Dani condujo por el camino de la entrada sin estar muy segura de lo que iba a encontrarse al final. ¿Una mansión? ¿Una caravana? Sonrió para sí y contuvo la respiración cuando giró y se descubrió frente a un edificio de dos plantas, todo madera y cristal. Tenía la forma de un castillo de cuento, lo cuál debería haberle resultado extraño, pero, en realidad, le hizo sentirse como si estuviera adentrándose en una de sus fantasías arquitectónicas de la infancia.
Había unos escalones de piedra que conducían a un porche muy amplio y amueblado con sillas y un columpio. Unos árboles de gran altura acariciaban el cielo mientras que la exuberancia del jardín aportaba una calidad de ensueño al lugar.
No era exactamente lo que esperaba, pensó mientras agarraba la botella de vino que había comprado y salía del coche. Pero la verdad era que no sabía qué esperar cuando Alex le había llamado y le había invitado a cenar. Por lo menos, hacía ya varios días que había dejado de perseguirle la prensa. No había tenido que emplear ningún método de James Bond para conducir hasta allí sin que nadie la siguiera.
Subió los escalones. La puerta se abrió antes de que hubiera tenido tiempo de llamar, y allí estaba Alex. Muy atractivo, por cierto. Hasta entonces, Dani sólo le había visto vestido con traje, de modo que encontrárselo con los vaqueros y la sudadera fue toda una sorpresa. Aunque ella apreciaba un buen traje tanto como cualquiera, tenía que decir que un hombre capaz de parecer tan atractivo con unos simples vaqueros tenía mucho de especial.
La tela de los vaqueros realzaba la estrechez de sus caderas y la longitud de sus piernas. Llevaba ligeramente arremangada la sudadera, dejando sus muñecas al descubierto, lo que le daba un aspecto increíblemente sexy. Era curioso que jamás se hubiera fijado Dani en aquella parte del cuerpo. Las muñecas no tenían nada de excitantes, excepto en el caso de Alex. Aunque seguramente el problema era el conjunto, y no solamente las muñecas.
– Hola -la saludó Alex mientras hacía un gesto con la mano para invitarla a entrar-, gracias por venir.
– Y gracias por pedirme que viniera. Una invitación interesante, aunque tengo que decir que también completamente inesperada.
– He tenido un día infernal. Necesitaba ver un rostro amable.
Unas palabras sencillas y dichas con absoluta naturalidad, pero que la golpearon con tanta fuerza que le dejaron sin respiración y le hicieron experimentar una curiosa debilidad en las rodillas.
¿De verdad era suyo el rostro familiar que quería ver? ¿No el de algún otro amigo o familiar? ¿Y tampoco el de su bellísima e irritante ex esposa?
– Tienes una casa magnífica. ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí?
– Unos cinco meses. La compré cuando terminó todo el proceso del divorcio. Quería silencio y tranquilidad y en este lugar he encontrado las dos cosas.
– Además, es un espacio ideal para traer a las damas.
Estaba decidida a mantener un tono ligero de conversación. Era la única manera de no perder la cordura. Un excelente plan que Alex hizo añicos en el instante en el que posó los labios sobre los suyos para besarla.
No hubo advertencia previa, ni petición alguna de permiso. Se limitó a apoderarse de su boca con un beso con el que tomaba y ofrecía al mismo tiempo.
Dani sentía su respiración cálida y ligeramente mentolada; su cuerpo duro en aquellas partes de su cuerpo en las que tenía que serlo. Alex le quitó la botella de la mano, la dejó sobre una mesa y le mordisqueó el labio inferior.
Tenía las manos educadamente posadas sobre su cintura. Cuando se inclinó hacia él, Dani deseó acariciar hasta el último rincón de su cuerpo. Quería gemir y retorcerse de placer, y le deseaba con tanta fuerza que ni siquiera podía pensar. Lo único que podía hacer era sentir.
Al parecer, Alex no podía leerle el pensamiento, o no estaba interesado en ella, porque retrocedió y la miró sonriente.
– Estás magnífica -le dijo.
– Gracias.
Había ido a casa de Alex directamente desde el trabajo, pero estaba más que dispuesta a aceptar el cumplido.
– Por cierto, no suelo traer damas a esta casa, como tú has dicho. Al margen de las mujeres de la familia, tú eres la primera a la que invito a cenar en mi casa.
¿De verdad? ¿En cinco meses no había estado con nadie? La idea la emocionó, antes de recordarse que el hecho de que no hubiera llevado a nadie a su casa no quería decir que no hubiera estado desnudo con una mujer en cualquier otro lugar. Le parecía muy poco probable que Alex hubiera permanecido célibe desde su divorcio.
– ¿Cómo encontraste esta casa? -le preguntó.
– Tuve suerte. Me llamaron de la agencia inmobiliaria para que viera la casa el mismo día que la pusieron a la venta. Iba con todas las de ganar y gané.
Exactamente. Al fin y al cabo, era un Canfield. Sus fuentes económicas no se limitaban al dinero que pudiera conseguir como abogado.
Alex la agarró de la mano y la condujo hacia una enorme habitación con paredes de cristal y unas puertas que conducían a un patio cerrado que debía de tener el mismo tamaño que la casa de Dani. A la derecha había una cocina enorme, a la izquierda, un televisor de tamaño gigante y montones de equipos electrónicos de esos que estaban destinados a hacer un hombre feliz.
La habitación estaba decorada en tonos tierra un tanto apagados, y el conjunto era muy agradable.
– Impresionante -le dijo Dani-. ¿La has decorado tú solo?
Alex se echó a reír mientras dejaba la botella de vino sobre el mostrador de granito
– No te lo puedes creer, ¿verdad? Lo cierto es que me ayudó mi madre, y también Julie, la hermana que me sigue en edad. Está en la Universidad de Washington, estudiando su segundo año de Psicología, pero tiene un ojo increíble para este tipo de cosas.
– ¿Y tú no?
– Soy un hombre.
Desde luego, y un representante excelente del resto del género.
Dani dejó el bolso en un taburete, delante del mostrador que separaba la cocina de la zona de estar de aquel enorme salón. Mientras Alex le servía el vino, ella olfateó delicadamente.
– No huelo a comida -bromeó-. ¿Debería preocuparme porque voy a pasar hambre?
– Está todo en la nevera. Lo único que tengo que hacer es calentarlo ¿Tienes hambre o puedes esperar un poco?
Dani le miró a los ojos. El problema no era la comida. A lo que no sabía si iba a poder esperar era a él.
Pero era peligroso, se dijo inmediatamente. Peligrosamente sexy. ¿Acaso no había aprendido ya la lección? ¿Sería una de esas mujeres condenadas a repetir siempre los mismos errores con los hombres?
– Puedo esperar -cuanto más, mejor.
Alex le tendió una copa de vino y la condujo al patio. El suelo era de piedra, de pizarra quizá. A un lado había una barbacoa enorme, un fregadero de obra y una nevera pequeña.
– Un sitio ideal para celebrar una gran fiesta -musitó Dani mientras Alex encendía una estufa de butano y señalaba un sofá de mimbre cubierto de cojines de aspecto mullido.
– Ése es el plan, en cuanto consiga tiempo para ello.
– Dicen que ésas han sido las últimas palabras de muchos. Tienes que darte tiempo para disfrutar de la vida, lo sé por experiencia propia.
Alex se sentó a su lado y se volvió hacia ella.
– ¿Tú lo haces?
– No tanto como debería. Mi excusa es que tengo un trabajo nuevo y estoy intentando aprender tan rápido como me sea posible. Por supuesto, tu excusa es que estas trabajando en la campaña a la presidencia del país de uno de los candidatos, así que supongo que tu respuesta vale más que la mía.
– Todo esto es una locura -admitió Alex-. Hoy he estado en una reunión rodeado de abogados, hablando de cómo ocuparnos de la denuncia que me han puesto por haber pegado a ese maldito periodista. Nunca había sido el tema de una reunión.
– Y supongo que no te ha gustado.
Alex la miró con expresión insondable.
– No es mi estilo. La cuestión es que me gustaría no estar involucrado en este asunto, pero lo estoy. Si al final esto hace fracasar la campaña…
Dani sacudió la cabeza.
– Lo siento, pero me temo que yo ya he pasado por eso. Tendrás que encontrar a otra para quejarte.
– Tú no tienes nada que ver con la campaña.
– Oh, por favor. Están controlando todos mis movimientos. De momento, parece que los estadounidenses están encantados con saber de mi existencia. Pero ¿qué pasará si cambian de opinión? ¿O si hago algo que no debería? La verdad es que no me considero la persona más adecuada para el papel que me ha tocado. Tengo un pasado.
Alex sonrió.
– No demasiado turbio, lo sé. Hice que te investigaran.
– Qué consuelo. ¿Así que no hay nada en mi vida que para ti represente un misterio?
– Conozco tu vida en general, no los detalles. Eso ya era algo.
– ¿Y te impresionaría que te dijera que los detalles son lo más jugoso?
– De hecho, ahora mismo estoy realmente impresionado.
Oh, Dios.
– Me alegro de saberlo -contestó Alex, y bebió un sorbo de vino.
Dejó su copa en una mesita que tenían frente a ellos.
– Dani, tienes que saber que a medida que la campaña vaya avanzando y tú comiences a convertirte en un personaje público, es posible que empieces a tener noticia de personas que pertenecen a tu pasado.
Dani se había quedado tan impresionada al oír las palabras «personaje público» asociadas a ella que casi se perdió la segunda parte de la frase.
– ¿Cómo quién?
– No sé, como Hugh, por ejemplo.
– ¿Quieres decir que es posible que me pida algo?
– A lo mejor quiere que vuelvas con él. Estar casado con la hija del presidente no está nada mal.
En la mente de Dani apareció en ese momento la imagen de Fiona, pero pensó rápidamente en otra cosa.
– Hugh no es tan estúpido -le dijo-. Sabe que todo ha terminado. No pienso perdonarle nunca que me engañara y, además, no quiero volver con él. Hace tiempo que terminé de lamentarme por el fracaso de mi matrimonio y decidí que quería continuar con mí vida.
– Pero procura ser consciente de que podría pasar.
Dani pensó en los últimos hombres que habían formado parte de su vida. Sabía que Gary nunca le molestaría, pero Ryan era suficientemente estúpido como para intentarlo.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Alex.
– En quién más podría aparecer.
– ¿Vas a dar nombres?
Hablaba sin ocultar su diversión, con un tono de voz tan increíblemente sexy que Dani habría sido capaz de confesar cualquier secreto de estado, o incluso de inventárselo si no supiera ninguno.
– Después de romper con Hugh, estuve saliendo con un tipo del Waterfront, uno de los restaurantes de mi familia.
– He comido alguna vez allí. Es muy bueno.
– Gracias. Contratamos a un director que es un chico encantador, divertido y además muy atractivo.
– Un canalla.
Dani se echó a reír.
– Pues la verdad es que sí. Tenía las palabras adecuadas para cada ocasión y yo decidí que podía ser el hombre que me ayudara a olvidar a mi ex marido.
– ¿Y lo fue?
– Eso y más. Justo cuando pensaba que estaba empezando a quererle de verdad, aparecieron su mujer y su hijo. Literalmente. Se presentaron un día en el restaurante.
– Vaya.
Alex la estaba mirando fijamente, pero ella no desvió la mirada. No tenía nada que ocultar. Todavía continuaba arrepintiéndose de haber sido tan estúpida, pero no guardaba ningún secreto.
– Lo que más me afectó, más que el engaño o la traición, fue lo que me dijo. No se le ocurrió otra cosa que decirme que sentía que tuviera que averiguarlo de esa forma. Fue increíble. ¿Cómo pretendía que lo averiguara? El caso es que estaba afectado y lamentaba que yo lo supiera, pero no se arrepentía en absoluto de haberme engañado.
– Algunos hombres son así.
– ¿Tú has engañado alguna vez a alguien?
– No.
Lo dijo con voz firme y serena y Dani le creyó.
– Me lo imaginaba -dejó la copa al lado de la de Dani-, así que en lo que respecta a mi relación con Ryan, fui una verdadera estúpida.
– ¿Por qué? ¿Cómo podías saber que iba a hacerte algo así?
– Podría haberle hecho más preguntas. Él estaba jugando conmigo, ¿no crees que debería haberme dado cuenta?
– Tú no juegas con la gente, ¿por qué ibas a esperar que lo hicieran otros?
– Tienes razón. Pero me sentí tan estúpida que me prometí no volver a salir nunca con ningún hombre.
– Pero lo hiciste.
– Sí. Con un chico que se llamaba Gary. Era un hombre callado y tan dulce que me hacía sentirme a salvo.
– ¿Te he comentado ya que era un canalla?
– No, ése era Ryan. Gary estaba muy lejos de ser un canalla. Me gustaba, pero no había ninguna química entre nosotros. Yo pensaba que eso podía ser bueno, que, al fin y al cabo, había sido la química lo que me había llevado a tener problemas con Ryan. Durante algún tiempo, llegué a pensar incluso que era gay.
Alex se echó a reír.
– No creo que eso sea algo que le guste escuchar a ningún hombre.
– Dímelo a mí. Aun así, él consiguió llevarlo todo con mucha elegancia y estilo y, cuando me pidió que saliera con él, le dije que sí.
Se interrumpió. No estaba muy segura de cómo llevar aquella conversación. Una cosa era contar algún secreto y otra muy diferente deleitarse en los detalles.
– ¿Y qué pasó?
Dani tomó aire.
– Un día entramos en un bonito restaurante de barrio que él conocía y no habíamos llegado a la barra cuando se acercó a nosotros una mujer y le llamó «padre».
Alex parecía confundido.
– ¿Y te enfadaste porque tenía hijos y no te lo había dicho?
– No, me quedé helada porque resulta que había sido sacerdote.
Alex se echó a reír y Dani le miró con los ojos entrecerrados.
– No tiene ninguna gracia -le advirtió.
– Claro que la tiene. Vamos, ¿un sacerdote? ¿Y eso fue en la primera cita?
– No, habíamos salido antes, pero no estoy segura de si él… bueno, ya sabes. No soy capaz de hablar de eso. Estoy segura de que eso le demostró mi falta de moral. El caso es que, en cuanto lo averigüé, comprendí que Dios me estaba mandando una señal. Se suponía que no debería estar con Gary, así que le dejé. Salí corriendo como el viento.
Alex volvió a reír y, en aquella ocasión, Dani se sumó a sus carcajadas.
– Casi lo siento por ese pobre tipo -admitió Alex.
– ¿Casi?
– No me gustaría que estuvieras con él.
Genial, pensó Dani mientras su mente comenzaba a conjurar todas las posibles maneras de terminar aquella frase: ¿porque eso significaría que en ese momento no estaría allí con él? Era a eso a lo que se refería, ¿verdad?
– Así que ésta ha sido mi lamentable vida amorosa durante estos años. Trágica, divertida y en absoluto parecida a lo que esperaba.
– Ha sido interesante -contestó Alex, alargando la mano hacia su copa-. Y mejor así que aburrida.
– Oh, no sé. Creo que es preferible aburrirse. Ahora ya conoces todos mis secretos, ¿no vas a contarme los tuyos?
La mirada de Alex se oscureció ligeramente.
– No ha habido nadie después de mi divorcio. Sólo unas cuantas citas que no me llevaron a ninguna parte.
¿Continuaría saliendo de vez en cuando con Fiona? ¿Seguiría viendo a su ex esposa?
– ¿Qué terminó con vuestro matrimonio? -le preguntó, consciente de que era una pregunta muy personal, pero imaginando que, de la misma manera que él le había preguntado, también tenía derecho a hacerlo ella.
– Me engañó -contestó Alex llanamente-. Entré en casa y la descubrí con un tipo. Ni siquiera sé quién es. No me molesté en averiguarlo.
Dani se le quedó mirando fijamente. No podía creer que Alex y ella tuvieran eso en común.
– Lo siento. Sé perfectamente lo que se siente. Yo también descubrí a Hugh. Fue así como me enteré.
– Lo estaban haciendo encima de la mesa del comedor.
– Hugh y su chica estaban en su despacho. Igualmente repugnante -sacudió la cabeza-. No soportaba sentirme traicionada. Si no hubiéramos empezado ya los trámites para el divorcio, le habría dejado.
– Eso fue lo que hice yo. En cuanto perdí la confianza en Fiona, decidí terminar. Ella quería arreglar las cosas, darle a nuestra relación una segunda oportunidad. Al igual que tu Ryan, sospecho que sólo se arrepentía de que la hubiera descubierto.
Dani contuvo la respiración.
– ¿Entonces no estás saliendo con ella?
– Por supuesto que no, ¿por qué lo preguntas?
– Hace poco me encontré con ella e insinuó que estabais retomando vuestra relación o, por lo menos, hablando de la posibilidad de hacerlo -también se lo había dicho Katherine, aunque Dani prefirió no decírselo.
– Ella es una de esas personas de las que te hablé -le dijo-. De esa clase de gente que disfruta estando cerca de los poderosos. Ahora está interesada en mí porque mi padre puede llegar a ser presidente.
– Es bueno saberlo. Gracias por decírmelo.
Apenas había luz en el jardín cubierto. En aquella oscuridad, los ojos de Dani parecían más negros que castaños. Aun así, Alex podía leer las infinitas emociones que cruzaban sus ojos, y la última era de evidente alivio.
¿Estaría preocupado por Fiona? Sólo el cielo sabía lo que aquella bruja podía haberle dicho. Fiona era capaz de todo para conseguir lo que quería. En otra época, él mismo había admirado su determinación, pero últimamente ya no podía decir lo mismo.
Dani era diferente. Había en ella una honestidad que él apreciaba. Parecía dejarse llevar por el corazón, algo que podía causarle muchos problemas si no tenía cuidado. Por supuesto, no con él; él no tenía ninguna intención de hacerle daño, aunque no le importaría llegar a conocerla mejor. Sobre todo si conocerla mejor implicaba estar los dos desnudos.
Su cuerpo entero se tensó ante las imágenes que recreaba su mente. Después de su ruptura con Fiona, había tenido un par de relaciones esporádicas, pero no habían significado nada para él. Tampoco creía estar buscando nada más estable, pero a lo mejor se equivocaba.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Dani-. Tienes una expresión muy extraña.
– En que has conseguido cambiar muchas cosas en muy poco tiempo.
Dani suspiró.
– Eso no es bueno, ¿verdad?
– ¿Por qué no? A lo mejor necesitábamos un cambio.
– Lo que necesita tu madre son unas vacaciones -dijo Dani-. Me duele mucho que todo esto le esté afectando. No debe de ser fácil para ella enfrentarse a todo lo que está pasando. Es una mujer fabulosa. Cuando sea mayor, quiero ser como ella.
– Ya eres mayor.
– No digas eso, porque entonces no podré tenerla como objetivo.
A Alex le gustó que Dani respetara a Katherine y que fuera consciente de lo dura que era aquella situación para su madre.
Pero no quería pasarse la noche hablando de ella.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó-. ¿Quieres que empiece a prepararte la cena?
Dani se levantó.
– ¿Te refieres a calentarla?
– A lo que haga falta.
– Claro.
Dani regresó a la cocina, dejó la copa en el mostrador, giró y chocó contra Alex.
Alex alzó la mano en la que tenía su propia copa para evitar que se cayera. Dani también alargó la mano hacia ella, pero en vez de en la copa, su mano terminó en el pecho de Alex.
El deseo le golpeó con la sutileza de una bomba. Era una fuerza que le consumía, que le excitaba y amenazaba la capacidad de autocontrol que había desarrollado durante los últimos treinta años. Dani abrió los ojos como platos y contuvo la respiración con un gesto que le indujo a pensar a Alex que estaba sintiendo lo mismo que él.
– Sé lo que estás pensando -dijo mientras colocaba la copa al lado de la de Dani. Le agarró la mano que estaba posando en su pecho-. Crees que te he hecho venir aquí para poder acercarme a ti. Pero ¿sabes? En realidad hay una cena.
Una cena que podían posponer cuanto quisieran.
– Sí, lo de la cena no está mal -farfulló Dani-. Pero tú también me interesas. Eres un hombre atractivo y bueno.
¿Atractivo? ¿Bueno? Alex dejó caer la mano. Genial. Así que la pasión con la que creía haberla visto reaccionar sólo había sido producto de su imaginación.
Pero ¿y sus besos? Era evidente que estaba excitada. Había sentido su interés. Se negaba a creer que la química fuera sólo por su parte.
– No es que no quiera… acercarme a ti -continuó diciendo Dani-. Por supuesto, la tentación es muy grande. Pero está todo el asunto familiar. El potencial escándalo. Por no hablar de mi pasado. He aprendido a ser cautelosa. No tengo mucha suerte en las relaciones.
– ¿Me estás comparando con dos canallas y un sacerdote?
– Ex sacerdote, y no los estoy comparando contigo. Es sólo que no quiero volver a cometer un error. Sé que es injusto y que estás pagando tú por mis errores, pero ésa es la situación. Estoy empezando a pensar que la única manera en la que podría llegar a sentirme a salvo con un tipo otra vez sería teniendo yo el control absoluto de la situación. Y probablemente tendría que atarle primero.
Alex se inclinó contra el mostrador y asintió lentamente.
– Nunca lo he hecho, pero estoy abierto a esa posibilidad.
La cena estaba deliciosa. Un pollo bien especiado con puré de patatas y verduras. Dani no sabía de dónde lo había sacado Alex, pero quería el teléfono del restaurante. Aunque la verdad era que no había podido comer mucho. Continuaba en estado de shock. Primero por la condición que ella misma había puesto para acostarse con Alex y segundo porque Alex no había salido corriendo ante aquella posibilidad.
Dani sabía que aquel hombre podía ser peligroso para ella. Pero tenía la sensación de que le iba a resultar muy difícil quitárselo de la cabeza.
Después de cenar, fueron a sentarse al sofá del salón. La luz era tenue, la música seductora y el hombre irresistible. Humm, podría llegar a tener un serio problema en aquel ambiente, pensó Dani. Así que, ¿qué pensaba hacer al respecto?
Antes de que hubiera podido tomar una decisión, madura o no, Alex posó la mano en su cuello. Fue un contacto muy ligero, apenas le rozó la piel. Pero se le puso toda la carne de gallina y se descubrió deseando cambiar de postura para poder restregarse contra él.
Se volvió hacia Alex y vio que estaba más cerca de lo que pensaba. Suficientemente cerca como para que inclinarse hacia él y besarle tuviera todo el sentido del mundo.
Su boca era una combinación imposible de suavidad y firmeza. Era una boca perfecta para ser besada, y quizá para otras muchas cosas, pensó, imaginando cómo se sentiría al sentir la presión de sus labios en el resto de su cuerpo.
Alex posó la mano en su cuello y hundió los dedos en su pelo. Posó la otra mano en su cintura. Una vez más, fue una caricia delicada, en absoluto demandante. Sólo tentadora, muy tentadora.
Dani se estiró para acercarse a él, consciente de que, seguramente, ésas eran las intenciones de Alex. Hacerle desear hasta tal punto que pareciera ser ella la que tomaba las riendas de la situación. Definitivamente, era un hombre muy inteligente.
A pesar de la delicadeza del inicio de su beso, Dani retrocedió.
– Alex, yo… -Alex la miró a los ojos y vio arder el fuego en ellos. Un fuego ardiente que le hizo desear ser devorado por sus llamas-, en realidad quiero hacerlo.
– Estupendo, porque yo también.
– Pero hay ciertas complicaciones.
– Tengo preservativos.
– ¿Qué? No me refería a eso, aunque te agradezco que estés dispuesto a utilizarlos. Me refería a nosotros. A quiénes somos. Al hecho de que nuestras vidas estén interrelacionadas de esta forma. A mi terrible pasado.
Alex le sonrió y volvió a besarla otra vez.
– Estoy totalmente abierto a tus condiciones.
Dani tardó varios segundos en comprenderle.
– ¿A mis condiciones? -soltó un gritito de sorpresa-. A lo de atarte, ¿estás diciendo que quieres que te ate?
– Has sido tú la que lo ha propuesto.
– Si descubro que tienes unas esposas de terciopelo en tu mesilla de noche, salgo corriendo ahora mismo de aquí.
– Esposas no -contestó Alex, y volvió a besarla-. Pero tengo unas ataduras preciosas. De seda.
Sus bromas eran casi tan estimulantes como su boca. Dani se entregó a otro beso, dejando que el deseo la envolviera y derritiera en su calor el poco sentido común que le quedaba.
Eran muchas las cosas de Alex que le gustaban, y no había ninguna que no lo hiciera. Era soltero, divertido, estaba abierto a experiencias nuevas e interesado en ella. Le preocupaba su familia, actuaba de forma correcta, respetaba las promesas que hacía y no había engañado a su esposa. Además, no había sido sacerdote. Todo eran cosas a su favor.
Alex la envolvió con sus brazos y la estrechó contra él. Ella se dejó abrazar, disfrutando al sentir la dureza de su cuerpo contra el suyo. Le rodeó el cuello con los brazos y le besó, entreabriendo los labios y dejando que lo tomara todo de ella.
Dejó que su cuerpo se rindiera por completo, que se recreara en la diferencia que un hombre llevaba a la mesa… o la cama. Le gustaba sentir su musculatura plana y su creciente excitación. Y le gustaba sentir cómo se ablandaba y se humedecía su propio cuerpo en respuesta. Le gustaba imaginar lo que sería hacer el amor con él.
Alex deslizaba la lengua sobre la suya, explorando, presionando, tomando. Después, se alejó de su boca y comenzó a cubrir de besos su barbilla. La mordisqueaba, la lamía, haciéndole jadear de placer. Avanzó después hasta su cuello, deteniéndose unos segundos en el lóbulo de su oreja. Cuando continuó descendiendo a lo largo del escote de su jersey, Dani se descubrió pensando que debería haberse puesto algo mucho más escotado.
Alex cambió de postura para poder estirarse en el sofá y colocar a Dani sobre él. Aquella postura le dio a Dani la sensación de ser ella la que tenía las riendas de la situación, una sensación que le gustaba.
– Hace calor aquí -musitó Alex mientras comenzaba a tirar de su jersey-, debes de estar muy caliente.
– En más de un sentido -bromeó ella.
Colaboró con él mientras se quitaba el jersey y se inclinó después para besarle mientras Alex deslizaba las manos por su espalda.
Las caricias de Alex sobre su piel parecieron encender un fuego en su interior; él las deslizaba desde su trasero hasta su espalda, invitándola a restregarse contra él.
Había demasiadas capas de ropa entre ellos para poder sentir con plenitud, pero la presión de la erección de Alex contra su sexo húmedo multiplicó la intensidad de su deseo.
Alex llevó las manos a su cintura y las subió después para desabrocharle el sujetador. Dani se lo quitó y se inclinó sobre Alex, dejando sus senos al descubierto.
– Menuda vista -musitó Alex mientras posaba las manos sobre sus senos.
Se movía lentamente, descubriendo sus curvas, provocándola, acercándose a sus pezones y rodeándolos sin tocarlos en ningún momento de verdad. Dani gemía de anticipación, pero en vez de acariciarla con los dedos, Alex se apoderó de uno de los pezones con la boca.
Succionó con delicadeza, sólo lo suficiente como para que Dani sintiera la conexión entre aquella zona erógena y la que se ocultaba entre sus piernas. Continuaba acariciándole el otro seno con la mano, provocando una sensación muy agradable, aunque no tan intensa como la de sus labios. El deseo crecía dentro de Dani y comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás contra su excitación, en un intento de ir aliviando su propia tensión.
Alex se dedicó entonces al otro seno, que succionó, lamió y mordisqueó hasta dejar a Dani sin aliento.
Más, pensaba Dani desesperada, necesitaba más.
– Alex…
Alex abrió los ojos, la miró y dijo:
– Creo que deberíamos cambiar el escenario de la fiesta.
Dani asintió y se puso de pie. Iba medio desnuda, pero apenas era consciente. Lo único que le importaba era que Alex parecía incapaz de apartar la mirada de ella.
Los dos se quitaron los zapatos, Alex le dio la mano y la condujo a lo largo del pasillo. Cuando llegaron al dormitorio, Alex tomó un mando a distancia y encendió una chimenea de gas.
Las llamas bastaron para iluminar el dormitorio. Los muebles grandes y de líneas muy masculinas y la cama enorme. Alex estrechó a Dani contra él y, a partir de aquel momento, lo único que le importó a ella fue el placer que sabía iban a darse el uno al otro.
Alex se quitó la sudadera y volvió a abrazarla. Piel contra piel, pensó Dani con un suspiro; por fin había llegado el momento de la verdad.
Alex le desabrochó los pantalones y se los bajó, aprovechando el mismo movimiento para quitarle las bragas. Continuaron besándose después; Dani salió de los pantalones e intentó retroceder, pero las piernas no parecían funcionarle como debían, probablemente porque Alex había deslizado la mano entre ellas.
«Tienes que llegar a la cama», se decía Dani. Sabía que allí todo sería mucho mejor. Pero le resultaba extremadamente difícil pensar en nada mientras Alex continuaba moviendo la mano hacia arriba y hacia abajo sobre el centro de su feminidad.
Alex continuó explorando su cuerpo y, cuando encontró el rincón mágico del placer, continuó acariciándola con movimientos rítmicos. Dani gimió y le mordisqueó el labio inferior.
– Me estás volviendo loca -susurró.
– Esa era precisamente mi intención.
Pero la soltó durante el tiempo suficiente como para que pudiera apartar las sábanas y sentarse en la cama. Dani se quitó entonces los calcetines y se tumbó sobre las sábanas frías.
Alex también tuvo que prepararse para el encuentro, pero terminó de desnudarse en unas décimas de segundo y se reunió con ella.
– ¿Por dónde íbamos? -le preguntó antes de abrazarla.
Dani se entregó a su abrazo, excitada, pero, al mismo tiempo, infinitamente más tranquila de lo que jamás habría creído posible. Estaba haciendo el amor con Alex y no tenía miedo, ni aprensión alguna. ¿A qué se debería?
En cualquier caso, era una pregunta estúpida, pensó mientras Alex le acariciaba los senos. Lo único que importaba en aquel momento era lo que aquel hombre era capaz de hacerle sentir.
Alex le hizo tumbarse de espaldas y comenzó a besar su cuerpo. Dani cerró los ojos y se dejó acariciar, tensándose y relajándose mientras Alex deslizaba la lengua por su vientre, sus caderas y sus muslos para abrirse después paso entre los rizos húmedos que ocultaban su sexo.
La caricia de su lengua era cálida, segura, la acariciaba con la presión suficiente como para hacerle quedarse sin respiración. Alex se movía lentamente, exploraba su cuerpo a conciencia, deteniéndose de vez en cuando hasta hacerle desear gritar de placer, y continuando después a un ritmo más rápido.
Le hacía el amor como un hombre que disfrutaba de lo que estaba haciendo.
El placer la abrasaba. Mientras Alex continuaba besando y acariciando aquel rincón tan íntimo, Dani alzaba las caderas, urgiéndole a continuar.
Más, pensaba a través del velo de la pasión. Necesitaba más. Pero Alex no parecía tener ninguna prisa por terminar su tarea. Continuaba tentándola con la lengua, sin aumentar apenas la velocidad de su beso. Dani tensó los músculos anticipando un orgasmo que todavía parecía lejos de llegar. Quería liberarse, llegar al placer final, pero todavía no había llegado el momento.
Alex continuó y continuó, volviéndola loca en el mejor de los sentidos. Dani sentía la piel tensa y sensible; los pechos los tenía tan henchidos que casi le dolían. Poco a poco iba acercándose al precipicio del orgasmo. Estaba tan cerca que parecía inevitable caer, pero aun así, continuaba allí, al borde mismo del precipicio, desesperada por dar el salto.
– Alex -susurró. «¡Haz algo», pensó.
Pero no lo dijo. Aquel viaje estaba siendo demasiado exquisito para interrumpirlo.
Alex cambió ligeramente de postura y Dani le sintió deslizar un dedo en su interior. Al mismo tiempo, succionó el centro de su feminidad y lo acarició con la lengua.
El orgasmo fue como una explosión. En cuestión de segundos, Dani pasó del máximo nivel de expectación al más absoluto de los placeres. Su cuerpo fue arrastrado por unas sensaciones tan intensas que pensó que jamás iba a poder regresar al mundo real.
Gritaba, jadeaba para poder respirar y se retorcía bajo sus caricias mientras él continuaba acariciándola, haciéndole disfrutar de hasta la última gota de placer.
Dani no podía moverse. Seguramente, no podría volver a moverse en toda su vida, lo cual no estaba nada mal. No si eso le permitía experimentar algo parecido por segunda vez.
Alex se puso de rodillas y alargó la mano hacia un preservativo. En cuanto terminó de ponérselo, comenzó a hundirse con mucho cuidado dentro de ella, llenándola y haciéndole estremecerse. A continuación, deslizó la mano entre ellos y la acarició lentamente.
Dani abrió la boca para decirle que no tenía por qué molestarse. Que ella ya había disfrutado más que suficiente. Además, estaba demasiado sensible.
Pero hubo algo en la delicadeza del roce de sus dedos que le resultó sorprendentemente erótico, y antes de que hubiera podido pronunciar aquellas palabras, se descubrió a sí misma expectante y dispuesta a recibir nuevos placeres.
Alex continuó así durante varios minutos, ligeramente hundido en ella y acariciándola muy lentamente. Apenas se movía, pero había suficiente fricción entre sus cuerpos como para atrapar toda la atención de Dani. Adelante y atrás, hacia atrás y hacia delante. Y volvió querer más.
De modo que cuando Alex se hundía en ella, intentaba arrastrarle hacia lo más profundo de sí. Veía dilatarse las pupilas de Alex, veía cómo todo su cuerpo se tensaba mientras continuaba acariciándola.
Dani le sonrió.
– Esto está mucho mejor.
– Quiero que vuelvas a alcanzar el orgasmo. Si acabo demasiado pronto…
Pero Dani estaba ya a medio camino.
– Creo que podremos hacerlo a la vez -todavía estaba muy sensible después del primer orgasmo y, si Alex continuaba presionando, no tardaría mucho en alcanzar un segundo-. Quiero sentirte dentro de verdad -le advirtió-. Deja de jugar.
Alex se puso entonces de rodillas, la miró a los ojos y decidió obedecer. La llenó tan rápido y con tanta intensidad que hasta la última de las terminales nerviosas de Dani reaccionó a aquel contacto. La sensación de estar siendo penetrada por Alex no podía ser más excitante. Le rodeó la cintura con las piernas, intentando acercarle a ella todo lo posible. Alex bajó la cabeza y la besó.
La presión continuaba creciendo dentro de ella. Las embestidas eran cada vez más intensas y la acercaban peligrosamente al final. Dani intentaba contenerse, disfrutar de lo que estaba sintiendo durante el mayor tiempo posible. Notó entonces que Alex se tensaba e interrumpía el beso.
– No puedo aguantar más -dijo entre dientes.
– Estupendo.
Empujó una vez más y Dani gimió; y le bastó sentir que Alex se estremecía para llegar al borde del orgasmo. Se abrazó a él mientras una nueva oleada de placer la envolvía. Jadeó y podría haber gritado incluso. Sinceramente, no le hubiera importado en absoluto. Aquel hombre se merecía un grito o dos como recompensa después de lo que había hecho.
Segundos, o quizá minutos después, Alex se tumbó a su lado en la cama. Le acarició la cara, le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y la besó. Después, se echó a reír.
– ¿Qué pasa? -le preguntó Dani.
– Se me ha olvidado que tenías que atarme. ¿No te acuerdas? Se suponía que eso tenía que hacerte sentirte más segura y a salvo.
Ah, sí. Dani recordó entonces lo preocupada que estaba porque no se atrevía a confiar en otro hombre.
– Supongo que podemos dejarlo pasar.
El humor brillaba en la mirada de Alex.
– Pero yo estaba deseando probar algo nuevo.
– Lo dejaremos para la próxima vez -le prometió, preguntándose si Alex estaría realmente tan asombrado como parecía y tan ilusionado como ella ante la posibilidad de que pudieran volver a disfrutar de una velada como aquélla.
Dani imaginaba que había vuelto a recuperar la respiración cerca de la una de la mañana. Habían dejado el fuego encendido, dando a la habitación un agradable resplandor anaranjado. Continuaba en la cama, acurrucada contra él y apoyando la cabeza en su pecho.
– ¿Estás bien? -le preguntó Alex mientras le acariciaba la espalda-. Estás muy callada.
– Estoy deleitándome en mi satisfacción.
– Eso es bueno.
– Más que bueno -contestó Dani, recordando cómo la había hecho temblar, estremecerse y gritar.
– Para mí también,
Así que podía añadir la química a la lista, pensó Dani. Aunque quizá debería apuntar las complicaciones que podían derivarse de esa química en el lado negativo.
– Si alguien se entera… -comenzó a decir.
Alex se echó a reír.
– Dímelo a mí. Desde luego, sería una información muy interesante.
– Pero a mí no van a sacarme nada.
Alex la miró. Se inclinó después hacia ella y le dio un beso en la punta de la nariz.
– No hace falta que me digas eso, Dani. Confío en ti.
Dani sintió una nueva oleada de calor en su interior, pero en aquella ocasión no tuvo nada que ver con la tensión sexual: estaba directamente relacionada con lo que sentía hacia ese hombre. Porque, teniendo en cuenta cuál había sido su pasado, sabía que no confiaba fácilmente en nadie.
– Me alegro. A lo mejor podríamos…
El sonido inconfundible de un teléfono la interrumpió. Dani alzó la cabeza.
– Es mi móvil.
Era tarde. Una llamada a aquellas horas no podía significar nada bueno.
Dani saltó desnuda de la cama, agarró lo que le pareció una camisa de Alex y fue corriendo al salón a buscar su bolso.
– ¿Diga? -contestó en cuanto sacó el teléfono del bolso-. ¿Qué pasa?
– Dani, soy Kristie.
Dani se quedó helada. Kristie era la enfermera que se quedaba con Gloria por las noches.
– ¿Qué ha pasado?
– Tu abuela se ha desmayado. He llamado a urgencias y han llegado ya los paramédicos. Se la están llevando al hospital. Respira perfectamente y las constantes vitales están bien. No creo que sea otro ataque al corazón, pero no estoy segura.
Dani sintió que la habitación comenzaba a girar.
Casi inmediatamente, apareció Alex a su lado, urgiéndola a sentarse en el sofá.
– Muy bien -contestó Dani, intentando no dejarse llevar por el pánico.
¿Y si Kristie estaba equivocada? ¿Y si Gloria había sufrido otro ataque al corazón? Dani no podría soportar perderla, y menos en un momento como aquél, cuando acababan de reencontrarse después de tantos años de distanciamiento.
– Ahora mismo voy para el hospital -dijo Dani-. Gracias por la llamada.
– De nada. Llamaré a tus hermanos desde la ambulancia.
Dani colgó el teléfono.
– Mi abuela se ha desmayado -le explicó-. En este momento la están llevando al hospital. Tengo que ir a verla.
– Iré contigo.
No había nada que a Dani le apeteciera más que poder apoyarse en Alex, pero antes de mostrar su acuerdo, recordó quién era, quién era su familia y lo interesada que estaba la prensa en él.
– No puedes -le advirtió-. ¿Y si te descubre la prensa?
Alex hizo una mueca con la que parecía estar diciéndole que le importaba un bledo lo que pudiera decir la prensa, pero la verdad era que los dos tenían que tenerla en cuenta.
– Llámame -le pidió-. Cuéntame exactamente lo que ha pasado.
– Lo haré.
Cinco minutos después, estaba vestida. Alex la llevó hasta el coche, enmarcó su rostro entre las manos y la besó.
– Si me necesitas, allí estaré.
Dani le creyó a pies juntillas.
– Mis hermanos también estarán en el hospital, no estaré sola. En cuanto tenga alguna noticia, te llamaré.
Alex retrocedió, Dani se metió en el coche y puso el motor en marcha.
Mientras se alejaba por el camino de la casa, iba preocupada por Gloria, pero, al mismo tiempo, feliz por la noche que había pasado con Alex. Eran sentimientos encontrados que parecían estar luchando por dominarla. Al final, la preocupación por su abuela ganó.
Estaba tan concentrada pensando en lo que podía pasarle a su abuela que no prestó ninguna atención al extraño movimiento que se produjo al final del camino. Era ya demasiado tarde cuando se volvió y vio tanto a los coches como a las personas que había a su alrededor, todas ellas con cámaras fotográficas.
Se separaron para que pudiera pasar, pero aun así, tuvo que aminorar la velocidad de tal manera que pudieron fotografiarla y hacerle todo tipo de preguntas sobre el hecho de que hubiera pasado la noche con el hijo del senador.