CAPÍTULO 8

Qinqin había llamado a casa para decir que dormiría en el apartamento de un compañero de clase. No solía suceder a menudo que Yu y Peiqin pasaran la noche solos. A pesar de sentirse frustrado por los pocos progresos en la investigación aquel día, Yu decidió volver a casa pronto para estar con Peiqin.

Era una noche fría. Se sentaron en la cama, se abrigaron con el edredón y apoyaron la cabeza en la almohada situada sobre la cabecera dura. Tardaron un poco hasta que el calor de sus cuerpos, bajo el edredón viejo relleno de algodón, hizo soportable el frío de la habitación. Chen rozó los pies de su esposa con los suyos; Peiqin tenía los dedos blandos, aún ligeramente congelados. Le rodeó los hombros con el brazo.

Bajo la luz tenue, Peiqin parecía la misma que cuando estuvieron por primera vez en Yunnan, en aquella cama chirriante hecha de bambú, en la penumbra de la luz de una vela; excepto por esas pequeñas arruguitas que ahora tenía alrededor de los ojos.

Pero Peiqin esta noche tenía algo más en la cabeza. Quería contarle la historia de Muerte de un Profesor Chino. Colocó la novela sobre el edredón; un marcador en forma de mariposa hecho de bambú sobresalía del libro.

Yu no leía mucho. Había intentado varias veces leer El Sueño de la Cámara Roja, el libro favorito de Peiqin, pero lo había dejado, como siempre le pasaba, después de leer tres o cuatro páginas. No había manera de que se sintiera identificado con esos personajes que vivían en mansiones enormes hacía cientos de años. De hecho, la única razón por la que intentó leer el libro fue la pasión de Peiqin hacia éste. Respecto a los libros sobre la Revolución Cultural, Yu sólo había leído dos o tres relatos cortos, los cuales le parecieron totalmente falsos. Según Yu, para empezar, si hubieran existido esos supuestos héroes que cuestionaban y desafiaban al presidente Mao a principios de los sesenta, el desastre nacional no habría sucedido.

Con el caso Yin entre manos, Yu pensó que no le quedaba más remedio que leer Muerte de un Profesor Chino de principio a fin. Por suerte, Peiqin se había adjudicado dicha tarea. Le había hecho un pequeño resumen sobre el libro y esa noche quería explicárselo con todo tipo de detalles.

– Lo que voy a contarte -comenzó Peiqin, doblando las piernas-, quizás esté influenciado por mi propio punto de vista. Me centraré en el papel de Yang, puesto que ya conoces la historia de Yin, y después explicaré la historia de amor entre los dos.

– Empieza por donde quieras, Peiqin -repuso Yu, tomándole la mano.

– Yang nació en el seno de una familia rica de Shanghai. Fue a estudiar a Estados Unidos en la década de los años cuarenta, donde se doctoró en literatura, y empezó a publicar poemas en inglés. En 1949, se apresuró a volver a casa, lleno de sueños apasionados que deseaba hacer realidad en China. Dio clases de inglés en la Universidad East China, tradujo novelas inglesas, y compuso poemas en chino antes de sufrir un importante revés durante el movimiento antiderechista a mediados de los cincuenta. De repente, fue declarado derechista reaccionario y, abandonado por sus amigos y familiares a causa de su estado político, dejó de escribir poemas, aunque continuó traduciendo libros aprobados por el Gobierno, como las obras de Charles Dickens y Thackeray, de quienes Karl Marx realizó comentarios favorables, o trabajos de Mark Twain y Jack London, quienes mostraban a veces una actitud anticapitalista. Trasladaron a Yang al departamento chino, en un intento por impedir que divulgara «las ideas decadentes occidentales» a través del inglés en una época en que la mayoría de representantes del Partido no entendían una sola palabra de inglés. A comienzos de la Revolución Cultural, Yang se convirtió, de la noche a la mañana, en objetivo de críticas en masa por parte de los revolucionarios. Le obligaron a reconocer las faltas que le imputaban. Definieron sus años universitarios en Estados Unidos como un entrenamiento de espionaje, y sus traducciones de la literatura inglesa y americana como ataques a la literatura proletaria y al arte de la China socialista. A principios de los setenta, al tiempo que descubrían más y más enemigos del socialismo a lo largo de aquella revolución sin precedentes, Yang se convirtió en un «tigre muerto». Martirizarle ya no resultaba tan divertido para los revolucionarios. De modo que, al igual que les sucedió a los demás «intelectuales burgueses», le enviaron a una escuela cadre en el campo. Allí fue donde conoció a Yin. Ambos eran alumnos de la escuela cadre, pero había una notable diferencia en sus posiciones políticas. Yang, derechista con problemas graves en el pasado, estaba en el último eslabón. Yin, una Guardia Roja acusada de «errores leves» en la Gran Revolución, era líder de grupo, responsable de supervisar a los miembros del grupo al que Yang pertenecía. Por entonces, algunas personas todavía creían en todo lo que decía el presidente Mao, incluso aunque estuvieran metidos en escuelas cadres. Un poeta muy conocido escribió extasiado sobre cómo su insomnio se había curado gracias al trabajo físico en el campo, tarea asignada por el presidente Mao. Sin embargo, otras personas estaban decepcionadas, a pesar de las directrices nuevas y ambiciosas expuestas en los documentos interminables del Partido. Tras un día duro de trabajo, pocos de ellos podían pensar. En teoría, tras haberse reformado a sí mismos con éxito mediante el duro trabajo físico y los estudios políticos, los alumnos cadre deberían haberse «graduado» y haber conseguido un puesto nuevo de trabajo. Sin embargo, después de un par de años, se dieron cuenta de que habían sido ignorados. Sentían que nunca más les permitirían volver a la ciudad, aunque ya no fueran objetivos de la revolución. También Yin encontró algo en qué pensar. No tan convencida por entonces de que la Guardia Roja hubiese actuado correctamente, se dio cuenta de que Mao la había utilizado. Trató de pensar en su futuro. Reconoció que, siendo una ex Guardia Roja, su porvenir era incierto. Si alguna vez volvía a su universidad, no sería como profesora de ciencias políticas. Ya no gozaba de la posición adecuada para ofrecer conferencias políticas. Entonces empezó a fijarse en Yang, quien trabajaba como ayudante de cocina. No se consideraba un trabajo pesado; recogía leña, preparaba arroz y verdura, y lavaba los platos. Un cocinero campesino de la localidad se encargaba de cocinar. De modo que entre las comidas Yang disponía de tiempo para leer en la cocina -libros ingleses- y también para escribir. Se suponía que los estudiantes cadre no podían leer nada más excepto obras del presidente Mao o boletines políticos. Pero había sucedido un acontecimiento inusual el año anterior: el presidente Mao había publicado dos poemas nuevos en el Peoples Daily, y necesitaban traducirlos al inglés. El departamento de traducción de poesía de Mao, bajo el mando del Comité Central del Partido en Pekín, o alguien de dicho departamento, se acordó de Yang y le consultó en referencia a algunas palabras. Había una frase especialmente difícil: «No te tires un pedo». Eso era exactamente lo que Mao había escrito, pero a los traductores oficiales les preocupaba la vulgaridad de la frase. Yang fue capaz de encontrar una alusión a esa palabra en Shakespeare, lo cual tranquilizó a los traductores. A partir de entonces, permitieron que Yang, como una excepción, pudiera leer libros ingleses, ya que las autoridades de la escuela contaban con que en el futuro pudiera haber más trabajos de traducción importantes en el campo de la política. De repente, Yang enfermó. Las causas fueron la mala nutrición y el trabajo físico, por no mencionar las consecuencias de la persecución que había sufrido durante muchos años. Lo que empezó siendo una gripe pronto se convirtió en una neumonía grave. La mayoría de personas en el grupo eran mayores y débiles. Se trataba de expertos en Física y Filosofía, pero apenas podían cuidar de sí mismos. No había ningún hospital en las proximidades, sólo una clínica con una «doctora descalza». Su posición social era la de una agricultora a tiempo completo que trabajaba en un arrozal, descalza, y que no había recibido instrucción médica en «colegios burgueses». Así pues, como cabecilla del grupo, Yin se ofreció a cuidar de Yang. Cubría su puesto en la cocina, preparaba la comida para todo el mundo y a él le hacía una comida especial. Consiguió que le enviaran antibióticos de Pekín. A medida que Yang se fue recuperando, Yin continuó ayudándole en todo lo que podía, ejerciendo el poco poder que todavía poseía en la escuela cadre a favor de Yang. Mientras tanto, empezó a estudiar inglés sin ayuda de nadie, y a consultar con Yang de vez en cuando. Por entonces ya había tenido lugar la visita del presidente Nixon a China. En una de las emisoras oficiales de radio, comenzó un programa para aprender inglés. Ya no era políticamente incorrecto que la gente aprendiera inglés, aunque resultaba bastante extraño que lo hicieran estudiantes de escuelas cadre, ya que allí se suponía que la prioridad número uno era el lavado de cerebro. Las visitas que Yin hacía a Yang empezaron a dar de qué hablar. Le visitaba con frecuencia, lo cual molestaba enormemente a sus compañeros de cuarto. La habitación de la residencia de estudiantes era pequeña y estrecha, con tres literas. Cuando Yin se sentaba a hablar con Yang, los otros cinco compañeros se veían obligados a salir, a pasear fuera con el frío. La gente no tardó mucho en darse cuenta de que sus «clases de inglés» eran sólo una excusa. Hablaban de muchas más cosas aparte de las dudas sobre el inglés. Mientras miraban un libro de inglés, se les podía ver cogidos de la mano por debajo de la mesa. Probablemente, Yin pensaba que aprender inglés resultaría útil en el futuro, incluso que podría venirle bien a un hombre como Yang, al que habían pisoteado. Pero estudiando con él, pronto comenzó a vislumbrar una nueva posibilidad. No sólo estudiaban el idioma, sino también la literatura, ya que la escuela cadre no disponía de libros de texto para aprender inglés. Yang tenía que hacer servir poemas y novelas como material de enseñanza. Yin había pasado sus años en la universidad dedicada a las actividades políticas; poco había aprendido en clase. Así pues, con Yang adquirió los conocimientos que no había adquirido previamente. Leyendo una novela inglesa, Niebla en el Pasado, Yin escogió una frase: «Mi vida empezó contigo, y mi futuro va contigo. No existe nada más». Se la repitió a Yang con lágrimas en los ojos. En el epígrafe de Por Quién Doblan las Campanas, el cual Yang había traducido, Yin leyó un pasaje: «Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es una pieza del continente, una parte de la tierra… la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la Humanidad. Por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti». Yang le explicó que era una cita de John Donne, quien comparaba a dos amantes con los dos puntos de un compás en un poema sobre la celebración del amor. Después de leer La Mujer del Mercader del Río, Yin comprendió por primera vez el poema chino Canción de Changgan. En un relato corto de O. Henry, Yin encontró el significado de la vida en una hoja solitaria colgada de la pared, y cuando Yang se identificó con esa hoja, Yin le detuvo colocándole la mano sobre la boca. Aquél fue el punto de no retorno para ella: descubrió el significado de todo lo que antes desconocía, con él. Era él. Se trataba de una pasión que nunca antes había experimentado, una pasión que dio un nuevo sentido a su existencia. Y para él, el idilio significó una reivindicación de la Humanidad a pesar de todas las calamidades políticas que había padecido. A su manera intelectual, luchó por amor igual que había luchado por sus ideales durante todos esos años. Había perdido la ilusión en un momento de su vida, pero ahora estaba lleno de entusiasmo. Quizás el amor había llegado tarde, pero su llegada había hecho que todo cambiara. La escuela cadre estaba situada en una zona pantanosa de Qingpu. No había ninguna biblioteca ni cines cerca. En lugar de quedarse en la habitación de la residencia de estudiantes, empezaron a salir a pasear, públicamente, brazo con brazo. Para los enamorados, existir es estar el uno con el otro. Yang tenía cincuenta y tantos años. Excepto por las gafas rotas que llevaba, tenía el aspecto de un granjero mayor, curtido, el pelo blanco como una lechuza, y la espalda ligeramente encorvada. En cuanto a Yin, todavía tenía treinta y pocos años. Aunque no era una belleza, tenía el rostro vivo por la pasión, parecía florecer al lado de Yang. Para sorpresa de la gente, era ella la que no se despegaba un momento de Yang. «Su pelo blanco brillaba en contraste con las mejillas sonrosadas de ella», tal y como describe un conocido proverbio. Pero ese proverbio se consideraba, por lo general, negativo, pues implicaba que una pareja así no encajaba. Lo que los enamorados veían el uno en el otro era, por supuesto, una cuestión de opinión. Ambos estaban solteros. No hacían nada ilegal para que no pudieran estar juntos, pero eso era lo que menos importaba, ya que nada más comenzar la Revolución Cultural, el presidente Mao había exigido demoler el sistema legal burgués. Así pues, no debería haber sido asunto de nadie más, pero lo acabó siendo. Yin no era popular. Algunas personas que asistían a la escuela habían sufrido malos tratos por su parte cuando formaba parte de la Guardia Roja. Además, las autoridades de la escuela cadre estaban molestas. Su idilio podría convertirse en un escándalo político. En lugar de reformarse en la escuela cadre, se habían enamorado. Se consideraba un escándalo político, ya que el concepto de amor romántico era tabú en la política a principios de los setenta. Representaba una falta de dedicación al presidente Mao y al Partido. No trataron de mantener su historia de amor en secreto, lo cual fue muy ingenuo por su parte.

Mientras Peiqin empezó a pasar las hojas del libro, Yu dijo:

– Sí, no aparece ningún matrimonio en las cuatro óperas de Pekín en la época revolucionaria, a excepción de Madame Aqin, cuyo marido está fuera por negocios, muy oportunamente. Son óperas que sólo tratan del fervor político, nada de sentimientos personales.

– Aquí está lo que buscaba -repuso Peiqin, colocándose en una postura más cómoda-. Deja que te lea unos cuantos párrafos:


«Estaban en un mundo en donde no podían dar nada por supuesto. No existía la seguridad. Ni la fiabilidad,. Ni la convicción.

El sólo podía confiar en ella, y ella en él.

Después del trabajo, en ocasiones Yang le leía poemas en chino y luego en inglés, detrás de la porqueriza de la escuela cadre, o en la cumbre del arrozal, con las manos polvorientas, al fondo un altavoz repitiendo las palabras del presidente Mao, cuervos negros planeando sobre la tierra desértica.

La Revolución Cultural era un desastre nacional, ellos lo sabían, en el cual cada una y todas las personas se habían roto en pedazos, 'convertidas en ceniza', igual que el lema revolucionario. Para ellos, sin embargo, era como si hubieran renacido de las cenizas.»


– Ha nacido algo hermoso de verdad -dijo Yang-. Habrá un futuro nuevo para la gente, para el país.

A Yang le gustaba especialmente un poema titulado Tú y yo, escrito por una poetisa llamada Guan Daosheng en el siglo XI1Í. La pasión se expresaba con bastante franqueza, como pocas veces se ve, según Yang, en la poesía china clásica.


«Tú y yo estamos locos

el uno por el otro,

y calientes como el fuego de un alfarero.

Hechos del mismo trozo

de arcilla, tu figura,

y mi figura. Aplástanos

juntos para hacernos de nuevo, mezclándonos

con agua, vuelve a tomar forma,

vuelve a darme forma.

Para que te tenga en mi cuerpo,

y que tú también me tengas por siempre en el tuyo.»


Tras haber terminado de leer la larga cita con voz inundada en emoción, Peiqin continuó:

– Pero la escuela cadre no podía comprender una pasión así. Lo que es peor, uno de los líderes de la escuela consideró que tal pasión era un desafío descarado a las autoridades del Partido. Se celebró entonces una reunión en masa para criticarles. Obligaron a Yang a colocarse sobre un estrado improvisado y le declararon un ejemplo negativo de intelectual reaccionario que se resistía a la reforma ideológica por haberse enamorado. La suerte de Yin apenas fue mejor: además de recibir una advertencia seria por parte de un representante del Partido, le ordenaron que se colocara descalza al lado de Yang sobre el estrado. No le pusieron una pancarta, sino que le ataron los zapatos andrajosos al cuello, en el pasado un símbolo de vergüenza que significaba que había sido usada por gran cantidad de hombres, igual que los zapatos sucios. Existe una famosa frase del presidente Mao, «No existe amor ni odio sin fundamento en este mundo». Así pues, debía haber alguna razón para que estos dos «elementos negros» se abrazaran el uno al otro, o eso es lo que opinan los críticos revolucionarios. Finalmente, concluyeron que la causa debía de ser el odio que ambas sentían por la Revolución Cultural. Yin y Yang permanecieron desafiantes, continuaron viéndose, cuando y donde podían, a pesar de las continuas advertencias por parte de las autoridades de la escuela cadre. Entonces llevaron a Yang a una «sala de aislamiento», privándole de todo tipo de contacto con Yin y con el mundo exterior. Le ordenaron que escribiera confesiones y autocríticas todo el día. Se negó a hacerlo, declarando que no había nada malo en que un ser humano amara a otro. Después de una semana, le obligaban cada día a trabajar horas extras en el arrozal durante el día, y luego le enviaban de vuelta a la sala de aislamiento para que escribiera durante la noche. Yin también sufrió muchísimo. Le afeitaron la mitad de la cabeza, un corte especial llamado estilo Yin-Yang, diseñado para los enemigos del Partido. Una broma cruel teniendo en cuenta la coincidencia de sus nombres. Ni siquiera se preocupó por taparse con un sombrero, como si estuviera orgullosa del precio que había tenido que pagar por su amor. Pero lo peor fue que no podía ver a Yang. Después de trabajar, sólo podía pasear, sola, alrededor de la cabaña donde él permanecía, con la esperanza de poder ver su silueta a través de la ventana. Yin repetía una y otra vez los versos que Yang le había enseñado: «Qué noche tan estrellada / no como aquella noche, hace tiempo, perdida. / ¿Para quién estoy aquí, / entre viento y escarcha / en mitad de la noche?». Poco después, Yang volvió a caer enfermo. Debido a su falta de colaboración con las autoridades del Partido, éstas no le proporcionaron el tratamiento adecuado. La doctora descalza creía que una aguja de acupuntura de plata podía curar cualquier enfermedad, ya que el presidente Mao opinaba que la medicina tradicional china podía hacer milagros. A Yin le prohibieron visitar a Yang hasta su último día de vida, cuando ya todo el mundo se dio cuenta de que no había nada que hacer. Era un día frío; las manos de Yang, sobre las de Yin, estaban todavía más frías. Todos sus compañeros de habitación salieron del cuarto, poniendo una excusa u otra. Les dejaron solos. Yin cogió la mano de Yang, y éste permaneció consciente hasta el final, aunque no pudo articular palabra. Murió en la habitación de la residencia de estudiantes, en los brazos de Yin. Como dice un poema que Yang tradujo: «Ojalá tu cuerpo, frío como el hielo, como la nieve, / pudiera volver a la vida / con el calor del mío…». Dos años después, la Revolución Cultural terminó y la escuela cadre se disolvió. Yin volvió a la universidad. Gracias a los conocimientos de inglés que había adquirido con Yang, le asignaron un puesto como profesora de idioma. En cuanto a Yang, se declaró oficialmente que había fallecido por muerte natural. No le habían ejecutado ni golpeado hasta la muerte como a algunos intelectuales, de modo que no había necesidad de entrar en detalles sobre los últimos días de su vida. Habían muerto tantas personas en aquella época, que a nadie le importaba. No hubo ningún acto en su nombre en los primeros años después de la Revolución Cultural. A principios de los ochenta, las autoridades del Partido elaboraron un documento titulado Rectificación del movimiento antiderechista de los años cincuenta, en el cual se reconocía que había sido un error haber tachado de derechistas a un gran número de intelectuales, aunque «probablemente algunos de ellos escondían intenciones maliciosas contra el Gobierno». De cualquier modo, los supervivientes ya no eran derechistas, cosa que el Partido celebró tirando petardos. Rodaron una película sobre un hombre de derechas que tuvo la suerte suficiente para encontrar el amor durante su posición política derechista, y milagrosamente sobrevivió, claro está, para después contribuir a su modo en la construcción del socialismo. No sucedió lo mismo con Yang. En un acto religioso tardío celebrado en su memoria, le desvincularon del movimiento derechista y se refirieron a él como «Camarada Yang» en repetidas ocasiones. Unos cuantos colegas suyos asistieron al acto. Algunos de ellos fueron convocados porque a las autoridades de la escuela les preocupaba que la gente pudiera haberle olvidado ya. Durante el acto, la muerte de Yang fue declarada una «gran pérdida lamentable para la literatura china moderna». La celebración fue noticia en un periódico local. Sin embargo, sucedió un pequeño incidente del que el periódico no habló. Qiao Ming, uno de los antiguos responsables de la escuela cadre, también asistió al acto. Yin, llena de ira, le escupió de lleno en la cara. La gente se apresuró a apartarla. «El pasado es el pasado», le dijeron, y a Qiao también. La vida continuó normalmente. Yin continuó soltera y editó un manuscrito de poemas que Yang le dejó. La editorial Literatura de Shanghai publicó dicha colección poética. Pero no fue hasta después de la publicación de Muerte de un Profesor Chino cuando la gente empezó a hablar de nuevo sobre Yang. O para ser exactos, sobre el idilio entre Yin y Yang. Esa es la esencia de la historia -dijo Peiqin al concluir su narración-. Lo que te he explicado está basado también en la información que obtuve de la biblioteca, artículos, o de recuerdos de la gente.

– ¿Tienes algo más?

– Bueno, también están las reacciones del público sobre el libro.

– Háblame de esas reacciones.

– Algunas personas pensaban que debía de tratarse de una historia de amor real. Algunos incluso culparon a Yin por la muerte de Yang. Consideraban que, de no ser por su historia de amor, Yang no hubiese ofendido a las autoridades y entonces éstas no le habrían perseguido -Peiqin cambió nuevamente de postura, acurrucándose sobre el hombro de Yu-. Otras personas no creían en absoluto en la historia. En primer lugar, una escuela cadre no era lugar para mantener un idilio. Los dormitorios estaban atestados de gente. No habrían encontrado ningún otro lugar donde verse, por muchas ganas y deseos que tuvieron por estar juntos. Y luego estaba la presión política. Los responsables de la escuela cadre debían de estar muy encima de ellos.

– ¿Y tú qué piensas del libro?

– Cuando lo leí por primera vez, tuve un cúmulo de sensaciones. Algunas partes me gustaban, pero otras no. Y a decir verdad, yo era admiradora de las obras de Yang, de manera que en cierto modo me decepcionó.

– ¿De verdad? Eso no me lo habías contado.

– Leí la mayor parte de su obra poética a principios de los setenta y, ya sabes, por entonces no era precisamente seguro hablar acerca de esos textos.

– Pero no entiendo por qué te decepcionó. El libro era de Yin, no de Yang.

– Bueno, no te rías, pero creía que Yang merecía alguien mejor, así que quizás la primera lectura que hice del libro se vio afectada por mi predisposición.

– ¿Quieres decir alguien mejor que la mujer que aparece en la contraportada del libro, arrugada, con gafas y de mediana edad? -preguntó Yu.

– No exactamente. También podría haber sido un libro mejor-contestó Peiqin-. No me gustó la introducción detallada y demasiado extensa sobre las organizaciones de la Guardia Roja. Es algo casi irrelevante. Y luego, también me decepcionó el modo en que describe a veces su historia de amor.

– ¿Qué tiene de malo?

– Algunas partes son realmente conmovedoras, pero otras eran demasiado melodramáticas, casi como si fuera un capricho adolescente. Resulta difícil pensar que un intelectual adulto y del calibre de Yang fuese tan ingenuo.

– Bueno, en aquella época, la gente se aferraba a cualquier cosa -opinó Yu-. Se agarrarían a un clavo ardiendo con tal de conservar un ápice de humanidad. Eso es lo que debió de sucederle a Yin, y a Yang también.

– Supongo -coincidió Peiqin-. Tal vez antes admiraba demasiado su obra. Esta vez, después de haber investigado sobre su pasado y de haber leído el libro por segunda vez más detenidamente, me he dado cuenta de que Yang probablemente fue muy importante para Yin. Tanta intensidad y tanta emoción quizás no fuesen buenas para su novela. Presenta a una mujer lastimosa.

– Estoy de acuerdo -repuso Yu, que extendió la mano para coger el paquete de cigarrillos situado sobre la mesilla de noche.

– Por favor, no -le pidió ella, y se volvió para mirar el despertador también sobre la mesita-. Llevamos mucho tiempo hablando de otras personas.

Por debajo del edredón, Yu notó cómo Peiqin le tocaba con los dedos de los pies la espinilla. Igual que cuando estaban en Yunnan, con el arroyo borboteando detrás de la cabaña.

Yu comprendió el mensaje que Peiqin le estaba transmitiendo con la mirada y retiró la almohada de la cabecera. Era una de esas noches poco frecuentes en que gozaban de intimidad, y no tenían que contener la respiración, o hacer el menor ruido y movimiento posible, agarrados con fuerza el uno al otro.

Más tarde, Yu continuó cogiéndola de la mano, tranquilamente, durante un buen rato.

Para su sorpresa, Peiqin empezó a roncar ligeramente, muy flojito. Le sucedía a veces, cuando estaba agotada. Debía de haberse quedado leyendo hasta tarde las últimas noches. Todo por él.

Después de todos los años que llevaban juntos, Peiqin todavía era una caja de sorpresas.

En ocasiones, Yu se preguntaba si su esposa debiera haber tenido una vida diferente. Atractiva, talentosa, de no ser por la Revolución Cultural quizás sus caminos nunca se hubiesen cruzado, así que Yu tenía una razón por la que estar agradecido. Tantos años después del desastre nacional, Peiqin continuaba junto a él, incluso ayudándole en una investigación.

A pesar de todas las decepciones, Yu se consideró un hombre afortunado.

Pero de pronto, también se sintió angustiado. No era sólo por Yin y Yang; era algo más abstracto, aunque personal. Se dio cuenta de que nadie podía asegurar que no se volviera a repetir otra Revolución Cultural en China.

Justo antes de quedarse dormido, multitud de pensamientos extraños le rondaron por la mente. «Por suerte, Peiqin no es escritora», ese fue uno de los pensamientos vagos que tuvo antes de quedarse completamente dormido.

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