CAPÍTULO 9

El inspector jefe Chen se despertó con un pensamiento desagradable, igual de irritante que el pitido agudo del despertador que sonaba desde la mesilla de noche. Se dispuso a dejar de pensar en ello, aunque estaba demasiado desorientado como para comprender de qué se trataba.

Se levantó, frotándose los ojos. A través de la ventana el cielo aún estaba gris.

No era nada relacionado con el caso, se dijo a sí mismo una vez más. Yu había estado haciendo todo lo posible. Cualquier intromisión por su parte no solucionaría nada, no en esa fase de la investigación. Su prioridad debía ser la traducción de la propuesta Nuevo Mundo que le esperaba sobre el escritorio.

Gu no le había presionado para que terminara la traducción como lo había hecho el secretario del Partido Li para que dirigiera la investigación, al menos no tan directamente. No obstante, Chen llegó a pensar que quizás Gu le hubiese enviado a Nube Blanca no sólo para ayudarle, sino también para recordarle de modo sutil que debía concentrarse en la traducción.

Aún así, Chen consideró que debía hacer algo respecto a la investigación. Existía una serie de razones para participar en ella. Debía involucrarse por Yang más que nada, un escritor cuya carrera había sido truncada de manera trágica, y cuyos trabajos Chen debería haber leído.

En los años de instituto, Chen leyó Martin Edén, una novela traducida por Yang, y sabía que Yang fue uno de los traductores de ficción inglesa con más renombre, pero por aquel entonces Chen empezó a estudiar inglés y a leer libros en idioma original. Cuando Chen empezó a escribir poesía no leyó ninguno de los poemas de Yang; tampoco eran fáciles de conseguir. Cuando publicaron sus poemarios, Chen estaba ocupado convirtiéndose en una célula importante del Partido, demasiado ocupado como para leer todo lo deseado.

De hecho, Chen era consciente de que su propia carrera como escritor se encontraba en la actualidad en estado crítico. Había tantos libros que ansiaba leer… Entre una y otra investigación de homicidio ni siquiera sabía cómo era capaz de seguir el hilo de una obra.

Chen pensaba que entre él y Yang, también poeta y traductor, existía cierta afinidad. Respecto al rumbo dramático político, lo que le había sucedido a Yang podría haberle sucedido a Chen.

Chen no sabía que Yang había traducido del chino al inglés, algo que él nunca antes había probado, exceptuando algunos fragmentos de versos para una amiga de Estados Unidos. Y empezó a preparar café en la cafetera, de marca brasileña; un regalo de ella, su amiga en la distancia.

Extrajo los manuscritos de la traducción poética de Yang que Yu le había entregado. En lugar de analizar la copia impresa se centró en el manuscrito a mano. Ambos eran prácticamente idénticos. Hacía años, cuando Chen se documentó para un trabajo sobre La tierra baldía, aprendió que un manuscrito a mano puede resultar muy práctico para adentrarse en la mente de un escritor creativo.

La impresión general que tuvo del manuscrito de Yang fue que se había esforzado enormemente para que los lectores ingleses contemporáneos encontrasen el texto legible. Pero lo que le atrajo más la atención fueron algunas notas abreviadas en los márgenes izquierdos.

«Capítulo 3», «C 11», «C 8 ó C26», «C 12 si no C 15», «Para la conclusión».

Al parecer, estas referencias sólo tenían significado para Yang.

Tal vez Yang estuviera indicando los libros consultados durante el proceso de la traducción, especuló Chen. La poesía china clásica podía estar abierta a interpretaciones infinitas. Como estudioso renombrado, Yang podría haber realizado un estudio exhaustivo antes de llevar a cabo la traducción.

Pero aquello no tenía mucho sentido. Si ese era el motivo, Yang debería haber anotado los números de página, no los capítulos. De tal modo le habría sido mucho más fácil consultar después las citas.

La colección incluía una serie de poemas que Chen reconoció de inmediato, incluso en inglés, aunque otros no daban pistas sobre cuál podría ser el original. Posiblemente Yang escogiera estos poemas de recopilaciones anteriores o menos conocidas. Eso podría explicar las referencias abreviadas. Pero entonces, ¿por qué colocar las «C» en lugar de los nombres de los editores?

La falta de introducción o de conclusión hizo que Chen pensara en una posibilidad diferente. También él había escrito conclusiones para proyectos diversos, en las cuales citaba una o dos líneas procedentes de sus fuentes. Quizás Yang pretendía escribir una conclusión para la traducción poética, pero había fallecido antes de poder terminarla.

A pesar de no poder encontrar ninguna relación con el asesinato, Chen no dejó de lado el manuscrito. Contenía poemas de amor maravillosos, tal y como Yin había indicado en el epílogo, que a la vez evocaban los días más memorables de sus vidas. Debieron de haber estudiado estos poemas juntos en la escuela cadre, en inglés y en chino, cogidos de la mano. Una noche cualquiera, quizás habrían llegado a creer que el poema de Su Dongpo había sido escrito para ellos, y que los versos de este les habían unido para siempre.


«El vigilante nocturno realizaba su tercera ronda.

Las olas plateadas de la luz de la luna pierden color,

el verde jade de la Osa Mayor pierde intensidad,

contamos con los dedos

cuándo llegará el viento del oeste,

sin saber que el tiempo fluye igual que un río en la oscuridad.»


El epílogo estaba escrito de manera ingeniosa. Yin no intentaba decir mucho, sino que se limitaba a explicar el modo en que ella y Yang habían leído y analizado estos poemas en la escuela cadre. Sin embargo, concluyó con una imagen de ella sola, leyendo un poema escrito por Li Yu, el cual le había recitado en una ocasión Yang en plena noche:


«¿Cuándo el ciclo eterno

de la flor de primavera y la luna de otoño

llegará a su fin?

¿ Hasta qué punto recuerda

el corazón las cosas pasadas?

Anoche, en el desván que visita

el viento del este una y otra vez,

resultaba insoportable mirar

hacia mi casa bajo la luz serena de la luna.

La baranda de madera y los peldaños de mármol deben continuar

igual, pero no su belleza.

¿ Cuánta pena me inunda?

¡Es igual que un río desbordado en primavera dirección este!»


El manuscrito poseía un valor sentimental enorme. Chen lo sostuvo con cuidado. No era de extrañar que Yin lo guardara en una caja de seguridad.

Chen se puso de pie y se dirigió a la ventana. A través de ella vio que la calle estaba despertando en ese momento. En la acera contraria vio a un Pionero Joven cruzar una puerta con prisas, atándose el pañuelo rojo con una mano; en la otra llevaba un pastel de arroz frito, y en la espalda una mochila pesada. Por un breve instante Chen creyó verse a sí mismo corriendo hacia la escuela, treinta años atrás. El inspector jefe volvió a centrarse y se dirigió nuevamente hacia el escritorio, repleto de papeles y diccionarios.

Ya tenía una tarea más que encomendar a Nube Blanca en la Biblioteca de Shanghai. Algunos de los poemas traducidos por Yang probablemente habrían aparecido en revistas sobre el estudio del inglés, aunque Chen no estaba seguro de en qué época; quizás antes del movimiento antiderechista de mediados de los cincuenta. Si así fuera, alguna anotación podría arrojar luz sobre las misteriosas abreviaturas del manuscrito. Quizás no resultasen importantes o relevantes, pero Chen sentía curiosidad. Además, la biblioteca debía tener catálogos de editoriales chinas y extranjeras. Chen podía probar a contactar con varias para averiguar si alguna estaría interesada en publicar la colección. No le corría prisa, pero le tranquilizaba pensar que estaba haciendo algo por la fallecida.

De ese modo, Chen también mantendría a Nube Blanca ocupada, y lejos de su habitación. A continuación, pensó que debería seguir trabajando en la traducción; y eso hizo, productivamente, durante un par de horas, antes de que llegara Nube Blanca. El ordenador portátil le resultó útil.

Cuando la luz del sol entró por la ventana y Nube Blanca entró en la habitación con un paquete de minibollos fritos, Chen ya había terminado varias páginas. Le explicó su nueva tarea: encontrar en revistas poemas traducidos por Yang e identificar editoriales que pudieran estar interesadas en publicar una colección de tales poemas. Chen tenía el extraño presentimiento de que con ello podría descubrir algo más, aunque no sabía qué podría ser. Se trataba sólo de una suposición. Seguramente Chen no habría ido a la biblioteca basándose únicamente en ese tipo de corazonadas, pero disponer de Nube Blanca hacía posible que lo intentara.

– Tengo que ayudar al detective Yu como pueda, ya sabes -le explicó Chen-, pero no tengo tiempo para hacerlo y a la vez trabajar en la traducción del Sr. Gu. Así que me serías de gran ayuda.

– Se supone que una pequeña secretaria ha de hacer todo lo que su jefe le pida -contestó ella con una sonrisa traviesa-. Cualquier cosa. No hace falta que me dé explicaciones. El Sr. Gu me lo ha recalcado muchas veces. ¿Pero qué pasará con su comida?

– No te preocupes por eso -repuso Chen-. Puede que tardes varias horas. Tómate el tiempo que necesites en la biblioteca.

Sorprendentemente, Chen no recibió ninguna llamada telefónica esa mañana. La traducción progresaba sin problemas. En el exterior piaba un gorrión, posado en una ramita débil a pesar del viento frío. Chen se olvidó de comer, pues se había trasladado al brillo y glamour de la ciudad en los años treinta. Estaba «borracho de dinero, deslumbrado por el oro», igual que los visitantes de Nuevo Mundo lo estarían algún día.

Cuando el teléfono finalmente sonó y le despertó en mitad de la visión de una chica francesa bailando una danza moderna, con los pies descalzos y brillantes como la nieve, sobre un escenario cubierto por una alfombra roja y situado en el interior de una casa shikumen postmoderna, Chen se desorientó al tener que volver de repente a la realidad. Quien llamaba era Yu. No había hecho demasiados progresos en la investigación, según le informó, cosa que a Chen no le sorprendió. No es que desconfiara de la capacidad de Yu, sino que las investigaciones requerían su tiempo.

– No sé si las entrevistas nos llevarán a algún lado -comentó Yu.

– Al menos podremos averiguar algo más sobre Yin.

– Eso es otra cosa. Al parecer sus vecinos no saben casi nada sobre ella. Que era escritora, y que había publicado un libro sobre la Revolución Cultural. Eso es todo. Por lo demás, era como una extraña que vivía en el edificio.

– ¿Qué hay de sus colegas?

– He hablado con el responsable del departamento. No obtuve ninguna información importante de su parte. En cuanto al expediente facilitado por las autoridades de la escuela, contiene poco más aparte de apuntes oficiales comunes.

– Cualquiera podría ponerse nervioso hablando sobre una escritora disidente -opinó Chen-. «Cuanto menos digas, mejor». Es comprensible.

– Pero para corroborar la teoría del asesino en la casa, y descartar a sus conocidos de la universidad, me hubiese gustado entrevistar a algunos de sus colegas.

– Mi opinión es que tampoco dirían mucho, pero es demasiado pronto para descartar cualquier posibilidad.

Cuando terminaron de hablar el reloj marcaba la una y media.

Respecto al proyecto de traducción, pensó Chen mientras preparaba una taza de leche de soja, quizás sí fuese buena idea visitar a algunos de los expertos en literatura que conocían a Yin o a Yang. Así que, en lugar de hablar con ellos en persona, cogió el teléfono y marcó el número del profesor Zhou Longxiang, quien había trabajado en la misma universidad que Yin. Chen había consultado con Zhou en una ocasión sobre la poesía china clásica, y desde entonces mantenían el contacto.

El profesor Zhou, quien al parecer vivía solo desde que se había jubilado, se alegró con la llamada de Chen. Comenzó a desgranar un discurso de quince minutos sobre la muerte de la poesía antes de que Chen pudiera comenzar a hablar acerca de Yin. De inmediato, Zhou se irritó.

– Era una sinvergüenza oportunista, esa Yin Lige. No debería hablar mal de los muertos, lo sé, pero cuando ella fue una C3uardia Roja no tuvo piedad en absoluto hacia los demás.

– Quizás entonces fuese demasiado joven.

– Eso no es excusa. ¡Qué desastre de mujer! No daba más que disgustos a quienes tenía alrededor. Incluido Yang, que era un buen intelectual.

– Me parece un punto de vista muy interesante, profesor Zhou -continuó Chen-. Dado que usted no es supersticioso, por favor, explíqueme.

– Es sencillo. De no ser por su idilio con ella, Yang no hubiese sido el blanco de las críticas en la escuela cadre -repuso Zhou-. Karma. Las acciones que Yin realizó durante la Revolución Cultural se convirtieron más tarde en problemas en su contra.

Esto era una crueldad, siendo budista o no. El anciano profesor debió haber basado su opinión en sucesos ocurridos a lo largo de la Revolución Cultural. Su punto de vista no sirvió demasiado para arrojar luz sobre la investigación, pero confirmaba, una vez más, la poca popularidad de la que gozaba Yin incluso entre sus colegas.

Comprobando la hora, Chen se dijo a sí mismo que no podía permitirse hacer muchas llamadas como aquélla. A continuación tuvo una idea: podía probar a adoptar un planteamiento diferente. Sería algo que también podría encargarle a Nube Blanca. Le sorprendía que la chica continuara presente en sus pensamientos igual que una sombra sobre su trabajo, y no se refería sólo a la tarea de traducción. A medida que lo pensaba, más satisfecho se sentía de sí mismo. Podía encargarle a Nube Blanca que hablara con los antiguos colegas de Yin. Chen era, como dice el proverbio, «un general que idea planes en la tienda de campaña, y determina las consecuencias de una batalla a miles de millas de distancia». Incluso estando de vacaciones, también era capaz de contribuir en la investigación.

Unos pocos minutos antes de las cuatro, Nube Blanca volvió con dos bolsas de plástico. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos vaqueros y una chaqueta de piel encima de un suéter blanco y escotado. Calzaba unos botines negros relucientes.

– Tengo algo para usted -dejó una de las bolsas de plástico sobre el escritorio.

– Has sido muy rápida. Muchas gracias. Sé que puedo contar contigo, Nube Blanca.

– He fotocopiado las traducciones poéticas de Yang. Así podrá leerlas.

Todavía con la otra bolsa en la mano, añadió:

– Voy a la cocina a prepararle algo para comer.

– ¿Qué llevas en la mano?

– Una sorpresa.

Chen no tenía ni idea de qué podía contener la bolsa de plástico. Era grande y negra, y parecía como si de ella saliera un sonido apagado y difícil de reconocer.

Empezó a leer las fotocopias. Las traducciones poéticas de Yang se habían publicado en varias revistas sobre el estudio del inglés, la mayoría en los últimos años. Dichas publicaciones se vendían a gran escala en China, ya que mucha gente estaba interesada en aprender inglés.

Una cosa que sorprendió a Chen es que, en la mayoría de los casos, los editores habían explicado en pocas palabras por qué la gente debería leer en la actualidad la poesía de Yang. Según el editor de una de las revistas, resultaba vina buena manera de impresionar a los americanos. Según otro, estaba de moda, especialmente entre enamorados, citar estos poemas traducidos en el día de San Valentín, el cual estaba cobrando popularidad en China. También había algunas introducciones cortas escritas por Yin sobre las técnicas empleadas en la traducción de estos poemas, las cuales podían resultar útiles para aquellas personas que tuviesen un nivel básico de inglés. Sin embargo, Chen no logró encontrar ninguna pista relacionada con las misteriosas abreviaturas.

Nube Blanca hacía ruido en la cocina. Debía de estar cocinando, aunque todavía era un poco pronto para preparar la cena.

Finalmente entró en la habitación, luciendo una gran sonrisa y sosteniendo una bandeja de gran tamaño.

– De parte del Club Dynasty -anunció, colocando sobre la mesa plegable una cena impresionante que incluía algunos manjares como Chen no había visto nunca.

Se trataba de un plato pequeño de mollejas de gorrión fritas con patatas crujientes. Cuántos gorriones se habrían empleado para elaborar aquel plato, se preguntó Chen. El siguiente también era original: se trataba de cabezas de pato sin el cráneo, para que la gente pudiese llegar sin problemas a la lengua o al cerebro. Sin embargo, lo que más impresionó a Chen fueron las gambas a la sauna. Las gambas de río estaban en un cuenco de cristal sobre la mesa, vivas, todavía saltando y moviéndose. Nube Blanca también había llevado un cubo pequeño de madera cuyo fondo estaba cubierto con piedras rojas calientes. Echó algo de vino en el cuenco de las gambas, luego trasladó las gambas borrachas del cuenco al cubo. Hubo un silbido agudo y, al cabo de dos o tres minutos, obtuvieron un plato de gambas a la sauna.

Cu había dado a Nube Blanca numerosas instrucciones, entre ellas cómo preparar gambas a la sauna. Quizás la chica no fuese una cocinera excelente, pero sabía cómo conseguir comida deliciosa, y eso a Chen le bastaba.

– ¿Es lo que quería? -le preguntó tomando una página fotocopiada de la traducción poética.

– Quizás sea una pieza del puzle. Ahora debo hacer que encaje.

– Lo hará -dijo ella-. Espero que también le gusten las gambas.

– Gracias. Me estás mimando demasiado.

– En absoluto. Para mí es un gran honor trabajar con usted, y lo mismo opina el Sr. Gu.

Para Chen, sin embargo, en cierto modo esto último le pareció un recordatorio de que debía centrarse en la traducción que tenía encima del escritorio, y de que su relación era puramente profesional.

Recordó la primera vez que se vieron en la sala privada del Club Dynasty. Ella también se había comportado de modo bastante profesional, como chica de karaoke. Lo menos que podía hacer Chen ahora era demostrarle su gratitud. Cogió otra gamba con la mano.

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