CAPÍTULO 3

El autobús, lleno de gente apiñada igual que sardinas enlatadas, estaba atrapado en el atasco de la hora punta matinal. Dado que el detective Yu era un policía de rango bajo, no podía acceder a coches del departamento, a diferencia de su superior, el inspector jefe Chen. Esa mañana Yu se consideró afortunado por conseguir un asiento en el autobús atestado de gente poco después de subir en él. Ahora, desabrochándose el botón superior del uniforme, tenía mucho tiempo para pensar sobre el nuevo caso de asesinato.

El secretario del Partido Li le había llamado muy temprano por la mañana para informarle de que el inspector jefe Chen estaba de vacaciones, y que él estaría a cargo del caso Yin. Chen también le había llamado, y le había explicado que estaba demasiado ocupado traduciendo una propuesta de negocios en casa como para acudir al trabajo. Tendría que investigar el asesinato de Yin solo.

Ya habían recopilado toda la información sobre Yin Lige. Yu había recibido una carpeta gruesa llena de material obtenido de la División de Archivos de Shanghai, y también de otras fuentes. Al detective no le sorprendieron tales muestras de eficiencia burocrática. Una escritora disidente como Yin seguramente había sido durante mucho tiempo objetivo de la vigilancia policial secreta.

La carpeta contenía una foto de Yin, una mujer delgada como una caña de bambú y más bien alta, de cincuenta y pico años, con la frente bien marcada y la cara ovalada, con ojos de expresión triste que miraban a través de unas gafas de montura plateada. Llevaba una chaqueta negra estilo Mao y unos pantalones negros a juego. Su foto parecía una imagen extraída de una postal vieja.

Yin se había graduado en la Universidad de Shanghai, en 1964. Debido al entusiasmo que demostró en las actividades políticas estudiantiles la admitieron en el Partido y, después de graduarse, consiguió un puesto como profesora de ciencias políticas en la universidad. En lugar de dar clases arengaba políticamente a los alumnos. Fue entonces cuando la consideraron una promesa; pronto se convertiría en representante del Partido para instruir a intelectuales que necesitasen a menudo una reforma ideológica.

Cuando estalló la Revolución Cultural, al igual que otros jóvenes se unió a la Guardia Roja, en respuesta a la llamada del presidente Mao para acabar con todo lo antiguo y corrupto. Se dedicó a criticar el movimiento contrarrevolucionario o a los «monstruos» revisionistas, y se alzó como líder del Comité Revolucionario Universitario. Fuerte en su nueva posición, se comprometió a proseguir con «la continua revolución a cargo de la dictadura del proletariado». No podía sospechar que pronto se convertiría en objetivo de dicha revolución.

Hacia finales de los sesenta, cuando consiguió librarse de sus antiguos rivales políticos, el presidente Mao pensó que la rebelde Guardia Roja estaba bloqueando la consolidación de su poder. Así pues, la Guardia Roja se sorprendió cuando se vio a sí misma en problemas con el Gobierno. También criticaron a Yin y la destituyeron de su puesto en el Comité Revolucionario Universitario. La enviaron a una escuela «cadre» en el campo, una nueva institución creada por el presidente Mao una mañana de mayo. Después de esa mañana, las Escuelas Cadre del Siete de Mayo se extendieron por todo el país. Para Mao, uno de los objetivos de estos colegios era mantener a los elementos políticos en los que no confiaba bajo control o, al menos, fuera de su camino.

Los estudiantes de escuelas cadre se dividían en dos grupos principales. El primero lo componían antiguos defensores del Partido. Sus posiciones habían sido reemplazadas por los maoístas, todavía izquierdistas, por lo que debían encontrar un nuevo lugar para ellos. El otro grupo estaba formado por intelectuales, como profesores universitarios, escritores y artistas, considerados de rango superior cadre. Se suponía que los estudiantes cadre debían autorreformarse mediante trabajos duros en el campo y estudios políticos en grupo.

Yin, profesora de universidad, y también miembro importante del Partido durante algún tiempo, encajaba en ambas categorías. En la escuela cadre se convirtió en cabecilla de un grupo. Fue entonces cuando Yin y Yang se conocieron.

Yang, mucho mayor que Yin, había sido profesor en la universidad de East China. Había estado en Estados Unidos y regresado a principios de los cincuenta, pero enseguida le añadieron a la lista de «sujetos bajo control», pues la tacharon de derechista a mediados de los cincuenta, y de «monstruo negro» en la década de los sesenta.

Yin y Yang se enamoraron a pesar de la diferencia de edad entre ambos, a pesar de la «época revolucionaria», a pesar de las advertencias por parte de los responsables de la escuela cadre. Debido a su inoportuno idilio, sufrieron una persecución. Yang murió poco después.

Tras la Revolución Cultural, Yin volvió a la universidad en la que trabajaba anteriormente y escribió el libro Muerte de un profesor chino, que más tarde publicó la editorial Literatura de Shanghai. Aunque Yin la definió como una novela, en gran parte era una obra autobiográfica. Al principio, como no contenía nada realmente nuevo ni tragedia alguna fuera de lo habitual, el libro no tuvo demasiado éxito. Muchas personas habían muerto durante esos años. Y algunas personas no pensaban que fuera tarea de Yin -tratándose de una ex guardia roja- denunciar la Revolución Cultural. La novela no acaparó la atención del Gobierno hasta que un becario que estaba de intercambio en la universidad la tradujo.

Oficialmente no había nada malo en denunciar la Revolución Cultural. El People's Daily también lo hizo. La revolución había sido, tal y como declaró el People's Daily, un error del presidente Mao, a pesar de sus buenas intenciones. Las atrocidades cometidas eran un secreto nacional.

Una cosa era que el secreto se supiera en casa y otra muy distinta compartirlo con los occidentales. Así que los críticos a favor del Partido tacharon a Yin de «disidente», lo cual funcionó como palabra mágica. Desde entonces la novela fue considerada un ataque deliberado a las autoridades del Partido. El libro fue censurado en secreto. Para desacreditar a Yin, sus acciones como miembro de la Guardia Roja se hicieron públicas en críticas y relatos. Fue una batalla que no pudo ganar y tuvo que permanecer en silencio.

Pero todo aquello había sucedido hacía varios años. Su novela, repleta de detalles demasiado específicos, no atrajo a un gran número de lectores extranjeros. Y tampoco produjo nada más, a excepción de una recopilación poética de Yang en cuya edición Yin había participado. Después fue elegida como nuevo miembro de la Asociación de Escritores Chinos, lo cual se interpretó como una señal de acercamiento por parte del Gobierno. El año pasado se le permitió visitar Hong Kong en calidad de novelista. Allí no dijo -ni hizo- nada demasiado radical, o eso es lo que decían los archivos.

Cerrando la carpeta, el detective Yu no lograba ver por qué el Gobierno podría estar implicado en aquel asesinato. Sí podía entender, sin embargo, por qué las autoridades del Partido querían a toda costa que el caso se resolviera cuanto antes. Cualquier cosa que tuviera que ver con un escritor disidente podía llamar la atención -desagradable atención- tanto dentro como fuera del país.

Cuando el autobús llegó a su destino final, el detective Yu descubrió que la calle Treasure Carden, donde vivía Yin, estaba solamente a media manzana de la parada de autobús. Se trataba de una calle antigua y de tamaño medio, a la que se accedía a través de una puerta negra de hierro y con rejas, posiblemente reliquia de la época de la concesión francesa. El barrio estaba pasado de moda, en declive. Dado que se construían edificios nuevos por todos lados, la calle se había convertido en una especie de monstruosidad.

En primer lugar Yu decidió dar un paseo por la zona. Trabajaría con el agente de policía del barrio, Oíd Liang, que llevaba muchos años en la comisaría cercana. Oíd Liang había acordado reunirse con él a las nueve y media en la oficina del comité de vecinos, junto a la entrada posterior de la calle. Yu había llegado quince minutos antes a la cita.

En la entrada delantera se encontraba la calle Jinling. En la intersección de las calles Jinling y Fujian, dos o tres manzanas más adelante, Yu podía distinguir en una esquina la Mansión Zhonghui, un enorme inmueble que fue propiedad del Gran Hermano Du de la Tríada Blue. La entrada posterior a la calle daba a un gran mercado de comida. También había dos entradas laterales a lo largo de la calle Fujian, llenas de tiendas pequeñas y paradas. Además de la calle principal, Yu vio varias calles secundarias cruzándose entre sí. La mayoría de las casas eran de estilo shikumen, como la de Yin, una típica casa de Shanghai con dos pisos, el marco de la puerta de piedra y un pequeño patio interior.

Mirando en dirección a la calle desde la entrada frontal, Yu vio a una anciana empujar con una mano la puerta negra de una casa shikumen, sosteniendo en la otra un orinal. Se trataba de una imagen sorprendentemente familiar, como si Yu hubiera vuelto a su propia calle, sólo que Treasure Garden estaba incluso en peores condiciones y las calles de alrededor eran más laberínticas y complejas. También había más ruido. Cerca de la entrada delantera un vendedor ambulante de pasteles de cebolla verde anunciaba en voz alta su mercancía, golpeando un cucharón metálico contra una sartén plana grande. Había una niña pequeña de cinco o seis años en mitad de la calle, llorando con todas sus fuerzas, por razones que Yu nunca descubriría. Se dio cuenta de que dirigir una investigación allí sería difícil. Con el flujo continuo de gente, y también con todo tipo de actividades constantes en la calle, un criminal podía entrar y salir fácilmente de aquel lugar sin ser visto.

Cuando Yu se dirigió hacia a la oficina del comité de vecinos, vio a un hombre bajo de pelo canoso entrando en el portal y haciendo un gesto enérgico con la mano.

– ¿Camarada detective Yu?

– ¿Camarada Liang?

– Sí, soy yo. La gente me llama simplemente Oíd Liang -dijo con voz grave-. Sólo soy un policía de barrio. En realidad dependemos de su investigación, camarada detective Yu.

– No diga eso, Oíd Liang -repuso Yu-. Usted lleva tantos años trabajando aquí que soy yo quien depende de su ayuda.

Oíd Liang era el responsable de los empadronamientos y de los archivos de la zona. En ocasiones, su trabajo también consistía en coordinar el comité de vecinos y la comisaría del distrito. De modo que le habían asignado la tarea de trabajar con el detective Yu.

– Las cosas no son como antes, ya sabe, cuando las normas de empadronamiento eran realmente eficaces -al tiempo que hablaba, Oíd Liang condujo a Yu a un despacho pequeño, el cual parecía una división del vestíbulo original, y le ofreció una taza de té.

Oíd Liang había pasado por tiempos mejores, en los sesenta y en los setenta, cuando el empadronamiento era una cuestión de supervivencia en una ciudad con una política estricta sobre los cupones de racionamiento de comida. Los cupones eran necesarios para adquirir productos de primera necesidad como arroz, carbón, carne, pescado, aceite para cocinar y hasta cigarrillos. Es más, la teoría del presidente Mao sobre la lucha de clases se aplicó a todos los ámbitos de la vida. Según Mao, durante el largo período de socialismo los enemigos de la lucha de clases nunca cesarían en sus intentos por sabotear la dictadura del proletariado. De modo que un agente policial de barrio debía permanecer alerta siempre. Debía considerar a todos los vecinos como enemigos políticos potenciales al acecho. La seguridad en las barriadas era extremadamente eficiente. Si alguien se mudaba a la zona una mañana, sin avisar a las autoridades locales, un policía del distrito le visitaba esa misma noche.

Pero las cosas cambiaron de forma gradual en los ochenta y de forma drástica en los noventa. El sistema de cupones para el racionamiento de comida casi se había extinguido, así que la gente ya no tenía que depender tanto de las tarjetas de registro de propiedad. Y tampoco se aplicaba estrictamente la regulación en función de los permisos residenciales. Miles de obreros provincianos emigraban en tropel a Shanghai. Las autoridades de la ciudad conocían bien el problema, pero la mano de obra barata estaba muy solicitada en la construcción y en el sector de servicios.

Aún así, Oíd Liang seguramente hizo un trabajo concienzudo. Algunas de las informaciones que Yu había revisado en el autobús sin duda procedían de este agente veterano del barrio.

– Permítame que le proporcione información general sobre Yin, detective Yu -dijo Oíd Liang-, y también sobre el vecindario.

– Eso sería estupendo.

– Yin se mudó a esta calle después de vivir en la residencia universitaria, hacia mediados de los ochenta. No conozco las razones exactas de por qué se mudó. Algunos dicen que fue porque no se llevaba bien con sus compañeras de habitación. Otros opinan que, a causa del éxito de su novela, la universidad decidió mejorar sus condiciones de vida. Un tingzijian, un cubículo diminuto situado en el rellano de las escaleras y separado de éstas mediante tabiques, no fue una gran mejora. Pero al menos disponía de una habitación para ella sola, en la cual podía leer y escribir en privado. Al parecer con eso tenía suficiente.

– ¿Nadie en el departamento de policía contactó con usted para informarle de que se mudaba a esa calle?

– Me informaron de sus antecedentes políticos, pero nadie me dio ninguna instrucción específica. Tratar con un disidente puede ser delicado. Como agente policial de este barrio, todo lo que podía hacer era vigilarla de cerca y recopilar todo tipo de información posible por parte de sus vecinos. El comité de vecinos no se dedicó a hacer nada en especial. Todo lo relacionado con una disidente política habría sido muy complicado p ira nosotros. Simplemente la tratamos igual que al resto de vecinos de esta calle.

– ¿Cómo era su relación con los demás vecinos?

– No era buena. Cuando se mudó los vecinos no notaron nada inusual en ella, a excepción de que, como profesora universitaria, había escrito un libro sobre la Revolución Cultural. Todo el mundo había vivido su propia experiencia en aquel desastre nacional. A nadie le apetecía hablar de ello. Cuando se conocieron los detalles de su libro, algunas personas se interesaron por ella en cierto modo. Una historia desgarradora, ya que Yin continuaba soltera después de todos esos años. Algunos vecinos sentían compasión por ella, pero Yin no se llevaba bien con ellos. Parecía empeñada en encerrarse en su habitación tingzijian, lamiéndose las heridas en secreto.

– A mí me parece comprensible. Su desgracia era algo personal y quizás fuese demasiado doloroso hablar de ello con alguien.

– Pero lo que hace especial el vivir en una casa shikumen es el contacto constante con los vecinos, cada hora, cada día -repuso Oíd Liang, dando un sorbo al té-. Algunas personas definen a los ciudadanos de Shanghai como chanchulleros. Eso no es cierto, aunque la gente que vive aquí siempre ha vivido en sociedades diminutas y ha aprendido de ellas a relacionarse con las demás personas. Tal y como dice un viejo dicho, «Los vecinos cercanos son más importantes que los parientes lejanos». Pero Yin parecía haberse propuesto distanciarse de sus vecinos. En consecuencia, ellos se sentían molestos y la trataban como a una extraña. Lanlan, una de sus vecinas, dijo algo al respecto: «Su mundo no está aquí».

– Tal vez estuviese tan ocupada escribiendo que no tuviese tiempo para hacer amigos -objetó Yu, a la vez que miró de reojo el reloj. Oíd Liang se parecía a su padre, Oíd Hunter, en un aspecto: ambos eran conversadores incansables y en ocasiones se desviaban del tema-. ¿Tenía usted contacto directo con ella?

– Bueno, lo tuve cuando vino a registrar su residencia. Fue bastante antipática, hasta un poco hostil, como si yo fuera uno de los que propinaron una paliza a Yang años atrás.

– ¿Ha leído la novela?

– Entera no, sólo algunos fragmentos citados en periódicos o revistas. ¿Sabe qué? -Oíd Liang continuó hablando sin esperar a que Yu le respondiera-. Algunos lectores se cabrearon de verdad por lo que escribió sobre haber pertenecido a la Guardia Roja, defensora del fervor proletario, y por hacer cosas a las que ella sencillamente denominó «algunos actos demasiado apasionados» en nombre de la revolución.

– ¿Esa también era la reacción de sus vecinos?

– Oh, no. No creo que muchos de ellos hubieran leído el libro. Quizás sólo habían oído hablar de él. Lo que yo sé es gracias a las investigaciones que he realizado.

– Ha hecho un buen trabajo, Oíd Liang -repuso Yu-. Ahora vayamos a su casa.

Загрузка...