Capítulo 3

Dani permanecía en el porche de una impresionante casa de Bellevue, diciéndose a sí misma que no se iba a acabar el mundo en el momento en el que llamara al timbre. Por mucho que tuviera la sensación de que era exactamente eso lo que iba a ocurrir. Además, si continuaba mucho tiempo allí, terminaría llamando la atención de los vecinos. ¿Y qué pasaría si llamaban a la mujer de Mark para decirle que había una mujer merodeando por su casa? Katherine Canfield abriría la puerta y la encontraría allí. Y, por supuesto, no era así como Dani quería que se conocieran.

– No paro de divagar -musitó Dani para sí-. Esto es terrible. Creo que necesito ir al psiquiatra. O un trasplante de cerebro.

Se obligó a llamar al timbre. Cuando lo oyó sonar en el interior de la casa, el corazón se le aceleró de tal forma que pensó que corría el serio peligro de estallar y salir disparada hasta la galaxia más cercana.

La puerta se abrió. Dani intentó prepararse para lo que la esperaba, pero no tuvo tiempo. En el instante en el que vio al hombre que permanecía al otro lado, el aire desapareció de sus pulmones.

– Gracias a Dios -dijo sin poder contenerse-, sólo eres tú.

Alex arqueó las cejas.

– ¿Sólo yo? ¿No te resulto suficientemente intimidante después de nuestro último encuentro? ¿No han servido de nada mis amenazas?

– No, no, no era eso lo que pretendía decir. Me has parecido aterrador. De hecho, creo que me costará dormir durante unas cuantas semanas. Tendré pesadillas con dragones. En serio. Es sólo que, comparada con la posibilidad de encontrarme con tu madre… no quiero ofenderte, pero esto no es nada.

Alex ni siquiera sonrió. ¿Sería porque no tenía ningún sentido del humor o porque no la encontraba graciosa en absoluto? Dani pensó en la posibilidad de preguntárselo, pero decidió no hacerlo. Era preferible evitar situaciones que pudieran aumentar sus nervios. No tenía por qué tentar a la suerte.

Alex continuó mirándola fijamente durante varios segundos. Ella le sonrió.

– Creo que ahora tendrías que invitarme a entrar.

– Pero no quiero hacerlo.

– Seguro que al final termino cayéndote bien.

– Lo dudo.

– Soy una buena persona.

Aunque no parecía muy convencido, al final Alex retrocedió y le permitió acceder al vestíbulo.

La casa era enorme, pero al menos por lo que desde allí se veía, también acogedora. Era la clase de vivienda diseñada para conseguir que la gente se sintiera cómoda en su interior. Era una pena que aquella decoración no estuviera teniendo ningún efecto en ella en aquel momento.

Se volvió hacia Alex, pero antes de que hubiera podido decir nada, entró un adolescente en silla de ruedas en el vestíbulo. Era un chico pálido y delgado, de ojos y pelo oscuros. Con la mano derecha controlaba el mando de la silla de ruedas mientras la izquierda permanecía doblada en su regazo.

– ¿Eres la stripper que he encargado? -le preguntó a Dani al verla-. Llevo una hora esperándote. Esperaba un mejor servicio de tu empresa.

Dani inclinó ligeramente la cabeza mientras intentaba averiguar la mejor manera de manejar aquella pregunta. Al final, se decidió por la verdad.

– En realidad, no tengo cuerpo de stripper -dijo con una sonrisa-. Soy demasiado baja. Siempre me las he imaginado muy altas y con esos enormes tocados de plumas como los que llevan las coristas de Las Vegas.

– El problema es que no dejan conducir con esos tocados.

– Claro que sí, pero siempre que vayas en un descapotable y con la capota bajada.

– No le animes -musitó Alex-. Dani Buchanan, te presento a Ian Canfield, mi hermano. Puede llegar a ser detestable cuando se lo propone.

– Una acusación terrible y completamente falsa.

– Encantada de conocerte -dijo Dani, y le tendió la mano.

Ian acercó la silla y le estrechó la mano.

– Si quisieras, podrías ser una stripper.

– Qué amable por tu parte. Es un cumplido que jamás olvidaré. Mi madre estaría orgullosa de oírlo.

Ian se echó a reír a carcajadas.

– Muy bien, me gustas. Algo que no sucede a menudo. Intenta no olvidar este momento.

Dani también rió.

– Lo haré. Y, por supuesto, lo escribiré con pelos y señales esta noche en mi diario.

Ian suspiró.

– Siempre el mismo problema. Las mujeres me acosan. Es por culpa del tamaño de esta batería. Les vuelve locas la electricidad.

Y sin más, dio media vuelta y se marchó. En cuanto hubo desaparecido, Dani se volvió hacia Alex.

– ¿Lo ves? A la gente le gusto.

– Mi hermano es todavía muy joven y no sabe quién eres.

– ¿Quieres decir que cuando averigüe que soy el demonio en persona dejaré de gustarle?

Alex se la quedó mirando fijamente. No apartaba en ningún momento la mirada de ella.

– Es raro que a Ian le guste alguien.

– Es un hombre muy perspicaz. A mí también me gusta él.

– ¿Crees que voy a dejarme conmover porque muestres compasión por mi hermano?

El buen humor de Dani desapareció y de pronto, deseó ser un tipo alto y musculoso para poder derribar a Alex de un puñetazo.

– No me insultes a mí y no te atrevas tampoco a insultarle a él -se acercó a él y le clavó el dedo en el pecho-. Estoy dispuesta a aceptar que soy una complicación que no esperabas. Puedes proteger a tu familia todo lo que quieras, puedes pensar lo peor de mí, pero no te atrevas a interpretar que lo que ha sido un momento de complicidad y diversión pueda ser otra cosa completamente repugnante.

– ¿Estás dispuesta a enfrentarte a mí? -preguntó Alex, evidentemente impresionado por su carácter.

– Cuando haga falta.

– ¿Y crees que tienes alguna posibilidad de ganar?

– Absolutamente.

Alex no pudo evitar una sonrisa.

– Ya veremos.

Genial. Ella estaba furiosa y él encontraba la situación divertida. Fuera atractivo o no, Dani estaba comenzando a pensar que podría llegar a odiar realmente a ese hombre.

Alex hizo entonces un gesto para invitarla a entrar al salón. Al pasar por delante de él, Dani le mostró su bolso.

– He traído un bolso pequeño para no tener que pasar la vergüenza de que me lo registres antes de marcharme. De esta manera me resultará mucho más difícil robar la cubertería de la familia.

– No sé si habrías pasado ninguna vergüenza.

– Realmente, eres un abogado.

– ¿Y qué se supone que significa eso?

– Que no tienes miedo de decir lo que piensas, que no te importa insultarme y que estás decidido a tratarme como si fuera tan insignificante como una hormiga. Hace falta mucho entrenamiento para una cosa así.

– O, sencillamente, la motivación adecuada.

La habitación estaba decorada en tonos tierra y con un mobiliario elegante y obviamente caro. Los cuadros de las paredes parecían auténticos y las alfombras eran tan gruesas que se podría dormir sobre ellas, pero había juguetes desparramados por todo el salón. Evidentemente, no era una habitación para enseñar, sino una habitación en la que la gente vivía, y a Dani eso le gustó.

Se volvió y vio entonces que en el sofá estaba sentada una mujer con una bata blanca. La mujer se levantó y caminó inmediatamente hacia ellos.

– Cuando usted quiera -dijo.

¿Cuando quisiera qué? Ah, claro.

– ¿La prueba de ADN? Desde luego, no has perdido el tiempo.

– ¿Preferirías que lo hubiera perdido? -preguntó Alex.

En vez de contestar, Dani se volvió hacia la mujer.

– Tómeme la muestra.

Abrió la boca y la técnica del laboratorio metió en ella un palito con un algodón. Segundos después, se dirigió hacia la puerta. Dani la siguió con la mirada.

– A ver si lo adivino -le dijo a Alex-. Has pagado un dinero extra para que el procedimiento sea más rápido de lo habitual.

– Me ha parecido lo más inteligente.

Dani estaba agotada por el torbellino de emociones al que había estado sometida durante todo el día. La situación ya era suficientemente estresante sin necesidad de tener que enfrentarse a Alex.

– Quiero saber la verdad -le dijo-, nada más. Si Mark Canfield no es mi padre, entonces desapareceré y fingiremos que nada de esto ha pasado.

Alex no parecía muy convencido.

– Podrías no haber aparecido nunca.

– Quiero conocer a mi padre. Y supongo que hasta tú eres suficientemente humano como para comprenderlo.

– Ya te lo he dicho antes, creo que has aparecido en un momento especialmente inoportuno.

– Yo acabo de enterarme de que puede ser mi padre. Lo único que quiero averiguar es cuál es mi familia.

Alex no dijo «ésta no», pero el eco de aquellas palabras no dichas quedó flotando en la habitación. Aun así, le indicó con un gesto que se sentara.

– ¿No quieres tomar nada?

– No, gracias -por culpa de los nervios, llevaba todo el día con el estómago revuelto.

– No les diremos nada a los niños hasta que no tengamos el resultado. Así que tendrás que esperar varios días antes de proclamar tu victoria.

Dani, que estaba a punto de sentarse, se enderezó.

– Maldita sea, Alex. Ya está bien. No sé por qué me tratas tan mal. No he cometido ningún crimen. Desde el primer momento, he sido sincera con vosotros. El hecho de que tú no quieras creerme no cambia la verdad. Si no quieres que tengamos problemas, tendrás que cambiar de actitud.

Alex se cruzó de brazos.

– Ya tenemos problemas. No confío en ti y nada de lo que digas o hagas podrá hacerme cambiar de opinión.

Dani le miró con los ojos entrecerrados. Parte de ella respetaba su firme determinación, su necesidad de proteger lo que era suyo. Pero otra parte habría hecho cualquier cosa en aquel momento para machacarle.

– En ese caso, intentaré decírtelo de otra manera. ¿Qué tal si me dejas acercarme un poco a la familia antes de arrancarme la cabeza?

No sabía si Alex iba a aceptar aquel ofrecimiento. Se descubrió a sí misma esperando que lo hiciera y no sólo porque quizá fuera hija de su padre. Había algo que le hacía desear gustarle a Alex. Una sensación peligrosa, pensó, teniendo en cuenta su historial sentimental y la posibilidad de que tuviera una relación familiar con Alex.

– ¿Cuánto quieres acercarte? -preguntó por fin.

– Digamos que lo suficiente como para ver sin tener necesidad de tocar.

– Pensaré en ello.

Teniendo en cuenta cuál había sido hasta entonces su actitud, era una gran concesión. Quizá, después de todo, no fuera Terminator. A lo mejor hasta era posible razonar con él. Aunque Dani tenía la sensación de que, si se cruzaba en su camino, Dani sería capaz de arrancarle el corazón sin pensárselo dos veces.

Se hizo el silencio. Un silencio embarazoso que le hacía desear salir huyendo de allí. Sabía que la estaba poniendo a prueba, que el primero en hablar perdería en aquel juego, pero era incapaz de continuar allí sentada sin decir nada.

– La casa es preciosa. Me encanta porque parece hecha para disfrutarla.

– Mi madre tiene un gusto excelente -miró el reloj-. El senador no tardará en bajar.

Dani se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

– Antes, en las oficinas de la campaña, también has llamado así a tu padre. Te refieres a él como «el senador», no le llamas «Mark» o «mi padre».

– De esa forma es más fácil para todo el mundo. Al fin y al cabo, ése es nuestro ámbito de trabajo.

– Pero ahora no estás trabajando.

Alex fijó la mirada en su rostro.

– De esa forma las cosas son más fáciles para todos -repitió.

¿Por qué?, se preguntó Dani.

– ¿Es una forma de mostrar tu respeto o de asegurarte de que nadie te vea como el niño de papá?

Alex arqueó una ceja, pero no dijo nada. Al parecer, Dani no iba a recibir otra respuesta.

– ¿Te ha molestado la pregunta? -le preguntó-. Yo creo que en realidad lo haces por las dos cosas. Al fin y al cabo, tu padre quiere optar a la presidencia del país -algo que ella todavía no estaba en condiciones de asimilar-, pero a un nivel más personal, estoy segura de que odiarías que la gente pensara que ocupas el puesto que ocupas por la relación que tienes con tu padre y no por tus propios méritos.

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Tengo una gran intuición. ¿Me equivoco?

– ¿Quieres tomar algo?

Dani sonrió.

– No te gusta que hagan preguntas, ¿verdad? Muy propio de un abogado. Os gusta hacer preguntas, pero no contestarlas. No pasa nada. Si ahora te dedicas solamente a la campaña, ¿has pedido una excedencia en el trabajo o algo así?

– Algo así -contestó con desgana-. Si el senador decide optar a la presidencia, me sumaré a su campaña.

– Todo esto de la política es completamente nuevo para mí. Voto, pero eso es todo. De vez en cuando veo algún debate por televisión, pero no le presto mucha atención.

– Los procesos democráticos no son para los tímidos -dijo Alex-. Optar a la presidencia del país no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Y un buen escándalo destrozaría la reputación de un hombre honrado durante el resto de su vida.

– No quiero hacerle ningún daño a nadie -se vio obligada a responder Dani.

– Eso no significa que no lo vayas a hacer.

Dani estaba acostumbrada a ganarse simpatías o antipatías en función de sus propios méritos. No era perfecta, pero tampoco era un demonio.

Antes de que hubiera podido señalarlo, una mujer delgada de unos cincuenta años entró en el salón. Dani se levantó inmediatamente mientras se fijaba en la belleza clásica de sus facciones y en su pelo lacio y brillante.

Alex también se levantó, cruzó el salón y la saludó con un beso en la mejilla.

– Ésta es Dani Buchanan -la presentó-. Dani, mi madre, Katherine Canfield.

Los ojos azules de Katherine se humedecieron ligeramente mientras le daba la bienvenida.

– Dani, cuánto me alegro de conocerte. Estamos encantados de que vengas a cenar con nosotros.

Su tono era tan amable como sus palabras. Dani sabía que la situación tenía que estar siendo difícil para ella, pero no la vio dejar de sonreír en ningún momento.

Katherine se volvió hacia su hijo.

– ¿No le has ofrecido una copa ni nada de comer? ¿Pretendes matarla de hambre?

– Claro que se la he ofrecido -contestó él, ligeramente a la defensiva-. Pero dice que no quiere nada.

Dani se le quedó mirando fijamente. ¿Había alguna grieta en la armadura del dragón? ¿Su necesidad de proteger a su familia se habría debilitado ante la buena educación y la amabilidad de su madre?

Katherine ensanchó su sonrisa.

– Me imagino perfectamente la amabilidad con la que se lo has preguntado -se volvió hacia Dani-. Yo tomaré una copa de vino blanco, ¿quieres tomar tú una también?

– Me encantaría -respondió Dani, y tuvo que reprimir las ganas de sacarle la lengua a Alex.

Alex musitó algo ininteligible y se dirigió hacia el mueble bar. Katherine se sentó y le indicó a Dani con un gesto que la imitara.

– Mark me ha comentado que hace poco que has descubierto la relación que tienes con él.

– Sí, es cierto. Todo esto es un poco complicado, pero el caso es que mi abuela me lo dijo hace varias semanas. Durante todos estos días, he estado intentando reunir el valor que necesitaba para decírselo a él.

– Ya hemos tomado las muestras de ADN -le informó Mark a su madre mientras le tendía una copa. Después le tendió otra a Dani-. Tendremos los resultados dentro de un par de días.

Katherine sonrió.

– Desde luego, tenemos sitio para otra persona en la mesa. Mark y yo siempre hemos querido tener una familia numerosa. Tomamos la decisión de adoptar a todos nuestros hijos mucho antes de casarnos. Pero estoy segura de que, si al final resultas ser su hija, a mi marido le hará muchísima ilusión saber que sus genes pueden continuar perpetuándose.

Todo en Katherine rezumaba elegancia y aceptación de la reciente noticia. Dani estaba gratamente sorprendida. Si a ella le hubiera pasado algo parecido, no estaba segura de que hubiera podido ser tan amable con la hija de su marido.

– Está siendo muy amable conmigo -musitó.

– Demasiado amable -dijo Alex.

Katherine le dirigió una mirada fugaz a su hijo y después se volvió hacia Dani.

– Esta noche conocerás al resto de la familia.

– Ya he conocido a Ian.

– Oh, Dios mío -Katherine sacudió la cabeza-. ¿Y ha dicho algo por lo que tenga que justificarme?

Dani se echó a reír.

– Creo que es genial.

– ¿Y?

– Quería saber si yo era una stripper.

– Dios mío, ese chico es incorregible. Te suplico que le disculpes.

– No, no, por favor, no tiene por qué disculparse -le dijo Dani-. Es un chico encantador, y muy divertido. Me ha caído muy bien -a diferencia de Alex, Ian había sido muy auténtico.

– Ian se enfrenta a la vida a su manera. Es un chico brillante. La universidad de Stanford le ha ofrecido una beca y también otras universidades. Como siga estudiando tanto, al final no sabremos de qué hablar con él.

Parecía muy orgullosa de su hijo.

Alex dio un sorbo a su bebida.

– Siempre podrás preguntarle por la última stripper.

Katherine suspiró.

– Debería haber adoptado solamente niñas.

Dani se echó a reír.

– Estoy segura de que le adora. Lo noto en su voz.

– Por supuesto que le adoro -respondió Katherine-. Es mi hijo.

Era maravilloso ver cómo le aceptaba. Los hijos de los Canfield tenían una gran suerte al poder contar con una mujer como ella. Y también Mark, claro.

– De momento les diremos que eres una amiga de la familia -continuó diciendo Katherine-, hasta que hayamos confirmado tu relación con Mark.

– Por supuesto -dijo Dani rápidamente-. Y en el caso de que al final resulte ser hija de Mark, no tenemos por qué decírselo a nadie. No quiero causar ningún problema.

Algo cambió en la mirada de Katherine, pero antes de que Dani hubiera podido descifrar lo que era, se oyeron pasos en las escaleras. Dani miró hacia la puerta y vio entrar a varios niños corriendo.

Todo el mundo sabía que los Canfield habían adoptado a niños con necesidades especiales cuando habían decidido adoptar. Dos de ellos, una adolescente y un chico algo mayor que ella, tenían el síndrome de Down. Las lesiones de los otros hijos eran menos visibles. Miró a Alex. Lo único que sabía sobre su pasado era que le habían adoptado cuando tenía ocho o nueve años. Se preguntaba cuál sería su verdadera historia y por qué le habría elegido Katherine.

Katherine abrió los brazos y los niños corrieron hacia ella, hablando todos a la vez. Katherine los saludaba y les acariciaba mientras hablaba a una preciosa niña de unos once o doce años.

Alex fue el siguiente. El grupo le rodeó para cubrirle de abrazos y bombardearle con decenas de preguntas.

– No me habías dicho que ibas a venir a cenar, ¿por qué no habías dicho nada?

– ¿Viste ayer el partido de los Mariner? Les dieron una buena paliza.

Al final, Alex se sentó a dos niños en el regazo y señaló a Dani.

– Tenemos compañía.

– Es verdad -confirmó Katherine-. Dani, éstos son mis hijos. A Alex ya le has conocido, por supuesto. Julie está en la universidad, así que no podrás conocerla esta noche. El siguiente es Bailey.

– Hola.

Bailey era la chica con síndrome de Down. Era pelirroja, de pelo rizado y tenía una enorme sonrisa.

– Me gusta tu pelo -le dijo Dani.

– Y a mí me gusta el tuyo. Me gustaría cortármelo como tú -Bailey se mecía ligeramente mientras hablaba sin elevar mucho la voz.

Dani negó con la cabeza.

– Hazme caso, tu pelo es mucho más bonito que el mío. Yo en tu lugar no me haría nada.

Bailey se sonrojó ligeramente e inclinó la cabeza.

Katherine miró a Dani un instante y continuó con las presentaciones. A Trisha, que no oía, a Quinn, con serias dificultades para hablar y después a Oliver, el otro hijo con síndrome de Down.

– La más pequeña es Sasha -le explicó Katherine mientras sentaba a la pequeña en el sofá.

Sasha suspiró resignada.

– Siempre soy la última. Odio ser la última. Yo quiero ser la primera.

– Eres la pequeña -respondió Bailey-, a todo el mundo le gustan los pequeños.

– Pero yo quiero ser la mayor.

Dani se agachó al lado de Sasha.

– Yo también soy la pequeña de mi familia. Tengo tres hermanos mayores. A veces está bien, pero otras no me cuentan nada. Y eso lo odio.

Sasha asintió con gesto vehemente.

– A mí me pasa lo mismo.

Alex no se dio cuenta de lo tenso que estaba hasta que comenzó a relajarse. Fueran cuales fueran las intenciones de Dani, con los niños lo estaba haciendo maravillosamente. A diferencia de su ex esposa, que jamás había sabido cómo tratar a sus hermanos. Por lo menos había tenido el buen gusto de marcharse. Porque tener a Fiona en la mesa habría supuesto un nuevo elemento de tensión.

Mientras miraba a sus hermanos, se recordó que la vida no siempre trataba bien a todo el mundo. De alguna manera, Ian era el que más fácil lo tenía. Todo el mundo era consciente de que tenía un problema en cuanto lo veía y, a partir de ahí, le aceptaban o le rechazaban al instante. Pero para otros niños, como Trisha o Sasha, que eran seropositivos, las cosas podían ser mucho más complicadas.

Observó a Bailey, que a su vez contemplaba atentamente a Dani.

Su hermana parecía encantada con aquella invitada. Y no debería extrañarle. Bailey tenía casi quince años, estaba comenzando a crecer.

Oliver se sacó un muñeco del bolsillo y se lo enseñó a Dani. Esta se inclinó para estudiarlo con atención mientras escuchaba atentamente la explicación de Oliver sobre todos los poderes de aquel muñeco.

Miró a Katherine, que hablaba con Trisha utilizando el lenguaje de signos.

¿Qué pensaría su madre de todo aquello? ¿Era eso lo que esperaba? ¿Estaría siendo sincera o todo aquello no era nada más que una actuación?

Se abrió en ese momento la puerta del despacho de su padre y entró Mark en el salón. Todos sus hijos corrieron inmediatamente hacia él, reclamando su atención. Mark les dirigió a Alex y a Katherine una sonrisa ausente y miró después a Dani. Por un instante, pareció haberse olvidado de dónde estaba. Después sonrió.

– Estás aquí, Dani.

Katherine se levantó.

– ¿Por qué no empezamos a cenar? Alex, ¿puedes acompañar a nuestra invitada?

– Por supuesto.

Alex se acercó a Dani y le ofreció el brazo.

– ¿Siempre eres tan formal, o ésta es una forma de asegurarte de que no me lleve nada?

Era una mujer de mucho carácter, pensó Alex. Y, al parecer, no le tenía ningún miedo. Cuando alzó la mirada hacia él, se fijó en que tenía unos ojos enormes, rodeados de largas pestañas. Sonreía con facilidad y tenía la clase de boca que hacía que un hombre…

Alex detuvo inmediatamente el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Que era una mujer atractiva? ¿Que le gustaba?

No, era completamente imposible, se dijo a sí mismo. Aquella mujer era el enemigo incluso en el caso de que no pretendiera serlo. Lo único que iba a llevar a su casa eran problemas y no tenía ninguna intención de involucrarse con ella. De hecho, a esas alturas de su vida, no tenía ganas de mantener una relación con nadie. No estaba dispuesto a tropezar dos veces con la misma piedra.


Después de cenar, Mark condujo a Dani a su despacho. Ella fue encantada. Aunque había disfrutado de la cena y de lo animado de la conversación, había sido en todo momento consciente de la atención que le prestaba Alex y de la forma en la que Katherine estudiaba todos sus gestos. Estaba emocionalmente agotada por la energía que desplegaba aquella familia y por el esfuerzo que estaba haciendo para que todo saliera bien.

– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó Mark, después de sentare en una butaca de cuero negro que, Dani sospechaba, debía de ser su favorita.

Dani se sentó enfrente de él.

– Tiene una familia maravillosa.

– Sí, ¿verdad? -dijo Mark alegremente-. Katherine es increíble con ellos. Lo de adoptarlos fue idea suya, ¿sabes? Yo nunca habría pensado en ello. Al principio, no estaba seguro de que fuera una buena idea. No sabía que se podía llegar a querer a esos niños como si fueran propios, pero me equivocaba. Todos ellos son muy especiales para mí.

– Y se nota.

Dani le había visto interactuar con todos sus hijos y era evidente que le adoraban.

– Katherine insiste en involucrarse en todos los aspectos de su vida. Tenemos a Yvette, que también nos ayuda, pero sólo para que Katherine pueda continuar ocupándose de todas las tareas benéficas en las que participa. Si no fuera por eso, los cuidaría ella sola. Yo viajo mucho, me paso la vida yendo y viniendo. Katherine es prácticamente una madre soltera, pero nunca se queja. Ella es así.

Como a ella misma le había impresionado la personalidad de aquella mujer, no podía menos que estar de acuerdo con aquella alabanza. Pero tenía la sensación de que, a pesar de sus palabras, no era capaz de averiguar lo que Mark realmente pensaba sobre nada.

Se estaba volviendo loca, se dijo a sí misma. Era evidente que Mark adoraba a su mujer y a su familia. ¿Quién no lo haría? Sin embargo, no le parecía que de sus palabras emanara ningún sentimiento.

Se recordó a sí misma que no le conocía. Que hasta esa misma mañana, nunca habían hablado. Quizá debería darle una oportunidad.

– Ah, me han tomado ya una muestra para hacer la prueba de ADN. Los resultados estarán dentro de un par de días.

– Estupendo. En realidad, yo ya sé cuál va a ser el resultado, pero no está de más asegurarse.

Dani asintió, sintiéndose un tanto violenta. ¿Cómo podía estar tan seguro? Y si de verdad tenía aquella certeza, ¿aquel momento no debería ser más… más algo? Se dijo a sí misma que en la vida real las cosas no ocurrían como en las películas, pero aun así, echaba de menos un poco más de sentimiento.

– Quiero que nos conozcamos mejor -le dijo Mark-. ¿Por qué no vienes mañana a comer a mi despacho?

– Me encantaría -contestó Dani.

Probablemente él se sentía tan raro como ella. Lo de almorzar juntos era muy buena idea. Seguramente, después de unos cuantos encuentros comenzarían a conectar. Desaparecería aquella sensación de extrañeza y comenzarían a comprenderse el uno al otro. A tratarse como un padre y una hija.


Alex tomó las llaves del coche. Dani se había marchado unos minutos antes, así que ya podía regresar a su casa. No había querido salir antes que ella; quería estar presente por si surgía algún problema.

– Estás de mal humor -le dijo Ian mientras le acompañaba a la puerta-. Has estado frunciendo el ceño durante toda la cena.

– Soy un hombre precavido.

– Me gusta. Creo que es muy divertida.

– Está siendo educada.

Ian sonrió. La mayor parte de la gente no era capaz de distinguir una sonrisa en aquel rostro, pero Alex advirtió la sonrisa que Ian intentaba sin ningún éxito disimular.

– Ya sé que no quieres que nadie lo sepa, pero creo que a ti también te gusta -dijo Ian.

– No siento nada por ella -y era absolutamente cierto.

– Es muy guapa.

Alex negó con la cabeza.

– Tienes diecisiete años. A los diecisiete años todas las mujeres nos parecen guapas.

– Las hormonas son mías y puedo utilizarlas como me plazca -cambió de expresión-. En serio. Deberías darle una oportunidad. Es genial.

Dani había reaccionado muy bien cuando había conocido a Ian, pensó Alex. Seguramente, gracias a su propio pasado.

Había dedicado aquella tarde a investigar a Dani y gracias a Internet, había descubierto suficiente información. Daniel Buchanan era la más pequeña de los cuatro hermanos Buchanan. Cuando estaba en la universidad, su prometido se había lesionado jugando al fútbol. A pesar de que se había quedado parapléjico, Dani había permanecido a su lado durante toda la terapia y después se había casado con él. Sabía lo que era vivir con una persona diferente.

– No confío en ella -insistió Alex.

– ¿Porque es hija de papá?

Alex se quedó mirando a su hermano de hito en hito.

– ¿Por qué dices eso?

Ian elevó los ojos al cielo.

– Puedo ser muy sigiloso cuando quiero. Antes he oído a mamá y a papá hablando. Sé quién es esa chica.

Había miedo y preocupación en su voz. Alex se agachó al lado de la silla y le tomó la mano.

– Todavía no estamos seguros. Dentro de dos días tendremos los resultados de la prueba de ADN, pero aunque ella sea hija de papá, tú también sigues siendo su hijo. Ésta es tu familia y nadie va a alejarte de nosotros.

– Ella es normal.

– Otra de las razones por las que no me gusta.

Ian volvió a sonreír.

– He visto cómo la mirabas durante la cena. Crees que está muy buena.

Alex se enderezó.

– No está mal.

– Tienes que intentar relajarte un poco, date una oportunidad.

– Me niego a tener esta conversación con mi hermano de diecisiete años.

– Ya sé que no tienes ni mi aspecto ni me encanto -le dijo Ian-. Pero aun así, tienes la oportunidad de conseguir algo. A no ser que lo haga yo antes. Al fin y al cabo, somos adoptados. No es nuestra hermana biológica. ¿Crees que querrá salir conmigo?

– Es demasiado vieja para ti.

– Ya sabes lo que dicen de las mujeres mayores.

Alex le apretó el hombro.

– Ve a torturar a otro. Te veré dentro de un par de días.

– ¿Pero vas a intentar salir con ella o no? Porque si la respuesta es no, quiero saberlo.

– Buenas noches, Ian.

– Buenas noches.

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