Capítulo 13

– ¿Puedo hablar con usted?

MacDuff levantó la vista de su mesa y se incorporó.

– No tengo demasiado tiempo, señora Dunston. El magistrado vendrá con unos hombres de Scotland Yard en menos de una hora.

– No me llevará mucho tiempo. -Sophie entró en la biblioteca-. Tenemos que hablar.

– Absolutamente. Pensaba hablar con usted después. ¿Cómo está el niño?

– Nada fuera de lo normal. No podía esperarme que todo fuera bien. Sólo lo he visto unos momentos antes de que fuera a ducharse, pero parece algo mejor que anoche. Y anoche no tuvo terrores nocturnos. Esperaba lo contrario.

– Sólo ha tenido uno desde que llegó. Quizá los supere porque empieza a madurar.

Ella negó con la cabeza.

– No, pero está mejorando.

– Siéntese y deje de dar vueltas -dijo MacDuff-. Estoy muerto de cansancio, he tenido una noche infernal y mi buena educación me impide sentarme hasta que usted me lo permita. Es la cruz que llevo por haber sido criado para administrar este trozo de piedra.

Ella se sentó donde él le señalaba.

– Es un trozo de piedra magnífico y sorprendentemente cómodo.

– En eso estamos de acuerdo. Es el motivo por el que sigo luchando para impedir que el National Trust se haga con él. ¿Café?-No esperó a que Sophie le contestara y le sirvió una taza de la cafetera y se lo pasó-. ¿Leche?

Ella dijo que no con la cabeza.

– Es usted muy amable conmigo. Esperaba más bien que estuviera enfadado.

– Estoy enfadado. Tengo una furia asesina -dijo MacDuff, y se reclinó en su silla-. Pero no contra usted. Yo acepté a Michael y yo soy el responsable de las consecuencias. Sin embargo, esperaba que cualquier ataque me tendría a mí como objetivo, no a mi gente. La carnicería que vimos anoche no tiene sentido.

Sophie se estremeció.

– Es verdad -dijo-. Royd me dijo que fue horrible. Yo esperaba que usted nos pusiera a Michael y a mí de patitas en la calle.

– ¿Y dejar que ese hijo de perra de Sanborne crea que ha ganado aunque sea una pequeña batalla? ¿Que puede enviar a sus asesinos contra nosotros e intimidarme para que le entregue a Michael y él pueda usarlo contra usted? -Los ojos de MacDuff brillaban con la intensidad de su rabia-. Les protegeré a los dos aunque no sea más que para contrariarlo.

– Es probable que tengamos que irnos de todos modos. Puede que la policía venga a hacerle una visita si descubren que he mandado a Michael aquí -dijo, y se le torcieron los labios en una media sonrisa-. Quizá crean que estoy lo bastante loca como para hacerle daño a mi propio hijo.

– Procuraré mantener a raya a Scotland Yard -dijo MacDuff, frunciendo el ceño-. Sin embargo, estoy un poco preocupado. No me sentiré tranquilo si dejo a Michael cuando me ausente de mis tierras.

Sophie se puso tensa.

– ¿Piensa marcharse?

– ¿Por qué le sorprende? Devlin ha matado a los míos. No puedo dejar que se salga con la suya -dijo, con el ceño fruncido-. No se preocupe. Me encargaré de que el niño quede bien protegido.

– Acaba de decir que pensaba que no podía hacer eso.

– He dicho que no estaré seguro a menos que se ocupe de él la persona adecuada. Estoy trabajando en ello.

– No tiene que trabajar en ello. Yo soy la responsable de Michael. Soy yo la que tiene que preocuparse de que nadie le haga daño -afirmó, y se incorporó-. Usted haga lo que tiene que hacer. Yo cuidaré de mi hijo.

– No, no lo hará.

Ella lo miró con expresión de incredulidad.

– ¿Qué ha dicho?

– Puede que los necesite, a usted y a Royd. Usted está metida hasta el cuello en esta desgracia y tiene información y una visión que yo no tengo. No puedo dejarla ocupada sólo de lo que le ocurra a su hijo y que eso le impida actuar.

– Dios mío -Sophie sacudió la cabeza-. Es usted tan implacable como Royd.

– ¿Quiere decir egoísta? Diablos, claro que sí. Protegería al niño de todos modos, pero si impedir que usted cometa un error me ayuda a conseguir lo que quiero, puede estar segura de que lo impediré. -Le hizo un gesto con la mano-. Vaya usted a ver a Michael y a Royd. Yo tengo que ocuparme de unos asuntos con el juez y el inspector de Scotland Yard que investigan la muerte de Dermot. Intente no dejarse ver. No quiero que se enteren de que hay extranjeros en el castillo.

– Yo tampoco -dijo ella, con voz seca-. Es probable que también me vieran como sospechosa del asesinato. -Sophie cerró la puerta y se alejó por el pasillo.

No sabía que debía esperarse de MacDuff, pero él no paraba de sorprenderla. Arrogante y contundente en ciertos momentos, y carismático al momento siguiente. Lo único que de verdad había observado en él era que había que tenerlo en cuenta, y que ella tendría que estar alerta para no ser barrida a su paso.

– Estás frunciendo el ceño.

Alzó la mirada y vio a Jock en la puerta. Sonreía vagamente, aunque la sonrisa no le llegaba a los ojos. Parecía cansado y triste. ¿Por qué no habría de ser así?, se dijo, con un sentimiento de compasión. Se había pasado la noche velando a sus muertos.

– ¿Acabas de volver?

Él asintió con un gesto de la cabeza.

– Tuve que quedarme hasta que llegó el inspector de Scotland Yard. El juez de la localidad no quiso dejarme marchar. -Hizo una mueca-. A pesar de que se pasó la mitad de la noche hablando con MacDuff para hacerle jurar que mi coartada era cierta.

– No tendrías por qué haberte quedado tú. Con tus antecedentes, era lógico que…

– Lo sé. A MacDuff tampoco lo gustó la idea. Pero Mark Dermot era mi amigo -dijo Jock, y enseguida cambió de tema-. ¿Por qué fruncías el ceño? Te he visto salir de la biblioteca.

– Entonces sabrás por qué estoy molesta. Tu MacDuff es un hombre muy arrogante. Le he dicho que es igual a Royd.

– Hay ciertas similitudes. Los dos son implacables y obsesivos. ¿Qué ha hecho MacDuff para contrariarte?

– Vino a decirme que, me guste o no me guste, él se ocupará de Michael porque yo soy demasiado útil para quedarme haciendo de madre.

– Supongo que estará cansado -dijo Jock, con una risilla-. Normalmente, es más diplomático. Cuando se lo propone, MacDuff puede ser el hombre más encantador del mundo.

– Eso quiere decir que esta mañana no se lo ha propuesto. Me dijo que me fuera por ahí y que no me dejara ver, que hablaría conmigo más tarde.

– ¿Y piensas hacerle caso?

– Claro que no. -Sophie suspiró con expresión de cansancio-. Vale, no me dejaré ver. Si no, me estaría portando como una estúpida. No quiero tener a Scotland Yard siguiéndome los pasos, pero tampoco pienso dejar que él me diga lo que tengo que hacer. Yo soy la que debe tomar las decisiones -dijo, sacudiendo la cabeza-. Aunque sólo Dios sabe que estos últimos días he sido más zarandeada que un marinero borracho en un huracán.

– MacDuff se ha portado muy bien con Michael, Sophie -le recordó Jock, con voz queda.

– Eso ya lo veo. No todos los niños tienen un lord con quien jugar al fútbol. Y Michael mencionó algo acerca de la búsqueda de un tesoro. ¿Se lo ha inventado MacDuff para entretenerlo?

Jock se encogió de hombros.

– Hay algunas historias. En cualquier caso, impidió que Michael se aburriera. No es más que un niño pequeño lejos de casa.

– Y yo estoy agradecida. Pero no lo bastante como para dejar que MacDuff me pase por encima.

– Hablaré con él.

– Como quieras -dijo ella, y empezó a subir las escaleras-. Tengo que ir a ver a Royd. Estaba muy débil. No debería haber caminado hasta el castillo anoche.

– Le ofrecí traerlo en coche.

– No estoy culpando a nadie. Si alguien tiene la culpa, es él -dijo, mirando por encima del hombro-. Es tan obcecado que se cree Superman.


– No has hecho gala de demasiado tacto -dijo Jock. Acababa de entrar en la biblioteca de MacDuff-. Y a Sophie no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Tendrás suerte si no coge a Michael y se marcha de sopetón.

MacDuff alzó la mirada.

– Estaba demasiado alterado para conducirme con tacto. Tuve que decirle lo que pensaba y que no se dejara ver hasta que Scotland Yard se vaya. ¿Ya están en camino?

– Llegarán en quince minutos. El inspector se llama MacTavish y es un hombre agradable -dijo Jock, y su sonrisa se desvaneció-. Cuando no me está acusando a mí de la masacre. Me obligó a mirar cuando sacaron a la pequeña del pozo. Creo que quería ver mi reacción.

MacDuff masculló una maldición.

– Cuando dijiste que vendrían los de Scotland Yard, te advertí que no eras el más indicado para quedarse.

– Mark era mi amigo. -Jock guardó silencio un momento-. ¿Cuándo saldremos a buscar a Devlin?

– Pronto. Primero tengo que ocuparme de esto -agregó, con voz sombría-. Y convencer a Scotland Yard de que no has vuelto a las andadas ni has perdido la chaveta.

– Ella no te esperará -dijo Jock-. A menos que consigas que Royd intervenga. Al parecer, Sophie lo ha aceptado.

– Entonces, hablaré con Royd -dijo MacDuff, y se incorporó-. Luego saldré y me reuniré con el inspector en el patio. Necesito respirar aire fresco. Y tú, no te cruces en su camino. No quiero que te vea más de lo que ya te ha visto.

– Si no lo ves, no piensas en él.

– Lo que sea. -MacDuff fue hacia la puerta-. Sólo que no quiero que te vea por ahí.

– Entonces saldré obedientemente e iré a esconderme con el resto de los fugitivos de la justicia. ¿Alguna otra orden?

– ¿Obedientemente? Tú no tienes ni idea del significado de esa palabra -dijo MacDuff, y se detuvo en el umbral-. Sí, hay una cosa que puedes hacer por mí.

– A vuestro servicio.

– Llama a Jane MacGuire y averigua dónde está. Pregunta si estará disponible esta tarde para que yo la llame.

– ¿Por qué no la llamas tú mismo?

– No estará mal que tú allanes el camino. Siempre te ha apreciado y sabe que no eres una amenaza para ella.

– No, nunca me ha considerado una amenaza, incluso cuando podría haberlo sido. Es increíble. -Inclinó la cabeza a un lado-. ¿Y crees que a ti te considera una amenaza?

– Es posible. Tú, llámala.


Michael no estaba en su habitación.

– ¿Qué diablos?

Le había dicho que la esperara.

– Michael está bien.

Se giró y vio a Royd en el vano de la puerta.

– Te espera en mi habitación. Vine a ver cómo estaba y pensé que preferirías que estuviera acompañado. Así que le pedí que me ayudara a cambiarme el vendaje. Le ha servido para distraerse.

– Sí, así es. Gracias. -Sophie se lo quedó mirando-. Estás un poco pálido pero mejor que anoche. ¿Has dormido bien?

– Lo suficiente. ¿Por qué no bajamos y buscamos algo para comer?

– Todavía no. En estos momentos, MacDuff recibe la visita de un inspector de Scotland Yard. Quiere que nos mantengamos apartados hasta que se vaya.

– Ya que la alternativa podría ser un desastre, le haremos caso, ¿no? ¿Ya has hablado con MacDuff?

Ella asintió con un gesto.

– Tenías razón. Tiene la intención de ir tras Devlin y quiere usarnos a nosotros para encontrarlo. No, eso no es lo bastante claro. Tiene toda la intención de utilizarnos. Y cree que quizá Michael no esté seguro aquí si él se marcha. Ha pensado en elaborar otro plan.

– ¿Y eso te molesta? ¿Por qué?

– No me importaría que alguien se ocupara de la seguridad de Michael. Pero me molesta que a MacDuff le importe un rábano mi opinión sobre cómo hacerlo.

– Seguro que lo harás cambiar de actitud -dijo él, haciendo una mueca-. Como cambiaste la mía.

– No tenemos demasiado tiempo. Yo esperaba contar con MacDuff un tiempo más. ¿Crees que el objetivo original de Devlin consistía en matar a Michael? -preguntó, al cabo de un momento-, ¿o era una trampa para mí?

– Podría haber sido cualquiera de las dos, o las dos.

– Maldita sea. Entonces, ¿cómo diablos voy a…?

– Hay algo que deberías saber. He recibido una llamada de Kelly esta mañana.

– ¿Y? -preguntó Sophie, tensa.

– Le había dicho que vigilara el barco. Ha zarpado esta noche.

– ¿Qué? Pero si habías dicho que no habían acabado de desmontar las instalaciones.

– Es evidente que se han llevado todo lo que necesitaban y han dejado el resto.

– Maldita sea. ¿Y cómo…?

– Calma. Kelly se ocupará de ello. Ha alquilado una lancha y ha alcanzado al barco antes de que saliera del canal. Intentará no perderlo de vista, procurando que no lo vean a él. Se dirigen hacia el sur.

– ¿Y Sanborne?

Royd se encogió de hombros.

– Kelly sólo puede estar en un único lugar a la vez. Pero si podemos seguir el rastro del barco, lo más probable es que Sanborne y Boch se encuentren con él cuando llegue a su destino.

– ¿Y si eso no ocurre?

– Entonces nos preocuparemos de seguirles la pista. O yo me ocuparé. Ahora mismo voy a reunirme con Kelly, pero tú no tienes que venir. Si prefieres quedarte con Michael y…

– Calla. Sabes que tengo que ir. -Y, sin embargo, tenía que proteger a Michael-. Además, me has dicho que quizá me necesites. ¿Por qué has decidido de repente que soy prescindible?

– Nadie es prescindible. Toda mi vida me las he arreglado sin ti. Podrías haber sido una ayuda, pero no me servirás de nada si piensas constantemente en tu hijo. Así que mantente alejada de mí.

– Eso sí que es agradable. Debes de ser el más… -dijo Sophie, y paró cuando se percató de su expresión ceñuda-. Dios mío, me da la impresión de que intentas protegerme. Qué raro.

– No tiene nada de raro. Te dije que te protegería si podía.

– Y luego me lanzaste a la hoguera en cada oportunidad que se presentaba.

– No tenía que hacerlo. Sólo tenía que darte la oportunidad. Tú te lanzabas sola -dijo Royd, encogiéndose de hombros-. Y ahora eso ha dejado de ser una opción. Tienes que hacer lo que tienes que hacer.

– Y eso haré. Así que cállate. La nobleza o la amabilidad no se te dan demasiado bien, Royd. Eres mucho más convincente cuando eres basto y cruel. -Sophie se acercó a la ventana y miró hacia el patio-. Hay un coche aparcado allí abajo. Debe de ser el inspector. Todavía no podemos bajar. -Se giró y hurgó en su bolso-. Así que puedo aprovechar para mirar la copia de aquel CD que encontramos en la fábrica. Lo pondré en mi portátil. ¿Te quedarás con Michael mientras hago eso?

– Quiero verlo.

– Te contaré qué hay dentro. Puede que no sea nada.

– Si estaba en esa caja de seguridad, debe de tener algún valor.

– ¿Puedo ayudar en algo? -Se giraron y vieron a Jock en la puerta, mirando a uno y a otro-. ¿Es idea mía o detecto cierta fricción en el ambiente?

– Sí, puedes ayudar -convino Royd-. ¿Puedes ir a mi habitación y distraer a Michael mientras nosotros hacemos una pequeña investigación?

– Claro. -Jock iba a dar media vuelta-. No pasará mucho rato antes de que lo lleve a la explanada. A Michael le gusta ir allí. El inspector estará a punto de acabar con el dueño del castillo. MacDuff es un hombre importante, y hasta en Scotland Yard lo tratan con cierta deferencia.

– Espera -dijo Sophie-. ¿Por qué has venido?

– Para apaciguar las aguas turbulentas. No se trata de ti y Royd. He hablado con MacDuff y me ha dicho que es consciente de que no ha actuado con demasiado tacto. Es verdad que quiere lo mejor para ti y el niño, Sophie. Está haciendo todo lo posible para encontrar una solución.

– Para tener las manos libres e ir a matar a Devlin.

Jock sonrió.

– Oh, espero que no -dijo, con voz amable-. Espero que eso me lo deje a mí. Tengo algunas ideas maravillosas y muy detalladas -advirtió, y salió de la habitación.

Sophie se estremeció cuando lo miró alejarse. Bello como la aurora y letal como una víbora. No estaba acostumbrada a ver ese aspecto de Jock.

– Dios mío.

– Tú no viste a esa pequeña en el pozo -dijo Royd, con voz queda.

Ella asintió con un movimiento enérgico de la cabeza.

– Sólo que me… ha sorprendido. -Se giró, fue hasta su bolsa de viaje y sacó el portátil-. Tengo que ponerme manos a la obra. No puedo dejar a Michael mucho rato cuando está tan alterado. -Se sentó en la cama, abrió el portátil e insertó el CD-. Veamos qué tenemos aquí.

– Números -murmuró Royd.

– Fórmulas -corrigió ella, distraída. De pronto, se puso tensa-. El REM-4.

– ¿Qué?

– No es mi fórmula, pero ha sido usada como base.

– Sabías que eso había ocurrido.

– Pero no de esta manera -dijo ella, que seguía con los ojos fijos en la pantalla-. Esto es diferente.

– ¿Cómo de diferente?

– Todavía no lo sé -dijo ella, y pulsó una tecla para ver la página siguiente-. Pero esto no me gusta. Vete. Tardaré un rato con esto.

– ¿Puedo hacer algo?

– Vete -repitió ella, y volvió a pasar la página. No había más que fórmulas. Fórmulas complejas e intrincadas. El que había hecho ese trabajo era alguien brillante.

– ¿Cuánto tardarás?

Ella sacudió la cabeza.

– Vale, volveré en un par de horas.

Royd dijo algo más, pero ella no lo oyó. Estaba demasiado absorta en las ecuaciones. Empezaba a ver un patrón…


MacDuff llamó a Jane MacGuire al final de esa tarde. Ella contestó al segundo timbrazo.

– ¿Qué te traes entre manos, MacDuff? No tienes por costumbre pedirle a Jock que me llame y sirva de intermediario.

– Tenía que estar seguro de que estarías disponible. Tenía que hablar contigo.

Jane guardó silencio un momento.

– Chorradas. Yo creo que querías que hablara con Jock acerca de los viejos tiempos.

– Yo podría hacer eso contigo -dijo él, con voz suave-. Son recuerdos que compartimos.

– Pero en mi relación con Jock no hay asperezas.

– Te he dado tiempo más que suficiente para limar esas asperezas. Sólo te he llamado dos veces en todo ese tiempo. Y puedo decirte que ganas no me faltaban, Jane.

– ¿Qué quieres, MacDuff?

– ¿Cómo está tu querida Eve Duncan?

– Nada de sarcasmos. Está maravillosamente.

– No era mi intención ser sarcástico. Sabes que la admiro. ¿Cómo está?

– Trabajando hasta el agotamiento, como de costumbre. La han llamado para que dé un curso en una facultad de medicina, en Washington.

– ¿Y Joe? ¿Está con ella?

– No, está aquí. -Tras una pausa, Jane volvió a preguntar-: ¿Qué quieres, MacDuff?

– Un pequeño favor. Un poco de tu tiempo.

– Estoy muy ocupada. Tengo una exposición de mis cuadros dentro de un mes.

– Ah, pero estoy seguro de que tienes un tiempo para la familia.

– Yo no soy familia tuya.

– Eso no lo discutiremos. Familia o no, sé que tienes un corazón enorme y que no querrías que nada le ocurriera a un niño inocente.

– MacDuff.

– Te necesito, Jane. ¿Vas a escucharme?

– No dejaré que me manipules.

– Se trata de un niño, Jane.

Siguió un silencio.

– Maldito seas -dijo ella, con un suspiro-. Cuéntame.


Sophie tenía las palmas de las manos húmedas. Respira hondo, se dijo.

Era la tercera vez que revisaba las fórmulas para asegurarse de que no había cometido errores. Había deseado, contra toda esperanza, haberse equivocado. Pero no se había equivocado. Las pocas y escuetas líneas al final del documento lo decían con todas sus letras, pero ella no había querido creerlo.

Sacó el CD del portátil y lo devolvió a su funda.

Levántate. Ve a decírselo a Royd. Había vuelto tres veces durante el día y ella lo había ignorado. Ahora deseaba compartir la pesadilla con alguien.

Fue al cuarto de baño y se lavó la cara. Se sintió un poco mejor.

– ¿Una toalla? -Era Royd, que miraba desde el vano de la puerta, tendiéndole una toalla.

– Gracias. -Empezó a secarse la cara.

Royd le pasó una taza de café caliente.

– Has dejado que se enfriara la cafetera que te he traído. Creo que ahora esto te vendrá bien.

– Sí. -El café era fuerte y estaba caliente cuando lo probó-. ¿Dónde está Michael?

– Acabo de dejarlo. Jock y yo hemos hecho turnos para estar con él. Ahora están en la explanada.

– Tengo que explicarle por qué no he podido estar con él.

– Después de que me hayas explicado unas cuantas cosas -advirtió Royd-. Y lo primero es saber por qué estás pálida y temblando como si tuvieras malaria.

– No estoy temblando. -En realidad, se dio cuenta de que sí temblaba. No podía ir a ver a Michael en ese estado. Y quería hablar con Royd-. Estoy alterada. -Volvió a la habitación y se dejó caer sobre la cama-. Lo he verificado tres veces, Royd. Es verdad.

– ¿Qué es verdad?

– Sanborne ha dado un paso más después de Garwood. Contrató a un científico para que ampliara la capacidad del REM-4.

– ¿Ampliar la capacidad?

– El REM-4 sólo se podía producir en pequeñas cantidades. Era uno de los problemas en que yo estaba trabajando. Se calculaba que sería muy caro para producirlo masivamente y destinarlo al consumo general.

– ¿Y el científico de Sanborne ha conseguido remediar ese problema?

– Ha aumentado enormemente la potencia, de manera que podría ser disuelto en agua y conservar sus propiedades.

– ¿En agua? -inquirió Royd. Tenía la vista fija en su cara-. ¿En un vaso de agua?

Ella sacudió la cabeza.

– O en una cuba. ¿Recuerdas que aquel chófer mencionó que iban a cargar unas cubas en el barco?

– Sigue -dijo él, después de asentir con la cabeza.

– Hay unas cuantas líneas al final de la fórmula. A pesar de que había serios problemas, las pruebas iniciales prometen. Gorshank asegura que en la isla el experimento será un éxito.

– ¿Una isla? ¿Buscamos una isla?

– Al parecer, sí.

– ¿Tenemos un nombre para este Gorshank?

Ella dijo que no con un gesto silencioso.

– Debe de ser uno de los científicos que trabajan para Sanborne, pero nunca he oído hablar de él.

– ¿Y el experimento?

– ¿Por qué necesitaría Sanborne todas esas cubas con REM-4? -preguntó Sophie, y se humedeció los labios-. Ya no se trata de un experimento controlado y limitado.

– ¿A qué te refieres?

– Piensan vaciar esas cubas en alguna fuente de la isla y ver qué pasa.

Royd asintió.

– Tiene sentido.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Sanborne pretende convertir a los habitantes de esa isla en un puñado de zombis.

– Y luego vender la fórmula al mejor postor para que la vacíe en nuestras plantas depuradoras -dijo Royd-. Es muy feo.

– Yo no había ido tan lejos -dijo Sophie-. No quería ir más allá del desastre en la isla. -Sin embargo, el pensamiento le había rondado, pensó-. Está en fase experimental. Podría matar a muchas personas.

– O volverlas tan dóciles hasta el punto de dejar que cualquier grupo terrorista los controle.

– Tenemos que detenerlos.

– Así es. -Royd fue hacia la puerta-. Sin embargo, tenemos un punto de partida. Gorshank. Nos costará llegar hasta Sanborne o Boch, pero podemos echarle el guante a Gorshank.

– Si sabemos quién es o dónde está. -Sophie lo siguió por el pasillo-. Tú tienes contactos. ¿No puedes averiguarlo?

– Puedo intentarlo. Pero tenemos que movernos rápido. Tenemos que conseguir toda la ayuda que podamos. -Miró por encima del hombro-. Voy a llamar a MacDuff. Lo siento si todavía estás enfadada con él. He hablado con Jock y me ha dicho que MacDuff puede recurrir a fuentes a las que yo no podría llegar. Tiene contactos en todas partes, desde el Parlamento del Reino Unido hasta la policía de Estados Unidos.

– No lo discuto. -Hizo una mueca-. Aunque no creo que la policía vaya a prestarle atención a nadie si tiene que ver conmigo. Dejaré que MacDuff haga lo que quiera para parar a Sanborne. Las diferencias que hemos tenido son a propósito de Michael.

– Eso queda entre vosotros dos -dijo Royd, y empezó a bajar las escaleras-. Dejaré que tú misma libres esa batalla.

– Gracias. -Su tono era irónico-. Eres demasiado amable.

– Eso es lo que quieres de mí, ¿no? -preguntó él, con voz seca-. No quieres que vaya y me cruce en tu camino. Predicas mucho y dices que es bueno que las personas se ayuden, pero eres tan mala en eso como yo. Te han herido tan profundamente que crees que yo haré lo mismo. Pues puede que te haga daño, pero no si puedo impedirlo. Y mataré a cualquiera que se atreva a hacerte daño. Maldita sea, sí, mataría por ti. Te guste o no te guste.

Ella se detuvo para mirarlo, desconcertada por aquel brote de sinceridad.

– ¿Demasiado fuerte para ti? -Royd apartó la mirada y siguió escaleras abajo-. Mala suerte, tendrás que tragártelo. Tenía que decirlo. He sido jodidamente diplomático, y se me empezaba a pegar en la garganta.

– ¿Diplomático? ¿Tú?

– Claro que sí -dijo él, ceñudo-. Y si pretendes venir a ver a MacDuff conmigo, te sugiero que lo hagas ya. -Se dirigió hacia el pasillo que conducía a la biblioteca.

Ella siguió bajando lentamente. Que tío más rudo y mandón. Debería estar enfadada. Royd había tenido una actitud desagradable y crítica, y hasta amenazante.

Pero la amenaza no era contra ella. Dios, había ofrecido matar por ella.

Y lo decía en serio.

– Date prisa -dijo Royd, mirando hacia atrás.

Ella obedeció instintivamente. Royd tenía razón. Tenían que explicar aquel desastre a MacDuff y ver si él podía ayudarlos. No era el momento indicado para pensar en el enigma que era Matt Royd.


– Gorshank -repitió MacDuff-. ¿Ninguna inicial? ¿Ningún nombre?

– Sólo el apellido -dijo Sophie-. Esta tarde he intentado buscar Gorshank en Internet en diversas universidades y organizaciones científicas. Nada.

– ¿Es posible que se trate de un científico de Estados Unidos? -preguntó MacDuff.

Ella asintió.

– Es posible. Pero también he comprobado las organizaciones internacionales. No hay ningún Gorshank.

– Hay muchos científicos del este de Europa que trabajaban en el bloque soviético en algunos proyectos muy peligrosos. No se les solía estimular para que se dieran a conocer como científicos ni para que dieran a conocer sus trabajos -explicó Royd-. Después del colapso del régimen, se instalaron por todo el mundo.

– Si él forma parte de ese grupo, estará en la lista de alguien -dijo MacDuff-. Es probable que en la CIA o en el Departamento de Estado. Conozco a unas cuantas personas. Veré qué puedo hacer.

– ¿Cuánto tardarás?

Él se encogió de hombros.

– Eso me gustaría saber a mí. Aunque lo identifiquen, puede que no lo encuentren. Quizá ya haya viajado a esa isla.

– Esperemos que Sanborne no lo necesite antes de que lleguen -dijo Sophie-. Son muy cautelosos con la fórmula del REM-4 y no querrán correr el riesgo de que un científico que conoce la fórmula sea reclutado por uno de sus clientes.

– Esperanza es la palabra -dijo MacDuff-. Me pondré a ello de inmediato. No…

Lo interrumpió el teléfono de Royd.

– Perdón -dijo éste, y pulsó una tecla-. Royd. -Se quedó escuchando-. Mierda. No, ya sé que no podías evitarlo. No pierdas la esperanza. Llámame cuando llegues a puerto. -Colgó-. Kelly ha perdido al Constanza.

– No -murmuró Sophie.

– Se vio atrapado en una tormenta. Tiene suerte de haber salvado el pellejo. Pero no había manera de conocer el rumbo del Constanza. Cuando logró dejar atrás la tormenta, había desaparecido.

Sophie se hundió en su silla.

– ¿No hay manera de seguirles la pista?

– Si tuviera un radar moderno, quizá tendría alguna posibilidad. Pero cuando alquiló la lancha, no hubo tiempo para especificar nada más que la rapidez. Tenía que moverse o los perdería. -Royd se volvió hacia MacDuff-. Así que será mejor que te pongas a trabajar y nos des otra pista para seguir. -Acto seguido, se incorporó-. Y yo me voy. No pienso estar en el lado equivocado del Atlántico cuando me llames y me digas dónde puedo encontrar a Gorshank o esa isla -añadió, y salió de la biblioteca.

– Usted quiere ir con él -dijo MacDuff, que escrutaba el rostro de Sophie.

– Tengo que ir con él. -Sophie apretó las manos-. Fui yo quien abrió esta olla de grillos. Yo tengo que cerrarla.

MacDuff asintió con un movimiento de la cabeza.

– ¿Y Michael? -preguntó.

– Claro que se trata de Michael. No lo dejaré si ni usted ni Jock están aquí. A menos que haya cambiado de parecer.

– No, me marcho en cuanto acabe el trabajo que usted me ha asignado -dijo, y siguió un silencio-. Pero puede que tenga una solución.

– ¿Una solución?

– Tengo una amiga que viene en camino. Debería llegar en las próximas horas.

– ¿Una amiga?

– Jane MacGuire. Viene con su padre adoptivo y estarán aquí todo el tiempo que haga falta.

– ¿Por qué debería confiar en ella?

– Porque yo lo hago. -MacDuff sonrió-. Y porque su padre es inspector del Departamento de Policía de Atlanta y uno de los hombres más inteligentes y duros que podría esperar.

– ¿La policía? ¿Se ha vuelto loco? Se llevarán a Michael y lo dejarán en un hogar. Ellos creen que soy una maniática homicida.

– He explicado la situación. Joe Quinn piensa más allá y reconoce que las cosas no siempre son lo que parecen. También ama a Jane y confía en ella. Si Joe se compromete, estará ahí hasta el final. Dejaré aquí a Campbell y a varios hombres con instrucciones de obedecerle. No habrá problemas.

Sophie seguía dudando. Un policía de la confianza de MacDuff. Sonaba seguro para Michael.

– No lo sé…

– Jane MacGuire es una mujer muy fuerte, muy inteligente y tiene buen corazón -aseguró MacDuff-. Me recuerda un poco a usted. Por eso pensé en ella. Además de ser una chica dura, creció en una docena de hogares de acogida antes de ser adoptada. Sabe lo que es estar sola y ser objeto de abusos. También sabe defenderse. A Michael le gustará, y no puedo pensar en nadie que pueda lidiar con sus problemas psicológicos mejor que Jane -afirmó. Y luego sonrió-. Aunque no sé si sabe jugar al fútbol. Eso podría echar a perder el trato.

– ¿Está seguro de que Michael estará…?

– Estará seguro -afirmó MacDuff-. Se lo juro. Estará a salvo y bien cuidado. Jane se ocupará de eso. Es lo más indicado. Usted puede irse con la conciencia tranquila, lo digo en serio.

Sophie le creyó.

– Quiero hablar con ella y con su padre.

– Será mejor que sea por teléfono -dijo MacDuff-. No creo que Royd vaya a esperar.

– Esperará -dijo ella, con gesto sombrío-. Aunque tenga que atarlo. Tengo que hablar con Michael y luego llamar a su Jane MacGuire. Puede que también quiera hablar con Joe Quinn. Pero no lo dejaré partir sin mí.

– No le será fácil. Creo que Royd no quiere más que una excusa para sacarla a usted de la foto.

– ¿Por qué cree eso?

Él se encogió de hombros.

– ¿Intuición? Puede que Royd esté en esa peculiar posición del que se encuentra entre la espada y la pared. Debe de ser muy desconcertante para alguien tan centrado en una sola cosa como él. No quiere que usted acabe herida, pero también existe la posibilidad de que usted le ayude a dar con Sanborne.

– Créame, Royd no es lo bastante blando como para dejar que las emociones influyan en la lógica.

Mataría por ti.

– Acaba de pensar en algo -dijo MacDuff, que escrutaba su expresión-. No quiero insinuar que Royd sea un blando. Pero pienso que responde a un estímulo que no guarda relación con la venganza que hasta ahora lo ha inspirado. Puede que eso tienda a convertirlo en un hombre impredecible.

– Ha sido un hombre impredecible desde el momento en que lo conocí -dijo Sophie, mientras iba hacia la puerta-. ¿Podrá arreglar una conversación telefónica entre Jane MacGuire y yo? Volveré en una hora.

Él asintió.

– Haré lo que pueda. En este momento, vuela por encima del Atlántico. Puede que tarde un poco.

De pronto, Sophie cayó en la cuenta.

– ¿Viene para acá sin siquiera consultar conmigo? Ustedes dos deben de tener una relación muy estrecha.

– Se podría decir que somos almas gemelas -respondió él, sonriendo-. Pero no ha venido por mí. Cuando le conté lo de su hijo, no se pudo resistir. -MacDuff cogió el teléfono-. Ahora, será mejor que vaya en busca de Royd mientras yo intento comunicarme con Jane. No me ha dado demasiado tiempo.

Sophie salió deprisa de la sala y corrió por el pasillo. Royd había dicho que Michael estaba en la explanada con Jock, pero primero tenía que ver a Royd. Le había dicho a MacDuff que éste siempre era impredecible, pero algo había cambiado. Ella lo sentía incluso con más intensidad que MacDuff.

No dejaría que la dejara atrás porque Royd empezaba a ser más consciente de los riesgos a los que la exponía.

Subió por la escalera a toda carrera. Miraría primero en su habitación. Luego se aseguraría de que no estaba en el establo, donde habían dejado el coche alquilado.

Royd estaba sentado en la cama y hablaba por teléfono, con su bolsa de viaje abierta a sus pies. Colgó justo cuando ella entraba.

– ¿Has venido a despedirte?

– No, he venido a decirte que voy contigo. MacDuff ha hecho unos arreglos para reemplazarme y cuidar de Michael.

– ¿De verdad? -Royd se incorporó y cerró la cremallera de su bolsa-. ¿Estás segura?

– Sí, y no intentes hacerme dudar de mi seguridad -declaró, apretando las manos-. Es lo correcto. Estoy convencida.

– Vuelve a decirme eso cuando estés a dos mil kilómetros de tu hijo.

– Maldito seas -dijo ella, con voz temblorosa-. No tuviste ningún problema para utilizarme cuando comenzamos. ¿Cuál es la puñetera diferencia ahora?

Él la miró fijamente desde el otro lado de la habitación.

– El problema es cómo quiero usarte.

Sophie no podía respirar. Sintió que el calor se apoderaba de ella.

– Lo sabías -siguió él, con voz inflexible-. Se veía venir. No soy de esos hombres que ocultan lo que sienten.

Ella se humedeció los labios.

– Yo creía que el sexo no iba a interferir en las cosas que eran importantes para los dos.

– Yo también. Así que quizá no es el sexo -dijo, y torció los labios-. Eso te ha impresionado. Si es sólo sexo, es lo bastante fuerte para desquiciarme. Y si es así de fuerte, tendrás problemas conmigo. No soy un hombre tranquilo y civilizado como tu ex. Así que piénsatelo dos veces antes de venir a cualquier sitio conmigo.

– ¿Intentas asustarme? -preguntó Sophie, y sacudió la cabeza-. No vas a violarme.

– No, pero quizá pruebe todos los otros trucos que tengo en la chistera.

– Iré contigo.

– Vale, de acuerdo. ¿Por qué habría de preocuparme? Lo único que quiero es follarte como un loco antes de que consigas que te maten -dijo él, y echó mano de su bolsa de viaje-. He hecho los arreglos para el avión. Quiero salir de aquí en treinta minutos.

– Entonces tendrás que esperar. Debo hablar con Michael. ¿Sigue en la explanada con Jock?

– Por lo visto, sí.

– Nos reuniremos en el coche en cuanto termine.

– Tengo que hablar con Jock. Dile que lo espero en el patio -pidió Royd, y salió de la habitación.

Sophie respiró hondo. Dios, cómo temblaba. Y, sin embargo, todavía sentía el calor que la recorría como una espiral. Aquello la desconcertaba. Se había sentido abatida por el miedo, el horror y la aprensión pensando en Michael y ahora, de pronto, esta necesidad abrumadora. La respuesta había sido intensa e irreflexiva como la de un animal en celo.

Sin embargo, ella no era un animal en celo que ansiaba aparearse con Royd sólo porque su atractivo sexual era crudo y osado y…

«Para. Vuelve a pensar con claridad».

Tenía que encontrar a Michael. Tenía que hacerle entender por qué su madre se marchaba justo cuando acababa de enterarse de que su padre había sido asesinado.

¿Cómo diablos iba a hacer eso?

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