contemplaron la boca oscura de una cueva.
– ¿Luca? ¿Jenny? ¿Podéis leerme? ¡Joder!
Susana golpeó el casco con la mano abierta. Miró a Fidel que se había vuelto a derrumbar en el suelo y luego volvió su atención a la cueva. «Qué extraño…»
Se acercó lentamente hacia aquella boca negra, abierta en la ladera del Valle. La cueva era apenas una irregularidad de cuatro por cuatro metros en la pared rocosa. Encendió los focos y sólo vio más roca ahondándose.
«Parece que desciende pero es sólo una cueva -se dijo-. Una cueva natural…»
Sin embargo, en todo el trayecto no habían encontrado ni señales de algo parecido. Además esa terraza… en una posición tan favorable…
Avanzó un poco más. La cueva se hacía más regular y el suelo descendía sin accidentes. Se volvió y miró a Rodrigo, sentado en el suelo, recortada nítidamente su silueta por los bordes de la cueva.
– Parece profundo. Un corredor natural, largo y estrecho. Y desciende rápidamente… quizá sea un modo más fácil de llegar al fondo del Valle. ¡Oh!
Susana dejó de hablar. El corazón le saltaba dentro del pecho y bombeaba con una fuerza que creía ya no tener. En la pared de la cueva había unas marcas grabadas; en un primer vistazo parecían grietas de una antigua rotura, una piedra que se había resquebrajado, un golpe de una roca caída del techo.
Pero una segunda mirada descartó lo fortuito.
– Hay símbolos… esculpidos en la piedra -dijo Susana, notando que las palabras se le agolpaban en la garganta-. Parece una especie de… escritura.
– ¿Qué…?
Fidel se levantó trabajosamente y se acercó todo lo deprisa que podía, lo que no era mucho. Apoyándose en Susana, jadeó unos instantes. Fue el tiempo que su vista, borrosa por el esfuerzo, tardó en adaptarse y poder enfocar a la roca.
Fidel alargó el guante y, con mucho cuidado, apartó el polvo que cubría parte de los bajorrelieves.
– Fíjate cómo todos los ángulos son de 45° -dijo-, como si hubieran sido tallados por una mano inteligente… pero…
– ¿No lo crees así?
– Está muy deteriorado, imposible saber qué es realmente. Podría tratarse de alguna forma de cristalización… Quizá en el interior encontraremos otras muestras menos deterioradas…
Susana y Rodrigo descendieron por la gruta. El suelo era empinado pero no peligroso. Las paredes parecían ampliarse imperceptiblemente.
A los pocos pasos, miraron atrás y apenas vieron la claridad exterior en la entrada› Con las linternas escrutaron las paredes buscando más marcas como aquellas, pero no las había.
– Es todo muy extraño Fidel, nada aquí parece natural.
– ¿Qué quieres decir?
Susana se detuvo y miró la cueva. Paseaba la linterna por el arco de piedra irregular y luego la enfocó en la pared.
Pasó su mano enguantada por ella.
– No entiendo cómo la naturaleza ha podido crear una caverna como esta. Parece algo artificial, un túnel excavado por una mano inteligente… Fíjate, las paredes son lisas, casi perfectas.
Fidel asintió. No veía esa supuesta perfección; las paredes eran de roca sin desbastar y no había simetría ninguna. Sin embargo si le parecía encontrar cierta regularidad extraña, cierta desviación de lo que sería una uniforme falta de previsión. Sin embargo él era un hombre de ciencia, estaba acostumbrado a desechar ese tipo de corazonadas sin apoyo experimental y aquella caverna no les iba a dar ninguno, a no ser esas marcas en la entrada.
– Podría haber muchas explicaciones a eso, un antiguo cauce helado pudo perforar la roca de esa forma, como un glaciar subterráneo… luego el hielo desapareció y…
Susana, mientras Fidel disertaba, había continuado avanzando.
– ¡Oh! ¡Dios mío! -exclamó, estremeciéndose.
Fidel corrió hasta donde Susana mantenía la linterna enfocando unas losas de piedra perfectamente talladas.
En aquel punto, la irregular superficie de piedra tosca daba paso a un teselado de losas pentagonales perfectamente alineadas.
Sin pronunciar una sílaba, pues no había palabras para un momento así, Susana y Fidel enfocaron más adelante. Frente a ellos el túnel se volvía más y más regular, y aquellos pentágonos de piedra cubrían perfectamente paredes y techo.
La sección del túnel también iba tomando una forma definida, estrechándose en la cúspide y ensanchándose en la base.
– ¡Es artificial! Ahora ya no hay ninguna duda, pero sigo sin poder creerlo.
Los dos sentían la necesidad de tocar aquellas losas, de pasar las manos enguantadas por ellas.
– Alguien talló la piedra y la apiló para construir estos muros.
– «Alguien» -exclamó Fidel sin poder contener ya la emoción-¡Es increíble! Dios mío, no podemos quejarnos, no tenemos derecho a hacerlo… ¡Hemos descubierto restos de una civilización alienígena!
Fidel tomó a Susana por los hombros y la zarandeó un poco.
– ¡Es increíble! -repitió.
Susana atribuyó el entusiasmo de Fidel a los estimulantes. De nada les iba a servir el descubrimiento. Pronto estarían muertos.
Al fin Susana se liberó del exobiólogo y se aproximó para estudiar un detalle de la pared.
– Hay más símbolos esculpidos en la piedra -dijo-. Y estos están perfectamente conservados.
Fidel se acercó y admiró lo que la mano de Susana estaba señalando. Ahora se apreciaba claramente la intencionalidad de unos signos delicados, sensuales incluso, que se enroscaban sobre sí mismos, punteados, enlazados por varios lados.
– Podría ser un adorno, podría ser un poema o sólo una advertencia.
– Lo veo, Susana, Dios mío, esto es increíble.
Rodrigo se apoyó en la pared. Apenas podía tenerse en pie. Susana acudió rápidamente a ayudarle. Le pasó una mano bajo el hombro y le sostuvo antes de que se derrumbase.
Se apoyaron contra la roca, los focos apuntando hacia la pared tallada. Susana miró el indicador de oxígeno: Amarillo parpadeante. Pronto pasaría a rojo y entonces les llegaría el fin a ambos. Aquella pared no les iba a dar más aire, no iba a alargar sus vidas, pero era más agradable morir habiendo desvelado un gran misterio: Marte no fue siempre un planeta muerto.
Sólo por eso había valido la pena caminar hasta allí. Algún día encontrarían sus cuerpos y sabrían que ellos fueron los primeros en descubrir aquella cosa increíble.
Ojalá que Herbert hubiera podido llegar hasta allí.
Jenny acababa de accionar el mando de apertura de la esclusa exterior y contemplaba el agreste paisaje marciano de nuevo.
Se quedó sin palabras y tardó un rato en admitir que aquel desierto rojizo, que aquel cielo rojizo y aquellas rocas cariadas eran reales. Sintió el soplo del viento chocando contra su traje espacial, y los remolinos de polvo, y eso le obligó a moverse.
Bajó la escalerilla y las botas rechinaron sobre la arena muy fina que recubría el suelo. Pero no tenía tiempo que perder, la fuga, mientras ella estaba mirando el paisaje, seguía soltando precioso oxígeno.
Comenzó a andar, rodeando el fuselaje.
La nave le pareció entera pero muy dañada. Había grandes boquetes, las cortas alas estaban desgarradas y muchas losetas de cerámica se habían desprendido dejando negros ladrillos en el fuselaje. La parte trasera estaba aún peor; aplastada, mordida y abierta. Faltaban los grandes depósitos de combustible, los motores y la bahía de carga parecía una lata de refresco aplastada por un enorme pie.
Y dentro de aquel desastre, perdido entre aquellos restos, había un tanque de oxígeno que los estaba matando.
Jenny se colocó la mochila a la espalda, con el equipo de reparación, parches de un compuesto de fibras metálicas y matriz de epoxy, que fraguaría sobre el metal apenas lo aplicase. Pero para eso debía primero localizar la fuga.
En el visor del casco, el ordenador le mostraba un esquema en planta de la nave; no le servía de mucho, no sabía leer planos.
«Eso es cosa de ese hijo de puta de Baglioni» -se dijo.
Aquello era un follón de tuberías, secciones, vigas… En ese momento apretó la mandíbula e hizo rechinar los dientes. Luca hubiera encontrado el tanque en un instante, pero había preferido quedarse en el habitáculo, tumbado sobre su saco y comiendo chocolate.
Jenny siguió avanzando, buscando un hueco por el que introducirse en la bodega y buscar el rastro de la fuga. El oxígeno estaba a muchos grados bajo cero, al expandirse tendría que producir aún más frío capaz de saturar y congelar el dióxido de carbono del aire de Marte. Se tenía que ver una pequeña traza de nieve carbónica en el aire. Eso le señalaría la fuga… Y luego, bueno, luego ya vería cómo la reparaba.
Al fin encontró una grieta en el desgarrado fuselaje por la que cabían ella y el equipo; pero se detuvo y no siguió avanzando.
Había algo que… se volvió lentamente.
Allí estaba la tumba de André, un alargado montón de piedras. Ya no tenía la tosca cruz que le hiciera, el viento debía haberla arrastrado.
Pero no fue eso lo que le llamó la atención Dejó en el suelo la mochila de reparaciones y caminó hacia la tumba.
No se apresuraba, intentaba comprender qué había de extraño en ella…
Y no lo descubrió hasta estar ya muy cerca.
Había una sustancia oscura que cubría las rocas, que se metía por sus intersticios. Se agachó con cuidado y miró desde más cerca.
Era algo de color rojo pálido, una especie de… no sabía qué. Tocó aquello con la punta de los dedos enguantados y notó que era rasposo, como hecho con fibras apretadas y duras que se aferraran a las rocas con tenacidad. Con mucho cuidado, tomó una roca pequeña, cubierta de aquello, y la metió en un contenedor de muestras.