34

Habían caminado por espacio de dos horas, en silencio. Luca seguía las radioseñales del traje de Susana. En dos ocasiones habían logrado contactar con ella. Les había informado del camino seguido por ellos hasta localizar el desfiladero. Llegaron a la pared rocosa en otra hora más. La luz había comenzado a declinar y las sombras comenzaban a convertir aquella dentadura cariada y rojiza en una confusa masa de claroscuros.

Jenny miró la pared intentado descubrir el estrecho paso sin perder ojo del indicador de C02.

El cansancio le hacía consumir más oxígeno, comprendió.

– ¿Dónde esta el desfiladero ese? -susurró-. ¿No hay manera de encontrarlo?

– Si al menos hubieran marcado el camino de alguna forma… -se quejó Luca.

– ¡Joder! ¿Qué querías…? que te marcasen el camino por si acaso. Iban a morir.

Jenny estaba agotada, el agua del traje se estaba terminado, quizá no había llenado adecuadamente el depósito, o quizá estaba bebiendo demasiada agua. Sudaba dentro del traje y aquello era gracioso teniendo en cuenta los sesenta grados bajo cero del exterior.

Luca caminaba bastante ligero delante de ella, pero a Jenny las correas de transporte le estaban haciendo heridas en los hombros y los pies comenzaban a pesarle excesivamente.

Luca, al ver que la mujer se iba quedando atrás, se volvió. Pero Jenny, que temblaba ligeramente, no pudo verle la expresión. La visera del traje era reflectante. En ese momento Luca no era ya humano, sólo un extraño insecto blanco y de un solo ojo. Jenny se sorprendió buscando con la vista una piedra, una grande y afilada que pudiera romper ese ojo de cristal que la miraba acusadoramente, diciendo que era un estorbo para su supervivencia. Al fin respiró hondo.

– ¿Qué te pasa Jenny?

– Nada, sigamos.

Les costó otra hora encontrar el paso. Jenny no lo hubiera logrado, pero Luca, aplicado metódicamente a la tarea como hacía siempre con cualquier problema, terminó por localizarlo.

Cruzaron por el estrecho desfiladero en sombras. Adelante y atrás brillaba fuerte el sol, pero en el fondo de aquella hendedura teman que caminar iluminando con los focos para saber dónde pisaban.

Jenny se dejó caer al suelo y Luca permaneció erguido, con el equipo de comunicaciones sujeto al pecho.

– Ponte en pie, Jenny, o te congelarás -dijo con insultante tranquilidad.

– Que te jodan, Luca.

Baglioni dudó un momento. Finalmente se acercó a Jenny y le ayudó a librarse de la pesada mochila. Luego la obligó a incorporarse.

– ¿Qué haces? -protestó ella.

– Ponte en pie. El aislante del traje sólo en las botas es lo bastante fuerte para estar en contacto con el suelo. Yo llevaré la puta mochila a partir de ahora.

– No necesito…

Luca no le prestó atención y, tras cargar la mochila de víveres a la espalda, siguió caminando.

Al fin salieron al otro lado y toda la magnificencia del Valle Marineris se abrió ante ellos.

– ¿Has visto eso Luca? -exclamó Jenny, sin poder contenerse.

Grandes nubes de polvo cruzaban la hendedura difuminando a ratos las escarpadas paredes. El viento soplaba muy fuerte. El Sol estaba a mitad del cielo iluminando oblicuamente las paredes. Había largas sombras que trepaban paredes escarpadas y se extendían por el fondo del valle.

– Sí -dijo Luca Baglioni.

– Es… grandioso.

– Es un valle, un valle grande. Venga, sigamos que se nos agota el oxígeno. Creo que es por ahí.

Jenny tardó aún un par de segundos en advertir que Luca había emprendido camino hacia abajo. Le siguió a duras penas. Jenny corrió un poco para alcance y a punto estuvo de caer. Se recuperó jadeando.

– ¿Te ocurre algo?

– No, nada. Te sigo.

– Espera… -Luca la detuvo con la mano levantada y abierta. Con la otra trasteaba en el equipo de comunicaciones-. Creo que tengo conexión. Susana, ¿me recibes?

– … Roger… te recibo…

– ¿Cómo encontraremos la cueva?

– … bajad hasta una zona de neveros, cuidado, no piséis, es nieve carbónica y muy resbaladiza. Allí veréis que no se puede seguir excepto por una altura a la derecha. Allí esta la cueva. Tenéis que entrar dentro y seguid las marcas, las x en el suelo… la primera a la derecha, Allí esta Rodrigo, es fácil… ¿Luca, Jenny?

– Sí, Susana. Te recibo mucho mejor ahora. Fuerte y claro.

– Hay aire pero no dejéis los cascos atrás… Dónde esta Rodrigo hay vacío y…

Luca ajustó un comando y dijo:

– ¿Puedes repetir, Susana? De nuevo hay interferencias…

– … e… aquí… venid…

– Se ha cortado de nuevo -aceptó Luca al cabo de un rato.

– ¿Seguimos entonces?

– No, con esas indicaciones no llegaremos.

– ¿No?

– No, son demasiado vagas… eligiendo mal una sola vez en la bajada jamás encontraríamos la cueva.

– Entonces ¿Qué hacemos?

– Bueno… sólo queda una opción… pero no te va a gustar.

Jenny no dijo nada. No hacía falta espolear a Luca para que te dijese una verdad de las suyas.

– Tendremos que buscar el cadáver de Herbert. Con esa referencia tendremos menos posibilidades de perdernos. Murió un poco antes de que se cortase la comunicación. Tuvieron que encontrar la cueva sólo un poco más allá.

Efectivamente no le gustó la idea. Pero no había otro remedio. Estaba harta de Luca. En realidad -pensó apretando los dientes- de quién estaba harta era de un universo de tantos dilemas insolubles, tantas opciones negativas entre las que elegir sólo la menos mala.

Luca, manejando el radiogoniómetro, descendió buscando el radio faro que llevaba activo el traje de Herbert. Era una medida de seguridad para poder localizar a un astronauta en caso de accidente.

No tardaron mucho.

En una quebrada, apoyado en una piedra, había un cuerpo grande y blanco, ya manchado del polvo marciano.

Luca se acercó a él y lo contempló. Jenny mantuvo la distancia. Se sentía confusa; la visera no les dejaba ver la cara de Herbert, parecía que fuese a levantarse en cualquier momento, y ella sentía la necesidad de agacharse, de tomarle la mano y obligarle a seguir con ellos.

Duró poco, Luca se dio la vuelta y siguió caminando. Jenny le siguió.

– Con esa referencia ya es fácil, evidentemente es hacia abajo.

– Sí.

– ¿No tienes miedo Luca?

– ¿Miedo?

– A…

– Ya. La muerte y esas cosas… Bueno, el universo funciona así. No merece la pena lamentarse mucho. Desde que escuché la alarma supe que estamos muertos. Todo esto no es más que una excursión, un extra. Hay que disfrutarlo. ¿No te parece?

– A veces creo que eres más marciano que este paisaje.

Jenny miró el indicador de oxígeno. El símbolo del 02 parpadeaba. Tiempo de cambiar la botella. Pulsó el regulador para cambiar el flujo de una botella a otra. Todo el rato había sentido un rumor de fondo, mascullaba palabras, sólo cuando el sonido de su respiración se tranquilizó al pararse para efectuar el cambio de botella, advirtió que rezaba. Rezaba continuamente, todo el tiempo, paso a paso, en voz baja.

– Mira -escuchó decir a Luca.

Jenny se detuvo. Era un ventisquero, una zona de sombra que había atrapado nieve carbónica. Aquella era la referencia que Susana les había dado. Luca comenzó a mirar a derecha e izquierda, buscando el paso más lógico. Lo encontró casi en seguida. Subieron a la cueva cuando ya anochecía.

La explanada, extrañamente llana, mostraba claramente la entrada irregular de la cueva. Nada más entrar vieron las huellas, muy claras. Se miraron a través de las escafandras. Y luego comenzaron a bajar.

Enseguida descubrieron las señales en la pared y un poco más adelante… el túnel.

Загрузка...