Dani cruzó el salón principal del Bella Roma. Ya habían puesto las mesas, con los manteles de lino blanco y los centros de flores. Se detuvo al lado de una de ellas, tomó un par de copas y las expuso a la luz. Estaban resplandecientes.
Sólo llevaba un par de semanas trabajando en aquel restaurante, lo que significaba que todavía estaba en una situación peligrosa. La buena noticia era que el Bella Roma era un restaurante bien dirigido, con unos empleados excelentes y una carta magnífica. Y una noticia mejor todavía era que Bernie, su jefe, era un hombre con el que le encantaba trabajar.
Después de dejar las copas en su sitio, entró en la cocina, donde reinaba un controlado caos. La verdadera actividad no empezaría hasta que abrieran el restaurante veinte minutos después. De momento, se estaban ocupando de todos los preparativos. Penny, su cuñada, y probablemente la mejor chef de Seattle, aunque era preferible no decírselo a Nick, el jefe de cocina del Bella Roma, siempre decía que el éxito o el fracaso de una cocina dependía de cómo se organizaran esos preparativos.
Sobre los quemadores del fogón habían colocado tres cazuelas enormes. El olor a ajo y a salchicha impregnaba el aire. Un cocinero cortaba verdura para las ensaladas mientras otro se ocupaba del embutido de los sándwiches y los entremeses.
– Eh, Dani -la llamó uno de ellos-. Ven a probar esta salsa.
– No es la salsa lo quieres que pruebe -gritó el otro-. Pero es demasiado guapa para ti. Lo que ella quiere es un hombre de verdad, como yo.
– Tú no eres un hombre de verdad. La última vez que vi a tu esposa me lo dijo ella misma.
– Si mi mujer te viera desnudo, se moriría de risa.
Dani sonrió, acostumbrada ya a aquel cruce de insultos. Las cocinas de los restaurantes solían ser lugares ruidosos y caóticos en los que la constante presión obligaba a trabajar siempre en equipo. El hecho de que la mayor parte de los trabajadores fueran hombres era un desafío para las mujeres que se aventuraban en ese mundo. Dani había crecido revoloteando por las cocinas de los restaurantes de la familia Buchanan, de modo que era inmune a cualquier intento de impresionarla. Hizo un gesto de desdén y se acercó a revisar la lista de platos especiales que Nick había añadido al menú del día.
– Los paninis seguro que están deliciosos -le dijo al jefe de cocina-. Estoy deseando probarlos.
– Yo tengo algo mejor para ti, preciosa -dijo uno de los cocineros.
Dani ni siquiera se molestó en volverse para ver quién estaba hablando. Agarró un cuchillo de cocina y dijo:
– Y yo tengo un cuchillo que estoy deseando probar.
Se oyó a un par de hombres gimiendo.
Nick sonrió.
– Espero que sepas utilizarlo.
– Sí, sé perfectamente cómo hacerlo.
Aquello mantuvo en silencio a los cocineros durante un buen rato. Dani sabía que siempre y cuando hiciera bien su trabajo y ellos descubrieran que podían confiar en que no haría nada que dificultara su tarea, conseguiría ganarse su respeto. Era consciente de que llevaba tiempo ganarse el respeto de un equipo de cocina y estaba más que dispuesta a esforzarse para conseguirlo.
– ¿Quieres hacer algún cambio en los platos del día? -preguntó Nick con naturalidad.
A Dani le entraron ganas de echarse a reír ante lo absurdo de aquella pregunta, pero mantuvo el semblante inexpresivo. En realidad Nick no quería saber su opinión. Si intentaba dársela, probablemente la sacaría para siempre de aquel lugar. La división del trabajo era muy estricta. El jefe de cocina se encargaba de dirigir aquel espacio, el director general se encargaba de todo lo demás. La autoridad de Dani pasaba a un segundo plano en el instante en el que cruzaba las puertas abatibles de la cocina.
– No -contestó con dulzura-. Me parecen magníficos. Que disfrutes del almuerzo.
Empujó las puertas y se puso a trabajar.
Nick y ella tenían que aprender a trabajar juntos si no querían convertir las horas de trabajo en una pesadilla. Al ser ella la nueva, le correspondía demostrar su valía, cosa que estaba felizmente dispuesta a hacer.
Una de las ventajas de tener un trabajo nuevo era que la ayudaba a concentrarse. Después del encuentro con Mark Canfield, no había sido capaz de pensar en otra cosa hasta que había cruzado las puertas del restaurante. Alex Canfield parecía haberse apropiado de ella; había invadido por completo su cerebro. Intentaba decirse que era un hombre carente por completo de atractivo y con el que no merecía la pena perder el tiempo, pero sabía que se estaba mintiendo. Había algo en Alex que le llamaba poderosamente la atención. El hecho de que fuera hijo adoptado de su padre biológico añadía un nivel de confusión a aquella situación que le indicaba que tenía que huir inmediatamente de aquel hombre. Y, teniendo en cuenta los avatares de su vida amorosa durante el último año, era un consejo que debería seguir a rajatabla.
Cruzó el comedor del restaurante para dirigirse a su despacho. De camino hacia allí, pasó por la bodega, donde hizo un rápido inventario. El número de botellas coincidía con el de la lista del ordenador.
– Excelente -musitó mientras se acercaba al vestíbulo.
Hasta el momento, trabajar en el Bella Roma estaba siendo un sueño. No había nada que quisiera…
– ¿Dani?
Dani se volvió y vio a su hermano Walker. Le sonrió de oreja a oreja.
– ¿Has venido para ver cómo me iban las cosas? -le preguntó Dani mientras él la abrazaba y le daba un beso en la frente.
– Eso te gustaría a ti.
Walker, un ex marine, se había hecho cargo recientemente del imperio Buchanan. Era él el que dirigía la corporación que agrupaba los cuatro restaurantes de la familia. Había asumido el liderazgo de la empresa cuando Gloria, la gran matriarca de la familia, además de la abuela de Dani y de sus tres hermanos, había sufrido un ataque al corazón y se había roto la cadera. A las pocas semanas de haber ocupado aquel cargo, Walker había descubierto que aquélla era su verdadera vocación.
Dani se alegraba infinitamente por él. Walker era un gran tipo y estaba haciendo un trabajo excelente. En realidad ella nunca había estado interesada en dirigir aquel negocio. Sólo quería tener la oportunidad de demostrarse a sí misma que era capaz de hacerse cargo de uno de los restaurantes. Gloria le había puesto al mando del Burger Heaven, pero se había negado a ascenderle de categoría. Después de pasar años intentando complacer a una mujer que en realidad parecía odiarla, Dani había descubierto los motivos de aquel encono. La propia Gloria le había explicado que no era una auténtica Buchanan, que su madre había tenido una aventura con otro hombre de la que ella era el resultado.
De modo que Dani no tenía ningún parentesco real con la matriarca de la familia. Seguramente, teniendo en cuenta que Gloria siempre se había mostrado distante y crítica con ella, aquella revelación debería haberle aliviado, pero no había sido así.
A pesar de su falta de relación sanguínea, Dani sabía que Gloria siempre sería su abuela, por lo menos en lo que hacía referencia a su propio corazón, pero teniendo en cuenta cómo se había comportado hasta entonces, era poco probable que pudieran llegar a tener una relación de abuela y nieta.
Dani se decía a sí misma que no le importaba. Y, por lo menos, de aquella información había extraído algo bueno.
Tras saber que Mark Canfield podía ser su verdadero padre, se le abría la posibilidad de tener toda una familia nueva a la que sentirse unida. Lo malo era que había pasado toda su vida siendo una Buchanan y, en realidad, tampoco le apetecía ser otra cosa.
Walker la soltó.
– ¿Qué tal van las cosas por aquí?
– Genial. Me encanta mi trabajo. Bernie es el mejor y el personal de cocina está intentando impresionarme. Eso significa que estoy empezando a ganármelos. ¿Y qué haces tú por aquí? ¿Has venido a ver si podías comer algo decente para variar?
Aquella pregunta le hizo sonreír.
– ¿Acaso crees que un poco de pasta con salsa roja puede competir con las delicias que prepara Penny?
Penny estaba casada con Cal, el hermano mayor de Dani. Era una cocinera extraordinaria y trabajaba en el Waterfront, la marisquería de los Buchanan.
– Si lo dices así… -gruñó Dani, consciente de que Penny era una cocinera genial-. Pero aquí tenemos un montón de cosas que vosotros no ofrecéis. Y ahora que pienso en ello, creo que deberíamos abrir un restaurante italiano. Son muy populares y los beneficios que dejan son fantásticos.
Walker se la quedó mirando fijamente.
– No he venido aquí para hablar de negocios.
– Pero sería muy buena idea montar un restaurante italiano.
– Una idea excelente, de hecho, si quieres que ignore el hecho de que estás intentando convencerme de que compita con tu actual jefe.
¡Uy! Dani miró a su alrededor para ver si alguien les había oído. Maldita fuera. ¿Cuándo iba a empezar a darse cuenta de que ya no era una Buchanan? ¿De que no le debía a la familia ninguna lealtad y debería emplear todas sus energías en el Bella Roma?
– De acuerdo, comprendido. Pero si no has venido aquí por el pan de ajo, ¿a qué has venido?
– Por Elissa.
Dani le agarró del brazo.
– ¿Se encuentra bien? ¿Ha ocurrido algo?
– No, está perfectamente. Seguimos adelante con los planes de boda. Ella quiere una boda de cuento de hadas, con miles de flores y lucecitas. Y yo quiero hacerle feliz.
Hasta ese momento, a Dani le habría resultado imposible imaginarse a su hermano hablando de lucecitas de colores y de flores con el semblante tan serio. De hecho, habría jurado que ni siquiera sabía lo que eran. Pero desde que se había enamorado de Elissa, era un hombre diferente. Más abierto, más sensible, más consciente de la existencia de las flores.
– Estoy segura de que la boda será preciosa.
– Elissa quiere que vayas. No va a tener dama de honor. Al parecer, es demasiado complicado. Pero tendrá un montón de ayudantes y le gustaría que tú fueras una de ellas. De todas formas, no quiere presionarte, así que me ha pedido que te lo sugiera yo, para que, en el caso de que quieras negarte, te resulte más fácil hacerlo.
Dani sonrió.
– ¿De verdad? ¿De verdad quiere que vaya a su boda?
– Claro que sí. Le caes muy bien. Además, eres parte de la familia, y no se te ocurra decir que no. Ya estoy cansado de ese tema. Eres tan Buchanan como cualquiera de nosotros. Eres mi hermana. Y aunque hubiera sido una nave extraterrestre la que te hubiera dejado en mi casa, seguirías siendo mi hermana.
Su vehemencia podría haber preocupado a cualquiera que no le conociera, pero Dani sabía que era su forma de decirle que la quería. Podía no estar segura de cuál era su lugar en el mundo o su verdadero apellido, pero no tenía ninguna duda de lo mucho que les importaba a sus hermanos.
– No vas a deshacerte fácilmente de mí -le advirtió-, no te preocupes.
– No me queda más remedio que preocuparme. Soy mayor que tú, así que es lo que me toca. Pero bueno, dime, ¿vas a venir a la boda o no?
– Eres tan dulce, tan persuasivo… Tienes tanta capacidad de comunicación…
– ¿Eso es un sí?
– Era un sí. Me encantaría ser una de las ayudantes de Elissa.
– Estupendo. ¿Qué tal ha ido tu encuentro con el senador?
Dani le condujo a una mesa y se sentó.
– Interesante. Extraño. La verdad es que no he sentido ninguna clase de conexión ni nada parecido.
Le habló de Mark y de la rapidez con la que había aceptado lo que le había contado.
– Alex insiste en que me haga una prueba de ADN y creo que es una buena idea. De esa forma, todos estaremos seguros de que es mi padre.
– ¿Alex es su hijo?
– Sí, su hijo adoptado.
– ¿Y te ha causado algún problema?
Dani sonrió de oreja a oreja.
– ¿Estás ofreciéndote a deshacerte de él si causa problemas?
– Estoy dispuesto a ayudarte si lo necesitas.
A Dani le gustó aquel gesto.
– Creo que puedo manejar a Alex -pensó en la determinación de sus ojos-. O por lo menos intentarlo. Además, no quiero que te pelees con él. Por lo menos todavía. Es un hombre muy guapo.
Walker hizo una mueca.
– Creo que preferiría no saberlo.
– No te preocupes. No pasará nada. Ya he aprendido la lección. A partir de ahora, no quiero nada de relaciones. De todas formas, es un hombre que ha conseguido llamarme la atención. Pero no va a servirme de nada. Me considera una molestia. Un inconveniente que podría echar a perder la campaña electoral de su padre.
– ¿Y tú qué piensas?
– Yo creo que está sacando las cosas de quicio. Lo único que a mí me interesa es saber si Mark Canfield es o no mi padre. Si es mi padre, me gustaría conocerle. Y nada más. Aunque la verdad es que Mark me ha invitado a cenar esta noche en su casa. Quiere que conozca a su esposa.
– ¿Y qué va a pensar ella de todo esto?
Dani esbozó una mueca.
– No tengo ni idea, pero supongo que nada bueno.
Katherine Canfield entró en casa por la puerta del garaje seguida por su ex nuera. Como siempre, Fiona iba elegantemente vestida, con un traje que realzaba su esbelta figura y el color rojo de su pelo. Katherine bajó la mirada hacia su propio vestido de diseño. A pesar del ejercicio que hacía a diario y de que vigilaba constantemente su dieta, su cuerpo estaba empezando a cambiar. Nunca había pensado que le importaría envejecer, pero cuando se enfrentaba a la realidad de su cintura y a la desagradable demostración de que la fuerza de gravedad no era precisamente su amiga, pensaba con añoranza en la elasticidad de la juventud.
– Ya tengo preparada la lista de invitados -dijo Fiona con eficiencia-. Todos, salvo tres diseñadores, han confirmado su presencia y pienso presionar hasta el último momento para que también ellos acepten. Estoy decidida a aumentar los beneficios de este año en por lo menos un veinticinco por ciento.
– Tanto el hospital como yo apreciamos tu entusiasmo -dijo Katherine mientras se quitaba los zapatos.
Había estado presentando sus planes para el desfile de moda destinado a recaudar fondos para el hospital y después habían ido a tomar el té. Llevaba horas sin sentarse y sus pies estaban comenzando a hacérselo saber, otro síntoma de envejecimiento.
A la edad de Fiona, habría sido capaz de hacer todo eso y de pasarse después la noche bailando.
– Deberíamos limitarnos a enviar un cheque -dijo Katherine mientras se servía un vaso de agua. Después le sirvió otro a Fiona-. Eso supondría mucho menos trabajo.
Fiona sonrió.
– Siempre dices lo mismo, pero estoy segura de que no hablas en serio.
– Tienes razón.
Aunque las tareas benéficas ocupaban la mayor parte de su tiempo, le encantaba saber lo mucho que podían cambiar las cosas gracias al dinero recaudado.
El sonido de alguien corriendo le hizo volverse. Anticipando el encuentro, Katherine dejó el vaso sobre el mostrador, se agachó y abrió los brazos.
Segundos después, Sasha entraba corriendo en la cocina y volaba hasta ella.
– Mamá, mamá, por fin has vuelto. Te he echado mucho de menos. Yvette me ha leído un cuento y he estado viendo un vídeo de una princesa con Bailey. Hemos comido una hamburguesa con queso y luego Ian nos ha leído otro cuento y ha hecho voces.
Katherine se enderezó sin dejar de abrazar a su hija.
– Así que te lo has pasado muy bien.
– Sí -contestó Sasha sonriendo.
Tenía cinco años, la piel del color del café con leche y los ojos oscuros. Su pelo era una maraña de rizos. Katherine sospechaba que con el tiempo se convertiría en una auténtica belleza. Mark y ella iban a tener problemas para alejar a los chicos de su lado en unos años. Pero de momento, sólo tenían que preocuparse de que la niña creciera sana y fuerte.
– ¿No quieres saludar a Fiona? -preguntó Katherine.
Sasha arrugó ligeramente la nariz y después saludó educadamente.
– Hola, Fiona, ¿cómo estás?
– Muy bien, gracias -contestó Fiona con una sonrisa-. Estás muy alta.
Sasha no contestó. Por alguna razón, nunca había congeniado con la ex mujer de Alex, algo que a Katherine le extrañaba. Aquella niña era excepcionalmente sociable.
Yvette entró en aquel momento en la cocina.
– Por la forma en la que has salido corriendo, sabía que tu madre estaba en casa. ¿Cómo ha ido la presentación -le preguntó a Katherine.
– Agotadora, pero un éxito. ¿Y aquí como han ido las cosas?
– Ha sido una locura.
– O sea, que nada fuera de lo normal.
– Ya sabes cómo son tus hijos -contestó Yvette con una sonrisa-. Me van a hacer envejecer antes de tiempo.
– Tú eres más joven que yo -bromeó Katherine-. Apuesto a que yo envejezco antes.
– Ya veremos.
Yvette abrió los brazos y Sasha corrió hacia ella. La niñera la sacó entonces de la cocina.
– Se lleva estupendamente con los niños -comentó Fiona-. Tuviste mucha suerte al encontrarla.
– Sí, lo sé. Gracias a ella, Mark y yo hemos podido adoptar a tantos niños.
Sin ayuda, se habrían visto obligados a dejar de adoptar después del tercero o el cuarto. Katherine no quería ni pensar en ello. Quería a esas ocho criaturas como si fueran sus propios hijos y era incapaz de imaginarse la vida sin alguno de ellos.
– Tienes una vida perfecta -musitó Fiona.
Katherine pensó entonces en el dolor de pies y en los sofocos que la habían mantenido despierta durante las dos noches anteriores.
– No puedo decir que sea perfecta, pero por lo menos es una vida que me hace feliz.
– Esos niños son una bendición.
Katherine miró a Fiona y vio el dolor que reflejaba su mirada. No pudo menos que compadecerla. Si las cosas hubieran salido bien, a esas alturas Fiona ya debería tener uno o dos hijos. Pero las cosas no habían ido como todos esperaban. Todo había cambiado en el momento en el que Alex había anunciado que quería el divorcio. Nunca había querido explicarle a su madre por qué, y Fiona decía estar igualmente desconcertada por aquel cambio repentino en sus sentimientos.
Katherine sabía que tenía que haber alguna razón. Alex era su hijo mayor y ocupaba un lugar muy especial en su corazón. Habían pasado muchas cosas juntos y sabía que no era la clase de hombre capaz de abandonar a una mujer sin motivo alguno. Estaba muy lejos de ser un hombre cruel o despiadado. Pero ella continuaba sin saber los motivos que le habían llevado a separarse de su esposa.
A Katherine le hubiera gustado decir algo para consolar a su amiga, pero no se le ocurría nada. Fiona sonrió con valor.
– Lo siento. No pretendía ponerme sentimental. Soy consciente de que te pongo en una situación embarazosa y no quiero empeorar las cosas. Pero quiero que sepas lo mucho que te agradezco que me ayudes con todas estas labores benéficas. Significa mucho para mí.
– Me encanta que trabajemos juntas -respondió Katherine-. Haya pasado lo que haya pasado entre Alex y tú, no tiene por qué afectar a nuestra amistad.
Además, en el fondo continuaba albergando la esperanza de que su hijo volviera con Fiona.
Fiona tomó aire.
– Si no te parece mal, voy a quedarme un rato en tu despacho. Quiero descargar los menús de los últimos diez años. No quiero que repitamos ningún plato.
– Gracias por ocuparte tú de eso. Yo voy a ver cómo están los niños. Y no te vayas sin despedirte.
– Claro que no.
Fiona salió y Katherine se volvió hacia las escaleras, pero antes de que hubiera dado un solo paso, oyó la puerta del garaje. Eso sólo podía significar una cosa: Mark estaba en casa.
Sabía que era una tontería, pero, después de veintisiete años de casada, el corazón todavía se le aceleraba al saber que estaba a punto de ver a su marido. Muchas de sus amigas hablaban de cómo iba desapareciendo la magia de sus matrimonios, se quejaban de que había desaparecido de ellos toda emoción, pero ése no era el caso de Katherine. Nunca lo había sido. Cada día quería más a Mark. Para ella, era su príncipe azul. Y aunque adoraba a sus hijos, él era el único que de verdad le había robado el corazón.
Se pasó la mano por el pelo y se alisó la chaqueta. No tenía tiempo de maquillarse, así que se mordió los labios para hacerlos enrojecer y tomó aire. Quería estar atractiva para Mark. Segundos después, se abrió la puerta del cuarto de lavar y planchar y entró Mark en la cocina.
Estaba exactamente como el día que Katherine le había conocido; era un hombre alto, atractivo, de pelo rubio oscuro y ojos profundamente azules. Unos ojos que entrecerraba a veces ligeramente, como si estuviera ocultando algún divertido secreto.
– Hola, cariño -dijo Mark mientras se acercaba a ella-, ¿cómo estás?
– Muy bien. Qué pronto has llegado hoy.
– Quería verte.
A Katherine le dio un vuelco el corazón. En el instante en el que Mark rozó sus labios, renació una vez más el deseo.
Katherine disimuló aquella reacción ante un beso sin importancia, algo que había aprendido a hacer durante los primeros meses de su matrimonio. Pero eso no significaba que el deseo desapareciera.
Años atrás, había leído un artículo sobre las relaciones de pareja. El autor decía que en la mayoría de los matrimonios, los sentimientos de uno de los miembros eran más intensos que los del otro. Katherine sabía que en su caso era completamente cierto. Mark la quería, pero no la idolatraba como ella a él. No comprendía la profundidad de su sentimientos. Ella había aprendido a controlar aquellos sentimientos salvajes que se desataban en su interior cada vez que Mark estaba cerca, pero jamás había conseguido aplacarlos. Para ella, no había habido nunca otro hombre.
Mark le tomó la mano y le dijo:
– Vamos, tenemos que hablar.
– ¿No quieres saludar a los niños?
– Eso lo dejo para después. Ahora quiero hablar contigo.
Mark era un hombre típicamente masculino. A pesar de que era capaz de hablar con un donante durante más de dos horas sin sudar una gota, cada vez que ella sugería que tenían que hablar, encontraba otras mil cosas que hacer, de modo que aquel cambio de actitud extrañó a Katherine. ¿De qué querría hablar? Se estremeció ligeramente.
Se dirigieron a su despacho. Mark cerró la puerta tras ellos y la condujo hasta el sofá. Su expresión era extraña. ¿Estaría enfadado por algo? No, no lo parecía. Parecía más bien resignado. ¿Pero por qué? El miedo comenzó a abrirse paso en el interior de Katherine.
¿Querría dejarla?
Su cerebro le dijo que, incluso en el caso de que Mark estuviera desesperado por separarse de ella, divorciarse de su esposa cuando estaba planteándose la posibilidad de iniciar la carrera hacia la presidencia no era una buena idea. Su corazón le susurraba que su marido la amaba. Últimamente había estado particularmente ocupado, pero era algo que ella ya esperaba. Tenía que dejar de preocuparse por nada. Aun así, las manos le temblaban cuando las cruzó en el regazo y alzó la mirada hacia él.
– ¿Qué pasa? -le preguntó.
Imaginaba que, por fuera, parecía completamente serena y controlada. Que era ésa la imagen que Mark contemplaría. La única que ella quería que viera.
– Hoy ha venido a verme una joven -le dijo Mark-. Bueno, a lo mejor no era tan joven. Tiene veintiocho años. Supongo que, si la considero joven, es porque cada vez soy más viejo. ¿Todavía tienes algún interés en continuar casada con un vejestorio? Al fin y al cabo, tú eres la más atractiva de los dos.
Hablaba con ligereza, sonriendo y sosteniéndole la mirada. Aquella actitud debería haberle relajado, pero no lo hizo. La verdad era que Katherine estaba aterrada, aunque no era capaz de decir por qué.
– Tú no eres ningún viejo -contestó, haciendo lo imposible para ocultar su miedo.
– Ya tengo cincuenta y cuatro años.
– Y yo cincuenta y seis -replicó-. ¿Piensas cambiarme por un modelo con menos años?
– No, tú eres la mujer más guapa del mundo -le aseguró Mark-. Y además, eres mi esposa.
Aquellas palabras parecían destinadas a tranquilizarla, pero consiguieron hacerlo.
– ¿Quién era esa mujer?
– Se llama Dani Buchanan. Danielle, como me dijo Alex después.
– ¿Alex? ¿Y él que tiene que ver con todo esto?
– En realidad nada. Estaba allí y también la conoció. Intentó echarla. Tu hijo es un auténtico perro guardián.
– Se preocupa por su familia.
– Lo sé -Mark le acarició la mejilla-. Katherine, ¿te acuerdas de la primera vez que estuvimos comprometidos? ¿Te acuerdas de cómo terminaron las cosas entre nosotros?
Katherine asintió lentamente. Ella era la hija única de una adinerada familia de la Costa Este. Sus padres no aprobaban su relación con Mark, un joven de Seattle; era un hombre con encanto y energía, pero no pertenecía a una buena familia. Aun así, Katherine le amaba y había conseguido que su familia le aceptara. Mark le había propuesto matrimonio y ella lo había aceptado. Pero seis semanas después, Katherine había puesto fin a su compromiso. Había sido incapaz de confesarle a Mark la verdad sobre sí misma. En vez de arriesgarse a que Mark la compadeciera y después la dejara, había decidido dar por finalizada su relación.
Después de aquello, Mark había regresado a Seattle.
– Regresé a mi casa para intentar averiguar qué quería hacer con mi vida -le contó-. Mientras estaba allí, conocí a alguien. Yo no estaba buscando nada parecido, pero ocurrió.
Regresó entonces el miedo, un sentimiento frío y afilado que la estaba desgarrando por dentro. El dolor la devoraba, pero Katherine permaneció frente a Mark, decidida a no demostrarlo.
– ¿Y tuviste una relación con esa mujer? -preguntó con calma.
– Sí. Estaba casada. Ninguno de los dos pretendía que ocurriera. Nadie sabía nada, no queríamos que su marido se enterara. Y yo no quería hacerle ningún daño. Un buen día, todo terminó. Yo no había vuelto a pensar en todo aquello hasta hoy. Dani es hija de aquella mujer. Es mi hija.
Katherine se levantó. A lo mejor, si se movía, el dolor no sería tan terrible. A lo mejor conseguía respirar. Pero el despacho no le ofrecía lugar alguno en el que esconderse.
– Evidentemente, yo no lo sabía -dijo Mark, como si no fuera consciente de que nada de lo que dijera podía mejorar las cosas-. Alex ha sugerido que se haga una prueba de ADN para poder asegurarnos de que es cierto. A mí me parece una buena idea. Dani parece una gran chica. Se parece mucho a Marsha, pero también yo me he podido reconocer en ella. Con toda la campaña en marcha, tendremos que ser muy discretos.
Mark continuó hablando, pero Katherine ya no era capaz de oírle. Mark tenía una hija. Una hija biológica a la que ya había conocido.
– La he invitado a cenar -dijo Mark-. Quiero que la conozcas. Todavía no tenemos que decirle a los niños quién es, pero con el tiempo, lo haremos.
Katherine se volvió entonces hacia él. Se había quedado petrificada. De hecho, ni siquiera sabía si iba a ser capaz de hablar.
– ¿Va a venir a casa?
– Sí, esta noche -se acercó hasta ella y le tomó las manos-. Sé que te gustará. ¿No dices siempre que te gustaría tener otra hija?
No, no podía estar hablando en serio. Y era imposible que no se diera cuenta de lo que le estaba haciendo. Pero Mark continuaba hablando como si no ocurriera absolutamente nada. Como si Katherine no estuviera devastada porque acababa de enterarse de que otra mujer le había dado algo que ella no podría darle jamás en su vida.
Alex llegó muy temprano a casa de sus padres. Había pensado en llamar a su madre por teléfono, pero al final había decidido que era mejor hablar con ella personalmente. Su padre podía pensar que se tomaría perfectamente la noticia de la aparición de Dani Buchanan, pero él no estaba tan seguro.
Pero antes de que hubiera podido dirigirse hacia las escaleras, vio salir a Fiona del estudio de su madre.
– Hola, Alex.
Alex recordó entonces un documental sobre las arañas. Fiona le recordaba a la viuda negra, una araña capaz de esperar pacientemente el momento de devorar a su pareja.
– No sabía que estabas aquí -dijo él.
– ¿Quieres decir que no habrías venido si hubieras sabido que iba a estar aquí? -preguntó Fiona con los ojos brillantes por la emoción-. ¿Tanto me odias?
– No te odio en absoluto.
Si la odiara, eso significaría que sentía algo por ella. Pero no era así. Por supuesto, no podía dejar de reconocer su gran belleza, pero ya no sentía nada por su ex mujer.
En un mundo perfecto, Fiona habría desaparecido de su vida inmediatamente después de su divorcio. Desgraciadamente, Alex tenía la impresión de que no le iba a resultar fácil dejar de verla.
– Vaya, la Princesa de Hielo.
Alex se volvió y vio a su hermano Ian rodando hacia ellos en su silla de ruedas. Alex sonrió y avanzó hacia él. Se inclinó ligeramente para saludarle con el complicado ritual con el que siempre lo hacían. Por supuesto, era Alex el que se encargaba de chocar las manos y hacer los correspondientes giros. Le resultaba más fácil que a Ian, cuya parálisis cerebral limitaba su movilidad. Pero las carencias físicas de su hermano estaban más que compensadas por su inteligencia y su creatividad.
– Siempre está por aquí -le dijo Ian a Alex-. Creo que siente algo por mí.
Fiona se estremeció visiblemente mientras observaba el cuerpo minúsculo y retorcido de Ian en su silla de ruedas
– No seas tan desagradable -le espetó.
Ian arqueó las cejas.
– Pero después de lo de anoche… ¿Tú que crees, Alex? Al fin y al cabo, tú eres el experto en excitar a Fiona.
Alex miró fijamente a su ex esposa.
– No tanto como puedes creerte.
Fiona parecía estar debatiéndose entre la furia y la necesidad de pedir clemencia.
– Alex, no puedes dejar que me hable así.
– ¿Por qué no? Ian siempre ha tenido un gran sentido del humor.
– Algo que tú eres incapaz de comprender -le dijo Ian a Fiona-. El humor no va contigo -giró la silla de ruedas para marcharse-. Adiós, cariño -gritó volviendo la cabeza.
Fiona dejó escapar un suspiro.
– Jamás he comprendido a ese chico.
– Nunca lo has intentado.
Alex había tardado mucho tiempo en averiguar lo que Fiona sentía por Ian, pero al final había comprendido que la que en otro tiempo había sido su mujer era incapaz de mirarle siquiera. Era como si cualquier cosa que se desviara de la normalidad la repugnara. Y aquélla era una de las muchas razones por las que había decidido separarse de ella.
– Alex, no quiero que discutamos.
Alex se acercó al mueble bar y lo abrió. Después de servirse un whisky, se volvió hacia Fiona.
– Y no estoy discutiendo.
– Ya sabes a lo que me refiero -se acercó a él y poso la mano en su pecho-. Te echo mucho de menos. Dime qué es lo que puedo hacer o decir para que me perdones. Sólo fue un error. ¿De verdad eres tan duro? ¿De verdad te cuesta tanto perdonarme?
– Soy el rey de los bastardos -respondió Mark dando un sorbo a su bebida-. Literalmente.
Fiona tomó aire, como si estuviera decidida a ignorar su provocación.
– Alex, estoy hablando en serio. Soy tu esposa.
– Eras mi esposa.
– Pero quiero serlo otra vez.
Alex la recorrió de arriba abajo con la mirada. Aparentemente, Fiona era todo lo que un hombre podía desear: guapa, inteligente y divertida. Podía hablar con cualquiera sobre cualquier cosa. De hecho, prácticamente todos sus amigos se preguntaban cómo era posible que hubiera dejado escapar a una mujer así.
– Eso no va a suceder -le advirtió.
– Pero yo te quiero, ¿es que eso no significa nada para ti?
Alex pensó en lo que había ocurrido casi dos años atrás, cuando había llegado a casa antes de lo previsto.
– No, no significa absolutamente nada para mí.