CAPÍTULO 14

Yu llegó a la oficina del comité de vecinos muy pronto aquella mañana. No le resultó difícil confeccionar una lista detallada de los parientes de Yin y de los de Yang, basándose en la información recogida por Oíd Liang, aunque éste creía que no serviría de nada contactar con ninguna de las dos familias.

Los padres de Yin habían fallecido. Ella era hija única. Tenía dos tías por parte de madre, mucho más jóvenes que su madre, pero había perdido el contacto con ellas a principios de los sesenta. La Revolución Cultural complicó muchas cosas, entre ellas los lazos familiares. En su ficha personal no aparecía información en absoluto relativa a las tías de Yin. Según varias llamadas realizadas por Oíd Liang, las tías de Yin no habían hablado con ella ni la habían escrito después de la Revolución Cultural.

Respecto a los familiares de Yang, excepto una tía lejana que rondaba los noventa años, sólo tenía una hermana, Jie, la cual había muerto hacía tres o cuatro años. Incluso años después de la Revolución Cultural, la gente evitaba a los derechistas igual que a las plagas. Jie había formado su propia familia en la que preocuparse. Debido en parte a su hermano, figuraba también en la lista de «mantener bajo control». Jie había dado a luz a una niña, Hong, a finales de los cincuenta, poco después de que estallara el movimiento antiderechista. Cuando Hong nació, Yang envió por correo a su hermana cincuenta yuanes destinados a Hong, pero le fueron devueltos. Y eso fue todo. Jie también tuvo problemas durante la Revolución Cultural, y Hong fue enviada al campo como parte de la juventud educada. Allí se casó con un campesino de la localidad, tuvo un hijo y, al parecer, se estableció definitivamente en aquel lugar.

Cuando Yu terminó de elaborar la lista, Oíd Liang, que vivía a sólo unos cinco minutos de la calle y pasaba más tiempo en la oficina que en su casa, todavía no había aparecido. Zhong, el director de seguridad del comité de vecinos, estaba devorando un pastel de cebolla verde caliente y grasiento. Llenó una taza de té Wu Long y se la ofreció a Yu.

– El camarada Oíd Liang esta mañana está investigando en otro sitio -dijo Zhong, tomando asiento frente a Yu-. ¿Necesita ayuda, camarada detective Yu?

– ¿Conoce el pasado de la «mujer gamba»? Su apellido es Peng.

– ¡Ah, la «mujer gamba»! Ha dado con el hombre indicado -contestó Zhong-. Lleva años siendo mi vecina de al lado. Una mujer buena, sincera y tímida, incapaz de matar a una mosca. Trabajó durante más de veinte años en una fábrica de seda y nunca tuvo las agallas de decirle no a su jefe, ni una vez. ¿Y luego para qué? Fue de las primeras en ser despedida, y ha terminado pelando gambas en la calle a primera hora de la mañana.

– Tiene un acuerdo con el mercado, según he oído.

– Sí, es parte de los esfuerzos del Gobierno por evitar que gente como ella traspase el umbral de la pobreza. Algunas gambas del mercado no tienen aspecto de frescas. Para venderlas a mejor precio, el mercado hace que las pelen cada mañana a primera hora. Muchas mujeres de Shanghai hacen la compra antes de ir a trabajar. De modo que el mercado procura que las gambas estén peladas a de las siete y media para ponerlas a la venta.

– Por lo tanto, ¿debe empezar a trabajar sobre las seis cada mañana?

– No le queda otra opción. Su familia depende de lo que gana trabajando para el mercado -contestó Zhong-. ¿Hay algún problema con ella?

– No. Sólo tengo que hacerle unas preguntas.

– Haré que venga.

– No, gracias. Tengo que ir a la casa shikumen. Seguramente esté sentada en la calle.

Efectivamente, la «mujer gamba» estaba allí, sentada en su taburete de bambú, frente a la puerta trasera de la casa shikumen, ocupada en su trabajo, con un cesto a sus pies lleno de gambas heladas. Debía tener alrededor de cincuenta años, y la cara enjuta como una caña de azúcar. Llevaba unas gafas pasadas de moda manchadas con restos de cáscara de gamba.

Peng sonrió nerviosa cuando Yu se detuvo a su lado. Yu se agachó y encendió un cigarrillo sin decir nada. Hacía frío; tenía una mano metida en un bolsillo del pantalón.

– Camarada… camarada detective -balbuceó.

– Seguramente ya sabe por qué estoy aquí hoy, ¿cierto?

– No lo sé, camarada detective -contestó-. Bueno, supongo que por lo de Yin Lige. Pobre mujer. El cielo está ciego, de verdad. No se lo merecía.

– ¿Pobre mujer? -A Yu le sorprendió bastante aquel tono compasivo. La «mujer gamba» llevaba un abrigo imitación al que utilizaba el antiguo ejército, con el cuello hacia arriba para evitar el viento frío. Tenía los dedos hinchados, rajados, llenos de jugo de gamba. Más bien habría que compadecerse de ella, no de Yin.

– Tenía un buen corazón. La vida no es justa. Sufrió mucho durante la Revolución Cultural -explicó.

– ¿Puede contarme algo más sobre ella? -le preguntó Yu. Era extraño, pensó: su actitud hacia Yin era bastante diferente de la del resto de los vecinos-. Sobre por qué dice que tenía un buen corazón. Póngame un par de ejemplos.

– Mucha gente en esta calle me trata como si fuera basura. Se quejan del olor a gambas. Yo lo entiendo, pero no tengo otra elección. No puedo pelarlas en el patio, porque entonces los vecinos de mi edificio me echarían de casa. Sólo Yin tenía compasión de verdad. Después de su artículo en el Wenhui Daily, el comité de vecinos fue a verla, y le preguntaron si tenía alguna otra sugerencia laboral para la calle. Dijo cosas buenas sobre mí. Después de eso, el comité de vecinos me dio un permiso especial para poder trabajar en la calle.

– Parece como si Yin ayudara bastante a la gente que lo necesitaba.

– Así era. Le dio varios libros de texto a mi hija. Y a mí una silla nueva plegable de plástico, reclinable. Hace tres o cuatro años.

– ¿Le dio una silla nueva plegable de plástico? ¿Por qué?

– Aquel verano recibió una visita, su sobrino, creo…

– ¿Cómo? -interrumpió Yu. Nunca antes había oído hablar de la existencia de un sobrino. Y Oíd Liang tampoco lo había mencionado-. Un momento… ¿su sobrino? ¿Fue eso lo que dijo Yin?

– No estoy completamente segura, pero me lo presentó. Era sólo un crío, de unos trece o catorce años por entonces. Había venido del campo, no sé de qué parte. Yin no tenía más familia en la ciudad, me explicó.

– ¿Se quedó con ella en la habitación tingzijian?

– Sí, pero no exactamente. No resulta cómodo alojar a un invitado en una habitación tan pequeña. Compró la silla reclinable para él, para que pudiera dormir en el patio. Es bastante normal que la gente duerma ahí fuera. Algunos incluso duermen en la calle. Una noche, el patio estaba tan lleno, que Yin tuvo que colocar la silla delante de mi casa para que el chico pudiera dormir. Fue entonces cuando me lo presentó, pero fue una presentación muy rápida.

– ¿Cuánto tiempo estuvo el chico viviendo con ella?

– Tal vez cuatro o cinco días. Menos de una semana.

– ¿Habló con él?

– No, creo que él se ausentaba durante el día. Una tarde le vi volver con ella. Debió de haber salido con él. Cuando el chico marchó, me dio la silla.

– ¿Ha vuelto desde entonces?

– No, no que yo sepa. Quizás fuera un familiar pobre del campo, en su única visita a la ciudad.

Yu extrajo el cuaderno. La «mujer gamba» se secó las manos en el delantal nerviosa, lo que recordó a Yu, una vez más, la mancha de carbón en la mano del día anterior.

– Permita que le haga otra pregunta. Usted dijo que estuvo ocupada pelando gambas la mañana del siete de febrero, la mañana en que asesinaron a Yin, y que no se movió un solo instante de aquí.

– Correcto. El mercado me paga por peso. No me puedo permitir perder tiempo ni para ir al orinal.

– Trabaja muy duro, lo sé. Pero también sé que se dejó su puesto para ir a la habitación de Yin entre las siete menos cinco y las siete y diez. Ahora bien, si la puerta trasera estaba abierta, debería haber oído a Lanlan pedir auxilio y haber visto a los demás corriendo escaleras abajo. ¿Cómo es posible que tardara tanto y llegara a la habitación de Yin entre las siete menos cinco y la siete y diez?

– ¿Quince minutos? -reflexionó un instante-. No lo sé. No sé adonde quiere llegar, camarada detective. Oí el alboroto, déjeme pensar, sí, oí el alboroto, y fui para allá.

– No se ponga nerviosa. No castigamos a la gente inocente -dijo Yu-. ¿Sucedió algo más en la calle esa mañana?

– No, nada que yo recuerde.

– Tómese su tiempo. Intente recordar cada detalle, desde el momento en que recogió las gambas congeladas del mercado. Cualquier cosa insignificante, como un sonido inesperado en la calle, o algo distinto que le distrajera de su tarea.

– Un sonido… déjeme pensar… sí, ahora me acuerdo. Hubo un ruido procedente del puesto de pasteles de cebolla. Es un puesto muy ruidoso. Lei anuncia sus productos a gritos, ya sabe. Pero aquella mañana el ruido era más fuerte, mezclado con otra voz. Así que salí de la calle principal para echar un vistazo.

– ¿Durante cuánto tiempo?

– No sé. Un minuto. Un par de minutos, tal vez. Desde donde yo estaba sentada no podía oír bien. Tardé poco en enterarme de lo que estaba ocurriendo.

– ¿Se dirigió al puesto de pasteles?

– Di unos cuantos pasos en su dirección, pero en realidad no me acerqué demasiado, ya que tenía las manos manchadas conjugo de gamba.

– No se mueva, camarada Peng -dijo Yu de repente-. Vuelvo ahora mismo.

Yu caminó a zancadas hacia la entrada delantera de la calle, y volvió con Lei tras él, con las manos cubiertas de harina. La «mujer gamba», cuyo rostro mostraba una expresión inquieta, parecía no percatarse de estar aplastando una gamba con los dedos.

– ¿Tuvo alguna discusión o pelea con alguien la mañana del siete de febrero, la mañana en que Yin fue asesinada? -preguntó Yu.

– Sí, así fue. Un imbécil se quejó diciendo que había un pelo en su pastel dé cebolla, y me exigió diez yuanes a modo de compensación. Tonterías. Pudo haber puesto un pelo suyo en la comida. De cualquier modo, ¡nadie dice que esto sea un restaurante de cinco estrellas!

– ¿Se acuerda de la hora en que sucedió?

– Bastante temprano. Sobre las seis y media.

De modo que la «mujer gamba» decía la verdad.

Había un hecho probado: durante tres o cuatro minutos alguien pudo haber salido por la puerta trasera aquella mañana sin ser visto.

Yu tachó Lei de la lista de sospechosos elaborada por Oíd Liang, ya que ahora habían confirmado su coartada.

Sin embargo, no se trataba de un adelanto demasiado importante. Simplemente se había demostrado, en teoría, que el asesino podía ser un desconocido.

Yu les dio las gracias a Peng y a Lei. La «mujer gamba» estrechó la mano de Yu a modo de agradecimiento, sin darse cuenta que tenía las manos mojadas y sucias.

Lei insistió en que Yu aceptara una bolsa marrón llena de pasteles de cebolla calientes.

– Yin era una mujer buena. Haremos todo lo posible para colaborar en la investigación. Mientras usted esté trabajando en esta calle, los almuerzos y comidas corren por mi cuenta. Si no hubiera sido por ella, yo hoy no tendría este negocio.

Saboreando un pastel caliente de cebolla verde troceada y manteca de cerdo picada, Yu volvió a la oficina del comité de vecinos, donde Oíd Liang le estaba esperando con una expresión de emoción grabada en el rostro.

– ¡Tenemos algo, camarada detective Yu!

– ¿Qué?

– ¿Se acuerda de Cai, el tipo que apuesta a los grillos sobre el que hablamos ayer?

– Sí. Me acuerdo. ¿Tienes algo nuevo sobre él?

– He estado examinando el historial de los sospechosos, como le dije -dijo Oíd Liang, sirviendo té Dragón Well en una taza pequeña de porcelana blanca para Yu y a continuación otra para él-. Este es un té extraordinario, excelente; todas las hojas se recogen y procesan antes del festival de Yuqian. Lo tengo reservado para ocasiones especiales, como hoy. Es muy especial.

– Oh, vaya. Por favor, explíqueme lo que ha averiguado -le pidió Yu-. Seguro que ha hecho un gran trabajo. «Cuanto más viejo es el jengibre, más picante».

El primer día de la investigación, antes de que Yu llegara, Cai le había contado a Oíd Liang que la mañana del siete de febrero no se encontraba en la calle Treasure Carden, sino en su habitación «clavo» del distrito Yangpu, y que su madre podría confirmar la coartada. Oíd Liang había intentado localizar a la madre, pero le dijeron que el servicio público de telefonía había sido anulado hacía varios meses, como parte de la presión del Gobierno para que abandonaran sus casas «clavo». Oíd Liang no se dio por vencido; fue él mismo a la habitación «clavo». La madre de Cai ya no vivía allí. Según le explicaron los vecinos, las condiciones de vida en la zona eran tan malas que la mujer se había ido a vivir con su hija hacía tiempo. La noche del seis de febrero, y tampoco la mañana del siete de febrero, nadie había visto a Cai por la zona. Dado que sólo había un fregadero común con agua corriente en el edificio, los inquilinos solían coincidir varias veces al día. Sin embargo, no habían visto a Cai hacía por lo menos una semana.

Oíd Liang volvió a hablar con Cai, quien seguía fiel a su declaración anterior. En lugar de replicarle, Oíd Liang insistió en ir con él a su casa «clavo» en el distrito Yangpu. Cuando abrieron la puerta, comprobaron que había correo acumulado durante alrededor de una semana. Una carta sin abrir llevaba el matasellos con fecha veinticinco de enero. Cai no tenía ninguna explicación al respecto. Oíd Liang le detuvo inmediatamente, y habló nuevamente con su mujer y su suegra. Ambas continuaron jurando que Cai no había estado en el edificio shikumen la mañana del siete de febrero, aunque no sabían decir dónde podía haber estado. También afirmaron que Cai era inocente, lo cual, claro está, no afectaba a la investigación. Todos los sospechosos eran «inocentes».

– Hacer que le acompañara a la habitación «clavo» fue un verdadero golpe maestro -comentó Yu.

– Cai tiene un motivo -continuó Oíd Liang-. Es un adicto al juego, y puede estar desesperado por conseguir dinero. Tiene antecedentes, y lo que es más importante, tiene las llaves de la casa. Pudo haber entrado a hurtadillas en la habitación de Yin con el propósito de robar, sin saber que ella volvería antes de lo normal; entonces la mató y corrió escaleras arriba. Creo que no debemos descartar la posibilidad de que su mujer y su suegra estén intentando encubrirle.

– ¿Qué le dijo cuando le estropeó la coartada?

– Negó tener algo que ver con el asesinato -contestó Oíd Liang-. No se preocupe, tengo métodos para cascar este tipo de nueces.

– Cai es un sospechoso, estoy de acuerdo -repuso Yu-. Pero sigo teniendo algunas dudas. Los tipos como Cai apuestan a lo grande, miles y miles de yuanes a un solo grillo, tal y como usted me contó. Yin parece un pez demasiado pequeño para alguien con un apetito tan voraz.

– No coincido con usted. Cuando estás desesperado, estás desesperado. Como adicto incorregible al juego, si hubiera perdido en varias peleas de grillos seguidas, podría haber hecho cualquier cosa por unos cientos de yuanes.

– Es una posibilidad. Pero, ¿por qué dar una falsa coartada? No le ha servido en absoluto.

– Bueno, recuerde el dicho: «Si no hubieras robado, no te pondrías tan nervioso».

– Sí, eso es cierto -admitió Yu-. Haremos que hable.

Yu le explicó a Oíd Liang lo que había descubierto, la posibilidad de que alguien pudiera haber salido por la puerta trasera sin que la «mujer gamba» le hubiera visto.

Oíd Liang, orgulloso de su propio progreso, restó importancia a la posibilidad que le presentaba Yu.

– Digamos que tuvo dos o tres minutos, como mucho, para salir sin que nadie le viera. Entonces, el asesino debió haber esperado en algún lugar de la casa hasta que apareciera la oportunidad. Pero, ¿dónde podía haber aguardado sin ser visto?

El detective Yu no tenía la respuesta, no por el momento.

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