Dani llegaba tarde, lo que quería decir que no podría parar a tomar un café. Probablemente Penny tenía algo en el fuego, pero ella era más de comer que de líquidos, lo que significaba que las posibilidades de tomarse un buen café con leche con espuma eran prácticamente nulas.
– Directa al trabajo -musitó mientras abría la puerta de entrada y bajaba los escalones del porche de su casa, una vivienda alquilada-. Directa al trabajo y…
La mañana explotó de pronto en una serie interminable de flashes y preguntas.
– ¿Desde cuándo sabe que el senador es su padre? ¿Alguno de sus hermanos también es hijo suyo?
– ¿Le va a pedir algún dinero?
– ¿Espera conseguir algún puesto en el gabinete del senador en el caso de que gane las elecciones?
Dani se quedó helada al ver al menos a una docena de personas en su jardín. Su incapacidad para contestar no impidió que continuaran bombardeándole a preguntas.
Le llamaban por su nombre, le hacían fotografías y parecían estar esperando algo. ¿Una reacción, quizá? Pues iban a tener que quedarse con su inmenso asombro, porque era lo único que realmente sentía.
– Váyanse de aquí -consiguió decir al final, y comenzó a avanzar hacia su coche.
Los periodistas la rodeaban, le colocaban las grabadoras en la cara y continuaban haciéndole preguntas.
– ¿Qué piensa la señora Canfield del hecho de que su marido tuviera una hija con otra mujer?
– ¿Piensa cambiarse el apellido?
Dani se abrió paso hasta el coche. Puso el motor en marcha y giró el volante, pero los periodistas continuaban rodeándola. Sin saber qué hacer, levantó el pie del freno y el coche comenzó a moverse. Por lo menos consiguió que los periodistas se apartaran.
Pero el alivio de Dani tuvo corta vida. Cuando comenzó a avanzar por la calle, algunos la siguieron en sus coches. Dani pestañeó asombrada. No pensarían seguirla a todas partes, ¿verdad?
Era como una escena salida de una película. El problema era que se trataba de una escena real y no sabía cómo enfrentarse a ella.
En lo primero que pensó fue en que no podía ir al restaurante de Penny con un séquito de periodistas tras ella. Agarró el teléfono móvil y llamó rápidamente a Walker. Seguramente su hermano sabría qué hacer.
Pero le contestó el buzón de voz.
Dani soltó una maldición. Continuó conduciendo por su tranquilo barrio, escoltada por seis coches. Consiguió perder a dos en el primer semáforo y a otros tres en el segundo. Animada por aquella victoria, se dirigió a una intersección casi siempre congestionada por el tráfico, giró a la izquierda cuando estaba el semáforo en amarillo y aceleró hasta la siguiente esquina. En cuanto estuvo segura de que había perdido a todo el mundo, se acercó a la acera y llamó a sus hermanos. Pero no consiguió hablar con ninguno de ellos. Al parecer, todos estaban muy ocupados con sus propias vidas. Llamó a información.
– Por favor, ¿podría darme el número de las oficinas de la campaña del senador Mark Canfield?
Treinta minutos después, Dani estaba en uno de los reservados del café Totem Lake Shari. Apenas había tenido tiempo de pedir un café cuando Alex entró en el establecimiento. Tenía un aspecto magnífico mientras caminaba decidido hacia ella. A pesar de su trauma matutino, Dani pudo apreciar la anchura considerable de sus hombros y la largura de sus piernas. Aunque no fuera para otra cosa, le servía de distracción.
En cuanto se sentó a su lado, Alex le pasó el periódico de la mañana.
– ¿No has visto esto? -le preguntó.
Dani leyó el titular y gimió.
– No. Por la mañana no leo el periódico ni oigo las noticias. Me parecen demasiado deprimentes. Pero supongo que es algo que tendrá que cambiar -leyó rápidamente el artículo-. ¿Cómo es posible que se hayan enterado? Yo no se lo he dicho, te lo prometo.
– Ya sé que no has sido tú -le explicó lo que le había pasado a Bailey y la estrategia que había utilizado el periodista.
Dani se tensó en su asiento. Estaba indignada.
– Pero eso es horrible. ¿Quién ese ése tipo? Uno de mis hermanos fue marine y estoy segura de que estaría encantada de darle una buena paliza.
– Ya le pegué yo -dijo Alex.
En ese momento llegó la camarera con el café de Dani. Alex pidió una taza para él. Dani aprovechó aquellos segundos para intentar pensar con claridad y volver al mundo real y racional.
Alzó la mano.
– ¿Qué has dicho que hiciste? ¿Le pegaste al periodista?
Alex se encogió de hombros.
– No soporto que nadie haga daño a mi familia.
– No me malinterpretes, no me estoy quejando por lo que has hecho. Yo también le habría pegado si hubiera podido, pero aun así, me ha sorprendido.
Ella pensaba que Alex era uno de esos hombres con una capacidad de control total, que nunca se dejaba llevar por los sentimientos.
– Soy un hombre duro.
Estaba bromeando, pero Dani pensó que aquellas palabras encerraban una gran verdad. Alex era un hombre duro y, básicamente, un buen tipo. Dani no podía quejarse de que hubiera defendido a su hermana. Eso significaba que, además de guapo, era una buena persona.
– ¿Y tú puedes hacer eso? -preguntó-. ¿Pegar a un periodista? Bueno, en realidad ya sé que puedes, al fin y al cabo lo has hecho. ¿Pero crees que es una buena idea?
Alex se tensó.
– Eso depende de si el tipo presenta o no denuncia. Porque si decide denunciarme, me temo que mi futuro va a cambiar de forma muy interesante.
Dani no sabía qué decir. Alex era abogado. ¿No se suponía que los abogados tenían que ser los primeros en respetar la ley?
Se reclinó en su asiento.
– Todo esto es una locura y todo está pasando demasiado rápido. Empecemos desde el principio. Algún cretino ha intentado engañar a Bailey para que hablara sobre mí, por eso la prensa está al tanto de la historia y, ahora, ¿qué se supone que tenemos que hacer?
– Ahora tendremos que enfrentarnos a una nueva situación. Durante una temporada al menos, te estará siguiendo la prensa.
Dani temía que era eso lo que iba a decir.
– ¿Te importaría definir con más precisión lo que significa «perseguir» y «una temporada»? ¿Estamos hablando de días, de semanas, o tengo que irme a vivir definitivamente a Borneo?
– No hace falta que cambies de domicilio, pero el interés por la historia tardará algún tiempo en aplacarse. ¿Vives en una casa?
Dani asintió.
– Sí, en una casa alquilada, y no muy llamativa.
– Creo que no va a ser suficiente protección. Podrías pensar en quedarte en casa de alguna amiga hasta que todo esto haya terminado. Preferiblemente en casa de alguna que viva en un edificio con medidas especiales de seguridad.
Pero Dani no conocía a nadie que encajara en aquella descripción.
– Odio pensar que voy a tener que irme de mi casa porque esa historia haya trascendido a la prensa.
Alex la miró entonces con firmeza.
– Una cosa son los principios y otra muy distinta la realidad. La prensa puede convertir tu vida en un infierno, por lo menos durante unos meses.
– Y eso que ni siquiera soy Paris Hilton.
– ¿Quién?
Dani se echó a reír.
– Eres increíble.
– Mira que eres raro.
– Mejor. De otro modo, sería yo el que habría salido en los periódicos.
– Ese sería un titular interesante: «El hijo mayor del senador se cita en secreto con una mujer». Desde luego, sería una nueva complicación.
Alex bajó entonces la mirada hacia su boca.
– Sí, en más de un sentido.
¿Era ella, o de pronto se estaba cargando el ambiente? Dani se movió incómoda en su asiento.
– Lo siento -dijo-. No pretendía estropearlo todo. No quería hacer ningún daño a nadie. Sólo quería encontrar a mi padre.
Alex tomó entonces su mano.
– Esto no es culpa tuya. Tú no has hecho nada malo.
El contacto de su mano era cálido. Dani estaba segura de que él sólo pretendía consolarla con aquel contacto. No podía echarle la culpa de que a ella le entraran ganas de restregarse contra él y ronronear como un gato.
– ¿Entonces ya no me odias?
– Nunca te he odiado.
– Pero has estado cerca. Reconoce que me odiabas un poco.
– No confiaba en ti, no es lo mismo.
– ¿Y ahora?
– Ahora creo que eres quien dices ser.
– ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? ¿Mi deslumbrante personalidad?
Alex le soltó la mano y esbozó una sonrisa.
– ¿Qué otra cosa, si no?
Antes de que hubiera podido contestar, Dani miró el reloj y gimió.
– Llego tarde -dejó cinco dólares encima de la mesa y salió del reservado.
– Gracias por venir a hablar conmigo.
Alex tomó el billete y se lo metió a Dani en el bolsillo de la chaqueta.
– Siempre estoy dispuesto a rescatar a una dama.
Dani abrió la puerta del restaurante de Penny y entró a toda velocidad.
– Llego tarde, ya lo sé. Lo siento.
Penny se levantó y la abrazó.
– ¿Qué ha pasado? Estábamos empezando a preocuparnos.
Penny se refería a ella, a Lori, a Reid y a Elissa, la prometida de Walker.
– Tengo la mejor excusa de mi vida -contestó Dani mientras le tendía a Penny un periódico-. Me ha estado persiguiendo la prensa. He tenido que llamar a Alex para decirle lo que estaba pasando. Por lo visto, me he convertido en noticia.
Penny leyó el titular y después les mostró el periódico a Lori y a Elissa.
– Podría haber sido peor. Podrían haberte abducido los extraterrestres -la consoló Lori.
– Tienes razón -bromeó Lori.
– Desde luego -continuó Elissa-. Creo que te examinan hasta los dientes.
Dani se echó a reír, se quitó el abrigo y se dejó caer en el sofá, al lado de Elissa.
– Gracias, Elissa. Has conseguido hacerme ver mi vida con cierta perspectiva.
Penny se sentó en el suelo y sacó una libreta.
– ¿Y qué ha pasado para que se haya producido este escándalo en la prensa? ¿Quién se ha ido de la lengua?
Dani le explicó lo ocurrido. A las tres mujeres les indignó que alguien hubiera sido capaz de aprovecharse de Bailey.
– Habla con Walker -dijo Elissa con fiereza-. Se las hará pagar a ese tipo.
A Dani le intrigó que Elissa, siempre amable y delicada, estuviera tan dispuesta a atacar. Aunque quizá tuviera sentido. Walker en el fondo era un guerrero, seguramente necesitaba una mujer emocionalmente fuerte y segura de sí misma.
– Por lo visto ya lo ha hecho Alex -dijo Dani-. El hijo mayor del senador le ha dado un buen puñetazo a ese periodista.
Lori esbozó una mueca.
– Eso no puede significar nada bueno.
– Ha dicho que no sabía lo que iba a pasar. Que depende de si el periodista presenta o no una denuncia -aunque Dani tenía el presentimiento de que lo haría.
Eso supondría que la atención continuaría centrada en ella, aunque el problema hubiera sido que aquel periodista se había comportado como un auténtico canalla.
Penny miró a Dani.
– Así que el abogado frío y conservador tiene un lado apasionado.
Dani había pensado lo mismo que ella, pero no quería seguir hablando de ese tema con su cuñada. Por lo menos de momento.
– Ya está bien de hablar de mí -dijo con firmeza-. Hemos venido aquí para planificar una boda -se volvió hacia Elissa-. ¿Por dónde empezamos?
Elissa tomó aire.
– Va a ser una gran boda. Eso no pienso evitarlo porque es lo que he querido durante toda mi vida. Una boda de cuento de hadas, con montones de flores y luces. Quiero un velo larguísimo y llevar el pelo recogido.
Dani sintió una punzada de envidia. Elissa era una mujer feliz, enamorada, y estaba a punto de casarse. En realidad, Dani no tenía ninguna ganas de casarse en aquel momento, pero le encantaría enamorarse de un buen tipo.
Algo que no tenía muchas posibilidades de suceder en aquel momento, se recordó a sí misma. El año anterior, su marido había decidido dejarle diciendo que no estaba suficientemente preparada para el matrimonio, una excusa como cualquier otra para no decir que le estaba engañando. Dani se había enamorado después y había sido seducida por un hombre aparentemente perfecto que, al final, había resultado estar casado. Y su última conquista había sido un tipo tranquilo que acababa de dejar el sacerdocio, un desafío que no había tenido ninguna gana de asumir. Su vida amorosa había sido un cuento con moraleja.
– Tienes que tener una boda tal y como la has soñado siempre -dijo Lori con firmeza-. Con un vestido maravilloso y todo lo demás.
– Estoy de acuerdo -respondió Penny-. Y por lo menos no vas a tener que preocuparte por la comida.
Dani gimió.
– No sigas por ahí -le dijo a Penny-. Eso lo tiene que decidir Elissa.
Elissa se movió incómoda en el sofá y posó la mano en el hombro de Penny.
– Lo siento -dijo con voz queda-. Debería haber hablado de esto contigo. El caso es que no quiero que te encargues tú de la comida de la boda.
La mirada de Penny se oscureció.
– Sí, lo sé, eso ya ha quedado muy claro.
Elissa continuó como si Penny no hubiera dicho nada.
– Para mí ha sido una decisión muy difícil, sabiendo que eres la mejor chef con la que podría encontrarme, pero también vas a ser mi cuñada. ¿Y qué clase de cuñada sería si te hiciera trabajar el día de mi boda? Quiero que ese día también tú puedas disfrutar. No quiero ser egoísta. Y nuestros invitados tendrán que comprenderlo.
Penny se encogió de hombros.
– Eres tú la que tiene que tomar una decisión.
– Pero si no es mucho problema, me gustaría que te encargaras de la cena de la víspera de la boda. Sé que también supondrá algún trabajo, pero estamos hablando de entre quince o veinte personas. Supongo que no será mucha molestia.
– Claro que no -dijo Penny-. Me parece una buena idea. Y si quieres, puedo darte los nombres de algunos chefs. Conozco unos cuantos cocineros capaces de no arruinarte la boda.
Elissa sonrió.
– Te lo agradecería mucho.
Dani se inclinó hacia Lori.
– Impresionante. En otras circunstancias, Penny todavía estaría gruñendo. Lori bajó la voz.
– Penny y Reid ya habían hablado de esto hace tiempo. El fue el primero en advertirnos que Elissa quería que la familia se divirtiera y no estuviera trabajando en la cocina.
Reid y Penny siempre habían sido amigos, desde que Penny se había casado con Cal, durante su divorcio y después de que hubieran vuelto a casarse.
– ¿Y qué me dices de tus planes de boda? -le preguntó Dani a Lori.
Lori inclinó la cabeza y se sonrojó.
– Todavía no hay nada -contestó-. Pero yo no haría nada de esto. No es mi estilo. Seguramente nos iremos a alguna otra parte y nos casaremos en solitario.
– No te olvides de hacer fotografías -le advirtió Dani.
– Las haré.
Elissa le dijo algo a Lori y la conversación volvió a centrarse en la boda. Dani miró a las tres mujeres de las que sus hermanos se habían enamorado. Un año atrás, Walker y Reid estaban solteros y en aquel momento estaban a punto ya de formar sus propias familias. A lo mejor ella era la siguiente. Lo único que necesitaba era un buen hombre.
Inmediatamente apareció en su mente el rostro de Alex, pero lo apartó al instante. No, él no podía ser. Su padre iba a optar a la presidencia del país. La prensa la perseguía y él tenía una ex mujer lo suficientemente atractiva como para convertirse en una diosa. ¿De verdad quería esa clase de problemas en su vida?
Absolutamente no. Aunque tenía que reconocer que aquel hombre sabía besar…
– Necesitamos dar un giro a todo esto -dijo John.
John era el experto en medios de comunicación de Mark. Era un hombre decidido, una característica que Alex imaginaba fundamental para tener éxito en su trabajo.
– No podemos perder el control -dijo alguien-. Tenemos que manejar nosotros todo este asunto. Y rápido.
El «asunto» en cuestión era Dani Buchanan. Alex se preguntó qué pensaría ella de aquella reunión. Tenía la sensación de que odiaría ser el motivo de la misma y que le molestaría que la consideraran un asunto que había que manejar.
– Podemos presentarla en un acto benéfico -propuso John-. Katherine se pasa la vida organizándolos. Está en muchos comités y ese tipo de estupideces, ¿verdad?
Alex arqueó las cejas.
– Katherine está dedicando su vida entera a esa labor -dijo sin alzar la voz-. Supongo que eso lo eleva a un nivel superior al de una estupidez, ¿no te parece?
John pareció sentirse momentáneamente incómodo.
– Claro, lo que tú digas. Lo que yo quiero señalar es que es una mujer visible. ¿Qué tal si Dani y ella aparecen juntas en algún acto benéfico? Podrían presentarlo juntas. Puede ser lo que ellas quieran. Un almuerzo, por ejemplo. Algo positivo.
Mark asintió lentamente.
– Estoy seguro de que Katherine estaría de acuerdo en algo así.
No le iba a gustar, pensó Alex. Pero lo haría si Mark se lo pedía.
– ¿Y Dani? -preguntó John-. ¿Ella estaría dispuesta?
Mark miró a Alex.
– ¿A ti qué te parece?
Alex se preguntó desde cuándo se había convertido en el experto en Dani Buchanan. ¿O se habría dado cuenta su padre de la tensión sexual que había entre ellos? Alex había hecho todo lo posible por no demostrar su interés, pero no sería aquélla la primera vez que Mark le sorprendía.
– En cuanto se dé cuenta de lo que está en juego, lo estará.
– Estupendo -John introdujo alguna información en su Blackberry-. Tenemos que darle la vuelta a la historia. Ahora mismo se nos ha escapado de las manos y la prensa se está ocupando de ella. Necesitamos recuperar el control. Seguramente querrán averiguar quién era la madre de Dani y cuándo te acostaste con ella. Eso no nos conviene. Por supuesto, sabemos que no estabas casado y eso nos ayuda, pero aun así, no es una información favorable. Tendré que trabajar en ello.
La reunión continuó durante otros diez minutos. Cuando terminó, Mark le pidió a Alex que se quedara un momento.
– ¿Ha pasado algo más con ese periodista? -le preguntó en cuanto estuvieron a solas.
A Alex no le sorprendió que Mark estuviera informado.
– ¿Quieres saber si de verdad le di un puñetazo? La repuesta es sí.
– Todavía no ha salido nada en la prensa, pero he recibido una llamada. Estás metido hasta el cuello en esto.
Alex ya sabía que aquel golpe tendría consecuencias funestas. Aun así, sintió una desagradable tensión en el estómago. Si le denunciaban y la denuncia prosperaba, estaban perdidos. Aunque si tuviera que volver a hacerlo, lo haría. Ese canalla se lo merecía.
Mark se levantó y le fulminó con la mirada.
– ¿En qué estabas pensando para hacer una cosa así?
– En ese momento no era capaz de pensar. Alguien se estaba aprovechando de Bailey. Quería defender a mi hermana.
– ¿Y crees que Bailey es capaz de apreciar lo que has hecho? ¿Crees que ella entendía lo que estaba pasando? Esto podría acabar con tu carrera de abogado.
– Sabré cómo manejarlo.
– Siempre y cuando nadie tenga ganas de ir a por ti, ¿no? -Mark comenzó a caminar nervioso por la habitación-. Maldita sea, Alex, vas a arruinar tu carrera. ¿De verdad no te importa?
Alex se levantó.
– Ya sé que mi actuación tendrá consecuencias. Pero te he dicho que podré manejarlas y lo haré.
– Tienes que aprender a pasar determinadas cosas por alto.
Aquellas palabras no deberían haberle sorprendido. Al fin y al cabo, Mark era un político consumado.
– En lo que concierne a mi familia, no estoy dispuesto a pasar nada por alto.
– En ese caso, espero que estés preparado para renunciar a la abogacía, porque es posible que te veas obligado a hacerlo.
Dani entró en el restaurante y no le sorprendió encontrarlo abarrotado. En el aparcamiento no cabía un coche más. Lo que no esperaba era ser atacada por varios periodistas con sus respectivas cámaras y grabadoras digitales.
– ¿Se ha reunido hoy con su padre?
– ¿Desde cuándo es consciente de su parentesco con el senador Canfield?
– ¿El marido de su madre estaba al tanto de esa aventura?
Dani tomó aire y alzó las manos.
– Si se callan un momento, me gustaría hacer una declaración.
El silencio fue instantáneo.
Eso era el poder, se dijo Dani divertida. Debería acordarse de utilizarlo a su favor. Dani se aclaró la garganta.
– Éste es un restaurante privado. No es un lugar público. De modo que, si están dispuestos a pedir una cena, preferentemente cara, y a dejar una propina generosa, son más que bienvenidos. En caso contrario, tendrán que marcharse -miró el reloj-. Tienen treinta segundos para decidirse. Después, llamaré a la policía y les detendrán por estar allanando una propiedad privada.
Un par de periodistas se marcharon. Otro caminó hacia ella.
– No puede hacer esto. Usted es noticia.
Dani sacó el teléfono móvil del bolso y lo abrió.
– Veinte, diecinueve, dieciocho…
El hombre soltó una maldición y se marchó. Segundos después, el vestíbulo del restaurante estaba vacío. Dani suspiró aliviada y después se dirigió hacia el pequeño despacho que compartía con Bernie. Su jefe salió a su encuentro.
– Impresionante -le dijo-. Yo no sabía qué hacer con ellos. Nunca había tenido periodistas en el restaurante.
Dani sacudió la cabeza.
– Lo siento. No pretendía causarte problemas.
– Eh, tranquila. A lo mejor nos mencionan en algún periódico. Eso sería bueno para el restaurante.
Se estaba tomando aquel incidente mucho mejor de lo que Dani se había atrevido a esperar. Aun así, no podía hacerle mucha gracia que hubiera periodistas merodeando alrededor del restaurante.
Dani se puso a trabajar. Hizo varias rondas por el restaurante, estuvo pendiente de los clientes y se aseguró de que no hubiera periodistas molestando a nadie. Poco después de las nueve vio a un hombre solo sentado en una mesa apartada.
Le reconoció inmediatamente y sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta. Las hormonas tarareaban algo así como «haz el amor conmigo, haz el amor conmigo».
Dani se acercó a la bodega, sacó una botella de su vino favorito y volvió a la mesa. Alex se levantó cuando ella se acercó y sacó una silla.
– A no ser que estés esperando a alguien… -dijo Dani.
– No, sólo a ti.
Aquellas palabras no deberían haber significado nada. Pero hubo algo en su tono que le hizo sentir una extraña debilidad en las rodillas. Fue una suerte que para entonces estuviera ya sentada.
– ¿Vienes a cenar o sólo de visita? -preguntó Dani.
– La verdad es que estoy hambriento.
– Los ravioli están deliciosos. Te los recomiendo.
– En ese caso, eso es lo que comeré…
¿Eran imaginaciones suyas o su voz tenía un tono más grave, más sexy? Dani tuvo que hacer un serio esfuerzo para no comenzar a abanicarse.
– ¿Cómo lo llevas?
– Todavía estoy intentando acostumbrarme. La prensa ha estado aquí esta mañana.
– Sí, me lo ha dicho tu jefe. Y también que la has manejado perfectamente.
– Agradezco el elogio, pero no me lo merezco. Lo único que he hecho ha sido decirles que comieran algo o se marcharan porque iba a llamar a la policía.
– ¿Qué tiene eso de malo?
– Nada. Ha funcionado.
– ¿De verdad habrías llamado a la policía?
– Por supuesto.
Dani pidió la cena para los dos y le pidió al camarero que la avisara si alguien la necesitaba. El camarero les sirvió el vino y se marchó.
Dani bebió un sorbo de su copa.
– A donde quiera que voy, se organiza un desastre. ¿Crees que debería renunciar a mi trabajo?
– No.
– Pero estoy segura de que volverán. No me dejarán en paz hasta que aparezca algo más interesante.
– Si renuncias a tu trabajo, estarás dejando que ganen ellos. Y tú no eres una mujer que se rinda sin luchar.
– ¿Cómo lo sabes?
Alex se encogió de hombros.
– Lo he oído.
– ¿Y qué has oído exactamente?
Alex parecía incómodo, algo que Dani no se esperaba.
– El primer día que te conocí, hice que te investigaran.
Esperaba que Dani reaccionara con enfado, pero lo único que hubo fue resignación.
– ¿Esa es otra de las emocionantes consecuencias de formar parte de la familia Canfield?
– Decías ser la hija del senador, ¿qué otra cosa se suponía que podía hacer?
Dani quería decirle que podía haberle creído, pero sabía que le parecería una ingenuidad. Después de lo que había pasado ella misma aquel día, comprendía que fuera tan precavido.
– ¿Y qué información encontraste sobre mí?
– Los datos básicos: el día que naciste, el colegio al que fuiste, cuánto dinero tienes en el banco. Ese tipo de cosas.
Dani bebió un sorbo de vino.
– Nada de eso indica que sea una luchadora.
Alex vaciló un instante y dijo:
– Sé lo de tu primer matrimonio con Hugh. Que sufrió una terrible lesión y permaneciste a su lado. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para sacarle adelante. Podrías haberle abandonado, pero no lo hiciste. Incluso sabiendo que iba a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, te casaste con él.
Una forma educada de decir que, aunque sabía que no iban a poder disfrutar de una vida sexual normal, se había casado con él.
– Le quería -le dijo-. Era una estúpida.
– ¿Lo dices porque después os divorciasteis? Esas cosas pasan.
Sí, por lo visto también le había pasado a él.
– Por lo que veo, tu búsqueda no ha sido tan exhaustiva como tú crees. Hugh me dejó hace un año. Decía que no era una persona suficientemente madura para nuestro matrimonio. No sabes cuánto me fastidió. Seguramente, si no había podido madurar, había sido porque estaba ocupada cuidándole, apoyándole. Pero al final, resultó que todo aquello era una sarta de mentiras. En realidad, Hugh estaba teniendo una aventura. Y no era la primera que tenía. Por eso quería acabar con nuestro matrimonio.
La expresión de Alex no cambió.
– Entonces es que es un estúpido.
– Buena respuesta.
Dos horas y media después, Alex le estaba acompañando a su coche. Dani sabía lo que iba a suceder en cuanto llegaran allí. Y se sentía como si hubiera vuelto al instituto y tuviera una cita con un chico del que estaba locamente enamorada. Como si todo lo que había ocurrido aquella noche sólo hubiera sido un preludio de lo que ambos querían… el beso.
Aunque como adulta, sabía que había otros placeres más interesantes. Placeres en los que todavía no se atrevía a pensar. No estaba preparada. Pero el del beso le parecía un terreno más seguro.
En cualquier caso, había disfrutado de la cena. La conversación que habían compartido había contribuido a que Alex le gustara más de lo que debería.
Alex la rodeó con sus brazos. Ella se dejó abrazar y presionó su cuerpo contra el suyo, disfrutando de la fuerte musculatura de su pecho y de la forma en la que encajaban sus cuerpos. A pesar de su breve aventura con Ryan, todavía no estaba acostumbrada a besar a un hombre que estuviera de pie. Y le gustaba.
Alex rozó sus labios, ejerciendo la presión suficiente para hacerle saber que quería besarla, pero sin que se sintiera obligada en el caso de que quisiera retroceder.
El besó la excitó. Le rodeó el cuello con los brazos, inclinó la cabeza y entreabrió los labios.
Alex deslizó la lengua en su interior y comenzó a acariciar todos los rincones de su boca mientras deslizaba las manos a lo largo de su espalda. Ella se estrechaba contra él, esperando intensificar su contacto, pero Alex no cedió. Era demasiado pronto y estaban en un lugar público. Ya se habían arriesgado demasiado besándole de aquella manera en la calle.
Pero cuando Alex le mordió el labio inferior, Dani descubrió que en realidad no le importaba que alguien estuviera mirando. El deseo fue más fuerte que la prudencia y le hizo inclinarse contra él. Alex posó las manos sobre su trasero, haciendo que notara su erección en el vientre.
Estaba muy excitado, pensó Dani, encantada de que le hubiera resultado tan fácil ponerle en ese estado.
Debió de reír, porque Alex retrocedió ligeramente y la miró a los ojos.
– ¿Quieres compartir la broma conmigo?
– Es sólo que…
Bajó la mirada y volvió a mirarle. Afortunadamente, era de noche. De otro modo, Alex la habría visto sonrojarse.
– ¿Dani?
Dani dejó caer la mano suavemente sobre su erección y la rozó ligeramente.
– ¿Te sientes ofendida?
Dani sonrió.
– No, estoy impresionada. Después de Hugh, hubo otro hombre. Un auténtico desastre. Y antes de que me casara con Hugh, también estuve con otro. Pero la mayor parte de mi vida sentimental la he compartido con un parapléjico. Nuestra manera de vivir el sexo era muy diferente. Digamos que me costaba mucho trabajo llegar a cierto estado. Mientras las cosas iban bien entre nosotros, no me importó. Estábamos enamorados y quería que los dos fuéramos felices.
– Pero no fue fácil.
– No.
– Pues te aseguro que puede serlo.
Dani se echó a reír otra vez y le besó.
– Y yo que pensaba que eras un abogado estirado.
– ¿Yo? Jamás.