Capítulo 19

– ¡Katherine! No esperaba verte hoy -Mark se levantó y rodeó su escritorio-. ¿Ha ocurrido algo? ¿Bailey ha…?

– No, Bailey está bien -contestó Katherine mientras su marido le daba un beso en la mejilla.

Siempre parecía alegrarse de verla; otro motivo más para quererle.

Mark le rodeó la cintura con los brazos.

– Últimamente he estado muy ocupado -le dijo Mark mientras le acariciaba la espalda-. Entre el tiempo que paso en las oficinas y los viajes a Washington casi no te veo. Te he echado mucho de menos.

Las caricias de Mark bastaron para activar todas sus terminales nerviosas.

– Yo también te he echado de menos -respondió Katherine-. Pero sabíamos que esto sería así si decidías optar a la presidencia.

– Es el precio de la gloria.

Mark se inclinó para volver a besarla. Fue un beso tierno, pero tan cargado de sensualidad que Katherine estuvo a punto de derretirse. Sólo Mark, pensó, era capaz de provocarle esa sensación. Siempre Mark. Lo amaba más de lo que parecía posible. Tanto que hasta se sentía en secreto culpable por quererle más que a sus hijos. Pero eso no le impedía reconocer sus defectos.

Tomó aire y se apartó de él.

– Tenemos que hablar.

Mark posó la mano en su trasero y presionó suavemente.

– ¿Podemos hacerlo desnudos?

Katherine se echó a reír.

– Podría entrar cualquiera de tus colaboradores, ¿de verdad te apetece que te vean haciendo el amor con tu esposa?

– ¿Por qué no? -preguntó Mark. Se enderezó mientras hablaba, tomó la mano de Katherine y la posó sobre su erección-. ¿Qué le digo entonces a este tipo?

– Que le veré esta noche.

– Me parece una respuesta justa -la condujo hasta el sofá que había al lado de la pared-. ¿De qué quieres que hablemos entonces?

Katherine clavó la mirada en el hombre al que amaba, fijándose atentamente en todos aquellos rasgos tan familiares. Todavía recordaba la primera vez que le había visto. Su rostro le había llamado la atención en una habitación abarrotada de gente e inmediatamente había sabido que nada volvería a ser igual.

– ¿Qué habría pasado si Marsha no hubiera decidido poner punto y final a vuestra relación? -preguntó de pronto, iniciando una conversación que no era cómoda para ninguno de los dos-. Si hubieras seguido con ella cuando fui a buscarte, ¿la habrías dejado por mí? Porque habrías tenido que tomar una decisión.

Pensaba que Mark podía enfadarse por aquella pregunta, pero lo que hizo su marido fue acercarse a ella y acariciarle la cabeza.

– No nos hagas esto -dijo con voz queda-. No hay respuesta, Katherine. Ya lo sabes. Es una situación que no se dio y lo que pueda decir ahora no tiene ningún valor. Siempre creerás lo que quieras creer.

Tenía razón, por supuesto. Mark la conocía mejor que nadie.

– Ella te dio algo que yo nunca he podido darte.

– Estás hablando de un hijo. Tú me has dado muchos hijos. Ocho exactamente. Pero, aunque pueda parecerte un egoísta, lo más importante para mí es que me has permitido ser yo. Yo soy el hombre que soy gracias a ti. Es posible que eso no signifique mucho para nadie, pero sé que soy mejor persona gracias a haberte amado durante todos estos años. Tú eres lo mejor de mí, Katherine, siempre lo has sido. Me ves cegada por el amor y vivo intentando estar a la altura de tus expectativas.

Aquellas palabras le llegaron hasta lo más hondo de su corazón. Se sentía de pronto expuesta e inmensamente agradecida.

– ¿De verdad?

– Sí. Nunca se puede elegir de verdad. La vida ha ido transcurriendo día a día y ahora mira lo que tengo. ¿Habría elegido a Marsha? No lo sé, desde luego, no puedo arrepentirme de haber tenido a Dani, pero jamás la cambiaría por ninguno de nuestros hijos. ¿A quién tendría que renunciar? ¿A Julie? ¿A Alex? ¿A Oliver? ¿Qué sonrisa tendría que dejar de ver? ¿La de Bailey? ¿La de Sarah? Ellos también son mis hijos. No puedo vivir sin ninguno de ellos. Ni sin ti. Tú siempre has sido lo más profundo de mí, Katherine. Y te amo.

Mark siempre había sido muy hábil con las palabras, pero en aquella ocasión, Katherine le creyó. Creyó lo que le estaba diciendo. Sus palabras fueron un bálsamo para ella, sanaron sus heridas y le dieron la certeza de que no se había equivocado al amar a Mark.

– Tú eres la luz de mi vida. Sin ti estaría perdido -le confesó Mark, y la besó.

Katherine le devolvió el beso, poniendo en sus labios toda la pasión que le embargaba en aquel momento.

Mark se echó a reír.

– Eh, ahora me estás causando problemas a propósito.

– Quizá tengas razón -le acarició la cara-. Pero es porque creo que dentro de muy poco vas a estar muy enfadado conmigo.

– ¿Por qué?

– Por lo que voy a decirte. Por lo que estoy a punto de pedirte.

Mark cambió inmediatamente de humor.

– Tú nunca me has pedido nada.

– Lo sé -y era algo de lo que se enorgullecía. Sabía que era absurdo, pero no podía evitarlo. Tomó aire-. Alex quiere dejar la campaña. No tiene madera de político. No quiere desilusionarte, pero ya no puede continuar a tu lado.

Mark se echó hacia atrás y soltó una maldición.

– Le necesito. Es muy bueno en su trabajo.

– Dani quiere irse de Seattle. Se siente responsable de lo que le pasó a Bailey y de la bajada que has sufrido en las encuestas. Lo único que ella quería era encontrar a su familia y ahora cree que nos ha destrozado la vida y que la mejor manera de arreglar las cosas es marchándose.

Mark la miró con expresión interrogante.

– ¿Y tú qué crees?

Katherine le tomó las manos.

– Creo que eres el único hombre al que he querido y al que querré. Que por ti haría cualquier cosa. Estaría dispuesta a morir por ti, Mark, lo sabes. Pero creo que ya no puedes continuar con esto. El precio a pagar está siendo demasiado alto. Ya es hora de que renuncies a tu sueño.

Mark palideció. Pareció encogerse, sobrecogido por una inesperada decepción. A Katherine le dolía casi físicamente haber pronunciado aquellas palabras y habría dado cualquier cosa por dar marcha atrás, pero no podía. Había otras muchas vidas en juego. Podía estar dispuesta a morir por su marido, pero no a hacer sufrir a aquéllos que amaba.

Se preparó para una discusión, para la furia y la dureza de las inminentes acusaciones de Mark. Sabía lo mucho que deseaba dejar su huella en el mundo. Pero, sorprendido por la firmeza de su esposa, Mark le apretó la mano y susurró:

– Si eso es lo que quieres…

– ¿Qué?

Mark sonrió.

– Confío en ti, Katherine. Siempre he confiado en ti. No me pedirías una cosa así por simple capricho. Sabes lo que esto significa para mí y a lo que tendré que renunciar. Pero soy consciente de que hay cosas más importantes. Tendré que escribir un comunicado y hacer una aparición ante la prensa. Haré la típica declaración de que quiero pasar más tiempo con mi familia. Curiosamente, esta vez será verdad.

¿En serio? ¿No pensaba oponerse?

– ¿Así, sin más?

Mark la besó.

– Sí, así sin más. Katherine, te quiero. Algún día tendrás que empezar a creértelo.

Katherine tomó aire y corrió a sus brazos. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

– Gracias.

– No, no me des las gracias. Has sido una mujer maravillosa. Yo apenas he tenido que hacer nada para que nuestra relación funcionara -le acarició lentamente la espalda-. ¿Y si te dijera que la puerta de mi despacho tiene cerrojo?

Katherine siempre había llevado un gran peso por dentro, la pesada carga de ser la única enamorada de su relación. Pero, por primera vez después de tantos años, aquel peso había desaparecido. Se sentía ligera, feliz, llena de posibilidades.

– Te diría que echaras el cerrojo y comenzaras a desnudarte.


Alex se sentó a la mesa en el bar Downtown Sports. Había estado allí unas cuantas veces, pero entonces para él sólo era un lugar en el que encontrarse con los amigos. En aquel momento, sin embargo, era consciente de que formaba parte del imperio Buchanan, era un lugar importante para Dani y, por lo tanto, importante para él.

Una camarera rubia se acercó a tomarle nota.

– Hola, ¿qué quiere tomar?

Alex apenas la miró.

– Una cerveza. Y cualquier cosa de comer.

– Claro -se inclinó hacia él, ofreciéndole una vista de su escotada camiseta y de los senos que apenas alcanzaba a cubrir-. ¿Cualquier cosa? Mi turno termina dentro de media hora. Si quieres, podemos ir a hablar a cualquier otra parte.

Alex la miró a la cara. Era bastante atractiva, parecía agradable y no había ninguna duda sobre lo que le estaba ofreciendo. Sin embargo, no estaba en absoluto interesado.

– No, gracias.

– ¿Estás seguro?

– Completamente.

La camarera se enderezó, dio media vuelta y alzó el pulgar.

– Lo dice en serio. No está interesado. Genial. Dani es una chica con suerte.

– Gracias, Heather -dijo Reid Buchanan mientras se acercaba a la mesa y le sonreía a Alex con pesar-. Hola, Dani es mi hermana. Sólo estaba comprobando algo.

A Alex le entraron ganas de darle un buen puñetazo. Por supuesto, no lo haría. Aunque le fastidiaba que le pusieran a prueba, sabía que él habría hecho exactamente lo mismo por cualquiera de sus hermanas.

– No pasa nada -dijo Alex-. No tengo miedo de que me pongan a prueba. Quiero a Dani. Quiero casarme con ella.

Reid se sentó.

– Una vez que has dejado eso claro, ¿por qué querías que nos viéramos? ¿Quieres pedirme permiso o algo parecido?

Alex negó con la cabeza.

– No, no quiero pedirte permiso, sólo un poco de ayuda. Estoy planeando una intervención.

– ¿Qué?

– Mira, Dani cree que tiene que irse a Seattle. Es muy difícil ser la hija de un senador que quiere llegar a ser presidente. No le gusta aparecer en la prensa y le molesta que mi madre haya sufrido por su culpa. Así que ha decidido marcharse.

– No sabía nada.

– No creo que se lo haya contado a mucha gente -sacó una cajita de terciopelo del bolsillo y la dejó encima de la mesa.

Reid tomó la caja, la abrió y miró el anillo con atención.

– Es todo tan repentino -dijo-. Apenas nos conocemos.

– Me gusta hacer las cosas rápido.

Reid sonrió.

– Pensaba que te pondría en una situación incómoda.

– No es fácil hacerme sentir incómodo. Voy a pedirle a Dani que se case conmigo y no estoy dispuesto a aceptar un no por respuesta.

Reid le miró con los ojos entrecerrados.

– No eres tú el que tiene que tomar esa decisión.

– Dani me quiere, quiere quedarse en Seattle. Pero está dispuesta a sacrificarse por el bien de la familia. De toda la familia. De la mía y de la vuestra.

– Entonces, ¿por qué me estás contando todo esto?

Por primera vez desde que Reid había aparecido, Alex pareció sentirse incómodo.

– No sé cómo acercarme a ella. Intenté ofrecerle una cena romántica y fue un fracaso absoluto. Dani está pensando en irse de aquí a dos días, así que no tengo mucho tiempo. He pensado que un ataque frontal podría funcionar. Un ataque mío y del resto de la familia. Entre todos podemos convencerle de que se quede. Yo le pediré que se case conmigo, ella dirá que sí y viviremos para siempre felices.

– Lo tienes todo planeado. ¿Y si Dani no quiere casarse contigo?

Alex no quería ni pensar en ello. No quería pensar en lo triste y sombrío que sería su mundo sin la luz de Dani.

– Nadie puede quererla más que yo. Si me dice que no, continuaré intentándolo. Dani lo es todo para mí.

– ¿Y por qué debería creerte?

– Porque, por lo que me han contado, sabes lo que es entregarle el alma a la única mujer a la que quieres.

Reid asintió lentamente.

– Buena respuesta.


Katherine subió en el ascensor hasta el apartamento de Fiona. Sólo tenía unos minutos, pero no le importaba. No tenía mucho que decirle.

Fiona no esperaba ninguna visita, así que no estaba tan arreglada como habitualmente. Llevaba el pelo suelto y un poco despeinado, tenía una mancha en la sudadera y llevaba los vaqueros desabrochados, mostrando su vientre ligeramente hinchado.

– ¡Katherine! -exclamó Fiona. Se llevó la mano al pelo y rápidamente intentó ocultar su vientre con la sudadera-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

– Oh, muy bien -Fiona parecía recelosa-. Pasa, por favor.

– No, no hace falta. Es más fácil decirte lo que tengo que decirte desde aquí -sonrió fríamente-. Eres buena actriz, eso tengo que admitirlo. Has representado de forma intachable el papel de ex esposa dolida, tan bien que me he tragado toda tu historia. Me has hecho dudar de Alex, lo cual es una auténtica locura. Sé la clase de persona que es mi hijo y sé la clase de persona que eres tú.

Fiona se movió incómoda.

– No sé qué ha podido contarte Alex…

– Muy poco -contestó Katherine-. Precisamente, ésa ha sido parte del problema. Si me hubiera dicho la verdad desde el principio, jamás hubiera confiado en ti. Pero Alex no quiso hablar mal de ti, lo que dice mucho sobre la clase de hombre que es.

Katherine dio un paso hacia Fiona.

– Sé lo que pasó. Sé que le engañaste y sé que has mentido y has intentado interponerte entre Dani y él. Sé que me has utilizado para volver con Alex con la esperanza de convertirte en la nuera del presidente. Odio destrozar los sueños de nadie, pero no me va a quedar más remedio. Alex no volverá nunca contigo y yo nunca volveré a confiar en ti. Ah, y por cierto, Mark ya no quiere ser presidente. Procura mantenerte lejos de mí y de mi familia. Si alguna vez vuelvo a verte intentando congraciarte con alguien que conozco, contaré todo lo que ha pasado.

Bajó la mirada hacia el vientre de Fiona.

– Y te sugiero que le pidas al verdadero padre de tu hijo que se case contigo.

– ¿Estás de broma? Es un don nadie. Este niño debería haber sido el hijo de Alex. Se suponía que él tenía que continuar casado conmigo.

Katherine se preguntaba cómo podía haber estado tan equivocada con Fiona.

– Procura mantenerte alejada de Alex. Y también de mí. Yo que tú, incluso me iría a vivir a otra ciudad.

Katherine se volvió para marcharse, pero Fiona la siguió a lo largo del pasillo.

– No puedes hacerme esto -gritó-. Éramos amigas. Eso tiene que significar algo.

Katherine se volvió para mirarla.

– Nunca hemos sido amigas. Has jugado a ganar, pero has perdido. Ahora atente a las consecuencias. Al fin y al cabo, podrían ser mucho más terribles. Si eres una mujer inteligente, procurarás desaparecer para siempre de nuestras vidas. Si vuelves a cruzarte conmigo, te arrepentirás, te lo prometo.

– No me asustas.

Katherine sonrió lentamente.

– ¿Ah, no? ¿Estás segura?

Fiona retrocedió un paso.

– Estúpida, vieja bruja. Te odio…

– ¿De verdad? Yo no tengo ni siquiera energía para pensar en ti.


– Estás cometiendo un error -dijo Gloria mientras Dani continuaba sacando ropa y dejándola encima de la cama-. No puedes huir. Te lo prohíbo.

Dani intentó sonreír.

– ¿Y qué piensas hacer? ¿Me vas a castigar?

– Si hace falta, te castigaré.

– Estoy haciendo lo que tengo que hacer, y en el fondo sabes que tengo razón. No hay otra solución.

– Siempre hay otra solución. No puedes irte ahora.

– Y no quiero irme -admitió Dani, deseando que pudieran hablar de otra cosa. Ya era suficientemente duro pensar en irse sin tener que contar con la presión de su abuela-. No puedo seguir haciéndole daño a la gente que quiero.

– A la familia Buchanan no le has hecho ningún daño y Katherine y Mark tienen ocho hijos, de modo que apenas se fijarán en ti. Sin embargo, tú eres la única nieta que tengo.

Dani no sabía si debería soltar una carcajada o echarse a llorar.

– Siempre has tenido un pico de oro.

– ¿Pero no es cierto lo que digo?

Dani se sentó en la cama y Gloria se sentó a su lado.

– No te vayas -le pidió su abuela-. Yo ya soy vieja. ¿Y si me muero y no vuelves a verme otra vez?

– No me hables de la muerte. No es justo.

– Ahora mismo no me importa lo que sea justo o lo que no. Quiero que te quedes. Dani, tienes que quedarte. Acabamos de encontrarnos la una a la otra.

Era muy doloroso, pensó Dani mientras luchaba por superar su tristeza. No quería irse en un momento en el que acababa de encontrar todo lo que siempre había querido. Se suponía que podía empezar a trabajar en el restaurante de sus sueños, conocer a su nueva familia sin romper los lazos que le unían a su familia de siempre y ser amada por un tipo increíble. Debería haber sido todo perfecto. Y sin embargo…

– Lo sé -dijo Dani, mirando a Gloria a los ojos y viendo el dolor que reflejaban-. Lo siento.

– No lo sientas. Quédate. Lo solucionaremos todo. No te he educado para que renuncies a luchar en los momentos importantes.

– No estoy renunciando a luchar. Estoy haciendo lo mejor para todos. ¿No te das cuenta de que la situación nos ha superado?

– Es posible que te haya superado a ti, pero a mí no.

Dani no pudo evitar sonreír.

– Estás decidida a salirte con la tuya, ¿verdad?

– Lucho por lo que es mío, y tú deberías aprender a hacerlo también. ¿Qué me dices de ese chico con el que estás saliendo, de Alex?

– No sé nada de él. Tuvimos una discusión muy fuerte.

– ¿Ah, sí? ¿Y una discusión ha bastado para acabar con todo?

– No puedo obligarle a quererme.

– ¿Y cómo sabes que él no te quiere? ¿Se lo has preguntado? ¿Le has dicho que le quieres?

¿Se lo había dicho?

– No exactamente -en cambio, Alex había reconocido que estaba enamorado de ella.

– No exactamente -Gloria se levantó y la miró furiosa-. Vete al infierno, Dani, lo estás estropeando todo.

Dani abrió la boca y después la cerró.

– Jamás en mi vida te había oído hablarme en ese tono…

– Ahora olvídate de esto. Eso es importante. Estamos hablando de tu propia vida. ¿Por qué tienes que pensar antes en los demás que en ti? ¿Por qué te importan más los sueños de los otros que los tuyos?

– Porque tiene miedo.

Dani se levantó y se volvió hacia la persona que acababa de hablar. Era Alex. Estaba en el marco de la puerta de su dormitorio.

El corazón comenzó a latirle violentamente. El resto de su cuerpo suspiraba de anhelo, como si cada una de sus células hubiera estado esperándolo. Ignoró aquella traición biológica y alzó la barbilla.

– No tengo miedo.

– Claro que sí. Has estado luchando durante toda tu vida y has recibido golpes muy duros. Has estado luchando con Gloria durante muchos años -miró enfadado a la anciana-. No pretendo ofenderla.

– Decidiré si debo sentirme ofendida o no cuando vea dónde acaba todo esto.

Alex se volvió hacia Dani.

– Le entregaste a Hugh todo lo que tenías y él te dejó. Ryan fue incluso peor, porque lo tenía todo planeado. Gary era… -se encogió de hombros-. En realidad, no sé lo que era Gary.

– Un tipo muy religioso -musitó Dani, sin estar muy segura de qué pensar de las palabras de Alex.

– Te has quemado muchas veces y ahora tienes miedo de acercarte al fuego. Por eso tenías tanto miedo de que estuviéramos juntos. Quizá no conscientemente. Después, descubriste que estabas haciendo sufrir a Katherine, y eso era lo último que pretendías. La respetas y no querías hacerle pasar por una situación difícil. Estabas en una situación muy complicada para ti. Te arrojaron de pronto a la arena política, en la que no sabías cómo desenvolverte y, después, el ataque de Bailey fue la gota que rebasó el vaso. Tiene sentido.

– Gracias por la recapitulación -musitó Dani, comprendiendo que Alex podía tener razón-. Y ahora, ¿te importaría decirme qué estás haciendo aquí?

Alex avanzó hacia el interior del dormitorio.

– Luchar por ti. Estoy asegurándome de que no hagas algo de lo que te arrepentirás durante el resto de tu vida. Quiero asegurarme de que no te alejes de mí.

– Desde luego, siempre has tenido una gran confianza en ti mismo.

– En realidad no, pero nunca he estado tan seguro de algo como ahora. Sé que tenemos que estar juntos, Dani. No puedes marcharte. Tú perteneces a este lugar.

Ojalá pudiera quedarse, pensó Dani. Ella le amaba, le necesitaba, le deseaba. Para ella nunca habría otro hombre. Estar con Alex le había servido para comprender la devoción de Katherine por Mark.

– Hay algunas complicaciones…

– No tantas como crees -dijo Katherine mientras entraba junto a su hijo en el dormitorio, seguida por los hermanos de Dani.

Dani se encontró de pronto acorralada, rodeada por gran parte de su familia.

– ¿Qué está pasando aquí?

– Hemos decidido crear un frente común -le explicó Alex-. Ha sido idea mía. Ya me darás las gracias más adelante.

– No entiendo nada…

– No vamos a dejar que te vayas -le aclaró Cal, y sonrió-. Por supuesto, no pienses que te estoy amenazando ni nada parecido.

– Vaya, me alegro -musitó Dani.

– Tú perteneces a esta familia -dijo Walker-. Tienes que estar con nosotros. Y a lo mejor también con este tipo -señaló a Alex con la cabeza-. A mí me parece bastante decente.

– Sí, a mí también me gusta -intervino entonces Reid-. Y creo que tiene muy buen gusto.

– Pero ¿y todo lo que te he hecho sufrir? -Dani miró a Katherine y después a Mark-. Le he hecho mucho daño a tu campaña.

Mark, tan atractivo y elegante como siempre, le pasó el brazo por los hombros a su esposa.

– He renunciado a esa carrera. Éste no es un buen momento para presentarme a unas elecciones. Mi oficina de prensa está redactando ya el comunicado en el que anuncio mi renuncia.

Dani necesitaba sentarse. Todo estaba ocurriendo tan rápido…

– Pero tú querías ser presidente. Ese era tu sueño…

– Algunas cosas tienen un precio excesivo -miró a Alex-. ¿Podemos hablar después?

– Por supuesto -contestó Alex, y se volvió hacia Dani-. Te estás quedando sin excusas.

La mente de Dani corría a toda velocidad. Si Mark ya no quería ser presidente, la prensa dejaría de preocuparse de ella, o de cualquiera de su familia. Y si la prensa dejaba de acosarla, su vida podría volver a la normalidad.

Alex sacó entonces una cajita de terciopelo del bolsillo de su chaqueta. Dani se quedó de piedra.

Lo primero que pensó fue que iba a proponerle matrimonio. Lo segundo que eso significaba que la amaba, lo cual le provocó unas ganas incontenibles de bailar. Y lo tercero que hizo fue preguntarse cómo iba a declararse Alex delante de toda su familia.

Su último pensamiento fue que estaba deseando decirle que sí.

– Oh, cariño -dijo Katherine, posando la mano en el brazo de su hijo-. Debería haberte localizado antes. Tengo algo que decirte.

Alex la miró.

– Mamá, creo que éste no es el momento.

– Lo sé, pero tengo que decirlo ahora. Será muy rápido -buscó en bolsillo y sacó una sortija con un diamante-. Si prefieres el que tú has comprado, lo comprenderé -le tendió la sortija-. Éste era de mi abuela. No sé cómo no se me ocurrió antes, con Fi… -se aclaró la garganta-. En cualquier caso, lo he visto esta mañana y he pensado…

Alex se quedó mirando la sortija de hito en hito. Dani sabía exactamente lo que estaba pensando. Que la sortija debería permanecer en la familia y que, hasta ese momento, él no había sido realmente uno de ellos. Reconoció los sentimientos que cruzaban su rostro porque ella había sentido lo mismo respecto a sus hermanos. Aquella sensación de pertenencia y distanciamiento al mismo tiempo.

¿Sería ésa la conexión que tenía con Alex? ¿El haber sabido al igual que él lo que era sentirse un extraño? ¿El que ambos estuvieran buscando un lugar en el que sentirse realmente seguros?

Se acercó hacia él.

– Quiero ser tu mujer -le dijo, sin importarle que la habitación estuviera abarrotada de gente-. Quiero ser ese lugar seguro al que puedas acudir en cualquier circunstancia.

– Me estás pisando mi discurso.

– ¿Tenías un discurso preparado?

– Iba a decirte que te quiero más de lo que nunca he querido a nadie. Que eres la única mujer con la que quiero estar. Que cuando estoy contigo, siento que de verdad pertenezco a otro lugar. Te quiero, Dani.

– Todo el mundo hacia atrás -susurró Gloria. Tenemos que darle espacio a este chico para que se arrodille. Porque te vas a arrodillar, ¿verdad?

Alex sonrió.

– Siempre tiene que ser así, ¿verdad?

Dani miró a su alrededor, miró a todas aquellas personas que la querían y al único hombre con el que podía ser feliz.

– Creo que no nos vamos a poder librar.

– ¿Y te parece bien?

– Creo que es lo mejor.

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