Capítulo 10

A eso de las cuatro y media de la madrugada, Lindsay se despertó en medio de una pesadilla. Estaba empapada de sudor frío y la almohada llena de lágrimas. Se sentó en la cama y se apartó el mojado cabello del rostro.

Había soñado con Andrew. Habían tenido una pelea terrible y él le había dado un ultimátum, lo que terminó en que los dos seguirían sus vidas por separado, perdidos para siempre el uno del otro. Los detalles del sueño le resultaban borrosos, y la mayor parte del tiempo era la voz y la imagen de su padre lo que escuchaba y veía. Su subconsciente le estaba mandando un mensaje claro, que el matrimonio con Andrew no funcionaría nunca.

Tenía que apartarse de él antes de que el daño fuera demasiado grande. Habría tenido que marcharse la tarde anterior si hubiera podido.

Aunque todavía le dolía algo la espalda, no lo hacía tanto como para impedirle moverse, así que se podría marchar de allí sin problemas. Por lo que le había dicho el ama de llaves, Andrew había mandado a uno de sus hombres a por su coche. ¿Habrían traído las llaves?

Buscó dentro de su bolso temiendo que Andrew se las hubiera quedado. Cuando sus dedos entraron en contacto con ella se sintió avergonzada por ser tan paranoica.

Se imaginó que todo el mundo debía estar dormido y sabía que los guardaespaldas no le impedirían marcharse. El único problema estaba en convencerlos de que no le dijeran nada a Andrew hasta que se hubiera marchado.

Después de hacer la cama, se metió en el cuarto de baño para prepararse y tomarse un antiinflamatorio. Al cabo de diez minutos ya estaba lista.

Antes de abandonar la habitación le escribió una nota a Andrew mientras se enjugaba las lágrimas.

Le daba las gracias por su hospitalidad y se disculpaba por los problemas que había causado. Insistía en lo que le había dicho en la sala de urgencias, que un matrimonio entre ellos nunca funcionaría y que era mejor separarse ahora, antes de que sucediera algo de lo que ambos se pudieran arrepentir. No quería que Randy se sintiera herido y le pedía a Andrew que la despidiera de él.

Cuando terminó, dobló el papel y escribió el nombre de él. Compulsivamente, besó ese lugar y colocó la nota en la esquina del espejo, donde sería vista enseguida.

Tal vez fuera eso una huida cobarde, pero ella sabía que no podía verlo otra vez. No confiaba en sí misma, no después de la forma como la había besado la noche anterior. Cuando él la tocaba le resultaba imposible pensar. Lo único que había querido entonces fue hacer el amor con él, pasar el resto de la noche juntos. Estaría tentando al destino si permitía que esa situación durara más.

Al final del oscuro pasillo había un guardaespaldas leyendo a la luz de una lámpara solitaria. Se acercó más y tragó saliva cuando se dio cuenta de quien era.

– Así que mi instinto tenía razón -dijo él fríamente.

Cuando la miró por fin, apenas reconoció a Andrew. Ella se sintió como si la tierra hubiera cambiado de rumbo de repente. Sus rasgos se habían endurecido y su expresión era completamente fría.

Un ruido detrás suya la hizo volverse. Randy estaba allí vestido con su pijama.

– ¿Qué pasa?

– Me alegro de que te hayas despertado -contestó Andrew-. Nuestra sirena está a punto de marcharse.

Randy parpadeó incrédulo, haciendo que las emociones de Lindsay se alteraran más todavía.

– ¿Por qué, Lindsay? ¿Por qué en medio de la noche?

– Eso es cierto, hijo. Pero la vamos a perdonar porque es una criatura submarina a la que le gusta la oscuridad, ya que así puede deslizarse sin ser vista por los seres humanos.

Lindsay volvió a tragar saliva. El daño que nunca había querido producirle a Andrew era de lo más profundo.

– Estás a tiempo de despedirte del todo de ella, antes de que desaparezca en su húmedo mundo. Ya ves, ella prefiere la compañía de los tiburones, que ni aman ni odian, que dejan en paz a las sirenas y nunca les piden nada de ninguna clase, salvo cuando no tienen otra cosa a mano para comer.

Lindsay oyó las amargas palabras de Andrew con horror. Había matado todo el sentimiento en él e iba a tener que vivir con las consecuencias de sus actos durante el resto de su vida.

– Lo… lo siento -susurró a los dos deseando morirse.

– Yo también -murmuró Randy-. Papá y yo pensamos que podía estar bien capturar a una sirena, pero me imagino que lo que se dice acerca de salvarlas está equivocado. Hay algunas cosas bajo las aguas que es mejor dejarlas allí. Adiós, Lindsay. Ya te veré por televisión.

Luego entró de nuevo en su habitación y cerró la puerta y el hecho pareció resonar en el corazón de ella.

– Las leyendas dicen que las sirenas llevan a la perdición a los marinos. Yo siempre me he preguntado de dónde salía esa creencia. Ahora lo sé.

Ella sintió la necesidad desesperada de hacer que Andrew comprendiera.

– Por favor. Escúchame. Hay algo de mí que no sabes. Tiene que ver con mis padres y con la forma que siempre han tenido de tratar de controlarme. Mi vida se transformó en una cárcel y las cosas se pusieron tan mal que fui a un psiquiatra. Me ayudó a descubrir cómo tratar con ellos.

La mirada de él cortaba como un cuchillo.

– Enhorabuena a tu psiquiatra, te ha curado por completo. Te ha hecho cortar con toda clase de contacto humano. Cualquier tonto sabe que es imposible hacer que una sirena se vuelva mujer. Yo lo he descubierto de la forma más dura y tengo las cicatrices para demostrarlo. El encanto está roto. Vuelve a tu mundo submarino, donde estás libre de ataduras mortales. Donde estarás libre de los hombres, con su imperfecto instinto de protección hacia la mujer amada. Tú y yo ya no tenemos nada más que decirnos.

– ¡Andrew! ¡Te juro que no he querido hacerte daño!

– Te creo -dijo él con una voz remota y vacía-. Desde el primer día hiciste todo lo que estuvo en tu mano para prevenirme. Bueno, considérame prevenido.

Luego le dio la espalda y llamó a uno de los guardaespaldas.

– ¿Larry? Por favor, acompañe a la señorita Marshall a su coche y luego tráigame a mí la limusina. Tengo que estar a las siete en Las Vegas para una reunión.

Por segunda vez en su vida, Lindsay pensó que se estaba ahogando. Pero esta vez ningún buceador iría en su rescate. Estaba sola.


– ¿Beth?

La encantadora morena, que tanto se parecía a su madre, la famosa actriz de cine, hizo girar la silla donde estaba sentada en su oficina. Miró a Lindsay y dijo:

– Supongo que dos horas tarde es mejor que nunca. Cielo Santo, ¿puede ser esta la preciosa sirena de la que todo el mundo habla en el país? Siéntate antes de que te caigas -dijo al tiempo que se levantaba-. Te traeré algo para, beber.

– No. Por favor, no te molestes. No podría tomar nada en este momento.

Beth cerró la puerta y se volvió a sentar.

– Tenías un propósito cuando me llamaste esta mañana. ¿Qué te pasa realmente?

Lindsay bajó la cabeza.

– No debería haber venido a molestarte al trabajo.

– No sé por qué no. ¿Cuántas veces he ido yo a tu casa presa de la histeria porque alguno de los maridos de mi madre había sido pillado con otra mujer, o tratando de ligar conmigo? Lindsay, ¿es qué no sabes que si no hubiera sido por ti yo me habría vuelto loca hace ya años? Tú no me molestas nunca. Ese es el problema.

– ¿Qué quieres decir? -le preguntó Lindsay, llorosa.

– No hagas como si no supieras de lo que te estoy hablando. Soy Beth, ¿recuerdas? ¿Te das cuenta de que sólo hemos hablado un par de veces desde que volviste de Carson City el mes pasado? Y ni una sola vez has mencionado a Andrew o lo que sucedió.

A Lindsay se le escaparon más lágrimas.

– No he podido hacerlo.

– Eso es evidente. Pero, hablando de otra cosa, he visto varias veces el anuncio en cuestión. Es fenomenal. Mi madre me ha dicho que han hablado contigo para hacer una nueva versión cinematográfica de La Sirenita.

Lindsay asintió.

– Eso es lo último que quiero hacer. Desafortunadamente, mi agente no me deja en paz. Ha estado acosando a mis padres para que me convencieran.

– Eso fue un error fatal -murmuró Beth-. Debería haber hablado conmigo y yo se lo habría dejado bien claro. ¿Ha terminado ya tu trabajo en el club?

– Sí. Ayer fue mi último día.

– Entonces, ¿cuándo te vas a San Diego?

Se produjo entonces un largo silencio antes de que Lindsay le dijera:

– No quiero ir a San Diego.

– ¡Aleluya! ¿Cuándo te diste cuenta por fin de que no querías ser bióloga marina?

Lindsay miró fijamente a su amiga.

– De vuelta a casa desde Carson City. Oh, Beth… Tenías tanta razón sobre mí. Todo el tiempo he estado castigando a Andrew por cosas que no tenían nada que ver con él. No es como papá en absoluto, pero yo estaba tan ciega por mis miedos que no lo escuché. Ahora ya es demasiado tarde. Lo he perdido. De verdad que lo he perdido.

– Eso fue lo que me dijiste antes y estabas equivocada.

– Esta vez no. Si te crees que hice algo imperdonable cuando vino a verme aquí, eso no es nada comparado con lo que les hice a él y a su hijo el Cuatro de Julio. Me pidió que me casara con él. Pero, cuando estaba en urgencias, arrojé su propuesta a la…

– Un momento -la interrumpió Beth-. Voy a poner el cartel de «No Molesten» en la puerta y le diré a Janet que anote mis llamadas. Luego quiero oír eso desde el principio.

Luego Lindsay se lo contó todo y, al terminar, apoyó el rostro en las manos.

– Me dijo cosas que todavía me duelen. Y la mirada de dolor en el rostro de Randy… Nunca olvidaré nada de eso.

Beth se apoyó en su mesa y entrelazó los dedos.

– ¿Cuánto lo amas?

Lindsay se enjugó las lágrimas y dijo:

– Lo suficiente como para hacer cualquier cosa para ganarme de nuevo su amor. Ahora sé que no hay nada más en el mundo que importe si no puedo vivir el resto de mi vida con él. Es por eso por lo que estoy aquí. Tengo un plan y quiero saber qué piensas de él.

Lindsay vio el interés y la sorpresa reflejarse en la mirada de Beth y eso la hizo añadir:

– Es muy llamativo e, incluso, hasta ridículo, pero si falla, realmente habré perdido a Andrew para siempre. Eso además de que me convertiré en el hazmerreír de Nevada, si no de todo el país. Pero voy a arriesgarme a semejante humillación, a cualquier sacrificio, para hacerle comprender lo que significa para mí.

Beth se levantó lentamente y empezó a sonreír lentamente.

– ¿Es esta la misma Lindsay a la que conozco desde hace más de veinte años?

– No. Por Andrew, esa Lindsay murió en el viaje de vuelta a California el mes pasado. No estoy muy segura de cómo es la nueva, pero sí sé que quiere ser la esposa de Andrew Cordell.

– Bueno, oigamos ese plan que tienes en mente.

– Lo primero, necesito hablar con Randy. Andrew y él están muy unidos y le hice daño cuando se lo hice a su padre. Si él no me puede perdonar, entonces sabré que no tengo esperanzas.

– De acuerdo. Demos por hecho que a él le encanta la idea de que tú vayas a ser su madrastra. Ahora cuéntame lo que vas a hacer antes de que me muera de curiosidad.

Sin más dudas, Lindsay le contó todo su plan. Cuando hubo terminado, a Beth le brillaban los ojos. Tomó el teléfono y se lo pasó a Lindsay.

– Llama a Randy ahora mismo. Píllalo desprevenido mientras Andrew no esté cerca.

Animada por la aprobación de Beth, Lindsay llamó a información de Carson City para preguntarles el número de la tienda donde trabajaba Randy. Luego llamó allí.

– Inmersiones y Demás -dijo una voz femenina.

– ¿Puedo hablar con Randy Cordell, por favor?

– Un momento. Creo que está en la piscina.

Poco después, Randy contestó.

– Randy Cordell.

A Lindsay se le secó la boca.

– ¿Randy?

– Demonios -le oyó murmurar-. ¿Lindsay?

– Sí. Por favor, no cuelgues.

– ¿Por qué iba a hacer eso?

Ella parpadeó.

– Creía que me despreciarías tanto como tu padre.

– ¿De qué demonios me estás hablando?

– Fui cruel con tu padre. Le hice mucho daño sin querer.

– Sí, ya lo sé.

Ese tranquilo comentario confirmó sus peores miedos.

– ¿Cómo está?

– Más ocupado que nunca.

Eso sospechaba.

– ¿Estuvieron allí el Gobernador Stevens y su familia?

– Sí. Troy y yo nos lo pasamos muy bien con sus hijas. Papá y él se pasaron todo el tiempo montando a caballo y hablando.

Lindsay cerró los ojos fuertemente.

– ¿Fuisteis a ese viaje a las Islas Caimán como habíais planeado?

– No. Papá me dijo que ya estaba cansado de aventuras submarinas, así que fuimos de acampada al Hidden Lake con tío Zack y Troy. En realidad, volvimos ayer mismo.

– Randy, ¿ha hablado alguna vez de mí?

– No. Ni siquiera puede ver los anuncios en los que sales tú. Hace unas semanas, en el rancho, estábamos todos viendo la televisión, y él se levantó y salió de la casa en cuanto apareciste en pantalla.

El corazón le latió tan fuertemente a Lindsay que le dolió.

– Randy, ¿sabes que tu padre me pidió que me casara con él?

– Sí. ¿Por qué lo rechazaste, Lindsay? -le preguntó él, dolido.

– Porque… porque tenía algunas cosas que arreglar antes.

– Yo podría haber jurado que lo amabas.

– Y así era. Lo amo. Más que a nada en el mundo.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

Los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez.

– No hay ninguno. Ya no.

Después de una leve pausa, Randy le preguntó:

– ¿Qué dices?

La excitación de su voz era casi palpable. La diferencia entre el tono de su voz antes y ahora, era como la noche y el día.

– Quiero casarme con él tan pronto como sea posible, si es que sigue queriéndolo. Me gustaría que fuéramos una familia.

– ¡Demonios! No estas de broma, ¿verdad?

Esos gritos de felicidad eran como una vieja música conocida.

– No, no lo estoy. Eso, ¿es bueno o malo? -bromeó.

– ¡Es fantástico!

– Salvo por una cosa. Tu padre me dijo que volviera a mi casa, que no teníamos nada más que decirnos. Tú lo oíste y sabes que lo dijo de verdad.

– Eso es porque se había enamorado de ti nada más verte cuando buceábamos en las 20.000 Leguas. No lo pudo soportar cuando lo rechazaste.

– Necesito otra oportunidad para pedirle perdón y convencerlo de que podemos vivir juntos. Permanentemente. ¿Me ayudarás?

– ¿Tú qué crees?

– Creo que te quiero mucho, Randy Cordell.

– Sí. El sentimiento es mutuo.

Загрузка...