La creación de cualquier novela implica cierta investigación, pero estoy particularmente en deuda con varias personas que me han proporcionado información de incalculable valor para escribir este libro:
El doctor Daniel Vallera, profesor y director de la sección de inmunología experimental del cáncer, departamento de radiología terapéutica de la Universidad de Minnesota, que soportó numerosas y larguísimas llamadas telefónicas acerca de incontables aspectos de la investigación médica. Aprecio enormemente su ingeniosa habilidad para explicar lo inexplicable de cien formas distintas y creativas.
El doctor L. L. Houston, de la Sociedad Anónima CETUS de San Francisco (California), que durante una larga y paciente conversación me describió todos los pasos del desarrollo de una droga, desde su inicial «descubrimiento» hasta su comercialización.
El inspector Michael Stephany, que me proporcionó toda la información que pudo obtener de la brigada de narcóticos de Orange County.
Y Virginia Bergman, que me explicó los usos potenciales de una droga llamada ergotamina.
Además de a estas personas, he de dar las gracias a
Julie Mayer, mi mejor y más devoto crítico; a Vivienne Schuster, Tony Mott y Georgina Morley, por sus valientes esfuerzos en procurar que no me desviara del tema; a Deborah Schneider, la agente literaria más fiel que se pueda desear; y a Kate Miciak, mi editora y defensora en Bantam.
De todas las aflicciones conocidas por un amante,
¡ésta debe ser la ciencia más difícil de olvidar!
¿ Cómo desprenderse del pecado sin perder el juicio,
y amar al ofensor sin aceptar la ofensa?
¿ Cómo apartar al querido objeto del crimen,
cómo distinguir penitencia de amor?
Alexander Pope