Epílogo

Sábado, 8 de noviembre, 19:00 horas

– Atención. -Sophie tamborileó en el micrófono-. ¿Me escuchan, por favor?

Las conversaciones se extinguieron poco a poco y todos los presentes en la abarrotada sala se volvieron hacia la tarima sobre la que Sophie se encontraba de pie, ataviada con un elegante vestido de noche de seda verde. Vito, por supuesto, no había apartado los ojos de ella en toda la velada.

Había pasado casi todo el tiempo a su lado, con el único objetivo de cortar el paso a todos aquellos filántropos vetustos y enclenques que, a pesar de haber ayudado a hacer posible aquella celebración, no habían captado que no estaban autorizados a pellizcarle el culo a Sophie.

Esa tarea era exclusivamente responsabilidad de Vito. En la mano izquierda llevaba la pieza que lo demostraba. Sophie lo miró y le guiñó un ojo antes de dirigirse a la audiencia.

– Gracias. Me llamo Sophie Ciccotelli y quiero darles la bienvenida a la inauguración de la nueva sala del Museo de Historia Albright.

– Esta noche se la ve radiante -musitó Harry, y Vito asintió. Sabía que Harry no se refería al vestido que se ceñía a cada una de las curvas de Sophie. Eran sus ojos los que resplandecían de felicidad, y la energía que irradiaba su semblante se transmitía a los demás.

– Se ha esforzado mucho para conseguir esto -musitó Vito a su vez. Pero decir eso era quedarse corto. Sophie había trabajado sin descanso para crear un conjunto de exposiciones interactivas que habían cautivado a los periódicos y a varias revistas de ámbito nacional.

– Muchas personas han contribuido al éxito de esta empresa -prosiguió Sophie-. Tardaría la noche entera en nombrarlas a todas, así que no lo haré. Pero me gustaría mostrar mi agradecimiento a aquellos infatigables que han dedicado tantísimas horas a crear lo que están a punto de disfrutar.

»La mayoría de ustedes ya sabe que el museo Albright es un negocio familiar. Ted Albright fundó el museo hace cinco años con la intención de hacer honor al legado de su abuelo. -Sonrió con cariño-. Ted y Darla han hecho muchos sacrificios a diario para ofrecer precios económicos y poder así abrir las puertas a todo el mundo. Con ese fin, hemos echado mano de la familia para que nos ayudaran a montar las exposiciones. Theo, el hijo de Ted, y Michael Ciccotelli, mi suegro, han diseñado y construido todo lo que verán dentro. Su guía será la hija de Ted, Patty Ann, a quienes tantos de ustedes vieron hacer de María en la representación de West Side Story en el Little Theatre.

Patty Ann sonrió y Ted y Darla la miraron orgullosos. No era precisamente Broadway, pero Patty Ann por fin se había hecho un hueco en el mundillo y había visto su nombre escrito con luces de neón.

– La sala está dividida en tres secciones. En «La excavación» pueden ensuciarse las manos buscando objetos. Luego viene «El siglo xx», donde darán un paseo por los descubrimientos científicos y los acontecimientos culturales y políticos de la época y oirán los relatos de las personas que los vivieron. Por último «La libertad» es una exposición cambiante que destacará los testimonios de personas que tuvieron que pagar un alto precio por ella. La primera de estas exposiciones está dedicada a la Guerra Fría.

Miró a Yuri Petrovich Chertov.

– ¿Está listo?

Ella colocó con cuidado las tijeras en sus manos y luego les entregó a Ted y Darla las suyas.

– No sé cómo es capaz de aguantar el tipo -musitó Harry con voz ronca.

A Vito se le hizo un nudo en la garganta al pensar en lo que venía a continuación. Pero Sophie sonrió cuando Yuri y los Albright ocuparon sus puestos junto a la cinta roja que se extendía frente a la puerta de lo que once meses antes era un almacén vacío.

– Muy bien. -Sophie se acercó al micrófono-. Es un placer inaugurar la nueva sala del museo dedicada a la memoria de Anna Shubert Johannsen. -Retrocedió entre los centelleos de las cámaras para dar paso a quienes tenían que cortar la cinta. Había aceptado el empleo en el museo para pagar la residencia de Anna y ese empleo le había servido para superar la tristeza después de que Anna muriera mientras dormía, un mes después de que Simon Vartanian dañara su corazón sin remedio.

Katherine había declarado homicidio la muerte de Anna, y la lista de las víctimas de Simon había ascendido a diecinueve.

Según Vito, ni siquiera en el infierno Simon Vartanian ardería todo lo que se merecía.

Pero aquella no era la noche apropiada para sentirse triste. Sophie había abandonado la tarima y se había mezclado con la multitud buscando a Vito con la mirada. Reparó en los ojos empañados de Harry y le dirigió a Vito un gesto de asentimiento y una sonrisa antes de volverse a hablar con un periodista del Inquirer.

– Harry, tengo que acercarme ahí y asegurarme de que los aficionados al manoseo se estén quietecitos. ¿Podrías ir a por una bebida para Sophie? Creo que habrá pasado mucho calor con los focos.

Harry asintió y cobró ánimo.

– ¿Qué tomará? ¿Vino? ¿Champán?

– Agua -dijo Vito-. Solo bebe agua.

Harry entrecerró los ojos.

– ¿Solo agua? ¿Por qué?

– No puede tomar alcohol -dijo Vito y dejó que se le escapara una sonrisa-. No es bueno para el bebé.

Harry se volvió hacia Michael, que aún se enjugaba los ojos.

– ¿Tú lo sabías?

– Desde esta mañana. Ha pedido salmón ahumado para acompañar las rosquillas. Menuda combinación.

Vito sonrió.

– Papá ya está diseñando la cuna.

– La construirá Theo. -Michael miró complacido al chico que había hecho lo que ni Vito ni sus hermanos habían sido capaces de hacer: seguir con el oficio de su padre. A ninguno de los hijos se le daba nada bien trabajar la madera, sin embargo Theo Cuarto lo compensaba con creces.

– No es nada del otro mundo -musitó Theo.

– No es nada del otro mundo -repitió Michael en tono burlón-. Ya ha terminado una de las de Tess.

Después de dos años intentando concebir un hijo, Tess iba a tener gemelos. Vito no podía sentirse más feliz. Comenzaba la segunda generación de nietos Ciccotelli; más alegría para la familia.

Y para Vito esa era la mayor de las riquezas.

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