Doña Juana se hace lista, o Guía para chicos malos de una buena chica

Me educaron para que fuera una buena chica de los años cincuenta, para que creyera que el amor y el matrimonio van juntos como el caballo y el carruaje. La primera vez que me casé fue en 1963, la segunda vez en 1966, la tercera en 1978, la cuarta vez en 1989. Mi vida, pues, ha demostrado ser un microcosmos de amor y sexo para mi generación. Cada vez que quedaba sin pareja, me sentía como Margaret Mead entre los manus o los mundugumor. El emparejamiento ha «cambiado, cambiado por completo», y «ha nacido una terrible belleza».

De todas esas insondables Edades Oscuras, los años ochenta fueron los peores. El problema era que todos los hombres creían que tenían que ser los Amos del Universo y las mujeres creían que eran unas fracasadas a no ser que atrapasen a hombres que pudieran comprarles esmeraldas tan grandes como el Ritz. En algún momento de esa época enloquecida debo de haber decidido realizar una guía que sería el resumen de todo lo que había aprendido de los hombres en mi larga vida amorosa.

El título provisional era La bella y la bestia: Una guía para los chicos malos de una buena chica. Sabía que a las mujeres les gustan las normas. ¿Cómo me di cuenta de esto? Porque a mí me gustaban. Conque las expuse para mí misma:


UNA DOCENA DE TÓPICOS EN LOS QUE CREEN LAS MUJERES


Tópico 1. Si me quiere, me será siempre fiel.

Verdad. Su amor no tiene nada que ver con que sea fiel. Unos hombres son monógamos. La mayoría no lo son. Los sexy habitualmente no lo son. La monogamia dura tres días, tres semanas, tres meses, o en el mejor de los casos tres años, en la mayoría de los hombres. Con frecuencia sólo dura lo suficiente para que quedes embarazada. La naturaleza tiene un motivo para ello. Los hombres están programados para propagar su simiente lo más ampliamente que pueden y las mujeres para dar la vida, tener hijos sanos. A los recién nacidos humanos les lleva mucho tiempo conseguir la autosuficiencia, como quizá hayas notado. Unos hombres mienten mejor que otros, pero la mentira es endémica en la especie. Unos cuantos seres modelos de la masculinidad son fieles. La mayoría de los demás engañan. La cuestión es: ¿se puede soportar? Si el engaño no es descarado e irrespetuoso y una consigue bastante de la relación en otros aspectos (un amigo, un amante, un padre para sus hijos, un socio económico), entonces considérense estas alternativas: puedes aceptar el engaño como si nada, y al mismo tiempo beneficios emocionales y financieros de su culpabilidad. Puedes engañar discretamente por tu cuenta -si (y sólo si) disfrutas haciéndolo (no por despecho). Puedes darte cuenta de que no tiene nada que ver contigo. Lo hace porque es hombre, no por enfrentarse a tu feminidad.


Tópico 2. Necesito un hombre para sentirme completa.

Verdad. Tú no necesitas a un hombre tanto como un hombre te necesita a ti. Las mujeres son un sexo autosuficiente. Los hombres dependen del sexo. Las mujeres reproducen la especie: crean vida en su propio interior (o lo hace la Diosa Madre a través de ellas). Los hombres saben esto y, debido a su insuficiencia, han creado un mundo que dificulta y rebaja todos los logros de las mujeres, desde la propia gloria del parto hasta el trabajo de la mujer en todos los campos creativos y profesionales. Puede que no seas capaz de cambiar el mundo -todavía-, pero no tienes por qué aceptar esta mentira. Eres poderosa, fuerte, autosuficiente. Cuanto más consciente seas de ello, más feliz serás con o sin un hombre.


Tópico 3. Si usas tu energía para apoyar a un hombre, él siempre te apoyará a ti.

Verdad. Desgraciadamente no es verdad. Es maravilloso ayudar a tu hombre, darle tu amor, pero nunca te debes olvidar de ti misma, ni de tus hijos, pues él podría hacerlo. Al ser hombre, da por supuesto que sus necesidades son lo principal. Al ser mujer, también tú das eso por supuesto. No lo hagas. Defiéndete, no con una retórica o unos argumentos feministas, sino con actos. Ten una cuenta corriente y propiedades inmobiliarias a tu nombre, aparta dinero para la educación de tus hijos que él no pueda tocar (o dárselo a la esposa siguiente -más joven- y a la prole de ella), desempeña una profesión propia en la que apoyarte. Por encima de todo, ayúdate a ti misma, y luego ayúdale a él si te apetece hacerlo.


Tópico 4. A los hombres les gusta que les digas la verdad sobre tu relación.

Verdad. Lo aborrecen. Su verdad y tu verdad, en cualquier caso, son diferentes. Su verdad se refiere a sus prioridades (conquista, logros, folleteo). Nuestra verdad se refiere a nuestras prioridades (educación, creatividad, amor). Nuestras prioridades hacen posible la vida. Sus prioridades hacen posible la conquista. Ellos consideran triviales nuestras prioridades, pero no pueden vivir sin ellas. Niegan sus ataduras humanas, y nuestras prioridades les permiten mantener esa negativa. ¿Cómo puedes hablar de esto? Es como si una persona hablara griego y la otra suajili. Parloteo inútil.

No hables de la relación, haz algo. Quiérela o aléjate de ella. Expón con claridad tus necesidades. Consigue un poder legítimo. Habla siempre de cómo te sientes, o de lo que necesitas, y no acuses nunca. Sé amable pero firme. Entérate de lo que quieres y solicítalo. Si él dice no con demasiada frecuencia, entonces considera cuáles son tus opciones. Si eres masoquista, enderézate. Este mundo es demasiado cruel para que hagas peor el tópico siendo cruel contigo misma. Quiérete. Los hombres son monos de imitación. Si te quieres a ti misma, también ellos te querrán.


Tópico 5. Los hombres quieren a las mujeres que nunca se les oponen, que les conceden todos los caprichos.

Verdad. Marabel Morgan y Anita Bryant difundieron esta gran mentira hace década y media y mira adonde les ha llevado. La verdad es que los hombres se sienten inseguros con las mujeres que les consienten todo, que les dan todos los caprichos que quieren y nunca les dicen lo que deben hacer. No quieren que les lleven la contraria, pero quieren que les guíen. Saben que son unos chicos malos y una mujer que les dé todos los caprichos sólo hace que se sientan más culpables. Si quieres que un hombre te quiera, haz que se sienta importante, pero proporciónale también una guía firme aunque cariñosa. Él cuenta contigo para vivir. Sabe que no es el caballero del blanco corcel o el Príncipe Azul; ¿por qué no lo ibas a saber tú?


Tópico 6. Los hombres quieren ser caballeros en blancos corceles y rescatarte.

Verdad. Esto es verdad. Lo que no está en contradicción con el número 5. Quieren que parezca que te rescatan, aunque saben que en realidad los rescatas tú. Deja que tu caballero tenga esa fantasía. Admítela. Riégala. Úsala en el dormitorio para hacer el sexo más intenso. Pero nunca olvides que es una fantasía. Si estás recorriendo el Amazonas y se hunde el barco en aguas infestadas de cocodrilos, le salvarás tú y él se llevará la gloria.


Tópico 7. Los hombres aborrecen a las feministas.

Verdad. La verdad es que aborrecen a las mujeres que hablan de feminismo sin hacer nada más que echarles la culpa a ellos, pero adoran a las mujeres que saben lo fuertes que son, mientras hablan de boca para afuera de lo necesarios que son los hombres. ¿Es esto deshonesto? Sí y no. Es deshonesto si consideras que a los hombres siempre hay que decirles la verdad, lo que es el mayor error que puedes cometer si quieres que follen contigo. Si no te resulta necesario eso -porque eres una célibe feliz o una gay feliz-, entonces no des más conferencias.


Tópico 8. A los hombres les gustan los niños pequeños y todos desean ser unos padres devotos.

Verdad. A unos sí, a otros no. La mayoría -lo mismo que tú- son ambivalentes con respecto a la paternidad, lo que es bastante humano, después de todo. Tú, sin embargo, tienes hormonas que corren por tu cuerpo y te hacen -o a gran parte de ti- ser sentimental con respecto a los niños pequeños de un modo que no lo son la mayoría de los hombres. Durante los años en que tienes menstruación, el cuerpo te recuerda mensualmente tu mortalidad, y tu capacidad para crear; a él no se lo recuerda el cuerpo. Su cuerpo le recuerda que su pene está siempre presente, que es vulnerable, insistente, y que está solo. Llegará a decirte casi cualquier cosa con objeto de parecer invencible, duro, no solitario. Y después eso le hará decir lo que sea para sentirse libre. Mientras tú deseas unirte a otro, a él le asusta. Tu relación primaria fue con un ser humano del mismo sexo, la suya fue con un ser humano del opuesto. De modo que él teme la unión aunque la busque. Tu deseo de unión no es ambivalente. A ti no te da miedo que te trague tu madre; de hecho, esperas convertirte en ella. Añade eso a las diferencias hormonales entre los sexos y tienes a un sexo que desea unirse y al otro sexo que desea tanto unirse como lo teme. Los hombres son apasionados y claustrofóbicos al mismo tiempo, avanzan y se retiran simultáneamente. Ésta es la broma que Dios le gasta a la raza humana. Algunos psicólogos teorizan que si los hombres cuidaran a los recién nacidos, la cosa cambiaría. Nosotras queremos intentarlo, pero la mayoría de los hombres no quieren. Los recién nacidos parecen ponerles nerviosos. Claro que hay esos hombres modelo que escriben artículos en la columna para hombres del New York Times. Ésos no cuentan. ¿Quién sabe lo que hacen después de terminar su columna? Además, no son más un hombre corriente de lo que es una mujer corriente Katharine Hepburn. Si cuentas con un hombre así, hay muchas oportunidades de que no estés leyendo esto. A lo mejor tu hija contará con un hombre así, pero para ti es demasiado tarde. En la generación flagelada, los recién nacidos hacen aumentar la claustrofobia de los hombres; y por eso cuando tú estás más encajada, él está más fuera de lugar. Si comprendes esto y no lo tomas como algo personal, serás mucho más feliz.


Tópico 9. A los hombres les gustan las mujeres lascivas.

Verdad. Para la mayoría de los hombres, la mujer ideal debe ser lasciva de un determinado modo. Del modo determinado que le gusta a él. Y la mujer debe desconectar de modo tan rápido como se termina un espectáculo porno o como él cierra el desplegable central. ¿Te has fijado alguna vez en el modo en que los hombres más lascivos babean ante el desplegable central del Playboy mientras ignoran a la mujer de carne y hueso de su cama? ¿Se trata de una paradoja? No exactamente. El desplegable central (como el espectáculo porno) es más seguro. Se atiene a su ritmo. Una mujer de carne y hueso no. Mejor aún, dos mujeres. Una lasciva e intermitentemente disponible. Otra no-sexual y eternamente disponible (para que le dé de comer). Para la mente masculina, eso es el cielo (es decir, la completa seguridad), lo que nos lleva de vuelta al tópico número 1.


Tópico 10. Los hombres son racionales, las mujeres irracionales.

Verdad. Si la consistencia es la racionalidad, las mujeres son más racionales. Desean integración, sinceridad, unión. Puede que padezcan depresión posparto y miedo a la menopausia, pero habitualmente son mucho menos ambivalentes en lo que se refiere al lanzarse a la vida. Los hombres lo saben y les gustan las mujeres fuertes que les guíen.

Las mujeres fuertes que estratégicamente hagan como que son débiles.


Tópico 11. Los hombres aborrecen a las mujeres que tienen más dinero que ellos.

Verdad. En realidad los hombres aborrecen a las mujeres que les controlan. Son perfectamente felices teniendo mujeres con dinero mientras ellos controlen el dinero, o les parezca que lo controlan. ¿Recuerdas el código de Napoleón? ¿Recuerdas a todas esas herederas con las que se casaron por el dinero en los días en que el dinero de una mujer se convertía automáticamente en el de su marido? Lo que aborrecen los hombres es que las mujeres tengan fuerza para controlarles. Y el dinero, en nuestra sociedad, es la representación definitiva de la fuerza. Si ganas o tienes más dinero que tu hombre, tendrás que encontrar modos reales -o imaginarios- de entregarle el control, el suficiente control para equilibrar la balanza, y, con todo, a lo mejor nunca te perdona.


Tópico 12. A los hombres les gustan las mujeres de rasgos perfectos y cuerpos perfectos.

Verdad. De hecho, a los hombres les gustan más a cierta distancia que desde cerca, donde les pueden poner un poco nerviosos, excepto para exhibirse.


Al leer esto ahora, me parece una especie de grito de dolor disfrazado de consejos a una a la que habían abandonado. A la que habían abandonado era a mí, tanto si lo admitía como si no.

Salía con hombres, tratando de entender por primera vez en mi vida al sexo opuesto. Tenía que intentarlo.

Sentía que estaba en juego mi supervivencia. Siempre había tenido docenas de hombres entre los que escoger. Ahora ya tenía cuarenta.años y los hombres por lo general estaban casados o muertos. Otros sólo salían con mujeres de menos de treinta años. Los restantes eran gay, estupendos como amigos, pero por lo general no disponibles para el sexo. O bien tenía que renunciar a los hombres -lo que quizá no fuese una mala idea, pero pensaba que siempre lo podría hacer más tarde- o aprender, a largo plazo, cómo funcionaban. Este libro de consejos sin terminar debe de haber sido un intento mío de codificar mis conocimientos. Y todavía creo en todas y cada una de esas «reglas del amor». Después de varios años de un matrimonio maduro, creo en ellas más.

Podríamos plantear la cuestión de por qué creía yo, a los cuarenta años y pico, que necesitaba a un hombre. Me gusta mi propia compañía, me puedo ganar la vida, nunca he tenido problemas para encontrar amantes. Entonces, ¿por qué quería una pareja?

Le he dado vueltas a esta cuestión y nunca he encontrado una respuesta racional. A lo mejor la respuesta no es racional. A lo mejor sólo se trata del mismo motivo por el que los gansos se emparejan y los monos rhesus prefieren madres reales a maniquíes hechos de tela y alambre. A lo mejor sólo es una cuestión de calor. O a lo mejor es el triste hecho de que las mujeres todavía estamos tan discriminadas en el mundo del hombre que es mejor tener un aliado concreto que encarar en soledad un mundo que nos discrimina tanto.

¡Qué carga de calor y protección parece haber en las palabras «mi marido»! ¡Qué seguridad, confianza, solidaridad! A lo mejor por eso nos casamos aunque sepamos que el matrimonio puede significar que le roben el dinero a una, que usen a los hijos de una como rehenes, o la maltraten físicamente a una. En último término, matrimonio significa:


el papel de mediadora, te lo digo yo, entre Monsieur y el resto de la humanidad… Matrimonio significa… significa: «¡Hazme el nudo de la corbata!… ¡Haz que se marche la doncella!… ¡Córtame las uñas de los pies!… ¡Levántate y prepárame una manzanilla!…» Significa: «Tráeme un traje nuevo y prepárame la maleta, ¡para que pueda darme prisa en ver a la otra!» Camarera, enfermera, niñera…, ¡ya es suficiente!


Probablemente sea por eso por lo que, Renée, el personaje de Colette, concluía en La vagabunda:


Ya no soy lo bastante joven, ni lo bastante entusiasta, ni lo bastante generosa para casarme otra vez, ni para llevar una vida de casada, si lo prefieres. Deja que me quede sola en mi dormitorio, emperifollada y ociosa, a la espera del hombre que me ha elegido para su harén. No quiero nada del amor, en resumen, excepto amor.


Después de tres matrimonios, sin duda yo estaba de acuerdo con ella. ¿Qué perversidad me hacía seguir buscando al Hombre Perfecto, que sabía que no existía?

Después de mi fase con los de clase baja, empecé a mezclarme con el bando masculino de los que se consideraban la flor y nata de Manhattan. Si esto era la flor y la nata, ¿dónde estaba lo inferior? Aquellos hombres eran tan bizantinos como cortesanos de la antigua Constantinopla.

Recuerdo primeras citas que parecían reuniones de juntas de vecinos o cuestionarios para conseguir un crédito en un banco. Recuerdo a hombres que estaban «casi divorciados». Recuerdo a hombres con peluquín que conducían Bendeys para disimular su falta de pelo. Incluso salí con un rabino todavía en activo y un monje que había colgado los hábitos. Probablemente habría probado con un ayatolá de haber encontrado uno lo suficiente kosher para salir con él.

Algunos hombres han pasado claramente por el circuito de la soltería. Todos han picoteado en él. Los hombres trasnochados tendían a ser perfectos sobre el papel pero tenían algún defecto fatal cuando los llegabas a conocer. Ese defecto fatal raramente era obvio a primera vista.

Uno de estos hombres modelos era alto, moreno y de ojos azules, y vivía la mitad de la semana en otro país. Durante los tres días que pasaba en Nueva York, necesitaba tener un montón de citas antes de que despegara el Concorde, de modo que una siempre sentía como si la estuvieran exprimiendo. Podía desaparecer a las ocho de la mañana de un lunes y no llamar durante tres semanas. Acababas de olvidarte de él cuando de pronto hacía patente su existencia. Parecía turnarse de mujer siguiendo un plan tan preciso como un plan de comidas en un balneario. Parecía que una tenía un bono para follar con él; por volar con frecuencia, quizá.

Pero sus fines de semana muchas veces estaban tan divididos como una tarta de cereza. A lo mejor tenía miedo de que una tarta sola le empalagase. Bueno, era listo y atractivo e infaliblemente llevaba encima condones. Lo más asombroso era que los usaba. Después, desaparecía infaliblemente.

Pero por lo menos estaba soltero. Y parecía ser heterosexual, aunque ¿quién puede asegurarlo en estos tiempos? Salí ocasionalmente con él durante un año, pero inteligentemente nunca renuncié a mis otros beaux.

Lo más deprimente de ser soltera es la sobreabundancia de hombres casados. Que una mujer consiga casarse otra vez después de ocho años de estar soltera en Nueva York -o en cualquier otra parte- debe ser atribuido a «el triunfo de la esperanza sobre la experiencia» (como Ken y yo pusimos en nuestras participaciones de bodas). O a eso, o a la amnesia.

Los hombres casados son, por supuesto, los mejores amantes, a no ser que una esté casada con ellos. Siempre tienen tiempo para ti. Además, tienden a estar en otra parte lo necesario para una escritora a tiempo completo. Con los hombres casados, una tiene los fines de semana, las fiestas, el día de Nochevieja, para escribir. Cuando el mundo entero hace como que se divierte mucho, una puede divertirse mucho, escribiendo. Puede que no le convengan a todo el mundo, pero para una mujer en mitad de su carrera de escritora, son perfectos. Cuando tu hija está con tu ex, tienes el fin de semana entero para escribir. ¿Cuántas mujeres casadas ansian eso?

¿Dónde conocí a esos hombres? Pues en todas partes. Si eres auténticamente simpática, no es difícil conocer a hombres. A la mayoría de los hombres les aterran tanto sus madres, hermanas, esposas e hijas, que una mujer que sea superficialmente amable con ellos y les ría las gracias, resulta que es más rara que el unicornio. El secreto de conocer a los hombres es que te gusten los hombres. Y sentir un poco de rachmones por ellos.

Los conocí en el Concorde en los días en que creía que todavía me podía permitir el gasto de volar en uno. Los conocí en conferencias, inauguraciones, fiestas. «El mundo está lleno de hombres casados», escribió Jackie Collins. Se podría modificar así: El mundo está lleno de hombres casados solitarios.

Pues parece que están auténticamente solos y sienten un agradecimiento auténtico si los escuchas un poco y te muestras algo tierna. No sólo vienen a ti en busca de sexo, sino de afecto y de un poco de atención, algo que al parecer nunca tienen en casa. Como amante es como soy mejor: encantadora, tierna, divertida. Cuando vives separada de un hombre, es fácil ser amable con él. Tienes tu propio cuarto de baño, dormitorio, armario y cocina. Puedes dormir el día entero y escribir toda la noche. Los fines de semana puedes salir con tus hijos o tú sola. Puedes dejar la bañera sin limpiar, leer poemas, tomar yogur de cena. Tú y tu hija os podéis hacer la pedicura una a otra. Todas las cosas de mujeres que los hombres parecen encontrar estúpidas (a menos que sean los beneficiarios de ellas) pueden convertirse en el fundamento de tu vida.

Como me desagradaba tener citas esporádicas, tenía muchas relaciones con hombres casados. (Además, los «elegibles» siempre eran muy arrogantes. Estaban seguros de que los ibas a pescar. Como consecuencia, cuanto más te gustaban, con mayor facilidad se largaban.)

Mi psicoanalista me advirtió que me gustaban demasiado los hombres casados. Aseguraba que le tenía miedo al matrimonio. Después de mis tres fracasos maritales, ¿por qué no le iba a tener miedo al matrimonio? El matrimonio no me había resultado fácil. Me había casado enamorada y terminé litigando por mi hija en los tribunales. ¿No me habría ido mejor si no me hubiera casado?

A lo mejor era que elegía terriblemente mal a los hombres. Si un hombre agradable me perseguía, yo inevitablemente elegía al sinvergüenza que me evitaba. ¿Por qué no admitir simplemente que el matrimonio no era para mí y renunciar a él?

Mi psicoanalista estaba muy a favor del matrimonio. Famosa por conseguir que sus pacientes encontraran pareja, miraba con desconfianza a los hombres casados de mi vida.

Conoces a un hombre en un estreno, la presentación de un libro, la inauguración de una exposición o un acto político. Te mantiene la mirada más intensamente que todos los demás. Ha leído tus libros y asegura que le encantan (puede que le encanten a su mujer). Te mira a los ojos con una mirada tímida de adolescente.

La conversación empieza y no se termina. En un determinado momento te preguntas si la está prolongando él o la prolongas tú. Durante un instante, le miras a los ojos y ves al niño que fue una vez. El dice algo íntimo sobre tu perfume o tu pelo. Pregunta si te puede llevar a casa en coche. En el coche, te vas haciendo consciente de que algo te empuja hacia él, una fuerza casi magnética que, sin embargo, tú no activas. En la puerta de tu casa, le das tu número de teléfono y no hay besos. Te toca la mano con cierta intimidad o te pasa la mano por el pelo haciendo una caricia casi de propiedad. No quiere dejar que te vayas, pero tú dejas en claro que te vas. Te mira como un perro cariñoso cuando lo dejas en la perrera antes de unas vacaciones.

Por la mañana, antes de las diez, recibes una llamada. Te invita a almorzar en cuanto puedas, a lo mejor ese mismo día. Sabes que está casado porque no te invita a cenar. Y también porque demuestra abiertamente que tiene muchas ganas. Los hombres solteros nunca demuestran abiertamente que tienen ganas de verte.

Durante el almuerzo -que es en un sitio encantador lejos de los circuitos habituales-, confirmas que está casado. No porque lo diga, sino porque omite muchas cosas de su vida.

Dice cosas como «Fui al cine» o «Fui a Europa», pero por la descripción te das cuenta de que no estaba solo. Los hombres habitualmente no se alojan solos en el Splendido de Portofino, o en el Hotel du Cap o el Edén Roe. Una cama vacía con sábanas de lino inmaculadas puede que sea tu idea del paraíso, pero habitualmente no es la suya.

Es prudente preguntarle por sus hijos. De ese modo puedes confirmar su estado marital. Si está divorciado, mencionará a la madre de sus hijos, habitualmente de modo negativo. Pero si está casado, parecerá que los ha tenido él solo.

Si todavía tienes dudas, siempre puedes preguntarle directamente: «¿Estás casado o divorciado?» El normalmente dice algo poco ingenioso como: «Ni una cosa ni otra», o «Tenemos un matrimonio abierto». Puede que sea abierto para él, pero probablemente no lo sea para ella.

Un hombre casado me dijo una vez: «Somos antiguos hippies y tenemos un matrimonio abierto desde los años sesenta». Más tarde me enteré de que esto había sido verdad veinte años atrás, pero ya no lo era, lo que probablemente explicara por qué seguían todavía casados. Otro dijo: «Mi mujer no quiere tenerme cerca, está contenta conmigo lejos». Otro dijo: «Mi mujer está en nuestra casa de Barbados con los chicos». Otro dijo: «Mi mujer está en California de viaje de negocios». Lo que implicaba era: ojos que no ven, corazón que no siente. Los hombres tienen una habilidad para compartimentalizar sus sentimientos que las mujeres ni siquiera llegan a entender.

Lleva un tiempo empezar a hacer el amor. El parece extremadamente paciente, más interesado por tu mente que por tu cuerpo. Te llama varias veces al día, pero se mantiene extrañamente en silencio después de la puesta de sol y los fines de semana. Siempre le llamas a la oficina. Ni siquiera tienes otro número de teléfono suyo. Y evitas mencionar esta omisión.

¿De verdad que quieres otro número? Tienes mucho trabajo que hacer. Te gusta estar sola en la cama, leer por la noche hasta la hora que te apetezca, tener la cocina, el cuarto de baño, el coche, limpios. Recuerdas el caos de calcetines sucios, de toallas y latas vacías de soda, y prometes: nunca más. Y sin embargo te notas despierta, viva, femenina. Es agradable tener y no tener a un hombre al mismo tiempo. Te notas serena. Puede que esto te siga apeteciendo para siempre, con toda la fuerza de tu parte.

Pero justo cuando le das la espalda para irte, el hombre enloquece por poseerte. Así está hecha la especie masculina.

El ambiente está preparado. En tu casa un fin de semana que tu hija está con su padre, en un albergue en Vermont (un fin de semana que su mujer está fuera), en una isla al sol (una semana que su mujer está en Europa o Asia).

Si te sugiere su casa, no vayas; y reconsidera la relación. Un hombre que no tiene escrúpulos para llevarse a otra mujer a la cama de su esposa no es de fiar, ni siquiera como amante ocasional. Además, quieres un hombre a tiempo parcial, no la cabeza de otra mujer en una fuente. Ella es la esposa, de modo que tú eres la amante. Ser amante tiene sus atractivos especiales.

El hombre llega ese día con pinta de tímido pretendiente. Puede que traiga flores, vino, compact-discs, o un camisolín de seda roja. (Si piensa ponérselo él, reconsidera la situación.) Puede traer todas esas cosas. Pero no joyas. No todavía. Se pregunta si eres una buena inversión. (¿Vas a rendirte demasiado pronto? ¿Deberías dejar que te siguiera persiguiendo algo más? ¿Será más fácil conseguir que traiga joyas si no te rindes? No lo sé, pero a lo mejor por eso yo no tengo joyas buenas.)

Y entonces a la cama. Es cuando el poder cambia de sentido. Si te resulta bien en la cama, estás en problemas. Si le resultas tú a él, está en problemas él. La cama es el punto de apoyo donde cambia de sentido el poder. La cama es el vaivén entre el antes y el después. Lo que pase a continuación es cosa tuya.

Si eres posesiva, lo alejarás de ti. Cuando te llame el lunes hablándote de lo sexy que eres, alarga la conversación. Eso podría ser lo más divertido que te ha pasado en la vida. Nadie le entiende mejor. Incluso usa la palabra «amor». Esa es otra razón por la que sabes que está casado. Está vacunado. Puede decir todo lo que quiera y no referirse a nada.

Los hombres son unas criaturas muy simples. Dales de comer, folla con ellos, pero conserva las llaves del castillo. Territoriales hasta los tuétanos, son más cariñosos cuando meten sus zapatos debajo de tu cama.

Estas aventuras pueden seguir durante años y dejarte sin embargo tiempo de sobra para las otras cosas de la vida. No se los debe exprimir. No necesariamente les tira el matrimonio.

Un hombre casado se tomó un respiro durante su matrimonio y alquiló una casa de campo cerca de la mía. Pero seguía yendo a casa de su mujer los fines de semana.

Cuando se produjo el ligue y quiso que le invitara a mudarse conmigo, le recordé lo mucho que le quería su mujer. No creo que se esperara eso. Pero me gusta mi libertad, y pensaba que la relación podría estropearse si yo tenía que cargar todo el tiempo con sus problemas.

¿Puede ser amor de verdad esto?

¿Por qué no? ¿Es que las mujeres no pueden amar sin tener que entregar su vida? Los hombres lo han hecho todo el tiempo.

Tendemos a creer que, como no renunciemos a todo, no estamos enamoradas de verdad. Pero no se trata de una norma que sirva después de los cincuenta años. ¿Y por qué iba a servir? Nuestra vida nos resulta más importante de lo que es para el mundo de los hombres, por lo menos.

Pero entonces yo todavía tenía cuarenta años y pico, de modo que me vi obligada a preguntarme: ¿me casaría con este hombre si deja a su mujer?

Decidí que no. De modo que mi conciencia me dijo que lo mandara a su casa, con su mujer. Ella lo quería de un modo que no lo quería yo. Era hacerle un favor mandarle de vuelta a casa.

Otras aventuras nunca terminan. Siguen intermitentemente a lo largo de años, incluso después de que uno (o los dos) se haya vuelto a reunir con su cónyuge o casado con otra persona. La aventura se convierte en un espacio privado que no tiene nada que ver, y lo tiene todo, con el resto de tu vida. No causa dolor, sólo placer, porque es, en su misma naturaleza, inestable, temporal. La fantasía suprema es la de los amantes que se ven una vez al año y encuentran un oasis fuera del tiempo, de vez en cuando.

Pero antes o después, hasta las mejores aventuras pierden interés. A lo mejor porque el tú que necesitaba aquel oasis concreto queda desplazado por otro tú. A lo mejor porque encuentras refugio en otra relación que parece lo suficientemente satisfactoria en sí misma. A lo mejor porque eres demasiado mayor y estás cansada para las inevitables decepciones. O porque decides que quieres que tu vida sea limpia y sincera.

En realidad fue la aventura lo que te llevó a ese punto. Siempre estarás agradecida. Y él lo mismo. Te encuentras con tu antiguo amante en una fiesta o un avión y te mira con su mirada de niño. Le has llegado a sus sitios más secretos y te lo agradece. Tú también le estás agradecida.

Os abrazáis tensos y sin uniros uno al otro, y nada de besos.

Todos los buenos chicos son también malos chicos. Y los queremos porque son las dos cosas. Tiene que ser muy aburrido contar con el hombre perfecto, si semejante prodigio existe. Tiene que ser aburrido ser siempre bueno.

A las mujeres encantadoras les atraen los hombres que rompen las reglas porque nuestra educación de diosas-hembras es tan absoluta que necesitamos profundamente encontrar la parte reprimida de nosotras mismas: la rebeldía. No siempre podemos liberarnos solas, necesitamos a un hombre con el que romper los lazos. ¿Qué lazos? Los lazos de la sangre que todavía nos atan a nuestras madres y nuestros padres.

¡Piénsese en todas las grandes feministas que se largaron con malos chicos! Mary Wollstonecraft se fugó con Gilbert Imlay, un chico revolucionario pero malo que la dejó en la ruina y embarazada. ¿Protestó por ello? Al contrario, escribió: «¡Ahí, amigo mío, no conoces el placer inefable, el goce exquisito que surge de un afecto y un deseo al unísono, cuando el alma y todos los sentidos se abandonan a una imaginación alegre…».

George Sand se casó con un chico malo, Casimir Dudevant, y eligió como amante a un chico malo, Alfred de Musset (por no hablar del excesivamente moralista Frédéric Chopin). Antes que ellos, había habido muchos malos chicos, incluyendo a uno, Stéphane de Grandsagne, que era el padre de su única hija, Solange. Su primer amante, Aurélien de Séze, tenía un nombre que empezaba con las tres mismas letras que su propio nombre, Aurore. Después de esos dos, hubo muchos otros malos chicos que excitaron su pasión y poblaron sus libros.

La pasión y la poesía, para Sand, estaban claramente aliadas. Los malos chicos eran sus musas. Felizmente, los sobrevivió a todos, terminando convertida en una abuela que nunca dejó de escribir. Incluso en plena aventura, incluso en pleno viaje, escribía de cinco a ocho horas por la noche. Cuando le cerraba la puerta a De Musset para realizar su cupo nocturno de páginas, él salía con bailarinas del Fenice, el hermoso teatro de la ópera de Venecia. Esto no interrumpía la escritura de Sand, aunque puede haberle roto el corazón. Tierna y maternal como fue con todos los hombres, sabía que el trabajo, no el amor, la mantenía viva. Ella es la primera de nuestra carnada moderna de escritoras-madres-amantes.

Puede que no se pueda decir que Elizabeth Barrett Browning haya elegido un chico malo arquetípico en Robert Browning, pero sin duda fue el que la liberó de su familia y se convirtió en su musa. «¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras», subraya la tradición de las mujeres poetas arrebatadas por el amor liberador. La tradición continúa en este siglo con Anna Akhmatova y Edna St Vincent Millay. ¿Y qué era Sylvia Plath sino una buena chica enamorada de un mal chico arquetípico? Pagó con su vida la hiebestod de su poeta.

Mary Godwin Shelley (la hija que Mary Wollstonecraft tuvo con William Godwin), la escritora que inventó aquel género imperecedero, la novela de terror, se enamoró de un chico malo, Percy Bysshe Shelley. Era un revolucionario, un traidor a su clase, un rebelde sexual, y por eso, al ser hija de su madre, ella le eligió a la temprana edad de dieciséis años. Shelley honró a la madre muerta de ella tanto como Mary, por lo que hubo estremecedoras escenas de seducción en el cementerio con la lápida de Wollstonecraft como amuleto mágico. (Pero bueno, las madres muertas resultan más fáciles de honrar que las vivas.)

Las Bronte -Emily, Charlotte y Anne- sentían todas debilidad por los chicos malos, aunque sólo fuera en su prosa y sus poemas. Heathcliff y Rochester han dado nacimiento a millares de héroes que eran malos chicos en no menos novelas y películas (escritas por personas que nunca han leído a las Bronté, sino que recibieron el arquetipo por medio de la osmosis de la cultura popular). La anhelante voz de los poemas de amor de Emily Bronté ha dado nacimiento a la voz genérica que todavía impregna mucha de la poesía de mujeres del siglo XX.

Las jóvenes quieren amar de un modo que las aniquile. «Toda mi dicha en la vida está en la tumba contigo» es un grito a cuyo eco contribuimos en la adolescencia. Sólo la condición de mujer madura enseña finalmente el valor de la intimidad de las amistades femeninas, las amistades intelectuales, y valora las vidas que están más allá de las nuestras.

A los dieciséis años, Heathcliff y Rochester tienen un fuerte atractivo más que otra cosa. No podemos esperar a renunciar a todo por amor. Debe de haber un motivo evolutivo para esto. ¿Se trata de que Heathcliff y Rochester nos ayudan a soltar amarras con la casa familiar y nos permiten iniciar nuestras propias aventuras vitales? ¿Se trata de que nos arrancan de la infancia? ¿Se trata de que representan una fuerza mayor que la pasión de quedarse en casa con Mamá? Eso creo. Las jóvenes sueñan con romances y pasión cuando los hombres sueñan con conquistas porque esos sueños son acicates para dejar la casa familiar y hacerse mayores. ¿Cómo, si no, podemos encontrar sentido al hecho de que las feministas más furibundas hayan sido también las amantes más furibundas?

Aunque la pasión sexual no asegurase la continuación de la raza humana, sería necesario romper los lazos de la adolescente con su madre para que al final pueda convertirse en su madre. La pasión es el gran catalizador para hacerse mayor.

Muchas mujeres que ponen en acto sus poderes artísticos e intelectuales también están abrumadas por su padre. Mary Godwin Shelley fue un ejemplo perfecto de esto. Su problema era una madre mítica, un padre demasiado real. Este era brillante, pero emocionalmente débil, de modo que se casó con una arpía, como hacen muchas veces los hombres emocionalmente débiles. Percy Shelley se convirtió en madre, padre, y escape para Mary. No había modo de que ella se le resistiera, en especial cuando él juró que se quitaría la vida si no la podía tener.

El tabú edípico exige un desconocido (aparentemente nada parecido al padre) que provoque una pasión que se imponga a todas las consideraciones prácticas. Y el chico malo es perfecto para eso. Debe echarse encima de los moros con un furioso restallar de los cascos de su caballo; debe amar los trabajos creativos de una y llevársela a Italia, a Inglaterra o a la luna; debe ser de un color, una raza, una nacionalidad, una clase diferente; debe hablar un idioma diferente; debe bailar a un ritmo diferente. En caso contrario, el impulso edípico es demasiado fuerte para que podamos dejar la casa de Papá.

¿Por qué nos marchamos cuando llegan nuestros primeros amores? Porque si no lo hacemos, no podemos volver a la casa paterna con los tesoros del arte.

Cuando contemplamos la vida de mujeres que fueron creadoras como Mary Wollstonecraft, George Sand, Sylvia Plath, Colette, Edna St Vincent Millay, Anna Akhamatova, Mary McCarthy y tantas otras, puede que no debamos lamentar que se hayan enamorado crónicamente del hombre equivocado. Enamorarse del hombre equivocado a veces es la única cosa que puede hacer una mujer creadora cuando es joven y necesita marcharse de casa. Enamorarse de un chico malo significa enamorarse del chico malo que hay en una misma, reafirmar la propia libertad, lo desordenado de la propia alma. El chico malo es la parte rebelde de una misma que su educación femenina ha intentado reprimir. Sólo cuando integra al chico malo en la propia personalidad, la mujer puede abandonar los amores tormentosos. Si sobrevive a eso, es más fuerte. Es su rito de iniciación a la vida adulta, su matrimonio de fuerza y ternura, su independencia.

Después de los cincuenta años, no es necesario nada de eso. Nos damos cuenta de que podemos ser el chico malo y la buena chica al mismo tiempo. Después de los cincuenta años podemos afirmar la fuerza del chico malo a la par que nuestro calor materno. Ya no necesitamos al chico malo al lado para proclamar nuestra virilidad. Ni necesitamos a nuestras madres para ser maternales. Ya somos seres humanos andróginos, violentos y tiernos al mismo tiempo.

Al luchar por conseguir nuestra identidad de mujeres, es importante no confundir los diversos pasajes de la vida unos con otros. Las que podemos necesitar en la infancia o adolescencia, no son las mismas cualidades que necesitamos en la madurez. El objetivo de la adolescencia es irse de casa. Y las mujeres de una sociedad sexista han encontrado esto crónicamente difícil. Nuestra biología ha reforzado la propia dependencia de la que nuestras mentes han sido capaces de huir. Las prácticas patriarcales, como los matrimonios arreglados, la mutilación sexual de la mujer y el rechazo del aborto, nos han animado a glorificar el no irse de la casa paterna como una estrategia de autoprotección.

No es extraño que nuestras heroínas creadoras tengan que encontrar estrategias para irse. Para aquellas con tendencias heterosexuales la estrategia de enamorarse de chicos malos era un medio primordial de separación. Cometemos un error al creer que sólo eran víctimas. Primero eran aventureras. Que se convirtieran en víctimas no era su intención. Sylvia Plath no era simplemente una masoquista, sino una aventurera que tal vez recibiera más de lo que se esperaba.

Según me hago mayor, entiendo que las obsesiones aparentemente autodestructivas de mis diversas vidas de más joven no eran sólo autodestructivas. También eran autocreativas. Durante todas las etapas de nuestras vidas, sufrimos transformaciones que puede que sólo se manifiesten cuando se han superado. Los rebeldes y los malos chicos de los que me enamoré eran los precursores de mi amor hacia esas mismas cualidades en mí misma. Estuve enamorada y abandoné a los chicos malos, pero les agradezco el que me hayan hecho la superviviente fuerte que soy hoy.

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