Capítulo 14

Michael y Jock no jugaban a la pelota. Estaban sentados sobre una de las enormes rocas que rodeaban la explanada.

– Hola, Sophie. -Jock se incorporó-. ¿Va todo bien?

Ella asintió con un gesto seco.

– Tengo que hablar con Michael. ¿Puedes dejarnos solos?

– Claro. -Jock se la quedó mirando y se giró hacia Michael-. Creo que tu madre necesita que le echen una mano, Michael. Te encargas tú, ¿vale?

Michael asintió.

– Nos veremos más tarde, Jock.

– Ya lo creo que sí -afirmó éste, sonriendo.

– Royd quiere verte en el patio, Jock -dijo Sophie.

Jock asintió y se alejó por el camino. Ella se giró y miró a Michael.

– ¿Por dónde empiezo? -preguntó.

– Te vas, ¿no? -inquirió Michael, con voz queda.

Ella se puso tensa. Era asombroso.

Michael miró hacia el mar, con el rostro bañado por la luz del atardecer.

– No importa, mamá.

Ella guardó silencio.

– No es verdad -dijo, al cabo de un momento-. No quiero hacer esto. No quiero dejarte. Entendería que te enfadaras conmigo.

– ¿Cómo puedo estar enfadado contigo? -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Eres mi mamá. Las cosas se han complicado para ti, y ahora intentas hacer lo mejor para todos. Jock dice que tengo que poner algo de mi parte.

– ¿Jock?

– Pero aunque no me hubiera dicho nada, no estaría enfadado. -Tendió la mano y le cogió a Sophie la suya, que descansaba sobre la roca-. ¿Recuerdas anoche, cuando me hablabas del deber y decías que a veces es una alegría y a veces como un peso? Hablabas de mí. Pero yo también tengo que cumplir con mi deber. Tienes un problema y yo tengo que hacerte las cosas más fáciles. Ése es mi trabajo. -Michael apretó los labios para que no le temblaran-. Tendré miedo. Me preocuparé por ti. Tienes que prometerme que no te harás daño ni nada.

– Intentaré no… Vaya, qué diablos. Te lo prometo.

– Jock me ha dicho que vendría alguien a cuidar de mí mientras él y MacDuff cuidan de ti. Yo no les crearé ningún problema, mamá.

Sophie sintió un nudo en la garganta, estaba al borde de las lágrimas.

– Ya lo sé. -Lo abrazó por los hombros y lo estrechó-. Estoy muy orgullosa de ti, Michael. ¿Jock te dijo quién vendría?

Él negó con un gesto de la cabeza.

– Vale, te diré lo que sé.

– No quiero pensar en ello. Jock me lo contará más tarde -dijo Michael, y se apoyó en ella-. ¿Crees que podríamos quedarnos sentados aquí un rato? No tienes demasiado tiempo, ¿no?

Treinta minutos. Sophie tuvo una imagen de Royd paseando de un lado al otro del patio. Mala suerte.

Estrechó su abrazo.

– Tengo tiempo suficiente. No hay prisa.


Era totalmente de noche cuando Sophie volvió al patio, donde Royd se había acercado con el coche. Al verlo apoyado contra la puerta del pasajero, se tensó.

– Tenía que estar un rato con él.

– Por amor de Dios, ya lo sé. ¿Crees que voy a reprochártelo? -preguntó él, mientras abría la puerta-. Por eso he esperado más de una hora antes de pedirle a Jock que os interrumpiera. Sube. Le he dicho a Jock que lo entretenga durante unos quince minutos, de manera que ya nos hayamos marchado cuando vuelva Michael. No quieres que te vea partir, ¿no?

– Mi bolsa de viaje.

– En el maletero.

– Tengo que hablar con MacDuff. Será sólo un minuto.

– Ya he hablado con él. Jane MacGuire te llamará a tu teléfono móvil. ¿Quieres subir al coche? No querrás hacerlo más difícil aún para Michael.

Sophie subió al coche.

– No, no quiero. -Se reclinó en el asiento y cerró los ojos-. Sácame de aquí.

– Es lo que intento hacer.

Sophie oyó el portazo del lado del conductor y el encendido del motor. Royd no habló hasta transcurridos unos minutos.

– ¿Ha sido muy duro?

– ¿Quieres decir si se ha puesto histérico o si me ha gritado? No, ha sido comprensivo y encantador y lo único que ha hecho es romperme el corazón. Es un chico tan bueno, Royd.

– Lo sé -dijo él, asintiendo con la cabeza-. No he pasado mucho rato con él, pero lo he observado. Sin embargo -agregó, después de una pausa-, Jock me ha dicho que está seguro de que Michael estará bien cuidado. Conoce a esas personas y confía en ellas. Eso debería tranquilizarte.

– Significa todo para mí -dijo ella, y le lanzó una mirada-. Diría que te muestras sospechosamente comprensivo.

– ¿Ah, sí? Tendré que tener cuidado -dijo Royd, y pisó el acelerador-. Quizá empieces a pensar que soy un ser humano con sentimientos.

– Nunca he dicho que creía que eras…

– Venga. ¿Nunca piensas en mí en relación con lo de Garwood? ¿Nunca recuerdas lo que era antes?-preguntó Royd, encogiéndose levemente de hombros-. ¿En lo que soy ahora?

– Eso no significa que no piense que seas una buena persona. Si creyera eso, tendría que preguntarme si acaso yo lo soy -dijo ella, y decidió cambiar de tema-. Jock le dijo a Michael que él y MacDuff se ausentarían para ayudar a protegerme. Por lo que yo sé, MacDuff piensa ir en busca de Devlin.

– Creo que he ampliado sus horizontes al informarle de que Devlin seguramente estaría bajo la protección de Sanborne. Si tiene que pasar por encima de Sanborne y de Boch para llegar a Devlin, lo hará.

– Y entonces es preferible que tengamos un plan común y que no nos estorbemos unos a otros.

– Exactamente -convino Royd, y en ese momento sonó su teléfono móvil-. Royd.

– ¿Kelly? -murmuró Sophie.

Royd asintió con un gesto.

– Quédate donde estás, Kelly. Vamos hacia Miami. Ya te diré si tienes que volver a casa. -Colgó-. Está en Barbados. Era el puerto más cercano cuando perdió de vista al Constanza.

– ¿A Miami? ¿Por qué Miami?

– Es un buen punto de partida. No sabemos dónde localizar a Gorshank. Puede que esté en las islas, o puede que siga en Estados Unidos…

– O en cualquier otro lugar del mundo.

– Por lo que me has dicho, diría que Sanborne quiere vigilarlo estrechamente, a él y su trabajo.

Sí, eso era verdad, pensó Sophie.

– ¿Cuándo crees que MacDuff nos dirá algo acerca de Gorshank?

– No creo que tarde demasiado.

– Lo sé. Sólo que no quiero… Estoy asustada. Antes, el daño era limitado. Individuos aislados. Esto es diferente.

– Puede que la fórmula de Gorshank sea una pifia. Has dicho que no sabías cómo había llegado a algunos resultados.

– Y puede que no sea una pifia. -Sophie cuadró los hombros-. No puedo pensar en ello ahora. Tengo que ir poco a poco.

– Tienes razón. Tardaremos una hora en llegar al aeropuerto. Te hará bien relajarte.

– No puedo relajarme -dijo ella, y miró por la ventanilla hacia la oscuridad-. No hasta que Jane MacGuire me llame.


– No ha salido bien -informó Devlin cuando Sanborne se puso al teléfono-. Lo hice lo mejor que pude, pero usted no me avisó que me toparía con Royd.

Sanborne lanzó una imprecación.

– No sabía que estaría ahí. ¿Estás seguro de que era Royd?

– Ya lo creo que sí. Tengo una herida de cuchillo en el hombro con su firma. Lo conozco bien. En Garwood nos cruzábamos a menudo.

– Si estabas tan cerca, tendrías que haber acabado con él. ¿Si no, de qué me sirves?

Siguió un silencio.

– Lo siento -dijo Devlin, con un deje de humildad-. ¿Qué puedo hacer para repararlo?

– Matar al niño y a la mujer.

– Demasiado tarde. Royd me reconoció y habrá avisado a MacDuff. Si me acerco al castillo, me darán caza. He obedecido sus órdenes y me he deshecho de un obstáculo. Quiero decir, de varios obstáculos. La policía estará por todas partes revisando cada palmo de la propiedad.

– Eres un imbécil despistado. Sabes que no quería que pusieras en peligro tu misión.

– Usted me dijo que hiciera lo que tenía que hacer. Sé que no quiere que me atrapen si todavía puedo servirle de algo. Si me deja buscar a Royd, me conducirá hasta la mujer.

– Entonces quédate en Escocia y acaba el trabajo.

– No creo que se queden aquí. Royd me conoce bastante bien y cree que puede dar conmigo.

– Y tú crees que puedes dar con él. ¿Cuál de los dos está en lo cierto?

– Yo. Porque él viaja con la mujer, que es un estorbo. Lo obligará a ir más lento.

– Has dicho que no deberías volver al castillo.

– Si sigue ahí, no será por mucho tiempo. Royd lo busca a usted, y ahora me busca a mí. No puede conseguir sus objetivos si se queda de brazos cruzados en ese castillo.

– ¿Y Sophie Dunston?

– Usted me ha dado una orden. Naturalmente, acabaré el trabajo. Sólo que quizá tarde un poco más.

Sanborne pensó en ello. Las prioridades habían cambiado radicalmente ahora que sabía que Royd había establecido un vínculo con Sophie. Royd era un peligro que debía ser eliminado rápida y eficazmente.

– Puede que la policía dé con la mujer en cualquier momento. Royd no se quedará con ella si eso le pone en peligro. Tiene demasiadas ganas de dar conmigo como para dejarse detener como cómplice.

– ¿Entonces puedo ir a por Royd?

– Cuando aparezca. Te quedarás conmigo hasta que eso ocurra.

– ¿Para protegerlo? -agregó Devlin, rápidamente-. Es muy inteligente. Usted no puede sufrir ningún daño.

– Me alegro de que recuerdes la primera directriz -dijo Sanborne, con tono sarcástico-. A veces me pregunto si estás en tus cabales, Devlin.

– ¿Por qué? Siempre cumplo con mi cometido, ¿no?

– Siempre. Pero suele haber considerablemente más sangre de lo que yo estimo necesario.

– Es sólo un medio para alcanzar un fin.

– Quizá. -Sanborne miró el informe que tenía sobre la mesa. Si el análisis de los resultados de Gorshank era correcto, su perspectiva se vería alterada-. Las cosas están cambiando. Mantente alerta. Puede que tenga otro trabajo para ti mientras esperamos a que Royd dé el primer paso -avisó, y colgó.

La sangre que tanto atraía a Devlin quizá no fuera tan perjudicial en este caso. Podría intimidar a Sophie y arrastrarla hacia ellos. Seguro que se sentía perseguida, y el hecho de tener a Devlin tan cerca de su hijo tendría que haber sido devastador para su seguridad.

¿Debía ir en busca de la muy puta e intentar atraerla nuevamente?

Quizá. No había quedado satisfecho con los trabajos de Gorshank en el pasado, y ahora cada día que pasaba lo ponía más nervioso. Al principio, creía haber encontrado el sustituto adecuado, lo cual le permitía deshacerse de Sophie. Sin embargo, Gorshank no era tan brillante ni creativo como Sophie, y los resultados de sus últimos ensayos habían sido prometedores, pero provisionales. Siete muertes y diez personas que habían demostrado tener sólo una fracción del grado de docilidad que él se empeñaba en obtener.

¿Esperar a que Devlin matara a Royd y ella se sintiera más desamparada?

Si aquel niño no se hubiese refugiado tras esas murallas de piedra, podría haberse apoderado de él y entonces conseguiría persuadirla teniéndolo como rehén. Pero Devlin le había advertido de la férrea seguridad en torno al niño y recordado que en ese momento la escena estaba llena de policías. Sin embargo, quizá todavía era posible…

Tendría que tomar una decisión pronto. Boch lo presionaba para que procedieran con las pruebas finales y le diera luz verde para empezar a negociar.

Venga, Royd. Devlin te espera.

Y esta vez no pondré objeciones a la cantidad de sangre derramada.


El móvil de Sophie sonó unos minutos antes de que embarcaran.

– ¿Sophie Dunston? Soy Jane MacGuire. -La voz de la mujer era ronca y joven, pero vibraba con fuerza-. Siento no haberla llamado antes, pero pensé que quizá querría esperar a que llegara al castillo y pudiera hablar con su hijo.

– Así es.

– Está en la otra habitación. Lo llamaré cuando acabemos. Quizá quiera hacerme algunas preguntas. Adelante.

– ¿MacDuff le ha hablado de los trastornos del sueño de mi hijo?

– Sí. Dormiré en la habitación de al lado. Nos entenderemos -dijo. Y luego agregó-: Es un buen chico. Seguro que está orgullosa de él.

– Sí. -Sophie carraspeó-. MacDuff me ha dicho que su padre es inspector de policía. Me sorprende que le haya persuadido para que la acompañe.

– No ha sido fácil -dijo Jane, sin más-. Joe procura regirse por lo que dice la ley. Pero no cuando la vida de un niño está en juego. En ese caso, tira la ley por la ventana. Puede confiar en él. Si yo tuviera un hijo, a nadie se lo confiaría con más seguridad que a Joe.

– Podría meterse en líos por hacer esto. ¿Por qué está dispuesta a arriesgarse? ¿Es tan estrecha su amistad con MacDuff?

– ¡Qué va! -exclamó Jane, y guardó silencio un momento-. Supongo que no ha sido una respuesta muy tranquilizadora, ¿no? MacDuff y yo tenemos una historia y no siempre estamos en el mismo punto. Pero en este caso estamos de acuerdo. El niño tiene que estar seguro y Joe y yo podemos ocuparnos.

– ¿Usted es policía?

Jane MacGuire soltó una risilla.

– Dios me libre, no. Soy artista. Pero Joe me ha enseñado a cuidar de mí misma y de los demás. ¿Alguna otra pregunta?

– En este momento no se me ocurre ninguna.

– Cuando quiera puede llamarme. Estaré aquí con su hijo, y no lo perderé de vista. Se lo prometo.

– Gracias. -Sophie carraspeó-. No puedo expresarle lo agradecida que estoy. ¿Ahora puedo hablar con Michael?

– Enseguida -Jane MacGuire alzó la voz-. ¡Michael! Aquí viene.

– ¿Mamá? -dijo Michael, al ponerse-, ¿estás bien?

– Perfectamente. Estoy a punto de coger mi vuelo. ¿Va todo bien por ahí?

– Sí, claro. Joe es un buen tío, pero no sabe jugar al fútbol. Dijo que, en su lugar, me enseñaría judo.

– Qué… interesante. ¿Y Jane?

– Es simpática. Y guapa, muy guapa. Me recuerda a alguien…

– Tú haz lo que ellos te digan. Sólo han venido para ayudarte.

– No tienes para qué decírmelo, mamá. Me estoy portando bien.

– Perdona. Supongo que me siento un poco lejos e intento aferrarme a ti. Sé que serás tan bueno y listo como siempre lo eres conmigo. -Sophie respiró hondo-. Te quiero. Te llamaré cada vez que pueda. Adiós, Michael.

– ¿Satisfecha? -preguntó Royd, mientras le pasaba un pañuelo.

– Todo lo satisfecha que puedo estar. -Sophie se secó los ojos-. Jane MacGuire parece una mujer decente y sincera. Creo que sabrá cuidar de Michael -dijo, con un suspiro tembloroso-. Y a Michael le gusta. Aunque ni ella ni su padre, Joe Quinn, sepan jugar al fútbol. Al parecer, no le importa. Dijo que era muy guapa.

Royd sonrió.

– Eso podría ser un problema. Quizá los niveles de testosterona de Michael empiecen a dispararse. Puede que cuando vuelvas te encuentres con un hijo más que enamorado.

– No me importa. De eso me ocuparé cuando vuelva a estar con él -dijo Sophie, y le devolvió el pañuelo-. Vamos. -Empezó a caminar hacia el avión-. ¿Dónde nos quedaremos en Miami?

– No es el Ritz. He alquilado una cabaña en la costa. He estado ahí en otras ocasiones. Es un lugar privado, aislado y es bastante cómodo. Debería servirnos hasta que sepamos adonde iremos.

Ella asintió con un gesto de la cabeza.

– Quiero volver a mirar el CD de Gorshank. Como te decía, creo que he pillado unos cuantos agujeros en esas fórmulas. Tengo que trabajar con ellas cuando disponga de tiempo para concentrarme.

– Has pasado todo un día concentrada en ellas.

– Un día probablemente no es gran cosa para un trabajo que Gorshank quizá tardó un año en elaborar. Y cuando lo analicé antes, estaba confundida y asustada, y eso no conviene cuando se trata de trabajar con un pensamiento analítico claro.

– Oh, lo olvidaba. -La sonrisa de Royd se desvaneció cuando empezaron a subir la escalerilla del avión-. Tu complejo de culpa había cogido impulso en ese momento. Adelante, estudia las fórmulas. Tal vez descubras que no eres ni Hitler ni Goering. Eso sería una sorpresa agradable.


– ¿Os habéis instalado cómodamente? -MacDuff esperaba al pie de la escalera mientras Jane MacGuire bajaba-. ¿El niño duerme?

Jane asintió con un gesto.

– Ha tardado un rato. Está bastante alterado e intenta que nadie se dé cuenta. Es todo un hombrecito -dijo ella, y se encontró con la mirada de MacDuff-. Y tú le caes muy bien.

– Qué sorpresa.

– En realidad, no. Tú puedes ser lo que quieras ser, y con Michael te gusta ser amable. -Jane llegó al pie de la escalera-. Jock me ha dicho que hay un monitor en mi habitación y otro en la biblioteca. ¿Es eso correcto?

– Sí, pero si necesitas otro, Campbell te lo instalará.

– ¿Cuándo te marchas? Creí que esperabas saber algo acerca de este Gorshank.

– Esperaré una noche más y luego cogeré un vuelo a Estados Unidos. Aquí estás perfectamente segura, Jane -agregó-. Dejo aquí a la mayoría de mis hombres para asegurarme de que ni tú ni Joe lamentéis haber venido. No os habría traído si hubiera creído otra cosa.

Jane se encogió de hombros.

– Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. A partir de ahora, depende de Joe y de mí. Ninguno de los dos es un debilucho. Él es uno de los hombres más duros que conozco y yo me crié y crecí en la calle. No en un enorme castillo, como tú. -Empezó a caminar por el pasillo-. Enséñame dónde está el monitor.

– Había olvidado que no tienes pelos en la lengua -dijo él, ahogando una risilla. De pronto, su sonrisa se desvaneció-. No, no es verdad. No lo he olvidado. No he olvidado ni una sola de las cualidades que te convierten en Jane MacGuire.

– Lo sé -declaró Jane, y abrió la puerta de la biblioteca-. O no estaría aquí haciendo tu trabajo mientras tú sales a divertirte y a convertir el mundo en un lugar seguro para la democracia.

– ¿A divertirme?

– La mayoría de los hombres disfrutan cazando y recolectando. Es el instinto de las cavernas. Y si cazar incluye un poco de alboroto, tanto mejor -Su mirada recorrió la biblioteca hasta que vio el monitor en un aparador-. Vale, probablemente lo cambie de lugar.

– ¿A quién dibujarás? ¿A Michael?

– Es posible. Tiene un rostro interesante, para ser tan pequeño. Quizá se deba a que ha tenido una vida muy difícil. Mucho más complicada que la de un niño normal.

– Y a ti te gusta lo complicado. Recuerdo los problemas que tenía cuando intentaba que no hicieras aquellos esbozos de Jock.

– No habrías tenido demasiada suerte. Además de ser el ser humano más bello que jamás he conocido, Jock tenía en él todo el tormento de Prometeo encadenado en lo alto de la montaña. No podía resistirme. -Jane lo miró escrutándolo-. Nunca te he dibujado a ti. No serías un mal modelo.

– Me siento honrado -confesó él, seco-. Aunque no sea ni de lejos tan agraciado como Jock o Michael.

Jane negó con un movimiento de la cabeza.

– Creo que ni siquiera me atrevería contigo. Eres demasiado complicado. No tendría suficiente tiempo.

– No soy más que un simple terrateniente que intenta que su herencia no se desmorone a su alrededor.

Ella lanzó un bufido.

– ¿Simple? Eres un aristócrata civilizado a medias, y una réplica de esos barones ladrones que te criaron.

– ¿Ves? Al fin y al cabo, no soy tan complicado. Ya me has definido.

– Apenas he rascado la superficie. -Jane se giró y se alejó por el pasillo-. Mantente en contacto conmigo. Necesito saber qué está ocurriendo.

– Eso haré -aseguró él, y siguió una pausa-. Por cierto, ¿todavía sales con Mark Trevor?

– Sí.

– ¿A menudo?

Jane miró por encima del hombro.

– Eso no es asunto tuyo, MacDuff.

– Ya, pero a veces soy un cabrón muy entrometido. Apúntalo a la cuenta de esos horribles barones ladrones. ¿Sales a menudo con él?

– Buenas noches, MacDuff.

Éste respondió con una risilla.

– Buenas noches, Jane. Es una lástima que las cosas entre tú y Trevor no vayan bien. En fin, yo ya te había dicho que podría ser…

Jane respondió enfadándose.

– Maldita sea, todo va bien entre nosotros. ¿Por qué diablos no te…? -dijo, pero calló cuando vio el brillo diabólico en su mirada-. He venido para hacerme cargo del niño, no para escuchar tus provocaciones. Vete con Jock y apártate de mi vista. Te conviene más intentar ayudar a esa pobre mujer que sangra por dentro porque no sabe a quién confiarle su hijo.

La sonrisa de MacDuff se desvaneció.

– Ahora sabe a quién se lo puede confiar, Jane. Es una mujer muy intuitiva y tendría que estar ciega para no darse cuenta de la joya que tiene al contar contigo. -MacDuff se giró y volvió a la biblioteca-. Jock y yo no te despertaremos para despedirnos. Dale las gracias una vez más a Joe.

– Espera. -Era probable que MacDuff la estuviera poniendo a prueba, pensó, frustrada. MacDuff era un maestro de la manipulación de los acontecimientos para su propia conveniencia, o ella no estaría ahí. Pero no podía verlo partir y exponerse a un posible daño con esa nota amarga-. Cuídate, MacDuff.

Una sonrisa le iluminó la cara.

– Eres una chica dulce y guapa, Jane.

– Chorradas.

– Es verdad que lo mantienes bien oculto, pero eso sólo hace que el desafío de dar con esos rasgos sea mayor. Intentaré reparar este desastre lo más rápido posible -agregó-. Tengo demasiadas cosas de que ocuparme como para perder el tiempo.

La puerta de la biblioteca se cerró a sus espaldas.

Jane vaciló un momento antes de subir. Como de costumbre, MacDuff había hurgado en sus emociones y le había hecho sentir toda la gama, desde la rabia hasta la simpatía. ¿Por qué diablos había venido?

Sabía por qué había venido. El chico. No importaba que MacDuff fuera tan pesado ni que intentara meterse en su vida privada. El curioso vínculo que había entre los dos todavía existía. Ella había procurado ignorarlo y apartarlo de su vida. Era evidente que eso no ocurriría, porque había sido incapaz de negarse cuando él le contó lo de Sophie Dunston y su hijo.

No porque fuera MacDuff, pensó, contrariada. No habría sido capaz de negarse ante nadie que le pidiera ayuda cuando se trataba de un niño. Ella misma había sufrido demasiado durante sus primeros años. Eve y Joe la habían rescatado y, ahora, Michael necesitaba a alguien que cuidara de él de la misma manera. Aunque fuera por un periodo breve, tenía que estar a su lado para ayudarle.

Y MacDuff no tenía nada que ver con ese sentimiento de obligación.

Excepto que MacDuff había leído en su carácter y utilizado ese conocimiento para hacerle una oferta a la que no se podía negar. Era una verdad que debía admitir. ¿Por qué habría de hacerlo? MacDuff era MacDuff y ese encuentro sería tan breve como el último. Cuando Sophie Dunston estuviera a salvo y viniera a buscar a su hijo, ella se marcharía sin remordimientos y con la satisfacción de un trabajo bien hecho.

Y entonces se reiría de MacDuff.


La casa al norte de Miami era pequeña, encantadora, de estilo mediterráneo español, rodeada de un muro alto que ocultaba un patio de baldosas. Royd aparcó el coche en la calle y abrió la verja de hierro.

– Muy agradable -dijo Sophie, cuando su mirada se detuvo en una pequeña fuente en el centro del patio-. ¿Has dicho que habías estado aquí anteriormente?

– Unas cuantas veces. Es una casa cómoda. -Cerró la verja-. Y segura. Me gusta tener muros a mi alrededor.

– Eso es algo que no te falta.

Él la miró.

– Supongo que no te refieres a la casa.

– Lo siento, lo he dicho sin pensar -se disculpó ella, con gesto de cansancio-. Tienes derecho a estar protegido de quien quieras.

– De ti no me estoy protegiendo.

– ¿No? -Sophie apartó la mirada de la fuente para fijarse en él. Respiró hondo-. No era eso lo que quería decir.

– Entonces cuidado con lo que dices. Porque estoy pendiente de cada expresión y de cada inflexión. -Dio unos pasos y abrió la puerta ventana-. Hay tres habitaciones, un estudio, comedor y cocina -explicó, haciendo un gesto hacia la escalera curva de hierro forjado-. Quédate con cualquiera de las habitaciones. Dúchate y reúnete conmigo en la cocina dentro de una hora. Yo saldré a buscar algo para comer. Hay un restaurante cubano a unos kilómetros de aquí. Sé que es temprano, pero me da la impresión de que te gustaría comer algo. ¿Vale?

– Vale -dijo ella, y empezó a subir la escalera-. Cualquier cosa.

– No abras si llaman a la puerta.

Ella se detuvo y se lo quedó mirando.

– Creí que habías dicho que es un lugar muy seguro.

– Es seguro. Pero sólo un tonto se fía de la seguridad. -Se giró y fue hacia la puerta.

Y Royd no era tonto, pensó ella, mientras subía las escaleras. Había vivido junto al horror durante años, el horror que ella había producido, y seguía viviendo en los márgenes de esa experiencia. Cada momento que pasaba junto a él ahondaba el arrepentimiento que sentía desde que se enteró de la existencia de Garwood.

Tendría que olvidarlo. Él había dejado muy claro que no quería su simpatía. Se daría esa ducha y llamaría a Michael para asegurarse de que todo iba bien.

Esperaba que MacDuff hubiera averiguado algo acerca de Gorshank.


Michael estaba sentado en una silla junto a la ventana. La habitación se hallaba iluminada sólo por la luz de la luna que se derramaba sobre la habitación.

– Es tarde. Deberías estar en la cama. -Jane sólo tenía la intención de echar una mirada en la habitación de Michael, pero observó, por su postura, que estaba muy tenso. Entró en la habitación y cerró la puerta-. ¿No puedes dormir?

Él negó con la cabeza.

– ¿Estás preocupado por tu madre?

– Estoy esperando que llame -puntualizó él, volviendo a asentir-. Dijo que me llamaría cuando llegara a Estados Unidos.

– Sabrá que aquí es tarde.

– Llamará. Lo prometió.

– Ella querría que dejaras de preocuparte y te durmieras. Yo te despertaré si llama. -Jane hizo una mueca mientras cruzaba la habitación hasta llegar a su lado-. Eso que he dicho es una tontería. Querer algo no siempre significa que sea posible.

– El señor MacDuff ha dicho algo parecido -dijo Michael, como si vacilara-. No tiene que quedarse conmigo. Estoy bien. Y no quiero molestarla.

– No me molestas. -Jane se sentó en el suelo y cruzó las piernas al estilo indio-. ¿Tienes miedo de dormirte, Michael?

– A veces. No esta noche. Sólo estoy preocupado por mamá.

– No se lo has dejado ver. Has sido muy valiente. Ya he visto que se siente muy orgullosa de ti.

Él negó sacudiendo la cabeza.

– Le causo muchos problemas.

Sería una tontería discutir con él. Michael era un chico inteligente, y enseguida entendería que era una mentira.

– Eso no significa que ella no tenga motivos para sentirse orgullosa. Además, cree que esos problemas merecen la pena.

– Porque es mi mamá. Nadie más pensaría eso. -La miró fijamente-. Usted no lo piensa, ¿verdad?

Era el momento de la confrontación. Ella sabía que en algún momento ocurriría. Él la había aceptado porque le facilitaba las cosas a su madre, pero ahora tenían que entenderse entre ellos.

– No estaría aquí si no fuera así.

– Ni siquiera me conocía -dijo él, seco-. ¿Por qué ha venido? ¿Porque se lo ha dicho el señor MacDuff?

– El señor MacDuff a mí no me dice lo que tengo que hacer. -Michael seguía mirándola fijamente. Necesitaba una respuesta-. He venido porque pensaba que me necesitabas. Cuando yo era pequeña, no tenía una mamá como tú y estaba muy sola. Y un día vino una señora y me acogió y me cambió la vida. Se llama Eve Duncan. Ella y Joe me dieron una casa y ahuyentaron la soledad. Ella me enseñó que las personas deben ayudarse unas a otras. Pensé que quizá te podía dar una parte de lo que Eve y Joe me han dado a mí.

– ¿Sentía lástima de mí? -preguntó él, a la defensiva-. No necesito que nadie sienta lástima de mí.

– Claro que siento lástima de ti. Tienes un problema que yo quiero ayudar a remediar. Eso no significa que crea que das pena. Eres un chico muy fuerte, Michael. No sé si yo podría superar lo que tú has vivido.

Michael guardó silencio mientras miraba fijamente a Jane.

Necesitaba algo más, y ella tenía que dárselo, aunque le doliera. Intentó sonreír.

– Eres tan fuerte que casi le dije que no a MacDuff, hasta que me dijo tu nombre.

– ¿Qué? -preguntó él, frunciendo el ceño.

– Me dijo que te llamabas Michael. Yo conocí a un niño pequeño que se llamaba Michael antes de que me acogiera Eve. Era más pequeño que yo y le llamábamos Mikey. Yo era como una hermana mayor para él. Crecimos juntos.

– ¿Yo me parezco a él?

– No, él era muy dulce, y yo lo amaba; tú eres más valiente e independiente -Jane carraspeó-. Pero ya no puedo ayudar a Mikey, y me parecía bien ayudar a otro Michael.

– ¿Tu Mikey se marchó?

– Sí -dijo ella, apartando la mirada e incorporándose-. Se marchó. ¿Me dejarás ayudarte? Me hará sentirme mejor. ¿Serás mi amigo y me dejarás ayudaros a ti y a tu madre?

Michael guardó silencio un momento y luego asintió lentamente con la cabeza.

– Me gustaría ser tu amigo.

– Entonces ¿puedo convencerte de que te acuestes para que yo le pueda decir a tu madre que he cumplido con mi deber?

– Supongo que sí -aceptó él, sonriendo. Se incorporó y fue hacia la cama-. No me gustaría que te metieras en problemas. Yo no soy ni la mitad de duro, comparado con mamá.

– Yo creo que sí lo eres. -Jane lo observó mientras se conectaba los cables del monitor antes de meterse en la cama-. Y me siento orgullosa de ser tu amiga, Michael. Gracias -murmuró.


Sophie acababa de terminar de hablar con Michael cuando Royd llamó a la puerta de su habitación.

Se metió el móvil en el bolsillo de sus pantalones vaqueros y abrió la puerta de un tirón.

– Michael está bien. Estaba durmiendo. Siento haberlo despertado pero es buena señal. Y MacDuff todavía está en el castillo. Dijo que todavía no ha localizado a Gorshank.

– Entonces seguro que tiene ganas de partir -dijo Royd-. Está ansioso por ponerse en marcha. ¿Te apetece comer algo?

Sophie pensó en ello y asintió con un gesto de la cabeza.

– Me muero de hambre. ¿Has encontrado el restaurante cubano?

– No. He cambiado de opinión. -Le enseñó la bolsa que traía en los brazos-. He ido a una charcutería. Pensé que podríamos cenar en la playa. Parecía un lugar tranquilo y me iría bien un poco de aire fresco.

A Sophie también le iría bien. Habían llevado un ritmo frenético desde el momento en que Royd había aparecido en su vida. En ese momento, un par de horas de paz parecía una idea atractiva.

– Vamos. -Pasó a su lado y empezó a bajar las escaleras-. Pero me extraña que quieras un momento de paz. No pareces… -Calló, intentando comprender-. Estás tenso. Siento como si fuera a recibir una descarga eléctrica si te rozo por accidente.

– No sufriste ninguna descarga aquella noche que pasaste en la cama conmigo.

– No -convino sin mirarlo-. Fuiste muy amable esa noche.

– Yo no soy amable -dijo él, y le abrió la puerta-. Casi todo lo que hago es en beneficio propio. De vez en cuando, tengo algún lapsus, pero no cuento con ello.

– Yo tampoco contaría con ello. He aprendido a no contar nunca con nadie. -Sophie se quitó las zapatillas deportivas al llegar a la playa-. Pero confiaría más en ti que en la mayoría de las personas.

– ¿Por qué?

– Porque conozco tus motivaciones. -El sol empezaba a ponerse, pero la arena bajo sus pies todavía guardaba el calor de la tarde. El viento soplaba apartándole el pelo y, de pronto, Sophie se sintió más ligera, libre… Alzó la mirada y respiró profundamente el aire cargado de sal-. Ha sido una buena idea venir aquí, Royd.

– De vez en cuando tengo buenas ideas. -Señaló hacia unas rocas cerca de la orilla-. ¿Allí?

– En cualquier sitio. -Ella asintió con un gesto de la cabeza-. Como he dicho, tengo hambre.

– Estás muerta de hambre -corrigió él, con una sonrisa-. Es la primera vez que reconoces tener una necesidad tan acuciante. Se diría que comes para mantenerte viva -dijo, mirándola de arriba abajo-. Estás demasiado delgada.

– Soy fuerte y tengo buena salud.

– Tienes aspecto de poder quebrarte con sólo un movimiento de mi mano.

– Entonces mi apariencia engaña -aseguró, deteniéndose junto a las rocas-. Tú no podrías quebrarme, Royd.

– Sí que podría. -Royd se arrodilló y empezó a abrir la bolsa-. Soy bueno rompiendo cosas… y personas. -La miró-. Pero nunca lo haría. Me haría demasiado daño.

Sophie no podía respirar. Sentía el cosquilleo de la sangre en las manos y la piel más sensible alrededor de las muñecas. No podía apartar la mirada de él.

Finalmente, Royd miró hacia otro lado.

– Siéntate y come. Pastrami con pan de centeno. Pepinillos en vinagre. Y patatas chips. En la charcutería no vendían vino así que tendrás que contentarte con una Coca Cola.

– Está bien. -Sophie se sentó lentamente frente a él. No estaba bien. Se sentía débil y un poco mareada. Pensó que no se había sentido así desde que era adolescente-. Me gusta el pastrami -dijo, y cogió con cuidado el bocadillo que él le pasaba.

«No lo toques a él. Tocarlo sería un error». Mirarlo era un error, porque le daban ganas de estirar la mano y acariciarle la mejilla. Royd era muy duro, y estaba muy tenso, pero ella sabía que podía romper esa tensión. Aquel poder la mareaba.

Vaya, Adán y Eva y la maldita manzana. Lo que sentía era puramente primitivo.

Aunque quizá no fuera tan puro.

– Vale. -Él la miraba atentamente-. No voy a saltar sobre ti sólo porque te sientes un poco vulnerable. No es por eso que te he traído aquí.

Ella quería negar que fuera vulnerable. No podía mentir. Nunca en su vida se había sentido tan vulnerable.

– ¿Por qué me has traído?

Él frunció el ceño.

– Tenías que relajarte. Quería verte sin que te sintieras tensa -explicó, y dio un mordisco a su bocadillo-. Y quería decirte que… he sido rudo contigo. No quería que vinieras conmigo, y dije cosas que no debería haber dicho.

– Sí.

– No lo decía en serio -aclaró encogiéndose de hombros-. Y claro que me importa que vivas o mueras.

Royd era como un niño travieso que no quería confesar. Sophie alzó las cejas.

– Vaya, qué consuelo. ¿Entonces mentiste cuando dijiste que sólo tenías ganas de follarme?

– Bueno, mentí cuando dije que ése era el único motivo -explicó él, sonriendo-. Pero, desde luego, era un motivo de primer orden. -Su sonrisa se desvaneció-. Lo sigue siendo. Aunque no insistiré. -Acabó su bocadillo, se tendió de espaldas en la arena y cerró los ojos-. Todavía.

Ella lo miró con una expresión mezcla de exasperación y diversión. Era típico de él lanzar una provocación y luego ignorarla.

– Acaba tu bocadillo y túmbate -dijo él, sin abrir los ojos-. Puede que después de hoy no tengas otra oportunidad para relajarte. Uno siempre debería aprovechar los buenos momentos cuando se puede.

– Lo sé. -Ella dio el último mordisco y se quedó sentada un momento, mirándolo. Parecía que empezaba a dormirse. Ahí estaba ella, nerviosa y recelosa, y él la ignoraba por completo. Al diablo con todo ello.

Se reclinó y apoyó la espalda contra la roca.

– Pero si me duermo, será mejor que me despiertes antes de que suba la marea. No me gusta despertarme de golpe.

– A mí a veces sí me gusta. Sentir una ligera descarga o tener un momento de apremio te agita la sangre. Algún día te mostraré…

– No me gustaría que… -No hables con él, se dijo. Cada palabra que decía le transmitía una imagen. Royd desnudo en la cama esa primera noche. Royd mirándola con esa intensidad que le hacía sentir ese calor raro e intenso-. No puedo relajarme si sigues hablándome.

– Bien dicho. Por otro lado, eres una mujer muy lista. Ése es uno de mis problemas. No tienes aspecto de médico.

– ¿Qué aspecto se supone que tiene un médico?

– No como tú. Cuando te lavas el pelo, te queda todo lleno de rizos y suelto, como el de una chica. No sueles usar maquillaje y tienes un aspecto limpio, suave y brillante…

Maldita sea, volvía a sentir ese calor, como si fueran cosquillas.

– Por como lo dices, se diría que soy una especie de Shirley Temple -dijo, procurando hablar con voz serena-. Espero estar limpia, pero no hay nada en mí que se parezca a una chica. -Cerró los ojos-. Tengo un hijo, ¿recuerdas?

– ¿Cómo iba a olvidarlo? Un hijo que domina tu vida.

– Así es.

Sin embargo, Michael estaba muy lejos en ese momento. Hacía tiempo que ella no tenía esa sensación primordial de ser mujer, en lugar de madre. Era completamente consciente de su cuerpo, sus músculos, su pecho que subía y bajaba con la respiración. Aunque tenía los ojos cerrados, el recuerdo del mar, la arena y Royd seguían con ella.

– Vale -dijo Royd, en voz baja-. Así debería ser. No he querido decir otra cosa. Sin embargo, eres humana. Si me necesitas, estoy aquí, Sophie.

Ella no podía contestar. Maldito sea. Royd era un hombre brusco, atrevido y rudo y, aún así, había momentos en que a ella le daban ganas de abrazarlo y consolarlo. Y justo cuando conseguía endurecerse para protegerse de él, él volvía a decir algo dulce.

– Gracias. -Carraspeó-. Lo tendré presente.

Él no volvió a hablar. ¿Se había dormido? Ella sabía perfectamente que no conseguiría quedarse dormida.

¿Tenerlo presente? Era lo único en que podía pensar.

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