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Al día siguiente se repitió el mismo proceso que habían contemplado en cada amanecer en el fondo del Valle.

Vieron como el Sol ascendía por el cielo limpio y transparente. Un azul que se transfiguraba en rojo, y este en amarillo anaranjado.

Y los grifos bulbosos y metálicos que aparecían por todas partes para soltar aquella bruma espesa y protectora.

Casi no habían hablado desde la noche, apenas podían mirarse a los ojos. Susana le había sugerido que visitase las ruinas, quizá él encontrase alguna utilidad en aquellas extrañas maquinarias. Luca se internó en una de las viviendas acompañado por Susana y Jenny. Contempló el anillo de momias y el grifo metálico brillando en el centro. Las esperanzas parecían no morir nunca.

– ¿Queréis decir que si me acuclillo frente a esa cosa, adoptando la posición de las momias…? -empezó a preguntar Luca.

– Sería una buena forma de suicidarte. Sí. -Le respondió Jenny con socarronería.

Luca apartó una de las momias e inició la acción de acuclillarse frente al grifo. Susana lo sujetó por un brazo y obligó al hombre a retroceder.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– Voy a probarlo.

– ¿El qué? ¿La muerte? Debemos suponer que esa cosa mató a todas estas criaturas.

– No quiero morir, Susana. Eso te lo aseguro.

– Entonces…

– Creo que puedo esquivarlo, como hicisteis vosotras. Y siento curiosidad por ver ese artilugio.

Jenny se retorció las manos. Quería salir de allí huir de Marte y sobre todo de Luca, regresar a la Tierra y dejarlo allí solo para que jugase a sus anchas con aquella abominación. Pero sabía que no podía.

– Es un juego muy peligroso, Luca. Yo tuve suerte, Susana me salvó, pero ¿quieres que calculemos las probabilidades de sobrevivir a ese dardo retráctil? No tenemos ni idea de cómo funciona.

Luca asintió y permaneció allí, meditando en silencio, la mano en la barbilla. Finalmente decidió algo.

– Apartaros un momento. Las dos.

Luca se colocó detrás de la momia que había retirado, y la empujó lentamente hacia su posición frente al grifo.

Jenny y Susana le miraron hacer en silencio. Luca gateaba tras la momia, empujándola centímetro a centímetro hacia el grifo metálico.

De repente, con total violencia, la lengua azul brillante brotó del grifo y se clavó en la boca carcomida de la momia desintegrándola en una nube de polvo.

Luca se quedó paralizado, estremeciéndose por el impacto que había hecho temblar todo el cuerpo reseco del cadáver marciano.

Jenny y Susana contemplaron atónitas aquella cosa. Era una especie de fleje de unos dos metros de longitud, que parecía haberse formado directamente del bulbo metálico para ir a clavarse en el cráneo momificado.

Durante unos segundos, el fleje brilló con un color azul iridisado, con ondas de tonos multicolores recorriéndolo arriba y abajo. Pero, de repente, se oscureció. Fue como si se marchitara, y empezó a replegarse con el mismo arrugamiento agónico que se vería en el cuerno de un caracol que hubiera tocado un grano de sal.

– ¿Lo habéis visto, lo habéis visto?

– Lo hemos visto Luca -dijo Jenny.

– Pero ¿qué significa? -preguntó Susana.

Luca Baglioni caminó alrededor de aquel asombroso bulbo metálico, pero se mantuvo en la distancia prudencial de más allá del círculo de momias.

– Mirad este lugar -dijo-. En lo que se ha convertido. Es evidente que siempre no fue así. Marte estuvo habitado hace millones de años. Una civilización creció sobre este mundo. Luego algo hizo que el planeta se enfriara, el aire se congeló o escapó al espacio… Quién sabe por qué… Los últimos supervivientes se concentraron en el fondo de los valles donde crearon enormes máquinas para mantener presión atmosférica y aire respirable. Y aquí aguantaron hasta el final… Eran demasiados pocos y este lugar demasiado pequeño para mantener una población… se extinguieron.

– ¿Por qué? -preguntó Susana-. Con toda esa tecnología…

– Quizá no lo sepamos nunca -dijo Luca Pero…

El ingeniero se rascó furiosamente la barba y mientras se retiraba a una distancia prudencial, siguió hablando:

– En una ocasión vi un documental muy interesante. Era de National Geographic… creo. -Luca adoptó una voz dramática antes de continuar-. Un caudaloso río africano, con una importante reserva de hipopótamos en sus aguas. Entonces se produjo un pequeño cambio en la proporción de lluvias en aquella región. Algo insignificante, pero a una estación seca siguió otra más seca aún…

«Y el río empezó a perder caudal.

«Conforme descendía el nivel de sus aguas, los hipopótamos se vieron obligados a vivir más y más juntos. Los límites territoriales entraron en conflicto y se produjeron muchos enfrentamientos entre aquellas bestias. Era impresionante. Recuerdo como peleaban con esos gigantescos colmillos y como siempre había algún hipopótamo cubierto de heridas y sangre por ahí.

«Pero el río se fue haciendo cada vez más pequeño, más estrecho.

«Finalmente apenas era una charca embarrada donde los pobres bichos se amontonaban lomo contra lomo. Ya no había luchas por el territorio ni fuerzas para pelear. Cada uno permanecía en su pequeña parcela húmeda, muriéndose de hambre y sin atreverse a salir a buscar comida, porque los huecos húmedos eran inmediatamente ocupados por otro hipopótamo desesperado.

«El final fue terrible y magnífico a la vez: Una inmensa montaña de carne en putrefacción sobre el cauce reseco y cuarteado de un antiguo río. Una demostración salvaje de cómo funciona este Universo».

– ¿Crees que algo así pudo pasar aquí? -preguntó Susana horrorizada.

– Mirad a vuestro alrededor y juzgad vosotras… -dijo Luca abriendo los brazos, como si quisiera abarcar todo cuanto le rodeaba-. Este lugar es como una montaña de cadáveres. Uno de los últimos rincones donde pudieron sobrevivir algunos habitantes de este mundo. Condenados, sin esperanzas. Esperando un final que ya debían saber inevitable.

– Es posible -meditó Jenny-. Pero, ¿qué crees que son esos bulbos metálicos entonces?

Luca se encogió de hombros y dijo:

– No lo sé, Jenny, no puedo saberlo todo. Sacrificios rituales, técnicas de exterminio masivo… religión… ¿Os habéis fijado que esa especie de arpón azul se clava directamente en el cerebro del marciano?

– Sí -dijo Susana-. Pensé en eso; es como la técnica de los antiguos egipcios para vaciar el cerebro a través de la nariz.

– ¿Un sistema de momificación automático? -preguntó Jenny-. Suena ridículo.

– Y sin duda lo es -añadió Luca- Un misterio para que alguien dedique una vida entera en descifrarlo, pero no nosotros, no.

– Yo he pensado mucho en esto -siguió diciendo Susana-. Para empezar, ¿por qué un laberinto? Creo que para los egipcios estos representaban el camino hacia el reino de los muertos Entrar en ellos significaba morir, pero sólo de forma simbólica porque, una vez superados, el espíritu del fallecido renacía en el mundo del Más Allá, perfectamente purificado… ¿Es posible que esto sea una tumba? ¿Por qué no? Parece exactamente eso… Las salas sin aire y los corredores sin salida serían trampas para los ladrones de tumbas, claro.

– ¿Egipcios…? Ridículo -dijo Luca, rechazando aquello con un gesto de la mano-. Nada de lo que sabemos sobre las civilizaciones que habitaron la Tierra puede tener aplicación aquí. ¿Quién sabe lo que puedan ser esas cosas? -Y, mientras hablaba, Luca empezó a recoger trozos de las momias y a cargarlas bajo el brazo-. Lo que sí te puedo decir es qué somos nosotros.

– ¿Qué?

– En aquel documental, en aquel último plano de la montaña de carne putrefacta, había un mensaje de alegría, de esperanza…

– ¿Sí?

– Sí. Para los gusanos. Un inmenso y delicioso festín para los gusanos, los buitres y las hienas. Todas las criaturas, por miserables que parezcan tienen su momento, su oportunidad. Y los restos de esta ciudad desolada pueden ser nuestra salvación. O no, pero no tenemos más recursos que estos cadáveres resecos. Aleluya.

Luca se agachó y comenzó a recolectar momias. Pesaban poco y ya tenía costumbre de apilarlas en paquetes que ataba con tiras de piel reseca.

Y salió de aquella habitación con su botín de huesos bajo el brazo.

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