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Miércoles, 17 de enero, 17:20 horas

Sophie entró en la biblioteca con la respiración agitada. Vito se encontraba al final del vestíbulo, hablando con una mujer vestida de oscuro. Él levantó la cabeza y sonrió, y a ella el corazón se le disparó como un cohete. Consiguió cruzar el vestíbulo con decoro a pesar de las ganas que tenía de arrojarse en sus brazos y retomar lo que por la mañana habían dejado a medias.

A juzgar por el brillo de los ojos de Vito, él pensaba lo mismo.

– ¿Cuál es ese gran misterio? -preguntó ella con una sonrisa que esperaba que no le confiriera esa expresión embobada de una quinceañera ante su ídolo.

– Necesitamos que hagas de traductora, Sophie. Esta es Barbara Mulrine, la bibliotecaria.

Ella saludó a la mujer con un movimiento de cabeza.

– Encantada de conocerla. ¿Qué necesita traducir?

Barbara señaló al anciano que limpiaba las ventanas.

– A él. Se llama Yuri Chertov.

– Es un testigo -explicó Vito-. Dile que no corre peligro.

– Muy bien. -Se acercó al hombre y enseguida reparó en sus manos. «Oh, no.» Aun así esbozó una respetuosa sonrisa al mismo tiempo que se preparaba mentalmente para hablar en ruso-. Hola. Soy Sophie Alexandrovna Johannsen. ¿Cómo está?

El hombre miró a Barbara, quien le dirigió una sonrisa de aliento.

– Todo va bien -dijo.

– ¿Tiene un despacho con un sofá o algún espacio que no parezca una sala de interrogatorios? -le preguntó Sophie a la bibliotecaria.

– Marcy, ocúpate del mostrador un rato. Por aquí.

Los condujo hacia la parte trasera del edificio.

Cuando los cuatro estuvieron en el despacho de Barbara, Sophie volvió a cambiar al ruso.

– Vamos a sentarnos -propuso-. No sé usted, pero yo he tenido un día muy ajetreado.

– Yo también. Este es mi segundo empleo. Cuando salga de aquí, empezaré con el tercero.

Hablaba un ruso de alto nivel. Aquel hombre era muy culto. Sophie se preguntaba qué le habría ocurrido para que tuviera que sustentarse con tres empleos de poca categoría.

– Trabaja mucho -dijo, cuidando más su vocabulario-. Claro que el trabajo fortalece el espíritu.

– Fortalece mucho el espíritu, Sophie Alexandrovna. Yo soy Yuri Petrovich Chertov. Dígale al detective que formule sus preguntas. Trataré de responderlas lo mejor que pueda.

– Pregúntale si conocía a Claire Reynolds -dijo Vito cuando Sophie le indicó que empezara.

El hombre asintió con la mirada ensombrecida.

– Claire no era una buena persona.

Sophie transmitió la respuesta y Vito asintió.

– Pregúntale por qué no.

Yuri frunció el entrecejo.

– Le faltaba al respeto a Barbara.

– ¿Y a usted también, Yuri Petrovich? -preguntó Sophie, y su mirada se ensombreció más.

– Sí, pero yo no era su jefe. Barbara es muy atenta, muy leal. Muchas veces Claire abusaba de su confianza. Una vez le vi tomar dinero del bolso de Barbara. Cuando se dio cuenta de que yo la había descubierto, me amenazó con denunciar el robo a la policía y culparme a mí.

Cuando Sophie tradujo eso, Barbara se quedó boquiabierta.

– ¿Cómo se las arregló para amenazarle y por qué tenía usted miedo? -preguntó Vito-. Barbara dice que su situación aquí es legal.

Sophie tradujo la pregunta de Vito; la estupefacción de la bibliotecaria no requería traducción alguna. Yuri se miró las manos.

– Claire siempre llevaba consigo su portátil y utilizó un traductor de internet para hacerme llegar la amenaza. La traducción era mala, pero aun así lo entendí. En cuanto a lo de por qué tengo miedo de la policía… -Se encogió de hombros-. No quiero correr riesgos. -Cuando Sophie hubo terminado, Yuri miró a Barbara con tristeza-. Lo siento, señorita Barbara -dijo en inglés.

Barbara sonrió.

– No te preocupes. No podía ser mucho dinero, no lo eché de menos.

– Porque yo lo repuse -explicó Yuri cuando Sophie le tradujo las palabras de Barbara.

A la mujer se le humedecieron los ojos.

– Oh, Yuri. No deberías haberlo hecho.

El gesto también conmovió a Vito.

– Pregúntale por el hombre con quien habló.

Sophie lo hizo.

– Tenía más o menos mi misma edad -respondió Yuri-. Cincuenta y dos años.

Sophie abrió los ojos como platos antes de poder contenerse. «Cincuenta y dos años.» Parecía tan mayor como Anna, y ella tenía casi ochenta. Sophie se sonrojó cuando el hombre arqueó las cejas. Bajó los ojos al suelo.

– Lo siento mucho, Yuri Petrovich. No pretendía ser maleducada.

– No se preocupe, sé que parezco mucho mayor. El hombre a quien buscan mide casi dos metros y debe de pesar cien kilos. Tiene el pelo gris, grueso y ondulado. Parecía muy saludable.

Sophie miró a Vito.

– Casi dos metros de altura y unos cien kilos de peso. Pelo gris, grueso y ondulado. Y… saludable. -Se volvió hacia Yuri llena de curiosidad-. ¿Por qué le pareció saludable?

– Porque a su esposa se la veía enfermiza. Prácticamente moribunda.

A Vito le centellearon los ojos al recibir esa información. Sacó de su carpeta dos dibujos. Sophie recordó que Tino, el hermano de Vito, había hecho algunos retratos de las víctimas y supo que las caras que estaba mirando eran de dos de ellas.

– ¿Son estas las personas a quienes vio? -preguntó Vito.

Yuri asió torpemente los dibujos con sus deformadas manos.

– Sí. La mujer llevaba el pelo distinto, más largo y más oscuro, pero las facciones son muy parecidas.

– Pregúntale cuándo vinieron, qué dijeron y si le dieron sus nombres.

– Vinieron antes de Acción de Gracias -explicó Yuri cuando Sophie le tradujo las preguntas. Sonrió con ironía-. Dijeron muchas cosas, pero yo entendí muy pocas. Solo habló el hombre; la mujer estuvo todo el rato sentada. Me preguntó por Claire Reynolds, si la había visto, si la conocía. Tenía un acento peculiar, cómo lo llaman… -Dijo una palabra que Sophie no conocía.

– Espere. -Sacó el diccionario de ruso de la mochila. Encontró la palabra y miró a Yuri perpleja-. ¿Tenía un acento «peligroso»?

– No, peligroso no. -Yuri exhaló un suspiro de frustración-. Arrastraba las palabras, como… Daisy Duke.

Sophie pestañeó, y enseguida se echó a reír.

– Ah, azaroso, de Hazzard. Hablaba como la familia Duke de Hazzard, de Dos chalados y muchas curvas.

Yuri asintió con ojos chispeantes.

– He visto la película. Pero usted es mucho más guapa que esa tal Jessica Simpson.

Sophie sonrió.

– Es muy amable. -Miró a Vito-. Eran del sur.

– ¿Le dijeron cómo se llamaban?

Yuri frunció el entrecejo.

– Sí. Se llamaban algo así como D'Artagnan de Los tres mosqueteros pero con «V». El hombre era Arthur… Vartanian, de Georgia. Me acuerdo muy bien porque yo también soy de Georgia. -Arqueó las cejas con gesto irónico-. El mundo es un pañuelo, ¿eh?

Una de las comisuras de los labios de Vito se curvó mientras anotaba su nombre y que procedía del estado de Georgia. La Georgia de Yuri estaba, por supuesto, en la otra mitad del mundo, tanto desde el punto de vista geográfico como desde el cultural.

– Ya lo creo que el mundo es un pañuelo -le respondió Sophie a Yuri-. Perdone mi falta de delicadeza, pero ¿podría, por favor, decirme qué hacía en Georgia?

– Era cirujano de profesión. Pero en el fondo era un patriota, y eso me costó pasar veinte años en Novosibirsk. Cuando me liberaron vine a Estados Unidos gracias al apoyo de personas como Barbara. -Alzó sus deformadas manos-. Pagué un precio muy alto por la libertad.

A Sophie se le formó un nudo en la garganta y sintió que se había quedado sin palabras. Novosibirsk alojaba varias prisiones siberianas. No podía ni imaginarse lo que habría tenido que soportar aquel hombre.

Él observó su aflicción y le dio una tímida palmadita en la rodilla.

– ¿Y usted, Sophie Alexandrovna, a qué se dedica para tener tal dominio de mi idioma?

«Soy arqueóloga, historiadora y políglota.» Sin embargo, no le salió decir ninguna de esas cosas porque a su mente acudieron de pronto los rostros embelesados de los niños a quienes enseñaba historia medieval gracias a las visitas guiadas de Ted. La historia de aquel hombre era igual de importante. «Ni de lejos -pensó mirando sus manos-, lo es incluso más.»

– Trabajo en un museo. Es pequeño, pero tenemos mucho público. Intentamos hacer revivir la historia. ¿Le gustaría venir y explicarle sus experiencias a la gente?

Él le sonrió.

– Sí que me gustaría. Ahora parece que el detective tiene ganas de marcharse.

Sophie lo besó en ambas mejillas.

– Cuídese, Yuri Petrovich.

Vito estrechó la mano a Yuri con suavidad.

– Gracias.

– Esas dos personas -dijo Yuri en inglés señalando la carpeta de Vito-, ¿no están bien?

Vito negó con la cabeza.

– No, señor. No están nada bien.


Miércoles, 17 de enero, 18:25 horas

Vito aguardó a que Sophie estacionara el coche de su abuela en el aparcamiento de la comisaría. Cuando salió del vehículo, entrelazó su pelo con una mano y la besó tal como llevaba deseando desde que la viera cruzar el vestíbulo de la biblioteca. Cuando levantó la cabeza, ella suspiró.

– Temía haberlo imaginado. -Ella se puso de puntillas y lo besó con suavidad-. Haberte imaginado.

Dedicaron unos instantes a mirarse. Luego Vito se esforzó por retroceder.

– Gracias. Me has ahorrado tener que esperar a un intérprete durante horas. -La tomó de la mano y la guió hacia la puerta de la comisaría.

– Ha sido un placer. Yuri Petrovich me ha dicho que vendrá al museo a dar una charla.

Vito la miró sorprendido.

– Pensaba que el Albright no te gustaba y que estabas esperando el momento oportuno para marcharte -dijo, y los labios de Sophie se curvaron.

– Las cosas cambian. Ya sabes, Vito, los intérpretes tienen buenos sueldos, y cobran las horas extras.

– Intentaré destinar algo de dinero del presupuesto.

«Si no es posible, le pagaré en especie.»

Ella lo miró con el entrecejo fruncido mientras caminaban.

– Ya te he dicho que ayudarte ha sido un placer. -Arqueó las cejas-. Esperaba que el pago también lo fuera.

Vito soltó una risita.

– Tranquila, ya se me ocurrirá algo. Cuéntame cómo te ha ido el día, Sophie Alexandrovna. ¿Has recibido algún otro regalito de la mujer de Brewster?

– No. -Se quedó pensativa-. En realidad, ha sido un día muy agradable.

– Explícame qué has hecho.

Ella lo hizo, y ante las anécdotas de las visitas Vito se echó a reír de nuevo en el preciso momento en que el ascensor llegaba a su planta.

– Hola -saludó Vito a Nick cuando entró con Sophie en la oficina-. Hemos dado en el clavo con lo de la biblioteca. Ya tenemos la identidad de la pareja de ancianos.

– Bien -dijo Nick, pero en su voz no había energía alguna-. Hola, Sophie.

– Hola, Nick -lo saludó ella en tono cauteloso-. Me alegro de volver a verte.

Nick hizo amago de sonreír.

– Veo que esta vez la visita es oficial. Lo digo por la placa -añadió.

Sophie miró la placa temporal que le habían entregado en el mostrador de la entrada.

– Sí. Ahora formo parte del club. Ya me sé la contraseña e incluso el saludo secreto.

– Eso está muy bien -dijo Nick en voz baja, y Vito frunció el entrecejo.

– Por favor, no me digas que hay otro cadáver; eso me arruinaría el día por completo.

– No, al menos que sepamos. Estoy así por el contestador automático, Chick. Es horroroso.

– ¿Horroroso? ¿No se oye?

– No, lo horroroso es precisamente lo que se oye -respondió Nick con abatimiento-. Enseguida podrás escucharlo por ti mismo. -Se incorporó en la silla y se esforzó por sonreír-. Pero no me tengas en vilo. Dime, ¿quiénes son la dos-uno y la dos-dos?

Vito había telefoneado al departamento de desaparecidos durante el camino de regreso desde la biblioteca.

– Arthur y Carol Vartanian, de Dutton, Georgia. Y, no te lo pierdas, él es un juez retirado.

Nick pestañeó.

– Joder.

– Siéntate, por favor -le indicó Vito a Sophie acercándole la silla de su escritorio-. Voy a ver si encuentro por aquí la foto de la marca de la mejilla de la víctima. Cuando hayamos acabado, podrás marcharte con tu abuela.

Ella asió a Vito por la manga del abrigo cuando este se disponía a alejarse.

– ¿Y luego?

Nick aguzó el oído, más animado.

– ¿Y luego? -repitió con discreción.

Vito le sonrió a Sophie e ignoró por completo a Nick.

– Depende de a qué hora salga de aquí. Sigo queriendo conocer a tu abuela, si es posible.

– ¿Conocer a su abuela? -preguntó Nick-. ¿Tiene eso algún doble sentido?

Sophie se echó a reír.

– Hablas igual que mi tío Harry.

Liz salió de su despacho.

– Has vuelto. Y usted debe de ser la doctora Johannsen. -Estrechó con firmeza la mano a Sophie-. Le estamos muy agradecidos por todo lo que ha hecho.

– Por favor, llámeme Sophie. Ha sido un placer.

– ¿Tienes la foto de la mejilla de la víctima, Liz?

– No. Katherine ha dicho que la traería a la reunión. Nos esperan en la sala, así que deberíamos irnos. Sophie, ¿puede esperarnos en la cafetería? Está en la segunda planta. Con un poco de suerte Vito se las arreglará para que la reunión sea corta. Mi canguro ya está haciendo horas extra.

– Claro. Llevo el móvil, Vito. Llámame cuando estéis a punto para enseñarme las fotos.

Sophie se dirigió al ascensor y Liz miró a Vito con una especie de sonrisita burlona.

– No me habías dicho que fuera tan joven.

– Y guapa -lo provocó Nick con voz cantarina.

Vito quiso hacer una mueca pero solo pudo sonreír.

– Sí que es guapa, ¿verdad?


White Plains, Nueva York,

miércoles, 17 de enero, 18:30 horas

Había sido un día muy gratificante. Al principio le había dado la impresión de que todo se tambaleaba, pero al final pintaba bastante bien. El día había empezado con muchos cabos sueltos, pero para entonces ya los había eliminado todos excepto uno. Para guardar un secreto hacía falta que solo una persona lo conociera; esa misma mañana su anticuario se lo había dejado bastante claro. No lamentaba haberse aprovechado de sus servicios. A fin de cuentas uno no podía pretender comprar un sable auténtico, del año 1422, en Wal-Mart. Para adquirir objetos especiales hacían falta contactos especiales. Por desgracia el anticuario tenía una cadena de proveedores que aumentaban el riesgo de forma considerable.

Y, como para guardar un secreto hacía falta que solo una persona lo conociera, había sido necesario eliminar a toda la cadena. Todos habían desaparecido con facilidad y sin armar escándalo. Por mucho que la policía quisiera seguir preguntando por sillas con clavos no hallaría respuestas. El anticuario había callado para siempre.

– ¿Qué tal va por ahí detrás, Derek? -gritó hacia la parte trasera de la furgoneta, pero no obtuvo respuesta. Sería un milagro que Harrington estuviera despierto. Pensándolo bien, tal vez habría sido mejor reducir la dosis. Le había administrado la misma cantidad que a Warren, Bill y Gregory, y los tres medían el doble que él. Esperaba que Derek no hubiera muerto, tenía otros planes para él.

También tenía planes para la doctora Johannsen. No quería matarla de buenas a primeras. Acabaría muriendo, pero en el momento y de la forma que él decidiera. Con su estatura, no tendría que preocuparse por la dosis. Para cuando diera la medianoche ya habría eliminado todos los cabos sueltos y tendría bien atada a su reina, de modo que podría concentrarse en lo que en realidad importaba.

En acabar el videojuego y llevar la fama a oRo, y por extensión a sí mismo. Por fin tenía su sueño al alcance de la mano.


Miércoles, 17 de enero, 18:45 horas

– Perdonad -se disculpó Vito al cerrar la puerta tras de sí. Todos se encontraban presentes: Jen, Scarborough, Katherine, Tim y Bev. Brent Yelton, del departamento de informática, se había unido a ellos, lo cual Vito esperaba que fuera una buena señal-. Gracias por esperarme.

Jen levantó la vista del portátil.

– ¿Habéis conseguido identificar a la pareja?

– Sí, por fin. -Vito se dirigió a la pizarra y escribió los nombres en las dos primeras casillas de la segunda fila de la tabla de tumbas-. Son Arthur Vartanian y su esposa, Carol, de cincuenta y seis y cincuenta y dos años respectivamente. Proceden de una pequeña localidad de Georgia llamada Dutton.

– Él era un maldito juez -añadió Nick, dejándose caer en la silla contigua a la de Jen.

– Qué interesante -observó Scarborough-. Arthur Vartanian es la víctima del único crimen visceral. Tal vez fuera él quien sentenciara al asesino a cumplir condena.

– Pero ¿por qué los mató? Y ¿por qué aquí y no en Dutton? -preguntó Katherine-. Y ¿por qué ha dejado dos fosas vacías?

Vito suspiró.

– Añadiremos esas preguntas a la lista. Vamos con la cinta.

– Por eso he venido -aclaró Scarborough-. Nick quería que yo la oyera.

Nick le entregó un CD a Jen y esta lo introdujo en su portátil. Luego orientó los pequeños altavoces que había conectado al ordenador y lo volvió hacia Nick.

– Yo ya lo he oído cuatro o cinco veces -dijo Nick-. Hay fragmentos sin sonido que pasaremos deprisa. El departamento técnico ha limpiado la cinta cuanto ha podido, pero en parte el ruido de fondo se debe a que la llamada está hecha desde un móvil. Por otra parte, el auricular estaba tapado. Puede que el teléfono estuviera oculto en un bolsillo o algo así.

– Hemos rastreado las llamadas de Jill Ellis -explicó Jen-. Telefoneó a Greg al móvil ayer por la tarde, a las tres y media. La llamada la recibió a las cuatro y veinticinco.

Nick accionó el «play» y el CD empezó con un grito irregular que puso a todos los pelos de punta.

«Grita cuanto quieras. Nadie puede oírte y nadie te salvará. Los he matado a todos.»

La grabación prosiguió con el asesino asegurándole a Greg que iba a sufrir y este implorando perdón con voz lastimera.

«Ha llegado el momento de que viajes en la máquina del tiempo. Ahora verás lo que les ocurre a los ladrones.»

Nick avanzó rápido.

– Lo arrastra durante un minuto, luego se oye un estruendo, una especie de portazo. Y luego esto. -Accionó de nuevo el «play» y se oyeron unos chirridos de fondo-. Hay unos cinco minutos sin sonido, y luego… -Volvió a poner el aparato en marcha.

Se oyó un sonido metálico y a continuación, la voz del asesino.

«Bienvenido a mi mazmorra, señor Sanders. No disfrutará nada de su estancia.»

Otro ruido sordo, luego el volumen disminuyó.

– Creemos que le quitó el abrigo a Greg y lo colgó cerca. El móvil sigue conectado, pero hay fragmentos en que el sonido es muy bajo. -Nick apretó la mandíbula-. Sin embargo en otros es demasiado alto.

«Eres un ladrón y… has de pagar… la ley.»

Otra vez arrastraba cosas y hacía ruido y Greg Sanders volvía a suplicar de forma febril, y Vito sintió náuseas. Luego se oyeron más chirridos.

– Está arrastrando algo -dijo Nick, y cerró los ojos con fuerza mientras aguardaba.

El grito perló de sudor la frente de Vito.

– ¿Qué demonios ha sido eso?

– No te preocupes -dijo Nick con ironía-. Volverás a oírlo.

Y así fue; Greg Sanders volvió a gritar.

«Cabrón. Maldito cabrón. Oh, Dios.» Se oyó un ruido espantoso y los gritos de Greg pasaron a ser gemidos.

«Mira qué me has hecho hacer. Qué desastre. Siéntate. Siéntate.» Se oyeron más chirridos y más ruidos de arrastre, y una respiración jadeante propia de haber realizado un esfuerzo.

«Ahora podemos seguir.»

«Eres… un cabrón. -Era la voz de Greg, muy débil-. Mi mano… Mi…» -Un agónico sollozo entrecortado.

«Y… el pie. Ahora verás… ladrón… robar… iglesia… castigo especial.»

Siguieron más palabras. Vito se acercó para oírlas mejor, pero retrocedió de golpe cuando Greg volvió a chillar. Fue un horrible alarido, en parte de agonía y en parte de terror. No parecía humano.

Liz alzó las manos.

– Nick, apágalo. Ya está bien.

Nick asintió y detuvo el CD. En la sala se hizo un denso silencio solo interrumpido por el sonido de la respiración agitada de los presentes.

– Más o menos termina así -dijo Nick-. Se oyen unos cuantos gritos más y me parece que luego Greg muere. Después de cinco minutos de silencio, la cinta termina. Uno de los técnicos está intentando identificar los sonidos, los chirridos y los golpes.

Scarborough exhaló un suspiro quedo.

– Llevo veinte años ejerciendo de psicólogo y nunca había oído nada parecido. Ese asesino no muestra el menor remordimiento, y entre ruido y ruido no me ha parecido notar ira alguna en su voz, solo desprecio.

Jen retiró la mano de su boca, donde la había mantenido durante la mayor parte de la grabación.

– Ha dicho «robar… iglesia» -observó vacilante-. ¿Greg robó a alguien en una iglesia, o algo de una iglesia? ¿Lo habrá matado en una iglesia?

– Antes de cortarle el pie, estaba cantando un salmo. Ha dicho ecclesia -aclaró Tim.

– Yo también lo he oído. Es latín -explicó Vito-. Es que de pequeño fui monaguillo -añadió al ver que Nick lo miraba con sorpresa-. Va en serio.

Tim se enjugó la frente con el pañuelo.

– A mí también me lo ha parecido. He oído esa palabra muchas veces en misa. La cuestión es por qué utiliza el término en latín.

– Me gustaría saber qué hizo con la mano y el pie de Gregory -dijo Katherine en voz baja-. No estaban con el cadáver.

– Ni por allí cerca -añadió Jen-. Rastreé la zona con perros.

Vito miró a Thomas.

– Le ha dicho a Greg que iba a viajar en su máquina del tiempo y luego le ha dado la bienvenida a su mazmorra. ¿Está loco o qué?

Thomas sacudió la cabeza con gesto enérgico.

– En el sentido clínico, diría que no. Se ha hecho con instrumentos de tortura, bien comprándolos o bien fabricándolos él mismo. Ha engañado a sus víctimas de forma muy bien planeada. No está loco. Creo que lo de la máquina del tiempo forma parte de… la diversión.

– Diversión -repitió Vito con amargura-. No veo el momento de atrapar a ese tipo.

– Supongo que es mucho pedir que el móvil de Greg tenga GPS -dijo Liz.

Nick negó con la cabeza.

– Era desechable. Perdió la línea del anterior por no pagar las facturas.

Beverly se aclaró la garganta.

– El asesino encontró a Greg por internet, en la página de modelos. Él había colgado allí su currículum pero en él no aparecen los anuncios del servicio de limpieza séptica. Supongo que no se enorgullecía de ellos precisamente.

– Así que Munch no sabe que en Filadelfia el chico era muy popular -prosiguió Nick-. Si a eso añadimos su forma de arrastraaar las palaaabras… -Nick exageró su acento-, podemos deducir que no es de por aquí.

Vito asintió.

– Munch tiene acento del sur, igual que los Vartanian. ¿Pura coincidencia?

– A riesgo de convertirme en sospechoso -empezó Nick con ironía-, diría que no es una coincidencia.

– Los Vartanian eran de Georgia -dijo Katherine frunciendo las cejas con gesto pensativo-. Y Claire Reynolds también.

– Tienes razón -convino Vito-. Eso tampoco es una coincidencia. De hecho es el primer vínculo importante que encontramos entre las víctimas, aparte de la página de tupuedessermodelo.com. Tal vez la familia Vartanian pueda aclararnos si Arthur y Carol conocían a Claire. ¿Qué hay de las autopsias?

– He terminado la de Claire Reynolds y la de la anciana de la primera fila. No he encontrado nada más que pueda ayudaros a identificarla. Le rompieron el cuello, igual que a Carol Vartanian y a Claire. Por otra parte, me ha llegado el informe definitivo de la silicona. La fórmula es especial, en el laboratorio no saben quién la fabrica.

Vito sacó de su carpeta la revista que se había llevado de la consulta del doctor Pfeiffer esa mañana.

– El médico de Claire me ha dicho que en las últimas páginas aparecen empresas que anuncian lociones. Es evidente que Claire utilizaba una loción, pero su médico dice que se la compraba a él.

Jen tomó la revista.

– También podría habérsela comprado a alguna de estas empresas. Me encargaré de ver si alguna fabrica esa fórmula.

– Gracias. Aquí están las cartas de Claire. Una se la envió a Pfeiffer y la otra, a la biblioteca.

Jen también tomó las cartas.

– Me las llevaré al laboratorio, junto con otros manuscritos de Claire. A ver si por fin se mueve algo.

– Muy bien. Bev, Tim, ¿qué habéis encontrado en tupuedessermodelo.com?

– De momento nada -respondió Bev-. Hemos estado buscando modelos cuyos currículums han consultado o que han recibido e-mails de E. Munch. Lo curioso es que Munch solo se puso en contacto con cuatro personas: Warren, Brittany, Bill y Greg. Con nadie más.

Vito frunció el entrecejo.

– Cuesta creerlo. ¿Cómo es posible que estuviera seguro de que iban a aceptar la oferta?

– Da la impresión de que sabía más cosas -musitó Nick-. ¿Les haría chantaje?

– Más bien parece que conocía el estado de sus cuentas corrientes -dijo Brent Yelton-. Todas las víctimas estaban en números rojos; debían miles de dólares de las tarjetas de crédito y eran totalmente insolventes.

– O sea que estamos igual que antes -dijo Nick en tono sombrío. Pero Beverly sonreía.

– No. Lo que hemos dicho es que no ha enviado más e-mails como E. Munch -explicó-, pero seguíamos pensando que Jen tenía razón esta mañana al afirmar que el nombre significaba algo, así que hemos buscado en Google y esto es lo que hemos encontrado. -De debajo de los listados, sacó un libro de arte. La página por la que estaba abierto mostraba un cuadro que Vito reconoció.

Era un personaje surrealista y de aspecto macabro con la boca espantosamente abierta. Igual que la de Greg Sanders.

El grito -dijo Vito.

– De Edvard Munch -añadió Scarborough-. Qué nombre más acertado, dada la forma en que hizo gritar a Gregory. Ese tipo es un sociópata terrible y muy meticuloso.

Beverly hojeó el libro y dio con otro cuadro, uno aún más espantoso de estilo medieval en el que unos demonios descargaban su horrenda y macabra venganza contra las almas en pena.

– Este es El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, el Bosco. Una modelo llamada Kay Crawford recibió un e-mail de un tal H. Bosch ayer por la tarde. Todavía no le había respondido.

– Y hemos podido examinar su ordenador antes de que lo destruyan -añadió Brent satisfecho-. Bosch quería contratarla para un documental.

– La chica se ha prestado para ayudarnos -dijo Tim-. Así podremos tenderle una trampa a ese hijo de puta.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Vito.

– Me gusta la idea, mucho. Me parece que su mejor forma de ayudarnos ha sido no responder. De todos modos, le haremos venir mañana a primera hora. Mientras, si tenéis su ordenador, podríais contestar al e-mail vosotros y decirle que os interesa el trabajo.

Brent asintió.

– He hecho una copia del disco duro de Kay Crawford. De ese modo, si el temporizador del virus se activa mediante la respuesta, tal como yo creo, no perderemos la información.

– Estupendo. Por cierto, Liz -dijo Vito volviéndose hacia ella-, has dicho que tenías noticias de la Interpol.

– Tal vez no nos aporte nada. -De un sobre extrajo unas fotografías enviadas por fax-. Parece que el hombre que falleció en Europa, ¿Alberto Berretti?, le debía muchos impuestos al gobierno italiano y cuando murió estaban investigando sus bienes. Esperaban que sus hijos intentaran hacerse con algunas de las piezas de su colección para venderlas a coleccionistas particulares. Algunos agentes han estado vigilando durante una buena temporada a los hijos de Berretti, ya adultos. Este es uno de ellos, junto a un estadounidense de identidad desconocida.

Vito miró las fotografías.

– La imagen del rostro es bastante nítida, pero si nadie lo reconoce, no va a servirnos de mucho. De todos modos, es un punto de partida.

Bev y Tim recogieron las fotos.

– Vito, creo que ya está bien por esta noche -dijo Tim-. Ayer no dormimos nada y ya vemos doble.

– Gracias. ¿Podéis dejarme el libro de arte? Más tarde me gustaría echarle un vistazo.

– Te haré un perfil detallado -se ofreció Thomas-. Ese asesino utiliza un vocabulario muy específico. Veré si se han documentado casos así.

– Yo mañana realizaré las autopsias del chico de la bala, del de la metralla y de Greg Sanders -dijo Katherine-. Ah, aquí tienes la foto que querías de la marca de la mejilla.

Vito la tomó y la depositó en la mesa.

– Gracias, Katherine. No quería que Sophie tuviera que ir al depósito.

– Es que la chica le gusta -dijo Nick con picardía, y Katherine sonrió.

– Pues claro que le gusta. Es la niña de mis ojos. -Miró a Vito de soslayo-. Recuérdalo, Vito. Sophie es la niña de mis ojos. -Y tras esa advertencia, Katherine se marchó con Thomas.

– Iré a buscar a Sophie para que le eche un vistazo a la fotografía y luego nos marcharemos -dijo Vito-. Se dirigió a la puerta, pero se detuvo en seco-. Mierda.


Miércoles, 17 de enero, 19:10 horas

Sophie y Katherine se sentaron una al lado de la otra en un banco junto a la puerta de la sala de reuniones.

Vito se agachó frente a Sophie, que se había quedado pálida.

– ¿Qué ha ocurrido?

Ella lo miró con expresión sombría.

– Me dirigía a la cafetería cuando he recibido una llamada. Me ha parecido que debía contártelo y he subido, pero cuando me disponía a llamar a la puerta… -Se encogió de hombros con vacilación-. He oído los gritos. Ya estoy bien, solo un poco afectada.

Vito le tomó las manos; las tenía frías.

– Lo siento. Es algo horrible.

Katherine la instó a ponerse en pie.

– Vamos, cariño. Te llevaré a mi casa.

– No, tengo que ir a ver a mi abuela. -Sophie se percató de que los demás la estaban observando y puso mala cara-. Déjalo ya, solo me he llevado un susto. ¿Dónde está la foto que queríais enseñarme?

– Sophie, no es necesario que la veas ahora -dijo Katherine.

– Déjalo ya, Katherine -le espetó Sophie-. No tengo cinco años. -Se tranquilizó y suspiró-, Lo siento, pero no me trates como si fuera una niña, por favor. -Se apartó de Katherine, sensiblemente triste y dolida, y entró en la sala de reuniones.

– Cuesta aceptar que los niños crecen -musitó Liz, y Katherine soltó una débil risita.

– Puede que la trate como si tuviera cinco años, pero es que esa fue su mejor edad, que yo recuerde. -Miró a Vito-. Si me lo propongo, puedo ser muy mordaz, así que no me provoques.

Vito hizo una mueca.

– Lo que usted diga, señora. -Se dirigió a la sala de reuniones donde Sophie miraba la foto enviada por la Interpol-. Este no es Sanders. -Vito se dispuso a retirar la fotografía de la mesa, pero ella lo aferró por la muñeca como un cepo.

– Vito, yo conozco a ese hombre. Es Kyle Lombard. ¿Recuerdas que cuando el lunes por la noche te di el nombre de Brewster también te di el suyo?

– Sí. Hemos estado buscándolo pero no le hemos encontrado. Liz -la llamó-, ven aquí, por favor. ¿Estás segura, Sophie?

– Sí. Por eso he subido a buscarte. En realidad he recibido dos llamadas. La primera era de Amanda Brewster. A voz en grito me ha dicho que sabía que Alan estaba conmigo. Parece que el hombre no se ha presentado a la hora de cenar. Le he colgado. Aún no habían pasado dos minutos cuando ha vuelto a sonar el móvil. Esa vez era la mujer de Kyle.

– ¿De Kyle?

– Sí. -Sophie suspiró-. Me ha acusado de tener una aventura con Kyle.

Vito entornó los ojos.

– ¿Qué?

– Dice que oyó a Kyle hablar por teléfono sobre mí, y que ni loca me permitiría robarle a su marido tal como se lo había robado a Amanda Brewster. -Se encogió de hombros cuando Vito arqueó las cejas con gesto interrogativo-. Amanda proclamó a los cuatro vientos que una fresca había intentado destruir su feliz hogar; se enteró casi todo el mundo. La mujer de Kyle dice que ayer la llamó Amanda y le dijo que yo había entrado de nuevo en acción. Han unido fuerzas para proteger sus prósperos matrimonios.

– Me parece que Kyle y Clint aprendieron muchas cosas de Alan Brewster, además de arqueología -soltó Vito con ironía, y fue recompensado con una media sonrisa por parte de Sophie.

– El lunes yo hablé con Clint Shafer, y tú viste a Alan el martes. Esta noche Kyle no se ha presentado en casa a la hora de cenar; su mujer ha comprobado las llamadas de su móvil y ha descubierto que había hablado con Clint. Entonces ha llamado a la mujer de Clint, quien a su vez ha comprobado las llamadas efectuadas por este y le ha dado a la mujer de Kyle el teléfono del museo donde trabajo. Lo curioso es que la mujer de Kyle dice que Clint tampoco se ha presentado a la hora de cenar.

– Y que las dos te han llamado al móvil.

Sophie frunció el entrecejo.

– Tienes razón. ¿De dónde lo habrán sacado? Bueno, ya lo descubriréis. La cuestión es que tenéis una foto de Kyle Lombard tomada… ¿Dónde?

– En Bérgamo, en Italia. Es lo que nos ha dicho la Interpol -respondió Liz por detrás de Vito.

– Eso está a menos de media hora en tren desde donde vivía Berretti. Y ahora resulta que tenéis una foto de Kyle, y dos días después de que yo lo llamé para hacerle una pregunta no aparece por casa. ¿Será una coincidencia?

– No. -Vito miró a Nick y a Liz-. Pondremos una orden de busca y captura para Clint Shafer en…

– Long Island -le informó Sophie.

– Y otra para Kyle Lombard, donde quiera que esté.

– Su mujer me ha llamado desde un número con prefijo 845 -dijo Sophie-. Pero si no podéis dar con Kyle a través del número de su esposa, podréis encontrarlo examinando las llamadas del móvil de Clint.

Vito asintió con energía.

– Bien, Sophie. Muy bien.

– No, Vito. -Nick sacudió la cabeza-. Mal, muy mal. Si por una parte Lombard guarda relación con Sophie y también con Berretti y los instrumentos de tortura desaparecidos, y por la otra no aparece por casa y puede que esté tirado en el fondo de un barranco…

A Vito se le heló la sangre.

– Mierda.

Sophie se sentó de golpe.

– Oh, no. Si Kyle tiene relación con todo esto y ha desaparecido…

– Puede que el asesino sepa en este momento de ti -concluyó Vito con gravedad.

– A partir de ahora tendremos que proporcionarte protección, Sophie -dijo Jen.

Liz asintió.

– Yo me encargaré. -Le estrechó el brazo a Katherine-. Respira, Kath.

Katherine se sentó despacio en la silla contigua a Sophie.

– No debería haberte…

– Katherine -la interrumpió Sophie entre dientes-. Déjalo.

– No puedo. Esto no tiene nada que ver con que tengas cinco años o cincuenta y cinco, tiene que ver con que estás en el punto de mira del monstruo que ha hecho esto. -Tomó la foto de Sanders con las lágrimas rodándole por las mejillas-. El monstruo que ha torturado y asesinado a nueve cadáveres que yacen en el depósito.

Al instante el semblante de Sophie se demudó y abrazó a Katherine al ver que los hombros de la forense se encogían con movimientos convulsivos. Vito y Nick se miraron estupefactos. Nunca antes habían visto a Katherine derramar una sola lágrima, por muy mal que estuvieran los cadáveres.

Pero en esa ocasión no se trataba de un cadáver. Se trataba de la niña de sus ojos, y Vito comprendió su gran temor.

Sophie le dio una palmadita en la espalda a Katherine.

– No me pasará nada. Vito se encargará de vigilarme. Además, tengo a Lotte y a Birgit. -Levantó la cabeza para mirar a Vito-. Pensándolo mejor, me parece que hoy libras.

Katherine la apartó, furiosa.

– Esto no es ninguna broma, Sophie Johannsen.

Sophie enjugó las lágrimas de Katherine.

– No, no lo es. Pero tampoco es culpa tuya.

Katherine aferró a Vito por la pechera de la camisa y lo obligó a inclinarse con una fuerza que lo sorprendió.

– Más te vale que a ella tampoco le ocurra nada, si no te juro por Dios que…

Vito se quedó mirando a la mujer que creía conocer bien. Katherine también lo miró, seria y muy enfadada. «A ella tampoco.» Sabía lo de Andrea, lo que había hecho. Le retiró los dedos de la camisa y se puso derecho.

– Entendido.

Katherine exhaló un gran suspiro trémulo.

– Por si no te había quedado claro.

– Me ha quedado clarísimo -soltó Vito.

Sophie se los quedó mirando.

– ¿Le has amenazado, Katherine?

– Sí -respondió Vito-. Eso ha hecho.

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