Capítulo 7

Tan pronto como Lindsay vio a Nate acercarse, se levantó de la silla donde había estado haciendo de socorrista durante las últimas dos horas, aliviada de que la relevaran. La falta de sueño, combinada con el calor opresivo, le habían proporcionado un dolor de cabeza que estaba empeorando a cada momento. Si no se iba a su casa y se metía en la cama se iba a poner mucho peor.

– Hay alguien esperándote en la oficina -dijo Nate sacando músculo.

Aunque sabía que no podía ser Andrew, el corazón se le aceleró y casi corrió hacia la oficina. Cada vez que pensaba en la forma en que lo había dejado ir el día anterior, sin decirle la verdad, el dolor se intensificaba.

Nate dijo entonces en voz suficientemente alta como para que todo el mundo lo oyera:

– ¡No es tu amigo el gobernador!

Cuando vio a Beth, Lindsay la abrazó.

– ¡No sabes lo contenta que estoy de verte!

– A mamá le llegó la noticia de que Andrew Cordell estuvo ayer en la competición. Luego la llamaron tus padres, absolutamente frenéticos porque no se fían de él y no podían ponerse en contacto contigo. Querían saber qué estaba pasando y mamá les dijo que me llamaría para averiguar lo que pudiera y se lo contaría.

– Siento que te hayan metido en esto, Beth, pero no puedo enfrentarme a ellos hasta que no me haya aclarado yo misma.

– Eso es lo que me imaginé. Dado que no has contestado a ninguna de mis llamadas, le dije a mi jefe que tenía una emergencia y he salido antes del trabajo esperando encontrarte. Nunca pensé que te pudiera decir esto, pero tienes un aspecto horrible. ¿Qué te pasa? Pensé que te morías de ganas de saber algo de ese hombre.

– Oh, Beth…

Pero no pudo continuar porque se le saltaron las lágrimas.

– ¿Puedes acompañarme a casa?

– Es por eso por lo que estoy aquí. Vamos, te seguiré con el coche.

Cuando llegaron al apartamento de Lindsay en Santa Mónica, y, después de tomarse un par de aspirinas, se desfogó con su amiga.

– ¿Te das cuenta de que ni siquiera puede ir al cuarto de baño sin que lo siga un guardaespaldas?

– ¿Y qué tiene eso que ver con lo que sientes por ese hombre? ¿O es que ya te ha hecho alguna proposición y no me lo estás diciendo? -le preguntó Beth.

Lindsay evitó su mirada.

– Ni siquiera me ha besado.

– Pero te gustaría que lo hiciera. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te vuelvas de piedra si te toca?

Lindsay sonrió detrás de las lágrimas.

– Tengo miedo de querer que nunca deje de hacerlo. Eso lo digo con toda sinceridad.

– Es un principio. Sobre todo cuando nunca antes te he visto actuar de esta forma por un hombre. No te olvides de que nos conocemos desde hace mucho.

La sonrisa de Lindsay se esfumó.

– No he olvidado nada, sobre todo ese período de tiempo en que tu madre y tú tuvisteis que vivir rodeadas de guardaespaldas noche y día.

– Lindsay… Estás tratando de relacionar dos situaciones que son completamente diferentes. Mamá estaba siendo acosada por un lunático. Teníamos miedo y necesitábamos ayuda. Pero Andrew Cordell no tiene miedo. De otra forma no habría elegido ser político. Tener guardaespaldas para él es una medida preventiva. Incluso pueden venir bien para hacerle a una la vida más fácil. ¿Te enfadaste con Jake y Fernando?

– No. Por supuesto que no. Pero sabía que su presencia era algo temporal. Si pensara que tuviera que pasarme la vida de esa manera, no lo podría soportar. Cada movimiento que hagas tiene que ser planeado. No se puede hacer nada espontáneamente.

– ¿Te refieres a bucear al amanecer en busca de tiburones si te apetece?

Lindsay miró a su amiga.

– ¿Qué tienen que ver los tiburones con todo esto?

– No lo sé. Dímelo tú. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que elegir un trabajo de riesgo puede ser un signo de rebelión contra lo que tus padres te hicieron? ¿No estarás castigando inconscientemente a Andrew por los errores de tus padres?

– Pareces una psiquiatra.

Beth se puso en pie entonces.

– No se necesita una titulación médica para imaginarse lo que te pasa por la cabeza, Lindsay. Si yo estuviera en tu lugar, me echaría un buen vistazo a mí misma. Los miedos de tus padres espantaron a todos tus novios. Pero ahora eres una adulta, responsable de tu propia vida. Sería algo trágico si te permitieras a ti misma ser manipulada por las acciones de tus padres y perdieras a Andrew sin luchar siquiera.

Lindsay cerró los ojos fuertemente.

– Nunca ha sido mío, así que no lo puedo perder.

– No importa lo que pienses. Una de mis normas es que nunca es demasiado tarde para arreglar un daño. Él no sacaría tiempo de sus asuntos importantes y se vendría a California por un par de horas sólo porque te haya tomado cariño. Le importas. Ha sufrido incluso humillaciones por conocerte, Lindsay. Y aun así, apareció ayer en la piscina. Para sufrir otro rechazo por tu parte.

– No digas nada más -dijo Lindsay con la voz alterada-. Me siento peor con cada palabra que me dices.

– Muy bien. Cuento con que te sientas tan mal que hagas algo al respecto. Pero me imagino que vas a tener que desarrollar un plan de lo más espectacular para atraerlo. Si es eso lo que quieres, claro.

Lindsay se retorció las manos.

– Lo deseo, pero quiero que las cosas sigan sin ser complicadas y eso no es posible. Él no es un hombre normal y corriente y, con el tiempo, me temo que quiera cosas de mí que yo puedo no querer o poder hacer. Terminaremos peleando. Como me peleaba con mis padres.

– Ahora nos estamos acercando a la verdad. Lo que me estás diciendo es que Andrew Cordell te ha pedido cosas poco razonables, como tus padres, ¿no?

– Bueno, sí… no. No exactamente. Pero…

– ¡Pero nada! Cielo Santo. ¡Dale una oportunidad al hombre! -gritó Beth y en ese momento sonó el teléfono.

Lindsay fue a contestar a la cocina, deseando que fuera Andrew el que llamaba. Beth la siguió. Pero no, era su padre.

Beth le dijo entonces al oído:

– Voy a casa de mi madre. Llámame más tarde y charlaremos un rato más. Y, por Dios, no le cierres las puertas de tu vida a ese hombre. Por lo menos dale una oportunidad, a no ser que estés dispuesta a vivir con las consecuencias.

Lindsay le dio un abrazo y más calmada de lo que había estado antes, se dispuso a hablar con sus padres.

Les contó lo de la visita de Andrew el día anterior, trató de tranquilizarlos y, después de prometerles que les haría una visita un día de esos, se despidió. Cuando colgó, tuvo la tentación de llamar a información para preguntar el número de la casa del gobernador en Carson City, pero tuvo miedo de que él la fuera a rechazar.

Otra alternativa era escribirle una carta, pero eso le pareció demasiado impersonal. Sólo le quedaba una solución, ir a Carson City y verlo en persona.

– ¿No fue eso lo que él había hecho el día anterior con ella? ¿No lo había hecho porque quería ver la reacción que producía en ella su presencia?

Tenía su día libre al día siguiente, y el siguiente era el Cuatro de Julio, la fiesta nacional. Tenía dos días para ir en coche. ¿Estaría él en la ciudad? Sabía que pasaba todo su tiempo libre en el rancho de su cuñado con Randy. Tal vez la madre de Beth conociera a alguien en Nevada y pudiera averiguar algo acerca de dónde estaría él, sin levantar sospechas.


Andrew y Randy estaban en medio del desfile con que se celebraba la independencia del país, rodeados por todas las demás personalidades del estado. Iban montados en una carreta como las de los pioneros, tirada por los caballos del rancho. Andrew se ajustó su Stetson y miró a su hijo y a Troy, que iban a su lado en el pescante, antes de echar a andar los caballos.

– Debe de estar todo Carson City aquí, viendo el desfile -dijo Troy entre el tumulto.

Cada pocos metros alguien llamaba a Andrew por su nombre y él les gritaba algo apropiado, riéndose alegremente.

Se suponía que ese era uno de los deberes más placenteros de un gobernador, pero estaba de lo más deprimido desde su vuelta de Los Angeles. El poco tiempo que había pasado con Lindsay había creado un vacío en su interior que nada parecía llenar.

Randy le estaba ofreciendo todo su amor y apoyo, lo que estaba cimentando más aún su relación. Sin su hijo, Andrew no se podía imaginar que la vida tuviese sentido.

Ahora que Troy era parte de la familia y los iba a visitar con frecuencia, la mansión parecía más llena de vida y Andrew descubrió que le gustaba que el hermano de Alex anduviera por allí y le había tomado cariño al chico. En esos días, incluso se estaba quedando en su casa mientras su hermana estaba en el hospital con su hijo, Zackery Sean Quinn IV.

– Hey, vosotros dos. Antes de ir al rancho a hacer el picnic de esta tarde, vamos a pasar por el hospital para ver cómo lo lleva el pequeño Sean.

– ¡Está perfectamente! -dijo Troy sonriendo-. Zack cree que se parece al abuelo Quinn y Alex jura que es la viva imagen de nuestro padre.

– Y tú, ¿qué opinas?

– Creo que tiene un aspecto divertido. Tiene pelo por todas partes y la cara abotargada.

– Todos tienen el mismo aspecto cuando son recién nacidos. Tendrías que haber visto a Randy -bromeó Andrew esperando incordiar a su hijo.

Pero Randy no estaba prestando atención.

– Papá…

El serio tono de voz de Randy alertó a Andrew.

– ¿Qué pasa?

Su mirada buscó inmediatamente a los hombres de seguridad que había entre la multitud. Se preparó para defender a Randy y a Troy si era necesario.

– Demonios, creo que es Lindsay. Mira a la izquierda, al lado de ese payaso.

Troy silbó.

– Esa tiene que ser la sirena. Nadie más en el mundo puede tener un cabello como ese.

Andrew buscó entre la multitud con la mirada y la vio. Llevaba pantalones vaqueros, camisa vaquera y un sombrero de vaquero, todo a juego. El corazón empezó a latirle fuertemente.

– Y tú te creías que había terminado -susurró Randy.

– Voy a hablar con ella antes de que se ponga nerviosa y salga corriendo.

Sin pensar dónde estaba o lo que la gente pudiera decir y mucho menos en los problemas que les iba a proporcionar a los guardaespaldas, le pasó las riendas a Randy.

– Sigue tú. Lindsay y yo os alcanzaremos luego.

– No va a huir de ti, papá. No cuando ha venido hasta aquí.

– Bueno, no voy a arriesgarme.

Luego saltó al suelo e, inmediatamente, sus guardaespaldas hicieron un círculo a su alrededor.

– ¿Jefe? ¿Qué pasa? -preguntó uno de ellos exasperado.

Andrew siguió andando, taconeando en el asfalto con sus botas de vaquero.

– Lindsay Marshall. Está allí a unos diez metros.

– ¿Por qué no deja que se la traigamos nosotros? Sería mucho más seguro.

Pero Andrew no podía pensar, casi ni respiraba. Ahora estaba a sólo tres metros de ella. Ella por fin volvió su encantador rostro en su dirección y sus miradas se encontraron. Esos brillantes ojos color lavanda lo transportaron de nuevo a las aguas del Caribe.

Cuando se acercó más aún, vio como le latía el pulso en la garganta. Su nerviosismo lo animó y despertó sus instintos protectores.

– Andrew -dijo ella metiéndose las manos en los bolsillos traseros del pantalón con un gesto instintivo-. No quería crear otra escena. Pensaba seguirte por todo el camino y luego hablar contigo cuando terminara.

– Entonces es una suerte que Randy te haya visto tan pronto. De esta forma no vas a tener que perder más tiempo -dijo él mientras la tomaba de una mano.

– ¿A dónde me llevas?

– Primero, vas a venir con nosotros en la carreta, con mi familia, hasta que termine el desfile. Y, después de eso, encontraré la manera de llevarte a alguna parte donde podamos estar completamente solos por un rato. No me digas cuanto tiempo te puedes quedar. Todavía no. No quiero romper el encantamiento.

Cuando llegaron al lado de la carreta, Andrew la ayudó a subir desde abajo y Randy tiró de sus brazos.

A Andrew le costó hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no tomarla en brazos y llevársela inmediatamente a algún sitio apartado.

– ¡Lindsay! -exclamó Randy.

– Hola, Randy.

Troy le hizo sitio y se instalaron los cuatro en el pescante.

– ¿Por qué no nos has dicho que venías? ¡Esto es magnífico! -exclamó Randy.

– Ha sido una decisión de último momento.

– Bueno, nos has alegrado el día. Te voy a presentar a Troy. Todavía no sé qué clase de parientes somos, pero es el hermano de mi tía Alex. Se hizo mi tía cuando se casó con mi tío Zack.

– Hola, Troy.

– Hola -respondió Troy con una sonrisa tan amplia como la de Randy-.Llevo tiempo esperando conocer por fin a la famosa sirena. ¿Cuándo te vamos a ver en televisión?

– Los anuncios empiezan a emitirse en agosto.

Entonces Andrew dijo:

– Estamos parando el desfile. Acomodaros todos, a ver si puedo manejar esta cosa.

– Lo siento -murmuró ella.

Andrew le pasó entonces un brazo por la espalda, bajo el cabello, de forma que pudiera tenerla abrazada sin que nadie se diera cuenta.

– Yo no.

Andrew pensó que no podía recordar la última vez que había sido así de feliz.

Durante el camino la prensa no paró de hacerles fotos, pero gracias a la habilidad de Andrew sorteando las preguntas y la de sus guardaespaldas, no insistieron demasiado.

Poco después, Randy le preguntó:

– ¿Cuánto tiempo puedes quedarte, Lindsay?

Ella notó sobre sí la mirada de Andrew, esperando su respuesta.

– He venido en coche, así que tendré que marcharme a eso de las seis de la tarde. Mis clases de natación empiezan mañana a las ocho y media.

– Entonces tienes tiempo de venir al rancho con nosotros después del desfile. Vamos a montar a caballo y a hacer una barbacoa con Tío Zack y su amigo Miguel.

Troy dijo:

– Tal vez tengas tiempo de nadar con nosotros y enseñarme algunos ejercicios que pueda hacer con mi pierna. Nadie me va a dar el título para bucear hasta que no la tenga más fuerte. Andrew me ha enseñado unas imágenes de esa niña pequeña a la que estás entrenando y pensé que…

– Estaré encantada de echarte una mano.

– Chicos, tranquilos. Dejadla respirar.

– Tal vez tú debieras hacer caso de tu mismo consejo -bromeó Randy haciendo que Lindsay se ruborizara.

Pero Andrew no la soltó. El punto donde la mano de él entraba en contacto con su cadera estaba como ardiendo. Nadie, menos los chicos, podía ver lo que estaba haciendo y se estaba aprovechando a gusto de ello. Pero a ella no le importaba. En lo único que podía pensar era en estar a solas con él.

Entonces miró a Randy y le dijo:

– Será mejor que sepáis que nunca he montado a caballo.

– ¡No fastidies! -exclamaron al unísono los dos chicos.

– Me temo que estoy más a gusto entre los peces que con los animales terrestres, así que no os riáis de mí si me caigo de la silla a las primeras de cambio.

Estuvo a punto de contarles el daño en la columna vertebral que le había impedido practicar deporte durante toda su juventud, pero pensó que no era ni el momento ni el lugar.

– No lo harás. Confía en mí -intervino Troy-. Además, cualquiera que nade entre tiburones tiene que tener una buena coordinación.

Al oír la palabra tiburones, Lindsay sintió como Andrew la apretaba más e, inmediatamente, se arrepintió de haber empezado esa conversación. Se había olvidado de lo sensible que era él a ese tema. Evidentemente, no quería que su hijo siguiera con sus ideas de estudiar biología marina.

Cambió de conversación rápidamente y señaló un gran cuervo de goma que flotaba en el aire.

– ¿Qué es eso?

– La mascota de una de las emisoras de radio locales -murmuró Andrew.

Pero ella no lo escuchó, porque sus bocas estaban a muy poca distancia y no sabía si se iba a poder contener mucho más tiempo. Necesitaba que Andrew la besara más de lo que necesitaba respirar.

Durante el resto del desfile fueron los chicos los que llevaron el peso de la conversación, lo que no estaba nada mal, en opinión de Lindsay, ya que dudaba mucho de que ella fuera capaz de decir nada coherente.

Cuando llegaron al parque donde terminaba el desfile, su deseo por él se había transformado hasta en un dolor físico. Le dolían hasta las palmas de las manos y no se atrevió a mirarlo cuando la ayudó a bajar al suelo.

Lo siguiente que supo fue que él la condujo amablemente hasta la limusina que estaba aparcada a algunos metros.

Pero una vez que los cuatro estuvieron dentro, Andrew le quitó la mano de la espalda y no trató de aproximarse a ella. Lindsay pensó que sabía la razón. Si sus emociones eran tan crudas como las de ella, era necesario poner una cierta distancia entre ellos delante de los chicos, por lo menos durante el viaje hasta el rancho.

– ¿Dónde tienes aparcado tu coche? -le preguntó él.

– Cerca del centro.

– ¿Tienes que recoger algo?

– No.

Entonces él se dirigió a Randy y Troy.

– ¿Y vosotros? ¿Tenéis que volver a la mansión por algo?

Los dos agitaron las cabezas y Randy dijo:

– Si Lindsay va a ver el rancho, no deberíamos perder más tiempo aquí.

– Podemos ir al hospital esta noche, después de que se marche -añadió Troy.

– ¿Hospital? -le preguntó ella a Andrew, pero él ya le estaba dando instrucciones al conductor.

– Mi hermana tuvo un hijo ayer por la mañana -le dijo Troy.

– Debe ser muy excitante para ti.

– Sí. Es divertido pensar que ya soy tío.

Luego se pusieron a hablar de la relación de parentesco de Randy con el recién nacido y, hasta que llegaron a un pequeño aeropuerto, estuvieron hablando animadamente de ello. Eso la ayudó a resistir la tentación de arrojarse a los brazos de Andrew.

Lindsay estaba tan contenta de estar cerca del hombre que estaba sentado en el asiento del copiloto de la avioneta que casi no se dio cuenta del tiempo que pasaron volando hasta el rancho de los Quinn.

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