Capítulo 9

– ¿Papá?

Cuando oyó la voz preocupada de Randy, Andrew levantó la cabeza.

– Tío Zack nos ha mandado venir enseguida a Troy y a mí. ¿Qué ha pasado? ¿Qué tiene Lindsay?

Andrew se puso en pie y abrazó a su hijo.

– Me alegro de que estés aquí. Va a pasar un poco de tiempo antes de que sepamos algo. Ahora está en rayos X.

Andrew volvió a sentarse y Randy se apoyó en la pared.

– Tío Zack sólo nos ha dicho que se desmayó y que tú las has traído al hospital en el helicóptero.

– Me temo que no se puede decir mucho más. Se hizo daño montando y las piernas se le han quedado sin sensibilidad.

Randy frunció el ceño.

– ¿Es algo serio, papá?

– Espero que no. No debería haberla convencido para que montara. Cuando nos dijo que esa iba a ser la primera vez que montaba, debería haberme dado cuenta de que había una razón.

– ¿Por qué? Conozco mucha gente más mayor que ella que nunca han montado a caballo.

– Después de hacer que la ingresaran, localicé a Bud, que me encontró el número de teléfono de sus padres en Bel Air. Los llamé para decirles que su hija estaba en el hospital y me han llamado de todo.

– ¡Estás de broma!

– Ya me gustaría. Parece ser que, cuando Lindsay tenía once años, tuvo un accidente de tráfico que casi le costó la vida y tuvo daños en la columna vertebral que la dejó con las piernas paralizadas.

– ¿Lindsay?

Andrew asintió.

– Ya lo sé. Después de ver como nada es difícil imaginársela así. Tuvo que pasar por el quirófano varias veces y tardó años antes de poder caminar de nuevo. Tuvo que recibir clases en su casa durante casi toda su adolescencia. Lo de nadar demostró ser la mejor terapia y es por eso por lo que nada tan bien hoy en día.

– Demonios, ¿crees que…?

– No lo digas.

Randy se le acercó y lo tomó por los hombros.

– No ha sido culpa tuya, papá. No importa lo que te hayan dicho sus padres.

– Por supuesto que lo es. Debería haberla dejado en paz desde el principio. Por mi egoísta deseo de conocerla, casi se ahogó. Por mi negligencia, puede quedar paralítica de nuevo, ¡posiblemente por el resto de su vida!

Randy miró duramente a su padre.

– Nadie obligó a Lindsay a cenar con nosotros en la villa y nadie la obligó a venir hoy al desfile. Los accidentes ocurren y no se puede culpar a nadie.

Luego se produjo entre ellos un largo silencio.

– Tienes razón -dijo por fin Andrew-. Pero es imposible ser objetivo en un momento como este. Estoy enamorado de ella, Randy. Después de tu madre, no creía que fuera a volver a pasar y, ciertamente, no tan rápidamente, pero así ha sido.

– Lo sé, porque lo he visto, y me alegro. Si quieres mi opinión, ella también está enamorada de ti. Troy está de acuerdo. Dice que los dos estáis actuando exactamente como tío Zack y tía Alex. Tampoco ellos se daban cuenta nunca de la presencia de los demás cuando estaban juntos.

– Quiero que seas el primero en saber que hoy le he pedido a Lindsay que se case conmigo.

Randy sonrió brillantemente, borrando todos los miedos que Andrew pudiera haber tenido sobre la aceptación de aquello por parte de su hijo.

– ¿Por qué has tardado tanto?

La pregunta de Randy rompió algo de la tensión existente y Andrew se rió.

– Tienes que conocer el resto. No me ha dado una respuesta, y algo me dice que se va a negar, sobre todo después de este accidente.

– ¡Eso no tiene sentido! No cuando ella te ama.

– Yo tampoco lo comprendo. Pero pretendo conseguir la verdad, sin importar el tiempo que tarde.

– ¿Jefe?

Andrew miró a uno de sus guardaespaldas, que se había asomado por la puerta.

– ¿Ya está de vuelta?

– Sí. El médico dice que ya la puede ver.

– Buena suerte, papá. Estaremos esperando.

Andrew salió al corredor y se dirigió a la consulta donde habían dejado a Lindsay al principio, pero esta vez ella estaba consciente.

– Andrew…

Él se acercó inmediatamente a la camilla.

– ¿Te sigue doliendo?

– No. Me han dado algo -dijo ella llorando de repente-. Perdóname por haber organizado este espectáculo. Lo único que hago es herirte y avergonzarte. Ahora te he apartado de tu familia y he arruinado tu día de fiesta.

– No hay nada que perdonar. Te amo, Lindsay. Lo que quiero es que te pongas bien.

Ella apartó la mirada.

– Has estado maravilloso conmigo. No he querido estropear la excursión. Pobre yegua, mis gritos debieron asustarla.

Andrew respiró profundamente y dijo:

– ¿Por qué no me contaste lo de tu espalda?

Ella lo miró fijamente de nuevo.

– ¿Cómo has sabido eso? Ah, sí, tu investigador privado. Debe ser bueno.

– No, me lo han dicho tus padres.

Lindsay se puso pálida y él supo inmediatamente que algo iba mal.

– ¿Has hablado con ellos?

– Naturalmente. Los llamé tan pronto como te metieron en urgencias.

– ¿Por qué? -dijo ella pareciendo aterrorizada.

– Porque son tu familia. Tenían que saber que su hija estaba en el hospital. Les prometí que los llamaría de nuevo tan pronto como supiera cómo estabas.

Ella gimió entonces.

– No deberías haberlo hecho. ¡No tenías derecho! Tengo veintisiete años y no necesito que ni tú ni nadie se preocupe por mí, se entrometa en mi vida y tome decisiones por mí. ¡Ya no soy una niña!

Andrew se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Pero no estaba dispuesto a dejar aquello, porque tenía la idea de que se estaba acercando cada vez más a la verdad sobre los inexplicables miedos de ella.

– ¿Es eso lo que crees que he estado haciendo? ¿Tratar de controlarte?

– Lo hiciste cuando me pusiste guardaespaldas y me cambiaste de habitación. Lo haces con Randy…

Intrigado, él le dijo:

– ¿Sí? ¿Qué pasa con mi hijo?

– No… no debería haber dicho nada. No es cosa mía -dijo ella apartando el rostro una vez más.

– Estoy haciendo que lo sea. Dime lo que estoy haciendo con Randy. Por favor, Lindsay. Es importante para mí. Ayúdame a comprender lo que te pasa.

Las lágrimas se escaparon de sus párpados.

– Cuando Randy descubrió que yo voy a estudiar a los tiburones le encantó la idea y dijo que eso era lo que le gustaría hacer a él. Y tú cambiaste inmediatamente de conversación.

– Eso es cierto. Los tiburones son peligrosos y pensar en lo que le pueden hacer a cualquiera no me resulta particularmente agradable.

– Pero si Randy ha llegado a hacerse buceador, si pretende llegar a ser biólogo marino, no importa lo que tú pienses de ello, es su vida y su decisión.

Andrew parpadeó.

– Es verdad, y si quiere hacerse un experto en tiburones, yo no me meteré en su camino. Pero ahora mismo no tiene ni idea de lo que quiere ser en el futuro. Antes de que le diera por el buceo se metió en un negocio de venta por correo y se imaginó a sí mismo como si fuera un magnate de los negocios editoriales. Desde nuestro regreso de las Bahamas él y Troy han estado hablando de meterse juntos en el negocio de la ganadería. Cuando pase dos meses en la Universidad, probablemente decida cualquier otra cosa.

– Mis padres solían decir que yo no sabía lo que quería ni de lo que estaba hablando porque no podían soportar la verdad. Todas las veces que trataba de decirles lo que quería hacer cambiaban de conversación, como hiciste tú con Randy.

– Lindsay, no era por Randy por quien me estaba preocupando entonces. Era por ti. Cuando Pokey me dijo que tú ibas a bucear en The Buoy me estremecí. Ningún hombre enamorado de una mujer quiere verla en peligro. Y, con respecto al cambio de habitación y al que te pusiera unos guardas, lo hice para asegurar tu seguridad e intimidad. Sabía que la prensa había descubierto ya lo del incidente y no me atreví a dejarte a la merced de esa gente y de los que disfrutan molestando a los famosos.

Ella tardó bastante tiempo en contestar. Finalmente, dijo:

– Estás diciendo lo mismo que mis padres. Siempre hicieron lo que pensaban que era mejor para mí porque tenían miedo de que me fuera a pasar algo. Es un miedo irracional que empezó hace ya años, después de mi accidente. Salvo la que tengo con Beth, arruinaron todas las relaciones que tuve para asegurarse de que me quedaba en casa a salvo y protegida.


Andrew se sentía cada vez más frustrado.

– No me compares con tus padres, Lindsay. Por lo que parece, ellos necesitan ayuda profesional. Pero ahora no es el momento de hablar de ello. ¿Por qué no tratas de dormir? Deja que el sedante haga su trabajo.

– No quiero dormir -murmuró ella-. Sean cuales sean tus motivos, el resultado final es el mismo. En Nassau tú decidiste protegerme del peligro tomando decisiones que pensaste que eran las mejores para mí. No las discutiste conmigo y cuando me opuse, tú…

– Porque la situación lo exigía. ¿Me estás diciendo que tú no te preocuparías por mi seguridad si supieras que existía un peligro real?

– Estaría aterrorizada -confesó ella-. La posibilidad de… de un asesinato, siempre está presente y me aterroriza. Pero yo no te pediría que dejaras de ser gobernador por ello. No trataría de controlar donde vas o lo que haces. No pensaría ni tomaría decisiones por ti.

La adrenalina invadió las venas de Andrew.

– ¿Es eso lo que crees que he estado haciendo?

– Llamaste a mis padres sin preguntarme si quería que lo hicieras.

Él apretó los puños.

– Porque no sabía el daño que habías sufrido y di por hecho que querrías su apoyo en caso de que tuvieran que operarte.

A Lindsay le pesaban los párpados y no podía seguir mirándolo.

– Deberías haber hablado primero conmigo. Ellos son la última gente que yo hubiera querido que supieran esto. No porque no los quiera, sino por su manía…

– Lindsay. Te trajimos aquí inconsciente por el dolor y te metieron inmediatamente en rayos X. El médico que te examinó al principio no descartó la posibilidad de una operación. Dado que estabas a mi cuidado, me sentí en la obligación de informar a tus padres. Si tú fueras madre, lo comprenderías.

– ¡Yo no estoy a tu cuidado! -dijo ella casi gritando-. Vine a Carson City porque la última vez que nos separamos me porté mal sin querer y quería explicarme. ¿Es qué no lo ves? Te haces cargo de las cosas sin pensar. Es algo tan normal para ti como respirar. Un matrimonio entre nosotros no funcionaría nunca.

Andrew se quedó pálido.

– ¡No sabes lo que estás diciendo!

– Mis padres siempre dicen eso cuando se enfadan. Andrew, si nos casamos y yo sigo queriendo ser bióloga marina, sinceramente, ¿puedes decir que no será causa de peleas entre nosotros? ¿Que no me exigirías ser una esposa convencional? Ya me has dicho que odias sólo la idea.

– Y así es.

En ese momento apareció uno de los médicos y Andrew se contuvo.

– ¿Qué indican las radiografías? -le preguntó él al médico.

– Buenas noticias, gobernador. No hay ningún daño. En mi opinión todo se ha debido a que,*como la señorita no ha montado nunca antes a caballo, hizo demasiada fuerza con unos músculos que nunca había utilizado y le dio un calambre en cuanto el caballo empezó a galopar.

– ¿Es esa la única razón para que se me durmieran las piernas? -le preguntó ella, incrédula.

– Eso es. Una sensación temporal. Ahora las siente de nuevo, ¿no es así?

Entonces levantó la sábana y le hizo cosquillas en la planta del pie, lo que hizo que Lindsay lo retirara inmediatamente como reacción.

Una mirada de extrañeza cruzó a Lindsay por el rostro y, con un poco de dificultad, se sentó en la cama.

– No me lo puedo creer. Es como…

– La inyección que le hemos puesto la ha relajado -dijo el médico-. Su experiencia pasada hizo que se tensara más todavía y el dolor se incrementó. La voy a mandar a su casa con una receta de un relajante muscular y un antiinflamatorio. Pasará un tiempo un poco incómoda, pero puede marcharse cuando quiera. Dese doce horas de descanso antes de empezar con sus actividades habituales. Un baño caliente y un buen sueño la ayudarán.

«Doce horas para hacerla comprender», pensó Andrew. Luego se volvió al médico y le dijo:

– Eso era lo que quería oír.

El médico asintió y le dio a ella unos golpecitos en la pierna.

– Cuando esté completamente recuperada, podrá empezar a hacer ejercicio para fortalecer esos músculos y, más adelante, podrá intentar montar a caballo. Pero tómeselo con calma y por etapas. De esa manera no se repetirá lo de hoy. Buena suerte.

Cuando el médico se hubo marchado, el primer impulso de Andrew fue abrazarla. Pero supo que no debía hacerlo. La mujer que anteriormente había admitido que lo deseaba más que a nada, se había transformado en una persona completamente diferente ahora.

– ¿Quieres que venga alguien a ayudarte a vestirte?

Ella se subió la sábana hasta la barbilla en lo que él pensó que era un gesto de protección.

– Sí, por favor.

– Cuando estés lista, la limusina te estará esperando en la entrada de urgencias.

Ella agarró convulsivamente el borde de la sábana y, evitando su mirada, le dijo:

– Gracias por todo. Me siento como si fuera un fraude.

– Y yo me siento aliviado de que puedas salir de aquí andando con esas hermosas piernas tuyas.

– Andrew…

– No ahora, Lindsay -le cortó él firmemente y salió de la habitación.

Sabía ya lo bastante de ella como para darse cuenta de que ella evitaría irse a su casa con él. Pero Lindsay necesitaba ayuda ahora y él estaba dispuesto a ser el que se la diera. Si pudiera conseguir que confiara en él… Entonces podrían superar juntos ese problema, por mucho tiempo que tardaran.


– ¿Papá? Instala a Lindsay en el dormitorio junto al mío. Así, si necesita algo por la noche, yo la oiré.

– Prometo que no molestaré a nadie -murmuró Lindsay.

Andrew apretó los labios contra su cabello mientras la subía en brazos por las escaleras hasta el segundo piso de la mansión. A pesar de que el instinto le estaba gritando que la llevara a su dormitorio, se contuvo. Pronto ella estaría durmiendo en su cama porque, a pesar de todos sus miedos, pretendía hacerla su esposa.

– Dado que no vas a poder entrenar a tu equipo por la mañana, ¿por qué no pides una baja y te quedas todo el mes? -le preguntó Randy bromeando-. Tenemos una piscina aquí y podrás nadar todos los días. Y así podrás ayudar a Troy al mismo tiempo.

– Eso me parece una idea maravillosa, Randy, y estoy encantada de que pienses que puedo ser una ayuda. Pero me temo que el dueño del club de natación puede que tenga algo que decir acerca de que me tome todo el mes libre.

Andrew pensó que, en un futuro cercano, el dueño del club iba a tener que encontrar a alguien que la sustituyera para siempre. Y, cuanto antes, mejor. Pero guardó silencio, aplaudiendo mentalmente a su hijo. Andrew estaba encantado con Lindsay y estaba haciendo todo lo que podía para ganarla para su causa.

– Papá me ha dicho que te ha invitado a venir cuando esté aquí el Gobernador Stevens y su familia. ¿Qué es una semana más? ¡No te vas a creer todas las cosas divertidas que tenemos planeadas!

Andrew la metió en la habitación siguiente a la de Randy y la dejó sobre la cama.

– Aunque parece maravilloso, me temo que tengo otros compromisos. Pero me siento honrada de que hayáis pensado en mí.

Andrew tenía algo que decir al respecto, pero prefirió esperar a que estuvieran solos. Randy dejó la maleta de ella en el suelo.

– ¿Tienes hambre, Lindsay?

– No, pero sí sed.

– ¿Quieres un refresco?

– Algo sin cafeína.

– Ahora mismo lo traigo -dijo Randy apresurándose a salir de la habitación e intercambiando una señal de ánimo con su padre antes de desaparecer.

Lindsay empezó a hablar en el mismo momento en que se marchó, pero anticipándose a otro rechazo, Andrew tomó la iniciativa y se dirigió al cuarto de baño del dormitorio con el neceser de ella.

– El médico ha dicho que te vendría bien un baño caliente -dijo-. Voy a abrir los grifos y mandaré a mi ama de llaves para que te ayude.

El baño tenía otra puerta que daba al pasillo. Haciendo como si no oyera a Lindsay, Andrew salió e interceptó a Randy en lo más alto de las escaleras, le quitó el bote de refresco de las manos, comunicándose entre ambos sin palabras.

– Gracias, hijo. Dile a Maud que suba, ¿quieres?

Randy asintió y salió corriendo.

Tan pronto como el baño estuvo lleno, Andrew cerró el grifo y le preparó todo a ella. Luego salió de nuevo al pasillo, donde se encontró con Randy y la doncella. Le dio el frasco con las medicinas a Maud diciéndole:

– Asegúrate de que se las toma antes de meterse al baño. Cuando esté presentable ven a mi estudio y házmelo saber. Yo me ocuparé de todo entonces. Si quiere cenar algo más tarde, ya se lo prepararé yo.

Maud asintió.

– Es bueno tener de nuevo una mujer en casa, Andrew.

– Yo estaba pensando lo mismo.

Todos sonrieron con la camaradería que les daba haber pasado cinco años juntos viviendo lo mejor y lo peor.

Randy y él se dirigieron luego al dormitorio principal.

– Vaya, papá. ¿Qué vas a hacer con Lindsay? No es que esté precisamente cooperando.

– ¿Te has dado cuenta? Voy a tener que mantenerla aquí hasta que la pueda convencer de que los miedos que tiene sobre mí no tienen sentido.

– Es evidente que te ama, así que sé que encontrarás la forma.

Andrew le dio una palmada en el hombro.

– Tengo suerte de tenerte a mi lado. Ahora sal de aquí y disfruta de los fuegos artificiales.

– Lo haré. Troy y yo vamos a ver a esas chicas que salieron en las fotos de la universidad.

– Parece interesante. Ahora sólo recuerda nuestra regla de los cinco minutos para despedirse.

– No sufras. Tengo que estar en el trabajo mañana a las ocho -dijo Randy sonriendo-. Tú compórtate también.

Eso hizo que Andrew sonriera, olvidándose por un momento de la nube negra que se le había echado encima.

Después de ducharse y cambiarse, Andrew bajó a la cocina. Se hizo un sándwich y se lo llevó a su despacho, desde donde llamó a Clint. Las emergencias sucedían los días de fiesta tanto como entre semana y Andrew quería terminar algunos asuntos pendientes antes de ir a ver cómo estaba Lindsay. Por suerte, había sido un día tranquilo y era libre para concentrarse en ella.

Poco después, Maud le dijo que ya se había acostado y él le dio las gracias y se despidió.

Había dejado la puerta del dormitorio de ella entreabierta y Andrew entró con el sigilo de un gato y se acercó al borde de la cama. Ella estaba tumbada dándole la espalda y con las sábanas por la cintura. Debía estar dormida. Después de lo que había pasado, era lo más natural. Pero una parte incivilizada de Andrew deseó despertarla. Pero se contuvo y se volvió, dispuesto a marcharse.

– ¿Andrew?

El corazón le dio un salto y se volvió inmediatamente.

– ¿Eres tú? -preguntó ella tumbándose de espaldas.

Andrew se acercó más.

– No quería despertarte. Sólo he venido para asegurarme de que estabas bien y para despedirme.

– Te estaba esperando -dijo ella como adormilada-. Tenemos que hablar.

– Esta noche no, Lindsay. Deja que actúen las medicinas. Mañana tenemos todo el día.

– No. No lo comprendes. No puedo quedarme.

– No vas a ir a ninguna parte hasta que no te hayas librado por completo del dolor.

– El dolor no importa. Yo…

Pero no terminó el resto de la frase porque una fuerza más poderosa que cualquier que hubiera sentido en toda su vida hizo que Andrew se arrodillara. La hizo volverse de lado y dijo:

– ¿Es aquí donde te duele?

Mientras tanto le masajeaba por debajo de la cintura.

Ella gimió de placer.

– Oh… me gusta.

– Se supone que tiene que ser así.

Incapaz de detenerse, le apartó la dorada cabellera y empezó a frotarle la espalda. Cada vez se acercaba más a ella, hasta que le rozó el cuello con los labios.

De alguna manera, sin saber cómo había sucedido, las manos de él se pusieron sobre la piel de ella, donde el pijama se había separado. Un pequeño gemido se escapó de la garganta de ella y eso excitó más aún a Andrew. Entonces su boca encontró la esquina de la de ella.

– Lindsay…

Al momento siguiente ella se volvió y elevó la boca hasta la de él.

Su pasión en el establo sólo había sido un preludio de la increíble respuesta que mostró en ese momento. Se besaron lenta, sensualmente, hasta que Andrew se ahogó en emociones. En sensaciones.

No quiso pensar que las pastillas podían haber disminuido el poder de raciocinio de ella, permitiendo que la necesidad física se impusiera a la decisión consciente. Antes de que la hubieran medicado le había dicho que no había ninguna esperanza de tener un futuro juntos. Pero ahora le daba la bienvenida con una pasión desinhibida, consumida por el fuego que habían creado.

Lindsay parecía insensible a cualquier clase de dolor y susurraba su nombre una y otra vez. Andrew llevaba mucho tiempo soñando con ese momento, desde que la vio por primera vez. Pero hacer el amor con ella cuando no estaba en plena posesión de sus facultades y con tantas cosas sin resolver entre ellos iba contra su código ético particular.

Se apartó de ella y se puso en pie. Cuando la oyó gemir algo en protesta, estuvo a punto de dejar a un lado sus estúpidos principios y meterse en la cama con ella.

Agarrándose al último vestigio de autocontrol que le quedaba, retrocedió un paso. De camino hacia la puerta se detuvo para ver si ella decía su nombre. Si decía una sola palabra se quedaría con ella allí. Pero sólo oyó el silencio.

Pasaron unos momentos más mientras esperaba alguna señal de que ella no quisiera que se marchara. Cuando esa señal no llegó, se obligó a sí mismo a abandonar la habitación.

El guardaespaldas del pasillo levantó la mirada cuando vio la torturada expresión de Andrew.

– ¿Está ella bien?

Andrew asintió.

– La medicación la ha ayudado a dormir. Voy a darme un baño en la piscina antes de acostarme. Si se despierta y me necesita, allí estaré.

– Muy bien, jefe.

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