Capítulo 1

– Mira, déjame facilitarte las cosas -le advirtió a Dani Buchanan el hombre trajeado que parecía estar vigilando el pasillo-: no vas a poder hablar con el senador hasta que no me expliques qué estás haciendo aquí.

– Por mucho que te sorprenda, esa información no me facilita en absoluto las cosas -musitó Dani Buchanan, asustada y emocionada al mismo tiempo, para desgracia de su estómago revuelto.

Ya había conseguido convencer a una recepcionista y a dos secretarias. En aquel momento, estaba viendo la puerta del despacho del senador Mark Canfield. Pero entre la puerta y ella se interponían un largo pasillo y un tipo enorme que no parecía muy proclive a doblegarse.

Dani pensó en empujarle directamente, pero era demasiado alto y fuerte para ella. Por no mencionar que aquel día llevaba un vestido y zapatos de tacón, algo en absoluto habitual en ella. El vestido quizá no representara un gran obstáculo, pero los tacones le estaban matando. Podía soportar el dolor en las plantas de los pies, y también la ligera presión en el empeine, ¿pero cómo podía mantener nadie el equilibrio encima de aquellos zancos? Si aceleraba aunque fuera sólo un poco el ritmo de sus pasos, corría el serio peligro de romperse un tobillo.

– Puedes confiar en mí -le dijo el hombre-, soy abogado.

Y parecía estar hablando en serio.

Dani soltó una carcajada.

– ¿Y ésa te parece una profesión que inspira confianza? Porque a mí no.

El hombre apretó los labios como si estuviera disimulando una sonrisa. «Una buena señal», pensó Dani. A lo mejor conseguía ganarse a aquel tipo. En realidad, nunca se le había dado especialmente bien encandilar al género masculino, pero no tenía otra opción. Iba a tener que fingir.

Tomó aire y echó la cabeza hacia atrás. Por supuesto, tenía el pelo corto, así que no hubo melena alguna que cayera sobre su hombro, lo que significaba que aquella artimaña supuestamente seductora no iba a tener efecto alguno. Tras aquel pequeño fracaso, no pudo menos que alegrarse de haberse jurado no volver a salir con ningún hombre durante el resto de su vida.

– Considérame como el dragón que protege el castillo -continuó el hombre-. No vas a poder pasar a no ser que me digas qué es lo que quieres.

– ¿Nadie te ha explicado nunca que los dragones se extinguieron hace siglos?

En aquella ocasión, su interlocutor no disimuló la sonrisa.

– Yo soy la prueba de que continúan vivos.

Estupendo, pensó Dani; había llegado hasta el final para ser interceptada por aquel tipo. Un hombre de rostro atractivo, por cierto, lo suficiente como para que no pudiera mirarle con indiferencia, pero, al mismo tiempo, no tanto como para no haber cultivado, además de su belleza, su propia personalidad. Tenía unos ojos azules que podían resultar matadores. Y una mandíbula cuadrada que denotaba una fuerte determinación.

– Estoy aquí por motivos personales -contestó.

Era consciente de que aquella respuesta no iba a ser suficiente, pero tenía que intentarlo. ¿Qué otra cosa iba a decir? ¿Que había descubierto que podía no ser quien pensaba que era y que la respuesta a sus dudas estaba en aquel edificio?

El hombre dragón se puso serio y cruzó los brazos sobre el pecho. Dani tuvo entonces la sensación de estar siendo juzgada.

– No me lo creo -replicó el hombre con dureza-. El senador no participa en esa clase de juegos. Estás perdiendo el tiempo. Vete inmediatamente de aquí.

Dani se le quedó mirando fijamente.

– ¿Eh? ¿Pero él…? Oh, crees que estoy insinuando que el senador y yo… -esbozó una mueca-. ¡Dios mío, no! ¡Jamás! -retrocedió, un acto peligroso, teniendo en cuenta la altura de los tacones, pero no le quedaba otro remedio. Tenía que poner cierta distancia entre ellos-. No hay nada que pudiera resultarme más desagradable.

– ¿Por qué?

Dani suspiró.

– Porque hay alguna posibilidad de que yo sea su hija -más que una posibilidad, si su estómago revuelto era un indicativo de algo.

El hombre trajeado ni siquiera pestañeó.

– Te habría sido más útil insinuar que te habías acostado con él. Me sentiría más inclinado a creerlo.

– ¿Quién eres tú para juzgar lo que Mark Canfield pudo o no pudo hacer hace veintinueve años?

– Su hijo.

Aquello consiguió captar toda su atención. Dani lo sabía todo sobre la familia del senador.

– ¿Alex?

El hombre asintió.

Interesante. No porque pudiera tener ningún vínculo sanguíneo con el hijo mayor del senador. Mark Canfield y su esposa habían adoptado a todos sus hijos, Alex incluido, sino porque había alguna posibilidad de que fueran familia.

Dani no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Tratar con su propia familia ya le resultaba suficientemente complicado. ¿De verdad tenía ganas de conocer a otra?

Evidentemente, pensó. Al fin y al cabo, estaba allí.

La necesidad de sentirse vinculada a alguien era tan intensa que no necesitó ninguna otra respuesta. Si Mark Canfield era su padre, quería conocerle y no dejaría que nadie se interpusiera en su camino. Ni siquiera su hijo adoptivo.

– Creo que ya he tenido suficiente paciencia con una secretaria y dos de los ayudantes de tu padre -dijo con firmeza-. He sido educada y comprensiva. Además, soy votante de este estado y tengo derecho a ver al senador que me representa. Así que ahora, por favor, apártate antes de que me vea obligada a ponerte en un aprieto.

– ¿Me estás amenazando? -preguntó Alex, y parecía casi divertido.

– ¿Me serviría de algo?

Alex la recorrió de los pies a la cabeza con la mirada. En el transcurso de los seis meses anteriores, Dani había tenido oportunidad de aprender que llamar la atención de los hombres no era algo que le reportara ningún beneficio. Sabía que, inevitablemente, sus relaciones con ellos terminaban en desastre. Pero a pesar de haberse jurado que no quería volver a saber nada del género masculino, no pudo evitar sentir un ligero estremecimiento al ser objeto de aquella firme mirada.

– No, pero podría ser divertido.

– Desde luego, tienes respuesta para todo.

– ¿Y eso es malo?

– No tienes ni idea de hasta qué punto. Ahora, apártate, dragón. Voy a ir a ver al senador Canfield.

– ¿Dragón?

Aquel tono divertido no procedía de la persona que tenía frente a ella. Dani se volvió al oír aquella voz y vio a un hombre cuyo rostro conocía de sobra en el marco de una puerta abierta.

Conocía al senador Mark Canfield porque le había visto en televisión. Incluso le había votado. Pero hasta hacía muy poco tiempo, para ella sólo era un político más. En aquel momento, sin embargo, tenía frente a ella al hombre que muy probablemente era su padre.

Abrió la boca, e inmediatamente la cerró como si de pronto hubieran desaparecido todas las palabras de su cerebro, como si hubiera perdido la capacidad de hablar.

El senador comenzó a caminar hacia ellos.

– Así que eres un dragón, ¿eh, Alex? -le preguntó al hombre que estaba hablando con Dani.

Alex se encogió de hombros. Era evidente que se sentía incómodo.

– Le he dicho que era el dragón que vigilaba el castillo.

El senador posó la mano en el hombro de su hijo.

– Y has hecho un buen trabajo. Así que ésta es la dama que está causando problemas -se volvió hacia Dani y sonrió-. No parece especialmente amenazadora.

– Y no lo soy -consiguió decir ella.

– No estés tan seguro -le advirtió Alex a su padre.

Dani le fulminó con la mirada.

– Estás siendo ligeramente prejuicioso, ¿no crees?

– Tu ridícula afirmación sólo puede servir para causar problemas.

– ¿Por qué te parece ridícula? No puedes estar seguro de que no sea cierto.

– ¿Y tú lo estás? -preguntó Alex.

El senador los miró alternativamente.

– ¿Debería venir en un momento mejor?

Dani ignoró a Alex y se volvió hacia él.

– Siento haber venido sin previo aviso. Llevo mucho tiempo intentando concertar una cita con usted, pero cada vez que me preguntan cuál es el motivo, tengo que contestar que no puedo decirlo y…

En aquel instante fue plenamente consciente de la enormidad de lo que estaba a punto de hacer. No podía limitarse a repetir lo que le habían dicho a ella: que hacía veintinueve años, aquel hombre había tenido una aventura con su madre y ella era el resultado de esa relación. Seguramente, el senador no le creería. ¿Por qué iba a tener que creerle?

Mark Canfield la miró con el ceño fruncido.

– Tu cara me resulta familiar, ¿nos hemos visto antes?

– Ni se te ocurra decir una sola palabra -le advirtió Alex-. Porque tendrás que vértelas conmigo.

Pero Dani le ignoró.

– No, senador, pero usted conoció a mi madre, Marsha Buchanan. Yo me parezco un poco a ella. Soy su hija. Y creo que a lo mejor también soy hija suya.

El senador permaneció imperturbable. Seguramente, gracias a la capacidad de control adquirida durante los años que llevaba dedicado a la política, pensó Dani, sin estar del todo segura de lo que sentía ella. ¿Esperanza? ¿Terror? ¿La sensación de estar al borde de un precipicio sin estar muy segura de si debería saltar?

Se preparó para el inminente rechazo, porque era una locura pensar que el senador podría limitarse a aceptar sus palabras.

Pero entonces, el hombre que quizá fuera su padre suavizó la expresión y sonrió.

– Recuerdo perfectamente a tu madre. Era… -se le quebró la voz-. Deberíamos hablar. Pasa a mi despacho.

Pero antes de que Dani hubiera podido dar un paso, Alex se colocó frente a ella.

– No, no puedes hacer una cosa así. No puedes quedarte a solas con ella. ¿Cómo sabes que no tiene nada que ver con la prensa o con la oposición? Todo esto podría ser un montaje.

El senador desvió la mirada de Alex a Dani.

– ¿Esto es un montaje?

– No, tengo aquí el carné de conducir, si quiere investigarme -lo último lo dijo mirando a Alex.

– Yo lo haré -respondió Alex tendiéndole la mano para que le pasara el carné.

– ¿Pretendes que te dé información personal sobre mí en este momento? -preguntó Dani, sin estar muy segura de si debería dejarse impresionar por su eficacia o si debería darle una patada en la espinilla.

– Pretendes hablar con el senador. Considéralo como una medida de seguridad.

– No creo que sea necesario -intervino Mark intentando templar los ánimos, pero no detuvo a Alex.

Dani metió la mano en el bolso, sacó la cartera y le tendió después su carné de conducir.

– Supongo que no llevarás el pasaporte encima -dijo Alex.

– No, pero a lo mejor quieres tomarme las huellas dactilares.

– Eso lo dejo para después.

Y Dani tuvo la impresión de que no estaba bromeando.

Mark volvió a mirarlos alternativamente.

– ¿Habéis terminado?

Dani se encogió de hombros.

– Pregúntele a él.

Alex asintió.

– Me reuniré contigo en cuanto consiga que la gente de TI se ocupe de esto -blandió el carné de Dani.

– ¿La gente de TI? -preguntó Dani mientras seguía al senador a su despacho.

– Sí, los de Tecnología Informática. Te sorprendería lo que son capaces de hacer con un ordenador -el senador sonrió y cerró la puerta en cuanto entró Dani-. O a lo mejor no. Es probable que también tú sepas mucho de informática. Ojalá pudiera yo decir lo mismo de mí. Puedo arreglármelas más o menos, pero todavía tengo que llamar a Alex de vez en cuando para que me resuelva algún problema.

Señaló uno de los rincones del despacho en el que había un sofá, un par de butacas y una mesita de café.

– Siéntate -le pidió.

Dani se sentó en el borde del sofá y miró alrededor del despacho.

Era un lugar grande y espacioso, pero sin ventanas. Tampoco podía decir que fuera para ella una sorpresa que un senador que había montado su campaña en un almacén no disfrutara de grandes lujos. Por lo que había visto hasta el momento, al senador no debía gustarle gastarse mucho dinero en apariencias. El escritorio era viejo, con la madera rayada; el único color que había en las paredes procedía de un mapa a gran escala de las diferentes zonas del condado.

– ¿De verdad pretende llegar a ser presidente? -le preguntó Dani.

Que una persona a la que acababa de conocer pudiera hacer algo así superaba su capacidad de comprensión.

– Estamos explorando esa posibilidad -contestó el senador mientras se sentaba en una butaca, enfrente del sofá-. En realidad, ésta no será siempre mi sede. Si la campaña va bien, nos trasladaremos a un lugar que sea más accesible, pero ¿por qué gastar dinero si en realidad no tenemos por qué hacerlo?

– Bien dicho.

El senador se inclinó y apoyó los antebrazos en las rodillas.

– No me puedo creer que seas la hija de Marsha. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Treinta años?

– Veintiocho -contestó Dani, sintiendo que se sonrojaba violentamente-. Aunque supongo que para usted casi veintinueve.

El senador asintió lentamente.

– Recuerdo la última vez que la vi. Estuvimos comiendo en el centro de la ciudad. Recuerdo perfectamente su aspecto. Estaba preciosa.

Apareció una sombra en sus ojos, como si hubiera algo en su pasado que Dani ni siquiera podía empezar a imaginar. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero no le resultaba fácil formular ninguna de ellas.

En aquella época, Mark no estaba casado, pero su madre sí. Dani apenas se acordaba de sus padres. El recuerdo del hombre al que consideraba su padre, o al que había considerado su padre hasta varios meses atrás, era muy borroso.

Aun así, se descubrió a sí misma pensando en él, preguntándose cuándo habría dejarlo de quererle su madre y si Mark Canfield habría tenido algo que ver en esa decisión.

– Nunca supe por qué decidió poner fin a nuestra relación -dijo Mark con voz queda-. Un par de días después de esa comida, me llamó para decirme que no podía volver a verme. No me dijo por qué. Intenté ponerme en contacto con ella, pero había desaparecido. Me escribió para decirme que lo nuestro había terminado para siempre, que quería que continuara con mi vida, que buscara a una mujer con la que pudiera tener una verdadera relación.

– Se marchó porque se había quedado embarazada… de mí -dijo Dani.

La situación era casi surrealista, pensó. Se había preguntado en muchas ocasiones cómo sería aquel primer encuentro con Mark, pero en el momento en el que por fin estaba teniendo lugar, se sentía casi como una espectadora.

– Sí, supongo que puedes tener razón -dijo él.

– Eso significa que de verdad es mi padre biológico.

Antes de que Mark hubiera tenido tiempo de contestar, la puerta del despacho se abrió y entró una mujer. Le dirigió a Dani una rápida mirada y después miró a Mark.

– Senador, tiene una llamada del señor Wilson. Dice que usted sabe de lo que se trata y que es urgente.

El senador sacudió la cabeza.

– Su definición de urgente es diferente de la mía, Heidi. Dile que le llamaré más tarde.

Heidi, una mujer atractiva que debía de tener poco más de cuarenta años, asintió y salió del despacho.

Mark se volvió de nuevo hacia Dani.

– Sí, creo que es muy posible que sea tu padre biológico -repitió.

La interrupción había despistado a Dani. Tardó un par de segundos en recrear la tormenta emocional que se había desatado dentro de ella. Pero el senador parecía estar tomándoselo todo con una calma extraordinaria.

– ¿No ha sabido nunca nada de mí? -le preguntó.

– Tu madre nunca me dijo nada y jamás se me ocurrió pensar que hubiera podido quedarse embarazada.

¿Y si lo hubiera pensado?, se preguntó Dani. Pero antes de que hubiera podido formular la pregunta en voz alta, se abrió por segunda vez la puerta del despacho y entró Alex.

– Por lo menos ya tengo algunos datos sobre ella -dijo. Cruzó el despacho, se plantó delante de Dani y bajó la mirada hacia ella-. No ha cometido ningún delito.

– ¿Quieres decir que todavía no aparece el atraco al banco de la semana pasada?

– Para mí esta situación no tiene nada de divertido -le dijo Alex.

Dani se levantó. A pesar de la altura de sus tacones, continuaba siendo unos quince centímetros más baja que él.

– ¿Y crees que a mí me parece divertida? Me he pasado toda la vida pensando que soy una persona y de pronto descubro que a lo mejor soy otra diferente. ¿Tienes idea de lo que es cuestionarse de esa manera tu propia existencia? Siento que mi búsqueda haya podido interferir en tu agenda.

Estaba furiosa. Alex lo veía en el fuego de sus ojos. Y también asustada. Intentaba disimular su miedo, pero era perfectamente visible, por lo memos para él. Siendo muy joven, había aprendido lo que era vivir constantemente aterrorizado y eso le había capacitado para reconocer el miedo en los demás.

¿Pero de verdad sería quien decía ser? El momento en el que había aparecido le hacía mostrarse más receloso de lo que habitualmente era; y Alex era, por naturaleza y por educación, un hombre extraordinariamente prudente. La gente se veía obligada a ganarse a pulso su confianza y, si alguna vez alguien le fallaba, rompía definitivamente con él.

Estudió con atención a Dani Buchanan, buscando algún posible parecido con el senador. Y sí, estaba allí, en su sonrisa y en la forma de su barbilla. ¿Pero cuántas personas que no tenían ninguna relación de sangre se parecían las unas a las otras? Dani podía haber averiguado que el senador había tenido una aventura con Marsha Buchanan y, a partir de ahí, haber decidido utilizar ese parecido a su favor.

– Bueno, habrá que hacer las pruebas de ADN -dijo con determinación.

– Por supuesto -contestó Dani, sosteniéndole la mirada-. Yo también quiero estar segura.

– Lo comprendo -dijo Mark mientras se levantaba-. Pero estoy seguro de que las pruebas confirmarán lo que ya sabemos. Y hasta que tengamos los resultados, Dani, me gustaría que fuéramos conociéndonos el uno al otro.

Dani esbozó una sonrisa esperanzada y aprensiva al mismo tiempo.

– Sí, a mí también. Podríamos salir a comer juntos o algo parecido.

– No conviene que os vean juntos en público.

Mark asintió.

– Sí, mi hijo tiene razón. Soy una figura pública. Si me vieran comiendo con una mujer joven y atractiva, la gente hablaría. Y estoy seguro de que ninguno de los dos queremos que pase nada parecido -pensó en qué otra posibilidad habría-. ¿Por qué no cenas en nuestra casa esta noche? Así conocerás al resto de la familia.

Dani se echó hacia atrás en el sofá.

– No creo que sea una buena idea -musitó-. Todavía no estoy preparada para una cosa así. Su mujer no sabe nada de mí y…

– Tonterías. Katherine es una mujer sorprendente. Estoy seguro de que lo comprenderá todo y te dará la bienvenida a la familia. Alex y Julie ya no viven en casa, pero todavía hay seis pequeños Canfield a los que querrás conocer -frunció el ceño-. En realidad, no son familia sanguínea. Todos nuestros hijos son adoptados, como probablemente ya sabes.

– Estuve investigando a la familia, sí -admitió Dani.

Y seguramente había descubierto que tenía mucho dinero, pensó Alex con cinismo.

– Podríais tener algunos encuentros aquí -propuso-, antes de llevar a Dani a casa.

Pero el senador ya había tomado una decisión y, cuando lo hacía, era difícil que diera marcha atrás.

– No, lo de la cena será mejor, Dani. De esa forma, podrías comprender cuanto antes el caos en el que estás a punto de meterte. Además, estoy seguro de que a Katherine le encantará conocerte -miró el reloj-. Tengo una reunión a la que no puedo llegar tarde. Alex, dale a Dani la dirección de casa. ¿Quedamos a las seis?

Alex asintió.

– ¿Se lo vas a contar tú a mamá o debería contárselo yo?

Mark consideró la pregunta.

– Se lo contaré yo. Procuraré llegar antes de lo normal -le sonrió a Dani-. Te veré esta noche entonces.

– Eh…, sí, claro -contestó Dani con la voz ligeramente temblorosa.

Mark salió del despacho.

Dani se aferró entonces a su bolso con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.

– Voy a conocer a toda la familia… No me esperaba algo así.

No, seguramente pretendía engañar a Mark sin necesidad de tener que enfrentarse al resto de sus hijos, pensó Alex malhumorado.

Dani se volvió hacia él.

– ¿No crees que todo esto podría molestar a tu madre? -cerró los ojos un instante y después los abrió-. Qué pregunta tan estúpida. Seguro que le molestará. Sé que no estaban juntos cuando tu padre estaba saliendo con mi madre, pero aun así… No creo que sea fácil de aceptar que tu pareja tiene un hijo del que hasta entonces tú no sabías nada.

– Un poco tarde para ese tipo de reflexiones, ¿no crees?

Dani inclinó la cabeza.

– No te gusto.

– Me temo que no te gustaría saber lo que pienso de ti.

Para sorpresa de Mark, Dani esbozó una sonrisa.

– Oh, me lo imagino perfectamente.

– No creo.

Alex no conseguía asustarla, algo que le irritaba. Estaba acostumbrado a que la gente le considerara una persona intimidante.

– ¿Cuándo podré hacerme la prueba de ADN? -le preguntó Dani-. Porque supongo que querrás ser tú el que contrate el laboratorio.

– Esta misma noche irá a casa alguien de un laboratorio.

– ¿Y te conformarás con que me pasen un algodón por la mejilla o quieres que me partan en cuatro?

– No pretendo hacerte ningún daño -se defendió Alex.

– No, sólo quieres que desaparezca -suspiró-. Me gustaría poder hacerte creer que sólo estoy buscando a mi padre. Necesito esa relación con él. No quiero nada de él, sólo conocerle. No soy vuestra enemiga.

– Eso sólo es lo que tú piensas -se acercó a ella, esperando hacerle retroceder, pero Dani no se movió de donde estaba-. No tienes la menor idea del lío en el que te has metido, Dani Buchanan -le dijo fríamente-. Esto no es un juego. Mi padre es senador de los Estados Unidos y quizá llegue a ser presidente. Hay muchas más cosas en juego de las que puedes imaginar. No pienso permitir que lo comprometas de ninguna de las maneras. No soy el único dragón que protege este castillo, pero sí el que más debería preocuparte.

Dani se inclinó hacia él.

– No me asustas.

– Pero lo haré.

– No, no lo harás. Estás convencido de que pretendo otra cosa, y por eso quieres presionarme, pero te equivocas -se colocó el bolso en el hombro-. Respeto lo que haces. Si yo estuviera en tu lugar, actuaría como lo estás haciendo tú. Proteger a la familia me parece algo muy importante. Pero ten cuidado; procura no llevar demasiado lejos las cosas. No pareces un hombre al que le guste disculparse y odiaría tener que verte arrastrándote ante mí cuando descubras que estás equivocado.

Tenía agallas. Por lo menos eso tenía que respetárselo.

– Supongo que te encantaría verme arrastrándome a tus pies.

Dani sonrió.

– Desde luego. Pero yo por lo menos he intentado ser educada.

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