CAPÍTULO 2

«Una oferta que no podía rechazar».

El inspector jefe Chen Cao, del Departamento de Policía de Shanghai, no estaba enterado del caso que le acababa de asignar el secretario del Partido Li al detective Yu, cuando recordó una frase de El Padrino. Estaba sentado en un bar elegante y frente a él se encontraba Gu, director general de Shanghai New World Group, una empresa pequeña que tenía conexiones con el Gobierno y con las tríadas. Chen Cao bebió tranquilamente el vino tinto francés que había en su vaso, el cual brillaba a la luz del candelabro de cristal, y reflexionó sobre lo irónico de la situación. Su mesa junto a la ventana ofrecía unas vistas estupendas del Bund, el dique que recorre el muelle sur de la agencia de aduana. El agua del río relucía a la luz de los neones, que no dejaban de parpadear. En la mesa de al lado estaban sentados un hombre europeo y una chica china, hablando en un idioma desconocido para Chen. Y Gu le estaba haciendo una oferta que no podía rechazar.

Pero las similitudes con El Padrino terminaban ahí, se apresuró a recordar el inspector jefe, al tiempo que Gu le servía más vino. Gu le había ofrecido una enorme suma de dinero por encargarse de un proyecto de traducción, aunque en realidad se trataba de un favor que le pedía a Chen.

– Tienes que traducirme esta propuesta de negocios, inspector jefe Chen. No sólo por mí, sino por la ciudad de Shanghai. El señor John Holt, mi socio estadounidense, me dijo que pagaría de acuerdo con las tarifas de su país. Cincuenta céntimos por cada letra china, en moneda de Estados Unidos.

– Eso es mucho -dijo Chen. Puesto que había traducido varias novelas de misterio en su tiempo libre, sabía cuáles eran las tarifas actuales. Las editoriales normalmente pagaban a los traductores una tarifa de diez céntimos por palabra, en moneda china. Diez céntimos chinos equivalían más o menos a un centavo americano.

– La propuesta trata sobre Nuevo Mundo, nuestro proyecto empresarial más reciente; un centro comercial de entretenimiento, negocios y residencial a gran escala construido en el centro de la ciudad, con el esplendor arquitectónico de los años treinta -le explicó Gu-. Todas las casas estarán diseñadas al estilo shikumen: paredes grises, puertas negras, marcos marrones de piedra, patios pequeños, varias alas y escaleras en forma de caracol. Los edificios se construirán en callejuelas cruzadas entre sí, exactamente igual que el diseño original de los centros de negocios extranjeros. Resumiendo: será como volver a los buenos tiempos, como si te trasladaras al pasado.

– Estoy confundido, Sr. Gu. Un complejo moderno en el centro de Shanghai pero lleno de edificios anticuados y pasados de moda… ¿por qué?

– Deja que te diga algo. Estuve en Italia el año pasado, en Roma, donde tropecé con varias de esas boutiques de marcas conocidas en todo el mundo por callejuelas diminutas parecidas a las nuestras. Calles pavimentadas con adoquines y que no tenían la anchura suficiente para que circularan camiones. Sin embargo, los mejores establecimientos estaban situados en estos edificios antiguos del siglo XVI o XVII. Construcciones cubiertas de hiedra y musgo, pero todavía vivas, con hombres y mujeres vestidos a la moda comprando en el interior, bebiendo café en las terrazas, con música moderna o postmoderna inundando el ambiente. Simplemente me sentí abrumado, como si un maestro Zen me hubiese asestado un golpe con su vara y me hubiera mostrado la luz. He estado en muchos lugares. Me da igual comprar aquí o comer allá. Pero en Roma me quedé asombrado. Fue una experiencia única, como estar inmerso en recuerdos clásicos yuxtapuestos con lujos modernos.

– Suena fabuloso, Sr. Gu. Sólo que Shanghai 110 es Roma.

– En Shanghai tenemos casas shikumen. El complejo entero estará diseñado al estilo shikumen. De hecho, muchas de las casas que ya están construidas son de estilo shikumen. Y también habrá callejuelas. Algunas de las casas se restaurarán y redecorarán por completo. Si es necesario, demoleremos las casas viejas y en su lugar construiremos casas nuevas manteniendo el mismo estilo. Los nuevos materiales respetarán el diseño original; el exterior no cambiará, pero el interior dispondrá de aire acondicionado, calefacción y cualquier otra comodidad que se nos pueda ocurrir.

– El Shikumen fue uno de los estilos arquitectónicos predominantes en las viviendas de Shanghai en la era de la Concesión Extranjera -repuso Chen.

– También predominará en tiendas, bares, restaurantes y discotecas. Será una atracción para los extranjeros: exótico, extraño, colonial, postcolonial… todo lo que no tienen en casa. Y también atraerá a los ciudadanos de Shanghai. He hecho algunos estudios de mercado. En la actualidad la gente se ha vuelto muy nostálgica, ya sabe. ¿Cómo llamaban a la ciudad? «El París del Este». «Una Perla Oriental». Los libros sobre Shanghai en su época dorada se venden como rosquillas. ¿Por qué? La clase media está aumentando a pasos agigantados. Ahora que tienen dinero, desean tener una tradición, o una historia que puedan proclamar como suya propia.

– Es un proyecto muy ambicioso -apuntó Chen-. ¿Tienes ya la aprobación del Gobierno municipal?

Chen sabía que Gu era un astuto hombre de negocios. No quería inmiscuirse en las estrategias empresariales de New World Group, pero el pago que le había ofrecido por traducir la propuesta de negocios era desproporcionado para el trabajo. Era como si hubiese caído pan del cielo; una oferta tan buena que le hacía sospechar. Antes debía comprobar que aquella tarea no le ponía en ningún compromiso.

– Por supuesto, el Gobierno municipal apoya el proyecto. Cuando se construya Nuevo Mundo no sólo mejorará la imagen de nuestra estupenda ciudad, sino que también proporcionará enormes ingresos -Gu encendió un cigarrillo antes de continuar-. Está bien, te contaré un secreto. Solicité el terreno con la finalidad de construir un espacio para la conservación cultural. Después de todo, el estilo arquitectónico shikumen es una parte integral de la historia de Shanghai. Podríamos incluir en el concepto uno o dos museos. Una idea es construir un museo de monedas antiguas; ya he contactado con alguien a propósito de esto. Pero la mayoría de las casas shikumen serán destinadas a usos comerciales. Locales con artículos de lujo y de gama alta.

– ¿Como los de Roma?

– Exacto. En la propuesta que presenté al Gobierno municipal no insistí acerca de estos detalles, ya que entonces el terreno se habría encarecido. Desde otro punto de vista, sin embargo, se puede decir que realmente es por la conservación de la cultura de Shanghai.

– Es cierto -repuso Chen-. Existen muchos puntos de vista, y tú puedes elegir el que más te guste.

– El Gobierno municipal ha aprobado el plan. El próximo paso es conseguir préstamos de bancos inversores extranjeros. Grandes préstamos. Es una apuesta ambiciosa, lo admito, pero yo creo en ella. La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio abrirá sus puertas aún más si cabe. Nadie pueda dar marcha atrás. Varias empresas americanas de capital-riesgo están interesadas en el proyecto Nuevo Mundo, pero ninguna de ellas sabe nada sobre la cultura de Shanghai. Por eso quiero ofrecerles una propuesta de negocios detallada, de cincuenta páginas en inglés. Todo depende de la traducción. Sólo tú estás a la altura de esta tarea, inspector jefe Chen.

– Gracias, director general Gu.

En realidad era un gran halago. Chen se había especializado en inglés en la universidad, pero tras una serie de circunstancias, le habían asignado un empleo en el Departamento Policial de Shanghai. A lo largo de los años sólo había traducido en su tiempo libre, y le halagaba que Gu hubiera confiado en él.

– Pero hay muchos traductores cualificados en Shanghai -afirmó Chen-. Profesores de la Universidad de Fudan o de la East China. No creo ni que haga falta que te los presente.

– No, ellos no están a la altura. Y no es sólo mi opinión. Es un hecho. Le pedí ayuda a un profesor retirado de la Universidad de Fudan, y le envié por fax su prueba de traducción a un colega americano. No era buena. «Demasiado anticuada, demasiado literal», fue su conclusión.

– Bueno, yo estudié con esos profesores anticuados.

– Pero con el programa gubernamental de empleos para diplomados universitarios de aquel tiempo, tú habrías llegado a ser un profesor de renombre. Claro que las cosas te han ido bien. Miembro destacado del Partido, poeta con libros publicados y traductor famoso; eres la envidia de esos profesores. Y eres diferente. Como representante del Gobierno has estado frecuentemente en contacto con visitantes americanos. Tu amiga americana, Catherine -me acuerdo de su nombre-, opina que tu inglés es absolutamente maravilloso.

– Exageraciones americanas. No puedes creer lo que dice al pie de la letra -dijo Chen-. Además, sólo he representado a Shanghai en la Asociación de Escritores. Y tampoco tan frecuentemente.

– Sí, esa es otra razón por la que necesito tu ayuda. Esta propuesta empresarial tiene mucho que ver con la cultura y la historia de Shanghai. El texto chino está escrito en un lenguaje bastante poético. Y tú eres poeta. Eso no es una exageración, ¿verdad? Francamente, no se me ocurre mejor candidato para el trabajo.

– Gracias -respondió Chen, al tiempo que analizaba a Gu mirando por encima del vaso. Gu debía de haber pensado mucho sobre aquella oferta-. Es sólo que estoy hasta arriba de trabajo en la oficina.

– Te estoy pidiendo demasiado, lo sé. Tómate una semana libre. ¡Servicio urgente! Te pagaremos el cincuenta por ciento más por tratarse de una urgencia: setenta y cinco céntimos por palabra. Se lo diré a mi socio americano. Sé que no será problema.

Se trataba de una pequeña fortuna, calculó Chen rápidamente. Con una tarifa de setenta y cinco céntimos la palabra, aproximadamente mil letras chinas por página, por un total de cincuenta páginas, hacían un total de más o menos treinta mil dólares americanos, el equivalente a trescientos mil yuanes, una cantidad que Chen tardaría en ganar treinta años trabajando como inspector jefe, bonificaciones incluidas.

Dado que Chen había conseguido el puesto de inspector jefe cuando tenía treinta y tantos años, la gente le solía considerar un triunfador: un miembro en auge del Partido, que poseía un futuro prometedor, un coche de empresa, un apartamento nuevo a su nombre, y cuya fotografía aparecía de vez en cuando en los periódicos locales. No obstante, también como poseedor del tazón de hierro para el arroz, su salario de alrededor de quinientos yuanes al mes en ocasiones apenas era suficiente para cubrir sus necesidades. De no ser por el dinero extra que ganaba traduciendo novelas de misterio extranjeras y pequeños textos técnicos ocasionales, junto con los beneficios «algo dudosos» propios de su puesto, no habría podido salir adelante.

Y, como miembro destacado del Partido, Chen también sentía la necesidad de cumplir ciertas normas que no estaban escritas. Cuando se reunía con personas como Gu se veía en la obligación de invitar, aunque los hombres de negocios como él siempre insistían en pagar la cuenta.

Últimamente, además, había afrontado gastos considerables a causa del aumento en los costes del tratamiento médico de su madre, ya que la fábrica estatal en la que ésta había trabajado pasaba por una mala situación económica y era incapaz de abonar las facturas médicas a sus ex empleados. La madre de Chen habló con el director de la fábrica en numerosas ocasiones sin éxito. La empresa estaba al filo de la bancarrota. Así que Chen se veía obligado a pagar las medicinas de su propio bolsillo. El dinero por la traducción del proyecto de negocios Nuevo Mundo sería como una lluvia oportuna en temporada de sequía.

– Tienes que ayudarme -le suplicó Gu con sinceridad absoluta-. No puedo entregar una propuesta ilegible a un banquero americano. La traducción ha de ser de primera calidad.

– No puedo garantizarte nada. Traducir un total de cincuenta páginas requiere tiempo. Dudo que pueda conseguirlo en sólo una o incluso dos semanas, aunque tome un permiso en la oficina.

– Ah, lo olvidaba. Para un proyecto tan importante seguramente necesites ayuda. ¿Qué hay de Nube Blanca? Esa chica con la que bailaste en el Club Dynasty, ¿te acuerdas de ella? Es universitaria. Lista, capacitada y comprensiva. Será como una pequeña secretaria para ti.

Una «pequeña secretaria» -xiaomi-, otro término corriente, que en realidad significaba «pequeña amante». Los nuevos empresarios como Gu -los señores «montados en el dólar»- se empeñaban en tener «pequeñas secretarias» jóvenes y guapas en sus empresas. Un necesario símbolo no sólo de su estatus social, si no de algo más. Chen había conocido a Nube Blanca -una chica de karaoke- en la sala privada de karaoke en el Club Dynasty, propiedad de Gu, mientras realizaba una investigación relacionada con las ramificaciones de las tríadas.

– ¿Cómo voy a poder pagar los servicios de una secretaria, director general Gu?

– A Nuevo Mundo le conviene que recibas ayuda. Yo me ocuparé de ello.

«El perfume de su chaqueta acompaña a tu escritura en plena noche…», el verso de la dinastía Tang le surgió de alguna parte en su mente, pero Chen se obligó a centrarse de nuevo en el presente. Una pequeña secretaria gratis. Era como si al pan que le había caído del cielo le añadiesen una botella de Maotai.

Hasta ahora no había encontrado nada que pudiera comprometerle, pensó Chen. Un astuto hombre de negocios como Gu quizás no ponía desde el principio todas las cartas sobre la mesa, pero el inspector jefe pensó que por el momento no tenía de qué preocuparse. Parecía que le estaba ofreciendo una proposición seria de negocio, y muy favorable. Si más tarde surgía algún imprevisto, ya decidiría cómo solucionarlo.

«Hay cosas que un hombre puede hacer, y cosas que un hombre no puede hacer». Ese era uno de los dichos confucianos que su padre, un experto neoconfuciano, le había enseñado en los días de la Revolución Cultural, cuando se negó a escribir una «confesión» dictada en la que incriminaba a sus compañeros.

– Deja que hable con el secretario del Partido, Li -repuso Chen-. Te volveré a llamar mañana.

– El no pondrá ningún impedimento, lo sé. Eres una estrella ascendente, con un futuro prometedor. Aquí tienes parte del adelanto -Cu extrajo del maletín un sobre abultado-. Diez mil yuanes. Te entregaré el resto mañana.

Chen tomó el sobre, convenciéndose a sí mismo de que no tenía de qué preocuparse. Debía preocuparse por otras cosas. Compraría una caja de ginseng roja para su madre. Era lo mínimo que podía hacer tratándose de su hijo único. Tal vez, también debería contratar a una asistenta para que ayudara a su madre una hora al día, pues vivía sola en un viejo desván y tenía mala salud. Se bebió todo el vino que le quedaba en el vaso, a la vez que decía:

– «Bebiendo contigo, nuestros corazones hablan; junto a un alto edificio, mi caballo se amarra».

– ¿Qué quieres decir? Tienes que iluminarme, mi querido poeta inspector jefe.

– Es sólo una cita de Wang Wei -contestó Chen sin dar más explicaciones. El pareado hacía referencia a una promesa hecha por un valiente caballero en la dinastía Tang, pero él y Cu simplemente habían zanjado un trato de negocios, lo cual era todo menos heroico-. Intentaré hacerlo lo mejor posible.

Загрузка...