Capítulo 19

– Coja sus muestras. -Boch observaba a sus hombres colocar las cubas en el borde de los tanques-. Le daré veinte minutos.

– Qué generoso. -Sophie cogió la bandeja con las probetas vacías y se acercó a la hilera de ocho cubas que acababan de traer del barco. ¿Cuál de ellas portaba el arma que le había pedido a Royd? ¿Y qué ocurriría si no estaba en ninguna de ellas? ¿Qué pasaría si Royd no había tenido tiempo para subir al barco en las pocas horas transcurridas desde que hablara con él, por la mañana? ¿Cómo podía saber ella si el maldito micrófono funcionaba o no?

Confía en él. Contra todo pronóstico, Royd le había hecho llegar el micro. Se habría asegurado de que funcionaba. Tampoco habría corrido el riesgo de esperar para hacerle llegar el arma.

Moriría por ti.

Por amor de Dios, tenía que parar de cuestionar todo lo que Royd hacía. No le habría confiado su hijo si su intuición no le hubiera dicho que Michael estaría a salvo con él. Aún así, no había hecho otra cosa que preocuparse y sospechar de él desde que había llegado a la isla. Royd no la abandonaría para que pusiera fin a esa locura por sus propios medios. Royd llegaría porque había dicho que llegaría.

Confía en él.

Había llegado junto a las cubas. Se acercó a la primera, levantó la tapa y llenó la probeta.

No había nada en el tanque.

Colocó la probeta en la bandeja y fue hacia la segunda cuba. Más lentamente, tómate tu tiempo. No había ningún arma.

En la quinta cuba vio el arma en cuanto levantó la tapa. Se encontraba en una bolsa negra sellada sujeta a una de las paredes del tanque. Sintió un momentáneo alivio.

Se giró de manera que quedaba entre el tanque y Boch. Gracias a Dios, él no le prestaba atención en ese momento. Gritaba órdenes a los obreros sobre cómo colocar el resto de las cubas. Sophie llenó la probeta, abrió la bolsa y dejó caer el arma en el suelo de hormigón entre dos cubas. Dejó la bandeja plástica con las otras probetas y siguió.

– Deprisa -gritó Boch-. Estamos listos para partir.

– Quedan dos cubas. -Llenó rápidamente las dos probetas y volvió a la bandeja de plástico. Se arrodilló, puso las probetas en la bandeja, recogió el arma y la metió debajo de la bandeja de plástico-. Ya está. -Se incorporó y fue hacia la puerta-. Las llevaré al laboratorio.

– Espere.

Sophie se tensó y miró por encima del hombro. Boch le sonreía maliciosamente.

– No se vaya tan rápido. Quiero que me vea vaciar el REM-4 en el agua.

– ¿Porque sabe que no quiero que lo haga?

– Quizá. Creo que ha estado ganando tiempo. Nos ha causado enormes problemas. Sanborne no ha sabido manejarla. Debería habérmela dejado a mí.

– Créame, Sanborne ha sido lo bastante sádico como para complacerlo incluso a usted.

– Quédese ahí y mire -dijo Boch, y se volvió hacia los hombres-. Uno por uno. Primera cuba.

– No lo haga -murmuró ella.

– Primera cuba.

Los hombres inclinaron la cuba y el líquido fluyó hacia el tanque.

– Segunda cuba -ordenó Boch.

Sophie deslizó la mano en la bandeja de las probetas y sacó la pistola de la bolsa plástica.

– Tercera cuba.

Sophie sacó el arma de la bandeja.

– Boch.

Él se giró para mirarla.

Y Sophie le descerrajó un disparo entre ceja y ceja. La mirada de sorpresa se congeló en la cara de Boch cuando se desplomó.

Ella se giró y salió corriendo de la instalación.

A sus espaldas se produjo un ruidoso tumulto.

Había un guardia directamente frente a ella cuando se dirigió a la entrada. El hombre empezó a correr hacia ella.

Ella volvió a levantar el arma. Disparó.

El guardia cayó al suelo.

Un cuchillo. Tenía un cuchillo en la espalda.

– Venga. -Era Royd, que de repente estaba ahí y la cogía por un brazo-. En cualquier momento saldrán unos cuantos guardias más de ahí dentro. -Casi la llevaba en vilo-. Los hombres de Boch estarán confundidos, pero eso no les impedirá obedecer a las instrucciones que han recibido.

– Lo he matado -dijo ella, sin aliento, mientras corrían cerro arriba-. Boch estaba vaciando las cubas en las reservas de agua, y yo lo he matado. Le he disparado…

– Lo sé. Lo he visto -dijo él, tirando de ella al bajar por el otro lado del cerro-. Yo me encargué del primer guardia y alcancé a llegar a la ventana del otro lado. ¿Por qué diablos no saliste de ahí, sin más? Ya había contaminado las reservas de agua al vaciar la primera cuba.

– Quizá no lo suficiente para hacerle daño a nadie. No podía estar segura. Tenía que detenerlo.

– Y asegurarte de que se desatara el caos.

Sophie oía los gritos a sus espaldas. El pánico se apoderó de ella.

– ¡Muévete! -Royd la empujó hacia unos árboles a unos cien metros.

– Me estoy moviendo. Y no podemos escondernos en ese trozo de maleza. Es demasiado…

– Cállate. -Royd la empujó al suelo al llegar a los árboles. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó algo-. Estamos a punto de tener un poco de diversión.

Diversión. ¿Qué quería decir…?

El suelo tembló con la explosión que sacudió la tierra.

Más allá del cerro, el fuego hizo virar el cielo nocturno al rojo escarlata.

– La planta depuradora -murmuró ella-. Has volado la planta.

– Era la única manera de asegurarse de que no quedaba REM-4. Sabías que era probable que ocurriera. -Devolvió el mando a su bolsillo-. Te había dicho que la volaría de la faz de la tierra -advirtió, y se incorporó-. Venga, tengo que llevarte al otro lado de la isla. MacDuff y sus hombres deberían estar en la planta en una operación de limpieza. Kelly te espera para llevarte a la lancha.

– No.

– Sí -ordenó él, mirándola desde su altura-. Ya has hecho suficiente. Déjanos hacer el resto.

– Sanborne. Está en la casa. Tiene mis archivos en esa caja fuerte. Son mis archivos.

– Yo te los traeré.

– Mis archivos, mi trabajo, mi responsabilidad. -Sophie empezó a apresurarse hacia la casa en lo alto del cerro-. Y tengo que moverme rápido. Sanborne tiene que haber oído la explosión. Adivinará lo que está ocurriendo, cogerá los archivos y escapará. Es probable que tenga pensada una ruta para huir.

– Sophie, confía en mí.

– Confío en ti. Hubo un momento en que dejé de confiar. Tenías razón. Tengo un problema con la confianza. Pero decidí que si creía en mí misma y en mis propias intuiciones, tenía que creer en ti. -Aceleró el paso-. La confianza no tiene nada que ver con esto.

Royd masculló una maldición.

– Vale, entonces, maldita sea, lo haremos juntos. No tienes por qué pensar que debes ocuparte sola de todo. Ya me has quitado a Boch de las manos. Si recuerdas bien, tengo un enorme interés en librar al mundo de Sanborne.

¿Cómo iba a olvidarlo? Sophie le miró y asintió con un gesto de la cabeza.

– Y yo digo cómo se hace. Si no, pongo a Dios por testigo de que tendrás que dispararme para que no te derribe -advirtió, mirándola fijo a los ojos-. Y sabes que lo haré.

– Sí.

Quedaban unos cuantos cientos de metros hasta la casa. No se divisaban guardias. Eso no significaba que no hubiera guardias en el interior, pensó.

– Sanborne tiene dos guardaespaldas que siempre lo acompañan. No los veo.

– ¿No podemos llegar a la biblioteca por la parte trasera de la casa?

– Sí, la biblioteca da a una terraza. -Sophie fue hacia una esquina del edificio-. No hay guardias. ¿Dónde han ido?

– Dijiste que sólo tenía dos guardaespaldas.

– Habrá pensado que no necesitaba más, imaginando que tendría abundancia de mano de obra esclava aquí en la isla -dijo ella, señalando la puertaventana-. Ésa es la biblioteca.

– No hay luces. ¿Te quedarás aquí mientras echo una mirada?

– No.

– A la mierda -Royd se deslizó hasta la puerta-. Entonces, ve detrás de mí. -Se pegó a un lado, se inclinó y abrió la puerta ventana de un golpe.

Ni un disparo.

Se lanzó dentro y rodó por el suelo. Ella lo siguió. Nada de disparos.

Él encendió una linterna y paseó el haz de luz por la habitación. Vacía, ningún ruido en la sala. Ni en toda la casa.

– Puede que haya bajado a la planta depuradora al oír la explosión -dijo ella.

– No creo que hiciera eso. No arriesgaría su valioso pellejo. Escaparía para volver a combatir otro día. -Royd se incorporó-. Y eso significa que tienes razón y que probablemente haya escapado con los discos del REM-4.

– ¿Cómo?

– Por aire o por mar -dijo él, y fue hacia la puerta-. No he oído ningún helicóptero. Me la juego a que ha ido hacia el muelle, donde tenía su lancha. -Royd ya se había lanzado a toda carrera al llegar a la terraza.


Sanborne estaba a punto de embarcar en la lancha cuando los dos llegaron al final del largo muelle. Uno de sus guardias había puesto el motor en marcha.

– Maldita sea -murmuró Royd, apretando el arma que empuñaba-. Es un muelle muy largo. Todavía estamos demasiado lejos para disparar. Tenemos que acercarnos -dijo, acelerando la marcha.

– Querida Sophie -gritó Sanborne, cuando la lancha empezó a alejarse-. Esperaba una oportunidad para verte la cara y decirte que, en este momento, tu hijo ha comenzado a sufrir una lenta agonía. He hecho la llamada cuando he visto volar la planta depuradora.

– No está muerto -dijo Sophie-. Te hemos engañado, Sanborne.

– No te creo.

Seguro que estaban lo bastante cerca.

– Es la verdad.

– Entonces tendré que asegurarme de que nunca vuelvas a verlo. -Sanborne la señaló con un gesto de la cabeza a uno de los guardias-. Dispárale, Kirk.

El hombre levantó un rifle.

Un rifle tendría el alcance que no tendrían sus armas.

– ¡No! -Royd se situó delante de ella y la lanzó al suelo. Levantó el arma al tiempo que se lanzaba al suelo y disparaba. Sin embargo, el rifle disparó al mismo tiempo. Se oyó el impacto sordo de la bala en un cuerpo. Royd, pensó Sophie, presa del pánico.

Las piernas le flaquearon y cayó al suelo.

Sangre. Era sangre que brotaba de su pecho. Los ojos se le cerraban.

– ¡Royd!

Siguió un segundo disparo, que hizo saltar astillas en la madera del muelle a su lado. Sophie se lanzó instintivamente sobre Royd para cubrirlo con su propio cuerpo. Levantó el arma y apuntó.

Y luego la soltó.

Sanborne había caído sobre la proa del bote. La parte superior de su cabeza había saltado por los aires. El hombre que él había llamado Kirk había dejado caer el rifle al darse cuenta de que le habían dado a Sanborne y se inclinaba sobre él.

– ¿Le… he… dado? -Royd tenía los ojos abiertos y la miraba.

– Sí -dijo Sophie, con las mejillas bañadas en lágrimas-. Calla. No hables. -Empezó a desgarrarle la camisa-. ¿Por qué lo has hecho? -preguntó, con voz temblorosa-. No deberías haberlo hecho, maldita sea.

– Sí que… debería -musitó él, y sus ojos volvieron a cerrarse-. No podía hacer… otra cosa. Te… lo… había dicho.

Moriría por ti.

– No te atrevas a morirte. No lo permitiré. ¿Me has oído? Yo no te he pedido que te hagas el maldito héroe. -Dios, la herida era en la parte superior del pecho. Que no te entre el pánico, se dijo. Ella era médico. Actúa como un médico y sálvalo-. Aguanta. No permitiré que te mueras por ningún motivo. Siempre me has dicho que soy una paranoica por sentirme tan culpable. ¿Quieres que pase el resto de mi vida recordando esto?

– Ni se me ocurriría… pensarlo.

– Entonces quédate quieto mientras paro la hemorragia y te estabilizo.

– Nunca he sido estable. No es… mi… modus operandi. -Estás a punto de cambiar. -Sophie sacó su móvil y llamó a MacDuff-. Estamos en el muelle. Han disparado a Royd. -Te haré llegar ayuda enseguida.

– Bien. -Colgó-. Ahora voy a ver si todavía tienes la bala dentro o si ha salido. Te dolerá.

Royd no contestó. Estaba inconsciente.


– Sophie.

Alzó la mirada y vio a MacDuff y Campbell que la miraban desde arriba.

– Habéis tardado demasiado -dijo, abrazando a Royd con fuerza-. Podría haber muerto.

– Diez minutos -MacDuff se arrodilló a su lado-. Hemos venido lo más rápido posible. ¿Cómo está?

– En estado de shock. Ha perdido mucha sangre. -Sacudió la cabeza-. No sé qué más hacer. He hecho todo lo que he podido. Tenemos que llevarlo a un hospital. -Dejó de abrazar a Royd y se sentó. Tenía la sensación del todo irracional de que si lo sostenía en sus brazos, Royd no moriría-. Está inconsciente desde que os llamé.

– He llamado un helicóptero enseguida. Deberían de estar a punto de llegar. Ve a mirar -le dijo a Campbell-. Les dije que aterrizaran al lado de la casa.

– De acuerdo. -Campbell se giró y se alejó corriendo por el muelle.

MacDuff se volvió hacia Sophie.

– ¿Estás bien? ¿Esa sangre es de Royd?

– Sí. -Sophie se miró distraídamente la blusa manchada de sangre-. No estoy herida. Él me cubrió.

– ¿Y Sanborne?

– Muerto. Royd le acertó. No sé dónde está. Estaba en una lancha con dos guardaespaldas… -La voz le temblaba y tuvo que hacer un esfuerzo para serenarse-. Tenéis que encontrarlo. Tenía los CDs del REM-4. Tengo que recuperarlos. Siempre serán una amenaza…

– Lo encontraremos. -MacDuff le apretó el hombro-. Todo saldrá bien, Sophie.

Ella cerró los ojos. Eran palabras vacías, mientras Royd yacía ahí, luchando por su vida. No, los dos luchaban. No dejaría que muriera. Tenía que vivir, o no sabría si ella misma sobreviviría.

Dios, qué egoísta era. Él merecía una vida larga y feliz, y ella no importaba. Repitió la frase mentalmente una y otra vez como un mantra. Tenía que vivir. Tenía que vivir. Tenía que vivir.

– Sophie -le avisó MacDuff con voz serena-. Creo que oigo el helicóptero.

Ella abrió los ojos y tuvo un atisbo de esperanza. Le apretó una mano a Royd.

– Venga, saquémoslo de aquí.


Una hora más tarde llegaban al hospital Santo Domingo, en Caracas. Al cabo de apenas un minuto, se llevaron a Royd del lado de Sophie para meterlo en quirófano.

– ¿Te encuentras bien? -inquirió MacDuff, que la miraba, preocupado-. Hasta ahora se ha mantenido con vida, Sophie. Eso es buena señal.

– Podría pasar cualquier cosa -replicó ella-. Agradezco que intentes consolarme, pero lo sé. Al menos le han hecho una transfusión en el helicóptero. Eso aumenta las probabilidades.

– Deja que te lleve a la sala de espera y te traiga una taza de café.

No quería ir a la sala de espera. Quería entrar en el quirófano y observar lo que le hacían a Royd. Quería ayudar, maldita sea. Respiró hondo.

– Ahora voy. Tengo que salir y llamar por el móvil -explicó, yendo hacia las puertas de la sala de urgencias-. De todos modos, pensaba llamar a Michael. Será mejor que piense en otra cosa -añadió, y miró por encima del hombro-. Royd me dijo que estaba con Jock. ¿Es verdad?

– En la cabaña del lago en las afueras de Atlanta -dijo él, asintiendo con la cabeza.

– Jock es un actor de primera. -Sonrió con una mueca-. No he reconocido su voz, pero es evidente que Sanborne creyó que se trataba de Franks. Hubo un momento en que me asusté.

– Jock es muy bueno en cualquier cosa que se proponga -dijo MacDuff, mientras abría las puertas de vidrio-. Pero no se arriesgaría a imitar la voz de Frank sin un poco de ayuda técnica.

– ¿Qué?

– Estuvo jugando al gato y al ratón con Franks durante un día y medio antes de que se lo llevaran. Lo dejó acercarse y luego escabullirse.

– No te entiendo -dijo ella, frunciendo el ceño.

– Jock tenía que conseguir una buena grabación de Franks hablando con sus hombres, hablando con Sanborne por teléfono, o simplemente hablando. Luego él y Joe Quinn llevaron la grabación a un experto de la oficina local del FBI. Quinn era agente del FBI y todavía tiene contactos. Tenían un aparato que se conectaba al teléfono que Jock le quitó a Franks -dijo, sonriendo-. Y ya está, la voz de Jock se convertía en la voz de Franks. Engañó a Sanborne por todo lo alto.

– Y a mí me aterrorizó.

MacDuff dejó de sonreír.

– Me sorprende que Royd no te haya puesto al corriente de lo que ocurría.

– Me lo dijo. A grandes rasgos, sin detalles. Y cuando oí lo que me pareció la voz de Franks, ya estaba en la isla. -Se encogió de hombros-. Era demasiado tarde para preguntarle. Y tuve que decidir si de verdad confiaba en él.

– ¿Y confiabas?

– Después de mucho pensarlo. No fue fácil. -Sophie se apoyó en la pared con gesto de cansancio-. Nada que tenga que ver con Royd es fácil. -Pero ella quería que ese cabrón viviera-. Tuve que actuar siguiendo mi intuición.

– ¿Y quizá alguna otra cosa? -MacDuff no esperó una respuesta-. Haz esa llamada. Yo iré a buscarte una taza de café. ¿Sin azúcar?

Ella asintió con un gesto y volvió a entrar en el hospital.

Alguna otra cosa. ¿Quizá cierta atracción? ¿Quizá… amor? Apretó el móvil con fuerza. Pasión, cercanía, admiración, sabía que sentía todo eso por Royd. Y ahora tenía que aceptar aquel vacío, aquel horrible pánico que había experimentado al creer que lo había perdido.

Quizá todavía lo perdiera. Las lágrimas le ardían en los ojos. Tenía que aguantar. Mantenerse ocupada. Marcó el número de Jock.

Éste contestó al tercer timbrazo.

– No creo que llames para hablar conmigo, Sophie. Tengo a mi lado a un jovencito que me quiere arrancar el teléfono de las manos.

– ¿Crees que he estado bien, mamá? -preguntó Michael al coger el móvil-. Jock me dijo que tenía que fingir para que tú estuvieras a salvo.

– Muy bien, cariño. ¿Cómo te encuentras?

– Bien. Es muy chulo esto, junto al lago. Jane tiene un perro que se llama Toby, que es mitad lobo y muy bonito. Y Jane me está enseñando a jugar al póquer.

– ¿Has tenido alguna mala noche?

– Una -dijo él, y añadió-: Jock me ha dicho que ahora estás a salvo porque has derrotado a los malos. ¿Cuándo vendrás a buscarme?

– En cuanto pueda. Tengo una sola cosa que hacer aquí. Déjame hablar de nuevo con Jock. Te quiero.

– Yo también.

– Está bien, Sophie -le aseguró Jock cuando volvió a ponerse al teléfono-. Tuvo un episodio y fue muy ligero. Ha estado en excelente forma.

– ¿Cómo se hizo esas magulladuras?

– Jane.

– ¿Qué?

– Rimmel. Lo usó para simular los hematomas. -Siguió una pausa-. ¿Qué tal está Royd?

– Todavía no lo sabemos. Estamos en el hospital, esperando noticias. -Tragó con dificultad-. Iré a buscar a Michael en cuanto pueda, pero todavía no quiero dejar a Royd.

– Sin problemas. Jane y yo nos entendemos de maravilla, y ahora que él sabe que te encuentras bien, estará más contento.

– Se diría que ahora mismo está muy contento. ¿Juega al póquer?

– Todos los chicos deberían aficionarse a los juegos de azar -dijo Jock, y su tono se volvió grave-. Hubiera deseado estar contigo en San Torrano. Quizá las cosas habrían sido diferentes para Royd.

– Es probable que no.

– Ahora has herido mis sentimientos. ¿No crees que soy un hombre que puede mover montañas?

– Creo que eres mi amigo y que cuidaste de mi hijo cuando podrían haberlo herido o matado. Eso ya es una montaña enorme.

– Merece la pena, pero no tan vistoso ni emocionante -dijo él, con un suspiro fingido-. Pero seguiré al pie del cañón y echaré una mano hasta que cojas el relevo. Llámame cuando tengas noticias. Adiós, Sophie.

Ella desconectó el móvil y respiró hondo. Al menos todo iba bien con Michael.

– ¿Cómo está tu hijo?

Se volvió y vio a MacDuff a unos pocos metros.

– Está bien. Aprendiendo a jugar al póquer. Y se entretiene con el perro de Jane.

– ¿Con Toby? -MacDuff le pasó una taza de café-. He oído que es un animal fabuloso. Jane está loca por él.

– Pensé que lo sabrías por propia experiencia. Sois muy buenos amigos.

– Nuestra relación es un poco… difícil. Nunca he sido invitado a la cabaña del lago.

– Desearía que Michael no hubiera tenido que quedarse allí. -De pronto, una idea le vino a la cabeza-. Puede que tenga problemas para volver a ver a Michael. El hecho de que Sanborne y Boch hayan muerto no significa que todo se haya resuelto. Todavía me busca la policía por la muerte de Dave.

– Quizá no por mucho tiempo. He persuadido a la CIA para que envíe su propio equipo forense a la escena del crimen. Aunque Devlin haya dejado tu ADN, hay una probabilidad de que también haya dejado rastros del suyo. Puede que tarden un tiempo, pero la CIA perseverará. Agradecen que hayamos conseguido librarlos del dolor de cabeza que podría haber significado el REM-4. -La cogió del brazo-. Entremos. Hace un poco de frío.

El aire frío y cortante, libre del olor de los antisépticos, le sentaba bien. Pero debía volver a la sala de espera y estar preparada cuando los médicos acabaran en el quirófano. Alguien saldría a darle la noticia.

Se detuvo, sintiendo que una oleada de pánico se apoderaba de ella. Royd no moriría. Aguantaría la operación. Cuando los médicos entraran en la sala de espera, le dirían que se pondría bien.

Asintió con un gesto seco y fue hacia las puertas de vidrio.

– Tienes razón. Entremos. Pronto deberíamos saber algo…


– ¿Estás… esperando… que pronuncie… mis últimas palabras? -preguntó Royd, con voz ronca.

¡Se había movido!

Sophie se enderezó de golpe en la silla que ocupaba junto a la cama.

– No deberías hablar. ¿Quieres algo?

– Ya lo creo. Tengo toda una lista -dijo él, y cerró los ojos-. Pero… si me estoy… muriendo, tengo que ordenar… mis prioridades.

– No te estás muriendo. Ya no. -Sophie le sostuvo un vaso de hielo picado junto a los labios.

– Toma un poco y derrítelo en la boca.

Royd hizo lo que le decía.

– ¿El REM-4? ¿Has recuperado… los archivos?

Ella asintió.

– MacDuff consiguió localizar la lancha desde un helicóptero. En el maletín de Sanborne estaba todo el material sobre el REM-4.

– ¿Qué has hecho con él?

– Lo he quemado todo. Hasta el último documento.

– Me parece bien. ¿Cuándo podré salir… de aquí?

– Dentro de un mes, quizá más.

– ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

– Dos días. -Habían sido dos largos y horribles días, mientras Sophie lo observaba, ahí tendido, ignorando en todo momento si Royd despertaría de ese sueño inducido por los fármacos-. Pero anoche tuviste una repentina mejoría y supe que vivirías.

– ¿Y Michael?

– Está bien. Todavía sigue en Atlanta.

Él abrió los ojos.

– Entonces, ¿qué haces aquí?

Porque durante esas horas horribles, ella no sabía si sobreviviría si Royd moría. Porque las dudas que tenía con respecto a él se habían convertido en pura certeza.

– Ya te lo he dicho, está bien. No me necesitaba.

– Y tú tenías que cumplir con tu deber -dijo él, con una sonrisa que le torció los labios.

– Cállate. -La voz le temblaba-. Intento ser compasiva y no puedo atizarte mientras te encuentres en ese estado. Pero me lo guardaré para cuando abandones este hospital.

– Dime, ¿por qué eres tan amable con todos excepto conmigo?

– He sido amable… mientras estabas inconsciente.

– Y creías que me moría. La próxima vez quizá quieras mostrarme ese lado tuyo mientras esté despierto. -Cerró los ojos-. Ahora voy a dormir. Tengo que ponerme bien y tiene que ser rápido. Tenemos muchas cosas de que hablar, tú y yo y necesitaré… toda la fuerza… que pueda reunir.

– Sí, duérmete. Lo necesitas.

Royd guardó silencio un momento.

– ¿Por qué te has quedado conmigo en lugar de ir a ver a Michael?

– Tú me necesitabas.

– ¿Y?

– Me salvaste la vida.

– ¿Y?

– Duérmete -le ordenó ella-. No sabrás nada más de mí.

– Sí que lo sabré. Tú espérate y verás.

La respiración se ralentizó cuando Royd se fue quedando dormido.

Muchas cosas de que hablar, había dicho. Royd empujaba y exploraba, incluso cuando estaba falto de fuerzas. ¿Cómo podían hablar de nada? Los dos eran bajas, supervivientes del horror al que los habían sometido Sanborne y Boch. Sophie no podía pensar racionalmente ni ver las cosas con claridad. Estaba tan cansada que no podía pensar en nada.

Pero sentía. Vaya si sentía.

Se inclinó y le apartó suavemente el pelo de la cara. Era agradable tocarlo, sentir que recuperaba la vida y la vitalidad. Había estado tan cerca…

Royd abrió los ojos.

– Te he pillado -murmuró.

Ella parpadeó para reprimir las lágrimas.

– Estabas fingiendo que dormías.

– Un hombre tiene que hacer lo que es necesario hacer. -Royd se giró para acercar la mejilla a su mano. Volvió a cerrar los ojos-. No pares…

– No pararé. -Le acarició la dura piel de la mejilla-. No podrías conseguir que parara…

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